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M alva F lores
*
Este capítulo forma parte del libro La culpa es por cantar. Apuntes sobre poema y poetas
de hoy que pronto circulará bajo el sello de Literal Publishing.
1
Roberto Bolaño y Jorge Boccanera, “La nueva poesía latinoamericana. ¿Crisis o rena-
cimiento?”, en Plural, núm. 68 (mayo de 1977), pp. 41-49.
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2
En la famosa conferencia “La Educación después de Auschwitz”, ofrecida en Radio
Hesse el 18 de abril de 1966, Adorno insiste: “En la relación actual con la técnica hay,
por otra parte, algo de exagerado, de irracional, de patógeno. Tal cosa guarda relación con
el ‘velo tecnológico’. Las personas tienden a tomar la técnica por la cosa misma, tienden a
considerarla como un fin en sí misma, como una fuerza dotada de entidad propia, olvidando
al hacerlo que la técnica no es otra cosa que la prolongación del brazo humano. Los medios
–y la técnica es la encarnación suprema de unos medios para la autoconservación de la es-
pecie humana– han quedado cubiertos por un velo y han sido erradicados de la conciencia
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reclamos a la poesía
Es curiosa la relación entre tecnología y poesía. Los poetas han sido desde
siempre unos entusiastas y no sólo las vanguardias sucumbieron a su seduc-
ción. Ya algún poeta ágrafo habrá dicho algún verso admirando el primer
carromato y lo que seguramente subyacía en su voz era el asombro; el mismo
asombro que siglos después la certeza del progreso, es decir, del futuro,
hacía que los poetas cantaran a las máquinas. Además de la sorpresa, en el
fondo de esa relación operaba la convicción analógica del poeta: hacer más
ancho el camino haciendo uso de todas las posibilidades del lenguaje, de to-
dos los lenguajes. En este sentido, la “fetichización” de la tecnología no fue
un problema para los poetas, aun cuando la denostaran. No era una fetichi-
zación, dirían algunos, sino una nueva posibilidad de elaboración poética.
Ya desde finales de los sesenta del siglo pasado, Paz reflexionaba sobre
la relación entre tecnología y poesía. En un texto que fue rehecho muchas
veces, “La nueva analogía: poesía y tecnología”, aseguraba que el poeta de-
de las personas. A nivel de generalidad en el que lo he formulado, esto debería ser evidente.
Pero se trata de una hipótesis todavía demasiado abstracta. No se sabe en absoluto de un
modo preciso cómo se impone la fetichización de la técnica en la psicología individual de
los seres particulares; no se sabe dónde radica el umbral entre una relación racional con la
técnica y esa sobrevaloración que lleva, finalmente, a que quien proyecta un sistema de tre-
nes para llevar las víctimas de Auschwitz, sin interferencias y del modo más rápido posible,
olvide lo que ahí ocurre con ellas.”
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Paz no vivió el cambio radical que hoy vivimos. Pese a sus duros re-
proches al mercado y sus largas reflexiones sobre la modernidad y sus pa-
radojas, siempre fue un optimista, un hechizado por la vida y alguien que
creía en el futuro. Sus últimas palabras, augurando un futuro luminoso para
México, son el compendio de una vida de asombro y, tal vez, de confianza en
la poesía como vía de salvación. Otros poetas contemporáneos de Paz man-
tuvieron cierta reserva frente a la tecnología, pero incluso en su crítica, en
su desencanto, pervivía la admiración a la maravilla convertida en lenguaje.
El mismo Gonzalo Rojas que en 1991 había dicho: “Si ve a Cecilia por ahí
dígale de una vez en nombre de Apollinaire que la cosa no es tan fácil, que
esa A de asombro ciega con su luz al más lúcido, que tal vez es preferible
la O de ocio; que ahora que las aguas suben solas que dejemos que hablen,
que sibilen solas las serpientes entre el láser y el scanner”4 (“Fax sobre el
3
Cito por la primera versión de este ensayo que fue escrito en 1967 con motivo del ingreso
de Octavio Paz a El Colegio Nacional. Más tarde, en 1970, se incluyó en 3rd. Herbert Read
Lecture (The Institute of Contemporary Arts, 1970). En 1973 fue el primer ensayo de El signo
y el garabato. Apareció, también, como un fragmento de la primera versión, en Teatro de
signos (Fundamentos, 1974). Finalmente, fue incluido en las Obras completas. La casa de la
presencia (fce, 1994), donde se retoma el publicado en El signo y el garabato.
4
Gonzalo Rojas, Diálogo con Ovidio, Aldus / Eldorado Ediciones, México, 2002, pp. 2 y 3.
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5
Julián Herbert, “Technopaegnia y poesía”, en Letras Libres, núm. 122 (febrero de 2009),
pp. 103. En este artículo, Herbert hace un recuento de algunas expresiones y proyectos con
esta característica. Incluye a Carla Faesler, Rocío Cerón y Mónica Nepote (Motín Poeta),
Minerva Reynosa, Sergio Ernesto Ríos, Óscar David López, José Eugenio Sánchez, Román
Luján, Omar Pimienta, el colectivo Taller de la Caballeriza, entre varios más.
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Lo que resulta más difícil es, sin internarse en los caminos de teorías
ilegibles, tener la capacidad para esclarecer críticamente el presente y el
“futuro”, no sólo en el caso de la poesía, sino en el de las artes todas. Hace poco,
el poeta y crítico de arte, Alberto Blanco, confesaba su resistencia a escribir
sobre las nuevas manifestaciones de las artes visuales, no por desconoci-
miento, sino como un reconocimiento de que “se trata de nuevas formas y
que, como tales, demandan, por fuerza, de una forma distinta de aproximarse
a ellas con las palabras. Más aún; es el reconocimiento de que, casi sin hacer
ruido, en los años recientes se ha operado un cambio radical en el mundo de
las artes visuales –por no decir que en el mundo de las artes en su conjunto,
y en el mundo todo– que exige nuevas estrategias y formas de ver, de pensar,
de escribir y de actuar”.6
Es entonces difícil encontrar las palabras, “la forma distinta de apro-
ximarse a ellas”, sin caer en la tentación de la metáfora o en el abismo de
la jerga teórica. Es necesario encontrar esa forma, que deberá ser nueva
también, si se desea entender y compartir la reflexión sobre el fenómeno,
6
Alberto Blanco, “El eco de las formas”, en La Jornada (sábado 3 de noviembre de 2012).
http://www.jornada.unam.mx/2012/11/03/opinion/a06a1cul (Consultado el 3 de noviembre de
2012).
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reclamos a la poesía
kipedia, ha “registrado ventas por más de 100 millones de discos, más otros
50 millones como productor, arreglista y compositor”.10 Es evidente que los
poetas no pretendían emular al autor del “Noa-Noa” sino, quizá, proponer
un gesto, un guiño divertido.
La poesía es para todos siempre que sean unos cuantos, parece que escu-
chamos a lo lejos. Pero muchos poetas nos quejamos. No hay espacio para la
poesía. Como una forma de sobrevivencia, en México algunos poetas (me en-
cuentro entre ellos) se han refugiado en la academia como un injerto anómalo.
Han fatigado las arduas galeras, diría Borges; venden tragos o tacos. Se es-
conden tras la silla burócrata, diseñan camisetas, llaveritos; hacemos largas
filas en pos de una beca. Pero, ¿alguna vez fue distinto? Los poetas siempre
se quejan. En México prácticamente ya no hay suplementos literarios; la
crítica de poesía ha desaparecido en su forma tradicional y las –cada vez
menos– revistas literarias, incluyen la poesía en sus páginas como si fuera
un florero. No ocurre así en otros lados quizá porque, alejada del estipendio
oficial, la poesía ha recorrido el camino que ha sido siempre suyo: el margen,
no como marginalidad, sino como el resultado de una voluntad minoritaria
(aunque convenga negarlo) que ve en el poema no un artículo de consumo,
sino una forma viva de duración.
10
http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Gabriel.
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