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El poder judicial ¿revolucionario?

Por: María Alejandra Díaz | Jueves, 09/01/2014 12:06 PM | Versión para imprimir
No es posible enfrentar el tema de la seguridad en Venezuela sin antes enfrentar
el tema de la corrupción, aún persistente, en el Poder Judicial. Y cuando hablo de
Poder Judicial me refiero a la concepción y visión sistémica que se le da en la
Constitución de 1.999 a la administración de justicia, adoptando el concepto del
llamado Sistema Judicial; según ésta se acoge el paradigma del “sistema” el cual
está integrado ya no sólo por jueces y juezas, funcionarios administrativos
tribunalicios, sino por fiscales, defensores y abogados públicos y privados. Según
este enfoque “sistémico” se pretende lograr transformaciones interesantes que
pueden llegar a determinar cambios significativos en el aparato judicial en cuanto
al desempeño de los intervinientes en el acto judicial.

Recordemos que pasaba en Venezuela antes de 1999 en el Poder Judicial. En


efecto, a partir de 1958, con la democracia representativa burguesa se consolidó
un “sistema populista de conciliación de élites” (Rey, 1991: 565-566)1, fundado en
la capacidad de los partidos políticos y grupos de presión, para agregar, canalizar
y representar las demandas sociales. Este “sistema corporativo de gestión pública”
según el cual para mantener el status quo negociaban, conciliaban y se repartían,
contratos, cargos y presupuestos públicos, fue la causa principal de la perversión
de todo el aparato estatal, para convertir al Estado Nación en un gran negocio
para unas élites políticas y económicas.

A decir de Damiani “las razones del profundo proceso de deterioro en la gestión


del poder público consistieron, entre otras variables, en la privatización del estado
y de la administración pública por parte de estos dos grandes partidos “ómnibus”.
Desde 1958 con la democracia representativa encontramos un “iatus”, profundo
entre aquello que debería ser un Estado de Derecho y aquello que en realidad,
ocurría, de hecho en este periodo de la historia nacional dos grandes oligarquías
partidistas monopolizaron las funciones de todos los poderes públicos, y del poder
judicial específicamente distorsionando los principios de la democracia y del
Estado de derecho”.

En Venezuela entre los años 60 y 90 del siglo pasado ser partido de gobierno
significó apropiarse de la compleja maquinaria del Estado, en todos sus aspectos.
Los partidos Acción Democrática y Copei, insertados en el aparato estatal,
ejercieron una verdadera partidocracia, produciendo sus efectos devastadores
también en el poder judicial venezolano.

Veamos el siguiente ejemplo: entre los años 1958 y 1969 los jueces eran
designados por periodos constitucionales (Ley Orgánica del Poder Judicial de
1956, Art. 11), es decir, su designación se correspondía con la del Presidente de
la Republica y los parlamentarios. Durante ese periodo de cinco años no podían
ser destituidos sino por las causales establecidas en la ley (…). El régimen se
consideraba provisional mientras se producía la ley de Carrera Judicial. Los jueces
instructores eran de libre designación y remoción del Ministro de Justicia (art.55)
(Pérez Perdomo 2007:7)2

Algunos intentos se hicieron por modificar esta situación y en la Constitución de


1961 se creó el Consejo de la Judicatura, con el objetivo de asegurar la
independencia, eficacia, disciplina y decoro de los Tribunales, así como de
garantizar a los jueces los beneficios de la carrera judicial (art 217). En todo caso,
en la práctica, la institución no se concretó hasta 1969, asumiendo las funciones
que tenía el Ministerio de Justicia en materia judicial.

Sin embargo, nos cuenta Damiani que “las buenas intenciones destacadas se
vieron anuladas por una razón de peso: los abogados escogidos para formar parte
del Consejo de la Judicatura no eran conocidos por su actividad jurídica, sino por
su afinidad política, por su lealtad hacia Acción Democrática y Copei”.
Damiani nos recuerda también que “desde luego que esta fórmula empañó una de
las más importantes funciones del Consejo de la Judicatura: la selección y
designación de los jueces. De esta forma, aunque el Consejo de la Judicatura no
pertenecía al Poder Judicial ni realizaba ninguna labor hermenéutica, ni de
aplicación del ordenamiento jurídico; era el organismo encargado de la
Administración y Gerencia Judicial. Como consecuencia, era la institución rectora
de la judicatura, encargada de fijar la política judicial y, como aspecto central de
sus funciones, la de designar a los jueces, actividades todas ellas que se llevaban
a cabo a través de los operadores políticos de AD y COPEI.

Este mecanismo permitió, desde la “creación del Consejo de la Judicatura, que el


Poder Judicial se convirtiera en una suerte de botín de la partidocracia” (Naranjo
Osty, El Universal 19-07-1986)3, en el que los partidos convirtieron “al Poder
Judicial en una zona de distribución o de acomodación de sus militantes o
simpatizantes” (Quintero, 1988: 60)4.

El desempeño inmoral de nuestro Poder Judicial provocó que, en 1991, se


publicase un documento llamado “Carta a los Notables”, firmada por intelectuales
con “auctoritas” como Uslar Pietri, denunciando el deterioro del sistema político y
judicial venezolano y solicitando la renuncia de los Magistrados de la Corte de
Justicia.

Ahora bien, después de que Hugo Chávez ganó las elecciones presidenciales se
iniciaron enseguida los trabajos para la elaboración de una nueva Constitución
respetando los requisitos constitucionales de manera rigurosa. Tras manifestarse
a favor de una nueva constitución en un referéndum, el pueblo venezolano votó la
composición de la Asamblea Constituyente que realizó el borrador de la
Constitución. Esta asamblea fue extremadamente abierta y recibió proyectos e
iniciativas de numerosas organizaciones de base y diferentes sectores de la
sociedad. Una vez completado el borrador definitivo, el pueblo aprobó la
Constitución en un referéndum celebrado el 15 de diciembre de 1999 con un
apoyo mayoritario del 73% de los sufragios emitidos (Casado, 2013: 202). Las
estructuras de Estado, las instituciones públicas no son una mera envoltura formal,
muy al contrario son las sustancias misma del régimen democrático, son la
primeras indefectibles premisas de un auténtico progreso social, cultural y
económico. El correcto desempeño de la estructura judicial constituye una de las
condiciones prejudiciales para la evolución armoniosa de cualquier sociedad.

Para ello, el 18 de agosto de 1999 la Asamblea Constituyente declaró la


emergencia de todos los poderes públicos, incluido el poder judicial venezolano y
ordenó su reorganización. Se designó entonces una Comisión de Emergencia
Judicial que, después de la aprobación de la nueva Constitución, se llamó
Comisión de Funcionamiento y Restructuración del Sistema Judicial.

Sin embargo, a pesar de los avances logrados en cuanto al aumento en el número


de Tribunales, la implementación de concursos de oposición para ingresar a la
carrera Judicial, aún persisten las rémoras del pasado con respecto a la actuación
del Poder Judicial.

Es imposible aplicar la justicia si no hay autoridad moral y ética, e idoneidad en


nuestros jueces y juezas para hacerlo. Igual sucede con los Fiscales, defensores y
abogados que integran el Sistema de Justicia. Resulta incomprensible el
comportamiento de nuestros juzgadores (no todos afortunadamente) que obviando
el mandato constitucional continúan aplicando la norma con la visión entubada del
derecho formal, sin entender que el derecho es un fenómeno social y ocultando
que la Constitución es como un “árbol vivo” que en expresión de la sentencia Privy
Council, Edwards c. Attorney General of Canadá de 1.930 retomada por la Corte
Suprema de Canadá en la sentencia de diciembre de 2.004 la interpretación de
ésta debe ser evolutiva, que se acomode a las realidades de la vida moderna
como medio para asegurar su propia relevancia y legitimidad, y no sólo porque se
trate de un texto cuyos grandes principios son de aplicación a supuestos que sus
redactores no imaginaron, sino que también los poderes públicos, y
particularmente el legislador, van actualizando estos principios paulatinamente;
porque el Tribunal Constitucional, cuando controla el ajuste constitucional a la luz
de los problemas contemporáneos, y de las exigencias de la sociedad actual a que
debe dar respuesta a la norma fundamental del ordenamiento jurídico, asume un
riesgo; pues en caso contrario tendería a convertirse en letra muerta. Esta lectura
evolutiva de la Constitución, que se proyecta en especial a la categoría de la
garantía institucional, nos lleva a desarrollar la noción de cultura jurídica, que hace
pensar en el Derecho como un hecho social.

El Estado liberal que propugna el Estado de Derecho, vigente desde 1958 hasta
1998, considera a la Ley como un valor normativo superior que es imprescindible a
la hora de interpretar la Constitución, ello debido a que su aplicación representa la
concreción normativa que se expresa a través de la Ley y la jurisprudencia
interpretativa de ésta, se realiza principalmente a través del recurso de casación.

Por otra parte, el Estado social tiene su propia identidad, propuesto y visionado en
la Constitución de 1999, y que coincide en su origen con el desarrollo
constitucional alemán y el surgimiento del socialismo reformista, se plantea la idea
de un Estado distinto al Estado liberal, que le diera respuesta a los problemas que
éste ocasionaba, en el marco de los cambios sociales.

La pugna entre estas dos visiones está ocasionando en nuestras academias,


círculos jurídicos y en nuestros Tribunales Constitucionales, profundos cambios en
cuanto a la ponderación, interpretación y argumentación necesaria para sostener
los valores y principios que defiende el llamado Estado de bienestar, dejando atrás
la visión liberal y formal del Derecho, según la cual la norma pura y simple era el
norte y fin del mismo.

Resulta incomprensible que en tiempos de revolución aún persistan posiciones


reformistas dentro del Sistema de Justicia, negándose a cumplir la Constitución
Nacional, dictando sentencias incomprensibles beneficiando a quien no se debe
beneficiar, negociando las imputaciones, no ejerciendo las defensas de manera
adecuada y con responsabilidad y compromiso, retardando decisiones, cobrándole
peaje a los abogados para dictar sentencias y lo más grave aún dictando
sentencias desde el TSJ que desconocen los postulados constitucionales, como lo
es el caso de la sentencia 516 que anula parte del Código de Ética del Juez y la
Jueza venezolanos y deja a la Jurisdicción Disciplinaria Judicial a expensas de lo
que decida la Inspectoría Nacional de Tribunales. Este tipo de decisiones que le
hacen daño a instituciones que nacieron como instancias anticorrupción dentro del
propio poder judicial, no hace sino retrasar lo inevitable: la urgente necesidad de
iniciar seriamente una verdadera revolución judicial que adecente el Sistema de
Justicia Nacional, para con ello darle credibilidad y fuerza a los planes de
seguridad que el Estado nacional implementa.

Resultará inútil, -por decir lo menos- cualquier esfuerzo relativo a temas de


seguridad sino le metemos el pecho en serio al tema de la transformación judicial,
la cual comienza por apertura de concursos para que ingresen a la carrera judicial
los más probos, éticos y decentes jueces y juezas, que aquellos que estén
incumpliendo sus funciones sean expulsados previo juicio y derecho a la defensa y
que no sean reciclados como sucede hay, los suspenden o los botan de una
institución y aparecen nombrados como fiscales o defensores en otras
instituciones o ministerios. Para ello aprobemos la reforma del Código de Ética del
Juez y la jueza venezolanos para devolverle el sentido a esta Jurisdicción
Disciplinaria, como instancia anticorrupción del Poder Judicial.

Sino revisamos y modificamos todo el sistema judicial, será casi imposible la tan
ansiada revolución y no reforma en el poder judicial. Bolívar lo decía: la justicia es
la madre de todas las virtudes republicanas. Hagamos entonces justicia a Bolívar y
al propio gigante Chávez, hagamos la revolución constituyente dentro del Poder
Judicial. Nos jugamos la continuidad de la revolución con ello, y debe ser asumido
como un tema de urgencia nacional, como otros grandes temas tales como el
papel de los medios de comunicación y la televisión como instrumento de
modelaje y estereotipos, entre otros.

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