Examinaremos, en este espacio, ocho caminos creativos que pueden servir para motivar a
otros a seguir avanzando en los diferentes desafíos que presenta el ser discípulo de Jesús.
1. En palabra. Las palabras de nuestra boca son uno de los elementos que más afectan la vida
de los que están a nuestro alrededor. El autor de Proverbios afirma: «Panal de miel son los
dichos suaves; suavidad al alma y medicina para los huesos» (16.24).
No es una exageración afirmar que nuestras palabras pueden ser instrumentos que traigan
sanidad al alma. Vivimos en un mundo donde hemos recibido muchas palabras que denigran,
hieren y maldicen. Tristemente la cultura nos ha condicionado a enfocarnos más en los
aspectos negativos de la vida que en los positivos. Cuando permitimos que nuestra boca hable
lo que edifica, sin embargo, podemos desatar bendición sobre la vida de nuestros hermanos.
Es una buena costumbre evaluar las palabras que vamos a hablar antes de que salgan de
nuestra boca, para asegurarnos de que llevarán bien a la otra persona. Las palabras que
edifican pueden ser un cumplido, una expresión de gratitud o de afecto.
2. Por escrito. Las epístolas del Nuevo Testamento ofrecen una clara prueba del poder de la
comunicación escrita. La ventaja de este medio es que la persona que recibe las palabras
conserva una copia de las mismas y puede volver una y otra vez a nutrir su corazón del
mensaje que contienen.
No necesitamos ser escritores ilustres para poder utilizar esta herramienta. En ocasiones basta
con una pequeña y escueta nota. Para alguien que está desanimado, el breve mensaje que
contiene puede significar mucho. Solamente requerimos un poquito de creatividad para anotar
un pequeño mensaje que a otro le puede producir mucho bien. Yo suelo, por ejemplo, dejar
notas en el maletín de mi marido con mensajes como este: «Te amo». Es muy breve, pero está
cargado de significado y cariño. También podemos utilizar el correo electrónico o aún nuestros
celulares para enviar pequeños mensajes de cariño y ánimo.
Acompañar a otros no requiere de una capacitación como consejero, ni nos obliga a ofrecer la
respuesta o la solución para la situación que el otro esté enfrentando. Es asumir el compromiso
de estar presente, para que el Señor fluya a través de nuestra vida hacia aquellos que están
necesitados. Esta compañía tampoco requiere de muchas palabras. Jesús mismo invitó a tres
de sus discípulos a que lo acompañaran en Getsemaní. No necesitaba sus consejos, sino el
calor de su compañía en un momento muy difícil para él. Del mismo modo, nuestra sola
presencia puede resultar un regalo que imparta profundo aliento.
4. Con el contacto físico. Jesús a menudo tocó a la gente, algo que seguramente impactó
profundamente sus vidas, pues los grupos religiosos del momento se caracterizaban por evitar
el contacto con otros, especialmente con quienes se consideraban «inmundos». Es
recientemente en nuestros tiempos que los científicos comienzan a comprobar los efectos
positivos del contacto físico, y nos animan a que expresemos el cariño hacia los demás por
este medio. Un suave toque en el brazo, un abrazo o un apretón de manos pueden expresar
sentimientos que no logramos captar con nuestras palabras.
Cabe señalar, en este punto, que debemos ser cuidadosos con este tipo de expresiones
cuando se trata de personas del sexo opuesto. Aún cuando existe una intención inocente,
puede dar lugar a malas interpretaciones o despertar en nosotros deseos que no son
saludables para relaciones que deben llevarse en santidad.
7. Con generosidad. Proverbios 22.9 declara: «El … misericordioso será bendito». Dios desea
que su pueblo comparta no solamente las reuniones con otros, sino también su tiempo, su
dinero y sus posesiones. Esto nos resulta muy difícil en una cultura como la nuestra, tan
fuertemente orientada hacia el individualismo. Los que vivimos en las grandes ciudades del
continente solemos sentirnos abrumados por la gran cantidad de personas a nuestro alrededor,
lo que no empuja a buscar refugio en nuestras casas. No obstante, a medida que el Espíritu
nos vaya transformando a la imagen de Jesucristo esta actitud debe instalarse en nuestros
corazones.
Pablo nos ofrece un elocuente testimonio del camino que él siguió con las iglesias que
estableció. «Ni la plata, ni el oro, ni la ropa de nadie he codiciado. Vosotros sabéis que estas
manos me sirvieron para mis propias necesidades y las de los que estaban conmigo. En todo
os mostré que así, trabajando, debéis ayudar a los débiles, y recordar las palabras del Señor
Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir» (Hch 20.33–35)
8. Con ayuda práctica. Con el espíritu correcto, las tareas comunes y cotidianas —de la casa,
del jardín, la costura , el cuidado de los niños— pueden transformarse en un santo ministerio
que provee ánimo a quienes lo necesitan. «Todo lo que hagáis hacedlo de corazón, como para
el Señor y no para los hombres», exhorta Pablo a la iglesia en Colosas (Col 3.23). En nuestras
congregaciones, en cualquier momento pueden surgir situaciones que se prestan para esta
clase de acciones, las cuales proclaman, de una manera muy fuerte e impactante, que el amor
del Señor se puede demostrar de muchas maneras diferentes.
Adaptado del artículo de Jeanne Zornes, tomado del Manual de formación de líderes, Vol. II,
publicado por Desarrollo Cristiano Internacional, todos los derechos reservados. ©2006
Apuntes Pastorales, Volumen XXIV – Número 2
http://www.desarrollocristiano.com/site.asp?seccion=arti&articulo=1939