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visitó la isla notando que los perros ferales habían destruido de forma masiva los huevos de

tortuga a lo largo de toda la costa (Barnett, 1986). Adicionalmente, en 1913, se acuña el

nombre de “terrible plague” al alarmante incremento en el número de ataques de perros

ferales al ganado de la isla (Martinez, 1915).

Entre 1835 y 1930, se introdujo varias razas de perros a las islas Galápagos como:

Pointer, Pastor Alemán, Gran Danés, Borzoi, y algunos tipos de sabuesos (Barnett, 1986;

Green & Gipson, 1994). Por lo tanto, se estima que alrededor de los años ochenta, en la isla

Isabela existían aproximadamente de 200 a 500 perros ferales resultado de los cruces de las

razas introducidas originalmente (Barnett, 1986). En la actualidad, muchos habitantes de las

islas Galápagos poseen perros y gatos como mascotas, no obstante, varios de estos animales,

gran parte del día, no pasan dentro de sus hogares; es decir, se los permite vagar libremente.

Esto ocasiona un riesgo para la fauna nativa, sobre todo para la población de iguanas marinas,

pingüinos y tortugas que se encuentran amenazadas en el archipiélago (Barnett, 1986; Levy,

Woods, Turick, & Etheridge, 2003).

Aunque el problema de los perros callejeros normalmente se centra en temas de ornato

urbano, salud pública y, con menos frecuencia, en temas de bienestar animal, existe esta otra

circunstancia que podría, en ciertos casos, volver más complejo el problema.

En este sentido, se puede concluir que los perros callejeros constituyen un problema,

desde varios puntos de vista; tanto a nivel de las grandes ciudades, como en lugares tan

remotos como las Islas Galápagos.

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