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Compilación y contenidos
Iracema Velázquez Chévez
María Dolores Guadarrama Huerta
Diseño
Sonia E. Obregón Terrazas
Armado editorial
Nayelli Hernández Palacios
Jorge Muro Prado
“¿Sabe usted qué significa ser niño?
en el alma”
Francis Thompson.
CONTENIDO
I. PRESENTACIÓN
III. EL JUEGO
IV. PSICOMOTRICIDAD
• Expresión Corporal
V. CREATIVIDAD
A) Juegos Digitales
• Concepto
• Recomendaciones
• Juegos digitales para niños: de 45 días a 6 años
B) Arrullos
• Concepto
• Recomendaciones
• Arrullos para niños: de 45 días a 6 años
C) Cantos
• Concepto
• Recomendaciones
• Cantos para niños: de 45 días a 6 años
D) RIMAS
• Concepto
• Recomendaciones
• Rimas para niños: de 45 días a 6 años
E) Cuento
• Concepto
• Cuentos para niños de 2 a 6 años
• Recomendaciones
F) Adivinanzas
• Concepto
• Recomendaciones
• Adivinanzas para niños de 3 a 6 años
G) Trabalenguas
• Concepto
• Recomendaciones
• Trabalenguas para niños de 3 a 6 años
H) Juegos tradicionales
• Concepto
• Recomendaciones
• Juegos tradicionales para niños de 2 a 6 años
I) Juegos organizados
• Concepto recomendaciones
• Recomendaciones
• Juegos organizados para niños: de 2 a 6 años
J) Poesía
• Concepto
• Recomendaciones
• Poesías para niños: de 4 a 6 años
K) Fábula
• Concepto
• Recomendaciones
• Fábulas para niños: de 3 a 6 años
L) Mitos y leyendas
• Concepto
• Recomendaciones
• Mitos para niños de 3 a 6 años
• Leyendas para niños de 4 a 6 años
VII. BIBLIOGRAFÍA
I. PRESENTACIÓN
El Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia, a través de la Dirección General de Protección a la
Infancia, Subdirección de Evaluación, ha diseñado, como un complemento al Modelo Educativo-Asistencial, el
presente Manual de Apoyos Didácticos dirigido a responsables de grupo de los Centros Asistenciales de Desarrollo
Infantil (CADI) y de los Centros de Asistencia Infantil Comunitarios (CAIC), así como para todos aquéllos quienes
se dedican a la atención de las niñas y los niños menores 6 años de edad.
Conscientes de la importancia que tiene la educación artística para el logro del objetivo general planteado en
el Modelo que es “Favorecer y pontencializar el Desarrollo Integral e integrado de las niñas y los niños en edad
temprana”, se ha realizado esta compilación de materiales con el fin de contribuir y orientar la labor educativa de
las responsables de grupo en el desarrollo de las habilidades y destrezas de las niñas y los niños menores de 6 años.
Este Manual de Apoyos Didácticos tiene como objetivo fundamental proporcionar elementos que contribuyan
a beneficiar el desarrollo integral del niño ya que por derecho merecen oportunidades de crecimiento para su
educación, independientemente de su condición económica, género y ubicación geográfica.
Incluye cada uno de los géneros literarios que permiten que afloren en las niñas y los niños sus habilidades innatas
y se generen las condiciones para el desarrollo de nuevas competencias. Los apoyos didácticos están seleccionados
y graduados de acuerdo a las características de desarrollo y las necesidades de las niñas y los niños.
El Manual contiene los fundamentos pedagógicos del desarrollo del niño, el juego como estrategia de aprendizaje,
la estimulación en los diferentes aspectos de la psicomotricidad, la creatividad como un proceso natural y los
géneros literarios, a fin de contar con herramientas para el desarrollo de habilidades y competencias infantiles.
Por último, presenta algunos ejemplos de las sesiones de ritmos, cantos y juegos, y expresión corporal, que
refuerzan el desarrollo psicomotor de los pequeños a través de ejercicios prácticos y vivenciales.
Se pretende que este material fortalezca el acervo propio de cada región y comunidad, de ninguna manera deberá
considerarse como único o excluyente de otras aportaciones con que pueda contarse, ante el reto que supone la
labor diaria de conducir y orientar a los grupos de niñas y niños menores de 6 años edad.
Le invitamos a disfrutar conjuntamente con las y los niños que tiene a su cargo de las actividades que se proponen.
II. F U N D A M E N TO S P E D A G Ó G I CO S D E L
DESARR O L LO D E L N I Ñ O
Con el tiempo, a través del arte, el hombre ha encontrado la forma de expresar sus sentimientos y emociones
con los demás. Así expresa los diferentes conceptos de belleza. Esta sensibilidad y fuerza especial se manifiesta,
por medio de lo que universalmente conocemos como las bellas artes: música, pintura, literatura, escultura, danza,
teatro y cine.
La educación artística brinda a las niñas y a los niños la oportunidad de expresar sus sentimientos más íntimos. No
pretende educarlos para la música, para la danza o para la literatura, sólo les proporciona oportunidades para lograr
un desarrollo integral y armónico al darles la posibilidad de que afloren sus habilidades innatas.
Por tanto el fin de la educación artística no es la mera imitación, sino el medio para aumentar las experiencias
de las niñas y los niños de manera que tengan más elementos en qué apoyar su actividad creadora, además les
permite desarrollar su capacidad para apreciar las acciones humanas como manifestaciones de los valores que se
conjugan en su vida armónica.
La literatura, el juego y la creatividad comparten características similares ya que tienen un fin educativo.
En términos generales las niñas y los niños se caracterizan por el crecimiento y el desarrollo de las destrezas
motrices, especialmente en las áreas de coordinación motora gruesa, agudeza en la discriminación sensoperceptiva
y ejercitación de sus músculos más finos con mayor regularidad.
Además del crecimiento, el progreso de las estructuras mentales, morales y sociales son importantes para el
desarrollo infantil.
Las niñas y los niños deben ser expuestos progresivamente al medio cultural, para que aprovechen las
oportunidades de aplicar sus habilidades cognoscitivas, pues la realidad social es una parte del medio donde
cada niño crece y se integra con sus iguales; las primeras relaciones personales son las que le ayudarán a crecer
intelectual y socialmente.
El niño forma parte activa de la comunidad de individuos sociales, donde aplica estructuras operativas a una
variedad de problemas físicos o sociales.
A medida que las niñas y los niños crecen y se desarrollan en un ambiente estimulante, estarán mejor preparados
para trabajar en los problemas que más interesa a la sociedad y que sin cesar emergen de las condiciones cambiantes
de la vida moderna.
Si logramos relacionar el pensamiento de las niñas y los niños con experiencias educativas y no sólo a desarrollar
habilidades elementales y hábitos sociales, adquirirán la capacidad para pensar y aún más para estimular el
pensamiento, alcanzando los tres elementos vitales para su desarrollo:
• Crecer intelectualmente
• Participar en la realidad social de su medio
• Comprender que las relaciones físicas y sociales, son el producto de la contribución inteligente de todos
y cada uno de los individuos.
Es necesario insistir en las relaciones de intercambio de cada ser humano, en particular con el mundo exterior.
Como resultado de esa interacción se configuran estructuras internas, cuya tendencia es asimilar la realidad de su
medio y contribuir a su mejoramiento.
Al hablar de tendencia, indicamos el proceso de construcción que se desarrolla paso a paso y que se cristaliza en
etapas y períodos, a cada uno de los cuales corresponden una forma o estructura determinante de la interacción
que se establece entre el hombre y los ambientes.
Piaget, como Psicólogo del desarrollo, ha observado el crecimiento espontáneo del pensamiento del niño. Señala
que para que la inteligencia de un niño se desarrolle, éste debe mantenerse activo en un ambiente propicio. El niño
pequeño lleva consigo la capacidad de desarrollarse y actuar sobre el medio de una manera gradual y consistente,
hasta que logra alcanzar las estructuras generales de funcionamiento que llamamos “Inteligencia”.
III. EL J U E G O
El juego brinda al niño el placer de los sentidos, al jugar el niño saborea, toca, escucha, huele, mira, etc., siente
diversas texturas y temperaturas, experimenta el movimiento libre, los sonidos del mundo externo y aquellos que
él imite. Mediante el juego las niñas y los niños entran en un mundo de fantasía y ficción que les permite practicar
un sin fin de habilidades y destrezas; así mismo, pueden interpretar situaciones nuevas, y una adaptación más fácil
a la realidad. Ensayan conductas que les ofrece la seguridad que ellos necesitan para enfrentarse a su ambiente.
El juego en edad temprana es el medio más importante de aprendizaje y todo educador debe estar conciente de
ello para aprovechar este instrumento natural en lugar de reprimirlo.
Al nacer, los bebés necesitan comprender qué son, cómo son, qué pueden hacer, quiénes los rodean y qué opinión
tienen de ellos las personas cercanas; en qué espacio viven, cuáles son las reglas y los límites de ese espacio; cómo
son y para qué sirven los objetos que tienen a su alcance; qué clase de seres son las plantas y los animales.
Al jugar, construyen no sólo los conocimientos que necesitan para adaptarse inteligente y positivamente a la vida,
sino también construyen su auto-imagen, su autoestima y el amor por su grupo social de pertenencia.
Existen diversas clasificaciones del juego, para fines de este manual se ordenan de la siguiente manera:
A) JUEGO MOTOR
Se caracteriza por efectuar movimientos diversos del cuerpo hacia los objetos y personas; se presenta alrededor del
tercer mes de nacido, cuando el bebé logra cierta coordinación ojo-mano (sencillos movimientos y manipulación
de objetos), constituyen antecedentes de actividades más complejas como son: correr, saltar, brincar, expresar
emociones y sentimientos con su cuerpo, etc.
Una de las primeras partes que los bebés conocen de sí mismo son sus manos: las ven pasar frente a su vista
cuando están recostados. Podemos enriquecer este descubrimiento con movimientos, ritmos, rimas, juegos
digitales y cantos.
B) JUEGO SIMBÓLICO
Alrededor del año y medio o los dos años construyen la capacidad de “representar”. Gracias a esta capacidad
pueden “traer” a su momento presente y al lugar en el que se encuentran -de manera simbólica- a personas,
animales y objetos que están ausentes y pueden revivir situaciones que ocurrieron en un momento pasado, tal y
como si fueran magos.
Alrededor de los tres años, el niño tiende a imaginar, fantasear y fingir situaciones o personas que pueden ser o no
reales, (por ejemplo: la muñeca habla o llora, el coche tiene motor y sonido, un pedazo de escoba es un caballo,
las corcholatas pueden ser llantas, etc).
Los símbolos permiten a los niños “traer” ciertos elementos de la realidad, para charlar con ellos cara a cara,
poniendo sus propias condiciones y en su propio terreno.
Una de la maravillosas funciones que cumple el juego simbólico, es la de revivir situaciones pasadas, pero bajo
nuevas condiciones, bajo nuevas circunstancias imaginarias (ejemplo; si una niña tiene una experiencia “extraña”,
que le produjo dolor o incertidumbre, como podría ser, el haber recibido una vacuna inyectada, puede jugar al
doctor “hacer como si vacunara a su muñeco”, revirtiendo en el juego la condición de impotencia que sintió en la
vida real).
La capacidad de realizar el juego simbólico, marca todo un logro en la vida de las niñas y los niños pequeños y les
da acceso a un mundo maravilloso, en el que se convierten al mismo tiempo en guionistas y protagonistas de su
propia historia.
C) JUEGO SOCIAL
Alrededor de los 4 años aparece el respeto por las reglas, favoreciendo en el niño la comunicación y la interacción
grupal, la capacidad de cooperar con otros, etc.
Para jugar con libertad, para elegir su juego, para saber si quieren asociarse con dos o tres compañeros o si prefieren
jugar solos, las niñas y los niños necesitan tener contacto íntimo y delicado consigo mismos y necesitan conocer
sus derechos. Hay niñas y niños que por su propia formación, conocen la libertad y pueden elegir, en cambio, hay
otros a los que hay que preguntarles con frecuencia qué quieren, qué prefieren, con quién o quiénes desean jugar;
para que poco a poco, sientan dentro de sí la seguridad de qué preferir, escoger o desear.
La sesión de cantos y juegos son una serie de actividades secuenciadas que permiten al niño desarrollar su
percepción auditiva, nociones espacio-temporales, coordinación del esquema corporal, mayor sensibilidad,
lenguaje, cooperación e integración grupal, lo cual lleva a un proceso de socialización.
Cada sesión tiene una duración aproximada de 20 a 30 minutos y consiste en una entrada, organización del grupo
a través de una ronda, un canto a elección de los niños, un canto nuevo, un ritmo, un juego, actividad de relajación
y salida.
Entrada:
En esta actividad el responsable del grupo y los niños elegirán cómo les gustaría entrar al espacio en donde se
realizará la actividad, éste puede ser dentro del mismo salón o un espacio determinado.
Ejemplo: Pueden simular un tren, camión, avión, etc., para llegar al lugar en donde se desarrollará la actividad, de
acuerdo a su rutina de trabajo
Organización del grupo:
Una vez que se ha realizado la entrada, se formará un círculo con los niños entonando una ronda, con el fin de que
los pequeños observen e imiten todos los movimientos que el responsable del grupo realiza.
Saludo:
Con esta actividad los niños reforzarán los hábitos de cortesía entonando un canto exclusivamente para saludo.
Canto nuevo:
El responsable del grupo entonará un canto relacionado con las actividades del día, posteriormente los niños lo
repetirán por párrafos, hasta entonar el canto completo.
Ritmo:
El ritmo se llevará de acuerdo al canto anterior, con palmadas, instrumentos, movimientos corporales, etc.
Juego
Esta actividad se puede realizar con juegos organizados o tradicionales.
Relajación
Esta actividad se realiza para que los niños descansen de todas las actividades anteriores y se puede llevar a cabo
con los ojos cerrados, acostados en el piso, con música tranquila o con un arrullo que entone la responsable, etc.
Sirve para propiciar el desarrollo de un vocabulario rico y la capacidad de escuchar a las niñas y a los niños, así como
fortalecer el respeto mutuo.
Salida
En esta actividad el responsable del grupo y los niños elegirán cómo les gustaría salir del espacio en donde
realizaron la actividad.
Ejemplo: Pueden simular al igual que la entrada, un tren, camión, avión, etc., para dar por terminada la sesión.
A continuación se describe un ejemplo de una sesión completa de ritmos, cantos y juegos:
ENTRADA: “caracolito”
La psicomotricidad se refiere al control de movimientos y desarrollo sensorial. Desde sus primeros días de vida las
niñas y los niños van logrando conquistas importantes para su total desarrollo. La ejercitación de la psicomotricidad
constituye uno de los aspectos más importantes en la evolución integral del niño. A medida que las niñas y los
niños empiezan a desplazarse y entran en mayor contacto con el ambiente, van adquiriendo habilidades que les
permiten desarrollar destrezas con mayor grado de dificultad.
• Coordinación motora gruesa.- Capacidad que tienen las niñas y los niños para mover y controlar las
partes grandes del cuerpo, como tronco, brazos, piernas y cabeza. Favorece el proceso del desarrollo motor
y el equilibrio del cuerpo (sostener la cabeza, ponerse boca abajo, levantar las manos y los pies, saltar,
caminar, brincar, seguir una línea, etc.)
• Coordinación motora fina.- Capacidad que tenemos para hacer movimientos musculares cortos y precisos
con los dedos de las manos y los pies; al controlar estos movimientos podemos dibujar, escribir, modelar,
tomar un objeto, ensartar, pintar, estrujar, etc., con esto se favorece la coordinación viso-motora.
Con las actividades de literatura infantil, se estimula el área psicomotora a través de las actividades de expresión
corporal, gestual y mímica; también se favorece la correcta respiración y relajación, se mejora la pronunciación,
entonación del habla, y se permite el desarrollo de las coordinaciones motoras gruesas y finas.
Con este fin el responsable de grupo invitará a las niñas y los niños a que conozcan y utilicen su cuerpo, descubran
todos los movimientos que pueden realizar, los sonidos que pueden emitir, (ecos corporales, sus acciones y la de
sus compañeros), comuniquen pensamientos, emociones, sentimientos y estados de ánimo con diferentes tipos
de lenguaje.
• EXPRESIÓN CORPORAL
La expresión corporal es una disciplina que contribuye a que el niño tome conciencia de sí mismo y del mundo que
lo rodea, utilizando para ello su cuerpo como punto de partida.
Utiliza fundamentalmente el movimiento con fines educativos, con el propósito de conseguir la disponibilidad
corporal necesaria para realizar cualquier tipo de actividades como pueden ser: escolares, artísticas, recreativas,
deportivas, etc., es decir, favorece el desarrollo integral del niño por medio de acciones motrices, que lo llevan a
experimentar con su cuerpo diversas actividades al utilizar un tiempo y un espacio, en donde integra los diversos
fenómenos afectivos, sociales y los procesos cognitivos consecuentes.
La finalidad de la expresión corporal, es lograr en las niñas y los niños el conocimiento y manejo de su esquema
corporal, permitiéndoles adquirir seguridad en sí mismos, la expresión de sus emociones a través del movimiento
y la comunicación abierta dentro del grupo.
En esta nueva experiencia, se ofrece un instrumento como es “el uso del cuerpo”, el cual activa los procesos
del conocimiento, por tanto, la música, la construcción de objetos y el conocimiento de los cuentos no son tan
solo puntos de partida, sino también de llegada, que el agente educativo proyecte a través de la manipulación y
sensibilización.
Para realizar esta actividad es importante el trabajo libre y espontáneo de movimientos corporales, la imaginación,
atención y participación activa de cada uno de los menores, así como el respeto mutuo.
Su tiempo de duración es de 45 minutos; a continuación se describe el orden en el que se puede dar. Los distintos
momentos de la sesión pueden llevarse a cabo en un orden diferente, según las necesidades del grupo.
1. Entrada: Todos los niños deben quitarse los zapatos y acomodarlos en el lugar indicado de preferencia afuera
del salón. El hecho de entrar al salón descalzos (esto va a depender del clima y de las condiciones del aula) y listos
para empezar, pone al niño en contacto consigo mismo y en la disposición requerida para la clase de expresión
corporal.
2. Preparación: Proporcione a las niñas y a los niños diversos materiales como: aros, listones, mascadas, pelotas,
etc., Acompáñelo con música tranquila y déjelos durante 15 minutos para que los manipulen de forma espontánea.
La función del responsable del grupo en este lapso de tiempo es, observar y detectar lo que va ocurriendo en el
grupo y en cada niño en particular, quién juega, con quién, como se comunican, y que sentimientos despiertan los
materiales en cada niño y en el grupo; si los materiales no responden a los intereses de los niños puede cambiarlos
por otros.
3. Organización del grupo: En parejas o equipos, indique a los menores arrojar la pelota dentro de una rueda
formada por ellos mismos, en forma imaginaria, simular estar en una resbaladilla o columpio y con el cuerpo
realizar los movimientos, etc.
4.- Juego: Los juegos deben ser ideados por las niñas y los niños o sugeridos por el responsable de grupo, pueden
incluirse juegos tradicionales como rondas o canciones infantiles.
5.- Descanso: Esta actividad se realiza para que los niños descansen de todas las actividades anteriores y se puede
llevar a cabo con los ojos cerrados, acostados en el piso, con música tranquila o con un arrullo que entone la
responsable, etc.
6.- Puesta en común: Al terminar el descanso nos sentamos en círculo y manifestamos la experiencia vivida en
la sesión o cualquier otra inquietud. Sirve para propiciar el desarrollo de un vocabulario rico y la capacidad de
escuchar a las niñas y los niños, así como fortalecer el respeto mutuo.
7.- Despedida: Al terminar la puesta en común nos despedimos, salimos del salón dejando el material en orden,
nos calzamos los zapatos y damos por terminada la sesión.
A continuación se describe un ejemplo de una sesión completa de expresión corporal con música:
Nota: la música que elija el agente educativo deberá ir de acuerdo a cada uno de las acciones descritas, se sugiere
sea ésta, música instrumental o tranquila.
V. CR E AT I V I D A D
El niño desde que está en el mundo, se encuentra en situación de aprender y de conocer; entre los objetos y
los acontecimientos, ve lo que le interesa y retiene lo que se inserta en su experiencia y que responde a sus
necesidades; dejar al niño elegir sin exigencias y sin privarlo de nuevas experiencias, le permite descubrir su mundo
exterior, por lo que requiere de una variedad de materiales para que los modifique, transforme, experimente, etc.,
si estos instrumentos no son útiles limita a los pequeños y el deseo de crear se evapora; a veces los objetos más
humildes son los más atractivos para él.
Para que el niño libere su mundo interior y utilice los modos de expresión de los cuales dispone, como el gesto, la
mímica, el lenguaje hablado, la expresión plástica, corporal o musical, es necesario que se respete su espontaneidad
y que se le muestre atención para evitar bloqueos en su expresión y en consecuencia del pensamiento.
El niño que organiza un juego, que construye una cabaña con varitas, que modela un conejo y además produce
su sonido y toma la posición corporal o narra una historia sin copiarla, aplica espontáneamente el proceso natural
de todo proceso creador.
Para llegar a este proceso, el niño no parte de la nada; sino de una serie de estímulos que ha recibido a través de
ver y palpar los objetos, de sentir su forma, tamaño y temperatura; así también la creatividad como se dijo antes,
es expresión, en el niño, se presenta a través del dibujo, la danza, el canto, los géneros literarios, etc. Por lo que es
importante respetar y fomentar que los niños:
• Manipulen objetos
• Animarlos para que hagan descubrimientos
• Tomar en cuenta sus ideas
• Respetar sus preguntas y
• Que desarrollen su fantasía
Si la creatividad del niño la observamos como “un proceso creativo” mediante el cual vive, siente, cambia y
renueva su medio natural, social y cultural, tendremos niños seguros, autónomos y creadores.
Los temas de juego, psicomotricidad y creatividad son herramientas fundamentales para el desarrollo de los
diferentes géneros literarios.
VI. GÉ N E R O S L I T E R A R I O S
Cuando el hombre empleó la palabra, no sólo para comunicarse o informar a sus semejantes, sino para crear y
embellecer relatos, mitos y leyendas o expresar íntimas emociones a través de la poesía, nació la literatura.
La literatura infantil es una rama relativamente nueva en el proceso del desarrollo del arte literario, su origen
se remonta aproximadamente a tres siglos atrás, en el momento en que el adulto deja de ver al niño como una
reproducción incompleta de sí mismo y advierte que posee características propias. Por tanto la literatura forma
parte de la existencia del ser humano desde temprana edad.
Es uno de los elementos socializantes significativos, pues a través de ella el niño hereda los aspectos histórico-
culturales de su grupo. El juego tiene una estrecha relación con los procesos del desarrollo del niño y de acuerdo
a sus necesidades psicosociales lo practica, acompañado a esos juegos, se encuentran manifestaciones literarias
populares que el niño aprende espontánea y gratamente de los adultos y niños mayores.
En la edad temprana la expresión literaria ocupa un espacio importante, ya que se le ha otorgado un lugar
significativo en la formación de los niños, porque desarrolla en éstos la capacidad de expresar sus pensamientos
y emociones.
Dentro de la literatura infantil existen tres vertientes: una creada por los adultos para los niños, la escrita para
adultos y que llega a los niños y la creada por los propios niños, estas vertientes desarrollan una función pedagógica
que propicia la formación de valores artísticos y culturales. Así mismo el desarrollo de la creatividad es un proceso
que logra el individuo gradualmente a través del contacto con las diferentes manifestaciones del arte y la cultura
de su comunidad.
Tal es el caso de la lírica infantil tradicional que el niño escucha desde las primeras semanas de vida, cuando los
adultos lo acunan con “arrullos” para adormecerlo, cuando al ritmo de las “Nanas”, se inician sus primeros juegos
motores y posteriormente, cuando aprende rondas, adivinanzas y demás juegos rimados que constituyen las
distracciones placenteras de la infancia.
A) JUEGOS DIGITALES
CONCEPTO:
Son pequeñas composiciones en las que la palabra se asocia al movimiento de los dedos. Su práctica constituye un
juego, por cuyo medio las niñas y los niños realizan movimientos de coordinación fina que favorecen su desarrollo,
a la vez que identifican partes de su mano. Satisfacen además, sus necesidades lúdicas (juego), glósicas (primeras
sílabas que el niño menciona como ta, pa, ma, etc.) y motoras (movimientos). Es importante su manejo, porque
a través de estos juegos, establece relaciones afectivas con el adulto, las que repercuten en una mayor seguridad
en sí mismo y estimulan su imaginación, proporcionándoles gratos momentos.
Los juegos digitales se realizan desde el hogar en edad temprana, en los centros educativos se retoman por su
riqueza y por sus cualidades recreativas y por ser una forma de vincular la escuela con la tradición mexicana.
Los juegos digitales ayudan a atraer la atención de los menores en cualquier momento del día, ya sea cuando se
encuentran distraídos, antes de comentar alguna actividad o cansados, en el caso de los más pequeños se realizan
como una actividad de estimulación.
RECOMENDACIONES
Son los cantos que entona el adulto para adormecer o tranquilizar a los niños, se les nombra canciones de cuna y
obedece a un ritmo que el pequeño percibe con agrado y que lo transporta a un sueño “placentero”, el arrullo como
recurso literario puede tener dos formas de realización:
A) Arrullos para ser escuchados por los niños en momentos de descanso o antes de la siesta.
RECOMENDACIONES:
Son los cantos una forma agradable para el manejo de la lengua, ya que el niño vive y se emociona con ellos;
desarrollan la espontaneidad y la capacidad para escuchar, estimulan la memoria de sonidos y conceptos, despiertan
el gusto por el lenguaje y la música, permiten manejar emociones y sensaciones desde el punto de vista físico.
Educan al niño para respirar adecuadamente, desarrollan su capacidad auditiva y controlan su tono de voz. En el
aspecto emotivo, le permiten integrarse a un grupo y le dan seguridad en sí mismo.
RECOMENDACIONES:
• El docente entonará el canto, con acompañamiento musical si cuenta con este recurso.
• El niño repetirá una o dos cuartetos.
• Puede utilizar las partes del cuerpo para enseñar los cantos.
• Realizar movimientos si es necesario.
• Puede acompañar el canto con instrumentos musicales.
• Proponer a los niños realizar el canto con mímica ya memorizado.
• Los cantos pueden realizarse dentro y fuera del salón de clases.
CANTOS PARA NIÑOS DE 2 A 3 AÑOS
Con harina el panadero Que dice la luz verde Cuando yo voy a la casa de Peña
la masa va a amasar que te dice al caminar con la patita le hago la seña
hace bien, hace mal sigue tu camino cuando yo voy a la casa de Juan
hace pan, hace pan, hace pan ahora si puedes pasar con la manita toco el zaguán
cuando yo voy a la casa de Chón
Hace panes chiquititos Que te dice la luz roja muchos besitos le mando yo.
y rosquitas redonditas que te dice al caminar
que las comen, que las comen ya no sigas tu camino
las niñitas bien bonitas que ya no puedes pasar FLORECITA
Con la luz roja hay que esperar
con la verde caminar Florecita ven aquí
EL PECECITO con la roja hay que esperar, esperar, ven aquí pronto a bailar
esperar tus hojitas me dirán
Pececito de lindos colores con la verde caminar como te llaman en el jardín
que embellecen las aguas del mar
corre alegre, que nadie te coja
que es muy lindo tener libertad EN EL AGUA CLARA
INVIERNO
En el agua clara
EL SAPO que brota en la fuente La mañana está envuelta en
un lindo pescado neblina
Mi amigo el sapito salta de repente. sopla el viento, hace frío
salió de su charco Lindo pececito y en el cielo escondido
contento se fue no quieres venir el sol se ha dormido
saltando en el pasto a jugar con mi aro el sol se ha dormido
(se repite) vamos al jardín. Yo quisiera quedarme
Mi mamá me ha dicho: en mi cama
Se encuentra a un grillo, no salgas de aquí, calientito a dormir
lo quiere coger, porque si te sales Para no levantarme temprano
pero él no se deja, te vas a morir. y llegar tiritando al jardín
brinca y se va a esconder,
se esconde en las hojas
del verde maizal ESQUEMA CORPORAL LA MAQUINITA
hasta que el sapo
se vuelve a su hogar Estas son mis manos Corre, corre maquinita
estos son mis pies Corre, corre sin cesar
¿dónde mi cabeza? en la casa mamacita
Aquí donde ves. ya nos quiere ver llegar
La, la, la, la, la... al regreso del jardín
un besito me dará
corre, corre maquinita
corre, corre sin cesar
LA MUÑECA LA TAMALERA LO QUE DICE EL SOL
Qué te dice la luz verde Qué linda la lluvia Gracias amiguita vaca
qué te dice al caminar que todo refresca, por la leche que nos das, por la
sigue, sigue tu camino que baña los campos buena mantequilla
ahora si puedes pasar. que corre en la cuesta, que comemos con el pan,
Qué te dice la luz roja que forma charquitos por la carne y por los peines
qué te dice al caminar que limpia las casas, y por otras cosas más, con que
ya no sigas tu camino y da por las noches, siempre nos regalas
que ya no puedes pasar. gentil serenata. buena vaca del corral.
Con la luz roja hay que esperar
con la verde caminar
con la roja hay que esperar, esperar, LA MOSCA
esperar LA VAQUITA
con la verde caminar Una mosca anda volando
y ya llega a tu lugar, La vaquita muge
no la dejes que se acerque dichosa y contenta
EN EL AGUA CLARA porque te puede enfermar. se ha pasado un día
No la dejes en tu leche, alegre y feliz.
En el agua clara no la dejes en tu pan, Estuvo en el prado
que brota en la fuente si te pica te hace daño, se comió sus yerbas,
un lindo pescado y ya no podrás jugar. retozó un buen rato
salta de repente. y ahora... a dormir.
Lindo pececito
no quieres venir LA RATA PLANCHADORA
a jugar con mi aro LAS ARDILLITAS
vamos al jardín. Una rata vieja
Mi mamá me ha dicho: que era planchadora Ya te estoy mirando
no salgas de aquí, por planchar su falda ardillita, ardillita
porque si te sales se quemó la cola ya te estoy mirando
te vas a morir. y a cogerte voy
Se puso pomada, si quiere cogerme
FLORECITA se amarró un trapito
corre, corre, corre, corre
y a la pobre rata
porque no es tan fácil
le quedó un rabito
Florecita ven aquí poderme alcanzar
ven aquí pronto a bailar
Lero, lero, lero
tus hojitas me dirán
lero, lero, lá
como te llaman en el jardín
esta ratoncita
no sabe planchar.
LOS OFICIOS pues tu duro capullo MARIPOSAS Y FLORES
te queremos remojar.
El trabajo que tenemos Semillita, semillita Soy una mariposita
vamos todos a mostrar, te venimos a sembrar que tiene muchos colores
pase al centro un carpintero en plantita muy hermosa y parezco un arco iris
y su oficio enseñará. convertida quedarás cuando vuelo entre las flores
Florecita, florecita,
El trabajo que tenemos yo me siento muy contenta
vamos todos a mostrar, MAÑANITA me gusta tu compañía
pase al centro un zapatero por eso vuelo hacia tí.
y su oficio enseñará. Ya el sol brilla en el oriente Si me quieres como dices
con dorados resplandores no te vayas a otro prado
El trabajo que tenemos y los pájaros cantores
vamos todos a mostrar, ya empezaron a cantar. Soy un grillo cantador
pase al centro un panadero Ya la fresca mañanita no te vayas a enojar
y su oficio enseñará. se despierta alborozada pues te vengo yo a cantar
(Los niños imitarán los y la gente amodorrada, al balcón.
Cuando duermes aquí estoy
movimientos en el trabajo se comienza a levantar.
serenata yo te doy
del oficio mencionado) Todo es charla y parlería
y te arrulla mi canción
todo es dicha y todo amor
a tí nada más.
son las voces mañaneras
Y te llaman bella flor
que ya esparcen su rumor.
y no hay otra como tú
LOS POLLITOS a quien pueda dedicar
mi canción
Los pollitos dicen Eres Flor de este Jardín
pio, pio, pio yo te arrullaré
cuando tienen hambre con toda mi voz, cantaré
cuando tienen frío cri, cri, cri, cri, cri (se repite).
La gallina busca
el maíz y el trigo
les da la comida
y les presta abrigo
bajo sus dos alas
acurrucaditos
hasta el otro día
duermen los pollitos
LOS SEMBRADORES
Semillita, semillita
te venimos a sembrar
semillita, semillita
que muy pronto crecerás.
Semillita, semillita
te venimos a regar
RONDA DEL LEON SALUDO CORPORAL YA LLUEVE, YA LLUEVE
Son composiciones que establecen un ritmo de acentuación y por ello habilitan al niño, especialmente en el ritmo
del lenguaje, desarrollan su atención, su memoria y despiertan su imaginación.
Las rimas se realizan con la finalidad de enriquecer el vocabulario de los niños, amplían sus conocimientos, ya que
se les presenta una gran variedad de palabras. Se llevan a cabo en el transcurso del día para atraer la atención de
los niños o para dar cambio de una actividad a otra.
RECOMENDACIONES:
• Es conveniente que la responsable del grupo memorice las rimas antes de repetirlas al grupo.
• Decir la rima para que el niño escuche.
• Motivar a las niñas a repetir la rima y así memorizarla.
• Explicar las palabras que el niño no entienda.
• Debe tomarse en cuenta que la intención, no es memorizar la rima en un tiempo determinado, porque
se pierde el gusto por aprenderla.
RIMAS PARA NIÑOS DE 45 DÍAS A 6 AÑOS
CUIDADO EL CARACOL
ÁRBOLES
Aunque veas un manantial,
de agua limpia y transparente, El caracol
Muchos arbolitos en él no debes beber, va caminando
tienen que sembrar, porque eso es ser imprudente. su cabecita
todos los que vivan la va estirando.
en esta ciudad. Bebe solamente el agua
que sepas bien que es muy pura;
beber del río o de la fuente,
Para que esté fresca siempre será una locura.
se vea muy hermosa, EL CONEJITO
y sea siempre rica,
fuerte y generosa. CUIDADO CON LAS MOSCAS Quiero una lechuga
quiero un rabanito
COCOROCÓ Cuídate de las moscas, quiero más verdura
no las dejes entrar;
dijo un conejito.
llevan muchos microbios
La gallinita cacareando EL ESCONDITE
y puedes enfermar.
en su pozo se cayó
¡Cocorocó, co, có; ¿Sabes qué haré?
me esconderé
cocorocó, co, có! CUIDA LOS ÁRBOLES y desde ahí
te miraré.
Yo no siento la gallina Nunca con mano inconsciente
ni el dinero que costó, el árbol lastimarás;
¡Cocorocó, co, có; el árbol nos da su sombra, EL HOGAR
cocorocó, co, có! nos da techo y nos da hogar.
Qué bonita está mi casa,
limpiecita y arreglada;
Sólo siento los pollitos, Por él la lluvia bendita parece un ramo de flores,
que, como son chiquititos, las milpas hece crecer; por lo fresca y por lo aseada.
¡Cocorocó, co, có; por él hay frescura, sombra,
cocorocó, co, có! dicha, bienestar y placer. Todos nos queremos mucho
Anónimo (España) en nuestro querido hogar,
donde reina la alegría
y una gran felicidad.
EL NIDITO LA ARAÑA LA NOCHE
EL PAPALOTE LA SALUD
LA CASA DE PEÑA
Con mi papalote La salud es el don
al campo me voy más preciados,
y gozo las tardes Cuando voy a la casa de Peña que en la vida
radiantes de sol. con la patita le hago una seña. se puede encontrar.
Cuando voy a la casa de Juan, Y cuidar la salud
con la patita toco el zaguán. bien, debemos,
si sanos y alegres
EL RATONCITO queremos estar.
Es un agente revelador de la vida, es una forma de comunicación, un medio de transmitir ideas y pensamientos.
Conduce a los niños a reconocer al mundo en que se mueve y le da la oportunidad de enlazar su fantasía con los
estímulos reales que le rodean.
El cuento tradicional tiene una estructura formada por tres elementos: planteamiento, nudo o conflicto y desenlace;
su aplicación didáctica depende mucho de la creatividad de la responsable de grupo, se sugieren las siguientes
formas:
Planteamiento: que los niños determinen el lugar donde viven los personajes y cuándo se realiza la historia.
Nudo o conflicto.- los niños deciden lo que les pasa a los personajes durante el relato.
Desenlace.- invitar a los niños a decidir de qué manera solucionan los personajes el conflicto o conflictos que
tuvieron.
RECOMENDACIONES:
• Seleccionar el cuento de acuerdo al tema que se esté manejando y al nivel de madurez de los niños.
• Ser leído por la responsable antes de narrarlo.
• Acomodo del mobiliario en forma apropiada, para que los niños capten la voz y los movimientos de la
responsable del grupo, la cual debe de hacerlo con sencillez, entusiasmo y emotividad.
• Invitar a los niños a que narren el cuento después de escucharlo, sin exigirles un relato fiel o cuando se
llegue al nudo o conflicto suspender la narración e invitarlos a concluir y crear el desenlace.
• Invitar a los niños a elegir el cuento que quieran narrar.
• Las niñas y los niños determinarán la forma en que se llevará a cabo la narración y qué apoyos serán
utilizados (Libros, láminas, muñecos, etc.).
• Invitar a los niños a escoger los personajes que quieran que intervengan en el cuento.
CUENTOS PARA NIÑOS DE 2 Y 3 AÑOS
Hace mucho tiempo, en un país lejano, vivía con su madre un niño, llamado Aladino. Un día, mientras jugaba en
la calle, se le acercó un señor muy raro con unas largas barbas.
-¿Eres tú, Aladino? - le preguntó el hombre, que era un mago.
-Sí soy yo. ¿Por qué me lo pregunta? - contestó Aladino.
- He oído decir que eres muy valiente y quiero hacerte muy rico, si me ayudas - le dijo el mago.
Como Aladino deseaba salir de la pobreza se marchó con aquel hombre tan extraño.
Al día siguiente llegaron a un valle escondido donde el mago pronunció unas palabras muy raras y la tierra
comenzó a temblar.
Se abrió la entrada muy estrecha de una gruta por la que sólo podía entrar el muchacho.
- ¡Busca una lámpara y sal enseguida! - le gritó el mago.
Pero Aladino encontró un gran salón con tesoros y riquezas.
Y comenzó a guardarse joyas y más joyas sin hacer caso al mago.
Al cabo de muy poco se cerró la entrada.
Entonces Aladino se dio cuenta de que lo más importante de este mundo no son las riquezas, sino estar en casa
en compañía de su mamá.
Triste por lo que pasaba, frotó sin querer la lámpara que ya tenía en sus manos. De repente todo se llenó de humo
y apareció un geniecillo.
-¿Qué es lo que desea mi amo y señor? Todos sus deseos serán cumplidos - dijo el genio de la lámpara.
Me gustaría estar en casa con mi mamá - pidió Aladino.
No había acabado de decir estas palabras cuando ya se encontraba en su habitación.
Pasaron los años y un día Aladino vio a la hija del emperador y se enamoró de ella.
Fue a pedir su mano a palacio.
- Si quieres casarte con mi hija, tendrás que traerle mil fuentes que manen oro y diamante. Además quinientos
caballos blancos y doscientos cincuenta elefantes ricamente adornados. Además quiero un gran palacio - le pidió
el rey, creyendo que no podía darle todo eso.
Pero aquella noche frotó la lámpara maravillosa y el genio concedió a Aladino todo lo que le había pedido. Gracias
a eso se casó con la princesa.
Cierto día el malvado mago pasó frente a la casa cuando la princesa se encontraba mirando por la ventana.
- Perdóname, ¡oh señora!, soy un humilde chatarrero que vende objetos viejos. ¿No tenéis algo que podáis darme?
- dijo el mago.
La princesa, que no sabía las maravillas de la lámpara, se la regaló.
Entonces el mago la frotó y ordenó al genio que los llevara lejos a él y a la princesa.
Al enterarse de lo ocurrido, Aladino se puso su mejor armadura y fue al castillo del mago a liberar a su amada y
castigar al mago.
Alicia y su gato paseaban una tarde por el jardín. Alicia pensaba lo bonito que sería que los animales pudieran
hablar e imaginando las cosas que dirían, se quedó dormida. En ese instante vio un conejo blanco con un enorme
reloj que corría muy de prisa.
-¡Llego tarde!, ¡llego tarde! - decía una y otra vez el conejo.
Alicia lo siguió hasta el hueco de una madriguera.
No se atrevía a entrar en ella, pero finalmente lo hizo.
La niña comenzó a bajar por aquel oscuro agujero, hasta que llegó a una habitación redonda y vio como el Conejo
Blanco desaparecía por una diminuta puerta, por la que ya no cabía la niña.
Mirando por la habitación, descubrió una mesa en la que había una botellita y unas galletas.
Alicia comió una de las galletas y entonces empezó a crecer.
Asustada, se puso a llorar y llorar, y por eso la habitación se fue llenando de agua.
Agarró el frasquito y se lo bebió todo. Entonces comenzó hacerse pequeñita, pequeñita, tanto que el río de
lágrimas la arrastró por la cerradura de la pequeña puerta hasta un extraño jardín.
En ese momento vio como el Conejo Blanco entraba en una casa y ella también lo hizo. Subió unas escaleras y allí
encontró una mesa con unas galletas que tenían un cartel que decían: Cómeme.
Alicia, que todavía tenía un tamaño diminuto, se las comió y empezó a crecer nuevamente. Creció tanto que tuvo
que sacar las piernas por las ventanas.
Pero cerca habían unas zanahorias y, al comerse una, volvió a ser una niña como todas.
Decidió entonces visitar el país de las Maravillas. Conoció a una oruga que le mostró un hongo que podía hacerla
crecer o encoger.
Siguió caminando por ese extraño país, hasta que encontró una pareja muy rara que celebraba una fiesta. La fiesta
de los no-cumpleaños.
La invitaron a tomar pastel y, cuando iba a comerlo, estalló llenándola de merengue. Enfadada por las risotadas de
los dos, se marchó corriendo. Llegó a un lugar donde, sobre un árbol, había un gato con una enorme sonrisa. Era
el gato de los Deseos.
El gato le dijo que, si quería saber el camino de regreso a casa, tendría que preguntarle a la reina. Entonces, en el
mismo árbol donde estaba el sonriente animal, se abrió una puerta que conducía a unos inmensos jardines.
Unos naipes pintaban de rojo unas rosas blancas. Había plantado un rosal blanco en lugar de uno colorado y si la
reina los descubría les castigaría.
De pronto, apareció de nuevo el Conejo Blanco. Tocó una trompeta y anunció que llegaba la Reina de Corazones.
La reina, que era gorda y antipática, hizo que Alicia jugara con ella una partida al criquet. Cuando le tocaba el
turno a la niña, todos hacían trampa para que así ganara la reina. Al final, la reina ordenó que la hicieran prisionera.
Pero Alicia se comió los pedazos de hongo que había guardado. Al momento comenzó a crecer, pero luego se hizo
pequeñita.
La reina estaba furiosa y todo el ejército de naipes se lanzó sobre Alicia. Entonces sintió que una mano le tocaba
varias veces su hombro. Era su hermana mayor que trataba de despertarla, pues... todo había sido un sueño.
Un sueño con muchas aventuras.
BLACA NIEVES Y LOS SIETE ENANITOS
Cuentan que hace mucho tiempo, en un lejano lugar, nació una princesita muy linda. Tenía la cara tan blanca como
la nieve y por eso todos la llamaban Blancanieves. Pero su madrastra, que era bruja, sólo se preocupaba por ser la
más bella del reino.
Con el paso de los años, la princesita se hizo una linda doncella. Tan bella era que la malvada madrastra le tenía
una envidia terrible. Por eso preguntaba cada día a su espejo mágico:
- Espejito, espejito, ¿quién es la dama más bella de este reino?
- decía la reina.
- La más hermosa de las damas de este reino es Blancanieves
- contestaba el espejo mágico.
La reina se puso furiosísima contra la joven princesita. Al enterarse, Blancanieves huyó rápidamente del castillo
en dirección al bosque.
Poco a poco se hizo la noche. Blancanieves comenzó a tener miedo de los muchos ruidos que había y de las
sombras de los árboles en la oscuridad.
A lo lejos vio las luces de una casita muy, muy pequeña. Se encaminó hacia ella y entró. Allá adentro era muy
chiquitito: la mesa, las sillas, las lámparas. Rendida de sueño, subió al dormitorio y se tumbó sobre las sietes
camitas que allí encontró.
Poco rato después, llegaron siete hombres pequeñitos. Eran muy lindos y tenían largas barbas blancas.
- ¡Venid, mirad lo que hay sobre nuestras camas! - gritó uno que tenía las orejas muy grandes.
- ¿Qué será? ¿Un gigante? - dijo un enanito de ojos caídos.
- No digas tontadas. ¡No ves que es una niña! - explicó uno que era más anciano y llevaba unos grandes anteojos.
Con tanto ruido, Blancanieves, terminó por despertarse. Al principio los enanitos se escondieron, pero luego se
fueron acercando poco a poco. La princesita les contó su triste historia y ellos le pidieron que se quedara.
Blancanieves se sentía muy feliz viviendo con los enanitos. Cuidaba la casa mientras ellos trabajaban en su mina
de diamantes. Todo era alegría.
Pero la bruja, gracias a su espejo mágico, averiguó el lugar donde se hallaba la princesa. Preparó una bebida especial
y envenenó con ella una manzana. Se disfrazó de vendedora de fruta y se encaminó a casa de los enanitos.
Aquella mañana Blancanieves se encontraba sola. Estaba limpiando los cristales de la ventana cuando vio llegar a
una anciana vendedora de fruta.
- Como eres tan hacendosa y tan bonita, te regalo esta hermosa manzana - le dijo la viejecita, que era la reina
disfrazada.
Blancanieves la recibió muy contenta, pero nada más morderla cayó en un profundo sueño.
Cuando llegaron los enanitos se pusieron muy tristes, porque creían que estaba muerta. Hicieron una hermosa
urna de cristal y la pusieron en un claro del bosque. Allí le llevaban cada mañana lindas flores.
Un día pasó por aquel lugar un apuesto príncipe azul que se enamoró de la dormida princesa.
Se acercó a ella y la besó. Entonces Blancanieves abrió los ojos.
El amor del príncipe era más fuerte que la envidia de la bruja.
Blancanieves y el príncipe azul se casaron y tuvieron la amistad de los siete enanitos por siempre.
La bruja, abandonada por todos, tuvo que aprender esta lección:
A media mañana hacía calor y la gallina salió del gallinero al corral a tomar el fresco. Allí estaba la alondra que había
bajado a beber agua en la fuente. La gallina la saludó diciendo:
-Vine a cantar. Allá adentro hace calor, ¿sabes? y prefiero cantar al aire libre.
-Canta pues, respondió la alondra. -Te escucharé con gusto.
La gallina cacareó un largísimo Cloc-cloc-cloc-cloc-... y se detuvo a tomar resuello. La alondra preguntó entonces
al pato:
-¿Tú sabes cantar, pato?
-Sí; creo que soy un buen barítono. ¡Óyeme! le dijo el pato, entonando a renglón seguido el Cuac-cuac-cuac-cuac,
de todos los patos.
-¿Y tú cantas guajolote?
Preguntó la gentil alondra cortésmente al más grande de los animales del corral. El respondió sinceramente,
humilde y conocedor:
-No, no, no; nosotros los que vivimos aquí en el corral, tan sólo hacemos ruidos diversos, con los que nos llamamos,
pero no cantamos. Tú que eres pájaro canoro, cantas alondra. Todos sabemos de tu alegre y fina canción matinal.
¡Canta, pues, alondrita!
-Con mucho gusto, dijo ella.
Y posada al borde de la fuentecilla cantó para todos su alegre y melodiosa canción matinal, con la que saluda al
sol cada día.
-Gracias, gracias, pajarito. Tienes una voz muy bella y eres muy amable.
-Gracias a todos ustedes, mi señora gallina, mis señores pato y guajolote, contestóles la alondra.
-Ahora adiós. Voy a casa a ver a mis hijitos.
-¿Ellos también cantan?
-Todavía no, porque son bebés, respondió la gentil alondra. Pero somos aves canoras y además aprenderán de mí.
Y echó a volar.
CAPERUCITA ROJA
Caperucita era una niña muy alegre y simpática que tenía unos ojos muy grandes y cabellos rizados. Su madre le
había hecho una caperuza colorada para pasear y, por eso la llamaban Caperucita Roja.
Caperucita ayudaba a su madre en todo lo que podía, sobre todo si con ello tenía que salir de la aldea y cruzar el
bosque. Le gustaba ver y oler las flores, oír cómo trinaban los pájaros y cómo croaban las ranas de las charcas.
Una mañana la madre de Caperucita le dio una bonita cesta con comida y regalos y le dijo:
- Caperucita, ve a casa de la abuelita a llevarle todo esto.
Está enferma y necesita que le hagas compañía.
La niña se puso muy contenta, pues le encantaba visitar a su abuela, que vivía al otro lado del bosque.
Dando saltos de alegría, se fue a la casa de su abuelita.
Todo le parecía muy lindo, hasta que se encontró con un animal muy feo y peludo. Era el lobo feroz.
- Niña, ¿qué haces en este bosque?
- le preguntó.
- Voy a casa de mi abuelita, que está enferma y le llevo esta cesta con comida y regalos - contestó Caperucita.
El lobo, que era muy glotón, pensó que podría comer bien y quedarse, además, con los regalos.
- Y, ¿dónde vive tu abuelita? - le preguntó el animal.
- Al otro lado del bosque, donde acaban los árboles - le contestó la inocente Caperucita.
Sin decir más palabras, el lobo salió corriendo. Y corre que te corre, llegó primero a la casa. Se acercó a la puerta y
llamó dando unos golpes con su peluda pata.
-¿Quién es?
- preguntó desde dentro, la abuelita.
- Soy yo, caperucita - contestó el lobo, fingiendo voz de niña.
Cuando la abuelita abrió la puerta, el lobo dio un gran salto sobre ella y se la comió de un solo bocado.
Estaba relamiéndose aún cuando oyó que llegaba Caperucita.
Entonces se metió en la cama disfrazándose de la pobre abuelita.
Cuando Caperucita entró en la casa, vio que tenía una orejas muy largas, un hocico muy negro, una uñas que
parecían garras y unos colmillos muy grandes.
- ¡Oh! abuelita. ¡Qué manos tan grandes tienes!
- exclamó extrañada Caperucita.
- Son para acariciarte mejor - contestó con voz dulce el lobo.
- Abuelita, ¡qué nariz...más grande tienes! dijo la niña.
- Es para olerte mejor - respondió el lobo nervioso, porque no le salía bien la falsa voz.
- Abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes! - siguió asombrada Caperucita.
- Son para oírte mejor, pequeña mía - contestó el lobo.
- Abuelita, ¡qué dientes... qué dientes más grandes tienes!
- tartamudeó la niña, mientras se fijaba en los afilados colmillos.
- ¡Ea, son para comerte mejor! - dijo el lobo.
Y se la comió.
Acertó a pasar en ese instante un cazador, que vio lo que ocurría por la ventana.
Con su escopeta mató al malísimo lobo abriéndole la barriga salvó a Caperucita y a la abuelita.
Las dos le dieron muy contentas las gracias y le invitaron a compartir la comida y los regalos de la cesta.
Caperucita aprendió una gran lección con lo sucedido:
Empezaba un nuevo día. Afuera, el sol claro, dorado, brillaba en el cielo azul, limpiecito, sin una sola nube, terso y
restirado como una pieza de seda en el bastidor de mamá. Los árboles y las plantas relucían de limpios; las flores
acababan de abrir sus corolas blancas, o azules, o rojas, o amarillas, o violetas, en las que no había una basurita,
ni un granito de polvo; la blanca arena de las callecitas del jardín producía chispitas de luz donde la besaba el sol.
¡Qué limpio, qué hermoso estaba todo en esa mañana de abril!
En la casa, el niñito Julio estaba también limpiecito, se acababa de bañar, de peinar y de vestir con su trajecito
blanco.
Tomaba su desayuno en el comedor, junto a la ventana, en una mesita baja. Desde su sillita, y mientras comía,
miraba a sus amigos, con los que pronto saldría a jugar.
Allí estaban en el jardín el gato negro; Dique, su perrito; los patos en el laguito; y el canario en su jaulita, colgada
de una rama baja del peral. Parecían esperarle, y julio les dijo:
-Sí, sí, ya voy para allá. Tengo que darme prisa...
Y en su prisa se olvidó de comer como se debe: pena me da decirte, querido mío, cómo se llevaba a la boca
cucharadas colmadas de avena chorreando crema y azúcar; cómo se las pasaba de golpe, como un animalillo;
cómo tomaba enormes bocados de bizcocho; cubiertas de... su desayuno. ¿Servilleta? No la usó una vez. Acabó
su plato y se levantó para salir.
Su abuelita le recomendó:
-No dejes de lavarte esa cara, Julio. ¡Cómo te has puesto!
Su papá al despedirse, lo besó en la frente, único sitio posible en esa carita cubierta de avena, crema y azúcar.
También su mamá, que estaba bañando al bebé le advirtió:
-Hijo, tienes que asearte otra vez. ¡Cómo te has puesto la corbata y la blusa limpiecitas!
-Sí, sí, sí, un momento, mamá, contestó atropelladamente a tiempo de que salía corriendo para el jardín llamando
a sus amigos a jugar con él.
Pero todos se portaron, ¡cosa extraña!, como si no fuesen conocidos suyos.
El gato se puso a lavarse la cara, el perrito Duque, corrió al laguito a zambullirse en el agua limpia, el canario
empezó a bañarse en su cazuelita en vez de venir a posarse en el dedito del niño, y los patos, que acostumbraban
acercarse nadando a tomar pan de su mano, esta vez se alejaron y sumergieron el pescuezo en el agua.
Julio, desconcertado y triste, volvió a la casa preguntándose:
-¿Por qué, por qué?
Y se sintió sin amigos, muy solo, muy desgraciado y con muchas ganas de llorar.
En vez de soltar las lágrimas, se dirigió al gato.
-Micho, ¿por qué no quisiste jugar conmigo?
El gato vino, se frotó contra las piernas de su amito y le dijo con naturalidad:
-Porque somos limpios, nenito, ¿no ves?
¿Es cierto, Duque que no estoy limpio como ustedes? dijo Julio.
-Ciertísimo, amito mío, ladró alegremente el perrito.
-¿Quién no se asea después de haber devorado su desayuno?
-¿Era por eso canarito? ¿Por eso te bañabas?
-Sí, nene, contestó el dorado pajarito. Para que vieras que necesitamos del agua para estar presentables.
-¿De modo que ustedes, patitos (habían venido a ver de qué se trataba); también son aseados?
-Ya ves, niño, que sí. Y en cambio tú... dijo la mamá pata.
-¿Yo qué? preguntó Julio sorprendido. Se miró en el vidrio de la ventana y... ¡vio su cara toda cubierta de costras
de avena y de bizcocho, y de crema y de azúcar!
¡Válgame, qué vergüenza le dio mirarse así!
Corrió adentro, a lavarse la cara, el cuello y las manos; a cambiarse de blusa y corbatita, y a saludar así, muy correcto
y presentable, a su mamá y a su abuelita, quienes hacía un rato le habían visto conducirse como un marranillo.
CUANDO EL SOL QUISO JUGAR
-¡Atiza!- El conejo Bugs saltó de la cama-. ¡Mañana es día de mi cumpleaños, y no se lo he recordado a mis amigos!.
Inmediatamente corrió a avisarle a su buen amigo Elmer.
-Buenos días, Bugs -dijo Elmer-. Pasa y espérame un momento, mientras voy a la hortaliza por unos manojos de
perejil. Estoy guisando un cocido de zanahorias.
Bugs se sentó en la cocina. En la mesa había un gran montón de zanahorias. ¡Había zanahorias hasta en el
fregadero!
-¡Mmm! Bugs se relamió-. A Elmer no le importará que me coma una insignificante zanahoria...
Así que... se comió una sola zanahoria. Y después otra. Y...
Grande fue la sorpresa de Elmer cuando, al regresar, no quedaba una sola zanahoria sana y salva. El conejo Bugs
se había ido, dejando un recado sobre la mesa.
El recado decía: Gracias por las zanahorias. No se te olvide que mañana es mi cumpleaños. Tu amigo Bugs.
Elmer se puso furioso.
-¡Ah, conejo comelón! Conque mañana es tu cumpleaños, ¿eh? ¡No te regalaré nada!
Mientras tanto, el conejo Bugs se apresuró a visitar a su amiguita Petunia, la cochinita.
-¡Hola, Bugs! ¿Quieres hacerme el favor de vigilar esta sopa mientras voy a la hortaliza por unas cebollitas?
-¡Con mucho gusto, amiga! -contestó el conejo Bugs.
De pronto, Bugs vio zanahorias por todas partes.
-¡Qué delicia! -pensó-, zanahorias sobre la mesa, en el fregadero y en la sopa...
-Mmm... ¡Supongo que a Petunia no le importará que me coma una insignificante zanahoria...
Y así lo hizo. Y se comió después otra zanahoria. Y otra más... y
Cuando regresó Petunia, no había quedado una sola zanahoria. El conejo Bugs se había ido, dejando un recado
sobre la mesa.
Querida Petunia: Gracias por las zanahorias. No se te olvide que mañana es mi cumpleaños... Tu amigo, el conejo
Bugs.
-¡Qué conejo tan pillo! -exclamó Petunia-. Mañana es su cumpleaños, ¿eh? ¡Me las pagará todas juntas!
Mientras tanto, el conejo Bugs fue corriendo a casa de Porky el cochinito, su tartamudo amiguito, que al verlo, le
dijo:
-Ve-ve-ven a la hortaliza, Bugs. Me-me-me ayudarás a recoger verduras pa-para hacer una ensa-salada.
Pero apenas habían caminado un poco, cuando ¡rin-rin-rin!, sonó el teléfono. Porky corrió a contestar.
El conejo Bugs llegó a la hortaliza y ¿qué vio? ¡Hileras de hermosas zanahorias...
-¡Ah! -se dijo el conejo-. Porky no se enfadará si me como una insignificante zanahoria...
Así que... el conejo Bugs se comió una sola zanahoria... después otra... otra y otra más...
Cuando Porky regresó, casi todas sus zanahorias había desaparecido. Y Bugs también...
Pero había un recado en la mano del espantapájaros. ¿Adivinas lo que decía...?
Gracias por las zanahorias. No se te olvide que mañana es mi cumpleaños. Tu amigo, Bugs.
-¡Qué co-co-nejo tan malo! -gritó Porky-. ¿Mañana? ¡Me-me-la-las pagará!
A la mañana siguiente, desde muy temprano, el conejo Bugs estaba ya a la puerta de su casa para esperar a sus
amigos, seguro de que no faltarían.
Esperó y esperó toda la mañana. No llegaron.
Esperó toda la tarde. Ni su sombra. Bugs se sintió el más triste de los conejos...
Estaba tan triste, que no vio a tres personitas que venían por la carretera.
Decepcionado, bajó a su madriguera. Estaba a punto de llorar, cuando oyó que alguien llegaba...
-¡Feliz cumpleaños, Bugs! -exclamaron sus tres amigos que le traían enormes regalos.
-¡No nos olvidamos de tu día! -dijo Elmer-. Pero no te mereces nuestros regalos. ¿Sabes que te comiste todas
nuestras zanahorias?
-¡Lo siento mucho, amigos! Fue sin querer. ¡Prometo no volver a hacerlo!
-¡Claro que no lo volverás a hacer! -dijo la cochinita. Estamos cansados de sembrar zanahorias para que tú te las
comas todas. De hoy en adelante, ya no las sembraremos nosotros, sino otra persona.
¿Quién? -preguntó el conejo Bugs, alarmado. Los tres amigos señalaron hacia los paquetes. Al abrirlos, el conejo
Bugs encontró: un rastrillo nuevecito, una regadera para jardín, un sombrero de paja, de esos que uno se pone
cuando trabaja en la hortaliza, y ¡cuatro paquetitos de semilla de zanahoria!
-¿Cómo? -preguntó el conejo Bugs tristemente- ¿Yo voy a trabajar en la hortaliza? -¡E-e-exactamente! -dijo
Porky, y continuó-: ¡Y una vez por semana ve-vendremos por za-zanahorias para hacer so-sopa, co-cocida o en-
sa-salada!.
Pero después de darle su merecido, los tres amigos llevaron cargando al conejo Bugs a la cocina y empezó la fiesta.
Jugaron y cantaron alegremente, comieron helado y muchas otras golosinas, y, para terminar, le obsequiaron a su
amigo un gran pastel con velitas... ¡en forma de zanahoria!
DEL CAMPO A LA MESA
¡Mamacita linda!, gritó al despertar una mañana un feliz niño. ¡Buenos días! ¡Ya salió el sol, el día está muy lindo,
y yo quisiera!...
-¡Buenos días, mi hijo!. Veo que amaneciste contento...
¿Qué es lo que quisieras?
-Que me hagas, por favor, un bizcocho para mi desayuno... De esos lustrosos por encima, y con una pasita
enmedio...
Pero la mamá, que se había vuelto a la cocina, le contestó desde allá:
-Hijito, no tengo con qué hacerte el bizcocho que quieres.
Mi alacena está vacía... Pero vístete a toda prisa y vas a la panadería y le dices a don Ramón que necesito un
docena de bizcochos para el desayuno.
Así lo hizo el niño alegremente. Pero don Ramón movió la cabeza al recibir su pedido y señaló los barriles vacíos
que estaban a la puerta.
-No hay harina, niño, y sin harina no puede haber pan, contestóle.
-¿Y por qué no hay harina, don Ramón?
Porque el molinero no me la ha mandado. Ve a verlo, niño; quizá te la dé.
El niño corrió por la callejuelas del pueblo, y salió al campo, y llegó al molino situado a orillas del río. Pero sus aspas
estaban quietas, inmóviles; el molinero de pie, con los brazos cruzados estaba también inmóvil a la puerta, mirando
a lo lejos como si esperase algo. Movió la cabeza al escuchar el recado del niño y le dijo:
-Si no hay trigo, niño, no puede haber harina. Pero ve a ver al labrador y dile que estoy en espera del trigo que ha
de mandarme.
-Voy, voy corriendo, rió el niño.
Y corre, corre, y corre se dirigió a los dorados trigales donde los hombres trabajaban cortando espigas con sus haces
y guadañas y les dijo:
-Dice el molinero que no tiene trigo, y el panadero que no tiene harina y mi mamá, me espera en la cocina para
desayunar. Señores segadores, ¿qué le digo a mi mamá, al molinero y al panadero porque no hay pan en la casa?
-Llévale esto, en primer lugar al molinero y lo demás vendrá después, le dijeron los segadores dándole un saco de
trigo.
Iba el niño lo más aprisa que podía rumbo al molino y de pronto, a un lado del camino una voz le dijo:
-¡Muuuuu! No olvides la leche para tu desayuno, niño. Y él contestó:
-No, no, mi amiga Vaca. Voy a traer una cubetita, y gracias.
-Pero... ¡y yo? cacareó la gallina negra que picoteaba maíz junto a la vaca. ¿No sabes el regalo que tengo para tí?
-Gracias, amiga gallina. En un momento vendré por él, rió el niño, quien apenas podía con el saco de trigo.
No bien el molinero lo recibió echó a girar las aspas; en un momento entregó al niño una bolsa de harina blanca
y fina; el panadero encendió su horno, amasó la harina y en otro momento más puso en manos del niño una
charolita de cartón con la docena de bizcochos deliciosos que la mamá necesitaba para servir el desayuno.
Y el niño encantado de saber tantas cosas, contó a su hermanita lo que había aprendido esa mañana, y además ¡se
comió él solito la mitad de esa docena de bizcochos!
EL CABALLITO PONY
Había una vez un caballito pony que vivía en una granja, al cuidado de un granjero llamado Enrique. Matilde era
la esposa del granjero.
El pony podía jugar con las vacas, las ovejas, los patos y también con los caballos grandes; pero se sentía solo, pues
quería un niñito que se montara en su lomo.
En una población cercana a la granja, vivía un niñito que se llamaba Memo. A Memo lo cuidaban su papá y su
mamá.
Podía jugar con su triciclo, con su tren y también con su hermanita; pero se sentía solo, pues quería un caballito
pony.
- Lo que más deseo en la vida es un pony, papá- le dijo una vez Memo a su padre.
-Quizá algún día lo tengan, Memo- fue lo único que le contestó.
-Lo que más deseo en la vida es un pony, mamá- le dijo Memo a su madre.
-Quizá algún día lo tengas, Memo- fue lo único que le contestó.
Una vez, su papá dijo:
-Vamos a visitar a tío Enrique y tía Matilde. Y toda la familia fue en automóvil al campo.
Tío Enrique y tía Matilde los recibieron en la puerta de la casa.
-Memo, ven conmigo al corral. Tengo una sorpresa para tí -le dijo Enrique.
-¿Es un corderito? -Preguntó Memo.
-No -Contestó Enrique.
-¿Es un gatito?
-No.
-¿Un cabrito?
-No.
-Entonces, ¿un conejito?
-Tampoco. Ven a ver qué es.
Memo fue al corral lo más rápidamente posible, y se encontró con una sorpresa enorme.
-¿Es un pony?- preguntó. -¡Claro!- contestó Enrique. El pony caminó hacia Memo y el tío Enrique lo montó en
su lomo.
Memo quiso ir aprisa, y dijo: -¡Arre, arre, mi pony!
Y el caballito fue tan de prisa que Memo estuvo a punto de caerse.
-Ahora, vamos despacio- dijo Memo, y el caballito caminó lentamente hasta que Memo quiso ir aprisa de nuevo.
-¡Arre, arre, mi pony! -volvió a decir, y el caballito otra vez fue tan aprisa que creyeron que Memo no iba a estar
por mucho tiempo en el cercado.
-Camina ahora con pasos de marcha- le dijo.
Y el caballito caminó majestuosamente, levantando muy alto las piernas.
-Ya es hora de regresar a casa Memo- dijo su papá en ese momento. Memo y el caballito se pusieron muy tristes-.
Pero volveremos mañana -agregó su papá-. El pony es tuyo.
-¡Qué sorpresa! ¡Es el mejor regalo del mundo!- respondió Memo, emocionado.
El pony frotó su nariz contra el brazo de Memo, pensando también que eso era lo mejor que podía sucederle.
EL AUTOMOVILITO ROJO
Había una vez un automovilito. No era de juguete, era de verdad y aunque pequeño, lucía bastante guapo con
su caja roja, su toldo negro muy reluciente y sus ruedas negras también. Le llamaban el “automovilito rojo” sus
dueños y todos los que lo conocían.
Este automovilito vivía en un garaje, con muchos otros coches. Salía poco, mucho menos que sus compañeros,
porque su dueño era hombre ocupado y no disponía de tiempo para pasear. Pasaban semanas para que el
automovilito rojo asomase la nariz a la calle. Un día temprano en la mañana, llegó al garaje don Pepe, su dueño.
Venía satisfecho diciendo en voz alta:
-¡Vaya, vaya! hasta que pude tener un día con mi familia para ir a casa de la abuelita.
Tomó su llave, subió al coche, colocó la llave en su sitio y le dio la vuelta. Pero el automovilito permaneció quieto.
-¿Qué te pasa pequeño?
Preguntó don Pepe. Y el automovilito repuso:
-Qué ha de pasarme señor. Que no tengo gasolina.
- ¡Por vida mía, que olvidadizo soy!
Exclamó el buen señor. Y fue y llenó el tanque de gasolina, volvió a sentarse y a dar vuelta a la llave, pero el
cochecito tan solo gruñó, sin echar a andar:
-C-c-c-ch-ch-ch-ch-ch-ch-ch.
-¿Qué te acontece ahora?
Interrogó su dueño.
Me acontece dueño mío...
Contestó sosegadamente.
-Que tengo sed. No me has dado de beber en mucho tiempo.
-¡Válgame! Muy cierto es, y voy a darte agua en este momento, con mucho gusto coloradito.
Rió don Pepe, al tiempo que bajaba, corría por la cubeta y le daba toda el agua que necesitaba. Hecho esto,
secándose las manos, volvió a su asiento e hizo girar la llave.
- Cgg-gg-gg-gg-gg-gg-ggg.
Gruñó el cochecito, sin avanzar una línea, don Pepe se rascó la cabeza y preguntó:
-¿Y ahora que te pasa?
-Ji-ji-ji-ji-jii. Que necesito aire señor. ¿Cómo quieres que camine con las llantas flojas?
-¡Tienes razón querido! No me había fijado. Me haces ponerme rojo de mortificación. ¡Vaya unos olvidos los
míos!
Fue don Pepe por una bomba de mano e infló las llantas una por una. Fffftt....ffff....ftttt....ffftt. Así silbaba el aire
entrando a las ruedas. Terminada la operación, el buen don Pepe, se frotó las manos de gusto pensando:
-Bueno, ahora si, por fin estamos listos.
Subió, tomó asiento, hizo girar la llave y... Y esta vez el automovilito empezó a deslizarse, a salir del garaje, y a
cantar;
-¡Chu-chu-chu-chu-chug! ¡Chu-chu-chu-chu-chug-!
Salieron a la calle sin novedad, tomando lugar en la corriente de carruajes; el automovilito, cantando como les digo
a ustedes y don Pepe, encantado.
Y de repente... de repente el automovilito enmudeció y se detuvo en seco. Su dueño se enderezó sorprendido y
amoscado, preguntándose:
¿Qué será? ... ¿Qué puede ser? ... Le he dado gasolina, aire, agua.
Pequeño, ¿Te falta algo? ¿Qué quieres?
Dijo don Pepe, en voz alta. Y el automovilito rojo contestó en voz baja:
-La familia... ¿No decías que todos ustedes iban hoy a casa de la abuelita?
- ¡Si, si, si, querido cochecito! Gracias, mil gracias por habérmelo recordado. Qué listo y cuidadoso eres, mi buen
automovilito.
Exclamó el desmemoriado señor. Y corrió a su casa y volvió a poco con toda su familia, a saber: su esposa, su
hijo mayor, la niñita y el bebé. Acomodó a los niños en los asientos de atrás, a la señora, con el bebé, junto a él y
salieron a todo el cantar del automovilito que iba muy alegre, corre y corre, calle abajo.
Pero no habían adelantado mucho cuando se detuvo de súbito al llegar a una esquina. Esta vez don Pepe, guardó
silencio pensando desazonado:
Y dale con pararse. No atino a descubrir lo que le falta ahora a este automovilito... La verdad es que sabe y
recuerda más cosas que yo.
- Señor...
Le habló en voz muy baja el coche.
-¿Ves esa señal roja? ¿No sabes lo que me está diciendo? Me dice “alto”.
- ¡Ah, vamos! si, si, si, eso es. Se me había olvidado.
Río don Pepe.
- Esperemos pues.
-Tenemos que esperar a que aparezca la luz verde que me dice “adelante”.
Siguió explicando el sabio automovilito rojo. Y en cuanto la luz cambió de roja a verde, don Pepe, abrió la llave, el
automovilito emprendió la marcha cantando, corriendo ligeramente, sin tropiezos ni saltos, muy cuidadoso de la
familia que llevaba; y ya no se detuvo ni interrumpió su canción hasta llegar a casa de la abuelita, allá en el campo,
que era donde tenía que llevar a don Pepe, y a los suyos.
Si no hubiera sido por él, el olvidadizo don Pepe, habría llegado solo, ¿verdad?
EL CORDERITO LISTO
Había una vez un corderito blanco y chiquitín, que estaba una mañana de primavera tomándose su desayuno de
hierbecillas en un prado verde, de pronto se le apareció un lobo grandísimo con una cola muy larga y unos ojos
que parecían echar chispas.
Al principio, el corderito confundió al lobo con el perro de su amo el pastor; pero cuando vio aquella boca tan negra
y aquellos dientes tan afilados, se echó a temblar de tantísimo miedo como le entró.
Entonces, el lobo le dijo al corderito:
-¿Qué hace ahí mocoso? esa hierbecita tan verde y fresquita que te estás comiendo es mía. Y en castigo, ahora
mismito te voy a comer a ti.
-¡Por piedad, señor lobo, no sea usted tan malo! -Le contestó el corderito. -¿Qué va a sacar con comerme? fíjese,
yo no soy más que un montoncito de huesos, metido en un pellejito y con un poco de lana por encima.
-¡Tengo hambre! -Dijo el lobo lleno de rabia. -Y tu me servirás para calmarla un poco.
-¡Por Dios, señor lobo! -Volvió a suplicar el corderito. -¡No sea usted así!. Mire, si me concede aunque no sea
más que un cuarto de hora, iré a buscar una oveja muy gordita, muy gordita, y se la traeré. ¡Ya verá que gusto le
va a dar comérsela!
-¡Bueno! -Rugió el lobo, al que pensando en aquella oveja se le hacía la boca agua. -Vete a buscarla, pero vuelve
pronto que aquí te espero.
El corderito se fue corriendo, y el lobo todavía espera sobre la hierba del pradito verde, echando espumilla por la
boca.
EL GATO CON BOTAS
Había una vez un molinero que tenía tres hijos pero, como era muy anciano, un día se murió. Los tres hijos, muy
tristes, fueron ante el notario para conocer el testamento de su papá.
- Dejo a mi hijo mayor mi molino blanco, para que trabaje en él. A mi segundo hijo le dejo mi asno que, aunque
es un poco testarudo, le servirá para cargar los sacos de harina. Y a mi hijo pequeño, como no tengo nada más, le
dejo mi gato, que es muy listo - terminó de leer el señor notario.
Los dos hermanos mayores se marcharon al molino y dejaron al menor con su gato. Estaba pensando qué iba a
hacer con él cuando el animal comenzó a platicar, ante el asombro del muchacho.
- Yo puedo haceros muy ricos, mi señor. Sólo tenéis que hacer lo que os diga. Buscadme ropa apropiada: un
sombrero con plumas de colores, un traje y una botas de cuero.
- ¿Unas botas de cuero? - preguntó asombrado el joven.
- Exacto y ya veréis lo que puedo hacer - dijo el simpático minino.
El muchacho le vistió con lo que le había pedido. El gato estaba tan elegante que no parecía el mismo.
Se marchó hacia el palacio del rey y por el camino cazó una hermosa liebre. Presentándose ante el rey hizo una
gran reverencia.
- Permitidme, majestad, que os entregue este regalo en nombre del Ilustrísimo Marqués de Carabás. Mi señor, que
se preocupa por su majestad, desea que comáis a gusto.
El rey se puso muy contento, aunque no sabía quién era aquél Marqués de Carabás. Como el gato hizo lo mismo
varios días el rey creyó que era alguien muy importante.
Cierto día dijo el gato a su amo:
-Ya va siendo hora de que conozcáis a su majestad.
-¿Cómo lo vamos a hacer con esta ropa tan remendada que visto?
- se lamentó el muchacho.
-No os preocupéis por eso.
Sólo tenéis que esperarme bañándoos en el río. Lo demás corre de mi cuenta - contestó el animoso gato.
El rey y su hermosa hija, la princesa, estaban paseando, cuando se les acercó nuestro gato, simulando estar muy
agitado.
-¡Majestad!, ¡Majestad!, mi señor estaba bañándose en el río, cuando unos ladrones le han quitado su ropa.
¿Podríais ayudarle?
El rey, que estaba muy agradecido por todos los regalos, mandó a sus criados por ricos vestidos para el joven.
Después de ponérselos, se presentó ante el rey y estaba tan elegante y hermoso que la princesa se enamoró al instante de él.
-Mi señor tiene el honor de invitaros a su castillo. Yo me adelanto, pero seguid este camino y llegaréis ante él. Es aquel que
se ve a lo lejos - dijo el gato ante la mirada extrañada del muchacho.
El gato con botas se fue corriendo hacia el castillo del Ogro Malo, al que encontró en el interior del gran salón.
-¿Qué haces aquí desgraciado gato? - gruño el enorme Ogro.
- He oído hablar mucho de tu magia, pero no me lo creo - contestó tranquilamente el gato.
- ¡Infeliz! ¿No crees que puedo transformarme en el animal que yo quiera? Anda, dime un animal y me convertiré en él - dijo
enojado el Ogro.
- A ver, conviértete en... un elefante - dijo el gato.
Nada más decirlo el Ogro se convirtió en un elefante gigantesco.
-Bueno, eso es muy fácil, porque es muy grande.
Pero ¿te convertirías en un ratón? preguntó el minino.
En un momento el Ogro tomó la forma de un pequeño ratón.
Entonces el gato se lanzó sobre él y se lo comió.
Cuando el rey llegó, quedó impresionado por aquel magnífico castillo. Con el tiempo, el humilde hijo del molinero y la
hermosa princesa se casaron y fueron muy felices.
El muchacho estuvo siempre muy contento con el gato que había heredado y aprendió la lección dada por su padre:
Más útil ha sido el minino, que juntos asno y molino.
EL MONO Y EL COCODRILO
En el corazón de las selvas de la India, en la copa de un alto árbol a la orilla de un río, vivía un mono. Abjo, en el río, había
muchos cocodrilos enormes.
Un cocodrilo hembra, tras observar al mono, llamó a su hijo:
Hijo mío, cruza el río y tráeme aquel mono. Me gustaría un corazón de mono para comer.
¿Cómo voy a atrapar un mono?
-preguntó el joven cocodrilo-. Yo no puedo trepar a los árboles y el mono no se mete nunca en el agua.
-Reflexiona y encontrarás la manera -dijo la madre.
Después de largo tiempo, el joven cocodrilo tuvo una idea. El mono vivía en la orilla y no podía coger la fruta madura que
había en la isla del otro lado del río.
Así que el cocodrilo nadó hacia la orilla y llamó al mono.
-¡Mono! -dijo-, ven conmigo a la isla, donde la fruta es dulce y está madura.
-No puedo ir contigo -replicó el mono-. No se nadar.
-En ese caso, te llevaré sobre mi espalda
-dijo el cocodrilo.
El monito glotón quería comer fruta de la isla, así que saltó del árbol y trepó a la espalda del cocodrilo.
Empezaron a deslizarse a través del río hacia la isla; el mono reía y se sujetaba fuertemente a la espalda del cocodrilo. Justo
entonces, el cocodrilo empezó a sumergirse.
-¡Auxilio! -gritó el mono, mientras el agua cubría su cabeza. Se sujetó aún más fuerte al cocodrilo y contuvo la respiración.
Cuando volvieron a la superficie, preguntó el mono irritado:
¿Por qué te has sumergido, cocodrilo? Ya te he dicho que no sé nadar.
-Voy a ahogarte -contestó el cocodrilo-, y llevaré tu corazón a mi madre.
-¡Oh, si me lo hubieses dicho! -exclamó el astuto mono-. Si hubiera sabido que querías mi corazón, ¡te lo hubiera traído!
El cocodrilo era muy estúpido y creyó lo que decía el mono.
-Entonces, tendremos que volver a la orilla para cogerlo -dijo.
Y el necio del cocodrilo dio media vuelta y nadó de nuevo hacia la orilla del río, con el mono sobre su espalda.
Apenas tocaron tierra, el mono saltó a los árboles y muy pronto se balanceaba entre las copas.
-¡Aquí estoy! -le gritó al cocodrilo, que estaba en el río, mucho más abajo-. Aquí estoy con mi corazón. Si quieres conseguirlo,
¡tendrás que trepar! ¡Ja, ja!
EL PATITO FEO
Doña pata había puesto cinco huevos y ésa era la razón por la que no le salían las cuentas. Vez tras vez repetía:
- Uno, dos, tres, cuatro, cinco... seis.
Tenía seis huevos en su nido. Uno era más grande que los otros y eso le extrañaba mucho. Pero como era toda
una mamacita los empolló a todos.
Un día de mucho calor nacieron los polluelos. Todos eran muy lindos. Bueno, casi todos, Uno de ellos era grandote
y de un color gris muy feo. Aun así, doña Pata le quería como a los demás.
Lo triste era que no todos eran tan buenos, como mamá, y se burlaban de él.
Los días pasaron y el patito cada vez estaba más triste y solo.
Aunque doña Pata regañaba a sus polluelos, éstos no jugaban con él. Cuando se les acercaba, la empujaban hacia
el barro hasta que se quedaba todo manchado.
Un día, el patito feo, mientras nadaba vio unas aves preciosas.
- ¿Cómo se llaman esas aves tan lindas? - dijo con admiración.
- Son cisnes, las aves más bellas de este lago - respondió un pez malhumorado.
Llegó el invierno. Todo se cubrió de nieve. Hacía tanto frío que nuestro amiguito se pasaba el día dentro del nido.
Sólo pensaba en lo feo que era.
- ¿Cómo podría ser bello? - se preguntaba en voz alta.
- Eso solo depende de ti - le contestó el viejo búho desde el hueco de su árbol.
- Sé bueno por dentro y serás hermoso por fuera - le aconsejó.
- Lo intentaré. Intentaré ser un patito amoroso y bueno
- respondió convencido el patito feo. Y así lo hizo.
Llegó la primavera y el patito salió de su nido aleteando de alegría. Se encaminó hacia el lago a nadar, cuando vio
a unos cisnes que se acercaban a él. Patito feo se quedó asombrado, cuando vio que le hablaban.
- ¿Cómo te llamas, amigo? - le preguntó un blanco y majestuoso cisne.
- Me llamo feo, - respondió con tristeza nuestro amiguito.
- ¿Feo? Eso será una broma. Mírate en el agua y sabrás porque no te creemos - replicó un cisne muy simpático.
Nuestro amigo se fue hacia el lago y al mirarse en el agua se quedó sorprendido. Al crecer se había convertido en
un hermoso cisne con un cuello largo y blancas plumas.
Nunca había sido un pato, sino un cisne pequeño y ya sabéis que los cisnes pequeños son feos.
Pero lo mejor de esta historia es que había aprendido una gran lección:
La estatua del Príncipe Feliz era la más bonita de la ciudad. Estaba cubierta de oro. Tenía en los ojos dos grandes
zafiros y en la empuñadura de su espada brillaba un gran rubí.
Cierta vez pasó por allí una pequeña golondrina. Iba de camino a Egipto, pero, como estaba un poco cansada,
decidió pasar la noche a los pies de aquella hermosa estatua.
No había hecho más que cerrar los ojos para dormir, cuando le cayó encima una gota.
-¿Qué pasa? ¡No hay una sola nube en el cielo! - dijo extrañada la golondrina. Entonces voló hasta arriba y vio al
Príncipe Feliz llorando.
-¿Has sido tú el que me ha mojado?
- preguntó enfadada.
- Sí porque estoy muy triste. Ahora conozco las penas que sufren las gentes de mi pueblo y antes no las sabía - dijo
el Príncipe.
La bondad del Príncipe impresionó a la golondrina que decidió dejar por un día su viaje para hacerle compañía.
- He visto una madre viuda con su hijito muy enfermo. La mujer es tan pobre que no tiene nada que darle para
comer. Anda, arranca el rubí de mi espada y llévaselo - dijo el Príncipe.
La golondrina lo tomó y se alzó en vuelo hasta la casa. El pequeñín estaba en su camita, mientras la mamá lloraba
con tristeza.
La golondrina dejó caer el rubí en su regazo. Y al salir de la habitación vio como la mujer recibía con gran alegría
aquella ayuda.
El frío era cada vez mayor, pero aún así la golondrina decidió quedarse otro día más con el Príncipe.
-He visto como un gran escritor vive en la pobreza. Quítame uno de lo zafiros y llévaselo, por favor - dijo el Príncipe.
- Si te quito un zafiro te quedarás tuerto - le explicó el ave.
Como el Príncipe insistía, la golondrina arrancó el zafiro y fue hasta donde estaba el escritor. Lo dejó encima de
la mesa y oyó que decía:
- Por fin, éste es mi premio porque soy un sabio.
La pequeña ave se fue muy triste de aquel lugar. El príncipe feliz había perdido uno de sus ojos por ayudar a un
escritor famoso.
Aunque el caritativo Príncipe le pidió a la golondrina que se marchase, ella decidió quedarse un día más.
Y por deseo del Príncipe llevó el otro zafiro a una cerillera que estaba en la calle. Los ojos de la niña se iluminaron
de alegría al verlo.
El frío había llegado al pueblo y la pequeña golondrina ya no podía volar muy lejos. El Príncipe le pidió entonces
que ella le guiara con sus ojos, ya que él no podía ver. También le pidió que dejase un pedacito de oro a cada pobre.
Durante toda la noche la avecilla fue quitando las láminas de oro que cubrían la estatua. entregándoselas a los
mendigos. Pero cada vez tenía menos fuerzas y el frío la iba debilitando.
Hasta que cayó sin vida, a los pies del Príncipe Feliz.
De nuevo cayeron lágrimas. Era el Príncipe que lloraba por la pequeña golondrina.
Un día pasó el alcalde de la ciudad por delante de la estatua y al verla sin sus joyas pensó que, como ahora era tan
fea, debía quitarse y aprovechar el metal.
Cuando metieron la estatua el fuego se derritió toda, menos el corazón. Y como era de plomo lo tiraron a la basura,
donde habían echado también el cuerpo de la pequeña golondrina.
A muchísimas leguas de allí, donde está el País de las Hadas, la reina pidió a una de sus doncellas que buscase las
dos cosas más lindas del mundo.
La doncella tardó algún tiempo en volver, pero al fin encontró lo que tanto había buscado:
Hace mucho tiempo, vivía un rey en un palacio magnífico con bellos jardines. En los jardines había un lago. A los
hijos pequeños del rey les gustaba mucho andar y navegar con sus botes en el lago.
Un día el rey dijo a sus hijos que había ordenado llevar algunos peces al lago. Los príncipes corrieron excitados
al lago para verlos; pero, además de los peces, había también una gran tortuga verde. Los muchachos no habían
visto nunca una tortuga y se asustaron mucho, pensando que sería un demonio.
Regresaron corriendo a palacio, gritando:
-¡Padre, padre! ¡Hay un demonio terrible en la orilla del lago!
El rey ordenó a sus criados que cogieran al demonio y se lo trajeran. Cuando volvieron con la tortuga, los príncipes
gritaron y se escondieron detrás de la puerta.
Al rey no le gustó ver a sus hijos tan asustados, de forma que ordenó que mataran a aquella tortuga.
-Pero este demonio lleva armadura -dijeron los criados-. ¿Cómo lo mataremos?
-Reducidlo a polvo -dijo uno.
-Metedlo en un horno caliente -agregó otro.
Uno tras otro los hombres imaginaron formas horribles de matar a la tortuga. Un anciano, que tenía miedo al
agua, dijo de pronto:
-Echadlo al lago, justo donde el agua salta sobre las rocas y desemboca en el río. Entonces se ahogará, sin duda.
Al oír esto, gritó la tortuga:
-¿Cómo podéis hacerme una cosa tan cruel y despiadada? Vuestros otros planes eran terribles, pero éste es peor.
Por favor, por favor, ¡no me echéis al lago!
El rey decidió que, puesto que la tortuga temía más al lago que cualquier otra cosa, allí era donde debían echarla.
Y la astuta tortuga reía mientras nadaba río abajo hacia el mar, donde estaba su hogar.
EN LA VÍA
Érase una locomotora nuevecita, reluciente, bien aceitada, a la que el niño, su dueño, había dado toda la cuerda
y colocado sobre su propia vía tendida en el cuarto de los juguetes. Sin perder un segundo la maquinita empezó
a correr sobre los rieles de acero arrastrando sus trenes de pasajeros. Uno era rojo, otro azul y el tercero amarillo;
los tres iban vacíos, porque acababan de salir de la juguetería.
La locomotora rodaba ligera, muy ligera y aprisa, muy aprisa, recorriendo el camino que le habían trazado (¡y que
tenía unas curvas!), pero estaba primorosamente dispuesto y nivelado para el niño. Y ella, con su silbato decía a
toda voz: ¡U...u...uu!
-¡Fuera, fuera de mi camino todo el mundo!
Al primer aviso se pusieron en salvo un patito amarillo, un perrito lanudo color gris y una linda muñequita rubia que
andaba por ahí, ¡Válgame, niñito, qué susto llevaron!
En ese momento descarriló el carrito rojo que iba a la cola y la locomotora se detuvo en seco, gritando:
-¡Auxilio, auxilio! Mi carrito rojo se salió de la vía y no puedo seguir!
El patito amarillo, en silencio, fue y lo colocó en la vía.
La locomotora nuevecita volvió a caminar; rueda y rueda, vuelta y vuelta, silba y silba, y grita y grita: ¡U...u...uu...!
-¡Aquí voy! ¡Fuera, fuera de mi camino todo el mundo!.
Y de pronto... De pronto volvió a detenerse, porque el carro azul había descarrilado. Y volvió a pedir auxilio,
gritando:
-¡Mi carro azul se salió de la vía! ¡No puedo seguir!
Entonces el perrito lanudo, color gris, en silencio fue y encarriló el carrito azul.
Y la incansable locomotora volvió a caminar; rueda y rueda, vuelta y vuelta, silba y silba, grita y grita: ¡U...u...uuu!
-¡Aquí voy! ¡Fuera, fuera de mi camino todo el mundo!.
Pero el carro amarillo se ladeó tanto en una curva que volcó, y la locomotora tuvo que pedir auxilio una vez más.
La muñequita rubia fue, colocó en la vía el carro amarillo y dijo a la locomotora.
-Vas demasiado aprisa con tus carros vacíos, ¿sabes?. Si llevarás carga irías mejor.
-Es verdad, y dices muy bien, convino la maquinita. ¿No quieren ustedes ser mi carga?
-Sí, ¡encantados! Exclamaron en coro los tres.
La muñequita rubia subió al carro azul, el perro gris al amarillo y el patito amarillo al rojo. Y la locomotora nuevecita
siguió rueda y rueda, corre y corre, silba y silba y grita y grita, sin descarrilar ya, sin ir demasiado aprisa y sin tener
que pedir auxilio, porque como tú ves, ya tenían carga sus carros.
Así continuó viajando, contenta y alegre, hasta... Hasta que se le acabó la cuerda, y el niño su dueño la guardó en
el cajón de sus juguetes, y la hermanita del niño vino y guardó su patito amarillo, su perrito lanudo y su muñequita
rubia en el cajón de sus juguetes.
LA CASITA DE CHOCOLATE
Había una vez dos hermanitos, niño y niña, muy trabajadores que ayudaban en todo a sus papás, que eran muy
pobres.
Para poder comer, iban al bosque en busca de fresas silvestres.
Aquel año, tuvieron que adentrarse mucho entre los árboles para encontrar algunas fresas. Tanto, que se perdieron
y no supieron volver a su casa.
- Es por aquí. Lo recuerdo muy bien - decía el hermanito.
- No, es por allá. Cuando veníamos esa flor - decía la niña.
Estaban discutiendo cuando resonó un gran grito en el bosque.
Al principio se asustaron mucho, pero luego fueron a socorrer al que gritaba. Era un viejo nomo que se había
pellizcado su larga barba bajo una roca.
Con mucho esfuerzo, levantaron aquella enorme piedra y el enano quedó libre. Muy agradecido, les avisó que
tuviesen mucho cuidado con una bruja muy mala que había por aquellos lugares.
Nada más decir esto, una feísima hechicera llegó volando sobre su escoba.
- ¿Os gustaría comer los dulces más deliciosos que existen?
- dijo a los niños al aterrizar.
Los hermanitos, entusiasmados con la idea, se fueron con la bruja hasta una linda casita hecha de chocolate y nata.
Los niños empezaron a comer muchísimo hasta que casi no se podían mover.
Fue entonces cuando la hechicera les metió dentro de la casa, que era fea y horrible, y les dijo que serían unos
criados para siempre y que, si no le obedecían, se los comería. Los niños se pusieron muy tristes ante la idea de no
volver a ver nunca más a sus papás.
El nomo, al que habían ayudado, entró hasta donde estaban encerrados los niños y consiguió abrir la puerta. Fue
entonces cuando la bruja se despertó y empezó a perseguirles con su escoba.
Cuando estaba a punto de alcanzarles, aparecieron tres enanitos más, que dieron un gran escarmiento a la malvada
bruja.
Los hermanitos pudieron volver a su casa y se sintieron muy contentos de tener tan buenos amigos.
En un campo de trigo vivían una hormiga muy trabajadora y una cigarra muy perezosa. Durante el verano, la
cigarra se pasaba el día tumbada cantando y tomando el sol. La hormiga, mientras tanto, trabajaba todo el día
llevando los pesados granos a su hormiguero.
- ¿Qué haces tan laboriosa con este calor? ¡Ven conmigo y verás que bien te lo pasa! - le decía la perezosa cigarra.
- Me preparo para el invierno. Ahora tengo mucho trabajo, pero cuando llegue el frío tendré comida y no pasaré
hambre. Tú también deberías hacerlo - contestaba la sudorosa hormiguita.
- Yo no quiero pasar todo el verano tan cansada como tú.
Ahora es tiempo de cantar, de reír y de disfrutar. ¿Para qué me voy a preocupar del mañana? - replicaba la cigarra
mientras entonaba una nueva canción.
Así pasó el verano. Mientras la hormiguita llevaba a su agujero todos los granos que podía cargar, la cigarra
canturreaba constantemente sin pensar en el futuro y riéndose de la hacendosa hormiga.
Llegó el crudo invierno con sus tormentas y su frío. Todos los animalitos estaban escondidos. El campo se había
quedado solo. Había nieve por todos los lugares y ni una sola hoja en los árboles para que la cigarra comiera.
La hormiguita estaba tranquila. Tenía comida para todo el invierno.
Mientras tanto, la cigarra se moría de frío bajo una piedra.
Una mañana se acercó la cigarra temblando por el frío hasta el hormiguero. Tenía mucha hambre y le pedía a gritos
a la hormiga que le ayudara.
- ¿No tienes nada de comer? - le preguntó la hormiga desde dentro de su casa.
- No, he sido tan necia que no he guardado nada para el invierno.
Solo pensaba en cantar, pero ahora me arrepiento de ello - contestó la cigarra.
La hormiga se compadeció de la pobre cigarra. Le abrió la puerta y la dejó pasar allí el invierno.
Debes trabajar y estar contento,
así no te faltará nunca alimento.
LA FAMILIA FELIZ
Vivía hace muchos años, en medio del bosque, una familia de ratoncitos.
Habían hecho su casita en el tronco de un árbol viejo, ya carcomido por los años y por la polilla.
En el comedor lucía una buena cómoda, en la que se guardaba queso, mantequilla, pan tierno y frutillas de la
estación. Un ajuar hecho de tronquitos adornaba la sala, y servía a la familia para descansar por las noches en que
se reunían todos.
Mamá Ratona, contaba cuentos a los seis ratoncitos sus hijos. El tío Ratín leía el periódico junto a la chimenea y
Papá Ratón, oía radio sentado en una cómoda pontrona, mientras que el más chiquito de los ratoncitos se subía
sobre sus rodillas, sin atender al cuento de mamá; pues por ser tan chiquito, aún no entendía bien las palabras.
Terminado el cuento, y sintiendo ya los ratoncitos ganas de dormir, se despidieron uno por uno con un cariñoso
beso de mamá Ratona, de papá Ratón y del tío Ratín. Papá los detuvo antes de salir y les dijo: -Queridos hijitos;
he sabido que en el bosque hay algunos malos vecinos que les gusta hacer daño a los ratoncitos. Tienen que tener
mucho cuidado con ello y evitar cualquier peligro; pero en caso de que a pesar de sus precauciones les pase algo,
llámenme gritando: i... i.... i....
Como los ratoncitos eran muy inteligentes, pronto aprendieron a emitir aquel grito de alarma. Un poco asustados,
se fueron a la cama. Mamá Ratona los acompañó para ayudar a desvestir a los más chicos y ver que todos se
acostaran en orden, sin hacer ruido ni travesuras. Con cariñosas palabras los tranquilizó diciendo: -No tengan
miedo, hijitos. Una conciencia tranquila y una inteligencia despierta les dará el valor y la astucia necesarios para
escapar de cualquier peligro. Tengan fe en que saldrán triunfantes de cualquier prueba. En la vida todos tenemos
que enfrentarnos algunas veces con peligros imprevistos; pero hay que conservarse serenos y buscar la manera de
escapar de ellos. Los ratoncitos prometieron hacer todo lo que les aconsejaba, y ya más tranquilos, se durmieron
plácidamente.
Al día siguiente, los ratoncitos fueron temprana a recoger fresas silvestres al bosque. La mañana estaba preciosa.
A través de los corpulentos árboles se veía el cielo intensamente azul; las flores recién abiertas perfumaban el
ambiente y la tierra fresca, recientemente humedecida por una ligera llovizna de la noche anterior, exhalaba un
grato olor a tierra mojada. Los ratoncitos iban alegremente saludando a todos los animalitos que se encontraban
al paso; a las trabajadoras abejitas, a los alegres conejitos, a los pajaritos cantadores, a las lindas mariposas. De
pronto vieron lanzarse sobre ellos un horrible pajarraco, que trató de apoderarse de uno de los más chiquitos. Un
i... i... i... angustioso salió de todos los hociquitos ratoniles. Al oír aquellos angustiosos gritos, todos los animalitos
amigos de los ratones, corrieron a prestarles auxilio. Las abejitas empezaron a picar al horrible animal; las mariposas
formaron una cortina que permitió a los ratoncitos ocultarse velozmente en la casa de unos conejitos; los pajaritos
se lanzaron en masa sobre el pajarraco, y con sus picos castigaron al traidor animal. Por fin éste, todo maltrecho,
empezó a grandes voces a pedir clemencia y a jurar solemnemente que nunca volvería a hacerle daño a nadie.
Los animalitos del bosque, comprendiendo que era sincero el pajarraco lo dejaron en paz. Los ratoncitos muy
agradecidos, salieron de la casa de los conejitos y dando a todos las gracias, se fueron muy contentos. No
se olvidaron de asegurarle al pajarraco que lo habían perdonado. Este, conmovido por la generosidad de los
ratoncitos, les pidió perdón con lágrimas en los ojos; y extendiendo sus enormes alas, acompañó a los ratoncitos
protegiéndolos y cuidándolos cariñosamente hasta que regresaron a casa.
Desde entonces, los ratoncitos piden auxilio con un agudo i...i...i... siempre que se encuentran en peligro.
LA GALLINITA ROJA
Una Gallinita Roja vivía con sus pollitos en un gallinero. Cuando encontraba un gusanito, hacía “clo-clo”, y los
pollitos corrían junto con ella para comerlo. Todo el día estaba atareada la Gallinita Roja, cuidando y atendiendo
a sus pollitos.
Cerca de este gallinero vivían un cerdo, una gata y un pato. Se pasaban la vida sin hacer nada; sólo querían jugar y
descansar. Un día, la Gallinita Roja encontró una semilla. Los tres curiosos se acercaron a mirar, “Es de trigo -dijo
el Pato y sembrándola, cuando madure el grano podrá hacerse pan”.
Como la Gallinita Roja estaba muy ocupada, preguntó quién quería sembrarla. “¡Oh, no!”, dijeron en seguida.
Entonces la Gallinita buscó una pala, hizo un hoyito en la tierra y sembró la semilla. Mientras ella trabajaba, los
tres perezosos jugaban y se reían, sin ocuparse de nada. ¡Qué felices eran!
Claro está que la semillita sembrada necesitaba cuidados. Como la Gallinita Roja tenía que atender a sus pollitos,
no le alcanzaba el tiempo. Y viendo que el cerdo, la gata y el pato nada hacían les pidió que regaran la semillita.
“¡Yo no!” dijeron enseguida. Y la Gallinita tomó la regadera y regó la semilla.
Y así fue pasando el tiempo. El cerdo, la gata y el pato jugaban y comían. La Gallinita Roja atendía a sus pollitos
y cuidaba la tierra donde había sembrado la semilla. La cuidaba mucho porque a veces crecían pastos dañinos. Y
cuando ella decía: ¿Quién pasará el rastrillo? los otros decían “¡Yo no!”. Y ella lo hacía entonces.
Y el tiempo pasaba; y el cerdo, la gata y el pato se pasaban el día durmiendo. Y la gallinita muy trabajadora
preguntó, quien cortará la espiga, los tres amigos flojos dijeron “¡Yo no!, ¡Yo no! ¡Yo no!”. Y la gallinita cortó el
trigo.
Así pues, llegó la hora de moler el trigo y lo mismo preguntó la gallinita: ¿Quién lleva el trigo al molino? El cerdo,
la gata y el pato a coro dijeron ¡Yo no! La gallinita junto con sus pollitos llevaron el trigo al molino.
Después la gallinita ya muy cansada, invitó a hacer el pastel, pero otra vez al oír la invitación de ¿quién quiere hacer
el pastel?, los tres, el cerdo, la gata y el pato dijeron ¡Yo no!, ¡Yo no!, ¡Yo no!. Así entonces la gallinita se puso a
amasar la harina, poner los huevos, la mantequilla, la leche y el azúcar. Y para todo ésto sus pollitos le ayudaron a
todo, a mover, a servir, a amasar y a lavar los moldes para el pastel.
Luego mientras el pastel estaba en el horno, lavaron todos los utensilios que utilizaron para la elaboración del
pastel.
Ya que todo estaba limpio, la gallinita roja preguntó ¿quién quiere poner la mesa? con su mantel, sus platos, sus
tazas y sus cubiertos. Y que en el centro de la mesa se pusiera un florero con flores del campo.
Pero como ya sabemos el pato, el gato y el cerdo que miraban por la ventana inmediatamente dijeron otra vez.
¡Yo no! ¡Yo no! Yo no!.
Entonces los pollitos muy hacendosos pusieron la mesa, que quedó muy bonita.
Entonces la gallinita muy contenta preguntó casi gritando de júbilo ¿Quién quiere comer pastel? y todos, los
pollitos, la gata, el cerdo y el pato gritaron ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!.
Pero la gallinita recordando que no la habían ayudado para nada al cuidado de la semillita, dijo con voz enérgica.
No, ahora sólo comeremos pastel quienes ayudaron a plantar, cuidar, regar y cortar la semillita, y quien ayudó a
llevar al molino el trigo, y a cocinar el pastel.
Ahora vamos todos a comer este rico pastel.
LA HORMIGUITA SE QUEBRÓ SU PATITA
Érase una hormiguita que salió a pasear por el campo. Como era invierno y hacía mucho frío, se puso su abrigo,
su bufanda, sus medias de lana y un gorrito que la resguardara del viento.
El campo estaba cubierto de nieve. No obstante, la hormiguita iba muy contenta. Sin fijarse por donde caminaba,
¡zas! tropezó y se quebró la patita. La patita cayó entre la nieve, y la hormiguita, por más esfuerzos que hizo, no
pudo romper el hielo que poco a poco fue cubriendo la patita, se quedó sin ella. Entonces se puso a llorar, y oyó
una vocecita que le decía:
-Ve a ver al sol para que te ayude.
La hormiguita se secó las lágrimas y cojita, fue caminando hasta donde vivía el señor sol. A medida que se
acercaba, iba sintiendo más y más calor, tanto, que tuvo que quitarse el abrigo, la bufanda y la gorrita. Cuando
llegó frente al sol, le dijo:
-Sol que derrites el hielo, el hielo quebró mi patita.
-Yo no te puede ayudar; ve a ver a la nube que me tapa.
Entonces, la hormiguita se fue a ver a la nube y le dijo:
-Nube que tapas el sol, sol que derrite el hielo, el hielo quebró mi patita.
-Yo no te puede ayudar; ve a ver al viento que me deshace.
Entonces la hormiguita se fue a ver al viento, y le dijo:
-Viento que deshaces la nube, nube que tapas al sol, sol que derribes la nieve, el hielo quebró mi patita.
-Yo no te puede ayudar, ve a ver a la montaña que me detiene.
Ya la pobre hormiguita no podía caminar, pero haciendo un esfuerzo, llegó hasta donde estaba la montaña y le dijo:
-Montaña que detienes al viento, viento que deshaces la nube, nube que tapas al sol, sol que derrites al hielo, el
hielo quebró mi patita.
Entonces la montaña dejó un hueco por donde podía pasar el viento. El viento que lo vio, pasó soplando muy
fuerte y la nube que estaba tapando al sol se deshizo. El sol disolvió el pedazo de hielo donde estaba la patita de
la hormiguita, lo convirtió en agua y la hormiguita pudo sacar su patita, se la pegó con un poco de lodo y se puso
a bailar de gusto.
LA LOCOMOTORA PRETENCIOSA
Aldeachica es un poblado que se encuentra al pie de una colina alta y estrecha. De allí salen vías del tres en todas
direcciones, igual que las púas de un erizo.
Algunas de las vías suben por la colina alta y estrecha, otras la rodean.
Y sólo la vieja locomotora de vapor las había recorrido todas.
-Mañana llegará a Aldeachica una enorme locomotora Diesel, de color amarillo -dijo una noche una vieja máquina-.
Tendremos que enseñarle todas las vueltas, entradas y salidas de Aldeachica.
-¡Ma-ma-mañana! -resoplaron las otras máquinas de vapor ¡Ojalá sea simpática, ojalá sea simpática!
A la mañana siguiente, muy tempranito, cuando el sol trepaba por encima de la colina alta y estrecha, se oyó un
silbato y un rugido que se iban acercando.
-¡Ya está aquí! -pitó la más vieja locomotora de vapor. ¡Vamos a saludarla con alegres pitidos!
El rugido fue aumentando. El silbato se oía cada vez más fuerte. La gran locomotora Diesel amarilla entró a la
estación.
-¡Vía libre! ¡Vía libre! ¡Abran paso, carcamanes! -rugió- ¡Yo soy grande y fuerte, yo nunca me equivoco! ¡Vía libre
para mí!
Las locomotoras de vapor, al escucharla, resoplaron tristemente y se apartaron.
-¡Muy -muy -muy ruidosa! -pitó una de ellas.
-¡Y muy -muy -muy presumida! -pitó otra.
Hasta la máquina más vieja dio la vuelta, sin siquiera saludar.
-¡Muy -muy -muy mal! -pitó tristemente-. Habrá que darle una lección.
Aquella tarde llevaron al patio de la estación una larga hilera de vagones de carga. Carros caja, carros tanque,
góndolas, carros para carbón, carros jaulas para ganado, todos iban traqueteando en fila.
-Este es el tren más largo que hemos tenido- dijo el jefe de estación-. Que lo lleve la nueva locomotora Diesel
amarilla.
-Sssí....sssí...siií- silbó la máquina Diesel-. Yo puedo llevarlo mejor que ninguno de estos viejos carcamanes.
Las locomotoras de vapor se quedaron mirando como se deslizaba hasta ponerse al frente del tren, empujando a
las máquinas que encontraba en su camino.
-¡Qué educación! -pitaron-. ¡Muy -muy -muy mal!.
La más vieja de las locomotoras resopló diciendo tan bajito que no la oyó nadie:
-Si, señor, hay que darle una buena lección.
¡Qué carga tan pesada era aquel largo tren! La máquina Diesel tiraba y tiraba con toda su fuerza. Silbaba y gruñía,
y, por fin, el tren empezó a moverse.
-¿Por dónde? ¿Por dónde? -preguntó la gran locomotora Diesel-. ¿Por dónde debo ir?
Y antes de que nadie pudiera contestar, la vieja locomotora de vapor le dijo:
-Cuando llegues a la primera desviación, voltea a la izquierda.
El largo tren se fue corriendo cada vez más aprisa. Saltaban chispas de las grandes ruedas, y los vagones parecían
ir volando alrededor de la colina alta y estrecha.
La locomotora Diesel llegó en seguida a la primera desviación y acordándose de lo que le había dicho la vieja
máquina de vapor, dio rápidamente la vuelta a la izquierda.
-¡Vía libre para miii- silbó.
Y entonces, más adelante, en la curva, la gran locomotora Diesel amarilla vio un cabús rojo que iba al final de un
tren.
-¡Quítate de la vía, carcamán!- le gritó. Pero el furgón rojo siguió corriendo, sin apartarse.
-¡Ya verás! ¡Te alcanzaré y te daré un empujón!- rugió la máquina Diesel.
Pero el cabús siguió corriendo y corriendo. La gran locomotora Diesel amarilla estaba furiosa. Empezó a correr
lo más aprisa que pudo, pero, a pesar de eso, se quedó muy sorprendida al ver que no podía alcanzar a aquel viejo
furgón rojo.
Y entonces, como si aquello no fuera bastante raro, la gran locomotora Diesel amarilla vio una estación delante de
ella, una estación igual a la de Aldeachica.
Vio también unas locomotoras de vapor que estaban allí paradas, mirándola llegar, iguales a las de Aldeachica. Y
vio a un señor, que era igual al jefe de estación de Aldeachica y que salía corriendo y gritando.
-¡Alto! ¡Párate ahora mismo, tonta! ¡Estás persiguiendo tu propio cabús alrededor de la colina alta y estrecha!.
La gran locomotora Diesel frenó, silbó, rechinó y, al fin, se detuvo.
-¡Te has burlado de mi!- rugió, dirigiéndose a la vieja locomotora de vapor-. Me has hecho dar círculos en torno
a la colina.
La vieja locomotora reía tanto que no podía contestar. Y las demás locomotoras reían también.
-¡De seguro te encontraste con alguien que no se quiso apartar de tu camino!- pitó por fin la vieja máquina. Y de
nuevo empezó a reír al acordarse de cómo la gran locomotora Diesel amarilla perseguía su propio tren.
La locomotora Diesel se quedo pensando: “¡Dando vueltas y vueltas! ¡Igual que un gatito cuando quiere morder
su propia cola!”.
Y entonces empezó a reír también, tan ruidosamente como las demás locomotoras.
-¡Dios mío! ¡Qué resoplidos, pitidos y silbidos se oyen en la estación!- decían las señoras de Aldeachica aquella
mañana.
-Es porque ha llegado al pueblo la nueva locomotora Diesel.
-dijeron sus maridos- Parece que las demás le están danto la bienvenida.
¡Y eso era precisamente lo que estaban haciendo!
LA PRINCESA Y EL ASNO
Los más ancianos cuentan que hace mucho tiempo vivían un rey y una reina que se querían muchísimo. Tenían
una hijita que era tan bella y cariñosa como la reina y tan simática y buena como el rey.
Todos eran felices, porque en ese reino no faltaba nada, ya que en las cuadras del rey había un asno muy especial.
Era un asno que convertía en oro todo lo que comía y, después de digerirlo, expulsaba sólo monedas de oro.
Un día la reina se puso muy enferma y antes de morir hizo prometer a su marido que sólo se casaría con una mujer
que fuera tan bella y tan cariñosa como ella.
El rey sufrió tanto con la muerte de su amada esposa, que se volvió loco y pensó que sólo su hija era como la reina,
así que decidió casarse con nuestra princesa. La pequeña asustada pidió ayuda a su hada madrina.
- No te preocupes, querida niña, ya verás como tu papá se cura.
Pídele que te regale tres vestidos muy especiales. Uno del color del tiempo, otro del color de la Luna y un tercero
que sea tan brillante, como el mismo sol - le aconsejó el hada.
Al enterarse de lo que pedía la princesita, el rey mandó a sus mejores sastres hacer los vestidos.
Como el rey no mejoraba todavía, la princesa decidió pedir un nuevo vestido: que sacrificara al asno y le regalase
su piel. Esperaba que el rey no lo haría, pero el rey estaba tan loco que sacrificó al pobre animal.
Lo único que podía hacer la princesa era huir disfrazada con la piel de asno. Pero estaba tan fea vestida con aquella
piel, que nadie quería recibirla. Al fin llegó a una casa donde pudo esconderse de su padre. Piel de Asno, que era
como le llamaba la gente se hizo famosa por su simpatía y amabilidad; todos la querían mucho.
Un día pasó por allí - mientras iba de cacería - el príncipe de otro reino que se enamoró tanto de Piel de Asno que
cayó enfermo. Los médicos dijeron que sólo podría curarse con un pastel amasado por la mujer que amaba.
Pidieron que todas las muchachas del reino prepararan un dulce, ero al hacerlo Piel de Asno perdió su anillo entre
la harina. Al ir a tomar el pastel, el príncipe encontró el anillo y decidió que se buscase a la doncella que lo había
hecho tan rico. Porque era el que le había gustado más.
Piel de Asno acudió al palacio con un vestido brillante como el Sol y el príncipe se curó nada más verla.
Al poco tiempo el rey se puso bueno y, cuentan los más ancianos que, en aquel reino, todos volvieron a ser felices.
LA ROSITA DE JUNIO
La rosita de este cuento crecía en un rosalito a la orilla del camino. Era muy linda, sonrosada y risueña como la
aurora; tenía cinco pétalos tersos y delicados; corazón de oro; llevaba una gotita de rocío prendida en su adorable
corola, y... se sentía muy dichosa esa mañana, meciéndose en la brisa estival de un claro día de sol.
Desde un matorral cercano, un gorrión de cresta colorada la saludó con un gorjeo y preguntó después:
-¿Qué piensas hacer hoy, Rosita de Junio?
-¿Yo? asolearme y esperar a que alguien venga y me corte y me lleve consigo, contestó ella.
-Te diré, pequeña (replicó el gorrión); no esperes semejante cosa. Nadie te cortará porque es bien sabido que el
tallo de las rosas tienen muchas espinas.
¡Pero no todas las rosas somos iguales! suspiró la rosita. La verdad es que mis agujitas no pican si se tiene cuidado
al cogerme...¡Mira, gorrión! Aquí vienen uno niños que quizá me vean; quisiera ir con ellos.
Era un grupo de niños que iba a la escuela. Unos llevaban mochila a la espalda, otros, sus libros sujetos con una
correa, al brazo, muchos llevaban una cestita, pan y fruta para almorzar a la hora del recreo.
-¡Qué limpios, qué contentos, qué puntuales van a la escuela estos niños! Sí; me gustaría pasar el día con ellos,
repitió la rosita.
Y en ese momento uno de los varones gritó, señalando hacia ella:
-¡Miren, miren muchachos!
La rosita se estremeció creyendo llegada la hora de abandonar el rosalito. Pero todos se bajaron gritando:
-¡Fresas, fresas silvestres! y atendiendo a descubrir las menudas frutitas no tuvieron una mirada para la gentil
Rosita de Junio, no obstante que pasaron a su lado y hasta se detuvieron al pie del rosalito. Cuando se hubieron
ido, el gorrión, curioso, curioso, preguntó:
-¿Desconsolada, pequeña?
-Sí, un poco, no puedo negarlo (sonrió la rosita); pero seguiré esperando...
-¡Bien dicho, bien dicho Rosita de Junio! Es temprano todavía, aprobó el pajarito, su amigo.
A poco rato dobló el recodo del camino una mujer con una cesta grande al brazo, y el pajarito avisó a la flor:
-Allí viene la campesina que vive en la casita blanca de allá abajo; va al mercado a vender huevos, y también es
limpia y guapa como los niños. ¡Quizá te prenda en su pañoleta nueva!
-Veremos, sí, repuso la rosita.
Pero la campesina pasó sin detenerse. Iba a buen paso y no miraba sino el terreno que pisaba, cuidadosa de su
frágil carga.
El gorrión, indiscreto como todos los de su familia, miró fijamente a la rosita y volvió a preguntarle:
-¿Desconsolada, pequeña?
-¿Cómo no estarlo? Pero en nada me perjudico esperando y calentándome aquí, en mi propio rosalito, contestó
valerosamente la rosita meciéndose en la brisa.
Pero en esto su bella gota de rocío resbaló y cayó.
El gorrión la regañó un poco.
-¡Vaya, vaya! ¡Perdiste tu gota de rocío! No debes dejar caer las cosas de esa manera, ¿sabes?
Y ella gimió:
-¡Era mi lágrima! ¡La única! Precisamente iba a llorarla porque empiezo a tener pesares... ¡Dentro de muy poco
me marchitaré, y nadie me habrá mirado ni llevado a su casa...
El gorrión se enterneció y procuró consolarla. Le dijo:
-No te aflijas todavía, Rosita de Junio; está lejana la hora en que dejes de ser la más linda flor de la estación.
Procura alegrarte y vivir contenta. ¡Mira! Allí vuelve uno de los niños que pasaron rumbo a la escuela; debe de
haber olvidado algo.
El niño paso corriendo hacia su casa.
Después de él pasaron por el camino varias personas: un vendedor empujando su carrito de legumbres, un hombre
a caballo, una mujer arreando una vaca y dos amigos conversando. ¡Y ninguno observó a la sonriente flor que
embellecía el camino esa mañana de verano!
Realmente afligido ya por ella, el pájaro no pensaba en alejarse de aquel sitio. Cantó quedito, dulcemente:
-¡Oh, pequeñita gentil! ¡Cuánto siento tu desconsuelo!
Interrumpió su canción para avisarle:
-¡Vuelve el niño, aquél niño! ¿No oyes sus pasos?
Regresa a la escuela con lo que se le había olvidado... Estoy seguro de que volvió por ese ramito de florecillas
blancas que lleva en la mano. Y parece ser un buen niño. ¡¡Voy a hacer que te vea, Rosita de Junio!!
El gorrión voló, se posó en el rosalito silvestre, echó atrás la cabeza, esponjó su hermoso pecho rojo y empezó a
cantar a toda voz. ¡Lo único que faltaba al camino, al rosal y a la tibia mañana de junio para ser más bella era esa
voz de pájaro, esa canción alegre! ¡Tan melódica, tan finamente matizada de sentimiento!
La rosita se alegró al oírla; y el niño, encantado y sorprendido de su buena suerte que le permitía contemplar de
cerca a ese cantor tan rollizo, tan hermoso y tan dichoso, se detuvo a escuchar y a mirarlo. Así fue como miró
también a la rosita, linda como la aurora, y pensó:
-¡Qué preciosa rosita silvestre! ¿Cómo no la vía antes? La cortaré...
Pero en ese preciso instante, sonó la campana de la escuela. ¡Tan... Tan! ¡Tan...Tan! (¡Entrar... Entrar!)
El niño sabía que ese toque de campana le decía a él: “Date priva, niño; entra, entra, o... llegarán tarde”. Así es que
retiró la mano que había extendido para llevarse a la rosita. Pero el gorrión le habló en su bello idioma, diciéndole
repetidas veces:
-¡Sí, sí, sí; sí tienes tiempo de cortarla y llegar a buena hora! Hay tiempo si te das prisa y no titubeas niñito.
El pequeño debe de haber entendido al pájaro, hijos míos; porque sin titubear, cortó la rosita y la llevó a la escuela.
Era para su maestra.
La señorita sonrió al verla y la puso en su vaso con agua, sobre su mesa, sin decir palabra.
Allí pasó el día la flor, mirando a los niños. Ellos por su parte, la miraron mucho; les parecía que en su salón había
algo de allá afuera, y a la hora del dibujo todos procuraron retratar a su gentil visitante de la orilla del camino.
En la tarde, antes de despedirse, la señorita llamó aparte al niño que se la había traído, para decirle:
-Gracias, Juanito. Para mí, la rosa de junio es la más preciosa de las flores. ¡Hace muchos años que no veía una
tan linda y tan lozana!.
LA SEMILLITA
Una semilla dormía profundamente, hundida en la tierra obscura, desde hacía meses, dormía y dormía. Y de
súbito, soltó a reír. Decía:
-¡Ay, ay! ¿Quién me hace cosquillas?
-Yo, la lombriz, respondió una vocecita.
-Vine a despertarte. ¿Qué haces durmiendo todavía? Tus hermanitas ya salieron a saludar al sol.
-¿Tan pronto? -Bostezó la semillita,
-No es pronto, es tiempo te despojes de esa bata café y empieces a trabajar.
-¿Para qué?
-Para llegar allá arriba.
-¿Mi bata? no puedo quitármela querida; está muy ajustada.... y además tengo sueño, mucho sueño todavía.
-Repuso la semillita, y volvió a dormirse.
Pasó tiempo y la semilla despertó al oír junto a sí otra vocecita que le llamaba diciendo:
-¡Arriba, arriba! Despierta, pequeñita. ¡Es hora te vistas otro traje!.
-Pero es que... éste me queda tan ajustado que ... Es decir me quedaba, porque lo siento tan cómodo y suave...
-¿Y quién eres?. ¿Otra vez el gusanito de luz o una lombriz?
-No se de quienes me hablas.
-Perdona; está aquí tan oscuro....
-No hay cuidado; soy una gota de lluvia. Vine con mis hermanas y me quedé contigo para sacarte del suelo y
ayudarte a crecer...
-Gracias. Son ustedes muy buenas, gotitas de lluvia. Pero... ¿Cómo sabían que estoy aquí?.
-Porque la madre naturaleza nos ha encargado precisamente buscar a las semillas para que no mueran de frío.
Venimos nosotras después, las bañamos, las despertamos y...bueno, adiós pequeña.
-¡No te vayas gotita! ¡No me dejes sola! Me agrada platicar contigo.
-No temas semillita. Vendremos mis hermanas y yo a verte muy a menudo. Crece mucho y no vuelvas a dormirte,
¿Eh?.
-No, no. Favor, oye... favor de decir a los rayitos de sol que vengan a verme lo más pronto posible. ¡Tengo miedo
de resfriarme allá arriba!
-Bien, bien.
-Diles -Gritó la pequeña desde su camita. Que necesito de ellos y de ustedes para llegar hasta donde deseo.
-¿Hasta dónde?
-Alto, muy alto; ¡Hasta el sol! Rió contenta la semillita, llena de valor y de esperanza.
Y en cuanto quedó sola, no durmió más. Se despojó de su vestido café y empezó a empujar hacia abajo, así ...
como quien quiere sostenerse bien firme y erguida; y también hacia arriba con la cabeza sube y sube y empuja y
empuja la tierra hasta que salió a la luz y miró al sol y a las nubes blancas.
LAS AVENTURAS DE PETER PAN
Wendy, Juan y Miguel eran tres hermanos que vivían en Londres. Wendy, que era la mayor, les contaba cuentos
y los cuidaba cuando sus papás salían de casa. Uno de los cuentos que más les gustaba a los pequeños era el
de Peter Pan, un niño que vivía en el país de Nunca Jamás y que siempre iba acompañado por su pequeña hada
Campanita.
- Si nos lees otra vez el cuento de Peter Pan, nos dormiremos.
- le pedían los niños a Wendy aquella noche.
- Ya es muy tarde y tenéis que acostaros, porque mañana tenemos que ir a la escuela - les contestó Wendy.
No había acabado de decir estas palabras cuando la ventana se abrió entrando por ella una sombra saltarina. Era
la sombra de Peter Pan, que la estaba buscando hacía días. Estaban aún asombrados cuando llegaron en persona
Peter Pan y Campanita.
- Por fin te encuentro sombra traviesa - decía Peter Pan mientras intentaba coser la sombra a sus pies para que no
volviera a escapar.
Peter les contó que tenía que volver a Nunca Jamás, porque cuidaba de unos niños que no tenían padres. Les
explicó que estaba muy preocupado, porque necesitaba que alguien cuidase y contase cuentos a aquellos niños.
- Wendy nos cuidaba muy bien y nos contaba cuentos muy bonitos.
- dijo el hermanito pequeño mirando a Wendy.
- ¿Querrías venir con nosotros y ayudarnos? - le preguntó Peter Pan a Wendy.
Wendy aceptó gustosa y se dirigió a la isla de Nunca Jamás.
Como no sabían volar, Campanita les roció con un polvillo especial que les hacía flotar en el aire.
Cruzaron un largo océano hasta llegar a una linda isla, donde vieron un poblado indio y un barco pirata.
- En ese barco vive el capitán Garfio. Le comió la mano un cocodrilo al momento que llevaba su despertador.
Por eso, cuando escucha un tic-tac, se asusta muchísimo. El Capitán Garfio es muy malo y desea una cosa: atrapar
a los niños que cuidamos - les contó Peter Pan.
Peter era muy amable con Wendy y esto hizo que Campanita le tuviera envidia, y dijo a uno de los niños que le
tiraran flechas.
Una flecha pasó muy cerca de Wendy e hizo que nuestra amiguita casi se cayera al suelo. Peter se enfadó mucho
con Campanita por su mala acción, pero la perdonó porque se arrepintió.
Los pequeños huerfanitos vivían en una casa bajo tierra, porque los indios les buscaban y así no podían encontrarlos.
Todos eran muy felices porque Wendy les cuidaba muy bien.
Los piratas, que eran unos malvados, raptaron a la hija del jefe indio, Tigrilla. El jefe indio habló con Peter para que
liberaran a su hija. Peter Pan fue volando hasta donde tenían escondida a Tigrilla y escapó con la pequeña india.
El jefe indio se alegró mucho y preparó una fiesta para que los niños y los indios se convirtieran en muy buenos
amigos.
Esto no gusto nada a los piratas, quienes, disfrazados de indios, raptaron a los niños. Peter Pan tuvo que usar todas
sus habilidades para salvarlos del Capitán Garfio, pero al final lo consiguió.
El Capitán terminó huyendo de un cocodrilo que hacía tic-tac.
Peter volvió con Wendy y sus hermanitos a Londres y prometieron volver a verse.
Si con cariño cuidas a los demás,
mucho amor y afecto recibirás,
LOS TRES CERDITOS
Había una vez tres cerditos que abandonaron su hogar en busca de fortuna.
El primer cerdito se dirigió hacia el oeste, y se encontró con un hombre que llevaba un haz de paja.
-Por favor, ¿podría darme su haz de paja para construir una casa? -preguntó.
El hombre que era muy amable, accedió. Así que el cerdito construyó su casa de paja con gran cuidado. Poco
después, un lobo llamó a la puerta.
-Cerdito, cerdito, ¿puedo entrar?
-¡No! ¡No! -chilló el cerdito-. ¡Nunca te dejaré pasar!
-Entonces me enfadaré, soplaré y tu casa derribaré
-dijo el lobo. Así que sopló y sopló hasta que la casa se vino abajo. Entonces se comió al cerdito.
El segundo cerdito siguió la carretera hacia el este, donde se encontró con un hombre que llevaba un haz de leña.
-Por favor, ¿podría darme su leña para construir una casa? -preguntó el cerdito.
El hombre accedió. Así que el cerdito empezó a construir su casa de madera. Más tarde, llegó el lobo y llamó a
la puerta.
-Cerdito, cerdito, ¿puedo entrar?
-¡No! ¡No! -chilló el cerdito-. ¡Nunca te dejaré pasar!
-Entonces me enfadaré, soplaré y tu casa derribaré
-aulló el lobo.
Así que sopló y sopló hasta que la casa empezó a crujir y se vino abajo. Y el lobo se comió al segundo cerdito.
Entre tanto el tercer cerdito, que había seguido la carretera en dirección norte, se encontró con un hombre que
llevaba una carga de ladrillos.
-Por favor, ¿podría darme su carga de ladrillos para construir una casa? -preguntó el cerdito.
El hombre accedió. Así que el cerdito construyó su casa con mucho cuidado. Apenas la había terminado, llegó el
lobo y dijo:
-Cerdito, cerdito, ¿puedo entrar?
-¡No! ¡No! -chilló el cerdito-. ¡Nunca te dejaré pasar!
-Entonces me enfadaré, soplaré y tu casa derribaré
-rugió el lobo.
Con una profunda inspiración, el lobo soplo con todas sus fuerzas; se hinchó y sopló, sopló y se hinchó, hasta que
la cara se le puso azul. Pero por más que lo intentó, la casa resistió.
El lobo bufaba de rabia. “Conseguiré ese cerdito de una vez por todas”, pensó. Así que trepó al tejado y empezó
a deslizarse por la chimenea.
Pero el cerdito, que le vigilaba desde la ventana, se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Se dirigió hacia la
chimenea y levantó la tapa de la olla de agua burbujeante donde debía preparar su cena. Apenar lo hubo hecho se
oyó un enorme ruido y un aullido de dolor: ¡el lobo había caído en el agua hirviente!
Desde entonces nadie volvió a ver al malvado lobo. Y el cerdito vivió siempre feliz.
LOS TRES MACHOS CABRIOS
Érase una vez tres machos cabríos. Vivían en un tupido prado a la orilla de un riachuelo de rápida corriente. Un
día, después de haberse comido casi toda la hierba de su prado, decidieron pasar a la otra orilla, donde la hierba
crecía alta y jugosa.
Pero antes tenían que cruzar el puente, bajo el cual vivía un nomo grande y feo. Sus ojos eran como platillos y su
nariz tan larga como un atizador.
El primero en cruzar el puente fue el macho cabrío más joven.
Trip-trap, trip-trap, hacía al caminar sobre el puente.
El nomo se despertó con un gruñido al oír el ruido de las pezuñas.
-¿Qué es ese ruido en mi puente? -rugió.
-¡Oh, no! ¡No me comas, por favor! -dijo el macho cabrío más joven-. Soy pequeño y delgado. Espera hasta que
pase el segundo macho cabrío. Es más grande y más gordo.
-Mmm -dijo el nomo, que era un glotón-. Parece una buena idea. Pasa, pues.
Un poco más tarde, el segundo macho cabrío empezó a cruzar el puente. Trip-trap, trip-trap, hacía sus pezuñas.
-¿Qué es ese escándalo sobre mi puente?
-rugió el nomo.
-Soy el segundo macho cabrío. Atravieso el puente para comer la hierba verde -dijo el segundo macho cabrío con
voz fuerte.
-Bien, pues voy a devorarte -dijo el nomo.
-¡Oh, no! No me comas a mí. Espera a que pase el macho cabrío mayor. Es mucho más grande y más gordo.
-¡Muy bien! -dijo el nomo-. Si estás seguro de que será mejor comida... ¡Pasa!
Justo entonces llegó el macho cabrío mayor, Trip-trap, trip-trap, trip-trap, hacían sus pezuñas en el puente.
-¿Qué es ese estruendo sobre mi puente?
-rugió el nomo.
-Soy yo, el macho cabrío grande -dijo éste, con voz fuerte y alta.
-Bien, pues voy a devorarte -dijo el nomo. Y saltó al puente, haciendo girar sus ojos glotones de forma espantosa.
Pero el macho cabrío grande bajó la cabeza y se precipitó contra el nomo. Le golpeó y golpeó con sus cuernos
hasta hacerle caer al agua.
Desde entonces, los tres machos cabríos cruzan cada día el puente para pastar la hierba verde de la otra orilla del
riachuelo.
LOS VIAJES DE GULLIVER
Al joven Gulliver le encantaba viajar. Era su ilusión desde niño recorrer muchos países y visitar muchos lugares.
Por eso, cuando se hizo mayor tomó un barco en busca de aventuras.
Había navegado muchos días cuando llegó una terrible tormenta.
El barco parecía un pequeño cascarón de nuez entre tantas olas.
Y una de ellas lanzó a Gulliver al mar.
Nadando con todas sus fuerzas llegó, por fin, hasta una playa donde se desmayó. Fue entonces cuando aparecieron
unos seres pequeñísimos que le sacaron de la playa y le ataron. Cuando Gulliver despertó, intentó moverse, pero
no podía. Estaba rodeado por miles de hombrecitos, que le llamaban liliputienses, y que al principio le tenían
miedo, pero luego se hicieron sus amigos.
Como Gulliver tenía mucha hambre, decidieron traerle alimento.
Pero la comida era muy, muy pequeña. Así, un buey cabía en la palma de su mano.
Gulliver fue muy feliz en el país de Liliput, donde ayudó a sus amiguitos a apagar incendios, a construir casas y a
muchas otras cosas. Pero llegó el día en que tuvo que marcharse de allí.
En otro de sus viajes llegó al país de los gigantes. Eran tan altos como árboles y jugaban con Gulliver para divertirse.
Nuestro amigo como buen muchacho les ayudó en muchas cosas y se hizo muy famoso entre ellos, hasta que un
día tuvo que marcharse otra vez.
Después fue a una Isla donde los sabios viven en las nubes y hacen cosas rarísimas. Aprendió que eran grandes
conocedores del cielo y de las estrellas. Viajó además a otros muchos lugares.
Pero uno de sus viajes más interesantes fue ir a un país donde los caballos son como hombres y los hombres como
animales salvajes. Allí se hizo amigo de muchos caballos, que eran muy educados.
Era ya muy anciano cuando volvió a Inglaterra a contar a todos las maravillas que había visto, y los muchos amigos
que había tenido, recorriendo el mundo.
MIL CUBOS DE AGUA
Yukio vivía en un pueblo en el que la gente se ganaba la vida pescando y cazando ballenas. El padre de Yukio
también era ballenero.
-¿Por qué cazas ballenas, padre? -preguntó Yukio-.
El padre de Suki trabaja en el mercado y sus manos nunca están rojas de sangre.
-Cazar ballenas es todo lo que sé hacer -respondió su padre. Pero Yukio no comprendió.
Yukio fue a su abuelo y preguntó de nuevo:
-¿Por qué mi padre caza ballenas?
-Tu padre hace lo que debe hacer -dijo su abuelo-.
Déjale tranquilo, pequeño, y haz tus preguntas al mar.
Así que Yukio se fue al mar.
Entonces Yukio vio una ballena que había quedado aprisionada entre unas rocas al retirarse la marea.
Las grandes aletas de su cola golpeaban la arena desesperadamente. Sus ojos, tan grandes como una mano de
Yukio, giraban asustados.
Yukio sabía que la ballena no viviría mucho fuera del agua.
-Voy a ayudarle -dijo.
Pero, ¿cómo? La ballena era tan grande como la iglesia.
Yukio corrió a la orilla. ¿La marea subía o bajaba?
Subía, decidió, por la forma en que los menudos rizos de espuma trepaban más y más alto con cada nueva ola.
El sol calentaba la espalda de Yukio mientras él miraba a la ballena.
Llenó su cubo de agua y se la arrojó sobre la cabeza.
-¡Eres tan grande y mi cubo tan pequeño! -gritó-.
Pero te echaré encima un millar de cubos de agua, si es preciso.
El segundo cubo fue también a la cabeza y también el tercer y el cuarto. Pero Yukio sabía que tenía que humedecer
todo el cuerpo de la ballena o ésta moriría bajo el sol.
Yukio hizo muchos viajes al mar en busca de agua, contando al mismo tiempo. Echó cuatro cubos sobre el cuerpo,
después cuatro sobre la cola y tres en la cabeza.
¿Cuántos cubos había llenado hasta entonces? Perdió la cuenta, pero sabía que no debía detenerse.
Una pequeña sombra se proyectaba a un lado de la enorme prisionera gris. Yukio se sentó allí sin aliento, con el
corazón latiéndole con fuerza. Entonces miró el ojo de la ballena y recordó su promesa.
Yukio llenó su cubo una y otra vez. Le dolían la espalda y los brazos, pero seguía sin cesar. Hasta que se desplomó
agotado. Luego, Yukio notó que lo levantaban.
-Has trabajado duro, pequeño. Ahora, déjanos ayudar.
El abuelo de Yukio lo depositó a la sombra de una roca. Yukio vio cómo su abuelo arrojaba un primer cubo de
agua e iba por otro.
-¡Aprisa! -hubiera querido gritar Yukio, porque su abuelo era viejo y caminaba despacio.
Entonces Yukio oyó voces. Su padre y la gente del pueblo corrían hacia ellos con cubos, baldes y cualquier cosa
que pudiera contener agua.
Algunas personas se quitaron las chaquetas y la empaparon en agua. Luego la colocaron sobre la ardiente piel de
la ballena. Muy pronto toda la ballena fue humedecida.
Poco a poco, el mar se iba acercando. Al final cubrió la enorme cola. La gente del pueblo iba de un lado a otro
llevando agua y hablándose a voces. Yukio supo que la ballena se iba a salvar.
El padre de Yukio se acercó y se quedó junto a él.
-Gracias, padre -dijo Yukio-, por traer a la gente del pueblo para que ayudara.
-Eres fuerte y bueno -dijo su padre-. Pero para salvar a una ballena se necesitan muchas manos acarreando agua.
Ahora la ballena se movía con cada nueva ola. De pronto, una muy grande la liberó de las rocas. Durante un
momento permaneció inmóvil, y luego, con un movimiento de la cola, nadó mar adentro.
Los del pueblo observaban cómo la ballena se alejaba de la orilla, y regresaron hacia el pueblo. Excepto Yukio, que
se había dormido en los brazos de su padre.
Había acarreado un millar de cubos y estaba rendido.
PATITO ENSAYA SU VOZ
Érase una vez un patito muy gordito que deseoso de conocer el mundo, salió un día de su casa. Andando de un
lado a otro se encontró a un gatito.
¡Miau! dijo el gatito.
¡Oh! exclamó el patito. Eso no suena demasiado bien. Me parece que yo también lo puedo decir.
¿Pero crees que patito dijo ¡Miau!
¡De ningún modo!
Lo intento pero lo más que llegó a decir fue:
¡Miac, Miac!
Lo que no sonaba nada bien.
Entonces el patito se fue balanceándose como siempre al andar, y al cabo de un rato vio a un pajarito en un árbol.
¡Tuiit-tuiit, tuiit-tuiit, tuiit-tuiit! dijo pajarito amarillo.
¡Oooh! exclamó en un susurro patito. No es muy dulce ese canto. Me parece que yo también lo puedo cantar.
¿Pero crees que patito cantó Tuiit-tuiit?
¡De ningún modo!
Lo intentó lo mejor que pudo, pero lo más que llegó a cantar fue:
¡Tuac-tuac!
Lo que no era nada dulce.
Entonces patito se puso muy triste. No podía cantar como el pajarito. No podía decir Tuiit-tuiit, siguió andando
despacio, balanceándose y por fin vio a su madre, a su mamá pata que lo andaba buscando.
¡Cuac, Cuac¡ gritó mamá pata.
¡Oooh! se dijo para sí alegremente el patito. Este es el sonido más bello de todo el mundo. Me parece que yo
también lo puedo hacer. Y entonces vio que podía decir. ¡Cuac, Cuac¡ y lo hacía muy lindamente.
PINOCHO
Una noche, hace mucho, mucho tiempo, la Estrella de la Noche brillaba apacible en el cielo. Sus rayos iluminaban
un pequeño pueblo, en cuyas humildes casitas todos dormían. Sólo una casa se veía aún iluminada: era el taller
de Gepeto, el viejo y amable carpintero.
-¡Por fin he acabado! -exclamó Gepeto, sosteniendo en el aire un muñeco de madera.
- Sólo me falta una cosa: ponerte un nombre. Veamos.... ¡Te llamarás Pinocho!
-Es un gran nombre para un muchacho tan apuesto -dijo Pepito Grillo. Pero la alegría de Gepeto se desvaneció
pronto pues, en el fondo de su corazón, él quería que fuese un niño de verdad.
Desde su cama, Gepeto miró la brillante estrella de la noche. “Estrella grande, estrella hermosa, deseo que me
concedas una cosa...” Gepeto deseó con todo su corazón que Pinocho fuese un niño de verdad. Luego se durmió.
Poco después, proveniente de la estrella, llegó un rayo de luz a la casa de Gepeto.
-Mi buen Gepeto -susurró el Hada Azul -le has proporcionado mucha felicidad a los otros. Es junto que ahora tus
sueños se hagan realidad. Con un golpe de su varita mágica, el Hada Azul le dio vida a Pinocho.
Pepito Grillo miraba asombrado cómo Pinocho empezaba a hablar y caminar.
-¿Soy un niño de verdad?- le preguntó Pinocho al hada.
-No, Pinocho -respondió ella-. Primero debes probar que eres valiente, honesto y generoso.
También debes aprender qué está bien y qué está mal.
-¿Cómo puedo saber qué está bien y qué mal?.
-Tu conciencia te lo dirá -dijo el Hada Azul.
-¿Qué es la conciencia? -preguntó Pinocho.
-Es esa vocecita que llevamos dentro
-respondió Pepe con su voz aguda.
-Sí- dijo el hada. Haciendo arrodillar a Pepito Grillo, lo nombró Conciencia Oficial de Pinocho. El debía encargarse
de que el niño hiciera sólo lo correcto. Luego, el hada desapareció.
Cuando Gepeto se despertó, no lo podía creer:
-¡Mi deseo se ha hecho realidad! -Gepeto se dio cuenta de que Pinocho todavía era de madera, pero eso no le
importaba.
-Te amaré tal como eres -le dijo. Luego le explicó que, como todos los niños, debía ir a la escuela. Desde esa
misma mañana, Pinocho salió.
Pinocho no había ido muy lejos cuando lo vieron Gedeón, un gato, y Honrado Juan, un astuto zorro.
-Un muñeco de madera sin cuerdas -dijo Juan-. Estoy seguro de que Stromboli pagaría un buen precio por él.
El zorro convenció a Pinocho de que su vida estaba en la actuación. Luego hizo negocio con Stromboli.
Esa noche después de una presentación muy aplaudida Stromboli encerró a Pinocho en una jaula.
-¿Qué voy hacer ahora? ¿Cómo podré salir de aquí? -gemía Pinocho.
En ese momento una voz dijo: -No te preocupes. Yo te salvaré. -¡Era Pepito Grillo!, jaló, golpeó y empujó el
candado, pero no pudo abrirlo.
Repentinamente, el Hada Azul apareció de nuevo.
-¿Por qué no fuiste a la escuela, Pinocho? -preguntó.
-Porque... me... atrapó un monstruo, que me quería comer -mintió Pinocho. Y la nariz le empezó a crecer.
-Estas mintiendo, Pinocho -replicó tristemente el hada-; por eso te ha crecido la nariz.
-Dale otra oportunidad, por favor -intercedió el grillo-. Te aseguro que no volverá a mentir.
-Sólo te daré una oportunidad más -dijo el hada, liberando a Pinocho. El prometió nunca más mentir, y se dirigió
a la escuela. Pero, en el camino, se encontró otra vez con Juan.
-¿Para dónde vas en un día tan hermoso? -le dijo burlonamente.
-A la escuela -respondió Pinocho.
-La escuela no es lugar para un muchacho como tú -dijo Juan riendo-. Si me sigues te mostraré un sitio mucho
más divertido: la isla de los Juguetes.
-¡No debes ir -le advirtió Pepe Grillo. Pero Pinocho no hizo caso y, antes de que se diera cuenta, había sido
vendido al desagradable dueño de la diligencia que se dirigía a la isla. El carruaje era tirado por seis infelices burros.
El cochero iba de pueblo en pueblo, comprando todos los muchachos que podía. Cuando el coche estuvo lleno,
se dirigió a la embarcación que los llevaría a la Isla de los Juguetes.
Pinocho se sentó al lado de un muchacho gritón llamado Pabilo. -No te preocupes por nada- le decía Pabilo-.
Cuando lleguemos a la Isla de los Juguetes no tendremos que obedecerle a nadie ni preocuparnos por lo que está
bien o mal.
En la Isla de los Juguetes, Pinocho olvidó todo lo que el hada le había dicho. Se peleó con los demás niños,
fumó de una pipa, le lanzó piedras a los vidrios de las ventanas, gritó e hizo barullo con toda la gana. Con Pabilo
recorrieron todos los lugares de la isla.
-¡Este lugar es fantástico, Pabilo! -gritaba Pinocho.
Pero pronto comenzó a suceder algo muy extraño. ¡A Pabilo le empezaron a salir orejas largas y una cola! ¡Se
estaba convirtiendo en burro! Pinocho se tocó la cabeza y se miró por detrás. ¡A él también le estaban saliendo
cola y orejas! Ahora sabía de dónde había sacado el cochero sus burros.
-¡Ven conmigo antes de que sea demasiado tarde! -gritó Pepito, quien había seguido a Pinocho hasta la Isla de los
Juguetes. Pinocho y Pepe Grillo corrieron tan rápido como podían hacia las puertas de salida y luego se lanzaron
al mar por el acantilado. Los dos compañeros nadaron hasta la orilla y luego se dirigieron a la casa de Gepeto.
Cuando ellos llegaron, Gepeto se había marchado.
-¡Tal vez algo horrible le ocurrió! -gritó Pinocho.
En ese instante una bella paloma blanca dejó caer del cielo un mensaje.
-Es de Gepeto -dijo Pepe Grillo-: dice que se fue a buscarte y que lo engulló una ballena llamada Monstruo. Está
vivo, pero atrapado en la ballena.
-Debo encontrarlo -lloró Pinocho. Se sumergieron en el océano él y el grillo, y comenzaron la búsqueda. Pronto
encontraron a Monstruo.
Repentinamente, Monstruo abrió los ojos y la boca y engulló de un golpe un cardume de peces. Pinocho iba allí
también. Gepeto estaba pescando en el interior de la ballena cuando sintió un tirón en su cuerda. Era Pinocho.
-¡Hijo! ¡Hijo mío! -gritó Gepeto con felicidad. Pensé que no volvería a verte nunca más.
-Te extrañé mucho, papá -dijo Pinocho-. Me he portado mal y me arrepiento.
-Muy bien, hijo- dijo Gepeto-. Lo importante ahora es salir a salvo de aquí.
-¡Tengo una idea! -exclamó Pinocho-. Encendamos un fuego. Eso hará estornudar a Monstruo.
Encendieron, pues, un fuego. El humo hizo que la ballena estornudara y, así, Gepeto y Pinocho salieron en su
balsa, despedidos por la boca descomunal.
Monstruo arremetió contra la balsa, destruyéndola por completo. Gepeto se estaba ahogando. -¡Sálvate tú, hijo!
-gritaba.
Pero Pinocho se devolvió a prestarle ayuda a Gepeto para que pudiera flotar. Gepeto llegó a salvo a la playa, pero
Pinocho no tuvo la misma suerte: había llegado sin vida.
Gepeto se llevó a Pinocho a casa. El pobre carpintero estaba llorando cuando escuchó una voz que le decía a su
hijo:
-Pinocho: has demostrado ser valiente, honesto y generoso. Ahora serás un niño de verdad. -Pinocho abrió los
ojos. Estaba vivo y ya no era de madera. Gepeto bailó de felicidad. Pepito Grillo, muy contento también, quedó
convencido que las estrellas nos cumplen los deseos que deseamos con mucha intensidad.
PIPIRULANDIA
En la ciudad de pipirulandia se encontraban trabajando amistosamente dos amigas, una de ellas era la señorita
cáscara de naranja y la señora cáscara de plátano quien muy alegre decía:
“Qué contentas vivimos en esta banqueta, aquí nadie nos molesta, por aquí no pasa “la flaca escoba”, que nos
empuja sin compasión, ni tampoco está el intruso del recogedor que nos echa al bote llamado bote de basura”.
Aquí podremos hacer travesuras, haremos resbalar a todos los niños que pasen sobre nosotros, además en unos
cuantos días más la ciudad se verá fea y sucia, y serviremos de pista de baile y de patinar para nuestras amigas
las moscas y sus compañeros los moscardones, que nos platicarán de sus viajes, maldades y aventuras, en los
platos de sopa y de sus tiraderos de navegación, en las ricas tazas de café con leche y en los tiraderos de basura;
también pasará él “papelillo descolorido”, despacio, cuando el viento sopla muy poco, otras veces ni nos dice adiós,
porque va muy de prisa, pues el amigo viento lo empuja muy fuerte, tan fuerte que lo sube hasta las nubes, como
un elevador, “llamado remolino”. Desde ahí ve lo que pasa en pipirulandia; a veces me trae saludos de mi prima
cáscara de “tuna” y de mi amigo “palito de paleta” que se encuentra en la esquina, también nos avisa cuando se
acerca el peligroso señor bigotón, que siempre viene acompañado de esa señorita “campana”, que anuncia con su
tolón - tolón, que ya llega el carro de basura”.
Estaban tan entretenidas en su plática que no se dieron cuenta de que una hormiguita las escuchaba. Esta
hormiguita tenía una amiga que se llamaba lucerito a quien corrió a contar la conversación que había escuchado.
Cuando llegó a la casa de su amiga la encontró jugando en el jardín, se dirigió a ella y subiéndose por mano llegó
hasta su oído y le dijo: “Lucero, Lucerito los malignos enemigos de la salud han tenido una terrible conversación,
dicen que viven muy contentos porque no hay habitantes limpios en la ciudad y que en unos días más la dejarán
sucia y con muchos microbios”.
-¡Gracias amiguita hormiga por avisarme. -Ahora les avisaré a mis pequeños amigos para que me ayuden a limpiar
nuestras calles y a decirles que no arrojen la basura en la calle.
-¡Rayito, Almendrita, Chispita, Rilintini! ¿Quieren ayudarme a limpiar nuestra ciudad?
-¡Sí Lucerito! y después podremos jugar sin peligro de resbalar con las cáscaras.
Rayito se puso a barrer y Almendrita a regar, Chispita echó la basura al bote y Rilintini la tiró al camión recolector.
Y así terminaron con los malos enemigos de la salud quedando la ciudad verdaderamente hermosa, limpia y
reluciente.
PULGARCITO Y SUS AMIGOS
Había una vez una familia muy pobre de leñadores que vivía en el bosque.
Tenía siete hijos y al menor le llamaba Pulgarcito, porque era muy pequeño.
Un día papá le dijo que fueran por sus hachas al bosque por la leña. Pulgarcito, que era pequeño pero muy listo,
fue dejando piedrecillas en el camino, para que así supieran el camino para volver a casa.
Cuando terminaron su trabajo, regresaron siguiendo las piedrecillas.
Al día siguiente volvieron a salir al bosque y Pulgarcito fue dejando la señal para encontrar el camino de vuelta.
Pero esta vez dejó migas de pan en vez de piedrecillas.
Cuando ese día acabaron su trabajo y quisieron regresar, no encontraron el camino, porque los pajarillos se habían
comido el pan.
- ¿Qué haremos? Nunca más encontraremos nuestra casa,
- Decían los niños llorando.
- No os preocupéis, seguro que no nos pasará nada,
- les decía Pulgarcito animándolos.
Pulgarcito vio a lo lejos una casa y decidieron ir allí.
Cuando llegaron, una anciana les abrió la puerta y les invitó a entrar. Era la mujer de un malvado Ogro a quién le
gustaban los niños.
La buena anciana les dio de cenar y les mostró donde podían dormir. Pero no debían de hacer ningún ruido para
no despertar al malvado Ogro.
Pero, por mala suerte, se despertó y buscaba a los niños, mientras gritaba:
- ¿Dónde, dónde están esos muchachos que quiero verlos?
Entonces Pulgarcito, que estaba vigilando, despertó a todos sus hermanos y huyeron por la ventana. El Ogro se
calzó sus botas de siete leguas y corrió tras ellos. Cansado ya de perseguirlos, se tumbó en el camino y se durmió.
Pulgarcito aprovechó ese momento para quitarle las botas al Ogro.
Se las puso y corrió a pedir ayuda.
Por fin, regresó con muchos hombres que apresaron al Ogro. Él y sus hermanos que habían estado escondidos
todo ese tiempo, volvieron a su casa y se alegraron mucho de ver a sus papás.
Fueron de nuevo una familia feliz, ya que Pulgarcito con las botas de siete leguas fue el cartero más rápido del
reino.
UN CONEJITO EN BUSCA DE HOGAR
Inesita era una niña pequeña, como de tu edad, niñita que oyes este cuento.
Un día, apenas despertó, quiso contar un cuento; un cuento que quizá había soñado o inventado, que le parecía
muy gracioso.
Así es que no bien estuvo bañadita, vestida y lista para jugar, bajó al jardín llevando consigo su muñeca fina, lucero.
La sentó en una piedra frente a un banco al pie de un ciruelo, y le preguntó:
-¿Verdad que quieres que te cuente un cuento?
Lucero sentía que se caía para atrás en aquel asiento, y en su apuro cerro los ojos, como siempre que la acostaban
a dormir.
La niña entendió con esto que sí; que su lucero deseaba oír el cuento. La enderezó, tomó ella asiento en el banco
al pie del ciruelo, y empezó:
- Atiende bien lucero; era una vez un hombrecito chiquito, que tenía una barba larga, muy larga, y ...
Una catarinita roja llegó volando en ese momento y se posó en el vestido de la muñeca. Inesita le preguntó:
- ¿Vienes a oír el cuento? bien, voy a empezarlo otra vez. Pues este era un hombrecito chiquito, muy chiquito, que
tenía una barba larga, muy larga y ...
Una mariposita azul que pasaba se detuvo a descansar en el delantal de la niña, y ella le preguntó:
- ¿Tú también vienes a oír el cuento? bien, voy a empezarlo otra vez. pues este era un hombrecito chiquito, muy
chiquito, que tenía una barba larga, muy larga, un gorrito picudo, muy picudo, un pantalón ancho, muy ancho y ...
Una ranita verde que paseaba a saltitos por entre la hierba se acercó a la piedra de lucero e Inesita le preguntó.
- ¿También quieres oír mi cuento, verdad? bien, voy a empezarlo otra vez. Este era un hombrecito chiquito, muy
chiquito, que tenía una barba larga, muy larga, un gorrito picudo, muy picudo, un pantalón ancho, muy ancho, una
corbata grande, muy grande, y...
En esto bajó volando del árbol un pajarito que se posó en el extremo del banco. La niña se interrumpió, lo miró y
preguntó:
-¿No has oído el principio de mi cuento, verdad? Voy a empezarlo otra vez.
Este era un hombrecito chiquito, muy chiquito, que tenía una barba larga, muy larga, un gorrito picudo, muy
picudo, un pantalón ancho, muy ancho, una corbata grande, muy grande, y su cinturón apretado, apretado, y...
¡En ese momento cayó del árbol una ciruela! ¡pum! cayó en medio de los que escuchaban el cuento.
Y en decir Jesús desaparecieron la catarina, la mariposa, la ranita, y el pajarito.
La niña comentó con su muñeca:
- Pues mi cuento es muy bonito ¿verdad? y muy largo. Falta mucho para acabarlo... ¿Ah, esta ciruelita que
interrumpió mi cuento?
La recogió del suelo.
Era redonda, colorada, madura, muy olorosa.
Una buena ciruelita, en verdad. Quizá quiso caer para oír mejor el cuento pero...
¿Sabes qué hizo la niña?
Le dio un mordisquito... luego la chupó...
Y el cuento se acabó.
UNA TIERNA HISTORIA
Una vez, dos pajaritos así de chiquitos empezaron a construir su nido en un rosal silvestre. El rosalito era bajo,
espeso, tenía fuertes ramas y estaba cubierto de espinas y de flores sonrosadas, delicadas y fragantes; ¡el mejor
lugar para un nidito tan pequeño y frágil!
El jardín donde crecía ese rosalito, pertenecía a una casa en la que habitaba un niño, el que observaba el ir y venir
de los pajaritos, y los miraba encantado, abriendo unos ojazos...
Pero guardó silencio, cuidadoso, ¡era un secreto muy hermoso!
Cuando el nido quedó terminado, bien redondito, blando y cómodo, la mamá pajarita depositó en él unos cuantos
huevecitos, ¡tan lindos!... Y el niñito, se acercó al rosalito sin hacer ruido con el dedo en los labios, a ver el nido.
No era cosa muy fácil ver los huevecitos, porque la mamá pajarita los cubría con su cuerpo y con sus alas extendidas
para calentarlos y protegerlos y cuando ella salía a comer y a estirar sus entumidas patitas, el papá pajarito tomaba
su lugar; pero sin embargo, el niñito los vio y contó, diciendo quedo; “¡Cuatro huevecitos color del cielo!”.
Muchos días estuvieron el papá y la mamá cuidando y calentando a su tesoro, sin alejarse del niño sino cortos
momentos.
Y una mañana, la mamá levantó el vuelo cantando su canción más alegre, en tanto que abajo, junto al nido, el
papá pajarito también cantaba con alborozo... ¡Había una cosa maravillosa! De cada huevecito había surgido un
pajarito, débil y tembloroso, que decía: “¡pí, pí, pí...!”. Lleno de asombro, el niño se acercó, miró.
Y contó despacio, sobre sus deditos:
“¡Uno... dos... tres... cuatro pajaritos!”
Los papás, desde ese momento, acarreaban a su nido alimento todo el día volando sin cesar, y los polluelos
parecían tener excelente apetito, porque siempre pedían más y más. ¡Cuánto comen!, pensaba el niñito.
Y llenaba sus bolsas de migajas de pan para los bebés que había en el rosal.
Crecían muy aprisa esos bebés. Pronto estuvieron listos para aprender a volar, y sus padres les dieron las primeras
lecciones, enseñándoles a extender las alas y a encoger al mismo tiempo las patitas. Los pequeños, aunque
temerosos, procuraban volar, y ¡se veían tan graciosos en su torpeza y en su atrevimiento! Inmóvil para no
asustarlos, el niño los miraba...
Oía sus gorjeos, los veía ensayar, y decía sorprendido:
“¡se aprende a volar!”.
Al principio sólo se arriesgaron a volar del rosal, que era muy bajo, al suelo, pero en muy pocos días sus alitas
tomaron fuerza para sostenerlos en el aire, y una mañana todos tendieron el vuelo.
Traspusieron el rosalito, el vallado del jardín, los árboles que bordeaban la carretera, y se perdieron de vista en la
profundidad del cielo azul, muy azul, de ese bello día de verano.
Se marcharon del nido. El niño los vio y grito gozoso: ¡Pajaritos, adiós!
SOPA DE NABO
Un día, llegó a su casa un viejecito, muy contento, y le dijo a su viejecita, mostrándole algo en la palma de la mano:
-Mira. Una semilla de nabo, y la voy a sembrar en seguida.
-Bueno, bueno, siémbrala bien, y ojalá nos dé un buen nabo, sonrióle ella.
La semilla produjo, en efecto un nabo hermosísimo, que asomaba a la luz del sol una hojas verdes y grandes, y allá
abajo, en la oscuridad de la tierra, era una raíz gruesa, blanca, jugosa, enorme.
Pasado tiempo, el viejecito dijo a su viejecita una mañana:
-Oye, voy a bajarte esa marmita, la más grandes que tenemos, para la sopa.
-¿Ya vas a sacar el nabo? Bueno, querido; prepararé todo, dijo la buena viejecita.
El viejecito fue, cogió la cabeza del nabo y diole un fuerte tirón. Pero el nabo ni con ese tirón ni con otros cinco se
aflojaba. (Estaba firme, firme en su lugar).
Entonces el viejecito llamó:
-¡Viejecita, ven ayúdame a tirar, porque el nabo no se deja arrancar!
Ella vino corriendo, se cogió al cinturón del viejecito, y los dos dieron tremendos tirones, pero el nabo... ¡firme en
su lugar! Entonces ella llamó:
-Nietecita, ven y cógete, (a las cintas de mi delantal)
Ayúdanos a tirar, porque el nabo no se deja arrancar
La niña (gentil) vino corriendo, se cogió de la viejecita, y la viejecita del viejecito, y él cogió otra vez la cabeza
de hojas de nabo y los tres dieron formidables tirones, pero el nabo... ¡firme en su lugar! Entonces llamó la niña:
-¡Gato, ven y cógete a mi vestido y ayúdanos a tirar porque el nabo no se deja arrancar!
El gato vino corriendo, se cogió con los dientes al vestido de la niña en tanto ella tiraba cogida a las cintas del
delantal de la abuelita, que tiraba cogida al cinturón del abuelito y él tiraba de la cabeza del nabo, y los cuatro
dieron estupendos tirones, pero el nabo... ¡firme en su lugar! Entonces llamó el gato:
-¡Ratón, ratoncito gris, ven y cógete con los dientes a mi rabo y ayúdanos a tirar, porque el nabo no se deja arrancar!
El ratoncito vino, y todos volvieron a tirar, y tirar, y tirar... Y el nabo... ¡firme en su lugar! Y de repente... ¡PUM!
saltó de su apretada cama y todos cayeron de espaldas, unos sobre otros y el nabo sobre todos. El ratón que quedó
debajo, chilló: ¡¡ I...i... y... !!
Pero nadie se hizo daño, y se levantaron riendo. El viejecito, abrazando el nabo se dirigió a la cocina, encantado,
seguido de la viejecita, la niña, el gato y el ratoncito gris. El iba a hacer su sopa.
¡Y qué sopa, niñito! Agua se me hace la boca... Oye:
La viejecita había puesto a hervir agua en la marmita; con un hueso de jamón, un trozo de tocino, sal, un manojito
de yerbas de olor, media docena de papas blancas, y un par de chorizos. Vino después el nabo, bien lavado,
mondado y cortado en trocitos y... no había sino esperar.
Esperaban con los ojos fijos en la marmita y la boca hecha agua. ¡Qué aroma el de aquella sopa! El viejecito se
levantaba para removerla con una gran cuchara, se ponía unas gotas en la mano, probaba e iba diciendo:
-Le falta...
-Pronto estará...
-Un poquito más...
-¡Ya está!
¿Que si salió buena? ¡Excelente, niñito mío! Y hubo bastante para satisfacer a todos: tres platos grandes para el
viejecito; dos para la viejecita; uno para la niña; uno, bien colmadito, para el gato, y una cazuelita para el ratoncito
gris que de puro contento que estaba se había olvidado de esconderse en su agujerito junto al brasero, y ese día
comió con la familia.
Y hubo un par de platos, también, para la persona que me contó este cuento.
CUENTOS PARA NIÑOS DE 4 A 6 AÑOS
Alí-Babá era un niño que no tenía papás y vivía con su hermano y la esposa de éste. Pero la mujer de su hermano
no quería que viviese con ellos. Por eso Alí tuvo que irse de la casa.
Un día paseaba por la montaña, cuando oyó que alguien se acercaba. Se subió a un árbol y desde allí vio a muchos
hombres montados en camellos. Eran cuarenta y se detuvieron ante una gran piedra: - ¡Ábrete, Sésamo! - gritó el
que parecía el jefe.
La gran roca comenzó a abrirse dejando un enorme agujero por donde entraron con sus camellos cargados de
sacos. Alí-Babá estaba tan sorprendido que casi no podía ni respirar. Se quedó allí quieto para ver que sucedía. Al
rato, todos los hombres volvieron a salir.
- ¡Sésamo, ciérrate! - gritó de nuevo el jefe, y la roca se cerró como si nada hubiera pasado.
Cuando los hombres se marcharon, Alí-Babá, lleno de curiosidad, se dirigió a la roca y pronunció las palabras
mágicas. Al instante, la roca se abrió y vio que había una cueva llena de los más ricos tesoros.
Alí-Babá lo comprendió todo, eran ladrones y aquel era el escondite de sus riquezas. Sin pensarlo, tomó uno de los
sacos y salió de la cueva. Dijo las palabras mágicas y la cueva quedó escondida de nuevo.
Con aquel dinero, Alí se compró una hermosa casa y comenzó a vivir bien. Su cuñada, que era muy ambiciosa,
quiso saber cómo había conseguido tanto dinero. De modo que le pidió a su esposo que visitara a su hermano. Alí
quería mucho a su hermano y le dijo su secreto.
El hermano, quiso comprobar si era verdad lo de la cueva, así que se fue a la montaña y pronunció las palabras
mágicas. La roca se abrió. Entró y volvió a decir las palabras y se cerró la entrada. De este modo, no se vería la
cueva abierta.
Cuando estuvo dentro y vio todos aquellos tesoros, quiso ser muy rico y empezó a llenar sacos y sacos con
aquellas joyas. Finalmente quiso marcharse, pero había olvidado las palabras mágicas. Cansado y lleno de miedo
se acurrucó en un rincón llorando desconsoladamente.
En ese momento llegaron los ladrones, quienes, al saber que Alí conocía su secreto fueron a buscarle.
- ¿Cómo entraremos en la casa de Alí-Babá? - preguntó un ladrón con cara de despistado.
- Tomaremos treinta y nueve tinajas y os meteréis en ellas. Yo me disfrazaré de mercader e intentaré venderle a
Alí-Babá las tinajas. Así podremos entrar en la casa - contestó el malvado jefe.
Cuando los ladrones iban a entrar en la casa de Alí-Babá, una pequeña sirvienta se dio cuenta del engaño. Enseguida
le dijo a Alí lo que contenían las tinajas y entre los dos las hicieron rodar calle abajo. Los pobres ladrones terminaron
mareados y en manos de la guardia de la ciudad.
Alí, fue a buscar a su hermano en la cueva y después de abrazarle, volvieron a la ciudad; pero sólo con una cantidad
de dinero, ya que devolvieron todo lo que había sido robado por los ladrones.
Así, Alí-Babá y su hermano fueron muy apreciados por todos los habitantes de la ciudad.
Androcles, que quería mucho a los animales, como todos los niños, sintió lástima de aquel león. Se le acercó, le
lavó la herida, le puso una venda y lo curó.
- Bien amigo, ahora ya puedes marcharte. Espero que con esto sanes - dijo Androcles, acariciando tiernamente la
cabeza del animal.
Un tiempo después, Androcles fue hecho prisionero y llevado al circo para que lo devorasen las fieras, porque era
cristiano.
En aquellos tiempos, los romanos perseguían a los cristianos, porque no querían adorar a sus dioses.
Cuando Androcles salió a la arena, cerró los ojos esperando el momento terrible en que aparecerían las fieras
hambrientas.
Sin embargo, pudo ver cómo un enorme león se le acercaba mansamente.
El animal se echó a sus pies y con su lengua intentó curar las heridas que tenía en el cuerpo Androcles.
Entonces el joven cristiano se dio cuenta de que aquel era el león al que había cuidado. Le acarició la melena con
alegría, porque sabía que era su amigo.
La gente que llenaba el circo calló admirada.
- ¡Esto no había pasado nunca! ¡El león y el cristiano son amigos!
- murmuraban los romanos.
El emperador se conmovió ante aquella escena.
- ¡Que liberen a Androcles y al león con él! - gritaba la multitud que se encontraba en el circo.
El emperador premió aquella buena acción.
Beto era un niño que nunca había ido a un Jardín de Niños. Tenía cuatro años, acabaditos de cumplir, cuando un
día su mamá lo llevó al Jardín de Niños, para que apuntasen su nombre en las listas del establecimiento.
Allí, en una alegre sala bañada de sol, de paredes adornadas con lindos cuadros de niños jugando y de animales en
el campo, allí conoció a una señorita amable, tranquila, risueña, que le tendió los brazos y dijo:
-Roberto, vas a venir todos los días, muy puntual, ¿verdad? y él contestó:
-Sí, porque me gusta este Jardín de Niños y quiero estar con usted señorita.
-Bien, niño. Te espero desde el primer día de clases; verás que contento estarás aquí como los otros niños, le
aseguró la gentil maestra.
-¿Hay muchos niños?
-Muchos, querido mío. Tendrás muchos compañeros y algunos amigos, prometió ella.
Con esta promesa, Beto volvió a casa lleno de alegría. ¡Iba a tener muchos compañeros y todos los amigos que
él quisiera!
Y desde ese día preguntaba a su mamá todas las mañanas:
-¿Hoy es el primer día de clases, mamá?
Y ella le contestaba:
-No, hijo. Faltan... tantos días.
Faltaban diez días... luego nueve... ocho... siete... seis... cinco... cuatro... tres... dos... ¡UN DIA, por fin!
En la mañana de ese feliz día Beto despertó antes que su mamá lo llamara. Se dejó bañar, vestir ropita nueva y
arreglar. Desayunó “como todo un caballero”, según decía su mamá; y llegada la hora se despidió de su papá... se
dirigió con su mamá hacia el Jardín de Niños.
Se iba diciendo, encantado y gozoso:
-¡Voy al Jardín de Niños, voy al Jardín de Niños! ¡Qué gusto! Ya no soy chiquito.
Andando, pasó por un prado verde donde pacía una vaca, su amiga de mucho tiempo, y le dijo:
-Buenos días, Vaca. ¿Sabes? ¡Voy al Jardín de Niños!
-¡Muuu, muuu! le contestó la vaca, (o sea: Bien, bien, querido).
Siguió andando Beto y encontró al borrego, su amigo como la vaca y le dijo:
-Buenos días, borreguito, ¿Sabes? ¡Voy al Jardín de Niños!
-¡Bee, bee! (o sea: ¡Bien, bien, querido! le contestó el borreguito).
Siguió andando Beto y encontró al marranito, su amigo también de mucho tiempo, y le dijo:
-Buenos días, Marranito, ¿Sabes? ¡Voy al Jardín de Niños!
-¡Uffff, uffff!, contestó el marranito, (o sea: ¡Bien, bien, querido!).
Y ahora Beto se dijo, contento:
-Ya saben mis amigos la gran noticia, y parece que están tan satisfechos como yo. ¡Este es mi primer día de clases!
Y entró, sonriente y confiado a su salón, buscando el rostro amable de su señorita.
BAMBI Y SUS AMIGOS DEL BOSQUE
Había llegado la primavera. El bosque estaba muy lindo. Los animalitos despertaban el largo invierno y esperaban
todos un gran feliz acontecimiento.
- ¡Ha nacido el cervatillo! ¡El príncipe del bosque ha nacido!
- anunciaba Tambor el conejito, mientras corría de un lado a otro.
Todos los animalitos fueron a visitar al pequeño ciervo, a quien su mamá puso el nombre de Bambi. El cervatillo se
estiró e intentó levantarse. Sus patas largas y delgadas le hicieron caer una y otra vez.
Finalmente, consiguió mantenerse en pie.
Tambor se convirtió en un maestro para el pequeño. Con él aprendió muchas cosas mientras jugaban en el bosque.
Pasó el verano y llegó el tan temido invierno. Al despertar una mañana, Bambi descubrió que todo el bosque
estaba cubierto de nieve. Era muy divertido tratar de nadar sobre ella. Pero también descubrió que el invierno era
muy triste, pues apenas había comida.
Cierto día vio a un grupo de ciervos mayores. Se quedó admirado al ver quien iba adelante de todos. Era el más
grande y fuerte que los demás. Era el Gran Príncipe del Bosque.
Aquel día la mamá de Bambi se mostraba inquieta.
Olfateaba el ambiente tratando de descubrir qué ocurría.
De pronto, oyó un disparo y dijo a Bambi que corriera sin parar. Bambi corrió hasta lo más espeso del bosque.
Cuando se volvió para buscar a su mamá vio que ya no venía.
El pobre Bambi lloró mucho.
- debes ser valiente porque tu mamá no volverá.
Vamos, sígueme - le dijo el Gran Príncipe del Bosque.
Bambi había crecido mucho cuando llegó la primavera. Cierto día, mientras bebía agua en el estanque, vio reflejada
en el agua una cierva detrás de él. Era bella y ágil y pronto se hicieron amigos.
Una mañana, Bambi se despertó asustado. Desde lo alto de la montaña vio un campamento de cazadores. Corrió
hacia allá y encontró a su amiga rodeada de perros. Bambi le ayudó a escapar y ya no se separaron más.
Cuando llegó la primavera, Falina, que así se llamaba la cierva, tuvo dos crías. Eran los hijos de Bambi que, con el
tiempo, llegó a ser el Gran Príncipe del Bosque.
Caperucita era una niña muy alegre y simpática que tenía unos ojos muy grandes y cabellos rizados. Su madre le
había hecho una caperuza colorada para pasear y, por eso, la llamaban Caperucita Roja.
Caperucita ayudaba a su madre en todo lo que podía, sobre todo si con ello tenía que salir de la aldea y cruzar el
bosque. Le gustaba ver y oler las flores, oír cómo trinaban los pájaros y cómo croaban las ranas de las charcas.
Una mañana, la madre de Caperucita le dio una bonita cesta con comida y regalos y le dijo:
- Caperucita, ve a casa de la abuelita a llevarle todo esto.
Está enferma y necesita que le hagas compañía.
La niña se puso muy contenta, pues le encantaba visitar a su abuela, que vivía al otro lado del bosque.
Dando saltos de alegría, se fue a la casa de su abuelita.
Todo le parecía muy lindo, hasta que se encontró con un animal muy feo y peludo. Era el lobo feroz.
- Niña, ¿qué haces en este bosque?
- le preguntó.
- Voy a casa de mi abuelita, que está enferma y le llevo esta cesta con comida y regalos - contestó Caperucita.
El lobo, que era muy glotón, pensó que podría comer bien y quedarse, además, con los regalos.
- Y, ¿dónde vive tu abuelita? -le preguntó el animal.
- Al otro lado del bosque, donde acaban los árboles -le contestó la inocente caperucita.
Sin decir más palabras, el lobo salió corriendo. Y corre que te corre, llegó primero a la casa. Se acercó a la puerta
y llamó dando unos golpes con su peluda pata.
- ¿Quién es?
- preguntó, desde dentro, la abuelita.
- Soy yo, Caperucita -contestó el lobo, fingiendo voz de niña.
Cuando la abuelita abrió la puerta, el lobo dio un gran salto sobre ella y se la comió de un solo bocado.
Estaba relamiéndose aún, cuando oyó que llegaba Caperucita.
Entonces se metió en la cama disfrazándose de la pobre abuelita.
Cuando Caperucita entró en la casa, vio que tenía una orejas muy largas, un hocico muy negro, una uñas que
parecían garras y unos colmillos muy grandes.
- ¡Oh!, abuelita. ¡Qué manos tan grandes tienes!
- Exclamó extrañada Caperucita.
- Son para acariciarte mejor -contestó con voz dulce el lobo.
- Abuelita, ¡qué nariz...más grande tienes! - dijo la niña.
- Es para olerte mejor -respondió el lobo nervioso, porque no le salía bien la falsa voz.
- Abuelita, ¡qué mejor, pequeña mía -contestó el lobo.
- Abuelita, ¡qué dientes... qué dientes más grandes tienes!
- Tartamudeó la niña, mientras se fijaba en los afilados colmillos.
- ¡Ea, son para comerte mejor! -Dijo el lobo.
Y se la comió.
Acertó a pasar en ese instante un cazador, que vio lo que ocurría por la ventana.
Con su escopeta mató al malísimo lobo y abriéndole la barriga salvó a Caperucita y a la abuelita.
Las dos le dieron muy contentas las gracias y le invitaron a compartir la comida y los regalos de la cesta.
Caperucita aprendió una gran lección con lo sucedido:
Había una vez, un rosalito que vivía bajo tierra en una vivienda obscura y tan estrecha, que apenas podía moverse
en ella. Solo dormía... dormía y dormía. Un día, lo despertó un ruidito; parecía que llamaban a la puerta, así: tan,
tan ... El rosalito preguntó desde su cama, sin moverse; ¿Quién es? ¿Quién es?. Una discreta vocecita le respondió:
-Yo la lluvia. He venido a visitarte. ¡Ábreme!
-No, no. No he de abrirte mi casa, replicó el soñoliento rosalito y continuó durmiendo.
Pero pocos días después lo despertó el mismo ruidito a su puerta como si llamasen, y preguntó como la vez
anterior, desde su cama:
-¿Quién es? ¿Quién es?
Una voz alegre, cariñosa, le respondió.
-Soy yo, el sol. Quiero entrar a verte. ¡Ábreme!
-No, no. No me he levantado todavía, replicó el rosalito y continuó durmiendo. Y muy pocos días después de
esto oyó una mañana golpecitos a su puerta, murmullos y roce como de una mano en la ventana y en el techo de
la casita, y saltó de la cama preguntando:
-¿Quén es? ¿Quién es?
-Somos la lluvia y el sol.
Respondieron las dos vocecitas conocidas.
-Y queremos entrar... queremos entrar a saludarte.
-Son las visitas que han venido varias veces ya... y vienen juntas, esta vez tengo que abrirles.
Dijo para sí el rosalito semidormido. Entreabrió la puerta y los visitantes entraron francamente, lo tomaron de
las manos y salieron corriendo con él hacia arriba, donde hay luz. Fueron sube y sube y sube, hasta tocar con sus
cabecitas el techo de tierra que cubre a las semillitas y a las raíces y le dijeron:
-Empuja ahora tú con tu cabecita.
El rosalito obedeció, asomó la cabeza y acabó de despertar. ¡Qué deliciosa sorpresa la suya! Estaba en un jardín,
era primavera, muchísimas plantitas habían asomado sus cabecitas ya, y ellas le dijeron que era un tierno rosalito
muy lindo en verdad.
EL GATO CON BOTAS
Había una vez un molinero que tenía tres hijos pero, como era muy anciano, un día se murió. Los tres hijos, muy
tristes, fueron ante el notario para conocer el testamento de su papá.
- Dejo a mi hijo mayor mi molino blanco, para que trabaje en él. A mi segundo hijo le dejo mi asno que, aunque
es un poco testarudo, le servirá para cargar los sacos de harina. Y a mi hijo pequeño, como no tengo nada más, le
dejo mi gato, que es muy listo -terminó de leer el señor notario.
Los dos hermanos mayores se marcharon al molino y dejaron al menor con su gato. Estaba pensando qué iba a
hacer con él cuando el animal comenzó a platicar, ante el asombro del muchacho.
- Yo puede haceros muy rico, mi señor. Sólo tenéis que hacer lo que os diga. Buscadme ropa apropiada: un
sombrero con plumas de colores, un traje y unas botas de cuero.
- ¿Unas botas de cuero? -preguntó asombrado el joven.
- Exacto y ya veréis lo que puedo hacer -dijo el simpático minino.
El muchacho le vistió con lo que le había pedido. El gato estaba tan elegante que no parecía el mismo.
Se marchó hacia el palacio del rey y por el camino cazó una hermosa liebre. Presentándose ante el rey hizo una
gran reverencia.
- Permitidme, majestad, que os entregue este regalo en nombre del Ilustrísimo Marqués de Carabás. Mi señor, que
se preocupa por su majestad, desea que comáis a gusto.
El rey se puso muy contento, aunque no sabía quién era aquél Marqués de Carabás. Como el gato hizo lo mismo
varios días el rey creyó que era alguien muy importante.
Cierto día el gato dijo a su amo:
-Ya va siendo hora que conozcáis a su majestad.
-¿Cómo lo vamos a hacer con esta ropa tan remendada que visto?
- se lamentó el muchacho.
-No os preocupéis por eso. Sólo tenéis que esperarme bañándote en el río. Lo demás corre de mi cuenta -contestó
el animoso gato.
El rey y su hermosa hija, la princesa, estaban paseando, cuando se les acercó nuestro gato, simulando estar muy
agitado.
- ¡Majestad!, ¡Majestad!, mi señor estaba bañándose en el río, cuando unos ladrones le han quitado su ropa.
¿Podríais ayudarle?
El rey, que estaba muy agradecido por todos los regalos, mandó a sus criados por ricos vestidos para el joven.
Después de ponérselos, se presentó ante el rey y estaba tan elegante y hermoso que la princesa se enamoró al
instante de él.
- Mi señor tiene el honor de invitaros a su castillo. Yo me adelanto, pero seguid este camino y llegaréis ante él. Es
aquél que se ve a lo lejos -dijo el gato ante la mirada extrañada del muchacho.
El gato con botas se fue corriendo hacia el castillo del Ogro Malo, al que encontró en el interior del gran salón.
- ¿Qué haces aquí desgraciado gato? -gruñó el enorme Ogro.
- He oído hablar mucho de tu magia, pero no me lo creo -contestó tranquilamente el gato.
- ¡Infeliz! ¿No crees que puedo transformarme en el animal que yo quiera? Anda, dime un animal y me convertiré
en él -dijo enojado el Ogro.
- A ver, conviértete en... un elefante - dijo el gato.
Nada más decirlo el Ogro se convirtió en un elefante gigantesco.
- Bueno, eso es muy fácil, porque es muy grande.
Pero ¿te convertirías en un ratón? -preguntó el minino.
En un momento el Ogro tomó la forma de un pequeño ratón. Entonces el gato se lanzó sobre él y se lo comió.
Cuando el rey llegó, quedó impresionado por aquel magnífico castillo. Con el tiempo, el humilde hijo del molinero
y la hermosa princesa se casaron y fueron muy felices.
El muchacho estuvo siempre muy contento con el gato que había heredado y aprendió la lección dada por su
padre:
Hubo una vez un emperador que era muy presumido, sólo pensaba en comprarse vestidos. Tenía un grupo muy
numeroso de sastres que constantemente le hacían nuevos ropajes, porque deseaba ser el mejor vestido de todos
los reinos del mundo.
Cierto día llegaron al palacio imperial dos pícaros muchachos, pidiendo ser recibidos por su majestad. Decían
que eran unos afamados sastres que venían de lejanas tierras. El emperador, al conocer la noticia, les hizo pasar
inmediatamente.
- Majestad, hemos traído una tela que es una maravilla
- dijo uno de los pícaros.
- No la pueden ver los ignorantes, pero a los inteligentes les gusta mucho - dijo el otro.
El emperador se entusiasmó con lo que decían y pidió a los falsos sastres que le comenzaran inmediatamente un
vestido con aquella tela, que enseñaría a todo el mundo.
Los pícaros pidieron para los gatos grandes sumas de dinero y joyas valiosísimas. Hacían creer que cortaban y
cosían el vestido, cuando, en realidad, no cosían nada. Y aquellos que lo veían, para que no les llamaran ignorantes,
decían que era un vestido muy original.
Llegó el día en que el emperador fue a probarse el famoso vestido.
Cuando se lo presentaron quedó admirado.
¡No veía el vestido!
Y para que sus súbditos no pensaran que no era inteligente, decidió disimular.
Todo el pueblo esperaba que pasara el emperador, ya que tenía gran curiosidad sobre cómo sería el majestuoso
ropaje. Entonces apareció el emperador. Iba caminando desnudo ante el asombro de todos.
Un gran silencio se hizo en la calle, pero nadie dijo nada para que no se le llamara ignorante. Sólo un niño, con su
inocencia, dijo:
- ¡Mirad, mirad, el emperador va desnudo!
Ante esto, todo el mundo dijo lo mismo y el emperador sintió mucha vergüenza. Fue un día muy triste para él.
Aprendió una gran lección:
Una tarde, poco antes de la hora de su baño acostumbrado, Guillermito tuvo una idea; ¡dar una sorpresa a su buena
mamá!
Ella estaba ocupada en la cocina, preparando la cena. El corrió de puntitas al cuarto de baño, y con mucho
esfuerza logró poner el tapón a la tina, dar vuelta a la llave del agua tibia, y luego, en un momento se desvistió y
entró a la tina, donde el agua iba sube y sube.
-Tengo que darme prisa para sorprender a mamá, se decía.
Tomó, pues, su toallita, se enjabonó y con ella se frotó la cara, los oídos y detrás de ellos también, el cuello y el
pecho.
Bien, muy bien. Pero... ¿dónde se le había ido el jabón?
Tuvo que echarse agua limpia a la cara para encontrarlo. ¡Ah, sí, estaba detrás de él.
En ese momento oyó cerrar una puerta en el piso bajo. Era que su mamá salía de la cocina.
-¡Ya viene, ya viene! Y quiero que me encuentre bañado, pensó Guillermito muy apurado.
Y tomó el jabón, lo frotó a toda prisa en la toallita, y se enjabonó pronto, pronto, un brazo; luego, pronto, pronto el
otro brazo; ahora los hombros; después, más jabón en la toallita para pasarla por todo el estómago... Enjabonarse
la espalda no era cosa fácil, pero por encima de cada hombro se dio unos golpes con la toallita, y...
Ya subían por la escalera unos pies: tan, tan, tan, tan. El niño se repetía.
-¡Aprisa, aprisa. Que me encuentre mamá ya bañado!
Una vez más enjabonó bien la toallita y volvió a la tarea: una rodilla, una pierna y un pie; ahora, la otra rodilla, la
otra pierna y el otro pie...
Los pasos estaban muy próximos. Los oyó en el pasillo alfombrado: tan, tan, tan, tan, y luego en el piso de
mosaico, tac, tac, tac, tac. Una mano abrió la puerta del cuarto de baño y...
Allí estaba su mamá mirándolo sonriente. Le dijo:
-Bueno, Guillermito, veo que empiezas a bañarte. Lava tu carita.
-Mírala, mamá .
-Reluciente y limpiecita como una concha del mar, sonrió ella con agrado. Ahora tus brazos.
Guillermito los extendió satisfecho:
-¿Están bien, mamá?
-Como dos columnas de porcelana nuevecitas. Pero déjame ver si detrás de tus orejitas no ha quedado algo del
polvo del día.
Las orejitas, por fuera y por detrás, estaban limpias y sonrosadas como si ella las hubiera lavado. ¿Y el cuello, los
hombros, el estómago?
Muy bien, así como las piernas, rodillas, pies y todo. Tan solo la espaldita estaba CASI limpia. Y el interior de la
naricilla y de los oídos necesitaron se ocupase de ellos mamacita.
Hizo unos rollitos de algodón y los aseó perfectamente.
Bien poco, en verdad, fue lo que tuvo que hacer, porque como tú has ido oyendo, niñito querido, todo lo demás lo
había hecho Guillermito por sí mismo.
A tiempo que mamá, toalla grande en mano lo esperaba para enjugarlo, suplicó:
-Una zambullida más, mamacita. El agua estuvo muy buena.
Muy buena, sí, pero se estaba yendo a gran prisa porque él había quitado el tapón unos momentos antes.
Así es que ya no podía zambullirse ni hacer que braceaba nadando, sino tan solo deslizarse y dar vueltas en el
fondo de la tina, como un pececito reluciente y resbaloso. El pececito salió tiritando, cogiéndose bien al borde para
no caer, y su mamá lo envolvió en la toalla y le secó la espalda y los oídos.
-Lo demás yo, mamá, pidió él, riendo de gusto.
La señora lo dejó solo. Guillermito oyó el tac, tac, tac, tac, de sus tacones en el mosaico, luego el apagado tan,
tan, tan, en la alfombra del pasillo, y luego... no oyó más, porque se puso a trabajar secando un brazo, y en seguida,
pronto, pronto, el otro brazo; un hombro, el otro hombro; el estómago, el pecho.
Tomó aliento y escuchó allá abajo, en la cocina, ruido de loza y cubiertos. Mamá estaba alistando su merienda. ¡A
apurarse, pues! ¡A secarse una pierna, la rodilla, el pie y... ¡listos !
Un minuto después ya estaba vestido con su traje de dormir, muy caliente, seco y limpiecito. ¡Qué agradable!.
En ese preciso instante sintió que tenía hambre, un hambre terrible, como es de esperarse en un niño que ha
corrido, jugando, subido y bajado escaleras toda la tarde, y finalmente se ha bañado muy bien él solo. Su mamá
debe de haberlo adivinado, porque llamó alegremente desde la cocina:
-¡La merienda está servida para un niño que es todo un hombrecito, y ya sabe bañarse solito!
FRUTILANDIA MEXICANA
En el reino de Frutilandia se estaban preparando grandes festejos. El joven Rey Durazno III, había decidido casarse
y todas las jóvenes de los contornos se estaban preparando para asistir a las fiestas y ver quién era la escogida entre
ellas. El Rey había dicho que no era necesario ser Princesa o persona de la nobleza para ser escogida para reinar
en Frutilandia Mexicana. Sería escogida la joven por su humildad, modestia e inteligencia. Llegó el día en que se
comenzaron los festejos. Las jóvenes habían llegado de todo el reino. Del Sur llegaron las papayas, las naranjas
gigantes, las guayabas, las pitayas, las sandías, las piñas; y de otros lugares, las uvas, las limas, las jícamas, las
granadas, las peras, las fresas, las cerezas, las tunas, las manzanas, las chirimoyas. En todo el reino hubo verbenas,
serenatas, fuegos artificiales. Y por último llegó el día solemne en que había de ser elegida la esposa del Durazno
III. El Palacio estaba regiamente adornado: grandes lámparas iluminaban los salones regios y hermosas orquestas
alegraban con su bella música a la concurrencia. El Rey, sentado en su trono, contemplaba a todas aquellas jóvenes
tan lindas. A los lados del Rey estaban sentados todos los Príncipes que habían sido invitados y habían llegado
de lejanas tierras. Ahí estaba el Principe Plátano de Tabasco; el Príncipe Membrillo; el Príncipe Perón; el Príncipe
Higo; el Príncipe Melón y otros muchos que habían sido invitados de otros Reinos. Ante el trono se presentó la
Cereza con un hermoso manto rojo; hizo una profunda reverencia ante el Rey se alejó. El rey estaba encantado
con aquella hermosa joven; pero comprendía que era demasiado bajita y demasiado regordeta. Así desfilaron
todas las jóvenes engalanadas preciosamente. La jícama con un precioso vestido blanco; la Uva de verde y negro;
la Granada con un manto verde y un precioso vestido rojo. La Manzana entró precedida de un hermoso perfume.
Toda la corte estaba encantada con la joven; pero atrás de ella entró la Sandía y entonces el júbilo fue delirante.
Olvidándose el Rey de la hermosa Manzana. La Sandía, una joven morena, llevaba un vestido blanco; una banda
verde cruzaba su pecho y un manto rojo, verdaderamente elegante caía sobre sus espaldas.
El pueblo de Frutilandia Mexicana aclamó con entusiasmo a la jovencita. El Rey Durazno III se levantó de su trono
y dando el brazo gentilmente a la agraciada la paseó por los regios salones en donde fue calurosamente aclamada,
como la futura reina de Frutilandia Mexicana. Al final de la fiesta, se bailó un hermoso minuet, en donde las
jóvenes parecían verdaderamente unas hadas con sus primorosos vestidos y su deslumbrante belleza. La sandía
fue aclamada constantemente por ostentar los colores de la Bandera amada del Pueblo de Frutilandia Mexicana.
HISTORIA DE LA BELLA DURMIENTE
El rey y la reina en un lejano país estaban muy contentos, había tenido una lindísima hijita. Eran tan felices que
decidieron hacer una gran fiesta. Invitaron a todos los nobles del reino y a todos lo sabios y a todas las hadas.
Bueno, a casi todas las hadas, porque sin darse cuenta, se olvidaron de una vieja y gruñona hada que vivía en los
pantanos.
Llegó el día esperado. Todos estaban disfrutando de la fiesta cuando apareció la vieja hada.
- ¡Aunque no me habéis invitado, traigo un regalo a la princesita!
- dijo el hada muy molesta.
- ¿Qué regalo traéis para mi pequeña? - preguntó dulcemente la reina.
- Cuando tenga dieciocho años se pinchará con una rueca y caerá dormida durante cien años y, con ella, dormiréis
también todos vosotros - dijo el hada con mucha rabia mientras desaparecía.
El rey hizo desaparecer todas las ruecas del reino para que no se cumpliera el hechizo del hada.
La tarde en que cumplió los dieciocho años, la princesa paseaba por el castillo cuando vio, en una oscura habitación,
a una amorosa anciana hilando en una rueca.
- ¿Me podríais ayudar bella niña? Se me ha enganchado el hilo y no puedo sacarlo - le dijo la anciana, que no era
otra que la malvada hada.
La princesita, se dispuso ayudarla y, sin querer, se pinchó con la rueca. Al instante se paralizó todo el castillo,
quedando todos quietos como si fueran estatuas.
Algún tiempo después pasó por el encantado lugar un hermoso joven. Había oído la leyenda de la bella princesita
que dormía y decidió liberarla de su hechizo. Buscó por todo el castillo hasta hallar la bella durmiente.
¿Te gustan las galletas de animales con chocolate? ¿Y no te da tristeza pensar que hay niños y niñas que nunca
comen galletas de animales?
Por supuesto que hubo una época en que las únicas galletas que los niños podían tomar eran redondas o cuadradas.
No había ningún panadero en el mundo que las hiciera de otro modo. Las primeras galletas de animales se hicieron
en el país de Puede Ser, por un panaderito que se llamaba Salomón Panadero.
En uno de los barrios más humildes del país de Puede Ser, vivía una familia de panaderos compuesta del Padre
Panadero, la Madre Panadera y el hijito de éstos que se llamaba Salomón Panadero. Ya sabéis que en aquel tiempo
toda la gente llevaba el nombre de su oficio. Al padre Panadero le gustaba más tocar el saxofón que hacer pan y
galletas; por eso era pobre la familia Panadero. La Madre Panadera hacía lo que podía por conservar su negocio,
porque deseaba que Salomón fuera un panadero famoso como lo habían sido su abuelo y su bisabuelo. Pero qué
desgracia Salomón no quería hacer galletas como las había hecho su abuelo y su bisabuelo, sino de otro modo. El
quería hacer algo nuevo, porque era así el muchacho.
Una mañana, Salomón no sabía qué hacer con la masa blanca que su padre había revuelto en un gran cubo;
había estirado la masa exactamente como lo hacían su abuelo y su bisabuelo, pero no quería cortarla en ruedas
ni en cuadros. Estaba cansado de galletas cuadradas y galletas redondas. Se acercaba a la ventana y se paraba
pensando, pensando pensando. El perro de Aníbal el bombero, andaba por allí con la cola levantada.
¡Voy a hacer un perro! dijo Salomón de pronto. Fue a la mesa, cogió un cuchillo y empezó a cortar la blanca masa.
Te figuras que eres un niño bueno, -dijo Pablo Perico a Salomón que metía al horno las latas grandes llenas de
galletas cuadradas pero yo ví lo que hiciste, Salomón Panadero.
-Sh, sh, sh- imploró Salomón.
Volvió la Madre Panadera y se puso a cortar la masa haciendo panes grandes y chicos y galletas cuadradas y
redondas. Salomón le ayudaba muy formal, pensando en qué iría a suceder cuando su madre sacara las latas del
horno y se encontrara aquella latita con galletas de animales.
Y al fin sucedió. Sacó la señora Panadera las latas de las galletas que ya estaban cocidas y entre ellas va viendo
aquellas extrañas galletas que representaban perros y pericos y leones y osos y camellos...
-¡Ah! Salomón ¿Tú sabes que es esto? preguntó.
Y Pablo Perico contestó:
-Salomón desperdició la masa.
El niño había salido al patio en aquellos momentos a traer leña para el horno, pero cuando oyó la voz de su madre,
a pesar del temor a un regaño entró presuroso diciendo:
-Mande usted.
-¿Sabes algo acerca de esto? -preguntó Madre Panadera, mostrándole la latita.
-Por supuesto que sé- respondió Salomón valientemente-. Son animales, los hice yo con la masa de galletas;
estaba cansado de hacer galletas cuadradas como mi abuelo y bisabuelo, y tenía que hacer algo diferente. Estas
son galletas de animales, dijo con orgullo.
-Salomón desperdició la masa- dijo Pablo Perico.
-¡A muchacho! ¿Quién irá a querer comprar ahora estos desfiguros?
Mientras esto sucedía en la panadería, los niños de la escuela que estaba en la misma calle empezaron a salir
porque habían dado las doce. Pasaron por enfrente y como de costumbre entraron en la panadería a comprar
galletas. Como los niños son siempre curiosos, se fijaron en la latita que la Madre Panadera había dejado sobre el
mostrador y con gran asombro vieron aquellas galletas que eran distintas de las galletas que habían visto toda su
vida. No eran ni redondas ni cuadradas, sino que representaban perros, pericos, leones, osos y camellos...
-Yo quiero de éstas- dijo un niño.
-Y yo también, dijo otro.
Y todos dijeron lo mismo, y en un momento se quedó la lata vacía y todavía los niños siguieron pidiendo más
galletas de animales.
Madre Panadera estaba asombrada y Salomón se sentía muy satisfecho. Los niños pidieron más galletas de
animales para el día siguiente y se fueron muy contentos de haber encontrado algo nuevo.
Por la tarde, Salomón se sintió feliz llenando latas y más latas de bonitas galletas de animales; Madre Panadera
muy contenta ya le estuvo ayudando en su trabajo y hasta el Padre Panadero dejó un rato de tocar el saxofón y
también fue a cortar perros, pericos, osos y camellos, de la suave y blanca masa.
Desde ese día la Madre Panadera vivió dichosa y tranquila y el Padre Panadero pudo pasar toda la vida tocando el
saxofón. Y ya veis cómo Pablo Perico el rojo y verde no tenía razón cuando decía: “Salomón desperdició la masa”,
porque lo que Salomón hizo, fue inventar una cosa nueva.
LA CENICIENTA
En cierta ocasión un hombre muy bueno que tenía una hija muy linda se quedó viudo. Para cuidar mejor a su hija,
que era muy pequeña, decidió casarse con otra mujer que tenía dos hijas caprichosas y muy maleducadas.
Pero un día, este hombre murió. Fue entonces cuando la madrastra y las dos hijas empezaron a tratar mal a la
pequeña Cenicienta. Así la llamaban porque siempre estaba sucia de ceniza de tanto trabajar en la cocina.
La niña, que era muy amable y linda, tenía que hacer los trabajos más cansados de la casa: fregar las ollas de la
cocina, barrer el suelo, dar de comer a los animales.
Una mañana, el correo del rey anunció que se iba a realizar una gran fiesta en el castillo al que quedaban invitadas
todas las doncellas.
Al escuchar el mensaje, la madrastra y hermanastras de Cenicienta se dieron prisa en vestirse con elegancia para
ir a la fiesta.
- ¡ Cenicienta! ¡Prepara mi vestido! - gritaba una de las hermanastras.
- ¿Dónde están mis zapatos? - preguntaba la otra.
Cuando llegó la hora de partir para el castillo todas se marcharon, salvo la linda muchacha. Cenicienta que deseaba
conocer al príncipe, se quedó llorando. Fue en ese momento cuando apareció una resplandeciente hada.
- ¿Por qué lloras, pequeña? - le dijo con una voz dulcísima.
- Porque deseaba ir a la fiesta - contestó la muchacha.
El hada prometió que le ayudaría. Para ello necesitaba una calabaza del huerto. Cuando Cenicienta se la llevó, la
convirtió en unos caballos blanquísimos y a una rata con cochero con grandes bigotes. Unas lagartijas que habían
en una ventana terminaron siendo pajes. El hada tocó a la joven con su varita mágica y un hermoso vestido cubrió
a la muchacha al instante.
Estaba lindísima con sus zapatos de cristal.
- Cenicienta, puedes ir a la fiesta ahora, pero vuelves antes de la medianoche, porque entonces desaparecerá el
encanto. No te olvides - le dijo el hada mientras la muchacha se dirigía al castillo.
Al llegar hubo un gran murmullo entre los invitados. Era tan linda que el príncipe se fijó enseguida de ella. La joven
no podía creer que el príncipe le pidiera bailar con él.
Las horas pasaron rápidamente y el reloj, al fin, comenzó a tocar las doce campanadas. Al escucharlas, Cenicienta
salió corriendo, perdiendo uno de sus zapatos de cristal.
El príncipe halló aquel zapato y decidió encontrar a aquella dama tan bella. Por esa razón, mandó a su correo que
anunciara por todo el reino que el príncipe se casaría con la doncella que fuera la dueña de aquel zapato de cristal.
Algunos días después pasó la comitiva real por casa de nuestra amiguita. Sus hermanastras se probaron el zapatito
pero fue inútil.
Era demasiado pequeño.
Fue entonces cuando vieron a la joven sirvienta de la casa y le rogaron que se probara el zapato. Era precisamente
su medida.
En aquel instante Cenicienta apareció tan linda como la noche de la fiesta.
Poco tiempo después la humilde Cenicienta se casaba con el apuesto príncipe.
Era el premio a la bondad de la sencilla muchacha.
LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO
La hija del granjero estaba muy contenta aquella mañana, pues iba a ir con su papá al mercado del pueblo. Le
gustaba mucho ir al mercado, porque era muy divertido. En una ocasión vio un concurso de cortadores de leña.
Ayudó a su padre a colocar los últimos cestos en el carro y se marcharon al pueblo. En el mercado unos vendían
ropa, otros comida y algunos hasta libros viejos.
La pequeña granjerita se paró donde estaban los libros y fue entonces cuando se le acercó una señora gorda
chillona.
- ¿Me quiere comprar esta gallina, niña bonita? - decía la señora mientras agarraba al pobre animal por el cuello.
A la niña, le dio mucha pena y decidió gastarse todos sus ahorros en aquella gallina, flaca y casi sin plumas.
-¿Dónde vas con esa gallina tan flaca?
- le dijo entre risas su papá.
Cuando llegaron a la granja, la dejaron en el corral. Es tan flaca que no tenía esperanza que pusiera huevos. Pero al
día siguiente no sólo puso un hermoso huevo, sino que además... era de oro.
Cuando la granjerita lo dijo en la casa, hubo primero una gran extrañeza, pero luego una gran alegría.
Sus papá empezaron hacerse ricos y, con ello, comenzaron los problemas. Papá granjero ya no tenía bastante con
su viejo caballo y quería un tractor.
Mamá quería una casa mayor. Y la pequeña granjerita quería más vestidos. Lo cierto es que con un huevo de oro
cada día no tenían bastante y quisieron tener muchos más.
Intentaron darle más comida, pero la gallina sólo ponía un huevo diario. Le llevaron los gallos más lindos y
orgullosos como novios, pero la gallina seguía igual. Trajeron al veterinario, que le recetó pastillas, pero nada. Sólo
ponía un huevo por día.
Al no encontrar otra solución, el granjero decidió abrir el vientre a la gallina y encontrar la mina de oro. La niña lloró
mucho, pero no pudo evitar la muerte del animalito .
Y como os podéis imaginar:
Había una vez un anciano bondadoso, aunque algo despistado, que vivía con un pez, llamado Fígaro, y un simpático
grillo, que se llamaba Pepito. El hermoso trabajo del anciano era hacer muñecos de madera. Y un día, hizo un
muñeco tan bien acabado que parecía de verdad. Como era de madera de pino. Le llamó Pinocho.
Aquella noche, el anciano no podía dormir, nunca había tenido hijos y estaba muy triste por eso.
- ¡Cuánto me gustaría que mi muñeco fuera de verdad! - pensaba mientras se acurrucaba plácidamente y se
dormía.
De pronto, una luz resplandeciente iluminó la habitación. Era un hada muy hermosa que llevaba una varita en su
mano. El hada quiso complacer al anciano y por eso le dio vida a Pinocho:
- Tienes que recordar una cosa: debes ser bueno y obediente.
Al día siguiente, cuando el anciano vio a Pinocho, se llevó una gran alegría y encargó a Pepito Grillo que le cuidara
y aconsejara.
El viejecito le compró lápices y cuadernos a Pinocho para que fuera a la escuela.
De camino al colegio, Pinocho y Pepito Grillo se encontraron con dos bribones: un zorro muy pillo y un gato
compañero de fechorías del zorro.
- Este muñeco viviente nos puede hacer ricos, amigo mío.
Tenemos que raptarlo y venderlo al dueño del teatro de marionetas.
- dijo el zorro al ver que Pinocho se movía.
Los dos convencieron a Pinocho para que no fuera a la escuela. Y aunque Pepito Grillo le aconsejó que no les
hiciera caso, nuestro muñeco de madera se fue con el zorro y el gato.
Los dos pillos lo vendieron al director del teatro de marionetas.
Y éste lo metió en una jaula. El hada, muy enfadada, se presentó:
- Pinocho, ¿qué te ha pasado? ¿Por qué estás encerrado aquí?
- le preguntó.
Pinocho, temiendo que le riñera, comenzó a mentir. No había terminado de hablar cuando la nariz le comenzó a
crecer y crecer.
- Pero, ¿qué me pasa? - gritó asustado Pinocho.
- Tus mentiras hacen que te crezca la nariz. No está bien que digas mentiras - le regañó el hada.
Pinocho pidió perdón al hada y prometió no hacerlo más.
Ella le hizo salir de la jaula, y le dijo.
- Anda, ahora vete al colegio.
Pinocho se dirigía con Pepito Grillo a la escuela, cuando un grupo de pilluelos le animaron para que fuese a jugar y
a bailar. Esta vez tampoco hizo caso a Pepito Grillo y se marchó con ellos fumando un gran puro.
Pero, después de un rato, notó que le crecían unas orejas peludas y largas y una cola de asno.
El viejecito, avisado por el hada, fue en busca del muñeco y lo sacó de aquel lugar.
Como tenía que ir de viaje, construyeron una balsa. Pinocho ayudó mucho al anciano, porque estaba muy
arrepentido de todo lo que había hecho.
Pero de repente estalló una gran tormenta. Unas enormes olas los arrastraron hasta la boca de una botella, que se
los tragó. Después de mucho trabajo pudieron salir de su panza.
El hada, contenta con el amor de Pinocho para con el anciano lo convirtió en un ser de carne y hueso. Cuando
Gepetto lo vio se puso muy contento.
Pedrito vivía en un rancho, frente a su casa se extendía un terreno de tierra apisonada, y en medio de él crecía un
árbol alto y corpulento.
A él le gustaba sentarse por las tardes en compañía de su hermanita Susana sobre de las piedras que estaban
colocadas al pie del árbol, y desde ahí contemplar el camino que se perdía a lo lejos, los campos de trigo que el
viento suavemente mecía y ver cómo el sol, entre nubes de colores, se ocultaba tras las montañas que limitaban
el paisaje.
Una tarde, en que los niños estaban sentados bajo el árbol, vieron caer algo que parecía venir de las nubes.
Se acercaron y encontraron una paloma. Pedrito la tomó entre sus manos y seguido de su hermanita penetró
corriendo a la casa gritando:
“¡Mamá! ¡Mamá!, ven a ver lo que cayó cerca de nosotros”.
La mamá acudió presurosa y al ver a la paloma exclamó:
“¡Qué bonita!; pobrecita está herida, mira cómo ha manchado tus manos de sangre.
Al estarla examinando se dieron cuenta que en la pata que tenía lastimada llevaba puesto un anillo con su número.
“Yo creo que es mensajera” -dijo el niño.
“Tal vez -le contestó la madre- quién sabe de dónde vendrá”.
Le quitaron el anillo, la curaron, la vendaron y la colocaron en la cocina, dentro de una jaula de carrizos.
Pedrito se hizo cargo de ella, cuidaba de que tuviera siempre a su alcance agua y comida; con gran cuidado la
curaba diariamente, y así, la paloma fue poco a poco mejorando hasta poderse sostener de pie, y más tarde
caminar.
Habían pasado varios meses de la llegada de la paloma a la casa cuando empezó a estar enferma la hermanita de
Pedro, su papá marchó hacia el pueblo cercano en busca del doctor, regresando por la tarde sin haberlo encontrado.
Todos estaban muy afligidos al pensar que no había manera de proporcionar a la niña asistencia médica.
De pronto Pedrito tuvo una idea, tomó papel muy delgado y en él escribió lo que le pasaba a su hermanita
solicitando un doctor que la atendiera; agregó la dirección del rancho y las señas de su casa; enrolló perfectamente
el papel, y sacando a la paloma de su jaula, se lo colocó entre su pata y el anillo que tenía cuando la habían recogido
herida; la sacó de la casa y la echo a volar.
La paloma de pronto dio dos o tres vueltas elevándose, y después, emprendió un rápido vuelo en una sola dirección;
el niño vio cómo se perdía a lo lejos.
Apenas amaneció y la luz alumbró los caminos, el papá se dirigió nuevamente hacia el pueblo, y Pedrito se situó
cerca de la ventana, tenía fe en que la paloma los ayudaría, pero.... por más que veía el camino nadie aparecía por
él.
Ya cerca del medio día se escuchó en el aire un ruido parecido al que hicieran miles de abejas, y a poco descendió
sobre el terreno apisonado del frente de la casa un helicóptero del que bajó un militar llevando una petaquilla en
una mano y en la otra una jaula.
Pedrito corrió presuroso a su encuentro.
El recién llegado le explicó: que era médico militar, que la paloma también pertenecía a las palomas mensajeras
del ejército, que había llegado la noche anterior a su palomar y que al enterarse del mensaje que llevaba, él había
venido a prestar sus servicios.
Penetró en la casa, examinó a la niña, y sacando de su petaquilla una inyección, se la aplicó inmediatamente.
Consoló a la mamá, asegurándole que su hijita sanaría.
Al despedirse dirigiéndose amablemente a Pedrito le dijo:
“La paloma salió hace algunos meses a efectuar un vuelo de práctica, al ver que no regresaba se le creyó perdida
y se le dio de baja; tú la salvaste, pues sin tus cuidados imposibilitada para volar, hubiera muerto, así es que no me
la llevaré; sino que tú puedes conservarla y además yo te traeré otra cuando vuelva a ver cómo sigue tu hermanita
para que puedas tener cría de palomas mensajeras”.
¡Oh! Si el invierno durara siempre! Decía Pepito una tarde al regresar del jardín, donde había hecho un gran
muñeco de nieve. ¿De veras, hijo mío? le dijo su padre al escucharle. Pues bien, si así lo deseas, escríbelo en el
cuaderno de tu diario. Y Pepito lo escribió.
Pasó el invierno y llegó la primavera. Cierto día, padre e hijo regresaban de dar un paseo por los jardines floridos
cubiertos de violetas, de narcisos, de jacintos.
¡Querría que fuese siempre primavera! exclamó el niño, encantado de las bellezas de las flores; abrían por todas
partes sus brillantes corolas.
En un ancho valle vivían tres pequeños cerditos, muy diferentes entre sí, aunque los dos más pequeños se pasaban
el día tocando el violín y la flauta. El hermano mayor, por el contrario, era más serio y trabajador.
Un día el hermano mayor les dijo:
- Estoy muy preocupado por vosotros, porque no hacéis más que jugar y cantar y no tenéis en cuenta que pronto
llegará el invierno. ¿Qué haréis cuando lleguen las nieves y el frío? Tendríais que construiros una casa para vivir.
Los pequeños agradecieron el consejo del mayor y se dispusieron a construir una casa. El más pequeño de los tres,
que era el más juguetón, no tenía muchas ganas de trabajar y se hizo una casa de cañas con el techo de paja. El
otro cerdito juguetón trabajó un poco más y la construyó con maderas y clavos. El mayor se hizo una bonita casa
con ladrillos y cemento.
Pasó por aquel valle el lobo feroz, que era un animal malo. Al ver al más pequeño de los tres cerditos, decidió
capturarlo y comenzó a perseguirle. El juguetón y rosado cerdito se refugió en su casa temblando de miedo. El
lobo, al ver la casa de cañas y paja, comenzó a reírse.
- ¡Ja, ja! Esto no podrá impedir que te agarre.
- gritaba el lobo mientras llenaba sus pulmones de aire.
El lobo comenzó a soplar con tanta fuerza que las cañas y la paja salieron por los aires. Al ver esto, el pequeño
corrió hasta la casa de su hermano, el violinista. Como era una casa de madera, se sentían seguros creyendo que
el lobo no podría hacer nada contra ellos.
- ¡Ja, ja! Esto tampoco podrá impedir que os agarre, pequeños -volvió a gritar el malvado lobo.
De nuevo llenó sus pulmones de aire y resopló con todas sus fuerzas. Todas las maderas salieron por los aires,
mientras los dos cerditos huyeron de prisa a casa de su hermano mayor.
- No os preocupéis, aquí estáis seguros. Esta casa es fuerte.
He trabajado mucho en ella -afirmó el mayor.
El lobo se colocó ante la casa y llenó, una vez más sus pulmones. Sopló y resopló, pero la casa ni se movió. Volvió
a hinchar sus pulmones hasta estar muy colorado y luego resopló con todas sus fuerzas, pero no logró mover ni
un solo ladrillo.
Desde dentro de la casa se podía escuchar cómo cantaban los cerditos:
- ¿Quién teme al lobo feroz, al lobo, al lobo? ¿Quién teme al lobo feroz?
Esta canción enfureció muchísimo al lobo, que volvió a llenar sus pulmones y sus carrillos de aire y al soplar hasta
quedar extenuado. Los cerditos reían dentro de la casa, tanto que el lobo se puso muy rojo de enfadado que
estaba.
Fue entonces cuando, al malvado animal, se le ocurrió una idea: entraría por el único agujero de la casa que no
estaba cerrado, por la chimenea. Cuando subía por el tejado los dos pequeños tenían mucho miedo, pero el
hermano mayor les dijo que no se preocuparan, que darían una gran lección al lobo. Pusieron mucha leña en la
chimenea. Cuando subía por el tejado los dos pequeños tenían mucho miedo, pero el hermano mayor les dijo
que no se preocuparan, que darían una gran lección al lobo. Pusieron mucha leña en la chimenea y le prendieron
fuego. Así consiguieron que el lobo huyera.
Los cerditos aprendieron después de esta aventura que:
En una linda casita junto al bosque vivía una niña con el pelo tan rubio, que brillaba como el Sol. Por eso todos sus
amiguitos la llamaban Cabellos de Oro.
Una tarde que salió a buscar flores, después de andar mucho, se dio cuenta de que se había perdido.
Para mal de males comenzó a llover y no tenía dónde resguardarse.
Caminaba por un sendero de hojas secas, cuando vio a lo lejos una casa. Llegó hasta ella y, como la puerta estaba
abierta, entró.
Se dio cuenta entonces que se trataba de un lugar muy especial: todo se repetía tres veces.
Había tres cuadros: uno grande, otro mediano y otro chico; tres sillas; tres mesas; tres platos con sopa bien
calientita.
Se sentó en la silla pequeña y se acabó toda la sopa del plato pequeño, después se sentó en la mediana y también
se tomó toda la sopa, a continuación en la silla grande e hizo lo mismo.
Cabellos de Oro se sentía muy cansada y subió al dormitorio. Había tres camas, una grandota, otra mediana y una
tercera muy pequeñita.
La niña intentó acostarse en la pequeña, pero no cabía, luego se acostó en la mediana. Y al instante se quedó
dormida.
Poco después llegaron los dueños de aquella casa que eran tres osos: uno grandote que era papá, una osa mediana
que era mamá y un osezno pequeñín que era la cría.
- ¿Quién se ha comido mi sopita?
-Preguntó el chiquitín muy extrañado.
- Será el mismo que se ha comido la mía - comentó la mamá
- Pues, yo no he sido. Además, yo tampoco tengo sopa.
- Aseguró el osote.
Subieron al dormitorio y vieron que en la cama de mamá osa habían una niña de lindos y dorados cabellos. Los
osos, que eran muy buenos animales, salieron de puntillas de la habitación para no hacer ruido.
Cuando Cabellos de Oro se despertó, les contó a los osos su aventura y éstos le ayudaron a llegar a su casa. Desde
entonces son muy amigos.
En el circo había una gran animación esa mañana. La señora elefanta había tenido un hijito. Su nombre era
Dumbo. Era un precioso elefantito, pero tenía unas orejas tan grandes que todos se burlaban de él.
- No te preocupes hijito, que estas orejas de las que ahora todos se burlan, tal vez un día sean las que te hagan ser
muy feliz. - le decía su mamá para consolarlo.
Mucha gente iba a visitar el circo. Cuando veían a Dumbo, no podían dejar de reírse. Los niños le tiraban de las
orejas y el pobre Dumbo lloraba. Un día, la mamá se cansó de ver sufrir a su hijito.
Agarró a uno de los niños más traviesos y lo lanzó por el aire con su trompa, pero sin hacerle daño. La gente salió
corriendo y gritando de miedo.
Nuestro amigo trabajaba en el número de los elefantes, pero era tan torpe que lo tuvieron que poner a actuar con
los payasos. Hacían ver que había un incendio en una casa y desde la ventana más alta Dumbo tenía que tirarse
huyendo del humo. Los payasos lo recogían en una lona que se rompía y al final el elefantito caía dentro de una
gran tinaja llena de agua. La gente se reía mucho de este número, pero Dumbo se ponía muy triste.
Un día. Después de la función, el elefantito lloró tanto que le dio un ataque de Hipo. Pero no sabían que los
payasos, sin querer, habían vaciado una botella de licor en el agua.
Cuando despertaron se encontraron encima de un árbol. Unos cuervos maravillados le dijeron a Timoteo que
Dumbo había volado hasta la rama del árbol, moviendo las orejas.
A Timoteo se le ocurrió una idea genial. Le dio a Dumbo una rama de árbol diciéndole que era mágica y que con
ella podría volar. Se fueron a la función, que ya iba a empezar. Y el elefantito, en el momento en que tenía que
saltar desde la ventana, movió las orejas con fuerza y comenzó a volar.
Los niños y los mayores que miraban el espectáculo se maravillaron con esto. Dumbo planeó gracias a sus orejas
por encima de las cabezas de los payasos, que corrieron a esconderse. Después de dar unas cuantas vueltas,
aterrizó en el suelo ante el fuerte aplauso de todos.
Un día llegó el viento a la ciudad, alegre como nunca y juguetón como el solo. Silbaba en las chimeneas, se
escondía tras las esquinas, resoplaba en los rincones y cantaba en las copas de los árboles. Parecía decir:
-Vengan a bailar, a bailar conmigo todos.
Nada podía resistir a tan alegre canción. La ropa lavada bailaba en los tendederos, las hojas bailaban en las ramas
de los árboles, un pedazo de papel bailaba en medio de la calle y el sombrero de un niñito se desprendió de la
cabeza de este para irse bailando calle abajo, lo más aprisa que le fue posible.
Era un sombrerito marinero con cinta azul alrededor de la copa y dos extremos colgantes que flotaban como
banderitas sobre la espalda del niño cuando lo tenía puesto.
-¡Alto! ¡No te vayas, espérame!
Le gritó el niño al verlo marcharse. Pero el sombrerito no se detenía, no podía. El viento lo empujaba haciéndolo
rodar y deslizarse por la acera como el ala de un pájaro. Y un momento después lo dejó descansar, quieto, quieto,
precisamente en medio de la calle.
¡Ahora! ¡Ahora, lo atrapo!.
Se dijo el niño, quien no había dejado de correr tras de el. Y extendía ya la mano, cuando el travieso viento se
apoderó de su juguete otra vez y lo echó a rodar como un aro que describiese en el suelo una gran curva. El
sobrero, satisfecho de su ligereza, pensaba orgulloso:
-¡No me cogerán niñito! Nadie es capaz de cogerme hoy. La verdad es que yo mismo no se hasta donde voy a
llegar.
En ese instante el viento lo arrojó a un callejón donde quedó escondido detrás de una barrica vacía. Cuando llegó
el niñito, no vio traza alguna de su prófugo sombrerito y exclamó:
-¿Dónde está mi sombrerito? Tiene cinta azul y es nuevo.
Y el viento respondió:
-¡Ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja! Yo se donde está.
Y sopló detrás de las barricas, de manera que los extremos de la cinta azul, flotaron un momento fuera del escondite
y el niño los distinguió.
-¡Viva, viva! Aquí está mi sombrerito.
Gritó a la vez que corría hacia él. Se dio mucha prisa al rescatarlo, puedes creerme, porque ya sabía cuan rápido
y travieso es el viento y cuan rápido para jugar sus bromas. Se puso el sombrero y lo aseguró con ambas manos
hasta que llegó a su casa.
Así terminó ese día el baile del sombrerito marinero. Pero el de la ropa, la hojas y el pedazo de papel en la calle
duró mucho tiempo aún, hasta la caída de la tarde, hora en que el viento se marchó a hacer travesuras a otra parte.
UN DIA EXCEPCIONAL
Amanecía; las gotas golpeaban con fuerza el techo y no hubo más remedio que despertar. Somnoliento, casi en la oscuridad
total, se alegró de escuchar la lluvia, signo de una buena cosecha. Cuando terminó de vestirse el sol empezaba a calentar.
No llovía ya y decidió salir al establo, aquí encontró a su padre quien había hecho una buena parte del trabajo. Cooperador,
Juan fue por la cubeta y comenzó a ordeñar, al finalizar le esperaba un buen almuerzo junto a sus padres y hermanos.
Estaba de vacaciones y eso era parte de la vida diaria, no sólo de él sino de todos sus hermanos y de la comunidad en general.
En vista de que el trabajo era duro porque las condiciones no siempre eran favorables, la única manera de salir adelante era
el esfuerzo común.
El almuerzo le supo delicioso después de haber trabajado en la ordeña: huevos, frijoles, leche y tortillas que más que comer,
devoró. Juan tenía algunos privilegios por ser el mayor, hoy por ejemplo, acompañaría a su padre a la ciudad para arreglar
unos asuntos y comprar herramientas. Cada quien iba en su caballo. A lo largo del camino su padre le daba indicaciones y
consejos, también escuchaba lo que Juan tenía que decirle. Le hablaba, entre otras cosas, de cuál era la mejor tierra para el
fríjol o el maíz, cuándo dejarla descansar, cómo hacer para aprovechar mejor el agua de riego. Juan atendía con cuidado, más
le valía, algún día utilizaría todos esos consejos.
Al llegar a la ciudad se dividieron para atender todos los encargos; mientras su padre iba al banco y a la tesorería, Juan se
ocuparía de ir por las herramientas. En su camino se topó con la tienda más grande del pueblo. Había en el aparador un par
de botas vaqueras hermosísimas, labradas en piel. Pasó de largo y llegó a comprar las herramientas: una pala y un rastrillo
les eran indispensables. Mientras estaba aquí, regresó de pronto la imagen de aquellas botas magníficas, esta imagen no lo
abandonó. Salió de la tienda cargado de bultos. Las botas estaban muy presentes en él, decidió regresar a la tienda principal,
ahí estaban las botas esperándole.
Entró, dejó caer los bultos a un lado y se probó las botas, no lo podía creer, eran de su medida exactamente, ni más ni menos,
estaban hechas para él. Su entusiasmo creció tanto que no pudo contenerse, preguntó por el precio de las botas y las
compró, eran todos sus ahorros pero bien lo valían aquellas hermosas obras de arte.
Echó sus zapatos viejos a la bolsa y salió taconeando escandalosamente. Su cara toda era una sonrisa. De regreso a casa,
su padre le hacía las indicaciones usuales, pero esta vez Juan no escuchaba, no hacía sino contemplar sus botas, no podía
atender ninguna otra cosa.
F) ADIVINANZAS
CONCEPTO:
Como recurso literario dentro de las Instituciones Educativas, esta forma tiene una larga tradición y constituye una manera
de jugar con el lenguaje; a través de ella el niño va comprendiendo el significado de las palabras y empieza a relacionarlas,
lo que amplía su competencia y creatividad lingüística. Este recurso literario es en extensión de los más pequeños. Consta
de tres partes:
En la primera, se enumeran cualidades y/o atributos del ser o cosa; en la segunda, se plantea la cuestión; y en la tercera, se
dan los elementos para la respuesta.
La utilización de las adivinanzas constituye un ejercicio mental muy importante, porque conduce al análisis; desarrolla el
ingenio de los pequeños; despierta y satisface la curiosidad; estimula las ideas; vigoriza la imaginación y observación; agiliza
la memoria y permite la aplicación de conocimientos adquiridos y pueden llevarse a cabo durante el día después del descanso
o siesta con el fin de llamar la atención de los pequeños.
RECOMENDACIONES:
Tocando de puerta en puerta Llega cada año Oro no es, plata no es,
y con su bolsa de cuero, con el invierno, abrid las cortinas
diariamente pasa, activo, y un abriguito y verás lo que es.
a dejar carta el... hay que ponernos. (El plátano)
(Cartero) (El frío)
En el cerro de Capu Verde fui, negro soy, rojo seré, Tiene dientes
mataron al hombre Lines; y convertido en ceniza me veré. y no come,
y por ser letra tan clara (El carbón) tiene barbas y no es hombre.
quiero que me lo adivines. (El elote)
(Capulines)
En él vemos las estrellas,
dando su claro fulgor Con todo detalle
Vuela sin alas. y en el día en él miramos tu imagen refleja,
silva sin boca, cómo resplandece el sol. si por causa alguna
no se ve ni se toca. (El cielo) en él te contemplas.
(El aire) (El espejo)
Tengo cabeza de hierro Redondo como la luna Antes de bailar me pongo la capa,
y mi cuerpo es de madera, amarillo como el sol porque sin capa no puede bailar;
al que yo le piso un dedo me hacen con pura leche pero para bailar me quito la capa,
menudo el grito que pega. y ya no te digo más. porque con capa no puedo bailar.
(El martillo) (El queso) (El trompo)
Son juegos verbales que conducen al dominio de la expresión oral, favorecen la pronunciación de fonemas,
corrigen pequeños problemas de dicción, articulación y vocalización, despiertan el entusiasmo y mantienen el
interés, fomentan hábitos de claridad, corrección, propiedad y precisión en la expresión oral; se logra, a través del
ritmo en el lenguaje, distintas entonaciones y diferentes modulaciones.
RECOMENDACIONES:
• La responsable del grupo deberá decirlo primero con claridad y a la mayor velocidad que sea posible, de
este modo interesará al niño en este juego de palabras.
• La responsable de grupo repetirá al niño este juego de palabras.
• Los niños lo memorizarán frase por frase hasta lograr que lo pronuncien claramente, sin cansarlos.
• Se practican con los niños en edad preescolar.
TRABALENGUAS PARA NIÑOS DE 3 A 6 AÑOS
Estaba la calavera A Juan Grima le dio grima Me han dicho que has dicho un
sentadita en su butaca; al quemarse ayer con crema. dicho
llega la muerte y le dice: No quema si la comes por encima, que han dicho que he dicho yo,
comadre, ¿por qué tan flaca? mucha crema come Grima. y estaría muy bien dicho,
siempre que yo hubiera dicho ese
¿CÓMO COMES? LA CAJITA dicho.
Si Sansón sazona sus salsas sin sal, Ayer un premio propuso Un zapatero zambo zapatea
su salsa no tendría sal. a Rosa Rizo Narciso, zapateados de zapata,
si aprende a rezar en ruso; de zapata zapatea un zapatero
y aunque un tanto confuso, zambo.
TRES TRISTES TIGRES reza en ruso Rosa Rizo.
El responsable del grupo debe fomentar al máximo, la práctica frecuente de estos juegos, no solamente permitiendo que
los niños jueguen, sino formando parte activa de ellos, así les dará la oportunidad de ajustarse a sus reglas y de relacionarse
dentro del grupo en un ambiente en el que manifieste su alegría.
A través de estos juegos, el niño satisface sus necesidades lúdicas, motoras y glósicas; se socializa y aprende a respetar a
los demás; desarrolla su creatividad y su memoria; adquiere el acervo cultural que representa el folklore de su grupo social.
RECOMENDACIONES :
A DON CHIN CHINO oh, chequi, chequi, chequi, -Ese oficio no le gusta,
oh, leri, leri, le. matarile-rile.-ró-
Allá en Francia (siguen diciendo oficios).
se casa un chino A MADRU , SEÑORES
con una china.
Y al otro día A Madrú, señores, A PARES O NONES
comienzan a bailar vengo de La Habana
un baile muy bonito de cortar madroños A pares o nones
que dice así: para doña Juana. vamos a jugar
A don Chin, Chino, La mano derecha el que quede solo
a don Chin, Chino. y después la izquierda, ese perderá
y después de lado hey
y después costado;
A DON MARTIN una media vuelta A pares o nones
con su reverencia. vamos a jugar
A don Martín Tan, tan, tocan a la puerta. el que quede solo
Ti-ri-rín, tin-tín, Tan, tan, si será la muerte. ese perderá
Se le murió Tan, tan, tocan a la puerta. hey.
To-ro-rón, ton-tón Tan, tan, yo le voy a abrir.
Su chiquitín
Ti-ri-rín, tin-tín, ARROZ CON LECHE
De sarampión AMO A TO
To-ro-rón, ton-tón. Arroz con leche,
Amo a to, matarile-rile-ró me quiero casar
A GUANCHILOPOSTLE ¿Qué quiere usted?, con una viudita
matarile-rile-ró. de la capital
A guanchilopostle
a guan chilo es, -Yo quiero un paje, matarile-rile-ró. Que sepa coser,
a ver, señorita, -Escoja usted, matarile.rile-ró que sepa bordar,
qué tal baila usted. que ponga la mesa
Oh, chequi, chequi, chequi, -Yo escojo a fulano, matarile-rile-ró en su santo lugar.
oh, lero, lero, le, -¿Qué oficio le pondremos?,
que se dé la media vuelta matarile-rile-ró.
para ver quién es.
-Le pondremos lavandera,
A guanchilopostle matarile-rile-ró.
a guan chilo es, -Ese oficio no le gusta,
a ver señorita, matarile-rile-ró.
que tal baila usted.
Oh, chequi, chequi, chequi -Le pondremos zapatero,
oh, leri, leri, le, matarile-role-ró
DOÑA BLANCA EL PESCADITO JUAN PIRULERO
Doña Blanca está cubierta Entre el agua clara Este es el juego de Juan Pirulero,
con pilares de oro y plata, que brota en la fuente Que cada quien atiende a su juego.
romperemos un pilar un lindo pescado
para ver a doña Blanca. sale de repente.
- ¿Quién es ese jicotillo LA CANASTITA
que anda en pos de doña Blanca? -Lindo pescadito,
- Yo soy ese jicotillo ¿no quieres salir?, Una canastita llena de botones,
que anda en pos de doña Blanca. a jugar con mi aro burra te quedaste en las
vamos al jardín. vacaciones.
Mi comadre Lola Que llueva, que llueva, San Serfín del monte,
andaba en el baile, la Virgen de la Cueva, San Serafín cordero,
que lo baile, que lo baile; los pajaritos cantan, yo, como buen cristiano,
y si no lo baila la luna se levanta; me hincaré.
muy duro lo pagará que sí, que no,
Que salga usted, que caiga un chaparrón; San Serfín del monte,
que la quiero ver bailar, que sí, que no, San Serafín cordero,
saltar y bailar, le canta el labrador. yo, como buen cristiano,
dos vueltas al aire, me sentaré.
pero bien baila la moza,
déjenla sola, solita en el baile, SAN SELERIN San Serfín del monte,
que la quiero ver bailar. San Serafín cordero,
San Selerín yo, como buen cristiano,
de la buena, buena fin, me acostaré.
NARANJA DULCE, así hacen los angelitos,
así, asá y así. San Serfín del monte,
Naranja dulce, San Serafín cordero,
limón partido, yo, como buen cristiano,
dame un abrazo me sentaré.
que yo te pido.
Si fueran falsos San Serfín del monte,
mis juramentos San Serafín cordero,
en otros tiempos yo, como buen cristiano,
se olvidarán. me hincaré.
Toca la marcha,
mi pecho llora, San Serfín del monte,
adios, señora, yo ya me voy San Serafín cordero,
a mi casita de sololoy. yo, como buen cristiano,
Compro naranjas me pararé.
y no te doy.
I) JUEGOS ORGANIZADOS
CONCEPTO:
Estos juegos requieren de algunas reglas. Con estos juegos los niños socializan algunos placeres y temores que se manifiestan
claramente en la repetición de acciones y en los juegos de persecución que les resulten muy excitantes.
Al practicarlos los niños adquieren habilidades con su cuerpo, así como la estructuración del tiempo y del espacio; también
aprenden a ponerse de acuerdo entre ellos, para elegir los juegos y para designar a los personajes.
En estos juegos los niños corren, brincan, persiguen, imitan; todos ellos son de carácter muy festivo, adquiriendo de esta
forma ciertas disciplinas de importancia para su desenvolvimiento en el medio ambiente que los rodea.
Estos juegos se realizan en lugares abiertos y grandes para darles mayor libertad a los niños.
RECOMENDACIONES
Cuando tocan a un ladrón, éste queda parado en el lugar donde lo alcanzaron, y el alguacil, a pocos pasos de él, cuida que no
lo vayan a liberar los demás ladrones, lo cual se realiza con sólo tocarlo.
Si el que está prisionero queda cerca de la valla, los compañeros que han logrado regresar a ella se toman de la mano
formando una cadena para liberarlo. En ocasiones forman la cadena no solamente sujetándose de las manos, sino tirándose
al suelo y asiéndose de los pies para llegar hasta el que está prisionero, que también se acuesta para ayudar a su rescate.
Cuando los alguaciles aprisionan a todos los ladrones, termina el juego y cambian los papeles para empezar de nuevo.
Juego dialogado en donde un niño representa al gato y tendrá que atrapar a otro niño que es el ratón.
-A que te cojo, ratón.
-A que no, gato ladrón.
-Juguemos una chucha y un chicharrón.
-Juguémosla.
Se elige de entre todos los niños a dos; uno representará al gato y el otro al ratón. Todos los demás niños se toman de la
mano y forman una rueda; dentro de ella estará el ratón y afuera el gato, el cual iniciará con el diálogo “A que...”, y el ratón
contesta “A que no...” Nuevamente el gato le propone “Juguemos una...” El ratón, muy firme, contesta “Juguémosla”. El
gato trata de entrar a la rueda a coger al ratón.
Los demás niños de la rueda, sin soltarse de las manos, deben evitar que el gato entre, pueden dejar salir al ratón por alguna
parte y darle entrada por otra, siempre intentando que el gato no atrape al ratón.
Una vez que el gato atrapa al ratón se vuelve a iniciar el juego con otro gato y otro ratón.
Los niños se colocarán en círculo y se observarán los zapatos, después todos se los quitarán y los pondrán al centro, cada niño
(uno por uno) irá pasando y escogerá un par de zapatos poniéndoselo al compañero que le corresponde.
BOTE
Juego en el que los jugadores cambian de lugar rápidamente, tratando de no dejárselo quitar por el niño del centro.
Se elige por sorteo a un niño que será el que pida candelita. Todos los demás se ubican en un sitio fijo, formando un círculo
amplio. El que pide candelita debe acercarse a cualquiera de los participantes y decir: “¿Dónde hay candelita?” El otro debe
contestar: “Por allí fumadita”, señalando a cualquier otro jugador. El jugador del centro se acerca al niño indicado y repite
la pregunta al mismo tiempo que vigila, pues todos aprovechan cualquier distracción de éste para intercambiar puestos. Si
el jugador del centro logra apoderarse de un sitio durante estos intercambios, el que queda sin lugar sigue el juego pidiendo
candelita.
CANICAS
CARRETILLAS
Un niño acostado en el suelo boca-abajo, otro niño lo tomará de los tobillos, el que está acostado estirará los brazos y así
caminarán.
COMPAÑERO
Dos niños de espalda cruzan los brazos y se balancean hacia adelante y hacia atrás tratando de alcanzar al compañero.
-El niño sentado y apoyándose en las manos detrás del cuerpo, toma del suelo un pañuelo con los dedos de los pies, con un
pié primero y luego con el otro.
-El niño parado frente a un lazo, lo levantará y bajará con los dedos de los pies, el niño sostendrá el lazo cada vez más (30
segundos).
-Sentado el niño, con las piernas estiradas, apoyando las manos detrás del cuerpo, dobla una pierna y pone el pié bajo la
rodilla de la pierna. El ejercicio se hace 3 veces con cada pierna.
-El aro está en el suelo, el niño se apoya con las manos dentro de él y camina con los pies alrededor. Una vez hacia la derecha
y otra hacia la izquierda.
-El niño acostado boca abajo, agarra el saquito de arena con los pies, dobla las piernas y trata de acercar con los pies el
saquito hacia los glúteos. Los brazos están estirados en el suelo y la cabeza elevada.
-Se cuelga un aro de aproximadamente 15 cm. de diámetro a la altura de la cabeza del niño, quien pasa la vara o palo, por
el anillo con una sola mano.
-Se repite con la otra mano, teniendo cuidado de tener inmóvil el aro para que el niño ejecute este ejercicio.
DONAS
Se amarran las donas con un hilo y se cuelgan. Los niños tratarán de morderlas, el que se la acabe primero gana.
FAJA LIBRE
EL ARCA DE NOE
En el arca de Noé
todos bailan
y yo también.
- ¿Quieren oír
cómo hace el perro?
- Guau, guau.
En el arca de Noé
todos bailan
y yo también
- ¿Quieren oír
cómo hace el tecolote?
- Uuuh, uuuh.
En el arca de Noé
todos bailan
y yo también
- ¿Quieren oír
cómo hace la vaca?
- Muu, Muu.
Todos los niños, tomados de las manos, forman un círculo; cada uno elige al animal cuya voz va a imitar y giran recitando
los tres primeros versos: “En el arca de Noé...”, y al llegar al cuarto el círculo se detiene y sin soltarse de las manos, dicen:
“Quieren oír...” El niño que representa al animal nombrado imita el sonido que éste produce. De igual forma se continúa
hasta que todos los niños hacen sus imitaciones.
EL BURRO SEGUIDO
EL DIABLITO
-Ahí te va mi caniquita.
-Ahí te va la mía.
-¿Me das permiso de pasar a dar tres vueltas?
-Sí.
-A que te robo un alma.
- que no.
- A que sí.
Se elige a dos niños por sorteo; uno representa al diablo y se coloca al frente; el otro representa al ángel y encabeza la fila
formada por el resto de los niños, quienes, colocados uno atrás del otro y tomados por la cintura, representan a las almas.
Entre ambos se establece el diálogo. Cuando el ángel dice: “Sí”, el diablo da tres vueltas en un pie alrededor de la fila y
regresa frente al ángel para continuar el diálogo. Al terminar éste, el diablo trata de atrapar un alma, pero el ángel las defiende
con los brazos extendidos y moviéndose de un lado para otro. A cada movimiento, la fila se mueve también. A los que el
diablo atrapa los jala hasta sacarlos de la fila y del juego. Termina éste cuando todos los jugadores han salido.
EL ELEFANTE
Los niños se formarán en fila india con las piernas abiertas se inclinarán al frente, la mano derecha la estirarán hacia el frente
y la mano izquierda se estirará hacia atrás por en medio de las piernas; así con la mano derecha tomarán la mano izquierda
del niño de adelante; cuando ya están todos unidos caminarán.
EL GUSANO
Sentados en el suelo abrir las piernas para quedar uno pegado al otro, después los brazos los colocarán en la cintura del niño
de enfrente y moverán el cuerpo sin soltarse hacia adelante y hacia atrás.
EL PAÑUELO VOLADOR
Los jugadores que pueden ser en número de 12 a 30 forman un círculo colocados de rodillas con los brazos en alto y la vista
al centro. Un jugador elegido a suerte, queda de pié en el exterior del círculo y sostiene un pañuelo en la mano. Al iniciarse
el juego, este último jugador empieza a dar vueltas en torno al círculo, sostenido suavemente el pañuelo por una punta de
modo que su opuesta vaya pasando, o mejor, rozando por las manos de los restantes jugadores.
El que logra atrapar el pañuelo se levanta inmediatamente y echa a correr en la misma dirección y haciendo lo mismo que el
anterior, el cual pasará a ocupar, en la vuelta siguiente, el puesto vacío.
El que tomó el pañuelo más de dos veces, se retirará para que sus compañeros tengan mayores oportunidades de hacerse
de dicha prenda.
Debe retirarse también el jugador del círculo que se siente sobre los talones o se pongan en pié para tomar el pañuelo.
EL TRICO, TRAN
Se echa a suerte entre los jugadores el papel de director y el del que ha de actuar de quedado. Una vez elegidos el primero
se sienta y el segundo se inclina ante él y apoya la cabeza en sus rodillas.
Uno de los jugadores apoya un número determinado de dedos sobre la espalda del quedado, haciéndolo con suavidad para
que a éste no le sea fácil adivinarlo. Si no acierta, el director exclama:
Si lo hubieras acertado,
ya te hubieras levantado
a la trico, trico, tran, etc.
Y continúa el Cargo hasta que acierta, en cuyo caso el que apoyó los dedos pasa a ocupar su puesto.
EL SOLDADITO
El juego se repite con diversas prendas de vestir. La clave está en que el que responde no llegue a decir más de una vez
nomás. Cuando un jugador pierde se le impone un castigo.
LA BOTELLA
Juego en el que los niños hacen girar una botella y se imponen castigos.
Todos los niños se sientan en el suelo formando un círculo. Al centro de éste colocan una botella. Un niño la hace girar y,
cuando ésta se detiene, el jugador al que le queda de frente la boca de la botella pasa a cumplir algún castigo que el grupo
le imponga, como cantar, bailar, brincar en un solo pie, dar una maroma, etc. Una vez que cumple el castigo él mismo girará
nuevamente la botella para continuar el juego.
Se eligen dos niños para ser uno la mamá y el otro el Gigante. Los niños dicen “Mamá ¿podemos salir a jugar?” la mamá
responde: “Sí, pero no se acerquen demasiado a la caverna del Gigante”. Cuando la mamá piensa que los niños están lo
bastante cerca de la caverna para dar al Gigante una oportunidad razonable de atraparlos, grita: “¡Ahí viene el Gigante!”
a esta señal, el Gigante persigue a los niños y trata de atrapar tantos como pueda antes que lleguen a “casa”. Todos los
jugadores que son atrapados antes que puedan cruzar la línea de la “casa” se convierten en ayudantes del Gigante. El
Gigante vuelve a la caverna con sus nuevos ayudantes y el juego prosigue.
LA GALLINA CIEGA
Juego en el que un niño, con los ojos vendados, atrapa a otro, que será su sucesor.
Por sorteo se elige a un niño que representa la gallina ciega; se le cubren los ojos con un pañuelo. Para comprobar si realmente
no ve, otro compañero le presenta frente a sus ojos vendados una mano haciendo la cruz o los cuernos, al mismo tiempo
que le pregunta: “¿Cruz o cuernos?” Si el jugador nombra la señal que le presentan, se considera que está viendo y hay que
ajustar nuevamente la prenda a los ojos y repetir la pregunta hasta que nombra la señal contraria a la que le presentan, lo que
se considera como prueba de que realmente no ve. Entonces se le pregunta: “¿Qué quieres, ruido o silencio?”
Si escoge silencio tratan de no hacer ruido; pero si escoge esto último, hablan, ríen, cantan, gritan, etc.
La gallina ciega trata de atrapar a un jugador para que éste tome su lugar y se reinicie el juego.
En este juego los jugadores toman el nombre de un pez y se sienta al azar en el patio de juego que representa el mar, una
vez sentados, marcarán con gis su sitio trazando un círculo a su alrededor.
El director del juego, que no tiene sitio determinado, corre por el patio en todos los sentidos nombrando a los peces. El paseo
de los peces puede ir acompañado de ejercicios diversos, tales como carreras, saltos, agitación de brazos, etc.
Cuando el director grita “La mar está agitada” tanto él como el resto de los jugadores echan a correr y tratan de ocupar uno
de los círculos trazados en el suelo.
Si el director consigue ocupar uno de tales círculos, el pez sin asiento pasa a hacer sus veces, el juego continúa del mismo
modo.
Indicar a los niños que deben colocarse sobre la línea previamente trazada y de ahí lanzar aros de manera que caigan sobre
las botellas. Se puede jugar por parejas, dando a cada niño el mismo número de aros.
Ganará el niño que haya metido mayor número de aros y el otro será eliminado. Los ganadores, vuelven a participar
formando una nueva pareja.
LA PELOTA Y EL BASTÓN
Formar dos o más columnas de igual número de jugadores. Los que se hallan a la cabeza de cada columna tienen un bastón
en las manos y ante ellos, a sus pies, un balón. Una vez dada la señal para que empiece el juego, estos jugadores impulsarán
la pelota con el bastón hasta llegar a una línea que se habrá marcado en el suelo a unos diez o quince metros del punto
de partida. Pasada esta línea recogerán el balón y regresarán corriendo para ir a entregárselo, juntamente con el bastón, al
jugador número 2 de su bando, este hará lo mismo y volverá para hacer entrega de los mismos objetos el número 3 y así
sucesivamente hasta que hayan actuado todos los participantes. Será vencedor el equipo cuyo último jugador haya sido el
primero en trasponer la línea de llegada.
LA PRENDA ESCONDIDA
Los niños se disponen en círculo. Un corredor se desplaza alrededor del círculo y, sin llamar la atención, deja caer un pañuelo
o una llave detrás de uno de sus compañeros. Este debe recoger enseguida el objeto y perseguir al corredor para alcanzarlo
antes de que haya completado la vuelta alrededor del círculo. Si no lo logra, el corredor toma su lugar en el círculo y el
perseguidor se convierte en corredor.
Si el perseguidor llega a tocar al corredor, antes de que haya llegado a su lugar, los dos dan media vuelta y corren a ocupar el
lugar libre en el círculo; el que llega al último, se convierte en corredor.
LA ROÑA
Se marca un lugar (árbol, pared, etc.) que será el refugio de los niños. Uno de ellos, será el que “trae la roña” y tratará de
alcanzar a cualquiera de sus compañeros cuando haya salido del refugio.
Cuando logre tocarlo le dirá en voz alta “la traes” y ahora él será el que tendrá que alcanzar y tocar a cualquiera de sus
compañeros.
LAS BICICLETAS
Dos niños de frente se acostarán boca arriba y colocarán los codos sobre el piso, tocando uno al otro con las plantas de los
pies, moverán sus piernas como si empujaran un pedal de bicicleta. Los movimientos serán doblando y extendiendo ambas
piernas, una primero y otra después.
LAS CEBOLLITAS
Los niños se sientan en el suelo uno detrás de otro con las piernas abiertas. Son las “cebollitas”.
Cada uno cruza firmemente las manos por delante en la cintura del compañero que le antecede. Uno de los niños que no se
sienta es el “vendedor” y otro el “comprador” que se pone de pie frente a las cebollitas.
El “comprador” toma de las manos al primer niño y lo jala hasta arrancarlo de los demás, si lo logra, se lleva la “cebollita” pero
si a los tres intentos no lo logra, se nombra otro “comprador”.
LAS ESCONDIDAS
LAS OLLAS
-Pum, pum.
-¿Quién es?
-Yo.
¿Qué desea?
-Una ollita.
-Escoja la que le guste.
Se elige a dos niños para representar al comprador y al vendedor. Los demás niños son las ollitas y se colocan en cuclillas,
con las manos entrelazadas por debajo de los muslos, formando una fila frente al vendedor. El vendedor les pone nombre a
cada una de ellas: sartén, jarra, olla, taza, etc. Se acerca el comprador y se establece el diálogo entre los dos.
El primero examina las ollitas y las prueba con suaves golpecitos en las cabezas de los niños, hasta encontrar la de su agrado.
Se inicia un regateo con el vendedor por el precio. Cuando han llegado a un acuerdo, los dos niños toman de los brazos a la
ollita, meciéndola en el aire y diciendo: “Cuánto durará ésta: un mes, dos, tres, cuatro, etc. y la llevan a la casa del dueño.
Si el niño que representa a la ollita baja los pies o se suelta se considera que era de mala calidad.
Cuando todas han sido vendidas y colocadas en la casa del dueño, el vendedor y el comprador, tomados del brazo, se van a
pasear conversando animadamente.
A su regreso las ollitas se han convertido en espejos, están colocadas de pie, con los brazos y manos delante de su cara y
las palmas hacia afuera e imitan todos los movimientos, señas y muecas del comprador y del vendedor, quienes, curiosos y
asustados, dicen: “Vamos a preguntar qué es lo que ha pasado”, y se alejan de los espejos. Cuando vuelven, encuentran que
éstos se han transformado en perros y los persiguen para morderlos.
Así finaliza el juego, repitiéndose cuantas veces lo deseen los niños.
LAS PAREJAS
Los niños se agrupan de dos en dos y cada pareja escoge el nombre de un animal, (hay que procurar que escojan animales
cuyo sonido sea fácil de imitar).
Todos los niños con los ojos vendados se distribuyen por distintos sitios emitiendo el sonido del animal que representan y
tratando de localizar a su pareja.
Los dos primeros que lo consiguen, se quitan la venda de los ojos y se proclaman vencedores.
LOS CONEJITOS
LOS ENCANTADOS
LOS LISTONES
Se nombra a uno de los niños “el comprador” y a otro el “vendedor”. El “vendedor” le pone nombre de color a todos los
demás niños. El juego inicia cuando el “comprador” dice:
Si no hay ningún niño que sea “verde”, el “vendedor” le dice: no hay. Entonces el “comprador” tiene oportunidad de pedir
otro color. Si hay el color, éste niño sale corriendo, y si es alcanzado por el “comprador” se queda con él; de lo contrario el
niño regresa a su lugar y elige otro color.
LOS MUEBLES
Juego infantil dialogado de compra y venta en el que dos niños representan diferentes muebles.
-Tan, tan.
-¿Quién es?
-La vieja Inés.
-¿Qué quiere?
-Un mueble.
-Pase a escogerlo.
-Quiero una silla
Entre todos los niños eligen por sorteo un vendedor y un comprador; los demás representan muebles: sillas, mesas, espejos,
pianos, etc.
Se inicia el juego con el diálogo. Al final el comprador se acerca y finge elegir el mueble que desea.
Se dirige al jugador que para hacer la silla ha flexionado las rodillas y puesto los antebrazos en posición horizontal.
El vendedor pondera la buena clase de la silla, diciendo que es muy buena, a lo que el comprador contesta que va a probarla;
acto seguido se sienta sobre la silla, la cual se hace a un lado provocando la caída del comprador; éste se queja con el
vendedor, quien le dice que él no ha visto nada y que no es posible que sus muebles hagan semejantes cosas; el vendedor se
sienta sobre la silla, la cual en esta ocasión no se mueve.
Pasa después el comprador a probar otro mueble, que también le hace algunas travesuras, y así sucesivamente con todos
los muebles, hasta que compra el que más le guste y se lo lleva para después regresar por todos ellos uno a uno, cada vez
repitiendo el mismo diálogo y las mismas acciones.
LOS PAJARITOS
Cada uno de los niños se pone el nombre de un pájaro, a excepción de dos: uno es el que los vende y el otro el que llega por
ellos. Entre ambos se entabla el diálogo. Si no hay el nombre del pájaro escogido, se va enseguida y regresa, y da el nombre
de otro pájaro. Si algún jugador tiene el nombre mencionado, la vendedora dice: “Vaya usted a buscarlo al jardín”, y en ese
momento el niño que escuchó el nombre que le corresponde sale corriendo perseguido por el comprador que vino a buscarlo.
Si éste lo atrapa, se lo lleva, y si no, vuelve a participar con un nuevo nombre.
El juego termina cuando el comprador se ha llevado a todos los pájaros.
Dos niños con los ojos vendados desempeñan el papel de “perritos ciegos”. Deben desplazarse por el área donde se desarrolla
el Cargo y tratar de encontrar sus cuatro “huesos” (objetos diferentes para cada niño, por ejemplo: para uno pueden ser
vasos de plástico y para otro platos de plástico).
Una vez descubierto uno de los “huesos”, el niño lo debe llevar a su “casa” (arriba de una silla predeterminada). El niño que
haya colocado primero sus cuatro “huesos” sobre su casa, será el ganador.
LOS PRISIONEROS
Tres o cuatro niños prisioneros en medio de la ronda, tratan de escaparse. Sólo pueden hacerlo pasando por debajo de los
brazos separados de sus compañeros; de tal modo que cuando pretenden escaparse, los niños de la ronda se agachan para
impedírselo.
Cuando un prisionero escapa, el jugador que lo dejó salir, pasa a tomar su lugar.
LOS PUENTES
Los niños divididos por equipos, jugarán a cruzar los puentes. Para este Cargo se colocan varias tablas rectangulares en línea
recta, separados unos de otros unos 30 cm., los niños atravesarán por ellas sin pisar el suelo; los niños que lo pisen serán
eliminados. Primero lo harán caminando lentamente y después aumentarán la velocidad.
MARIA Y JOSE
La pregunta y la respuesta se repiten hasta que los dos niños logran encontrarse sin descubrirse los ojos. En ese momento
se elige a otra pareja para continuar el juego.
MATATENA
Juego que consiste en tirar al aire una pelotita y recoger objetos. Mientras cae y da un bote, recoger del suelo las piedritas o
semillas, y también la pelota antes de que vuelva a botar en el piso.
Este juego se realiza por turnos. El primer niño coloca los huesos en el piso y bota la pelota, tratando de recoger éstos y
la pelota antes de que bote más de una vez. Todos los niños que quieran jugar realizan lo anterior. Los huesos pueden
recogerse de distintas maneras para aumentar la dificultad: de uno en uno, de dos en dos, todos a la vez, tomando uno y
dejando otro, etcétera.
El niño que logre levantar más huesos será el ganador.
Se forman dos o tres equipos y se colocan a lo largo del patio. A unos metros de distancia, se pone igual número de cubetas.
Cada niño tendrá tres fichas en la mano, a una señal, los primeros jugadores salen corriendo y avientan las fichas a las cubetas
tratando de que éstas caigan dentro. Regresan corriendo y tocan al siguiente niño, para que éste salga corriendo y haga lo
mismo, así sucesivamente hasta que todos participen.
Al final se cuentan las fichas que estén dentro de las cubetas y gana el equipo que haya metido mayor número de fichas.
PAN Y QUESO
Se señalan tantas esquinas (columnas, marcas, etc.) como participantes haya, menos una.
El niño que no tiene esquina va a preguntar a cada uno de los demás si vende pan y queso.
El interrogado contesta que no es ahí, sino en la esquina de su vecino, la cual señala.
Mientras éste se retira tratan de cambiar esquinas, mientras tanto, el comprador debe estar muy listo para ver si en el cambio
llega a ganar alguna de las esquinas, siguiendo así el Cargo.
PELOTA EN EL AIRE
Se forma al grupo en dos hileras. Se entrega una pelota a quien encabeza cada fila. A una señal, se pasa la pelota hacia atrás
por encima de las cabezas, de mano en mano hasta que llegue al último, quien al recibirla saldrá corriendo al frente de su
hilera y pasará a su vez la pelota hacia atrás, siguiendo el Cargo en la misma forma.
La pelota deberá pasarse lo más rápido posible. La hilera que termine primero, ganará.
PERRITO
Se juega por parejas. Los niños esconden la mano derecha detrás de la espalda y piensan lo que van a representar cuando les
llegue el momento: piedra (mano cerrada), papel (mano abierta) o tijera (dedos índice y medio, extendidos hacia adelante).
A una señal, el niño lleva su mano al frente. La “piedra” le gana a las “Tijeras” pero es derrotada por el “papel”, las “tijeras”
vencen al “papel” y pierden frente a la “piedra”, el papel vence a la “piedra” y pierde con las “tijeras”. Si ambos eligen el
mismo símbolo, hay empate. La victoria corresponde a quien acumule más puntos.
Hacer la figura de un burro (sin cola) en una lámina de unicel y pegarlo en un papel caple, esto con el fin de que quede
resaltado. Hacer la cola del burro con el mismo material y colocarle en la parte de arriba una tachuela.
El niño pasará con los ojos vendados a colocarle la cola al burro, con una mano irá palpando la figura y con la otra tratará de
colocar la cola en el lugar correspondiente.
PRÉNDALO, PRÉNDALO
Cargo con evoluciones en el que dos niños jalan una cadena formada por todos los jugadores.
Todos los niños se colocan en fila, uno al lado del otro, tomados de las manos; en los extremos se sitúan los niños más
grandes y fuertes, quienes entablan el diálogo. Cuando dicen: “Este perro ladrón”, los dos niños de los extremos se toman
de la mano para formar un puente, debajo del cual pasan todos los demás, tomados de las manos, cantando: “Préndalo,
préndalo...”
Al terminar el canto se detiene la fila y los niños que forman el puente se colocan en los extremos de ésta. Toman con sus
dos manos la mano libre del primer niño y del último, y jalan con fuerza hasta romper la fila en dos partes. Gana la parte que
tenga más niños.
PROGRAMA DE TELEVISIÓN
Un niño será el locutor y dirigirá el programa, los demás irán participando uno a uno, presentando un número (cantando,
diciendo una rima, narrando un cuento, etc.).
Después de participar se le puede obsequiar algún dulce a los niños que intervinieron.
REATA
Los niños forman una rueda. Uno de ellos queda en el centro con los ojos vendados.
Los demás giran alrededor. A una señal dejan de girar y se sueltan las manos. El niño del centro señala a uno de sus
compañeros y éste, en ese momento imita tres veces al ruido de un animal cualquiera. El niño del centro tiene que reconocer
la voz de quien hizo el ruido.
Si la adivina, cambia de lugar con el niño, y el otro se integra a la rueda.
SALERO
Aquí te la dejo,
patita de conejo;
aquí te la pongo,
sopita de mondongo.
Todos los niños, sentados en el suelo, forman un círculo. Uno de ellos, elegido por sorteo, salta con un solo pie, por fuera del
círculo, llevando una piedra pequeña en la mano, mientras dice: “Aquí te la dejo...”. Durante el tiempo que dura la letra,
simula varias veces dejar la piedra en el suelo a las espaldas de algunos niños, hasta que por fin lo hace atrás de uno de ellos,
procurando que no se dé cuenta. Al terminar el canto, el niño que descubre tener la piedra a sus espaldas la toma y persigue
al niño que la colocó; éste tratará de llegar al lugar del círculo que ha quedado vacío y sentarse. El que se queda de pie
reinicia el Cargo. Cuando el niño que tiene la piedra a sus espaldas no se pone de pie rápidamente, se le grita: ¡”Salero!”, y
pasa al centro a cumplir un castigo previamente asignado por los niños.
SE QUEMÓ EL ATOLE
Todos los niños representan a los nietos, y uno, elegido por sorteo, es la abuelita, que simula mover el atole en una gran olla.
Se establece el diálogo entre abuelita y nietos para iniciar el juego. Cuando la abuelita dice: “Entonces muéveme tantito el
atole”, se aleja y simula cortar la hierba; los nietos se acercan al atole y finge moverlo.
De pronto gritan: “¡Abuelita, se me quemó el atole!”, y se dispersan corriendo en distintas direcciones. La abuelita los
corretea; al primero que logre alcanzar tomará el papel de la abuelita para nuevamente iniciar el juego.
SIMÓN DICE
Se colocan los niños en círculo, uno de ellos será “Simón” y pasa al centro, dará indicaciones tales como:
Simón dice: arriba las manos.
Simón dice: todos agachados
Simón dice: todos a reírse, etc.
Cuando dé una indicación sin decir “Simón dice”, el niño que realice la indicación será eliminado.
Conforme la edad de los niños, se puede aumentar la velocidad de las instrucciones.
SILUETAS MISTERIOSAS
Se extiende una tela blanca y detrás se coloca una luz (lámpara) a cierta altura y a una distancia que permita el fácil
desplazamiento entre la luz y la tela.
Los “actores”, desfilan por detrás y los espectadores tratarán de reconocer cuál de sus compañeros está actuando detrás de
la tela.
El director y el adivinador se colocan frente del grupo; el adivinador tiene los ojos cerrados. Todos los jugadores repiten estas
palabras: “soy grande, grande, soy chico, chico”. A veces soy grande, a veces soy chico. ¡Adivina qué soy ahora!”. Los
jugadores se ponen de puntillas o se agachan alternativamente; el director indica la posición definitiva: Alta o baja. Si el
Adivinador adivina la primera vez, sigue siendo el adivinador y se elige un nuevo director.
STOP
Se dibuja en el suelo un círculo grande y uno pequeño en el centro. Se trazan líneas del círculo menor al mayor, de manera
que queden tantos casilleros como participantes haya. En cada casillero se escribe el nombre del país que haya elegido cada
participante (España, Inglaterra, etc.).
Los niños colocan su pie izquierdo dentro del casillero y el pie derecho fuera, para que cuando otro niño que se encuentra
en el círculo pequeño diga:
Todos saldrán corriendo, hasta que el país al que se le declaró la guerra llegue al círculo pequeño y diga “stop”, entonces
dejarán de correr. Este niño dirá al que esté más cerca:
Por ejemplo de cinco pasos, y si logra llegar con el número de pasos que dijo, pasa a ocupar su lugar y el niño alcanzado será
quien declare la guerra, si no lo alcanza, pierde la guerra y se anota un punto.
TELÉFONO DESCOMPUESTO
Los niños se colocan sentados formando una rueda. El maestro dirá al niño que tiene a su derecha una palabra en secreto
(por ejemplo: carpintero) este niño la pasará en secreto al otro y así sucesivamente hasta llegar al último niño, quien dirá en
voz alta la palabra. Después le tocará a un niño ser el primero y el maestro será el último.
TIRO AL BLANCO
El blanco puede ser un círculo dibujado en una cartulina y pegado en la pared, o un aro suspendido, un cesto en el piso, etc.
Dibujar una línea sobre la que deben colocarse los niños y explicarles que el Cargo consiste en aventar la pelota al blanco y
atinarle. Cada niño tendrá tres oportunidades.
TRUENA EL GLOBO
A 10 metros de distancia de los niños, se coloca una hilera de sillas. Por otro lado, se le reparte a cada niño un globo inflado.
Se forman hileras con igual número de niños.
A una señal, deben correr con el globo en la mano, al llegar a la silla intentarán romperlo sentándose en el globo. Luego
regresarán a tocar al niño que sigue, quien saldrá corriendo en igual forma. La hilera de niños que termine primero, gana.
UNO, DOS, TRES CALABAZA
Los niños se encuentran en un extremo del patio. Uno de ellos desde el otro extremo, les da la espalda y cuenta uno... dos
... tres... calabaza y da la vuelta rápidamente. Mientras él da la espalda, los otros niños tratan de avanzar, pero como deben
acercarse sin ser sorprendidos en movimiento, se detienen inmóviles en el instante en que el niño que cuenta se da la vuelta.
Todos aquellos sorprendidos en movimiento, tienen que volver al punto de partida. El que logre llegar hasta su compañero
que cuenta sin ser sorprendido, gana y ocupa el lugar del mismo.
YA VENIMOS
-Ya venimos.
-¿De dónde vienen?
-De Nueva York.
¿Qué oficio traen?
-Este.
Se forman dos grupos de niños y se colocan en dos filas, una frente a la otra, como a tres o cuatro metros de distancia.
Por suerte o convencionalmente se decide cuál fila empieza el Cargo.
El grupo al que le corresponde iniciarlo se retira lo suficiente para, en voz muy baja, acordar los ademanes propios de alguna
ocupación u oficio, por ejemplo, carpintero.
Cuando se han puesto de acuerdo, avanzan hacia la otra fila y entablan el diálogo en coro. Al término de éste ejecutan los
movimientos propios del carpintero; así unos fingen cepillar, otros aserrar, otro clavar, etc. Los contrarios dicen: “Zapateros”,
por ejemplo. Estos contestan: “No”, y siguen trabajando.
Si logran acertar, los del oficio emprenden la carrera hacia atrás y los del bando contrario corren tras ellos para darles alcance.
Los jugadores a los que logran atrapar antes de llegar a un lugar determinado, llamado valla, quedan fuera del Cargo. Para
las representaciones se van alternando los grupos hasta que alguno se queda casi sin participantes y se da por terminado el
Cargo.
ZANCOS
Es la forma del lenguaje que se presenta de una manera viva y emocionante por su gran variedad de ritmo y sonoridad.
Está íntimamente ligado a la vida de los niños, la perciben por medio de sus cantos, juegos y música. Se interesan al mismo
tiempo por la rima que encierra; es uno de los juegos de palabras que más atraen su atención. No sólo experimentan placer
por oír palabras que rimen, sino que al mismo tiempo son capaces de repetirlas. Esta forma literaria también despierta
su sensibilidad para captar la belleza; desarrolla su capacidad para escuchar y cuando una poesía es leída, despierta su
interés por la lectura y su necesidad de aprender. En cuanto al desarrollo del lenguaje, favorece la articulación, entonación y
pronunciación de las palabras.
La poesía como recurso literario tiene varias formas de realización: poesías recitadas o leídas por la responsable de grupo,
poesías que el niño memoriza y poesías corales.
RECOMENDACIONES:
CORO DE LA MAÑANA
EL ASTRONAUTA
Cuento en la escuela:
“Uno, dos, tres...”
Pero mi padre
que es astronauta
cuenta al revés:
“Tres, dos, uno...”
¡Vuela el cohete
hacia la Luna!
EMILIO TEIXIDOR
“¡LO MISMO QUE YO!”
LA PRIMAVERA
Gabriela
Se trepa
Por la enredadera,
Una estrella
La mira
Tomar
La escalera,
Si sube más
Mucho más
Alcanzará
La primavera.
INÉS MALINOW
LA LUNA SE VA AL ZOOLÓGICO
La jirafa se ha dormido
Sobre una almohada muy larga
Y el bebé hipopotamito
En una gran cuna de agua
Sólo el oso de la luna
Le dice adiós con la pata
Y la luna le regala
Un anillo de plata
BEATRIZ FERRO
LA MUÑECA ROTA
EL BAILE DE LA MARIPOSA.
DOÑA DISPARATE
Mi gatito se me fue
Por la calle San José
Cuando vuelva
le daré
Una taza
de café
con pan
francés.
ANÓNIMO
LAS VOCALES
A. A. A.
Mi gatito cojo está.
No sé si sanará
o si no se morirá.
A.A.A.
Mi gatito cojo está.
E. E. E.
A mí me gusta el café.
No sé si lo tomaré
o si no lo dejaré.
E. E. E.
A mí me gusta el café.
I. I. I.
El sombrero lo vendí
y saqué un maravedí,
y enseguida lo perdí,
I. I. I.
El sombrero lo vendí.
O. O. O.
Mi hermana bordó
un manto precioso
“pa” la Virgen de la O.
O. O. O.
Mi hermanita bordó.
U. U. U.
La niña del Perú
vestidita de azul,
con su traje andaluz.
U. U. U.
La niña del Perú.
RUFO EL PATINETE
Rufo el patinete
tiene dos amigos,
el viento soplete
y Pedrín el grillo.
El grillo viajero
quiere pasear,
su amiguito Rufo
le invita a montar.
Pedrín se acomoda
sube sus patitas
y una vez sentado
le hace cosquillitas.
Soplete, curioso les mira
les dice al oído: ¡Yo quiero jugar!.
Sopla, sopla, resopla
los tres de puntillas, riéndose van.
Juegan todo el día
y al anochecer,
están cansaditos
de tanto correr.
Juntos se acurrucan
en el cobertizo,
les cubre la luna
del intenso frío.
Sueñan muy felices
lo que harán mañana.
¡Silencio que duermen!.
¡Cerrad la ventana!.
MARISA MORENO
POESÍA
Abajo, la corriente,
arriba, el caserío.
EL TÍO SIMÓN
VIENTO SOLANO
Escúchame, te llamo
Desesperadamente.
JOSÉ AGUSTÍN GOYTISON
EL CARNAVAL
alegría, alegría
llegó el carnaval
dame las caretas
ponte el disfraz.
Alegría, alegría
estamos en carnaval
toca las maracas
sácame a bailar.
ANÓNIMO
CONCIERTO
El gato maúlla,
la paloma arrulla.
El león ruge
Y la vaca muge.
El perro ladra
Aunque no pase nada.
La gallina cacarea
y el loro parlotea.
Croa la rana,
Si le da la gana.
Ronca el oso,
Grazna el pato patoso.
El caballo relincha
Y su garganta se hincha.
Y el mono ¿Qué murmura?
¡Qué su vida es muy dura!
ANÓNIMO
MAMÁ
Tu sabes mamacita
cuánto te quiero,
te lo he dicho mil veces
sólo con besos,
pero hoy es tu día
y rompo el silencio:
¡Te quiero mamacita
así hasta el cielo!
ANÓNIMO
EL OTOÑO
Es el otoño,
los pájaros se van,
el día es más corto,
el frío empieza ya.
Es el otoño,
las hojas se caen ya
y una alfombra amarilla
el suelo cubrirá.
ANÓNIMO
K) FÁBULA
CONCEPTO:
Son composiciones poéticas muy antiguas y de gran contenido didáctico. Se escriben en prosa y en verso. Durante siglos
han sido utilizadas como ágil recurso destinado a la formación de valores éticos y, generalmente, finalizan con una moraleja
o enseñanza. Su característica esencial es la de animar, con hechos humanos, con los animales o con las cosas; a través de
ellos se busca dar un ejemplo de buen vivir. Las fábulas deben de ser siempre adaptadas porque los conceptos éticos varían
en cada época y cada sociedad. Debemos preocuparnos que sean comprensibles para el niño, ya que además de favorecer la
formación de atributos lo capacita para apreciar y valorar las cualidades humanas.
RECOMENDACIONES :
Había una vez una mona que era muy coqueta. Era tan presumida que se pasaba el día mirándose en el río o en los lagos
como si fueran espejos.
Un día iba de paseo y vio por la ventana que una linda señora se vestía para ir a una gran fiesta. Como a la mona le gustaba
mucho disfrazarse, en cuanto aquella dama se marchó, entró en la habitación de aquella casa y empezó a probarse cuantos
vestidos encontraba.
- Con esto parecía una gran señora - se dijo al mirarse en el espejo.
Pero lo que más le gustó fue hallar un traje rosa precioso. Cuando se lo puso, le brillaban sus ojillos pequeñitos. Y decidió salir
a lucirlo. Creía que era mucho más que una mona. Creía que era una gran señora.
- Mirad a la mona disfrazada - comentaba un cerdito riéndose.
- No soy una mona, soy una gran señora - le contestó la mona muy enfadada.
¿Dónde vas con esos ropajes? le preguntó el oso extrañado de verla así vestida.
- Voy a una fiesta - dijo la mona.
- ¿A una fiesta? - replicó un zorro.
- Sí, porque yo ya no soy una mona, soy una gran dama - contestó la mona sonriente.
Y así se fue a la ciudad para que admiraran su elegancia en una fiesta.
Pero cuando entró en el gran salón cuál sería su sorpresa cuando, al verla, todos empezaron a reír.
- Mirad como va disfrazada esa mona - dijeron muchas señoras.
La mona pasó tanta vergüenza que salió corriendo de aquel lugar. Y por el camino, perdió el sombrero, los zapatos, los
guantes, el vestido de seda...
Aprendió una gran lección. Y es que:
En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa, porque ante todos decía que era la más veloz. Por eso,
constantemente se reía de la lenta tortuga.
- ¡Mirad la tortuga! ¡Eh, tortuga, no corras tanto que te vas a cansar de ir tan deprisa! - decía la liebre riéndose de
la tortuga.
Un día decidieron hacer una carrera entre ambas. Todos los animales se reunieron para verlas. Se señaló cuál iba a
ser el camino y la llegada. Una vez estuvo listo, comenzó la carrera entre grandes aplausos.
La liebre corría veloz como el viento mientras la tortuga iba despacio, pero, eso sí, sin parar. Enseguida la liebre se
adelantó muchísimo.
Varias veces repitió lo mismo, pero a pesar de sus risas, la tortuga siguió caminando sin detenerse.
Confiaba en su velocidad, la liebre se tumbó a dormir bajo de un árbol.
En cierta ocasión había un asno muy flaco, hasta el punto que se tambaleaba de un lado al otro. Por eso todos se reían
cuando andaba, porque apenas podía mantenerse en pie. Tanto se burlaron que el asno quiso darles una lección.
Cierto día vio en el patio de la casa de su dueño que había tendida una piel de león. El dueño, que era un gran cazador, había
traído esa piel desde muy lejos y, como servía de alfombra, su esposa la colgaba a veces para limpiarle el polvo.
- Me pondré esa piel de león y todos me tendrán miedo - dijo el asno, pensando que nadie lo reconocería. Y así fue. Se colocó
aquella piel de león y se fue a caminar por lo prados, por el bosque. Al verlo, todos huían asustados.
-¡Un león! ¡Un león! - decía una perdiz, corriendo para salir volando.
- Es un león muy fiero - decía un búho desde un árbol. Todos se escondían, y al ver, el asno era feliz.
- ¡Ja! ¡Ja! Ya no reirán más de mí - decía mientras caminaba lentamente por el bosque.
Pero fue a parar cerca de un molino. Al verlo de lejos, el molinero pensó que era un león y que era un peligro para su familia
y ganado.
Y así que asiendo un garrote, se acercó hasta el asno vestido con la piel de león y le persiguió durante mucho rato. El
pobrecillo asno al final, no pudiendo más, se cayó y en la caída se le soltó la piel.
Entonces el molinero se dio cuenta que era solamente un asno.
-pero, dime, ¿por qué llevabas esa piel de león? - dijo el molinero.
- Porque estoy cansado de que todo el mundo se burle de mí - respondió el animal.
- Pues he estado a punto de darle una paliza enorme. No lo vuelvas hacer - le advirtió el molinero.
Y el asno se marchó reocupado, porque aunque había engañado a los demás animales, estuvo a punto de recibir una paliza.
Los otros animales, una vez pasado el susto, procuraron no burlarse más del pobre asno.
Por eso:
Había una vez un burro que pastaba en un verde prado. Era muy perezoso y sólo le gustaba tomar el sol y comer hierba.
- Nunca serás un animal de provecho - le dijo una laboriosa hormiguita mientras cargaba, con mucho esfuerzo, un grano de
trigo sobre su espalda.
- ¿Por qué dices eso? Yo quiero ser famoso - rebuznó el burro con su ruidosa voz.
- Para eso debes esforzarte y trabajar mucho - le explicó la pequeña hormiga mientras cargaba con otro pesado grano.
El burro se alejó enfadado porque no le agradaban los consejos de la trabajadora hormiga.
Fue entonces cuando vio que algo había entre la hierba. Se acercó y lo olisqueó. Era la flauta de un pastor, que al moverla y
soplar en ella con el hocico hizo sonar unas agradables notas musicales.
- ¡Vaya! Soy un artista - dijo orgulloso el asno pensando que ser un gran músico era algo tan fácil como soplar una flauta.
Decidió entonces dar un concierto ante los demás e invitó a todos los animales del prado. Llegaron la gorda vaca con su
becerro, el airoso caballo, las sencillas ovejas, las ruidosas gallinas, el lento ganso, los rojizos cerditos. Estaban todos.
- Buenas tardes, señores. Es un honor tenerles aquí reunidos - dijo el burro luciendo un gran lazo que se había colocado para
aquella importante ocasión.
- Buenas tardes - le saludaron cortésmente todos a la vez. En medio del silencio el burro tomó la flauta y resopló. Pero no
sonó nada, pues se había equivocado de agujero.
-¡No es por ahí! ¡No es por ahí! Es por ese otro agujero - le dijo una de las gallinas señalando con el pico.
El burro sopló por el lugar que le habían mostrado y... sonó fatal.
- ¡Que ruido más desagradable! ¡Esto no se puede soportar! - exclamó enfadada la vaca.
-Pero, si no sabe tocar la flauta - dijo burlándose uno de los cerditos. Entonces, con muchos gritos, los animales del prado se
marcharon muy molestos porque el burro les había hecho perder el paseo de aquella hermosa mañana.
Nuestro aprendiz de músico se quedó muy solo. Tenía razón la hormiga. Para ser famoso hay que trabajar duro. Las cosas no
se hacen sin esfuerzo. A partir de hoy seré de otra manera. Dejaré de ser perezoso - dijo el burro con gran decisión.
Debes trabajar con esfuerzo, si quieres aprender que no te pase como al burro, le paso aquella vez.
EL CIERVO EN LA FUENTE
Era un hermoso día de primavera. El sol brillaba en lo alto del bosque. Los animales habían salido de sus escondites para jugar
con sus amiguitos. Los pájaros revoloteaban de rama en rama. Las ardillas buscaban nueces entre las hojas secas.
Una manada de ciervos descansaba al sol. En una fuente cercana dos ranas croaban sin parar. Uno de los ciervos se acercó a
la fuente para beber y al verse reflejado en el agua se asustó. Volvió de nuevo a acercarse despacito. Asomó la cabeza. Luego
el cuerpo. Y entonces pudo ver todo su cuerpo como en un espejo.
- ¡Qué grande soy!. Mis cuernos han crecido mucho. Me dan fuerza. Soy elegante y hermoso. Pero, ¡oh! ¿Qué es eso? - se
preguntó el ciervo mirando sus patas. No le gustaron nada.
- Yo no puedo tener unas piernas así. Son feas y delgadas. Me hacen ridículo. ¡Tan hermosos cuernos y tan ridículas patas!
- decía llorando el ciervo. En ese bosque vivía también un animal temido por todos. Era el perro salvaje. Era muy fiero y
tenía unos dientes muy afilados. El ciervo estaba tan triste por lo de sus patas que no se dio cuenta de que el perro salvaje
se acercaba. Todos los animales huyeron. Pero nuestro amigo seguía junto a la fuente. Muy despacito, el feroz animal se le
acercó. Al oír un ruido, el ciervo, asustado, levantó su cabeza. Al ver al perro empezó a correr hacia el bosque. Si conseguía
entrar en él, el perro ya no podría atraparlo. Corría y corría entre los árboles. Pero sus cuernos se enredaban en las ramas y le
impedían ir más de prisa. Sus piernas, sin embargo, eran veloces, muy ligeras. Parecía que volaran. -¡Ay! Si no tuviera estos
grandes cuernos podría correr más. Menos mal que mis piernas son veloces- pensaba el ciervo mientras corría cuanto podía.
Por fin se escondió en una cueva. El perro salvaje pasó de largo y no lo vio. El ciervo respiró tranquilo. ¡Gracias a sus feas
piernas se había salvado!.
En cierta ocasión el león, rey de la selva. preocupado porque cada vez había más cazadores que perseguían a las fieras, quiso
hacer un ejército.
Pero se dio cuenta de que él sólo no podía hacerlo. Y como necesitaba a más animales, se fue a la selva a buscarlos. Paseando
se encontró con el elefante.
- Buenos días rey de la selva - le saludó el enorme animal resoplando con su trompa.
- Buenos días, elefante, ¿Quieres formar parte de mi ejército? - le preguntó el león.
- Por supuesto, majestad - le contestó el elefante.
- Mira, tú serás nuestra mayor defensa. Como eres muy fuerte cargarás con todas las cosas que nos hagan falta - decidió el
león muy entusiasmado.
Caminando, los dos se encontraron con un gran lobo.
- Buenos días, majestad - se inclinó el lobo.
Buenos días tengas, feroz lobo - le contestó el león - Estoy reuniendo un valiente ejército. Tu podrías ser un soldado muy
veloz.
¿Deseas Venir?
- Desde luego, majestad -
Los tres continuaron hasta que encontraron a un mono que, con grandes chillidos, saltaba de árbol en árbol.
- Majestad, ese sería bueno para distraer a nuestros enemigos - dijo el lobo.
- Tienes razón - le dijo al león llamando al mono.
- Os saludo, majestad - le dijo el mono mientras seguía dando saltos.
- Ando buscando soldados que quieran formar parte de mi ejército.
¿Quieres ser uno de ellos? - le dijo el león.
- Con mucho gusto, Señor . contestó el mono, contento.
Encontraron luego una liebre y más tarde un asno tan flaco que apenas podía andar.
- Estos no pueden ser buenos soldados para un ejército - se rió el mono.
- ¿Por qué dices eso? - le preguntó el león.
- Mira, la liebre es muy cobarde. Se esconde cuando ve a alguien. Y el asno es muy lento. Apenas si puede caminar - contestó
el mono.
- Pues yo creo que todo el mundo sirve para algo - dijo el león.
Y pidió a la liebre que, por correr tanto, llevara mensajes de un sitio a otro. Al asno le pidió que con su rebuzno, como
trompeta, avisara en caso de peligro.
De ese modo, dispuestos a ayudarle entre ellos, todos se reunieron contentos de formar parte del ejército de su majestad el
león.
Esta fábula nos enseña que todos servimos para algo, sólo hace falta que, de verdad, queramos
intentarlo.
EL PASTOR Y LAS OVEJAS
Había una vez un joven pastor de ovejas que era muy travieso. Y para no aburrirse mientras cuidaba de sus ovejas le gustaba
hacer muchas bromas. Una vez se escondía y daba grandes sustos a las muchachas que iban a buscar agua al pozo, o bien
perseguía las gallinas del buen granjero. Fue así hasta que, cierto día, le sucedió algo con lo que aprendió una gran lección.
Una mañana de verano hacía mucho calor. El pastorcito podía ver desde el monte como trabajaban los labradores.
- Voy a gastarles una broma - dijo el joven pastor. Se puso en pie con las manos haciendo bocina y gritó con todas sus
fuerzas: - ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!.
- Ese chico está en peligro, corramos ayudarle - dijo uno de los campesinos a sus compañeros.
Salieron corriendo hacia el monte, dejando sus azadones en el campo. Pero cuál fue su sorpresa ya que, cuando llegaron al
lugar donde estaba el rebaño, no había ningún peligro.
-¿Dónde está el lobo? - le preguntaron al muchacho.
- Era... una... broma... - les contestó el chico riéndose a grandes carcajadas.
Los labriegos se marcharon muy enfadados, porque lo que había hecho no estaba nada bien.
Pasaron algunos días y el pastorcillo se encontraba otra vez en el monte cuidando a sus ovejas cuando pensó que era el
momento de divertirse de nuevo de ellos.
- ¡Que viene el lobo! ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! - gritó una y otra vez. Al escucharle, los buenos amigos subieron
corriendo al monte. Pero al llegar arriba se volvieron a encontrar al pastor riéndose de ellos.
- Os lo habéis creído. Os he engañado otra vez - les decía entre carcajada y carcajada.
Los labradores se enfadaron muchísimo con aquella broma tan pesada.
- Nunca más volveremos a creer en ti - le dijo uno de ellos, que tenía un gran bigote.
- Lo que haces no está bien y algún día te llevarás una sorpresa - le dijo otro, que tenía un gran sombrero de paja.
Unos días después, cuando los labradores guardaban el trigo en los graneros, sucedió lo que le había dicho. El joven pastor
se llevó la gran sorpresa. Estaba cuidando su rebaño cuando escuchó un ruido muy extraño. De entre los matorrales salió un
lobo muy grande y con cara de pocos amigos.
El pastorcillo corrió hasta la roca más alta del lugar donde estaba para pedir ayuda.
- ¡Socorro! ¡Ayúdenme un gran lobo ataca mi rebaño! ¡Socorro! - gritaba con toda la fuerza que podía. Los labradores oyeron
muy bien al pastor, pero pensaron que era otra de sus bromas y no le hicieron caso. Nadie subió al monte a ayudarle y el
muchacho no pudo impedir que el lobo se llevara una de las ovejas. Por eso los campesinos, al saber lo ocurrido, se burlaron
de él. Y uno de ellos incluso tocaba la flauta para no oír sus lamentos. Ese día aprendió una gran lección:
Miauragato era el más temido de los gatos de aquella mansión porque sólo pensaba en cazar ratones. Se les acercaba muy
despacito y los atrapaba sin que lo oyeran. Por esa razón, los ratones de la casa decidieron hacer una asamblea para hablar de
este asunto. Todos acudieron a la reunión. Los ratones de la cocina, que eran muy gordos. Los de la biblioteca, que usaban
grandes gafas y eran muy estudiosos. Muy puntuales fueron los dos ratoncillos pequeños, ya que vivían en el reloj de pared.
Uno tras otro fueron todos.
- ¡Hemos de hacer algo! La situación no puede continuar así - dijo un ratón de hocico sonrosado. - Tienes toda la razón.
Vivimos asustados por culpa de ese gato - comentó otro mientras los demás miraban hacia todos lados por si el felino les
había oído.
- Pues, amigos, yo tengo la solución - dijo un ratoncillo blanco que vivía en el laboratorio.
Los demás ratones le miraron aguardando a que siguiera hablando. Entonces el pequeño roedor enseñó un cascabel. -
¡Hemos de ponerle este cascabel al gato! - dijo muy serio. El ratón blanco le explicó que, si el gato lo llevaba puesto en el
cuello, haría mucho ruido. De esa manera se podían esconder en cuanto lo oyesen. - Es una idea fantástica, pero... ¿Quién
se lo pondrá? - preguntó un ratoncillo de reloj de pared. - Nosotros, como estamos muy gordos, no somos veloces - dijeron
los ratones de la cocina, escudándose. - Pues nosotros tampoco podemos. Somos miopes - exclamaron los de la biblioteca.
- ¡Con nosotros no contéis! - dijeron los de la bodega mientras se tambaleaban de un lado al otro del salón, porque, como
de costumbre, habían bebido un poco.
La reunión se acabó rápidamente, pues los ratones se marcharon uno tras otro con excusa. La verdad es que todos tenían
miedo de poner el cascabel al gato.
Cuenta la vieja leyenda que en la casa de un hombre rico y famoso vivía una gata que era muy bella. Tenía un pelaje muy
bonito y adornaban su cuello lindos lazos de colores. Tenía largos bigotes, unos colmillos muy blancos y unos hermosos ojos
como el mar en un día de verano.
Aquel hombre quería mucho a la gata porque era muy cariñosa y se acurrucaba junto a él para dormir. Caminaba a su lado
cuando paseaba, y por eso le hablaba con frecuencia.
- ¡Ojala fueses una bella doncella! - repetía aquel hombre mientras acariciaba la cabeza de su gatita.
- Miau! ¡Miauuu! - le contestaba cariñosa la gata, mirándole con sus hermosos ojos.
- Si ya lo sé. Eres solo una gatita - le decía él, muy triste por no tener a nadie tan cariñoso como la gata a su lado.
Pasaban los días y aquel bondadoso caballero la quería cada vez más.
Hasta que un día decidió hacerle una petición a Venus, la diosa de la belleza.
-¡Ay, señora! Si convertís esa gata en mujer, os daré muchos regalos - le pidió a la diosa, esperando que ésta le escuchara.
La diosa le oyó y convirtió a la gata en una muchacha. Era preciosa y, además, muy simpática y amorosa. Tanto, que aquel
hombre se enamoró de ella. Y decidieron que, como se querían los dos, se casarían.
Llegado el día de la boda, al empezar la fiesta, entró el novio muy bien vestido. Sonaron las flautas y llegó la joven muchacha.
Iba con un velo y con un vestido de color rosado, muy bello. Era una escena linda porque la joven era muy guapa.
Estaba todo listo para comenzar la ceremonia cuando la diosa Venus, que era muy traviesa, quiso gastarles una broma. Hizo
que pasara muy cerca de los novios un ratoncillo pequeñito.
Uno de esos ratones de campo que tanto le gustan a los gatos.
Al principio nadie lo vio. Pero cuando se dieron cuenta, todos los invitados se apartaron. Algunos incluso se subieron a las
sillas. Otros se escondieron tras un armario.
Sin embargo, la muchacha dio un salto y empezó a correr detrás de él.
Todos se dieron cuenta que, aunque era una muchacha muy bella y parecía toda una señorita, su corazón seguía siendo la
de un gato.
Dice la leyenda que el pobre novio pasó tanta vergüenza que pidió a la diosa que convirtiera de nuevo a la muchacha en gata.
Así lo hizo Venus, y aquel hombre, comprendiendo su error, con el tiempo encontró una buena muchacha con la que se casó.
Y vivió muchos años feliz, cuidando los dos a su querida gatita.
Margarita iba hacer un largo viaje. Por esa razón, su amigo, el poeta Rubén Darío, decidió escribirle como despedida un
cuento, para que leyera, y que conocemos gracias a una famosa poesía. “Érase una vez una princesita, muy bonita, que
vivía en un palacio de diamantes”. Jugaba cada mañana con su rebaño de elefantes y era muy feliz. Una tarde vio brillar en
el cielo una estrella luminosa. Y como era muy traviesa deseó ir a buscarla. - ¿Para qué quieres una estrella? - le preguntó el
rey, su padre. - La querría para hacerme adornar un prendedor con un verso y una perla y una pluma y una flor - le contestó
ilusionada la princesa. - ¡Eso es una locura! ¡Es un capricho! Además, no debes tocar nada que brille en el cielo azul. El buen
Jesús se va a enfadar - le regañó el rey. Pero la bella niña, sin permiso de papá, se fue al cielo saltando sobre el mar. Y fue
camino arriba hasta la luna, y más allá hasta llegar a la estrella que tanto quería alcanzar. - ¿Qué te ha pasado hija mía? Te
he buscado y no te encontré. Y ¿qué tienes en el pecho que tan brillante se ve? - preguntó el rey, cariñoso, al verla regresar.
- Atraída por la estrella, anduve por las olas y el viento hasta ella y... la corté - contestó inocente la princesa - Pero, yo no te
di permiso y menos para quitar un astro del cielo. Por tu capricho seguro que se enfadará el Creador - dijo regañándola el
padre. - Por tu mala acción has de tener un castigo. ¡Vuelve al cielo y lo robado vas ahora a devolver! Se puso triste nuestra
niña. Lloraba con tanto pesar que, compadecido, se les apareció el buen Jesús.
- Yo le ofrecí esa estrella en mis campos del cielo, para que estuviese bella - dijo con su amorosa voz.
Y para celebrar aquel feliz acontecimiento el rey se vistió con sus ropas más brillantes. E hizo desfilar cuatrocientos elefantes
por la orilla del mar. En esa gran fiesta lucía la princesa su brillante prendedor. El que tenía una estrella con un verso y una
perla y una pluma y una flor”
Según contaba una simpática maestra, se reunieron cierta vez en el fondo del mar gran cantidad de cangrejos, pues iban a
tomar una decisión importante. Allí estaban los que llegaban de mares pequeñitos y de aguas tranquilas. Los que procedían
de los océanos más agitados. Los de los mares más transparentes. Y aquellos que vivían en los ríos más contaminados. Todos
se encontraban en el congreso de los cangrejos.
Uno de los más viejos se puso en medio y habló.
- Amigos míos, hemos de cambiar una de nuestras costumbres, porque estamos dando un mal ejemplo al resto del mundo
. dijo el anciano cangrejo.
- ¿Cuál es? ¿Qué costumbre es esa? - preguntaron preocupados los demás.
- Bien, os lo voy a decir.
Debemos de dejar de caminar hacia atrás - respondió el anciano.
Todos se miraron asombrados.
- ¿Y qué solución tienes para eso? - le preguntó uno colorado que venía de muy lejos.
- Veréis, para vosotros ya es difícil cambiar porque ya somos mayores pero para los cangrejos niños no lo será tanto. Sus
madres, como hacen las madres de los niños de la tierra, les pueden enseñar a caminar hacia adelante - dijo el anciano
cangrejo.
Los pequeñines intentaban hacerlo. Pero les costaba mucho trabajo.
Caminar con unas pinzas tan grandes entre las rocas y hacia adelante era muy difícil para ellos. pero lo probaban.
Sin embargo sucedió algo curioso. Sus mamás les decían cómo debían caminar, pero ellas continuaban andando hacia atrás,
como siempre.
Además, de esta manera iban muy de prisa.
- ¿Cómo es que ellas hacen una cosa y nos enseñan otra? - dijo un cangrejo pequeñito muy estudioso cuando se fueron las
mamás.
- ¿Será que nos están gastando una broma? - dijo otro.
- La verdad es que para mi es más fácil caminar para atrás - dijo un cangrejo tan enano que apenas se le podía ver entre las
piedras.
Y así fue que, viendo y siguiendo el ejemplo de sus madres, continuaron caminando hacia atrás. Debido a ello hubo un nuevo
congreso de cangrejos.
- La ley que hemos hecho no funciona - dijo con tristeza un cangrejo que siempre decía la verdad.
- Será porque no hemos dado buen ejemplo - contestó uno que era muy serio.
- Quizá estemos hechos de esta manera y no debamos cambiar - comentó uno que era muy pesimista.
- Lo cierto es que no podemos pedir a los demás que hagan lo que nosotros no hacemos - dijo con razón el más anciano de
todos.
Y decidieron seguir como siempre. Por eso hoy los cangrejos siguen caminando hacia atrás.
Hace muchos años vivía en una granja un burro muy viejo. Había trabajado durante toda su vida, cargando maderas, llevando
trigo de un lado a otro. Pero sus dueños, que eran unos desagradecidos, le echaron de la casa.
El animal, muy triste, emprendió camino por un bosque hacia la ciudad de Bremen.
En esto se encontró con un perro que cojeaba.
- Buenas tardes, señor burro - dijo el perro.
- Buenas tardes, señor perro. ¿Te encuentras mal? - le preguntó el burro.
- Sí, la gente no me ha tratado bien. Me han apaleado y fíjate como estoy - dijo el perro quejándose.
- Los hombres nunca aprenderán que deben de tratarnos con el mismo afecto que ellos necesitan - dijo el burro.
- Anda, vente conmigo - añadió. Voy a Bremen. Juntos podremos ayudarnos.
Y siguieron caminando. Pero al salir del bosque se encontraron con un gato subido a un árbol.
- ¿Qué haces ahí arriba? - le preguntó el burro.
- Nada. Mi ama se ha cansado de que esté durmiendo a sus pies y me ha echado de casa - explicó el gato.
- Vente con nosotros. Vamos a Bremen - le invitó el burro.
Al anochecer se les unió un gallo que había huido de un cocinero gordinflón.
A lo lejos, en medio de la oscuridad, brillaba la luz de una casa. Al acercarse vieron por la ventana que dentro habían muchos
bandidos.
- A mí me da miedo -
dijo el gato maullando bajito.
- Vámonos de aquí - cacareó el gallo sin mover el pico.
- No. Tengo una mejor idea, - les dijo el burro.
Se reunieron a la luz de la luna y decidieron que se iban a poner por encima del otro. Y que cada uno gritaría a la vez con
todas sus fuerzas con su propia voz. El burro rebuznaría, el perro ladraría, el gato maullaría y el gallo cacarearía varias veces.
Y así lo hicieron.
Se colocó primero el burro, después el perro, encima el gato y al final el gallo. Se pusieron junto a la ventana y cada uno
gritó con fuerza. Cuando los bandidos oyeron aquel sonido tan terrible, como no sabían lo que era, se asustaron muchísimo
y salieron corriendo.
Los animales entraron entonces en la casa y pudieron cenar tranquilamente.
Cuenta la historia que ellos continúan allí comiendo y cantando. Y que sus dueños, aquellos hombres que los trataron mal,
los buscan porque se arrepintieron de lo que habían hecho.
El mar guarda en sus aguas a miles y miles de peces. Allí viven peces de muchísimos colores, tamaños y formas. De color
amarillo. Naranja vivo. Azules. Con grandes ojos. Con aletas pequeñas. Redondas. Los hay pequeñitos. Otros son medianos.
Y los hay grandes. El más grande de todos era Boca Ancha. Era un pez fuerte y enorme. Lo que más destacaba de él era su
boca. Era una boca grande y por eso todos le llamaban Boca Ancha.
Además de tener una boca enorme era presumido y fanfarrón. Tenía asustados a todos los pececillos. Y se burlaba de los que
eran más pequeños. Lo que más le gustaba era perseguirlos para asustarlos. A decir verdad, nadie quería demasiado a Boca
Ancha allí en el mar.
- Sois unos enanos. En cambio yo soy fuerte y grande. Pero, miraos nosotros. ¡Sois tan pequeños y débiles! No podéis discutir
con nadie porque enseguida os apartarían - gritaba Boca Ancha burlándose.
Un día, estaban los peces jugando tranquilamente cuando algo cayó sobre algunos de ellos Era una red. Muchos quedaron
atrapados y aunque intentaron escapar, sólo unos pocos lo consiguieron.
- ¿Veis? A mí eso no me pasará porque soy fuerte y grande - decía Boca Ancha fanfarroneando.
Pero no pudo seguir riendo porque, de pronto, una enorme red cayó sobre él, atrapándole junto con algunos peces más
pequeños. Como la red era muy grande, tenía unos agujeros muy anchos. Por eso los peces más pequeños pudieron escapar,
pero no así Boca Ancha.
Su cuerpo era demasiado grande y no cabía por aquellos agujeros. Y como el tejido de la red era muy fuerte, aunque intentó
romperla con sus dientes, no pudo.
Boca Ancha miraba con lágrimas en los ojos a los demás peces que ahora, alegres y felices, nadaban libres.
- Si no hubiera sido tan presumido, si no me hubiera creído tan fuerte, habría tenido más cuidado y no me habrían pescado
- pensaba mientras la red lo iba subiendo hacia el barco, apartándolo para siempre de sus amigos, los pececillos, y de su
mundo, el mar.
En una granja vivía con muchos otros animales un asno y un cerdito. El asno comía paja cada día y trabajaba muy duro.
Mientras, el cochino, después de comer con abundancia, vivía tumbado tranquilamente al sol.
El asno se encontraba cada vez más molesto. Sobre todo un día en el que el dueño de la granja le hizo tirar un carro lleno de
sacos de trigo hasta el pueblo más cercano.
Cuando volvió, el pobre asno estaba muy cansado. Y, además, le pareció que el cerdo le miraba con burla.
A la mañana siguiente, al levantarse, el asno no vio a su gordo amigo.
Comenzó a buscarle, preguntando por él a unas gallinas que picoteaban granos de trigo por el suelo. Luego a unas ovejas que
pacían allí cerca. Pero nadie sabía nada.
Pasaron las horas. El asno siguió buscándole, pero no lo encontraba. Por fin se acercó a un gallo muy viejo.
- Yo no lo he visto, pero sé donde está. Lo han llevado al mercado, que es donde van a parar los cerdos gordos y hermosos.
Allí los venden para hacer sabrosas salchichas - le explicó el anciano gallo.
A partir de aquel día, al asno ya no le importó trabajar duro y cargar con pesados sacos. Pues preferiría vivir tranquilo con sus
amigos, a acabar como el cerdo, vendido en un mercado.
Cuenta una fábula mexicana que cierto caluroso día de mucho sol un coyote, que vivía cerca del bosque, salió de su agujero
dispuesto a buscar comida. Iba de camino hacia un campo de maíz cuando se encontró con el zorro.
- Hola amigo, ¿a dónde vas? - le preguntó al zorro.
- Voy a buscar mi comida ¿Y tú? le dijo el zorrillo?
- Pues yo también voy por lo mismo - dijo el coyote estirando sus patas.
- Pues oye, tengo una idea. Si quieres podemos hacer una carrera. El que antes llegue al final de este campo de maíz habrá
ganado. ¿De acuerdo? - dijo el astuto zorrillo.
- Bien, pero, ¿qué ganará el que llegue primero?. Yo no corro sin un premio. Te propongo que el que pierda dé su comida al
ganador- dijo el coyote seguro de que vencería.
- Esta bien - dijo el zorro, mientras estrechaba su pata con la del coyote en señal de acuerdo.
Los dos animalillos se pusieron al principio del maizal. Decidieron que cuando el zorro contara hasta tres saldrían corriendo.
Se prepararon para la carrera y el zorro contó. Entonces el coyote, sin mirar atrás, comenzó a correr y correr. Pero no se dio
cuenta de que el zorro se había quedado en un sitio sin moverse.
Al final del campo, un zorro distinto, que estaba de acuerdo con el otro, esperaba al coyote. Cuando éste llegó, se encontró
con gran sorpresa que el zorro estaba ya en la mesa.
Algo extrañado pidió que repitieran la carrera. Y volvió a perder.
- Está bien, has ganado. Espérame aquí, que voy por la comida - le dijo el enfadado el engañado coyote al zorro - . No te
muevas, que ahora mismito vuelvo.
El coyote salió corriendo. Los zorros quedaron esperándolo, pero dice el cuento que nunca regresó.
Hace ya mucho tiempo que los habitantes de Hamelin tenían un gran problema. Había ratas por todas partes. Entraban en
las casas, se subían a las camas, perseguían a niños y mayores. Se lo comían todo. Los habitantes no sabían ya qué hacer.
Aunque habían intentado muchas cosas, seguían habiendo muchas, muchísimas ratas.
Una mañana pasó por el pueblo un muchacho alto y delgado.
Iba vestido de colores muy vivos y con una pluma en su sombrero.
Era un flautista.
- Señor, si me dais cien monedas os libraré de las ratas - dijo el joven al preocupado alcalde.
- Si haces lo que dices, muchacho, te daré las cien monedas - le contestó ilusionado el alcalde.
Y el muchacho sacó una flauta de madera de su bolsa, se puso en mitad de la plaza y comenzó a tocar. Sonó una melodía
muy extraña. Una melodía que atraía poco a poco a las ratas.
Cuando ya las había reunido a todas en la plaza, el flautista comenzó a andar, seguido por las ratas. Salió del pueblo y se
dirigió a un río. Y en sus aguas cayeron todos aquellos roedores.
Regresó el flautista a Hamelin y se presentó al alcalde.
- Señor, he cumplido lo prometido. Vengo, pues, por mis cien monedas - dijo el muchacho.
Pero codiciosos de su dinero, el alcalde lo amenazó:
- Sólo por tocar la flauta no te vamos a dar cien monedas. No te debemos nada. Muchacho. Anda, vete de aquí si no quieres
que te echemos a palos. ¡Largo de este pueblo!
El pobre flautista se fue muy triste porque le habían engañado. Pero al día siguiente apareció de nuevo en el pueblo. Otra vez
llevaba aquella flauta que, cuando soplaba, se oían unos extraños y mágicos sonidos.
Y se puso a tocar una melodía muy bonita, tanto que todos los niños le siguieron mientras él se fue alejando hacia los
montes. El pueblo de Hemelín se quedó muy triste sin los niños.
De nuevo regresó el flautista regresó haciéndoles ver que habían hecho una mala acción y que era un mal ejemplo para sus
hijos. Arrepentidos por lo hecho, el alcalde y los campesinos le pidieron perdón. Le pidieron además, que les devolviera a los
niños. Y le prometieron que, en adelante, les enseñarían a ser buenos y justos.
Se ha de cumplir lo prometido,
sin esperar el castigo.
EL LABRADOR Y LA PROVIDENCIA
Era un verano muy caluroso. Por eso el labrador de esta fábula se fue a descansar un rato a la sombra de un árbol. Era la época
de la cosecha de los melones, de las calabazas, del trigo... Y por eso estaba el labrador muy cansado.
Mientras estaba a la sombra empezó a mirar el campo y a pensar que el Creador; que había hecho tantas cosas hermosas
en la naturaleza, se había equivocado en algunas muy sencillas. Observó que las calabazas y los melones, que eran de gran
tamaño, se encontraban esparcidos acá y allá, y pesaban mucho al levantarlos del suelo. Pensó que eso no era justo. Se puso
a mirar hacia arriba y vio como las pequeñas bellotas colgaban en el árbol. Y se dijo: - ¿No sería mejor que las calabazas y los
melones creciesen en un lugar más alto y las bellotas, que solo sirven para que coman los animales, salieran esparcidas por
el suelo? Acertó a pasar en aquel momento por el campo un anciano pastor.
- Parece que estás cansado, amigo mío, sentado ahí a la sombra - le dijo, saludándolo, mientras se apoyaba en su bastón.
- Recolectar calabazas en esta época del año es algo agotador.
Si estuvieran en los árboles, todo sería más fácil - protestó el sudoroso labrador.
- No te quejes que todo se ha hecho por alguna razón, hijo mío.
El Creador no ha hecho las cosas porque sí - dijo el anciano pastor mientras se alejaba hacia la aldea.
Estaba pensando nuestro labrador en todo eso cuando le cayó una bellota en la frente y le causó un pequeño chichón.
- ¡Qué tonto he sido! ¿Qué hubiera sido de mí si me hubiera caído una calabaza en la cabeza? - dijo mientras se reía a grandes
carcajadas.
Así que se levantó y, contento, siguió cosechando los frutos, porque había aprendido que la Providencia había hecho las
cosas mucho mejor de lo que creemos.
Era la hora de más calor del día. Un león, grande y majestuoso, se encontraba tumbado a la sombra de un árbol. estaba
cansado de tanto rugir y demostrar que era el rey de la selva. Se había acostado ahí para echar una siestecita.
Apenas había cerrado los ojos cuando un ratón pequeño se le acercó. Empezó a subirse por la cola y después caminaba entre
sus patas.
Más tarde se paseó por el lomo de la fiera y empezó a dar vueltas alrededor de sus orejas. El león apenas podía dormir y
estaba perdiendo la paciencia. Pero como el ratón era tan pequeñito, no quería asustarlo.
El león intentó dormirse, pero el ratón volvía a colgarse de sus bigotes.
Hasta que al final, harto del pequeño animal, el león lo agarró de un zarpazo.
- ¡No me mates! ¡No me mates, por favor! - gritaba el ratoncito muy asustado.
- Pero ¿tú no sabes que yo soy el rey de la selva? Y ¿no sabes también que no debes molestarme? - gruñó el león.
- Si, lo sé lo sé. Pero quería jugar - dijo el ratón.
- Precisamente por eso no me has dejado dormir - le reprochó enfadado el león.
- Mira, rey de la selva, si me perdonas... yo te ayudaré en lo que pueda - le dijo muy decidido el ratoncito.
El león se puso a reír por la promesa del pequeño animalillo. Tanta gracia le hizo que soltó al ratón.
- Anda, vete y déjame dormir de una vez - dijo cariñoso.
Para que no lo molestaran más el león se alejó un poco de allí. Pero tan adormilado que iba que no vio una trampa oculta
entre los árboles. Una enorme red cayó sobre él. Cuando se dio cuenta, ya estaba metido en ella. Intentó escapar pero ya no
podía. Estaba atrapado.
Comenzó a rugir muy fuerte, tanto, que por toda la selva resonó su lamento. El ratoncillo, que no andaba lejos, oyó aquellos
rugidos y reconoció que eran los de su amigo el león.
Sin perder tiempo corrió hasta allá y comenzó a roer las cuerdas de la red. Poco a poco hizo un agujero lo bastante grande
para que el león pudiera escapar.
De esa manera ayudó al pequeño ratón al majestuoso y grande león.
Dice una fábula muy antigua que había un perro al que le gustaba mucho comer. Se pasaba el día buscando en el cesto de la
compra por si habían dejado algún trozo de carne, o en la cocina, por si había sobrado algo de comida.
Aunque comía mucho, siempre tenía hambre. En cierta ocasión vio entre las sobras de un mercado un trozo enorme de
carne. Lo asió entre sus dientes y salió corriendo.
Se fue lejos, hasta un lago que había en unos jardines al final de la calle. Estaba a punto de darle un mordisco cuando pasó
junto a él un perro pequeño muy hambriento.
- ¿Me das un pedacito de carne? - le dijo el perrito.
- De ninguna manera. Este trozo es mío. No te doy nada - le contestó el perro mientras gruñía con cara de pocos amigos.
- Es que tengo mucha hambre - le pedía el perrito con un lamento que daba mucha pena.
- ¡Anda vete de una vez! le dijo el egoísta haciendo huir al perrito hambriento.
Entonces se dispuso a comer junto al lago. Y vio que en el agua había un perro que tenía agarrado en su boca otro trozo de
carne, tan grande como el suyo.
No sabía el pobre animal que era él mismo reflejado en el agua, y como era tan glotón, no se contentó sólo con un pedazo
de carne. Quiso también el del otro que veía en el lago.
Se fue acercando despacio, muy despacio, hasta el agua. Quiso dar un mordisco al otro perro para quitarle la carne. En ese
momento, al abrir la boca, se le cayó el trozo de carne al agua y se hundió. Y se quedó sin nada por ser glotón.
Durante unas vacaciones un ratón que vivía en la ciudad visitó a su primo que vivía en su madriguera en un árbol del campo.
- espero que te guste mi comida, querido primo. Te he preparado, un poco de maíz, un poco de trigo, un par de bellotas... -
dijo el ratón de campo.
- ¿Y no tienes nada mejor? - dijo con desprecio el de la ciudad.
- He guardado unas cuantas fresas silvestres para el postre - dijo el ratón del campo.
- Pero esto no es vida. Se nota que no has estado en la ciudad - se lamentó el pariente.
Después de contarle las muchas maravillas de la ciudad, convenció a sus primo para que fuera con él a visitarlo. Juntos
hicieron sus maletas y se trasladaron a una capital grande y ajetreada.
- Pero ¡aquí no hay árboles! ¡Tampoco hay hierba! ¿Cómo podremos comer? - preguntó preocupado el ratón del campo.
- Espera y verás. Espera y verás - le contestó su primo.
Llegados a una lujosa casa, se metieron por un agujero pequeñito en la madriguera del ratón de la ciudad. Allí esperaron a
que acabaran de comer los dueños del palacio, y fueron a la cocina.
- Ahora podrás comer algo riquísimo - dijo orgulloso el ratón de la ciudad.
Y juntos fueron hasta la mesa. El ratón del campo se quedó admirado pues había platos cocinados que nunca antes había
visto. Se pusieron a comer muy contentos.
Pero de pronto un gato grande, con unos bigotes muy largos, se les fue acercando. Cuando ya estaba junto a ellos alargó su
pata y... ¡zas!, intentó capturarlos de un zarpazo. Naturalmente, salieron corriendo muy asustados.
Ya a salvo, el ratón campesino le dijo al otro:
- ¿Sabes qué he pensado, querido primo? Que prefiero comer mis sencillos alimentos en la paz del campo a éstos, tan
suculentos, pero siempre con el miedo al gato.
Iba una lechera, desde el monte en que vivía al mercado, muy contenta, con su cántaro de leche en la cabeza. El sol era
espléndido y los pájaros trinaban a su alrededor en los árboles. Era un día muy bonito.
Mientras iba hacia el pueblo pensaban en qué harían con su cántaro. En cuanto llegaba al mercado seguro que le comprarían
la leche, se decía nuestra amiga. Y el dinero lo gastaría en una canasta de huevos.
De esa canasta de huevos haría que nacieran más de cien polluelos. Esos polluelos crecerían mucho y entonces volvería al
mercado y los vendería.
Con esos polluelos decidió que se compraría un cerdito.
Lo llevaría al campo para que comiera bellotas y así se engordaría y crecería. de ese modo lo podría cambiar por una vaca y
un ternero pequeño, pensó.
La muchacha continuó su camino muy contenta. Iba saltando de alegría, imaginado ya ser la dueña de esos animales.
La vaca me daría mucha leche y junto con el ternero los llevaré al campo donde pasearán.
Y venderé toda esa leche en el mercado. Entonces compraré muchos más polluelos y muchos más cerditos.
- Me haré muy rica - decía la muchacha apresurando el paso, ya que a lo lejos, veía mucha gente en los puestos de la plaza
del mercado.
Tan soñadora estaba con sus pensamientos que la distraída lechera no vio que, en medio del camino, había una rama. Sin
darse cuenta tropezó.
El cántaro salió por los aires y se rompió en el suelo. La leche se derramó y se perdió en la tierra. Y con ella también se
perdieron los sueños de nuestra amiga.
Había llegado la primavera y el jardín estaba lleno de flores. Entre ellas revoloteaban una preciosa mariposa de vivos colores.
Presumida, iba de flor en flor para que la vieran los demás insectos de aquel jardín.
Estaba reposando sobre una flor amarilla cuando vio en el suelo un caracol. Era de color pardo y caminaba lentamente.
- ¿Qué hace un animal tan feo en este jardín? - dijo extrañada la mariposa.
- Soy un caracol - le respondió con simpatía el animalillo moviendo las antenas de su cabeza.
- Y ¿cómo es que te paseas entre nosotros, que somos tan hermosos?
- le preguntó la presumida mariposa.
- Yo siempre he vivido aquí. Tú eres la que ha llegado ahora - le contestó el caracol, recordándole su pasado -. No hace tanto
tiempo que eras una oruga de tristes colores como los míos.
Dicen que la mariposa, al oír que los demás insectos del jardín se reían de ella, se avergonzó muchísimo de ser tan orgullosa.
Pero el caracol la animó en esos momentos, y se hicieron grandes amigos.
Cierto día caminaban por el bosque dos muchachos jóvenes que eran muy amigos desde niños. Por eso, cuando crecieron,
los dos eligieron la misma profesión: ser leñadores.
Todos los días, los dos juntos, se adentraban en el bosque y allí pasaban la jornada talando árboles para vender luego la
madera.
Una tarde caminaban de regreso a sus casas cuando al pasar por entre unos árboles oyeron un ruido. Parecía que se acercaba
alguien, pero no vieron a nadie. Los dos amigos se miraron preocupados.
- Tal vez sea el viento, que mueve las ramas - dijo uno de ellos para tranquilizarse.
- Sí, seguro. Habrá sido el viento - respondió el otro.
Y siguieron caminando. Al poco rato volvieron a oír el mismo ruido, pero esta vez más cerca. Los dos se miraron asustados.
- Probablemente habrá sido algún pájaro que volaba entre los árboles - dijo uno de los leñadores.
- Sí, habrá sido eso - replicó el otro.
Pero el ruido de pasos se hizo cada vez más fuerte. De pronto, de entre la maleza del bosque salió un oso enorme. Sin
pensarlo dos veces, uno de los amigos se echó a correr y se subió a uno de los árboles más altos.
Al otro, sin embargo, el miedo no le dejó dar ni un paso. Se quedó allí sólo.
-¡Espérame! ¡Espérame! No me abandones ahora - le pidió a su amigo.
- No puedo ayudarte. Me subo al árbol para que el oso no me ataque - dijo el otro asiéndose a las ramas.
Viendo que el oso se acercaba, el pobre que estaba abajo tuvo una idea.
Si se estaba quieto, el oso tal vez no le haría nada. Por eso se tumbó en el suelo, como si estuviera muerto.
El enorme animal se fue enseguida hacia el árbol y, golpeando el tronco, intentaba hacer caer al que había subido. Luego el
oso, viendo que no podía con aquel árbol, se volvió por el otro leñador.
Se acercó a él. Le olisqueó las piernas, después el pecho, luego el cuello y finalmente la cara. Y viendo que no se movía, pensó
que estaba muerto.
Y como a los osos no les gustaba atacar a animales muertos dio media vuelta y se fue. Los dos leñadores no se movieron
durante un buen rato de espera, el que estaba subido en el árbol bajó.
- ¡Oh, amigo! ¡Menos mal que no te ha hecho nada el oso! Yo estaba muy preocupado por ti. Perdona que te abandonara
pero, tenía mucho miedo. Oye una cosa. He visto que el oso se te acercaba y te decía algo.
¿Qué te ha dicho? - le dijo, disculpándose, el joven leñador.
- Pues me aconsejaba que no confíe en amigos como tú, que no te ayudan cuando más los necesitas - respondió el leñador.
Y dando media vuelta se fue y dejó a aquel mal amigo.
El mito
El mito es una composición basada en la fantasía; es sólo un vuelo a la imaginación y está relacionada con la religión. Los
hechos y los personajes, aunque irreales son tratados en la dimensión humana porque para el hombre no hay otro parámetro.
Los mitos surgen en la antigüedad durante las épocas de paz, en donde los pueblos buscan explicar sus orígenes y entender
su realidad, así, como atribuir virtudes o defectos a cierta persona o animal, inventar un pasado glorioso e ideal que explique
las raíces de esta forma, crean complicadas y bellas mitologías, héroes imaginarios con características humanas y divinas de
cuyas actuaciones los pueblos se sienten orgullosos.
El mito tiene un sentido fabuloso y heroico; arraiga al ser humano con el pasado glorioso de su raza, con relación a ciertos
hechos improbables y sorprendentes que de acuerdo al mito han sucedido en la realidad, los cuales no son posibles de ser
verificados de manera objetiva.
En su uso, el responsable del grupo procurará favorecer el pensamiento lógico de los niños sin alentar creencias supersticiosas
que dañen el pensamiento infantil, pero respetando la cultura de las comunidades.
La leyenda
La leyenda es una composición que presenta, a la vez, un aspecto real y uno imaginario. Es una de las formas literarias más
hermosas, en la que interviene el destino como hecho inexorable. La leyenda funde, en forma única la realidad y la fantasía.
Por lo general, están escritas en prosa.
Las leyendas que narremos a los niños preescolares, deben ser buscadas en los antecedentes históricos del pueblo, ciudad,
ranchería, etc., donde habita el niño, tomando en cuenta sus intereses. De esta manera los niños logran integrarse de una
forma más consciente a la comunidad en que vive; reconoce y hace perdurar las costumbres y tradiciones de entorno.
RECOMENDACIONES:
• Procurar favorecer el pensamiento lógico del niño, sin alentar creencias supersticiosas que dañen el
pensamiento infantil.
• La responsable de grupo antes de narrar las leyendas y los mitos, es importante que los comprenda para
que el lenguaje que utilice sea sencillo y claro y además sea breve.
• El docente debe replicar escenificaciones de las leyendas y mitos junto con los niños.
MITOS PARA NIÑOS DE 3 A 6 AÑOS
LA LÁMPARA MÁGICA
Vivía una vez una pobre viuda que tenía un hijo muy bello y distinguido. Cierto día llegó a su casa un mercader que venía de
un lejano país, asegurando ser el hermano mayor de su difunto marido.
La mujer le acogió muy bien y le hospedó en su casa durante una temporada. Un buen día dijo a la madre:
- Prepara alimento, porque el muchacho y yo nos vamos a buscar las flores de oro.
La viuda así lo hizo y partieron muy de mañana.
Después de haber caminado muchas millas, el joven, agotado, propuso a su tío descansar un rato. Pero éste se negó y le
obligó a seguir andando. De nuevo el mancebo le pidió descanso; pero el tío, nuevamente le obligo a seguir andando.
Cuando hubieron llegado a un montecillo, el tío ordenó al muchacho que hiciese un buen montón de leña. Luego que lo
hubo preparado, le obligó a que soplara con todas sus fuerzas para encenderla. Aunque no tenían fuego, el sobrino obedeció,
y, naturalmente, no consiguió encender una sola rama. Cansado, preguntó a su tío:
- ¿Qué sentido tiene que intente encender la leña sin fuego?
- Sopla, -le contestó.
El muchacho siguió soplando y al fin la leña se encendió. Luego que se hubo encendido, bajo las cenizas apareció una
abertura en tierra cubierta por una plancha de hierro. En seguida, el joven fue obligado a levantarla. A pesar de todos sus
esfuerzos, no consiguió nada. Se daba ya por vencido y su tío le obligó a seguir intentándolo. Después de mucho forcejeo,
logró levantar la pesada plancha y apareció ante sus ojos una maravillosa cueva subterránea iluminada por una lámpara y
llena de flores de oro. El hombre obligó a su sobrino a que bajara a la cueva y se dirigiera primeramente, sin tocar ninguna
flor, por la lámpara; luego de habérsela entregado, podría dedicarse a coger flores de oro hasta llenar un gran plato. Cuando
estuviera bien cargado de ellas, debería subir. El chico cumplió todo como se lo había mandado; pero al ascender, como tenía
las manos ocupadas, no pudo hacerlo. El tío, furioso, le gritaba desde arriba:
- ¡Sube como puedas!
El muchacho rogó a su tío que cogiera las flores de oro, para dejarle libres las manos y poder subir. Al trepar, como iba
cargado, tenía mucha dificultad para subir. El tío, furioso porque subía despacio, le amenazó con dejarlo encerrado en la
cueva si no se daba prisa.
- ¿Cómo voy a trepar -repuso-, si tengo las manos llenas de flores de oro?
Entonces el mercader cerro de un golpe la entrada de la cueva y se fue, dejando al chiquillo encerrado.
Varios días pasó, desesperado, llorando, sin probar alimento.
Un día que estaba con la lámpara entre sus manos, meditando sobre su desgraciada suerte, al sentir el contacto de ésta con
un anillo que acostumbraba a llevar siempre en su mano derecha, se le apareció un hada, preguntándole qué deseaba.
- Quisiera salir de aquí -dijo el mancebo.
Un día vio a la princesa cuando se dirigía a los baños. Como era muy bella, el joven se enamoró apasionadamente de ella
y suplicó a su madre que visitara al rajá y le pidiera la mano de su hija. La mujer trató de disuadirle, pues pensaba que no
accedería; pero para dar gusto a su hijo, pidió audiencia y solicitó del rajá la mano de su bellísima hija. El rajá respondió que
consentiría si su futuro yerno le llevaba más dinero del que él mismo poseía. Cuando el muchacho supo las condiciones,
le pidió al hada de la lámpara que le diera el dinero que precisaba. Pronto lo tuvo y lo envió al rajá para que cumpliera su
promesa. Este, tratando de esquivarla, contestó que necesitaba un magnífico palacio en el que se pudiera albergar a su hija
según su rango y categoría lo exigían.
El joven frotó su anillo contra la lámpara, y el hada, en una noche
le construyó un magnífico palacio.
El rajá no pudo rehusarle la mano de su hija. La princesa se enamoró de él en cuanto le vio y se celebró la boda con gran
regocijo.
Algún tiempo después de la unión, el rajá y el joven se fueron de caza. Mientras tanto el malvado tío del muchacho llamó a la
puerta del palacio pidiendo se le concediera ver a la princesa. El llevaba una lámpara nueva, que ofreció a la princesa a cambio
de alguna otra vieja que ella tuviera. No sabiendo las cualidades maravillosas de la vieja lámpara de su marido, se la entregó al
extranjero a cambio de la nueva que él traía. En cuanto éste la tuvo en su poder, frotó contra ella su anillo y le pidió al hada:
- ¡Transporta a este palacio y a sus moradores a mi país!.
Cuando el rajá y el joven volvieron de caza, quedaron pasmados al darse cuenta de que el palacio y la princesa habían
desaparecido. El Rajá, apesadumbrado y colérico, dio trece días al joven para devolverle a su hija; si al cabo de este tiempo
no lo hacia, moriría ahorcado. El último día del plazo llegó, y estando tumbado sobre unas rocas pensando en su desgraciada
suerte, al rozar, su anillo contra la roca, se le apareció un hada, diciéndole:
- Lleva la lámpara siempre colgada del cuello y no la deja un momento -dijo la princesa.
Después de pensar detenidamente qué harían, ella se comprometió a poner en la comida polvos mágicos, para que en cuanto
los probara, este desapareciera . Cuando llegó, por la noche, su tío pidió a la princesa su cena, ésta le puso los polvos
mágicos en el arroz. Él lo comió ávidamente y pronto desapareció, quedando en el suelo la lámpara. Entonces el joven la
tomó y la frotó con su anillo.
- Le pidió al hada -¡transporta al palacio, a mi esposa y a mi al país del rajá! -.
E inmediatamente el palacio y sus moradores volvieron al lugar primitivo.
El rajá se llenó de alegría al ver a su hija. Dividió el reino con su yerno y gobernó pacífica y felizmente durante muchos años.
CASA MISTERIOSA
En Valparaíso, Playa Ancha, había una casa muy bien cuyos moradores nadie conocía. Los vecinos por más que se empeñaban
por verlos no los veían. Nadie entraba ni salía. Las flores del jardín, todas de cuidado, se mostraban bellas y atendidas por el
mejor jardinero. Los árboles se destacaban hermosos. En general, se apreciaba una limpieza como si se estuviera esperando
alguna visita. Aumentaba más el misterio que la casa quedara en el camino al cementerio.
Un día vino el progreso e hizo que la casa misteriosa fuera demolida para levantar un edificio moderno y nadie vio a sus
residentes...
Hubo una época en que las aves no son como las vemos ahora. Entre ellas había constantes riñas porque todas creían que
tenían mayor importancia que las otras, algunas por lo bello de su canto, otras por su llamativo plumaje.
En ese entonces, el Gran Espíritu que todo lo sabe y todo lo ha creado, convocó a una asamblea para elegir a una que pudiera
gobernar a todas las aves, con la nobleza que requería tan elevado cargo.
Comenzaron las aves a discutir con las otras sobre el concurso, y empezaron cada una a exaltar sus virtudes, pretendiendo
ser merecedores de tal distinción.
Seguramente sería elegida el ave con el canto más dulce- dijo xkokolch, el ruiseñor, desde la rama de un grueso árbol- así
podrá lograr el consenso de todas y su voz será una caricia para las que se encuentren apesadumbradas.
-Te equivocas-replicó , Cutz el Pavo Montés mientras se posaba en otro árbol- eso no es lo que necesitamos. Quien gobierne
a las otras aves debe ser fuerte, con el carácter y rigidez que el puesto requiere, para poner orden donde nunca lo ha habido- y
con sus garras rompió la rama en la que estaba posado.
-Estoy en desacuerdo-contestó Chac-dzbalzib, el cardenal, mientras desplegaba sus alas- no hay otra ave que sea más capaz
que yo para gobernar aquí- mi trayectoria es impecable y todo el mundo se admira de mi plumaje color escarlata.
Dzul -Cutz el Pavo Real, escuchaba a las otras aves que trataban de exaltar sus características. Pero él, como en ese entonces
no tenía un plumaje muy bello se inhibía por su escaso atractivo, y se llenaba de envidia. En un momento le vino a la mente
su Puhuy, el mensajero de los caminos, que por estar ausente no se había enterado que las aves discutían quien debía ganar
el concurso.
Dzul-Cutz el Pavo Real, se encaminó hacia la casa de éste último y le comentó de la convocatoria.
-Ya sé que no soy capaz de concursar con este plumaje para este concurso, y en tu caso, tú tienes un plumaje hermoso, pero
eres demasiado pequeño para ser el Rey de las Aves, y tal vez te pueda faltar la elegancia y gracia que yo poseo. He venido
a proponerte algo, si tú me prestas tu plumaje yo podría ganar el concurso y entonces compartiría mis riquezas y honores
de mi reino.
El pájaro Puhuy al principio desconfió, pero después que Dzul-Cutz le insistió, logró quedar convencido y le prestó sus
plumas que al principio fueron pocas, pero después se reprodujeron para cubrir el cuerpo del Pavo Real con un estupendo
vestido con una larga cola con el color turquesa del mar y los colores cálidos del atardecer.
Dzul-Cutz el Pavo Real se dirigió al elegante edificio en donde se habían reunido las aves a elegir al Rey de las Aves, y al entrar
contoneándose y con el cuello erguido causó exclamaciones y las aves más bellas, que habían pensado ser merecedoras del
primer lugar movieron la cabeza con incredulidad al contemplar la galanura con la que se adueñaba Dzul-Cutz del evento,
mientras entonaba un melodioso gorjeo.
El Gran Espíritu, maravillado ante la imagen del Pavo Real, no dudó en proclamar al Pavo Real como monarca de las aves y
entonces ordenó difundir la noticia por todos los alrededores.
Sin embargo Dzul-Cutz no devolvió a Puhuy sus plumas y después de una semanas apareció éste último tapándose debajo
de un arbusto y con frío. Al haber ganado las riquezas y honores, el Pavo Real se había olvidado del favor que le había hecho
su amigo. Todas las aves hicieron saber al Gran Espíritu que el Pavo Real había logrado ese bello plumaje por medio de la
traición que había hecho a Puhuy y exigieron que fuera castigado.
Desde entonces cada vez que el majestuoso Pavo Real abre el pico, no sale más un bello canto de su garganta, sino un sonido
desagradable que causa risa en las otras aves, en castigo a su mala acción.
EL TATÚ Y SU CAPA DE FIESTA
Las gaviotas andinas se habían encargado de llevar la noticia hasta los últimos rincones del altiplano. Volando de un punto
a otro, incansables, habían comunicado a todos que cuando la luna estuviera redonda y brillante, los animales estaban
cordialmente invitados a una gran fiesta a orillas del lago.
El Titicaca se alegraba cada vez que esto sucedía, pues sus riveras, a menudo tristes, cobraban buena vida con la algarabía y
entusiasmo que sus vecinos ponían en celebrar la ocasión de verse y comentar los últimos acontecimientos.
Cada cual se preparaba con esmero para su oportunidad. Se acicalaban y limpiaban sus plumajes y sus pieles con sus mejores
aceites especiales, para que resplandecieran y todos los admiraran.
Era muy hermoso el espectáculo que entonces se producía y sentíase murmullos de aprobación cuando algún comensal
hacía su entrada ataviado con prendas majestuosas y bien presentadas.
Todo esto lo sabía Tatú, el quirquincho,(mejor conocido como armadillo) ya había asistido a algunas de estas fastuosas
fiestas que su querido amigo Titicaca gustaba de organizar. En esta ocasión deseaba ir mejor que nunca, pues recientemente
había sido nombrado integrante principal de la comunidad. Y comprendía bien lo que esto significaba…
El era responsable y digno. Esas debían ser las cualidades que se tuvieran en cuenta al darle el título honorífico que tanto lo
honraba. Ahora deseaba íntimamente deslumbrarlos a todos y hacerlos sentir que no se habían equivocado en su elección.
Todavía faltaban muchos días, pero en cuanto recibió la invitación se puso a tejer un manto nuevo, elegantísimo, para que
nadie quedara sin advertir su presencia espectacular. Era conocido como buen tejedor y se concentró en hacer una trama
fina, fina, a tal punto que recordaba algunas maravillosas telarañas de ésas que se suspenden en el aire, entre rama y rama de
los arbustos, luciendo su tejido extraordinario. Ya llevaba bastante adelantado, aunque el trabajo, a veces, se le hacía lento
y penoso, cuando acertó pasar cerca de su casa el zorro, que gustaba de meter siempre su nariz en lo que no le importaba.
Al verlo, le preguntó con curiosidad:
-¿ Qué haces?
-No me distraigas que estoy muy ocupado- le contestó inquieto el Tatú, pues el zorro le producía cierta desazón.
-¿Estás enojado?- insistió el visitante.
-¿Por qué habría de estarlo?
-Entonces dime, qué estás haciendo con tanto afán…?
-¿No ves que tejo una capa para ponérmela para el día de la fiesta en el lago?
-¿Cómo? – sonrió el zorro irónicamente- ¿Piensas ir esta noche con eso que todavía no terminas?
El quirquincho levantó sus ojos, algo miopes, de su trabajo y con una mirada perdida y angustiosa exclamó:
-¿ Dijiste hoy en la noche?
-Por supuesto… en un rato más nos encontraremos todos bailando…
-¡ Qué fatalidad! ¿Cómo pudo haber pasado tan rápido el tiempo? siempre le sucedía lo mismo… calculaba mal las horas…al
pobre Tatú se le fue el alma los pies. Una gruesa lágrima rodó por sus mejillas. ¡Tanto prepararse para la ceremonia…!
El encuentro con sus amigos lo había imaginado distinto de lo que sería ahora.
¿ Tendría fuerzas y tiempo para terminar su manto tan hermosamente comenzado?
El zorro captó su desesperación, y sin decir más se alejó riendo entre dientes. Sin buscarlo había encontrado el modo de
inquietar a alguien… y eso le producía un extraño placer. Tatú tendría qué apurarse mucho si quería ir con vestido nuevo a
la fiesta: ji,ji,ji…
Y así fue sus manitas continuaron el trabajo moviéndose con rapidez y destreza pero debió recurrir a un truco para terminarlo.
Tomó hilos gruesos y toscos que le hicieron avanzar más rápido. Pero, ¡ay! la belleza y finura inicial del tejido se fueron
perdiendo a medida que avanzaba y quedaba al descubierto una urdimbre más suelta.
Finalmente todo estuvo listo y Tatú se engalanó para asistir a su fiesta. Entonces respiró hondo y con un suspiro de alivio
miró al cielo estirando sus extremidades para sacudirse el cansancio de tanto trabajo. En ese instante advirtió el engaño…
¡Si la luna todavía no estaba llena! Lo miraba curiosa desde sus tres cuartos de creciente…
Un primer pensamiento de cólera contra el viejo zorro le cruzó por su cabecita. Pero al mirar su manto nuevamente bajo la
luz brillante que caía también de las estrellas, se dio cuenta de que, si bien no había quedado como él lo imaginara, de todos
modos el resultado era de auténtica belleza y esplendor. No tendría para que deshacerlo. Quizás así estaba mejor más suelto
y airado en su parte final, lo cual le otorgaba un toque exótico y atractivo. El zorro se asombraría cuando lo viera…
Y, además, no le guardaría rencor, porque había sido su propia culpa creerle a alguien que tenía fama de travieso y juguetón.
Simplemente él no podía resistir la tentación de andar burlándose de todos… y siempre encontraba alguna víctima.
Pero esta vez todo salió bien: el zorro le había hecho un favor. Porque Tatú se lució efectivamente. Y causó gran sensación
con su manto nuevo cuando llegó, al fin, el momento de su aparición triunfal en la fiesta de su amigo Titicaca.
Un antiguo pueblo; el maya - queché, cuenta en un libro llamado Popol-Vuh, como creía que había sido creado el hombre.
Dice esa leyenda que en un principio, los poderosos del cielo se reunieron para ver cómo harían el primer hombre. Mientras
discutían y antes de ponerse de acuerdo, vieron muchas veces como salía la luna y como se ocultaba el sol. O sea, pasó
mucho tiempo. Porque era una cosa muy difícil.
¿Con qué harían la carne del primer hombre? Uno de ellos les recordó que en la casa que está sobre las pirámides en donde
viven los peces, habían unas mazorcas de maíz. Unas eran de color amarillo y otras eran blancas.
Dijo que aquello sería bueno para hacer los primeros hombres. Y todos los poderosos, después de hablarlo entre ellos,
estuvieron de acuerdo. Y se pusieron a hacer al hombre.
Así que, con aquellas mazorcas de maíz, hicieron un jugo con él modelaron los músculos, los brazos, las piernas, los ojos, el
pelo. Todo lo que tenían los primeros hombres.
Y gracias a la magia de los poderosos del cielo no crearon uno sino que dieron la vida a cuatro hombres bellos, altos e
inteligentes. Se llamaban: Bruno Nocturno, Guarda del Tesoro, Bruno del Envoltorio y Bruno Lunar.
Aquellos hombres empezaron a caminar por el mundo. Miraban los hermosos paisajes y oían los melodiosos sonidos y lo
aprendieron todo y lo recordaban para siempre, fuese el mar, las montañas, los lagos o las colinas.
Por eso los poderosos del cielo empezaron a preocuparse. Los habían hecho también que temían que un día fuesen como
ellos. Entonces pensaron en quitarle a cada uno de ellos un poquito de sus sentidos.
- Son tan perfectos que también pueden llegar a ser dioses como nosotros - dijo uno de los poderosos del cielo -. Por eso
hemos de hacer que pierdan alguno de sus poderes, para que nunca sean iguales a nosotros.
Y así, con su magia, quitaron poder a los hombres. Ya no conocían desde tan lejos, como antes, ni sus ojos veían en la
oscuridad. Ni oían tampoco los ruidos bajitos. Ni podían caminar por todos los lugares como lo habían hecho hasta entonces.
- Dejémosle que vivan en la Tierra y así no podrán quitar nuestro sitio en el cielo - dijo uno de aquellos poderosos.
De esta manera, los primeros hombres perdieron su sabiduría. Fueron ya como nosotros y vivieron en la Tierra.
Existió un tiempo en que el mundo no era como lo conoces hoy... Entonces nunca amanecía; la luz aún no había nacido,
era una eterna noche. A los dioses, como ya has de imaginar, eso no les agradaba, así que decidieron que era el momento de
salir de la penumbra y reunirse para planear ese nuevo día. Esto también ocurría allá, en Teotihuacan:
-¡Venid, oh dioses! ¿Quién tomará sobre sí, quién llevará a cuestas la luz? ¿Quién alumbrará, quién se encargará del amanecer?
Y de entre los allí reunidos, se presentó a los dioses Tecuciztécatl.
-¡Oh, dioses, en verdad yo seré! -les dijo.
-¿Quién más? -preguntaron los dioses.
Todos se miraban entre sí, temerosos, pensativos, casi se escondían unos tras otros.
Entonces los dioses se dirigieron a Nanahuatzin, quien, con cierta indiferencia, presenciaba aquello.
-¡Tú serás, oh Nanahuatzin, tú! -le dijeron.
-Está bien, oh dioses, con gusto lo haré... me han hecho un gran bien -respondió Nanahuatzin, pues realmente le complacía
servir a los dioses.
Tecuciztécatl y Nanahuatzin comenzaron a preparar sus ofrendas y a hacer ayuno durante cuatro días como penitencia,
mientras los dioses encendían el fuego al que llamaron “roca divina”.
Todo lo que Tecuciztécatl ofrecía a los dioses era precioso: plumas de quetzal, oro, espinas de jade, genuino copal -resina
extraída de árboles tropicales-, y sangre de coral provocada por espinas de obsidiana.
En cambio, lo que ofrecía a los dioses Nanauatzin eran cañas verdes y bolas de grama -cierta planta medicinal-, genuino
ocote, espinas de maguey y lo que por ellas sangraba era puramente sangre.
A cada uno se les formó un monte donde hicieron su penitencia durante las cuatro noches. Esos montes después serían lo
que conocemos como las pirámides del Sol y la Luna de Teotihuacan.
Al concluir la penitencia, regaron en la tierra lo que habían ofrecido y al llegar la medianoche los vistieron y adornaron: a
Tecuciztécatl le dieron un tocado de plumas de garza y a Nanauatzin le obsequiaron un tocado de papel.
Los dioses empezaron a reunirse alrededor del fogón divino; en medio colocaron a Tecuciztécatl y a Nanauatzin: “¡Ten valor,
oh Tecuciztécatl, arrójate al fuego!”.
Sin tardanza, éste obedeció y se encaminó hacia la hoguera, pero cuando sintió el ardor del fuego, no pudo resistirlo y
retrocedió. Tecuciztécatl sintió miedo. Aún así, lo intentó una, dos, tres, cuatro veces más, sin embargo, no fue capaz de
adentrarse en las llamas.
Entonces los dioses apremiaron a Nanauatzin: “Ahora tú, Nanauatzin... ¡Hazlo ya! .
Y Nanauatzin se arrojó decidido. Hizo fuerte su corazón, cerró los ojos y no vaciló para nada. Ardía ya en el fuego divino.
La actitud decidida de Nanauatzin hizo reflexionar a Tecuciztécatl sobre su conducta temerosa y, en un arranque de
arrepentimiento, se lanzó a las brasas. Aunque para entonces ya era tarde...
En esos momentos, un águila descendió hacia el fuego y ardió con éste... luego, súbitamente, un ocelote se dejó caer
también en las llamas, que ya casi se apagaban.
De ese hecho se explica el negro plumaje de las águilas, y las manchas negras del ocelote.
Los dioses aguardaban, mientras tanto, a que por algún lugar del cielo apareciera Nanahuatzin, transformado en Sol.
Y el Sol llegó del oriente. Llegó pintado de rojo, hiriendo la vista de quienes lo miraban de frente; era de un esplendor
impresionante; sus rayos lo penetraban todo y a todo proporcionaba calor.
Tecuciztécatl salió después, venía detrás del sol y brillaba con igual intensidad.
Los dioses se preguntaron entonces qué debían hacer con dos soles... pero uno de ellos, sin tomar parecer, cogió un conejo
y lo lanzó al segundo sol, opacando su brillo.
Inmediatamente, Tecuciztécatl, el segundo sol, se convirtió en la Luna.
Así acaba este relato que en los tiempos antiguos lo referían una y otra vez nuestros antepasados.
¿Qué será un ocelote? El sol es uniforme, ¿pero la Luna?... ¿Recuerdas las formas de la Luna?
OMETECUTLI Y OMECIHUATL
Había un dios y una diosa: Ometecutli, señor de la dualidad, y Omecíhuatl, señora de la dualidad (OME, en náhuatl, significa
“dos”). Eran habitantes del mundo de la oscuridad, donde no existía luz alguna ni astros o flores blancas... Allí todo era
penumbra y monstruos al acecho.
Siempre fue lo mismo, hasta que el señor Ome realizó la hazaña de capturar a dos cocodrilos gigantes; uno sería para su
esposa y otro para él: recorrerían el mundo de la noche eterna abordo de ellos.
En una noche cualquiera emprendieron el camino; a su paso sólo brillaban de repente los ojos de alguna bestia. Anduvieron
de un lado a otro montados en los cocodrilos, mezclándose con todo tipo de criaturas. La señora Ome, movida por la
curiosidad, se arriesgó a tocarlas queriendo hacerles caricias y, para su sorpresa, en cuanto detenía su mano en la cabeza
de los monstruos, éstos quedaban hechizados y radiantes. Entusiasmado, el señor Ome empezó a hacer lo mismo; en
la oscuridad absoluta, total, aquellas bestias parecían recobrar una luz maravillosa, como si hubieran pasado su vida
acumulándola, esperando el momento adecuado para soltarla: las criaturas inundaron de lucecillas la oscuridad a través de
los señores Ome, quienes fueron poblando de luces el universo. Y los monstruos nunca fueron ya monstruos sino astros
pendiendo del cosmos.
La pareja de la dualidad regresó de su viaje abordo de los cocodrilos y tuvieron cuatro hijos: Quetzalcóatl, Tezcatlipoca,
Camaxtle y Hutzilopochtli, a cada uno le otorgaron distintas cualidades para que crearan y protegieran la Tierra.
Tezcatlipoca y Quetzalcóatl escogieron un monstruo que tenía el cuerpo regado de ojos y bocas, y lo hicieron bajar del cielo
para convertirlo en “señora de la tierra”. Pero abajo de la gran cúpula celeste sólo había agua, y la bestia iba de un lado a otro
sin ningún orden.
Entonces, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl planearon convertirse en dos grandes serpientes para dominar a la bestia y poder darle
forma a lo que sería la Tierra.
Fue tanto el jaloneo con el monstruo, que éste terminó por romperse... y así, con una parte formaron el cielo y con la otro
la tierra firme.
Al ver esa creación tan maravillosa, Camaxtli y Utzilopochtli, sintieron vergüenza, pues no habían ocupado aún sus dones
para ayudar a mejorar el mundo. De modo que consolaron a la señora Tierra por el daño que sus hermanos le habían
inflingido al partirla y le ofrecieron sus dones. Camaxtli, el dios de la caza, le concedió que de la misma señora Tierra surgiera
el alimento de los hombres. Huitzilopochtli creó, de los cabellos de la señora, los bosques, selvas y prados.
A fin de cuentas los cuatro hermanos cumplieron con los mandatos de sus padres, los señores Ome, y todavía hicieron
muchas cosas, como el fuego y los trece cielos donde alojaron a distintos dioses, el sol, el calendario, y prácticamente no hay
cosa sobre la Tierra de la que no fueran creadores los cuatro hermanos.
Muy satisfechos se sintieron Ometecutli y Omecíhuatl, los dioses cimentadores, al ver que sus hijos habían hecho bien su
labor. Así que ellos desde el cielo del Omeyecualiztli sólo se encargaron de mandar gotitas a la tierra para que fueran el alma
de los niños que estaban en el vientre de sus madres.
OPOCHTLI
( Dios de la Pesca)
Una vez que se formó la tierra, el agua tomó su cauce y fue buena; se llenó de espumas y olas como montes y colores jamás
vistos. El agua tenía vida y por eso habitaban en sus profundidades animales preciosos e increíbles, fantásticos, como no
los hay en tierra.
EL mundo del agua salada era el océano, que por su espuma blanca recordaba la cabeza cana de los ancianos.
Al mundo de las aguas le dieron por dios a Iluicácatl, “agua que se junta con el cielo”, porque el horizonte parece besar el cielo
y esconder entre sus aguas al sol en el ocaso.
Al mar también le llamaban Ucyéatl, “animales en movimiento”, allí vivían todo tipo de peces buenos para el hombre, y
crearon así al dios Opochtli, dios de la pesca, los hombres lo alababan ofreciéndole maíz verde, cañas de humo con tabaco,
incienso blanco, sonajas y báculos con cascabeles.
Opochtli se los agradecía cuidando a los pescadores de la repentina violencia del mar y renovando los peces para que jamás
faltaran.
Además, los dioses crearon otros mundos bellos de agua dulce, distintos del agua salada.
Mundo de agua dulce buena para calmar la sed de todos los seres habitantes de la tierra, agua buena para las plantas y
flores. Así crearon los “ríos” grandes de agua” que va corriendo con gran prisa, agua apresurada en correr”. “Agua brotada
de profundas fuentes”, “agua como pluma verde roca”, tan fina “agua de fuente vergonzosa, que cuando se le mira deja de
manar”, “agua que mana suavemente, el manantial”, “agua de arena, agua muy buena” y “el agua de la laguna”.
Y estos mundos de agua, por la voluntad de los dioses, fueron poblados por muchos peces de agua dulce, peces blancos,
camarones, ranillas, peces de ríos y manantiales, peces pequeñitos, charales, ranas grandes y tortugas.
También crearon en estas aguas seres bellos, como la flor de espuma, las flores que nadan. Y creados los seres que formaron
el mundo del agua dulce y buena, y del agua salada y mala para beber, pensaron entonces que esos seres constituirían un
buen alimento para el hombre, y crearon un dios de la pesca, llamado Opochtli.
Los dioses dieron al hombre el alimento de la carne de animales terrestres y animales del agua, y Opochtli al instante inventó
el remo y los lazos para atrapar aves, la red y los instrumentos para pescar, y por tales favores los habitantes de la tierra le
ofrecían maíz verde, cañas de humo con tabaco, incienso blanco, sonajas y báculos con cascabeles, además de abundantes
palomitas de maíz, que eran como granizos atribuidos a los dioses del agua.
QUETZALCÓATL
Quetzalcóatl, dios del viento, estrella de la mañana y de la tarde, de la vida, de los gemelos y de la sabiduría, habitaba el cielo
de Teoiztac, lugar mágico y lleno de misterio donde había un hermoso valle rodeado de jardines con flores que tenían al
centro esmeraldas, turquesas, perlas, oro y plata, y los tallos eran de coral; había también azules lagos cristalinos cubiertos
de majestuosas garzas blancas.
Quetzalcóatl era el dios blanco de barba larga y redonda que cuidaba las flores de sus jardines y ejercía la orfebrería.
De todo ese paraíso misterioso, lo más espectacular eran sus cuatro palacios. El primero era todo de esmeraldas y en su
interior se apreciaba el color del mar. El segundo, hecho de corales rojos y conchas blancas, estaba cubierto por dentro de
preciosos tapices de plumas. El tercero, donde acostumbraba ayunar, era de madera pintada de negro. Y en el último, de
oro hermosamente labrado, tenía un pez de una escama de plata y otra de oro, que estaban como sueltas; una cotorra de
cobre esmaltado que movía el pico y las alas, y un mono que tenía una sonaja en la mano, la cual agitaba mediante un raro
mecanismo que Quetzalcóatl había fabricado.
Por tal habilidad, Cantico, la diosa del fuego volcánico, le enviaba valiosos cargamentos de piedras preciosas que tenía en
abundancia en las entrañas de la tierra. A ella le agradaba obsequiar al dios los metales y las piedras preciosas para que
realizara obras de arte.
En este mundo encantado del dios Quetzalcóatl, alumbraba la estrella de la mañana, iluminándolo todo con una neblina de
color de alba sobre los palacios y jardines.
Un día llegó a visitarlo Camaxtle, dios de la caza y al verlo, Quetzalcóatl exclamó:
-Hermano, esa piel de tigre que traes al hombro es hermosa. No cabe duda, eres diestro y capaz, ágil y fuerte cazador.
Y Camaxtle le ofreció la piel para que Quetzalcóatl, que tenía en la cabeza un penacho de plumas de quetzal, la adornara
con una diadema de tigre y se confeccionara también unas sandalias como esas que llevaba hasta las rodillas. Y así lo hizo.
De lo contento que estaba, pintó su cara y su cuerpo con rayas negras, se puso un collar con hermosos corales, una capa de
plumas de guacamaya roja que parecían llamas; en su mano tenía un escudo con una espiral que simbolizaba el viento y en
la mano derecha un blasón con cabeza de serpiente, lleno de piedras preciosas.
Entonces invitó a Camaxtle a conocer sus jardines. Los dos se dirigieron al lugar encantado y el dios de la caza estaba
ansioso por ver el lugar que tenía fama entre los dioses de que en él se cultivaban las flores más raras y misteriosas y los
pájaros más hermosos de pluma y canto. Al estar Camaxtle frente a ese paraíso, comprendió que sólo Quetzalcóatl podía
haber creado un mundo de tal belleza. Embelesado, admiraba la obra de su hermano; y de la alegría que sentía, lo abrazó.
Cuando Camaxtle partió, se fue feliz de haber estado en ese lugar donde todo era belleza y placer.
Al término de ese paraíso, se extendía un lugar sin murmullos ni paisajes. Era como si misteriosamente ahí terminara la vida.
En ese lugar habitaba un extraño personaje: Molocatxin, señor del polvo divinizado, él era el pulverizador, era un ayudante
de Quetzalcóatl que también tenía de nombre Ehécatl, dios del viento, y como promesa de lluvia se agitaba entre las nubes.
Ehécatl era un ser misterioso que pocos conocían y que barría y limpiaba los campos cuando los tlaloques (hombres
pequeñitos que ayudaban a llover por toda la tierra a Tláloc) anunciaban su llegada.
En el lugar de su dominio se escuchaban voces apagadas y extrañas, eran las voces del viento del señor invisible. Ehécatl
tenía el poder del viento que sopla en todas direcciones. Si quería, enviaba los vientos suaves a correr por los valles, o los
vientos fríos a soplar por las montañas. Cuando estaba enojado, mandaba vientos furiosos que algunas veces arrancaban los
árboles, movían las piedras y levantaban grandes olas en el agua.
Este poderoso señor poseía cuatro casas misteriosas, situadas cada una en los puntos cardinales.
La casa del oriente era un paraíso, poseía arboledas multicolores y extraordinarios frutos, ahí estaba el viento que acariciaba
las aguas y jugaba con los pájaros. La casa donde estaban los vientos de occidente era helada, ahí habitaba el viento más frío,
el que parecía cuchillo que corta las carnes. La casa del norte guardaba el viento terrible, el que llevaba la muerte y destruía
todo a su paso. La cuarta y última era la del viento del sur, el viento del medio día, viento furioso que levantaba montañas
de agua sobre el mar, viento de las tempestades.
Quetzalcóatl, dios de la vida, la mañana, la bondad y la creación, se ponía el monstruoso disfraz de Ehécatl, con el que
aparecía desfigurado, desnudo y con una trompa de pico de pato que utilizaba para soplar.
Así era el dios del viento, el dios creador que protegía a Quetzalcóatl, la serpiente emplumada.
TLÁLOC
Tláloc, “el que hace crecer”, dios de la lluvia y el rayo, vivía en un hermoso palacio en la cima de las montañas, donde siempre
estaba cubierto de nubes.
Con Tláloc vivían sus ayudantes, unos hombres pequeñitos que le ayudaban a llover por toda la tierra. El agua con que llovía
la guardaban en unos cántaros de jade, enormes, en el patio del palacete; eran cuatro cántaros y cada uno contenía distintas
aguas; uno era de agua helada, otro de agua mala que llenaba de hongos malignos las cosechas; el tercero, secaba los frutos,
y el cuarto, contenía únicamente agua buena, pura.
Cuando Tláloc ordenaba a sus ayudantes, los tlaloques, que debía llover, éstos tomaban el agua de los cántaros de jade y
salían a regarla, en especial en los campos, y cuando se escuchaban truenos, eran los tlaloques que rompían los cántaros ya
vacíos, luego aparecían rayos por todos lados, pero eran los pedazos de los cántaros rotos.
El Dios Tláloc vestía de azul, como el color del agua, llevaba un collar de piedras verdes y sandalias de espuma de mar. Su
rostro y cuerpo los pintaba de negro en representación de las nubes anunciando tempestad. Cuando las nubes estaban muy
blancas, se sabía que era el dios Tláloc llevando su tocado de plumas de garza.
Un día, Tláloc salió a pasear por las praderas y se encontró con Xochiquetzali, la diosa de las flores, y de inmediato se
enamoró de ella... pero la diosa no le correspondió. Tláloc entristeció y se encerró en su castillo sin querer ver a nadie, ni a
sus ayudantes, los tlaloques, que estaban preocupadísimos porque el dios de la lluvia hacia tiempo no salía y las lluvias no
podían llover solitas. Nunca hizo tanto calor como entonces. Los ríos, campos y sembradíos se secaron.
Tláloc se había vuelto cruel y malo. Los tlaloques sabían que si Tláloc no mandaba llover, la tierra de tan seca ardería en
llamas, pero no sabían qué hacer y sólo se dedicaban a caminar de un lado a otro, entristecidos y gritando por las montañas:
“¡El corazón de nuestro dios se ha llenado de amargura”!
Tláloc no hallaba consuelo ante la indiferencia de la diosa de las flores, Xociquetzali, y lleno de ira y sin razón, ordenó a los
tlaloques: “Que todos sufran por la falta de agua, que los animales tengan sus bocas sedientas, las aves bajen sus alas, la
hierba detenga su crecimiento”.
Y así fue. Luego de un tiempo, uno de los ayudantes se atrevió a comentar: “Dios de la lluvia, existió un tiempo en que el
agua era para regar los campos y florecieran los frutos... Ahora, el tesoro más preciado está escondido, inservible. La tierra
está sufriendo, sólo hay dolor y tristeza: ... ¿Hasta cuándo?
Tláloc al inicio montó en cólera, luego se quedó pensativo y, más tarde, llamó a sus tlaloques y dijo: “Que se rompan los
cuatro cántaros, que haya truenos y rayos sobre la tierra, que las nubes se oscurezcan y el agua lo abarque todo”.
Los tlaloques obedecieron aunque seguían inconformes pues la tierra se inundaría si rompían los cuatro enormes jarros.
Tláloc se caracterizaba por ser un dios bueno y sus ayudantes no comprendían el comportamiento destructor por el que
atravesaba. Seguía encerrado y sin oír consejos.
Los Dioses se reunieron para buscar la solución al mal comportamiento de Tláloc, que permitía que muriera el hombre.
Acordaron entonces ofrecerle una diosa en matrimonio, alguien que amara al dios de la lluvia y le hiciera olvidar sus tristezas.
Pensaron en una y otra diosa, y nadie lograba ponerse de acuerdo, hasta que Quetzalcóatl propuso a la diosa Chalchiutlicue,
diosa de la falda de jade y de las aguas. Todos los dioses estuvieron de acuerdo y fueron en su búsqueda. Cuando la hallaron,
Tezcatlipoca tomó la palabra:
-Hermosa señora, no te asombre nuestra presencia... Te pedimos viajes al lado de Tláloc. Que le llenes de consuelo y alegría.
Tú podrás conseguir que detenga la tempestad que azota la tierra. Tu dulzura es infinita, diosa Chalchiutlicue.
-Es mi deber estar al lado de Tláloc y lo haré -no dudó la diosa en contestar.
La de la falda de jade se vistió con sus ropas de ola y sus sandalias con caracoles y sonajas y pintó su cara de azul.
Tláloc se puso tan contento, que pidió a los tlaloques que lo adornaran con sus mejores galas y ellos al instante le colocaron
la diadema de plumas blancas y verdes, le colgaron su gargantilla de corales, y en sus pantorrillas le pusieron abrazaderas de
oro. Todos sus adornos representaban el granizo y las aguas.
Además, colocaron en su rostro la máscara sagrada hecha de dos serpientes entrelazadas que formaban círculos alrededor de
los ojos y cejas, y que simbolizaban las nubes. De la máscara salían unos dientes largos y agudos que simbolizaban la lluvia
y el rayo.
Después de esto, llovió nuevamente agua buena para que los hombres participaran de la alegría de los dioses.
LEYENDAS PARA NIÑOS DE 4 A 6 AÑOS
Mucho tiempo atrás, cuando el mundo era completamente nuevo y los animales empezaban a trabajar para el hombre,
había un dromedario que vivía en medio del desierto porque no quería trabajar; comía matojos, espinos y tarayes y era
terriblemente perezoso; cuando alguien le hablaba, sólo decía: “Joroba”. Sólo “Joroba” y nada más.
Entonces, rodeado de una nube de polvo (los Genios siempre viajan así porque son mágicos), se presentó el Genio encargado
de Todos los desiertos y se detuvo a conferenciar con los tres.
- Genio de Todos los Desiertos - dijo el caballo -, ¿es justo que haya alguien perezoso cuando el mundo es tan nuevo todavía?
- Desde luego que no - contestó el Genio.
- Pues hay un animal en medio del desierto, de largo cuello y finas patas, que no ha dado golpe desde el lunes por la mañana.
Ni siquiera trota.
-¡Vaya! - exclamó el Genio, con un silbido - ¡Por todo el oro de Arabia! Seguro que es mi dromedario. ¿Y qué dice cuando se
le habla de trabajar?
- Dice “Joroba” - contestó el perro -, y no quiere acarrear.
-¿Dice algo más?
- Sólo “¡Joroba!”, y no quiere arar - dijo el buey.
- Muy bien - dijo el Genio -, yo le jorobaré a él si tenéis la amabilidad de esperar un momento.
El Genio se envolvió en su manto de polvo y se trasladó al desierto; encontró al perezoso dromedario contemplando su
imagen en un charco de agua.
- Mi grande y burbujeante amigo - dijo el Genio -, ¿es cierto que te niegas a trabajar, cuando el mundo es completamente
nuevo?
- ¡Joroba! - dijo el dromedario.
El Genio se sentó y, con la barbilla apoyada en una mano, empezó a pensar en un gran sortilegio mientras el dromedario
contemplaba su imagen en el charco.
- desde el lunes por la mañana, por culpa de tu terrible pereza, obligas a trabajar más a los tres animales - dijo el Genio
mientras continuaba pensando en sus magias, con la barbilla apoyada en la mano.
- ¡Joroba! - dijo el dromedario.
- Yo no volvería a decir eso si estuviera en tu lugar
- dijo el Genio -; podría ser que alguna vez lo dijeras demasiado a menudo. Amigo, quiero que trabajes.
- ¡Joroba! - dijo de nuevo el dromedario; pero apenas lo había dicho vio que su espalda - de la que estaba tan orgulloso -
empezaba a hincharse hasta formar una enorme joroba.
- ¿Lo ves? - dijo el Genio -. Esta joroba te la has creado tú mismo por no trabajar. Hoy es jueves, y desde el lunes, cuando se
inició el trabajo, no has dado golpe.
Pero ahora vas a trabajar.
- ¿Cómo podré hacerlo con esta joroba? - preguntó el dromedario.
- Está hecha a propósito - explicó el Genio - por haber perdido esos tres días. Ahora serás capaz de trabajar ininterrumpidamente
tres días sin comer, porque puedes alimentarte de tu joroba. Sal del desierto, ve con los otros animales y pórtate bien.
¡Joróbate!
Y el dromedario, obediente, se jorobó, y fue a reunirse con los tres animales. Y desde aquel día hasta hoy, el dromedario lleva
una joroba (que ahora llamamos “giba” para no herir sus sentimientos), aunque nunca ha recuperado los tres días que perdió
al principio del mundo.
EL VIENTO ZONDA
Cuenta una leyenda muy antigua de los Andes que había en el pueblo calchaquín una gran cazador llamado Huampi. Rey de
algunas de las tribus que habitaban aquellos valles, era temido por todos porque era muy fuerte.
Con su gran arco y largas flechas siempre acertaba a los animales. Pero desgraciadamente no sólo cazaba para comer. Era
muy orgullosos de su fama y por eso cazaba continuamente. Tanto es así que la gente temía que matara a todos los animales
y los dejara sin alimentos.
Su afición a la caza era tan enfermiza que ni siquiera dejaba con vida a las crías más pequeñas. Perseguía cualquier animal
que se le ponía enfrente.
Un día, mientras estaba de caza, se sentó a descansar junto a una gran roca. Puso en ella las piezas que había capturado. Se
sentía orgulloso por todo aquello. De pronto apareció entre los árboles el Señor de las aves.
-¿Por qué cazas con tanta maldad, Huampi? - le dijo muy enfadado -.
Debes de cuidar de la naturaleza. porque sino algún día recibirás un duro castigo.
- Yo no temo a nadie. Ni siquiera a la Madre Naturaleza - le respondió Huampi con desprecio.
- Tú que vives en estos bosques y conoces a los animales, debes cuidarlos también. Caza sólo para alimentarte, porque si no
dejarás a tu pueblo sin comida - le aconsejó el Señor de las aves.
Pero Huampi, aunque se había asustado un poco, no tardó en seguir cazando. Pasaron los días y cada vez había menos
animales en el bosque.
Hasta que la Madre Naturaleza le amenazó diciéndole que le dejaría sin carne para comer y sin pieles para vestir.
Así, una tarde, al regresar de una nueva cacería, sintió que un gran viento le golpeaba la cara. El viento se hizo cada vez más
fuerte. Se llevó las hojas, rompió las ramas y arrancó los árboles y le hizo caer al suelo.
Ese viento se convirtió en una tormenta y luego en un gran huracán. Un huracán que lo arrasó todo.
Se dice que desde entonces, el viento zonda sopla silbando por los valles de los Andes.
Pero ocurrió que otra diosa se enojó con los romanos y envió una zorra mágica para que les fastidiara. Muchos cazadores
trataron de atraparla, pero la zorra era tan veloz que ninguna jauría conseguía seguirla mucho rato. Los cazadores pidieron
ayuda a Céfalo. - Lelaps es rápido como el viento. Él puede alcanzar a la zorra. Y con tu jabalina mágica tú puedes acabar
con ella.
Apenas Céfalo puso a Lelaps sobre la pista de la zorra, el perro emprendió tan veloz carrera que los cazadores no pudieron
seguirle y se sentaron para contemplar la caza.
La zorra intentó toda clase de artimañas. Pero por muy de prisa que corriera o por muchos trucos que empleara, Lelaps estaba
siempre pisándole los talones. Al final, la zorra pasó cerca de los cazadores.
Fue entonces cuando Júpiter decidió interrumpir la competición. Cuando Céfalo echaba hacia atrás el brazo para lanzar la
jabalina -la jabalina que nunca había errado el tiro- el perro y la zorra se volvieron de piedra.
LA LEYENDA DE DÉDALO E ÍCARO
(DE LA ANTIGUA GRECIA)
Hace mucho tiempo, un rey cruel llamado Minos gobernaba la isla de Creta. Minos había conquistado gran parte de Grecia,
incluida la ciudad de Atenas, y de vez en cuando ordenaba a los atenienses que le enviaran siete jóvenes, muchachos y
muchachas. Los jóvenes eran sacrificados a un monstruo terrible llamado Minotauro, una criatura con cabeza de toro y el
cuerpo humano. Era una bestia temible, tan fuerte y fiera que la tenían encerrada en un lugar tortuoso llamado Laberinto. El
laberinto había sido proyectado por un inventor y artista muy hábil llamado Dédalo.
Pero uno de los jóvenes demostró que podía competir con el Minotauro. Se llamaba Teseo y consiguió matar al monstruo y
escapar del Laberinto.
Cuando Teseo escapó, el rey Minos se enfureció con Dédalo y ordenó que lo encerraran en una torre muy alta que daba al
mar. Dédalo consiguió liberarse de la torre con la ayuda de su hijo Ícaro, pero los dos siguieron cautivos en la isla de Creta,
sin posibilidad de escapar.
Sin embargo, Dédalo tenía mente de inventor y era muy hábil; dijo a Ícaro que reunieran todas las plumas que pudieran
encontrar en la playa. Dédalo fundió cera y colocó las plumas una a una, dándoles forma de alas; después las aseguró con
hilo.
Cuando tuvieron acabadas las enormes alas, Dédalo e Ícaro se las ataron a los brazos e imitaron los movimientos de los
pájaros.
Inmediatamente, las alas recibieron la brisa del mar y el hombre y el muchacho elevaron el vuelo hacia el cielo. Con lentos y
graciosos movimientos, volaron sobre el mar y pusieron rumbo a las distantes costas de Grecia.
Ícaro estaba entusiasmado. Planeaba, subía y bajaba con un batir de alas cada vez más rápido.
- ¡Ten cuidado, Ícaro! - le gritó su padre -. No trates de pasarte de listo. Mantente por encima del mar para que la espuma no
te moje las alas. Pero no vueles demasiado alto, o el sol te fundirá la cera.
Pero Ícaro estaba hechizado con la magia del vuelo. Batió sus alas frenéticamente, de forma que le llevaron cada vez más
alto. Un sol deslumbrante caía a plomo y ablandó la cera que sujetaba las plumas. Fragmentos pequeños caían de las alas;
después, las plumas más grandes se inclinaron y se desprendieron. Horrorizado, Ícaro batió los brazos, pero no quedaban
plumas en ellos para sostenerle: Dédalo contempló con espanto cómo caía a través de las nubes y se hundía en el mar. Se
precipitó a salvarle, pero era demasiado tarde. Únicamente pudo recoger el cuerpo ahogado en sus brazos y transportarlo a
tierra; el lugar donde fue enterrado, en recuerdo suyo, recibió el nombre de Icaria.
¿POR QUÉ EL CANGURO SALTA SOBRE DOS PATAS?
Hace mucho tiempo, cuando los aborígenes de Australia vivían en una época llamada Tiempo de lo Sueños, al canguro
se le llamaba Bohra. En lugar de saltar como lo hace ahora, el canguro caminaba a cuatro patas, como los perros, y tenía
dientes largos y afilados. Una noche de Luna. Mientras mordisqueaba una jugosas hojas, Bohra se alarmó al oír el chasquido
de palmadas y voces alegres que cantaban. Como era un entrometido, Bohra se acercó más. Las llamas vacilantes de una
hoguera reflejaban los rostros pintados de los bailarines. Las mujeres cantaban y batían palillos sobre pieles de zarigüeya,
mientras contemplaban a los hombres que bailaban alrededor de ellas al compás de la música. Bohra no sabía que estaba
viendo una ceremonia sagrada.
Arriba, en el cielo, la Vía Láctea parecía un río brillante. La música se volvió más alta y rápida - clic, clac, clic, clac -, y Bohra
se hallaba cada vez más animado. Sus patas empezaron a golpear siguiendo el compás; anhelaba incorporarse a la danza y,
sin poder contenerse, comenzó a balancearse sobre sus patas traseras, tratando de bailar como hacían los hombres.
Enorgullecido, se sintió habilidoso y, casi sin pensar, se unió a la ceremonia, siguiendo a los bailarines en sus saltos.
Al ver aquel huésped no invitado, las mujeres dejaron de cantar, gritando ante la extraña aparición. Los hombres se sintieron
insultados al verse imitados de aquella forma.
-¡Matadle! - gritó un hombre.
- ¡No! - exclamó otro -. Veamos qué tal baila. - Las mujeres empezaron a cantar nerviosas y los hombres reanudaron
lentamente la danza. Bohra siguió a los hombres, observando con cuidado para hacerlo todo como ellos.
Cuando más bailaban, menos les asustaba Bohra. En realidad, la gente empezó a reírse de aquella extraña aparición. A
medida que saltaba, la cola de Bohra dejaba una marca en el suelo. También esto divertía a los bailarines. Hasta que la risa
dominó a los hombres y tuvieron que parar.
- Se me ocurre una cosa - dijo uno de los bailarines -. ¿Por qué en lugar de que Bohra nos imite, no le imitamos a él?
Así que, buscando en la oscuridad, los hombres reunieron gavillas de hierba alta y después volvieron junto a la hoguera se
avivaron y a su luz el ritmo de los palillos se hizo más rápido. Los hombres reaparecieron en torno a la hoguera, pero esta
vez arrastraban hierbas largas a modo de colas. Mantenían los brazos levantados ante ellos y dejaban caer las manos hacia el
suelo. Ahora los hombres bailaban como lo hacía Bohra. Las mujeres apenas podían cantar de risa.
Por fin, el cansancio y el sueño se adueñaron de los bailarines, la música fue desvaneciéndose y el silencio se extendió por
todo el campamento.
Los hombres alejaron a Bohra del fuego y le llevaron entre los árboles, donde se desarrollo una breve ceremonia para aceptarle
como miembro de una tribu. Parte de esta ceremonia consistió en extraer los afilados dientes de Bohra con un bumerang.
Desde aquella noche de luna del Tiempo de los Sueños, los canguros han saltado sobre sus patas traseras y carecen de
dientes afilados. Y hasta hoy, los miembros de la tribu de Bohra llevan largos rabos de hierba para bailar la danza del canguro.
Y todo esto gracias a nuestro entrometido amiguito, Bohra.
¿POR QUÉ ZUMBAN LOS MOSQUITOS EN LOS OÍDOS DE LA GENTE?
(LEYENDA POPULAR DEL OESTE DE ÁFRICA)
Una mañana, un mosquito vio una iguana que bebía en una charca. El mosquito dijo:
-Iguana, no creerás nunca lo que ví ayer.
-Prueba - dijo la iguana.
-Ví un granjero recogiendo Batatas que eran casi tan grandes como yo.
-¿Qué es un mosquito comparado con una batata?
-Refunfuño la iguana malhumorada -. Preferiría estar sorda antes de oír tales necedades. Se metió dos palitos en los oídos
y se marchó, mec, mec, entre las cañas.
La iguana seguía refunfuñando para sí, cuando pasó junto a una pitón.
La enorme serpiente levantó la cabeza y saludó:
- Buenos días, iguana.
Un cuervo vio a la coneja que corría para salvar su vida. Y voló por el bosque chillando: ¡caa, caa, caa! Era su deber dar la
alarma en caso de peligro.
Un mono oyó al cuervo. Estaba seguro de que algún animal peligroso rondaba por allí. Empezó a chillar y a saltar entre los
árboles para avisar a los demás animales.
Saltando por las copas de los árboles, el mono fue a aterrizar sobre una rama muerta; ésta se rompió y cayó sobre el nido de
una lechuza, matando a una de la crías.
Madre Lechuza no estaba en casa. Aunque habitualmente sólo cazaba de noche, aquella mañana aún seguía fuera buscando
bocados exquisitos para sus hambrientos hijitos. Cuando regresó al nido encontró muerto a uno de ellos. Los demás le
dijeron que el mono lo había matado. Durante todo el día y toda la noche permaneció muy triste sentada en el árbol.
Ahora bien, Madre Lechuza era quien despertaba al sol cada día para que llegase el amanecer. Pero esta vez, envuelta en sus
penas, no lo hizo.
La noche se hizo más larga. Los animales del bosque admitieron que estaba durando demasiado y temieron que el sol no
volviera nunca más. Finalmente el León convocó a una asamblea de animales. Madre Lechuza no vino, así que enviaron al
antílope a buscarla.
Después el rey llamó al cuervo. El pajarraco llegó batiendo las alas. Dijo:
- Rey León, ¡la culpa fue de la coneja!
La vi corriendo de día para salvar su vida.
¿No era razón suficiente para dar alarma?
Entre tanto, el mosquito lo había oído todo desde un matorral cercano. Se deslizó bajo una hoja rizada, y no pudieron
encontrarle para llevarle ante el consejo.
Pero por este motivo el mosquito se siente culpable.
Hasta ahora va por ahí gimoteando en los oídos de la gente: “¡Zss! ¿Siguen todos enfadados conmigo?
Cuando lo hace, logra una respuesta sincera: “¡paf!”.
VII. BIBLIOGRAFÍA