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el desafio
Cristiano
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Copyright © 2017 por Joel Perdomo
¡IMPORTANTE!
POR TANTO:
¡DIOS TE BENDIGA!
JOEL PERDOMO
ÍNDICE
Introducción…………………………………………………….
.7
2
Capítulo – 1 – LA AUTORIDAD
I. LA AUTORIDAD
DIVINA……………………………………..9
a. El principio de la desobediencia
b. El libre albedrío
c. La obediencia y la desobediencia divina
d. La caída del ser humano
II. LA REBELIÓN DE
SATANÁS………………………………..16
a. La rebelión voluntaria de Satanás
b. Satanás el tentador
c. La batalla por el gobierno de la tierra
3
g. ¿Cuál será el fin Satanás y sus ángeles?
4
a. ¿Qué es la autoridad delegada?
b. La rebelión de María
c. La rebelión de Coré
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I. PODER SOBRE SATANÁS Y SUS DEMONIOS EN EL
NOMBRE DE
JESÚS……………………………………………………....79
a. La lucha entre el bien y el mal
b. La victoria de Cristo sobre satanás
c. Un nombre sobre todo nombre
d. El poder y la autoridad de la palabra de Dios
a. La justicia de Dios
b. Definiendo nuestros conceptos de justicia
II. IMPLICACIONES DE LA JUSTICIA
DIVINA………………………..98
Conclusión……………………………………………………
115
7
INTRODUCCIÓN
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Capítulo – 1 –
LA AUTORIDAD
____________________________________________________
I. LA AUTORIDAD DIVINA
a. El principio de la desobediencia
La obediencia, podría ser el tema más importante de la vida
cristiana, y la parte fundamental para restaurar la relación entre
Dios y la humanidad. Es importante entender el tema de la
obediencia; pero también las implicaciones de la desobediencia y
sus consecuencias en la humanidad.
No se puede hablar de obediencia, si no se explica la
desobediencia. Así como nadie sabría lo que es obscuridad; si no
existiera la luz. El bien y mal son patentes cada día en la
humanidad. No obstante, que el mal entró en el mundo por el
pecado de Adán y Eva, obedecer o desobedecer a Dios, es
todavía una elección individual de cada ser humano. Nadie está
obligado a pecar.
Todo el caos que impera en el universo se desencadenó por
la desobediencia de Satanás en el cielo, donde se rebeló contra
Dios y logró engañar y arrastrar una gran cantidad de ángeles de
Dios, que ahora son los demonios.
Todo vestigio de rebelión o desobediencia que hay en las
estructuras del gobierno humano son causadas por fuerzas del
mal, pero el ser humano aun goza de libre albedrio, y puede
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desechar el gobierno del mal en su vida, y obedecer
voluntariamente a Dios.
Desde que el cristiano se convierte a Jesucristo, ha decidido
obedecer a Dios; pero, aun debe luchar cada día para mantenerse
en obediencia a Dios y a La Biblia. Ese es el gran reto de todo
cristiano. Jesús dijo:
“Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc.
9:23).
En primer lugar, el cristiano debe negarse a su propia voluntad
para poder hacer la voluntad divina, Jesús dijo: “niéguese a sí
mismo”. Luego, tiene que aceptar las implicaciones de la
obediencia que, a veces, conlleva sacrificio y sufrimiento por la
causa divina, por eso dice: “tome su cruz cada día”. Después se
debe luchar por mantenerse en obediencia todos los días de su
vida, por eso dice: “y sígame”.
b. El libre albedrío
El ser humano no fue creado para gobernarse asimismo,
desprovisto de la sabiduría y del poder de Dios, mas bien, fue
diseñado para vivir en armonía con su Creador. Por esa razón, el
fracaso de la humanidad fue inmediato y perenne, al decidir
separarse de Dios.
El gran desafío de la humanidad es volver a la armonía con
su creador. Eso implica sujetarse a su autoridad, ya que Dios le
dio a cada persona el derecho de elegir libremente (Gn. 12: 16-
17). Esta capacidad de decidir (libre albedrío), es una muestra
del gran amor divino por sus criaturas. Dios en su infinita
bondad, hizo al ser humano, no solo a su imagen y semejanza,
también le dio la capacidad de libre elección.
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Dios consideró que no era justo manipular a sus criaturas a
su antojo, sin darles la capacidad de elegir voluntariamente. El
libre albedrío, fue un privilegio para el ser humano, lo fatal fue
que eligió el mal.
El caos que existe actualmente en el mundo, fue causado
porque el ser humano eligió desobedecer. Su codicia por el
conocimiento y la búsqueda de una engañosa independencia, le
separó de Dios.
”Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que
era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la
sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su
marido, el cual comió así como ella” (Gn. 3: 6).
Dios es soberano y su autoridad deriva de sí mismo, de su gran
poder que le es inherente y que es revelado a través de la
creación de todas las cosas existentes, (sean visibles o invisibles).
No se necesitan más razones, aunque hay más.
La autoridad divina es incuestionable, Él es el Creador
absoluto del universo y quién sostiene todas las cosas con su
gran poder, sabiduría y autoridad:
“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad,
se hacen claramente visibles desde la creación del mundo,
siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo
que no tienen excusa” (Ro. 1: 20).
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humano sobre la tierra. Este fue creado en la tierra para que la
gobernara.
Debido al caos creado causado por el pecado en el mundo, a
veces nos es difícil comprender el nivel de poder y autoridad que
Dios le delegó al ser humano al principio para gobernar sobre la
tierra. Adán y Eva descuidaron ese gran privilegio,
menospreciando la autoridad que se les había concedido, sobre
todo lo creado en la tierra. Ellos le cedieron voluntariamente el
gobierno a Satanás:
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo
creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les
dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y
sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de
los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la
tierra” (Gn. 1: 27 y 28).
El ser humano se dejó engañar y cedió a la tentación de Satanás.
Ahora se sumerge en el pecado y sus fatales consecuencias, pero
Dios no abandona a sus criaturas. Dios ama al ser humano, y ha
provisto un camino de restauración y vida eterna, para los que
obedecen a su voluntad:
“El cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida
eterna a los que perseverando en bien hacer, buscan gloria
y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son
contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen
a la injusticia” (Ro. 2: 6-8).
Si la caída del ser humano fue fatal, su restauración a la
comunión con su Creador es gloriosa. En su gran amor y
misericordia, Dios no abandonó al ser humano, ni le dejó perecer
en su condición de pecado. Él proveyó el medio de salvación al
enviar a Jesús a la tierra para dar su vida por el pecador. Ahora
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cada ser humano puede escribir una historia de redención, con
recompensa eterna para los vencedores.
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contra Dios y logró engañar y arrastrar una gran cantidad de
ángeles, que ahora son los demonios (Ap. 12: 7).
Todo vestigio de rebelión o desobediencia que hay en todas
las estructuras del gobierno y las relaciones humanas, son
causadas por fuerzas del mal; pero, el ser humano aun goza de
libre albedrío y puede desechar el mal y obedecer
voluntariamente a Dios.
Cuando el ser humano se convierte a Jesús, decide obedecer
a Dios; pero, aun debe luchar cada día para mantenerse en
obediencia a Dios y a su Palabra (la Biblia). Ese es el gran reto
de todo cristiano. Jesús enseñó:
“Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc.
9: 23).
Satanás es quien dirige toda clase de rebelión en contra de Dios y
su Palabra. No importa porque fuente se desate, los espíritus
demoniacos colaboran con Satanás, y tientan a la humanidad,
para que se rebele contra Dios en todas las formas posibles (1 R.
22: 21-23).
Como la vida humana es corta, a veces no nos apercibimos
de la magnitud de las consecuencias del pecado, pues nacemos
bajo pecado. Esa impide que en ocasiones podamos discernir
claramente entre el bien y el mal, para eso debemos conocer a
profundidad la Biblia y orar a Dios, pidiéndole la guía del
Espíritu Santo para que nos ilumine. Cuando nacemos de nuevo,
por el espíritu, comenzamos a percibir esa realidad espiritual.
Satanás está interesado en que la humanidad desconozca la
realidad del mundo espiritual y la eternidad del alma. Él quiere
que el ser humano niegue la existencia del cielo a fin de que las
personas sean condenadas al infierno. Satanás no quiere que la
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gente sepa que el existe. Él es el gran engañador. ¡Que Jehová lo
reprenda!
b. Satanás el tentador
La Biblia dice que Dios no tienta a nadie:
“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de
parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el
mal, ni él tienta a nadie” (Stg. 1: 13).
Cada persona decide, por su propia voluntad, entre el bien y el
mal, por eso dice: “Sino que cada uno es tentado, cuando de su
propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la
concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado;
y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Stg. 1: 14-
15).
Satanás puede tentar, pero no puede obligar al ser humano a
hacer el mal, porque Dios le dio la libre capacidad de decidir a
cada una de sus criaturas. No obstante, todo el mal que existe en
la tierra ha sido desatado, desde sus inicios, por causa de la
desobediencia humana. Al principio de la creación, Dios le dio el
gobierno de la tierra al ser humano:
“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto
de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Gn. 2: 15).
Satanás fue arrojado del cielo a la tierra (Ap. 12: 7-9) y allí tentó
a la primera pareja, quienes cedieron a su engaño, escuchando
las mentiras de Satanás, que contradecían el mandato de Dios
que les advertía no comer del fruto del árbol de la ciencia del
bien y del mal, porque morirían (Gn. 2: 17).
Satanás sigue tentando diariamente a la humanidad para que
se rebele contra Dios. Él sabe que toda persona tiene la
oportunidad de arrepentirse de sus pecados y que puede alcanzar
el cielo, donde él estuvo un día.
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Él quiere impedirlo porque no fue perdonado por Dios y siente
celo del ser humano. Satanás y sus demonios saben que están
condenados (Mt. 8: 29), pero su orgullo les mantiene dando una
guerra estéril contra Dios.
Dios le está preparando un juicio a Satanás, en el cual es
necesario que se manifieste toda su maldad a fin de que la
creación conozca el justo juicio de Dios.
Además, Dios dejó a Satanás en un estado de locura, pues él
cree que algún día podría derrotar a Dios. Su rebelión y obsesión
por el poder es continuo.
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Si bien, Cristo venció a Satanás en la cruz, el problema con la
restauración del gobierno de Dios sobre la tierra, es que el ser
humano, aún goza de libre voluntad, y Dios no le obliga a
aceptar el señorío de Cristo en su vida. A pesar de la victoria de
Jesús en la cruz sobre Satanás, el ser humano sigue eligiendo el
pecado, y no a Cristo.
El restablecimiento del gobierno de Cristo en la tierra no
será posible en su totalidad, mientras exista el pecado, sino hasta
que Jesús venga a reinar sobre la tierra.
Juan describe el glorioso retorno de Jesús cuando venga a
establecer su reino sobre la tierra, de la siguiente manera:
“Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y
el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con
justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y
había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre
escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido
de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO
DE DIOS. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino
finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De
su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las
naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el
lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso.
Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre:
REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap. 19: 11-
16).
Por ahora, solo podemos orar al Padre pidiéndole que su reino se
establezca en su totalidad en la tierra, y para que se haga su
perfecta voluntad en la humanidad:
“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así
también en la tierra” (Mt. 6: 10).
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El reino de Dios no será establecido, sino hasta que regrese el
gran rey. Ahora el reino de los cielos solo se ha acercado a los
hombres por medio del evangelio que predicó nuestro Señor
Jesucristo, en su primera venida a la tierra. Él dijo:
“El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado;
arrepentíos, y creed en el evangelio” (Mr.1: 15).
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Capítulo – 2 –
LA REBELIÓN EN EL CIELO
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contra Dios, queriendo ser igual a Dios. Acerca de la caída de
Satanás, Ezequiel profetiza diciendo:
“Hijo de hombre, levanta endechas sobre el rey de tiro, y
dile: Así ha dicho Jehová el Señor: Tú eras el sello de la
perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En
Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra
preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe,
crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y
oro; los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron
preparados para ti el día de tu creación. Tú, Querubín
grande, protector, yo te he puesto en el santo monte de
Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te
paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día
que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. A causa
de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de
iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de
Dios, y te arrojé de entre las piedras de fuego, oh querubín
protector. Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura,
corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te
arrojé por tierra; delante de los reyes te pondré para que
miren en ti. Con la multitud de tus maldades y con la
iniquidad de tus contrataciones profanaste tu santuario;
yo, pues, saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió
y te puse en ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que
te miran. Todos los que te conocieron de entre los pueblos
se maravillaron de ti; espanto serás y para siempre dejarás
de ser” (Ez. 28: 12-19).
Este pasaje describe a Satanás cuando fue creado perfecto por
Dios en el cielo. Allí gozaba del amor y del poder de Dios. Pero
este pasaje también describe su final, cuando los reyes de la
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tierra se maravillen de verle en el infierno, como cualquiera de
ellos.
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oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día”
(Judas 1: 6).
Capítulo – 3 –
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a. ¿De dónde surge el ser humano?
Dios creó al ser humano del polvo de la tierra. La Biblia dice.
“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la
tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre
un ser viviente” (Gn. 2: 7).
Dios hizo al ser humano a su imagen, y a su semejanza, por eso
es espiritual, eterno, racional, etc. La Biblia señala:
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo
creó; varón y hembra los creó” (Gn. 1: 12).
Dios le dio autoridad al ser humano para gobernar sobre la tierra:
“Entonces dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra
semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de
los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal
que se arrastra sobre la tierra” (Gn. 1: 26).
Dios creó el huerto del Edén para el deleite del ser humano. Eso
muestra su gran amor y cuidado. La Biblia dice:
“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto
del Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Gn. 2: 15).
Dios le dijo a la primera pareja, que podían comer de todo árbol
del huerto del Edén, donde les puso, pero les prohibió comer del
árbol de la ciencia del bien y del mal. Esto lo hizo a fin de probar
su obediencia y libre voluntad:
“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol
del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del
bien y del mal no comerás; porque el día que de el
comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2: 16-17).
Según la Biblia, Dios le dio libertad de decidir y un espacio de
locomoción a la primera pareja en el Edén. Eso se puede notar
cuando Dios aparece en el huerto, preguntando por Adán:
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“Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el
huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se
escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los
árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le
dijo: ¿Dónde estás tú?” (Gn. 3: 8-9).
Dios apareció de algún lugar, lo mas probable es que de su trono.
Eso muestra que Dios no estaba como capataz de la primera
pareja en el Edén, él les confirió autoridad para que gobernaran
sobre la tierra. Lo que conectaba a Dios y a la primera pareja, era
su palabra, que les había dado que guardaran. Hoy día también,
lo que conecta a Dios con sus hijos es su Palabra, la Biblia. La
cual debemos cumplir.
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El ser humano conoció el bien y el mal, pero murió como Dios
les advirtió:
“Y dijo Jehová Dios: he aquí el hombre es como uno de
nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora pues, que no
alargue su mano y coma también del árbol de la vida, y
coma, y vivirá para siempre” (Gn. 3: 22).
EL CARÁCTER DE DIOS
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Capítulo – 5 –
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“Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera
hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el
que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro
siervo” (Mt. 20: 26-27).
La autoridad secular se obtiene con agresividad, mientras que, la
autoridad espiritual se obtiene con humildad, servicio,
sometimiento a la autoridad y voluntad de Dios.
Si la autoridad delegada por Dios se ve con los ojos
naturales, a veces parecerá insignificante o simple y este puede
ser un gran error de apreciación que nos puede causar mucho
daño. Pablo dijo:
“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la
excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Co.
4: 7).
El poder de Dios, los ministerios y los dones espirituales, están
vaciados en gente común, pero nuestro deber es saber reconocer
esa autoridad.
Uno de los errores más crasos en la vida cristiana, será no
reconocer la autoridad, donde quiera que vayamos, ya sea en la
Iglesia o en la calle.
La Biblia manda que debemos someternos, aún a las
autoridades seculares, y señala que quién resiste la autoridad,
resiste a Dios mismo:
“Sométase toda persona a las autoridades superiores;
porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que
hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se
opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los
que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque
los magistrados no están para infundir temor al que hace el
bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad?
Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es
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servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme;
porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de
Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo
cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón
del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues
por esto pagáis también los tributos, porque son servidores
de Dios que atienden continuamente a esto mismo” (Ro. 13:
1-6).
Hay cristianos que matizan la rebelión actuando en contra de la
misma biblia, disfrazan sus acciones como símbolos de
convicción y fe madura, justifican sus actos de rebeldía y
terminan engañándose así mismos.
Acciones como la resistencia a las autoridades seculares, o
negarse a pagar los impuestos, las justifican afirmando que son
un rechazo al mundo. Eso es rebeldía pura, disfrazada de un
falso celo cristiano.
Excepto en los casos donde las autoridades quieran obligar al
cristiano a negar la fe basada en la Biblia, no se les debe
obedecer; pero, debemos obedecerles en todo lo demás (Hch. 4:
19-20).
b. La rebelión de María
El pasaje anterior señala que quién resiste a la autoridad
delegada por Dios, ya sea secular o espiritual, resiste a Dios
mismo y acarrea condenación para sí mismo.
María, la hermana de Moisés, gozaba de dones espirituales.
Ella era profetiza y eso lo uso como excusa para rebelarse contra
su hermano Moisés. En su rebelión, también arrastró a su
hermano Aarón, el sumo sacerdote que también era hermano de
Moisés.
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María justificó su rebelión alegando que Dios no solo
hablaba por medio de Moisés, sino por ella también:
“María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la
mujer cusita que había tomado; porque él había tomado
mujer cusita. Y dijeron: ¿Solamente por Moisés ha
hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? Y
lo oyó Jehová. Y aquel varón Moisés era muy manso, más
que todos los hombres que había sobre la tierra. Luego dijo
Jehová a Moisés, a Aarón, y a María: Salid vosotros tres al
tabernáculo de reunión. Y salieron ellos tres. Entonces
Jehová descendió en la columna de la nube, y se puso a la
puerta del tabernáculo, y llamó a Aarón y a María; y
salieron ambos. Y él les dijo: Oíd, ahora mis palabras.
Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le
apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi
siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara
hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la
apariencia de Jehová. ¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de
hablar contra mi siervo, Moisés? Entonces la ira de Jehová
se encendió contra ellos; y se fue. Y la nube se apartó del
tabernáculo, y he aquí que María estaba leprosa como la
nieve; y miró Aarón a María, y he aquí que estaba leprosa”
(Nm. 12: 1-10). Ver Éx.15: 20.
María creía que sus dones espirituales le ubicaban en el
mismo nivel de autoridad de Moisés; ignorando que los dones y
ministerio no dan mas autoridad. La autoridad en el reino de
Dios es delegada por Dios a quien él quiere, pues solo Él conoce
el corazón, por eso hay que respetarla.
Uno de los mayores engaños en que puede caer el cristiano,
y que causa mucho daño y división dentro de la Iglesia, es creer
que los dones espirituales (por si mismos) nos hacen superior a
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los demás, o a las autoridades que Dios ha establecido en cada
posición.
Aun, si Dios nos mandase dar un mensaje a alguien que está
puesto en autoridad dentro del reino de Dios, se debe debe hacer
con respeto, cuidado y amor (1 Ti. 5:19).
Cuando Dios establece a una persona como autoridad
delegada en su reino, le representa directamente a Él, y Dios los
defiende.
Dios condenó la rebelión de María y le reclamó porque no
había tenido temor de Dios, al hablar mal de Moisés. Dios se
sintió aludido por la ofensa que le hicieron a su autoridad,
representada en Moisés y por eso salió en su defensa, dando
testimonio de él.
Su juicio fue inmediato sobre María. Ella quedó cubierta de
lepra. Según el texto, Aarón por su parte, se humilló y Dios
perdonó su pecado.
Moisés no debió defenderse en este caso. Dios le defendió de
una rebelión que contaminaba a toda la congregación de Israel.
Dios intervino inmediatamente, pues esta rebelión era de
gran magnitud, ya que María, no solo era hermana de Moisés,
sino que gozaba de reputación como profetiza entre el pueblo.
Eso magnificaba la rebelión y creaba gran confusión en un
pueblo que, constantemente resistía y cuestionaba la autoridad de
Moisés.
Una lección para aprender de este caso es que los dones
espirituales pueden servirle de juicio a quien los recibe y no los
sabe ministrar. Si no se adquiere madurez en la fe y
conocimiento divino que deviene de nuestro andar con Dios y el
estudio de la Biblia, la puerta del estará abierta de par en par para
el fracaso ministerial. Pablo dice:
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“Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas
recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo
hubieras recibido?” (1 Co. 4: 7).
La autoridad también debe ser humilde. En esta ocasión, Moisés
no solo perdonó a su hermana, sino que rogó a Dios que la
sanara y se lo concedió.
c. La rebelión de Coré
Otro episodio muy triste que sucedió en la congregación de
Israel, fue la rebelión de Coré y su séquito, contra Moisés:
“Coré hijo de Izhar, hijo de Coat, hijo de Leví, y Datán y
Abiram hijos de Eliab, y On hijo de Pelet, de los hijos de
Rubén, tomaron gente, y se levantaron contra Moisés con
doscientos cincuenta varones de los hijos de Israel,
príncipes de la congregación, de los del consejo, varones de
renombre. Y se juntaron contra Moisés y Aarón y les
dijeron: !Basta ya de vosotros! Porque toda la
congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos
está Jehová; ¿por qué, pués, os levantáis vosotros sobre la
congregación de Jehová?” (Nm. 16: 1-3).
Moisés vuelve a sufrir otra rebelión. Esta vez de los príncipes y
de la casta sacerdotal de los levitas. A los levitas les sucedió lo
mismo que a María, la profetiza hermana de Moisés, estos
llegaron a creer que, por tener el privilegio de ministrar delante
de Dios, gozaban de la misma autoridad de Moisés.
Satanás llenó su corazón de envidia y tomaron doscientos
cincuenta varones de renombre que estaban en autoridad, para
rebelarse contra Moisés.
Moisés llevó el caso ante Dios, para que él dijera quien era
santo en la congregación (los rebeldes o Moisés y Aarón). La
señal sería que ofrecerían incienso y al que Dios se lo aceptara,
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sería el elegido de Dios. No obstante, ante el inminente juicio
que se aproximaba, Moisés trató de persuadir a los rebeldes de su
error, antes de ser consumidos por el fuego divino, pero no
quisieron escucharle:
“Y envió Moisés a llamar a Datán y Abiram, hijos de
Eliab; mas ellos respondieron: No iremos allá” (Nm. 16:
12).
El juicio contra los rebeldes fue terrible. La Biblia dice que el
infierno se tragó vivos a los cabecillas de la rebelión y
descendieron con todo y sus casas al infierno:
“Y aconteció que cuando cesó él de hablar todas estas
palabras, se abrió la tierra que estaba debajo de ellos.
Abrió la tierra su boca, y los tragó a ellos, a sus casas, a
todos los hombres de Coré, y a todos sus bienes. Y ellos,
con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los
cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la
congregación” (Nm. 16: 31-33).
También, los doscientos cincuenta levitas que se unieron a la
rebelión, que sacrificaban incienso delante de Dios, fueron
consumidos por el fuego divino en ese juicio, pues provocaron la
ira de Dios con su rebelión:
“También salió fuego de delante de Jehová, y consumió a
los doscientos cincuenta hombres que ofrecían el incienso”
(Nm. 16: 35).
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Capítulo – 6 –
I. LA DESOBEDIENCIA DE SAÚL
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Capítulo – 7 –
LA REBELIÓN EN LA IGLESIA
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58
Jesús estableció ministerios en su iglesia, a quienes les delegó
autoridad espiritual para ministrarla en su reino. El propósito de
los ministerios dados por Cristo a la Iglesia, es perfeccionar a los
santos para que crezcan en estatura espiritual, a fin ejercer bien
su labor en la obra de Dios:
“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas;
a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros a fin de
perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para
la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos
lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo
de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de
la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños
fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de
doctrina, por estratagema de hombres que para engañar
emplean con astucia las artimañas del error, sino que
siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel
que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo,
bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas
que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de
cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose
en amor” (Ef. 4: 11-16).
La autoridad de los ministros de Dios, y todo don espiritual de la
Iglesia, no funcionan de manera independiente, deben estar
ligados al carácter amoroso y justo de Dios, bajo su autoridad y
en obediencia a la Biblia. Implica que los que ejercen autoridad,
deben hacerlo sometidos a la voluntad de Cristo, y guiados por el
Espíritu Santo.
59
Al referirnos a los ministros de Dios, implícitamente hacemos
alusión a alguien que ministra dones divinos, y que ejerce
autoridad delegada por Dios en su reino.
Pablo explica que, esta autoridad, es dada para perfeccionar
a los santos, no es destructiva en sí misma:
“Por esto os escribo estando ausente, para no usar de
severidad cuando esté presente, conforme a la autoridad
que el Señor me ha dado para edificación, y no para
destrucción” (2 Co. 13: 10).
No obstante, Pablo usó su autoridad apostólica para corregir, e
incluso para la destrucción del cuerpo, a fin de que el alma de
algunos cristianos fluctuantes fuese salva y purificada, a través
de la prueba. En un caso de pecado dentro de la Iglesia, Pablo
entregó a Satanás a una persona, a fin de que lo zarandeara para
que pudiera arrepentirse de su pecado. Él dijo:
“En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos
vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor
Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción
de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del
Señor Jesús” (1 Co. 5: 4-5).
Obviamente, este nivel de autoridad no se puede ejercer de
manera humana, solo ministros guiados por el Espíritu Santo la
pueden utilizar; no para crear un estigma, ni para condenar al
pecador, sino a fin de que no perezcan en su pecado.
Para quienes piensan que esta autoridad ya no funciona hoy
día, hay que recordarles que Dios es el mismo de ayer, hoy y por
siempre (Hb. 13: 8).
En una ocasión, el apóstol Pablo entregó a Satanás a dos
cristianos que se desviaron de la fe, y habían caído en blasfemia
contra Dios, Pablo dice: “De los cuales son Himeneo y
60
Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendan
a no blasfemar” (1 Ti. 1: 20).
Es posible que Pablo haya entregado estos dos varones a Satanás
a fin de que su alma no fuese tocada, como en el caso anterior.
La Biblia dice que la blasfemia contra el Espíritu Santo no será
perdonada, pero quizá la blasfemia de ellos no fue directamente
contra el Espíritu Santo, pues Jesús dijo que, si decían algo
contra él, les perdonaría (Mt. 12: 31-32). El punto es que Pablo
entendía claramente la autoridad en el reino de Dios, y fue capaz
de utilizarla a profundidad, para la perfección de los santos.
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La autoridad delegada de Dios nos puede hacer creer que la
podemos ejercer a nuestro antojo, y esto, nos podría conducir al
abuso de autoridad. Pero, existe otro error opuesto al abuso de la
autoridad que es igualmente dañino a la obra de Dios, y es la
falta del ejercicio de la autoridad. La Biblia advierte que los
ministros de Dios deben saber ejercer bien la autoridad, y ésta la
deben aplicar primero en sus casas; de lo contrario, no podrán
gobernar en la iglesia del Señor. Acerca de los ministros, la
Biblia dice:
“Que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en
sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar
su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?)” (1
Ti. 3: 4-5).
Hay ministros que confunden el amor de Dios con la
alcahuetería, y yerran a la hora de ejercer autoridad en la Iglesia
o en su casa. La Biblia dice que, si un ministro no ejerce
autoridad en los de su casa, tampoco podrá ejercer autoridad en
la Iglesia.
En la Biblia se relata el célebre y triste caso del sacerdote
Elí, que es un monumento a la falta de autoridad. Elí perdió la
promesa del sacerdocio que Dios le había dado a su familia por
generaciones, y murió en un mismo día, juntamente con sus
hijos.
Los hijos de Elí eran sacerdotes y habían pervertido el
sacerdocio. Elí lo sabía, pero solo les amonestó y no los
disciplinó, ni tomó acciones correctivas a fin de sacarlos del
ministerio sacerdotal. Eso le costó su ministerio, y le truncó su
vida y la de sus hijos (1 S. 4).
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64
Capítulo – 8 –
69
• Con su palabra, Jesús maldijo un árbol de higuera que no
daba fruto, y la higuera se secó (Mt. 21: 18-22).
• Con su palabra, Jesús reprendió los vientos y las aguas, y le
obedecieron (Lc. 8: 24-25).
• Por su palabra, Jesús reprendía a los demonios y salían fuera
de los cuerpos (Mr. 9: 25).
• Con su palabra, Jesús sanaba a los enfermos (Lc. 4: 39).
• En ocasiones, Jesús sanó a los enfermos a la distancia, solo
enviando su palabra (Mt. 8: 5-13).
• En obediencia a la palabra de Jesús, Pedro echó sus redes en
el mar, dónde no había podido pescar, y sacó las redes llenas
(Lc. 5: 5-6). En otra ocasión, Jesús le ordenó a Pedro que
fuera a pescar y que hallaría en la boca de un pez una
moneda con la cual pagarían sus impuestos (Mt. 17: 27).
• Acerca del poder de la palabra de Dios, la Biblia dice que, en
su segunda venida, Jesús consumirá con fuego a los
pecadores con una espada que sale de su boca (Ap. 19: 5).
Por la Palabra de Dios existe y es sustentado todo el universo:
“En estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a
quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo
hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y
la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las
cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la
purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se
sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hb. 1: 2-
3).
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Capítulo – 9 –
LA JUSTICIA DIVINA
____________________________________________________
a. La justicia de Dios
La justicia es una de las causas que a veces se usa como excusa
para justificar la rebelión contra la autoridad. Puede ser que
71
nuestro propio concepto de justicia este muy distante del que es
bíblico.
La justicia es uno de los temas menos conocidos para el
cristianismo, pero es de gran relevancia en el reino de Dios y su
desconocimiento nos puede llevar a confrontar directa o
indirectamente la autoridad de Dios. La Biblia demanda que el
cristiano haga justicia, pero no podemos ser justos, si no
conocemos lo que es la justicia.
En el mundo no hay justicia, porque el ser humano es por
naturaleza egoísta e injusto. La justicia perdurable solo será
establecida de manera permanente en la tierra cuando Jesús
regrese a reinar. La biblia dice:
“Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y
sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y
poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la
justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir
al Santo de los santos” (Dn. 9: 24). Ver, Mal. 4: 2.
Quizás una de las cosas más difíciles en la vida, es ser justo, tal
vez por eso el tema no sea muy conocido, ni predicado en los
púlpitos. El tema de la justicia toca las fibras más profundas de
nuestros intereses y sentimientos. Nuestro corazón nos falla a la
hora de ser justos.
Puede ser que, al momento de hacer justicia, esta juegue en
contra de nuestros intereses personales, familiares, nacionales,
etc., y por eso se torna muy difícil ser justo.
David decía que el hombre justo, aunque haya jurado en su
propio daño y esto le cause pérdidas, no por eso cambia:
“El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia”
(Sal. 15: 4b).
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II. IMPLICACIONES DE LA JUSTICIA DIVINA
80
Dios es soberano y hace las cosas con justicia y rectitud. El
apóstol Pablo habla de la soberanía de Dios diciendo:
“Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques
con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por
qué me has hecho así?”
(Ro. 9: 20).
Durante la Ley, el pecador debía morir por su pecado por el
testimonio de dos o tres testigos (Dt. 19: 25). El escritor de la
carta a los Hebreos resume en este verso la interpretación de la
Ley, respecto al pecado:
“El que viola la Ley de Moisés, por el testimonio de dos o
tres testigos muere irremisiblemente” (Hb. 10: 28).
A las demás naciones Dios enviaba juicios de diferentes
maneras, y a veces incluso con la espada, para borrar el pecado
de la tierra.
Ese fue el caso de la tierra que Dios le entregó a Israel por
medio de la espada. Estas naciones conquistadas por Israel eran
abominables ante Dios y al empecinarse en el pecado Dios
decidió destruirlas y entregarle la tierra a Israel:
“No pienses en tu corazón cuando Jehová tu Dios los haya
echado delante de ti, diciendo: Por mi justicia me ha traído
Jehová a poseer esta tierra; pues por la impiedad de estas
naciones Jehová las arroja delante de ti” (Dt. 9:4).
Dios le advirtió a Israel que si ellos cometían los mismos
pecados de los pueblos conquistados, también serían arrojados
de la tierra que Él, les había entregado. Eso habla del carácter
justo de Dios, Él no hace acepción de personas.
No era por favoritismo que Dios le había entregado la tierra
prometida a Israel, simplemente sus moradores la habían
corrompido en gran manera, con sus pecados y Dios había
enviado juicio para erradica el pecado.
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La Biblia dice que Dios es el juez de toda la tierra, pero él es
un juez justo. Eso fue lo que le dijo Abraham a Dios, antes de la
destrucción de Sodoma y Gomorra:
“Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el
impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal
hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es
justo?” (Gn. 18:25).
Como soberano creador del universo y de todas las cosas
existentes, Dios como supremo juez posee una autoridad
inherente de juzgar todas las cosas, según su justo juicio.
A Dios le pertenece el mundo y los que la habitan:
“De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que
en él habitan” (Sal. 24:1).
Si entendemos que Dios, aparte de ser amoroso es justo,
podremos entender sus juicios. No existe amor sin justicia, de
otra manera ¿cómo se demostraría el amor divino, si no hace
justicia al agraviado?
El amor y la justicia caminan de la mano en el corazón de
Dios. Para los que a través de esta breve explicación todavía no
conciben la idea de amor y justicia, solo basta recordar uno de
los pasajes más importantes dentro de la interpretación bíblica
respecto a aquellas cosas que no están a nuestro alcance
comprenderlas en su totalidad, dentro de nuestra condición
humana:
“Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas
las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para
siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta
Ley” (Dt. 29: 29).
Dos verdades profundas revela este verso: Las cosas que no son
comprensibles para nosotros, en su totalidad, le pertenecen solo a
Dios; las que nos han sido reveladas, solo debemos obedecerlas.
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b. El amor y la disciplina
Vivimos en una sociedad extremadamente complaciente y donde
todas las cosas, aun las verdades bíblicas, son relativas. Esto se
presta para que los valores bíblicos sean también desestimados
como importantes. Esa extremada tolerancia hace sentir que la
corrección es un asunto del pasado y que cada quien debe vivir
su vida cristiana como bien le parezca.
Desde la perspectiva divina el amor no implica que Dios no
corrija a sus hijos, ni que no se deban establecer disciplinas en la
familia. Dios mismo se presenta en la Biblia como un padre
amoroso y justo a la vez.
El escritor de la carta a los Hebreos nos ilustra bien esta
verdad:
“Y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os
dirige diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del
Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque
el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe
por hijo” (Hb. 12: 5 y 6).
En estos versos se relaciona de forma íntima, el amor y la
disciplina. Estas caminan juntas en su misión de perfeccionar a
los hijos de Dios en la tierra, así como los padres corrigen a sus
hijos.
Esta corrección no se trata de un maltrato, si no de una
disciplina amorosa, cuyo objetivo es corregir malas actitudes que
al cambiarlas, producirán una vida más placentera:
“Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos;
porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?
Pero si se os deja sin disciplina de la cual todos han sido
participantes, entonces sois bastardos, y no hijos” (Hb.
12:7-8).
83
En estos versos se aclara que el cristiano, como hijo de Dios,
debe participar de la corrección del Señor. De lo contrario, se lo
compara a un hijo ilegítimo del cual el padre no tiene
responsabilidad y tampoco puede gozar de los derechos de un
hijo legítimo. Estar bajo la autoridad divina garantiza protección,
pero implica vivir en obediencia y sumisión a su voluntad.
c. El Amor alcahuete
Elí había sido elegido como sumo sacerdote de Israel siendo
sucesor en una cadena que descendía desde Aarón. Pero los hijos
de Elí corrompieron el sacerdocio y este no los sacó del oficio
sacerdotal.
La Biblia muestra que Elí los amonestó verbalmente de
forma somera (1 S. 3: 22-25), pero no tomó acciones concretas
para sacar a sus hijos del sacerdocio y eliminar así el pecado.
Esto desató la ira divina sobre Elí y sus hijos, quienes murieron
todos en un solo día. Elí perdió la promesa que Dios le había
hecho, de permanecer en el sacerdocio:
“Y Jehová dijo a Samuel: He aquí haré yo una cosa en
Israel, que a quien la oyere, le retiñirán los oídos. Aquel día
yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre
su casa, desde el principio hasta el fin. Y le mostraré que yo
juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe;
porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha
estorbado” (1 S. 3:11-13).
En el siguiente verso que puede dar lugar a una interpretación
errada acerca del carácter de Dios se nota como una promesa de
Dios, puede perderse debido a nuestra negligencia para
administrar disciplina sobre los que Dios ha puesto bajo nuestra
autoridad:
“Por tanto, Jehová el Dios de Israel dice: Yo había dicho
que tu casa y la casa de tu padre andarían delante de mí
84
perpetuamente; mas ahora ha dicho Jehová: Nunca yo tal
haga, porque yo honraré a los que me honran, y los que me
desprecian serán tenidos en poco” (1 S. 2:30).
Aquí se hace referencia a la promesa hecha a Aaron (1 S. 2: 27),
y la elección de Elí como sucesor de él en el sacerdocio. Pero, la
promesa le fue quitada a Elí, pues ésta le fue hecha primero a
Aarón, y después a Elí (su hijo), pero también incluía
responsabilidades que debían cumplir los sacerdotes. Esa es la
otra parte del contrato, que no está escrita en este pasaje, pero
está escrita en la Ley, acerca de los deberes de los sacerdotes y
todas las cosas que debían guardar.
Dios no dijo que, aunque los sacerdotes fueran corruptos, Él
respaldaría su ministerio. Es obvio que Dios no va de la mano
con la injusticia, y menos con la cometida por los hijos de Eli,
pues no se arrepintieron.
Dios no se retractó, porque en ninguna parte del contrato2
que hizo con los sacerdotes decía que Dios los respaldaría,
aunque fueran corruptos. Dios no puede contradecirse asimismo,
y aunque Él había hecho una promesa, las acciones pecaminosas
de los sacerdotes hijos de Elí rompieron el pacto.
Dios había dicho que los sacerdotes debían ser santos y para
recordatorio de su compromiso de mantenerse puros, Dios
mandó que hicieran una lámina de oro grabada con la palabra
santidad, la cual llevarían en la mitra3 de su cabeza:
“Harás además una lámina de oro fino, y grabarás en ella
como grabadura de sello, SANTIDAD A JEHOVA” (Éx.
28:36).
2
En un contrato existen dos partes involucradas, y para gozar de
los privilegios, hay que cumplir con las responsabilidades. De lo contrario,
el pacto se rompe. Los hijos de Elí incumplieron su parte de mantenerse
en santidad, por eso Dios los desechó como sacerdotes de su pueblo.
3
Mitra , prenda que utilizaban los sacerdotes sobre su cabeza.
85
Esta lámina representaba y recordaba a los sacerdotes que debían
mantenerse puros delante de Dios para ejercer su ministerio. El
amor de Dios también implica rectitud, la tolerancia extrema,
que raya en la alcahuetería, no es consecuente con el carácter
divino y por eso deben establecerse límites entre lo santo y lo
profano, que deben respetarse para agradar a Dios.
La justicia y el amor van ligados en el carácter divino, así
como los dos ojos de nuestra cara. Quien no acepta, o no
entiende el amor y la justicia divinos, quedará propenso a
confrontar su autoridad y caer en el engaño de Satanás. En un
extremo están los que piensan que como Dios es amor, pueden
jugar con su misericordia; por otro lado, están los que se llenan
de resentimiento porque rechazan los justos juicios de Dios.
Un aspecto muy importante relacionado a la autoridad divina, es
que a quienes se les confía cierta autoridad, deben saber ejercerla
con sensatez para que no les sirva de juicio. A Elí la promesa del
sacerdocio le sirvió de juicio, porque no supo administrar la
autoridad que le había sido delegada, al ser alcahuete con sus
hijos.
Otros abusaron de la autoridad que Dios les confió. Tal es el
caso de Saúl, que una vez que Dios lo eligió como rey, se dedicó
a perseguir injustamente a David para matarle por envidia.
El abuso de la autoridad es tan malo, como el mismo hecho
de no saber ejercer la autoridad divina, que es alcahuetería. Toda
persona puesta en un cargo de autoridad debe discernir cual es el
punto de equilibrio entre estas dos cosas, porque el hilo en bien
finito.
Lo cierto es que ambos extremos crean muchas discordias y
en algunos casos acarrean juicios, si no se sabe administrar bien
la autoridad delegada.
86
Cuando Dios delega autoridad en sus hijos, estos tienen un
marco de acción en el que deben saber ejercerla, siempre con
amor, pero si dejan de hacer lo que Dios les manda, pues Él les
pedirá cuentas de su administración.
En algunos casos, que se salen del marco de la autoridad
asignada, la persona en autoridad deberá dejarle el juicio a Dios;
pero en lo que le corresponde, debe saber ejercerla.
87
Capítulo – 10 –
I. LA CORONA DE LA CREACIÓN
91
c. La corona de la creación
Se dice que el ser humano es la corona de la creación. Dios lo
hizo a su imagen y semejanza. Aparte de las demás criaturas, al
ser humano le dio la inteligencia para administrar, y la autoridad
para gobernar sobre todo lo creado en la tierra. El ser humano es
especial para Dios, pero en su libre albedrío, puede elegir entre
el bien y el mal.
El pecado ha opacado el propósito original de Dios para la
humanidad. Dios ama al ser humano y desde el principio fue
creado con un propósito de bendición, y para gozar de una
comunión armoniosa y perfecta con su Creador.
En la rebelión de Satanás, toda la creación y la raza humana
fue afectada. No obstante, en Cristo comienza una restauración
del plan original de Dios para el ser humano. Jesús, en la cruz
del calvario tomó la potestad y el reino de todas las cosas. Al ser
Señor de toda la creación, Jesús dio dones a los hombres,
especialmente a sus hijos obedientes:
“Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la
cautividad, y dio dones a los hombres” (Ef. 4: 8).
Jesús nos vuelve a confiar los dones del Padre para que
participemos de su gloria. Pero, Satanás está lleno de envidia
contra el ser humano, pues, aunque somos pequeños, él sabe que
aún tenemos la esperanza de heredar todas las cosas por el amor
del Padre.
Satanás fue un ser muy cercano al trono de Dios y sabe que ha
sido desechado para siempre a causa de su continua maldad y
rebelión contra su Creador. El conoció y disfrutó de la gloria
divina, y no quiere que el ser humano la conozca, pues el, ya no
tiene oportunidad de lograrlo.
Dios, en su soberanía, no les perdonó su rebelión a Satanás y
sus demonios (2 P. 2: 4). Quizá la razón es porque ellos conocían
92
su gloria, y estaban delante de su presencia, disfrutando de todas
sus bendiciones y privilegios cuando se rebelaron. Mientras que
los seres humanos (después de Adán); le adoramos por medio de
la fe, sin haberle visto.
CONCLUSIÓN
LA OBEDIENCIA Y LA REBELIÓN
SON UNA DESICIÓN PERSONAL
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No se debe olvidar que, desde la perspectiva divina, sus hijos
solo somos mayordomos en su viña, y administradores de lo que
Él nos ha confiado:
“Así, pues, tengamos los hombres por servidores de Cristo,
y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, se
requiere de los administradores, que cada uno sea hallado
fiel” (1 Co. 4: 1-2).
Los dones y ministerios son dados por Dios a sus hijos a fin de
que participen en la obra de su reino, todo con el fin de
bendecirles al final. Dios espera que, como hijos sensatos, le
llevemos toda la honra y la gloria a sus pies.
(Búsquelos en internet).
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