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LA VERDADERA PIEDAD

Por: Juan Calvino
Tópico: El Amor de Dios
Escritura: Jeremías 9:24

Llamo piedad a una reverencia unida al amor de Dios, que el


conocimiento de Dios produce. Porque mientras que los hombres no
tengan impreso en el corazón que deben a Dios cuanto son, que son
alimentados con el cuidado paternal que de ellos tiene, que Él es el
autor de todos los bienes, de suerte que ninguna cosa se deba buscar
fuera de Él, nunca jamás de corazón y con deseo de servirle se
someterán a Él. Y más aún, si no colocan en Él toda su felicidad, nunca
de veras y con todo el corazón se acercarán a Él.

Yo, pues, entiendo por conocimiento de Dios, no sólo saber que


hay un Dios, sino también comprender lo que acerca de Él nos
conviene saber, lo que es útil para su gloria, y en suma lo que es
necesario. Porque hablando con propiedad, no podemos decir que Dios
es conocido cuando no hay ninguna religión ni piedad alguna. Aquí no
trato aún del particular conocimiento con que los hombres, aunque
perdidos y malditos en sí, se encaminan a Dios para tenerlo como
Redentor en nombre de Jesucristo nuestro Mediador, sino que hablo
solamente de aquel primero y simple conocimiento a que el perfecto
concierto de la naturaleza nos guiaría si Adán hubiera perseverado en su
integridad. Porque, aunque ninguno en esta ruina y desolación del linaje
humano sienta jamás que Dios es su Padre o Salvador, o de alguna
manera propicio, hasta que Cristo hecho mediador para pacificarlo se
ofrezca a nosotros, con todo, una cosa es sentir que Dios, Creador
nuestro, nos sustenta con su potencia, nos rige con su providencia, por
su bondad nos mantiene y continúa haciéndonos grandes beneficios, y
otra muy diferente es abrazar la gracia de la reconciliación que en Cristo
se nos propone y ofrece. Porque, como es conocido en un principio
simplemente como Creador, ya por la obra del mundo como por la
doctrina general de la Escritura, y después de esto se nos muestra como
Redentor en la persona de Jesucristo, de aquí nacen dos maneras de
conocerlo; de la primera de ellas se ha de tratar aquí, y luego, por
orden, de la otra. Por tanto, aunque nuestro entendimiento no puede
conocer a Dios sin que al momento lo quiera honrar con algún culto o
servicio, con todo no bastará entender de una manera confusa que hay
un Dios, el cual únicamente debe ser honrado y adorado, sino que
también es menester que estemos resueltos y convencidos de que el
Dios que adoramos es la fuente de todos los bienes, para que ninguna
cosa busquemos fuera de Él. Lo que quiero decir es: que no solamente
habiendo creado una vez el mundo, lo sustenta con su inmensa
potencia, lo rige con su sabiduría, lo conserva con su bondad, y sobre
todo cuida de regir el género humano con justicia y equidad, lo soporta
con misericordia, lo defiende con su amparo; sino que también es
menester que creamos que en ningún otro fuera de Él se hallará una
sola gota de sabiduría, luz, justicia, potencia, rectitud y perfecta verdad,
a fin de que, como todas estas cosas proceden de Él, y Él es la sola
causa de todas ellas, así nosotros aprendamos a esperarlas y pedírselas
a Él, y darle gracias por ellas. Porque este sentimiento de la misericordia
de Dios es el verdadero maestro del que nace la religión.
Instituciones de la Religión Cristiana. Libro I, Cap. 2

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