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Sobre el ‘patriotismo de izquierdas’ y las

mayorías sociales
Oscar Simón cuestiona el denominado “patriotismo de izquierdas” como elemento aglutinador de
mayorías sociales favorables a un cambio político ante la crisis del régimen del 78. Frente a ello,
apuesta por participar en procesos de articulación de luchas desde abajo, avanzar en la
conformación de frentes políticos de izquierdas rupturistas y extender la solidaridad con quienes
luchan por la justicia social.
“Ser patriota es defender el derecho a decidir sobre todas las cosas y defender los servicios
públicos” Pablo Iglesias (En la plaza del Sol, Noviembre de 2013)
No se puede negar que Pablo Iglesias desde la Tuerka primero y ahora con la iniciativa Podemos
está contribuyendo a generar un ambiente de debate en todos los sectores de la izquierda combativa.
Eso ya de por sí resulta positivo para avanzar, siguiendo aquello de tesis, antítesis, síntesis. Una de
las controversias más interesantes es la relativa al patriotismo de izquierdas. Bebiendo intensamente
de lo acontecido en Venezuela, Ecuador y Bolivia principalmente durante los últimos años, Iglesias
argumenta la necesidad de un movimiento nacional y popular de masas para llevar adelante la
ruptura con el “status quo” del 78. Incluso llega a confesar el sentir “envidia sana” por la presencia
masiva de banderas nacionales en el movimiento chavista o en las movilizaciones catalanas. De ahí
prosigue argumentando que para el resto del estado (dejando de lado Euskal Herria y Galiza) es
necesario recuperar la patria española desde la izquierda.
Estoy totalmente seguro de que Pablo Iglesias cuando habla de patria es porque está buscando un
referente colectivo capaz de aglutinar suficiente poder, en forma de mayorías sociales, para derrotar
a la oligarquía y capturar las instituciones para el pueblo. Por lo tanto me niego a calificarlo como
centralista o chovinista. No obstante creo que caben algunas apreciaciones sobre ese nuevo
patriotismo.
La primera estriba en la excesivamente forzada analogía (en el sentido de evolución común desde
orígenes diferentes) que se realiza con los movimientos populares de Venezuela y Ecuador. Estos
vienen utilizando la identidad nacional para oponerse al imperialismo estadounidense con el que
estaban y todavía están ligadas las oligarquías tradicionales. En Bolivia en cambio la cuestión
nacional ha girado más en torno a la dignificación de la identidad indígena y el incremento del
autogobierno mediante la reforma de la justicia, la consulta previa y el reconocimiento de los ayllus
(comunidades indígenas) como autoridades.
En la realidad del Estado español, cuanto menos aparecen dudas respecto a cómo plantear un nuevo
patriotismo español en oposición a la caspa centralista. La primera es respecto al marco territorial al
que necesariamente debe adscribirse el nuevo patriotismo ¿Dónde se situarían los límites? En los
largos 300 años de los decretos de Nueva Planta, el proyecto de estado centralizado ha fracasado en
la asimilación de Euskal Herria, Galiza y Catalunya. Por otro en Andalucía, cuya cultura fue
usurpada por el franquismo vendiéndola mundialmente como cultura española, hoy es cada vez más
pujante un andalucismo de izquierdas ligado a las luchas sociales. Así pues, este nuevo patriotismo
debería responder a un nuevo interrogante: ¿Será necesario un movimiento de construcción
nacional? Y si es así, ¿en torno a qué marco territorial se articulará?
Algunas personas podrán argumentar que la reivindicación republicana sigue ese camino y en cierta
manera es así. En lo simbólico, las banderas tricolor aparecen mucho más en manifestaciones en
Madrid y las Castillas (sin olvidar a Izquierda Castellana) y son substituidas muy mayoritariamente
por las estelades, ikurriñas o verdiblancas, por nombrar algunas, cuando nos desplazamos a otros
territorios.
Es cierto que los símbolos son poderosos (sin otorgarles propiedades que no tienen), que son
necesarios y por lo tanto debemos plantear una política al respecto. Una podría ser la planteada por
Pablo Iglesias de reconquistar la idea de patria. Por mi parte planteo dos cuestiones a este punto, la
primera es que ya existe una “mística” (así llaman las compas del MST, Movimiento de los
Trabajadores Rurales Sin Tierra, al conjunto de prácticas y símbolos autorreferenciales que
conforman en parte su identidad). Nuestra mística es aquella de las clases populares. Las banderas
rojas y rojinegras, el puño en alto, el aplauso mudo del 15M, el “Sí se puede”, la solidaridad, las
huelgas, las manifestaciones y las ocupaciones. Alguien podrá decir que esto no es cierto, pero si
observamos las movilizaciones desde Gamonal al 15M o las ocupaciones de la PAH siempre se ven
puños en alto, nunca falta la mención a la solidaridad y las personas que participan en su inmensa
mayoría se identifican de izquierdas.
Por otro lado el MST, que nació hace tres décadas para luchar por la reforma agraria y que desde un
primer momento se enfocó hacia uno de los sectores sociales más desestructurados y con altas tasas
de analfabetismo, tuvo que plantear una política de símbolos muy importante. Decidieron llamarle
“mística” y aún hoy cuando se consulta su web o se habla con cualquiera de ellas en primer plano
aparecen el himno, la bandera y sus referentes históricos que denominan “luchadores”. Así han sido
capaces de generar referentes de clase sin recurrir al nacionalismo brasileño. El MST es uno de los
movimientos sociales más exitosos del mundo con centenares de miles de personas involucradas en
millares de asentamientos autogestionados que ha conseguido mantener su independencia incluso
frente a los intentos de asimilación de Lula y el PT. Por su parte, en Venezuela, Chávez y el
Movimiento V República han utilizado una mezcla. Bolívar y la bandera nacional como símbolos
antiimperialistas, las camisas rojas (los escuálidos insultaron a Chávez durante un tiempo tildándole
de gorila rojo), el concepto difuso de Socialismos del siglo XXI como símbolos de clase y la
constitución en clave más nacional de regeneración democrática.
Hoy está claro que esa mezcla, exitosa en gran parte, expone algunos de sus puntos flacos. Si bien
en un principio el eclecticismo consiguió aglutinar a sectores nacionalistas pequeño burgueses con
la agudización del conflicto, algunos se han pasado al campo reaccionario que, debido a cierto nivel
de confusión ligado a la volátil idea de patria, están consiguiendo atraer a sectores populares –sin
desmerecer tampoco las ineficiencias del chavismo, una de las más importantes la de ser incapaz de
establecer un sistema tributario progresivo capaz de dotar al estado de más recursos financieros para
frenar la inflación.
También se puede buscar la autoafirmación antiimperialista contra la UE como ente neoliberal en
manos de los países centrales, hoy por hoy Alemania. Esta idea presenta, a mi entender, un punto
débil y un peligro. Respecto a la UE, cabe decir que desde su entrada en la Comunidad Europea el
Estado español ha estado comprometido con la construcción de la potencia comercial que hoy por
hoy es la UE, ha participado en la redacción y ha ratificado todos los tratados, es miembro fundador
de esa moneda mundial que trata de ser el euro, participa en la gestión de las instituciones europeas
–Comisión Europea, Europarlamento etc. O sea que a pesar de la existencia de tensiones respecto a
las políticas de austeridad y la crisis de la deuda entre el centro de la UE y la periferia no se puede
calificar a la misma como mero instrumento del imperialismo alemán sino como una alianza entre
élites, eso sí, cada vez más dominadas por las alemanas. En resumen, no es que al Estado español se
le impongan unas normas desde fuera, sino que participó en la redacción de las mismas (tratados de
Maastricht y Lisboa) en la elaboración del memorándum del plan de “rescate/saqueo” de Grecia o
en el infame sistema de guardia de fronteras europeo (FRONTEX).
El peligro es que utilizar un discurso de reafirmación nacionalista respecto a la UE se parece
peligrosamente demasiado a lo que hace la nueva ultraderecha europea. Nos vamos a cansar de ver
mítines de Marine le Pen ondeando banderas francesas, clamando contra la cesión de soberanía a
Bruselas y arengando a franceses y francesas (lo más blanco posible, eso sí) a formar un frente
nacional interclasista (dirigido por la burguesía, eso también) contra la tecnocracia de la UE. En
Grecia el uso de banderas nacionales dentro del movimiento contra la troika ha facilitado mucho,
desgraciadamente, la participación de los fascistas de Amanecer Dorado en manifestaciones y
acciones, allanándoles en parte el camino hacia una mayor implantación social.
La UE es un instrumento de clase que deja en manos de los estados la resolución de las cuestiones
internas, por lo tanto debe articularse una respuesta a la misma desde una perspectiva de clase, no
buscar nuevos aglutinadores como sería la patria y más cuando no se tiene claro dónde empieza y
acaba o cuáles son los ejes de construcción de la misma. En este sentido la idea de “patria grande
bolivariana” que agrupa a toda Latinoamérica sí que ofrece una idea internacionalista capacitada
para desbordar el chovinismo nacionalista. Ciertamente el ALBA (Alianza Bolivariana para los
Pueblos de Nuestra América), que basa sus intercambios comerciales en el valor de uso y no en el
de cambio, era la experiencia más avanzada. Desgraciadamente los golpes de estado de Honduras y
Paraguay frenaron su desarrollo. Queda por ver de qué manera va a evolucionar la CELAC
(Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños). Es necesario explorar nuevas relaciones
entre los pueblos europeos y mediterráneos basada en la solidaridad y el valor de uso y no de
cambio, que fácilmente en un primer momento se podría dar en materia energética, tecnológica y
entre los sistemas de salud y educación.
Es evidente que para darle la vuelta a la tortilla y romper con la monarquía y el régimen del 78 son
necesarias mayorías empujando en un mismo sentido. Además, en el Estado español la cuestión
nacional, es decir la libre determinación de los pueblos que lo habitan, va a jugar un papel clave en
la liquidación de la monarquía borbónica.
Yo milito en una organización independentista catalana (CUP) dentro de la cual muy raramente se
oye la palabra patriota. Defiendo la independencia como un derecho democrático de cualquier
pueblo y porque si Catalunya se independizase (por referirme solo al lugar donde el proceso está
más avanzado), las horas del Estado español se reducirían y de esta manera las clases dominantes
del mismo se verían debilitadas en uno de sus instrumentos más poderoso. Esto posiblemente
abriría la puerta a nuevos procesos sociales en el resto de los territorios. Además sólo se puede
construir una federación de pueblos ibéricos desde la independencia de los mismos. Es interesante
retomar las opiniones de clásicos como Maurín, según el cual gracias a garantizar el “derecho a la
separación”, los y las bolcheviques habían logrado que las minorías nacionales tomasen partido por
la causa proletaria, con lo cual se alcanzó una “verdadera unidad rusa”i. De hecho, tal y como
recoge Andy Durgan en su trabajo sobre el BOC, Maurín defendió una Unión Ibérica de Repúblicas
Socialistas que incluyera a Portugal y Gibraltar.
Ciertamente dentro del Estado español existe la opresión nacional y el nacionalismo español oprime
e impide la libertad de los pueblos que no se consideran como tales y además posee los medios
políticos, legales y militares para impedir la autodeterminación. Es normal, pues, que en aquellas
naciones que ven negados sus anhelos de libertad la bandera propia sea utilizada como un símbolo
de la misma, como lo son las banderas latinoamericanas, aunque no sin contradicciones, a modo de
símbolo antiimperialista heredado de la lucha contra la colonización española y portuguesa.
A nadie se le escapa que la clase obrera ha cambiado en los últimos años, se ha dejado atrás un
paradigma mayoritariamente fordista, aunque es necesario recordar que en todas las épocas la
mayoría de trabajadores y trabajadoras lo han sido en empresas pequeñas y medianas, que los
contratos fijos (aún hoy mayoritarios) han sido un breve interludio en dos siglos de precariedad, que
el elevado paro ha sido más pertinaz que la famosa sequía y que los niveles de sindicación son más
bajos que hace unos años pero mucho más altos que en otros periodos históricos. Buscar una
identidad común que sirva de aglutinador social soslayando las clases no es nada nuevo, de hecho
es un proceso constante por lo menos desde el 68. El patriotismo español de izquierdas (el
calificativo se lo pongo yo para aclarar a lo que quiero referirme) puede ser un nuevo intento. Pero
la clase siempre acaba volviendo –en Egipto, Túnez o Grecia las huelgas victoriosas y ocupaciones
de centros de trabajo han sido decisivas en los pasos adelante que se han dado y las derrotas de las
mismas han sido decisivas en los pasos atrás.
No cabe circunscribir la lucha de la clase obrera a las cuestiones economicistas, de hecho el 15M
tuvo como eje la regeneración democrática y en el mismo también participaron millones de
trabajadoras que luego llevaron las prácticas a los centros de trabajo dando origen a las mareas. En
los últimos tiempos hemos tenido victorias sonadas, a parte de la imprescindible PAH o la de la
limpieza de Madrid, en otro orden la impresionante huelga de docentes de Balears y esperemos que
la de Panrico, TV3, Catalunya Radio, basuras de Alcorcón…
No creo que identificar los servicios públicos como patria sea clarificador políticamente. De hecho
forman parte de las conquistas sociales de redistribución de la riqueza, es decir de la socialización
de los recursos. En lenguaje claro, los servicios públicos son frutos de la lucha y de la solidaridad de
las clases populares. El socialismo de alguna manera pone la dimensión colectiva de la vida en
primer plano. Una compañera de Marinaleda le respondía a Jordi Évole que ella era comunista
porque todo era más barato y se vivía mejor. Sin duda para ganar debemos explicar las cosas de
manera que se entiendan y que ilusionen a las millones de personas explotadas y oprimidas por el
sistema. No obstante esto no es sinónimo de buscar nuevos/viejos nombres para conceptos que no
les corresponden.
Podemos de hecho tiene su propia “mística” –todas las organizaciones, colectivos y movimientos la
tienen en mayor o menor grado. La idea antijerárquica explicitada en el círculo resaltado de la
primera “o”. Colores verde y morado, interpelación ciudadanista. Incluso a pesar de situarse
claramente a la izquierda, Iglesias sitúa la contradicción actual en un eje democracia-dictadura.
Ciertamente acierta en ver el peligro de UPyD y Ciudadanos como partidos “fascistas cool” en sus
palabras. De hecho las personas que les votan lo hacen por las mismas razones que tendrían para
votar por la ultraderecha: renovación política, denuncia de la corrupción e invectivas retóricas
contra los abusos de los banqueros.
No obstante Iglesias plantea la lucha política con ellos en la disputa de la simbología, de los
términos España, patria, sentido común. Ahí es donde no estoy de acuerdo, creo que la clave está en
desarrollar la identidad de clase. Esto no quiere decir llevar chapas o camisetas, coleta, pendientes,
mono azul o cualquier otra caricaturización que se quiera realizar. Sino por ejemplo participar en las
marchas de la dignidad y todo el proceso de articulación de luchas desde abajo, avanzar en la
conformación de frentes políticos de izquierdas rupturistas, extender la solidaridad con quienes
luchan por la justicia social en cualquier parte.
No es correcto decir que “las ideas no son ni de izquierdas, ni derechas, sino buenas o malas” (frase
de Beppe Grillo). El pago a ultranza de la deuda es una gran idea para los banqueros y letal para los
servicios públicos, o sea que es una idea de derechas. Rajoy, Mas, Ignacio González o Susana Díaz
no aplican recortes porque sean ineptos o tontos, sino porque defienden sus privilegios de clase.
Vamos hacia una época de mayor polarización social, donde el capitalismo actual se va a ir
convirtiendo en más violento. Vamos a necesitar mayor clarificación política, mayor entusiasmo y
mayor organización social. Podemos ya está contribuyendo a estos objetivos.
Y para acabar algunas preguntas: ¿Le sirvió al PCE aceptar la monarquía, la bandera española y la
idea de la reconciliación nacional para aglutinar a la mayoría social en la transición? ¿Fueron estas
mismas ideas las que dieron la victoria al PSOE?
Seguimos debatiendo, luchando y organizando.

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