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javier.romeu@gmail.

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www.disparefuturo.wordpress.com

DOCUMENTO II

INTERVENCIÓN SOCIAL Y RESLIENCIA

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javier.romeu@gmail.com
www.disparefuturo.wordpress.com
BIENVENIDOS AL PAÍS DE LOS CISNES NEGROS

Un millonario vivió de pequeño en centros de menores: La resiliencia es posible… pero


improbable..

Chris tuvo una infancia dura, realmente dura. Tenía una hermana mayor, hija de otro padre. Él
apenas conoció al suyo y el padre de sus dos hermanas pequeñas maltrató sistemáticamente a su
madre. Ésta estuvo dos veces en la cárcel. La primera acusada por su tercer marido de trabajar y
cobrar el desempleo y la segunda por intentar quemar la casa con éste dentro. En las dos ocasiones
Chris y sus hermanas estuvieron ingresados en un centro de menores.

Con 22 años tuvo un hijo con una chica que no era su mujer y trabajó en distintos empleos. En un
momento dado la madre de su hijo le dejó a su cargo al niño y ambos vivieron sin casa durante varios
meses.

Conocemos la historia de Chris (Christopher Gardner, Wisconsin – EEUU, 1954) porque ha escrito sus
memorias. Escribió sus memorias porque llegó a ser millonario. Se hizo millonario tras trabajar como
corredor de bolsa. Consiguió trabajar en la bolsa gracias a su tenacidad para que lo admitieran como
aprendiz en una empresa dedicada a las grandes inversiones financieras.

Y Hollywood llevó a la pantalla su historia en la película “En busca de la felicidad” protagonizada por
Will Smith. Gardner no acudió al estreno de la película por preferir estar en un acto de caridad y hoy
contribuye generosamente en muchos proyectos filantrópicos.

Esta es una historia estimulante. Pero improbable. Es lo que pasa con la resiliencia. Maravillosa pero
rara. Rara desde el punto de vista estadístico. Improbable.

No me atrevo a decir que porcentaje de niños o niñas con las mismas circunstancias que Cris han
llegado a ser millonarios. ¿Uno cada mil? ¿Tres cada diez mil?. Pero si me atrevo a decir que alrededor
de un tercio habrán accedido a una vida satisfactoria para ellos y para la sociedad (no confundamos
resiliencia con éxito social) Así que la apuesta razonable a la hora de hacer pronósticos sobre infancias
desafortunadas es el negativo. Malos inicios, malos finales. Probablemente 2 de cada 3 niños que
tuvieron las mismas circunstancias o parecidas que Chris desarrollaron una vida adulta llena de
problemas y conflictos. Saber que, sin embargo, un tercio no se habrá hecho millonario pero si ha
desarrollado una vida satisfactoria para ellos, para los que le rodean y para la sociedad no debe
deslumbrarnos.

Por ello, la resiliencia, entendida por el momento como la capacidad de resistir y rehacerse de
grandes adversidades, es un cisne negro. Así es como Nassim Nicholas Taleb llama a los sucesos
altamente improbables. El término viene de el hecho que durante siglos el hombre occidental pensó
que los cisnes eran siempre blancos. Nadie en Europa predijo nunca la existencia de cisnes negros.
Hasta que los navegantes europeos llegaron al continente australiano.

En su libro analiza el impacto en la historia y en la sociedad de los acontecimientos altamente


improbables, tanto negativos: la 1ª guerra mundial, el crack económico de 1929, el 11 S…. como los
positivos: el descubrimiento de la penicilina, la red (internet), las revoluciones populares frente a las
regímenes no democráticos…

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Los cisnes negros son, por tanto y para este autor, acontecimientos que se caracterizan por trs
características: son inesperados (raros, sorprendentes…); tienen un gran impacto en el mundo o en la
sociedad; y sólo tienen predictibilidad retrospectiva (no prospectiva).

Por ello, en mi opinión, los fenómenos de resiliencia son cisnes negros. Son improbables
(circunstancias negativas suelen traer malas consecuencias) aunque quizá no tan “altamamente
improbables” como los que señala Nassim Nicholas Taleb. Nadie espera que ocurran y cuando lo
hacen nos sorprenden.

Tienen un gran impacto. Llaman la atención. Se aprende mucho de ellos.

Y no son predecibles. Nadie los ve venir. Y lo que es peor. No los podemos planificar.

¿Cómo entonces se puede construir un modelo de intervención social sobre un fenómeno


improbable e impredecible?

Es lo que trataremos de desarrollar en adelante pero sirva de anticipo un ejemplo. Podemos ayudar
más a una persona deprimida analizando el inesperado único día de buen ánimo que tuvo en los
últimos tres meses que lo que ocurrió en los restantes días de ese periodo.

Pero ojo. Nassim Nicholas Taleb afirma que el conocimiento que se obtiene de los cisnes está basado
en lo que el llama “falacia narrativa”. Es decir, que una vez ha ocurrido el hecho (por ejemplo, el
atentado del 11 S) miramos para atrás y construimos una historia, y con esta historia conseguimos la
sensación de que conocemos las causas del cisne negro. Pero no es así. Es simplemente la historia
que hemos construido.

Todos los niños y niñas llegan a estudiar las causas de la 1ª Guerra Mundial. Pero ese pretendido
conocimiento no sirvió de nada para evitar la 2ª gran guerra. Nuestros hijos estudiarán las “causas”
del 11 S. Pero según la postura de Taleb eso no será más que la historia que habremos construido una
vez se produjo (sin que lo predijéramos) el trágico atentado terrorista.

Lo que podemos saber de la resiliencia, o mejor dicho de lo que provoca la resiliencia, no es más que
la historia que construimos después de que una persona haya resistido y se haya rehecho
satisfactoriamente de una fuerte adversidad. Miramos para atrás y decimos: “Pudo reponerse gracias
a esto o lo otro” y gracias a eso creemos conocer las causas de la resiliencia. Pero si fuera así
deberíamos ser capaces de replicarla ¿no es así?.

Pero podemos construir falacias narrativas más ajustadas que otras. Para ello podemos utilizar dos
estrategias. En primer lugar, escuchar las falacias narrativas de los propios protagonistas (“Fue el
afecto de mi tío el que estimuló para…””Mi madre siempre me dijo que…”) Técnicamente siguen
siendo “falacias narrativas” pero al menos son las de los protagonistas.

En segundo lugar, hay falacias que se repiten más que otras. Si por ejemplo, observamos que en la
mayoría de las personas en las cuales se ha dado la resiliencia apreciamos también sentido del humor
(y no en los que no se dio) podemos atrevernos a pensar que hay una conexión entre la primera y el
segundo.

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Pero en todo caso deseo una aproximación humilde al fenómeno. Una actitud cognoscitiva que
respete el carácter de cisne negro de la resiliencia: sorprendente, impactante y narrada.

Si los cisnes negros (positivos) no son predecibles científicamente (porque solo se entienden mirando
hacia atrás)… solo podemos utilizar la estrategia de juguetear (experimentar) cuanto sea posible y
tratar de reunir tantas oportunidades de cisne negro como se pueda

La resiliencia no se puede planificar. Como máximo se puede propiciar ciertas condiciones para que,
quizá, surja.

¿UN MODELO PARA LOS INTERVENTORES SOCIALES BASADO EN UN FENÓMENO NO PLANIFICABLE?

Si la resiliencia no se puedes planificar. Si no podemos prever que una persona será tutor de
resiliencia. Si no hay factores de resiliencia sino condiciones para que se dé la resiliencia… ¿qué
sentido tiene usar la resiliencia como paradigma o modelo para diseñar un recurso social como por
ejemplo un centro de menores?

Ni siquiera, como señala alguno de los especialistas en resiliencia el hecho de que un Coro Infantil en
el barrio del Bronx de Nueva York esté ayudando a muchos niños y niñas en situación de gran
vulnerabilidad familiar y social, nos permite pensar que en otros barrios deprimidos de otras grandes
ciudades una experiencia similar deba funcionar.

Sin embargo hay otras cosas en la vida que tampoco se pueden planificar y sin embargo las tenemos
casi siempre presente a la hora como guía o eje para nuestra vida. Por ejemplo, la salud. No es
posible garantizarla con ninguna actuación concreta. Puedo hacer deporte, no haber fumado en la
vida… y eso no me garantiza que no pueda tener un cáncer de pulmón.

Es decir puedo desarrollar un estilo de vida saludable y vivir en ambientes saludables en la esperanza
de que la probabilidad de salud es mayor. De igual manera puedo analizar las instituciones de
protección de menores y diseñarlas de forma que favorezcan la resiliencia. No tendremos garantías
de que surja pero sí aumentaremos las posiblidades de que parezca.

Si necesitamos que una planta crezca hacia arriba es sencillo colocar un tutor (una barra o palo por el
cual se enrollará). Porque conocemos como crece esa planta (tomate, photo…) y basta con colocar un
tutor del tamaño apropiado. No fallará. Y como mucho bastará con enrollar la planta cuando empiece
a crecer.

Pero cuál es el “palo” para hacer que una persona crezca de nuevo a partir de una adversidad. Cade
persona es un mundo. Deberíamos conocer también a esa persona como a una planta para poder
decidir que tutor necesita.

Por tanto lo único que podremos hacer es procurar que en el medio o contexto de las personas que
viven algún tipo de adversidad se dé el mayor número de potenciales tutores de resiliencia. Unas
personas se servirán de uno para rehacerse, otras personas se servirán de otro…

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DEL PROFESIONAL AL “POFESIONAL”

Cuando la gente que ha salido adelante tras una grave adversidad relata su victoria no suele atribuir
su resiliencia a una intervención profesional externa. No es frecuente encontrar testimonios como
“pude rehacerme gracias a un médico, psicólogo, abogado, trabajador social…. que intervino
conmigo”. No conozco, ni apostaría, a que un chaval que sale adelante en la vida, tras pasar años en
un centro de acogida de menores, diga cosas como “gracias a una estupenda programación de
intervención individualizada y a su ejecución pude superar la situación familiar tan desastrosa que
tuve”

Las personas que se rehacen de la adversidad sí suelen citar a muchas personas que supusieron para
ellos un anclaje o un punto de inflexión. Suelen citar un (o varios) encuentros personales que le
ayudaron a soportar lo insoportable. Muchas veces no son profesionales. Muchas veces esas
personas ni tenían la intención inicial de ayudar. Y cuando sí se trata de profesionales que estaban ahí
porque debían estar, el encuentro “benéfico” no se produjo en el terreno de la técnica sino en el de lo
personal.

Sin embargo en nuestra formación prelaboral nos vendieron la cabra de la profesionalidad en la


relación de ayuda. No nos engañaron. Hay que formarse y prepararse. Pero limitaron nuestra visión
de la relación de ayuda a la relación profesional. Todo problema humano debe ser derivado al
oportuno profesional. Así quedó fuera de nuestro ámbito de interés o de observación otras muchas
relaciones de ayuda: la ayuda de padres a hijos o viceversa (en la ancianidad), la ayuda fraterna, la
amistad como fuente esencial de ayuda, el apoyo social informal (vecinos…), la ayuda inesperada de
una persona desconocida, la dirección espiritual…

Es probable que esta focalización en lo profesional, lógica por un lado (definir la profesión implica
dejar de lado la actividad no profesional) se ve agravada en las ciencias sociales (o humanas) por un
cierto sentimiento de inferioridad respecto otras disciplinas. Las llamadas ciencias sociales o humanas
han querido llegar al estatus científico de una ingeniería o de la medicina. Y así existe una presión
para que el profesional sepa. No queda bien que tras tu formación, no sepas.

Pero, para bien o para mal, la materia de trabajo no es la misma. No tengo duda de que me importa
tres pitos si el arquitecto que diseñó mi finca era buena o mala persona. Y prefiero un cirujano
maleducado que ha utilizado tres mil veces la técnica con la que me va a operar que a un cirujano
simpatiquísimo que es la segunda vez que la emplea.

Pero no querré que un hijo aprenda a leer rápidamente si le tiene miedo al profesor . Y si voy a un
psicólogo o psicóloga porque estoy deprimido y, cuando le cuanto lo que me pasa, me corta y me
dice: “Vale, vale… usted lo que va a hacer es esto y lo otro” es muy probable que no vuelva más o que
pronto me desenganche.

No se trata de desmerecer la técnica (tampoco quiero pagar un psicólogo solo para que me escuche)
sino que trato de señalar que no podemos reducir la intervención social a la consabida secuencia:
Diagnóstico o análisis de necesidades / Diseño o programación/ Ejecución / Evaluación.

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En una escena de la película “Los caballeros de la Tabla Cuadrada” de los humoristas británicos
“Monthy Phytom” los caballeros pretenden asaltar un castillo. En un momento dado se ve como
arrastran hasta las puertas del mismo un gran conejo de madera con ruedas. En el plano siguiente los
caballeros se esconden en el linde del bosque cercano desde donde contemplan como los sitiados
abren la puerta e introducen el conejo en la fortaleza. En ese momento el estratega de los caballeros
de la Tabla Cuadrada dice algo así como: ¡Perfecto! ¡Esta noche cuando todo el mundo duerma
abriremos la escotilla, descenderemos del conejo y tomaremos el castillo! Sus compañeros le miran
atónitos y uno de ellos pregunta: ¿Quién has dicho que bajará del conejo?... La hilaridad de la escena
radica en que se habían olvidado de lo más importante: meterse en el conejo.

La intervención social a veces es como un gran caballo de Troya (una gran obra de ingeniería) donde
luego nadie se mete en su interior. Se puede realizar una maravillosa programación individualizada
para un menor acogido en un centro pero que quede diluida en tantos responsables de su ejecución
(el maestro de que lea, el psicólogo de que controle esfínteres, otro psicólogo de sus conductas
sexualizadas, …. Y del resto, su educador de referencia…)

Por tanto los profesionales tenemos que tomar conciencia de que la relación de ayuda va mucho más
allá de la intervención profesional. Nuestra aportación como profesionales a la solución es importante
(sin olvidar la acertada frase – creo que de Les Luthiers – “si no formas parte de la solución, eres parte
del problema”) pero no podemos olvidar que los profesionales – mientras no se demuestre lo
contrario – somos también personas.

En este punto es en el cual observar los fenómenos de resiliencia puede ampliar nuestro campo de
visión. No olvidemos que el término “Resilient Child” hace referencia a personas que pasaron de
niños vulnerables a adultos adaptados y sanos SIN AYUDA PROFESIONAL ALGUNA.

Por tanto los estudios sobre resiliencia no deben llevarnos a rebelarnos o cuestionar el avance de las
ciencias sociales (aunque estemos “quemados” o desencantados) y del intento de desarrollar técnicas
lo más eficaces posibles. Los estudios sobre resiliencia aportan un punto de vista diferente que nos
hace ver la intervención social como un subconjunto de la relación de ayuda. Pasamos así de pensar
que toda dificultad humana grave necesita un/a profesional para admitir que una persona puede
superar una grave adversidad apoyándose en cualquier tipo de persona, animal o cosa (se puede
superar una infancia desgraciada gracias a un balón, a una pintura, a un plato de canelones…)

Las lecturas sobre resiliencia nos permiten darnos cuenta de que podemos facilitar ayuda material e
intervención profesional a nuestros “usuarios” y que eso no garantiza que se produzca esa
“transformación” personal o familiar que desearíamos. Eso no significa que no haya que hacer nada y
esperar que surja “el tutor de resiliencia” (este es uno de los usos perversos de la resiliencia). Pero si
pensamos que la ayuda material más la profesional agota el espectro de la relación de ayuda, cuando
la intervención no de resultado deberemos concluir necesariamente:

1) Que debemos intentar más de lo mismo

2) Que debemos intentar otra cosa

3) Que el usuario es ignorante, idiota o perverso

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Pero hay una cuarta opción: no se están dando las condiciones para que esa transformación se
produzca.

Trabajo en un Centro de Menores con recursos materiales suficientes y con buenos/a profesionales
(no es necesariamente mi caso) pero eso no suele bastar para que nuestros niños y niñas se rehagan
de unos padres que no quieren, no pueden o no saben cuidarlos adecuadamente. Es cierto que no
puedo ofrecerle a un niño un perro al que cuidar (sólo tenemos gatos y semi-salvajes), o no podemos
apuntarlo a baloncesto, deporte en el que quizá apunta muy buenas maneras…. Pero deberé ser
consciente que cosas de este tipo han supuesto el tutor de resiliencia (la vara a la cual aferrarse para
retomar un desarrollo adecuado) para muchos menores con situaciones sociofamiliares complicadas.

Incluso podemos encontrar situaciones de supuesto conflicto entre relación profesional y personal. Y
en esos casos se tiende casi siempre a disociar los dos niveles de relación. O se opta por rechazar la
relación profesional en aras de la personal (no puedo ser tu psicólogo porque soy tu primo) o bien, si
se mantiene una cierta intervención profesional con un conocido, amigo o familiar otro profesional es
muy probable que nos acuse de estar “demasiado implicado”.

Desde el punto de vista de la resiliencia la lectura es diferente. Hay que pensar que gran parte del
éxito de una relación de ayuda profesional, en el ámbito de lo social o personal, se explica en un
porcentaje importante por el encuentro personal. Existe investigación que demuestra la importancia
de la relación personal (profesional – cliente) en el éxito de las terapias psicológicas. Pero en todo
caso no se trata de ser exclusivo sino de reconocer que, a veces puedo ayudar a alguien como
profesional, pero sí no lo consigo quizá si pueda acompañarlo en su sufrimiento o en su dificultad.

Porque de los estudios sobre resiliencia puedo deducir dos cosas importantísimas para la
intervención social:

 “No puedo salvar a todo el mundo”

 “Puedo hacer más cosas por el otro de lo que yo me creo”

Estas dos frases pueden parecer contrapuestas pero no lo son. Y son perfectamente sinérgicas desde
el punto de la resiliencia.

Profundizar en la resiliencia nos lleva a adoptar una mirada diferente sobre las dificultades humanas.
Y, en mi opinión esa mirada, se caracteriza por tirar por la ventana muchas de nuestras categorías
previas, pero especialmente las de “bueno” y “malo”; “positivo” y “negativo”; “útil e inútil”….:

La resiliencia enseña que de algo malo puede surgir algo bueno. La intervención social tiende a
pensar que de una causa negativa (maltrato) debe derivarse una consecuencia negativa (secuelas). La
resiliencia nos demuestra que de una causa negativa puede surgir una consecuencia positiva. Y del
mismo estar prevenidos de que una causa positiva (ej. Acudir a una escuela de padres) podría surgir
una consecuencia negativa (menor confianza en la propia capacidad educativa).

Este esquema habitual en la intervención social es la causa que los profesionales tendamos a
focalizarnos en lo negativo y olvidemos lo positivo o las excepciones que en ocasiones ocurren. A mí
particularmente me ha enseñado a mirar de otra manera la intervención social con menores y a

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cuestionar las diversas ideas preconcebidas que en el sector existe: “el acogimiento familiar es
siempre mejor que el residencial”, “hay que procurar no separar al menor de su entorno familiar”…

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