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2.

El Principio Protestante; similitudes entre La Reforma


Protestante del siglo XVI y las Comunidades Eclesiales de Base, y la
espiritualidad evangélica propuesta por José Rodríguez.

De acuerdo a Tillich, el principio protestante es la capacidad del protestantismo, a partir

de la cual éste puede abandonar una determinada forma para adoptar otra que responda a la

situación histórica que se vive en determinado contexto social, religioso o político, con el

propósito de reformarlo y transformarlo. Este cambio se puede entender de dos formas:

1. Como principio anti-idolátrico, ante el cual nada es absoluto, incluyendo las iglesias y

los dogmas.

2. Como protesta profética en contra de los poderes de dominación de este mundo;

contra el statu-quo teológico y contra toda ideología absolutista que ostente el poder y

perjudique a los más necesitados, a los oprimidos y marginados de la sociedad.

Según Tillich, es esta característica la que hace “protestante” al protestantismo, ya que lo

hace sobrepasar el plano religioso-confesional y permite que no se agote ni se estanque en medio

de los cambios que se presentan en la sociedad y la historia.

El Principio Protestante no obedece a meros caprichos eclesiales, sino que responde a

un momento y contexto determinado, con el fin de que dichas respuestas sean genuinamente

evangélicas. No opera en una esfera meramente eclesial; por el contrario, se ve activado por

cambios sociales, políticos, económicos o ideológicos.

La Reforma protestante del siglo XVI se caracterizó por su enunciado: ecclesia reformata

et semper reformanda est. Como principio eclesiológico esto significó una ruptura

epistemológica con el cristianismo medieval, y liberó a la teología de los moldes rígidos que la
encerraban y la proponían como conocimiento absoluto, propiedad de un determinado, y casi

siempre reducido, grupo de teólogos “profesionales”.

El teólogo norteamericano Richard Shaull (n. 1920) propone en su libro La Reforma y la

teología de la liberación1 varios aspectos en que los movimientos reformadores mencionados en

el párrafo anterior y que fueron iniciados por Lutero, Calvino y Zuinglio en la Europa

Renacentista, coinciden con la teología latinoamericana y especialmente con el cristianismo

vivido en las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs). De acuerdo a Shaull, al igual que la

Reforma representó un impulso renovador, necesario para la liberación de la opresión religiosa

que vivía la Europa del medioevo, la teología de la liberación surge como la voz profética

denunciadora de la injusticia social; protestante en el más claro significado de la palabra; y que

reactiva el principio protestante en nuestra Latinoamérica, con el fin de que el cristianismo

recobre su verdadero significado de ser luz y sal de este mundo. En palabras de Shaull:

Para los que somos protestantes, la Reforma es parte de nuestra autobiografía


social, ayudándonos a ser lo que somos. Hoy puede servir para orientarnos y
apoyarnos, con una condición: que sea reactivada. Será reactivada si nos
atrevemos a situarnos en la frontera de las luchas humanas de nuestro tiempo,
como lo hizo Lutero en el suyo, y permitimos que la Buena nueva del
Evangelio llegue a ser Buena Nueva para nosotros, en nuestra situación de
lucha.2

Este principio reformador se ve reflejado, según Shaull, en las Comunidades Eclesiales de

Base, que funcionan como una pequeña iglesia dentro de la Iglesia, y la retan, a la vez que la

renuevan, al hacerle ver que su compromiso es con la comunidad en que se encuentra; además le

recuerda que dicho compromiso debe responder de manera especial a los oprimidos y a los

1
Richard Shaull. La Reforma y la teología de la liberación. (San José: DEI, 1993).
2
Shaull, ibid. Pag.
desechados de la sociedad; es respuesta que lucha por la justicia, participa de sus sufrimientos y

comparte el amor del Crucificado sin importar las clases sociales de cada ser humano.

En el esfuerzo por romper las estructuras que subestiman y abusan de los más pobres

quedan atrás los encasillamientos doctrinales o denominacionales, que durante siglos han

dividido a los creyentes. Tanto protestantes como católicos se unen para proclamar el Reino de

Dios y su justicia. Shaull afirma:

Cuando surge y domina un nuevo paradigma, se crea una nueva situación en la


Iglesia que demanda una reorganización de las fuerzas. Las viejas diferencias y
divisiones se vuelven secundarias, aún las creadas por una reforma anterior. Al
mismo tiempo, cristianos separados con anterioridad son sorprendidos por una
nueva experiencia de unidad y solidaridad.3

Es un acercamiento que se da a favor de una teología liberadora, y que encuentra su

máxima expresión, afirma Shaull, en la praxis de las CEBs. Este autor propone como paradigma

de liberación a la Reforma Radical de los anabaptistas, y su rechazo del binomio Iglesia-Estado,

así como su vocación al discipulado cristiano reformador.

Al hacer una síntesis, tanto del Principio Protestante expuesto al inicio de este trabajo, y

de la propuesta de Shaull, se puede decir que los cristianos estamos llamados a practicar lo que el

teólogo José Rodríguez llama “la espiritualidad evangélica”4, es decir, esa vocación que Dios

hace a los creyentes a renacer a una nueva vida. Esta espiritualidad parte de la justificación

gratuita que Dios le ha otorgado al ser humano, y demanda que como justificados por Dios

usemos nuestra libertad en la construcción de una nueva humanidad, lo que supone una lucha

contra los poderes de este mundo, un no conformarse a este sistema injusto, una confrontación

contra todo tipo de totalitarismo ideológico que abuse de los pobres y oprimidos.

3
Shaull. Ibid., pag. 19.
4
José Rodríguez. Introducción a la teología. (San José: DEI,1993), pags. 69-74.

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