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TAUROMAQUIA DESDE SUS RAÍCES

Todavía no hay acuerdo por unanimidad


sobre los orígenes de la tauromaquia. Lo
cierto es que, tanto como su génesis, como
su llegada hasta nuestros días, se deben a
un cúmulo de circunstancias diversas.

Desde la prehistoria paleolítica, el ser


humano ha cazado toros. De este hecho,
conservamos variedad de pinturas rupestres. El toro salvaje, el bos primigenius taurus, fue
domesticado en el período neolítico. Era utilizado como animal de tiro para el arado en las
actividades agrícolas y, en menor medida, como recurso cárnico. Desde nuestras raíces
prehistóricas, este animal ha sido dotado de una compleja simbología. Este rumiante, en
diferentes civilizaciones y culturas, ha simbolizado la fuerza, la virilidad, la capacidad para
engendrar, la fertilidad, la deidad protectora de la agricultura etc...

En los últimos y decadentes años del Imperio Romano, tenemos documentadas las primeras
noticias sobre la participación de toros en espectáculos, cuya finalidad era ofrecer violencia
gratuita. Estas prácticas eran llamadas venerationes, luchas en que animales luchaban
contra otros animales, hombres luchaban contra animales o hombres y mujeres eran
lanzados a las fieras como castigo deshonroso, ya sus muertes, se convertían en una
diversión para el pueblo. Estos espectáculos duraban horas y se ofrecían en diversas
modalidades.

Julio César fue quien introdujo los toros de Hispania en las venerationes que se
organizaban en el Coliseo de Roma. Un conocido matador de toros fue un tal Karpóforo.
Ovidio describe que usaba una tela roja para llamar la atención del animal para que
embistiera y luego lo mataba armado con una espada y un escudo. La mayoría de estos
luchadores, llamados bestiarrii, eran condenados,
prisioneros de guerra, desertores del ejército, esclavos
condenados o voluntarios de clase humilde, los cuales
se sentían atraídos por la posibilidad de dejar su
condición de miserables, ya que los combatientes que
conseguían salir vivos de las fieras, eran aclamados por
el pueblo y gozaban de una gran popularidad.

Organizar estos espectáculos conllevaba grandes costes


económicos, en los que participaba muchísima gente.
Desde los cazadores que organizaban expediciones para
capturar animales salvajes, hasta los encargados de
hacer publicidad del evento.
La finalidad política que perseguía toda esta
faena era entretener al pueblo, y en especial,
a la gran masa de desocupados que había en
el imperio decadente, que incluso llegaron a
ser mantenidos por el propio Estado. De esta
manera, se evitaban manifestaciones para
reclamar derechos políticos, el reparto más
justo de la propiedad y los disturbios en la
ciudad. Al emperador Nerón le encantaba
bajar a la arena de Coliseo a exhibirse
matando leones. El historiador Suetónio nos cuenta que antes tomaba la precaución de
limarles las uñas y los dientes, y debilitarles sin darles ni agua ni comida y con alguna
sustancia aturdidora. El pueblo, que ignoraba tales trampas, aclamaba a su emperador
porqué podía matar leones desarmado, como si nada. Esta política se conoce como el pan
y circo (panem et circenses).

En la Hispania romana, también existían anfiteatros y circos, como los de Mérida,


Tarragona, Itálica o Saelices. En la capital de cada provincia se
organizaban venationes como las de Roma, según sus posibilidades y recursos.

En 206 a.C, bajo el dominio de Roma, llegó a la Península Ibérica, el culto a Mitra. Entre
los ritos ceremoniales a este dios, existía uno en que se sacrificaba a un toro con un puñal y
se bautizaba al fiel con su sangre.

Cuando Roma cayó, se formaron diversos reinos independientes. En Hispania se formó el


reino godo. Este cayó bajo la conquista de los árabes, que empezó en 711. En 722, con la
victoria cristiana en la Batalla de Covadonga, y en 732, con la victoria en la Batalla de
Poitiers, empezó la Reconquista, y la formación de nuevos reinos cristianos.

Durante el período de formación de los reinos cristianos,


el primer espectáculo taurino formalizado que conocemos
tuvo lugar en León, en 815, aún bajo dominio árabe,
aunque sus organizadores eran cristianos. El primer
anuncio público de una corrida, del cual tenemos
constancia, es el de la celebrada en í•vila, en motivo de
la celebración de la boda del infante Sancho de Estrada en
1080. También hubo una corrida en 1107 para celebrar la
boda de un tal Blasco Muñoz, en la localidad de Varea
(Logroño). Para celebrar la coronación de Alfonso VII
(1133), se corrieron varios toros, y en León en 1140, se
«festejó» de la misma manera la boda de su hija.
La tradición de correr a los toros (esta es la
forma que desde el siglo XIII encontramos
en los documentos para referir-se a estas
matanzas) se ejecutaba para festejar bodas,
coronaciones, bautizos, victorias en
batallas, homenajes fúnebres, canonizació
n de santos etc... Cualquier ocasión daba
lugar a correr toros. Este entretenimiento,
solía ser practicado a caballo por la nobleza
e imitado a pie por el pueblo llano. En sitios como en la Plaza Mayor de Valladolid y a
partir de 1619 en la de Madrid o en el parque de Buen Retiro, se solían practicar torneos
medievales donde caballeros se enfrentaban entre sí, y más tarde, se soltaban toros que si
embestían eran atacados y muertos con lanzas o eran perseguidos por una cuadrilla de
jinetes que les clavaban lanzas (juegos de toros y cañas). En estos torneos, cuya finalidad
era embrutecer al pueblo, se valoraba el toreo a caballo, que por definición era como lo
realizaban los aristocráticos. La acción auxiliar que podían hacer los plebeyos para llamar
la atención al toro, no merecía ninguna mención por parte de los cronistas oficiales. Cabe
tener en cuenta, que en todos estos espectáculos medievales, se mataban toros, pero
también se perdían muchas vidas humanas.

En la Edad Moderna, empiezan aparecer las críticas más severas contra esta práctica tan
abominable. Las críticas se basan, sobretodo, debido a la gran cantidad de muertes humanas
que provocaban. Estas muertes, no eran solamente a causa de las embestidas de toros,
torear generaba peleas entre hombres, que acababan clavándose las lanzas entre ellos, así,
como muertes debidas a avalanchas para asistir y poder ver de cerca tales espectáculos.

En 1567, el Papa Pio V emitió la bula De Salutatis


Gregis Domici, en la cual prohibía los espectáculos
taurinos, al ser calificados como «cosa del
Demonio, ajena a lo cristiano, debido a la gran
cantidad de muertos, heridos y lisiados que
provocan». La Iglesia amenazaba con excomulgar a
los que desobedecieran al papa y en no enterrar en
tierra sagrada a los que murieran en estas prácticas.
Sin embargo, se hizo caso omiso de esta orden papal,
y por desgracia, su vigencia doró poco. El Papa
sucesor, Gregorio XIII, con la bula Nuper Siquidem,
en 1575, consentía de nuevo correr a los toros, ya que
según le había informado el rey Felipe II, correr a los
toros era tan beneficioso para sus reinos. En realidad
esto no era así, todo esto era debido a su propio vicio
y a las presiones que recibía por parte de la corte. El
poeta Francisco de Quevedo en su epístola Contra las
costumbres presentes de los castellanos, dirigida al
Conde-Duque Olivares, se mue stra crítico contra la
crueldad infligida al animal y porqué estas matanzas
descontroladas, tenían consecuencias nefastas para la
agricultura.

En 1700, llegó a España la dinastía borbónica, con el


rey Felipe V. En motivo de su llegada, se
«festejó» corriendo a varios toros. Felipe V,
procedente de una corte parisina mucho más
avanzada y refinada que la castellana, consideró el
espectáculo una fiesta bárbara, cruel y de mal gusto,
que sólo daba mal ejemplo al pueblo. La nobleza
castellana pudo acceder a unos nuevos usos y costumbres traídos por Felipe V, y de esta
manera, los nobles abandonaron el toreo, considerado una costumbre castiza y medieval, y
adoptó un comportamiento aburguesado y más refinado.

Entonces, la peble continuó la fiesta a su manera, casi siempre sin caballos, ya que
resultaba un animal demasiado costoso para esas gentes. A partir de este momento empezó
a configurarse el toreo como hoy lo conocemos, en que el protagonista es un hombre que
torea a pie. Aunque la dinastía real intentó terminar con estas prácticas, tuvo que ceder y
permitirlas debido al fuerte arraigo entre los españoles. Es durante el reinado de Carlos III
(1759-1788) cuando se empiezan a construir las plazas de toros, cuyo antecedente
arquitectónico es el anfiteatro romano. No todos los españoles veían con buenos ojos este
desarrollo de la tauromaquia, sobre todo a partir de la construcción de las primeras plazas,
las de Ronda, Sevilla, Olot... El liberal José Picón en
su obra Pan y Toros alude, directamente, al carácter
embrutecedor que tenía el circo romano, ya que veía en
esta actitud taurina una forma de alejar al pueblo de la
cultura cívica y de la política.

El cartel de toros más antiguo que conocemos data de


1763, para promocionar la inauguración de la
temporada en Sevilla. En 1771 murió, cogido por el
toro en la plaza, el primer torero de fama, cuyo nombre
conocemos: José Cándido.

El inventor de la corrida moderna fue Joaquín Rodrí-


guez Costillares (1743-1800), empleado del matadero
de Sevilla, como toda su familia. Organizó las
cuadrillas de toreros, los tercios de la lidia,
el toreo de capa y la verónica, mejoró el
uso de la muleta para que se clavara mejor
en las carnes, inventó la estocada y el
volapié, así como modificó el traje de
torear. El primer tratado de tauromaquia
fue escrito e n 1796, por José Delgado
Guerra «Hillo», un discípulo de
Costillares.

Cuando llega el siglo XIX, en toda Europa han empezado a erradicarse las costumbres en
que se maltratan animales para entretener. Sin embargo, en España empieza un nefasto
siglo taurino. Ahora, el torero que ha hecho fama entre el pueblo, es recibido en las cortes
del rey como un héroe. El rey Fernando VII, el último rey absolutista, cerró la Universidad
y abrió las escuelas de tauromaquia, desde donde se promocionó la tauromaquia que hoy
conocemos. Cabe decir, que la tortura pública de animales humanos (brujas, herejes,
delincuentes, etc...) y no humanos era corriente en toda Europa hasta el siglo XVIII, y en el
XIX, se suprimieron. Por poner un ejemplo paralelo en Inglaterra eran frecuentes los bull-
baitings, peleas entre perros y toros o mutilación de toros por seres humanos. Estas
prácticas fueron prohibidas en 1824 y el mismo año se fundó The Royal Society for the
Prevention of Cruelty to Animals. Inglaterra fue la cuna de la Ilustración, movimiento que
en España casi no existió. La Ilustración no fue tan sólo un movimiento político e
intelectual, fue también un movimiento moral. Los ilustrados siempre se opusieron a la
tortura pública, como cosa degradante y embrutecedora, tanto infligida a personas como a
animales.

El siglo XIX tiene innumerables ejemplos de lo que conllevaba la barbarie taurina. La


ciudad taurina por excelencia, en aquel momento, fue Barcelona, esta ha sido la única
ciudad del Mundo en toda la Historia que ha mantenido tres plazas de toros activas a la vez.
Hay que tener en cuenta, que Barcelona deviene taurinísima paralelamente a su proceso
industrialización. Barcelona fue el motor industrial de la España del XIX, por lo tanto, es
donde vivían la mayoría de obreros. Las condiciones de vida de la clase obrera española del
XIX, estaban entre las peores de Europa.
Sólo en Rusia, la esperanza de vida era más
baja que en España. Las vidas de los
hombres y mujeres de aquel entonces eran
bastante frustrantes. En las fábricas se
trabajan unas catorce horas, las viviendas de
los trabajadores no reunían las mínimas
condiciones de salubridad, en la ciudad
industrial se podía encontrar trabajo pero
también la pobreza se hacía más visible y
no se encontraba mejor calidad de vida,
podía ser el escenario de las peores
degradaciones. Como métodos de evasión
se consumían grandes cantidades de
alcohol y se iba a los toros. En 1835, en
la plaza de la Barceloneta, El Toril,
salieron seis toros mansos, es decir, que
no embestían y destripaban a los caballos.
El público indignado por «la mala
calidad de la corrida», salió a la calle
arrastrando un toro y se fue a quemar conventos e iglesias, con lo cual, gran c antidad de
patrimonio artístico y documentos históricos de la ciudad, se hicieron humo. El dicho
dice: Van sortir sis toros, tots sis dolents i aquesta fou la causa d’anar a cremar els
convents. Si el toro era manso, y no cumplía las expectativas del público con ganas de ver
sangre, se le clavaban banderillas de fuego con pólvora, con lo cual se le causaba todavía
más sufrimiento. Esta práctica se prohibió en el siglo XX, durante la dictadura de Primo de
Rivera. Todavía, a principios del siglo XX, la bravura de las reses se medía con el número
de caballos que el toro destripaba, los cuerpos de los cuales no se retiraban de la plaza, sino
que allí permanecían, como parte del espectáculo. Caballos muertos y agonizando
destripados, era el reclamo del público, siempre irascible, que lanzaba al coso todo tipo de
objetos y animales, práctica que se prohibió, para garantizar la seguridad del torero.

En definitiva, como afirmó Manuel Vicent, si el toreo es cultura, el canibalismo es


gastronomía. Esta «fiesta» no nos hace mejores, al contrario, porqué nos sociabiliza
con estas crueldades, haciéndonos más indiferentes respeto al sufrimiento ajeno.

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