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Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea 1

Año 6, Nº 11. Córdoba, Diciembre 2019- Mayo 2020. ISSN 2250-7264


Santiago Gerchunoff

Hegemonía y acumulación: transformismo y valorización


financiera del capital en el análisis de Eduardo Basualdo

Hegemony and accumulation: transformism and financial valorization of capital in


Eduardo Basualdo's analysis

Resumen

Las formas específicas que asumió la articulación entre consenso y coerción al interior del
desarrollo del régimen de acumulación por valorización financiera en Argentina (1976-2001), es
uno de los problemas e interrogantes centrales que atraviesan nuestra historia reciente. A partir de
los avances previos de investigación, intentaremos aportar a la aún inconclusa tarea de reconstruir
en profundidad la evolución, ocurrida desde la última dictadura cívico-militar, de aquellos
dispositivos orientados a la construcción de consenso y hegemonía. En general, y como ocurre en
la interpretación de Eduardo Basualdo -estructurada en torno a la traducción del concepto
gramsciano de transformismo- la dimensión ideológica, y en especial el rol de intelectuales y
expertos- ocupan un lugar secundario. Sin embargo, según intentaremos argumentar en este
trabajo, el estudio de los dispositivos (esencialmente discursivos) construidos por los economistas
neoliberales, asume una importancia significativa al momento de comprender de qué modo la
valorización financiera –régimen de acumulación esencialmente excluyente en términos sociales–
logró sustentabilidad social y política a partir del período democrático iniciado en 1983.
Palabras clave: Hegemonía y acumulación; Transformismo; Valorización financiera.

Abstract

The specific forms assumed by the articulation between consensus and coercion within the
development of the regime of accumulation by financial valorization in Argentina (1976-2001), is
one of the central problems and questions that go through our recent history. Based on previous
research advances, we will try to contribute to the still unfinished task of reconstructing in depth
the evolution, occurred since the last civil-military dictatorship, of those devices oriented to the
construction of consensus and hegemony. In general, and as in Eduardo Basualdo's interpretation
–structured around the translation of the Gramscian concept of transformationism– the
ideological dimension, and especially the role of intellectuals and experts - occupy a secondary
place. However, as we will try to discuss in this work, the study of the devices (essentially
discursive) constructed by neoliberal economists assumes a significant importance at the moment
of understanding how financial valorization - essentially excluding accumulation regime in social
terms - achieved social and political sustainability from the democratic period initiated in 1983.
Keywords: Hegemony and Accumulation; Transformism; Financial Valorization.

Fecha de recepción: 22 de marzo de 2019


Fecha de aceptación: 8 de junio de 2019
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Santiago Gerchunoff

Hegemonía y acumulación: transformismo y valorización


financiera del capital en el análisis de Eduardo Basualdo

Santiago Gerchunoff

Introducción

La finalización de la última dictadura cívico-militar en Argentina ocurrió -paradójicamente-


junto al desarrollo de la valorización financiera como dinámica dominante de acumulación
capitalista. Dando inicio así, a un profundo debate centrado en la aparente escisión entre el
desarrollo de las políticas de ajuste económico –consolidando el proceso de desindustrialización
y concentración del ingreso iniciado con la dictadura– y las profundas aspiraciones democráticas
impulsadas por el amplio pueblo argentino tras sufrir la larga noche dictatorial. Como bien
sostiene Thwaites Rey, “la aparente ´autonomización´ de los aspectos económicos (miseria y
exclusión) respecto de los políticos (voto universal y libertades públicas) parecería marcar una
fuente de innumerables interrogantes a la hora de pensar el futuro de las sociedades
pauperizadas” (2007: 132). En ese marco, los trabajos de Basualdo (2010, 2011) preocupados por
responder a este conjunto de interrogantes, poseen la virtud de conducir sus esfuerzos teóricos y
metodológicos a intentar articular lo económico y lo político al interior de sus análisis históricos:
para ello, utiliza las categorías régimen de acumulación y sistema político de dominación.

En este marco de preocupaciones, el presente artículo se propone dos objetivos


fundamentales. En primer lugar, retomando los aportes que consideramos más relevantes al
respecto, nos proponemos resaltar la importancia de articular lo económico y lo político al
interior de los estudios históricos, a partir del vínculo entre las categorías de hegemonía y
acumulación. En segundo lugar, y como objetivo principal, analizar críticamente la utilización
del concepto gramsciano de transformismo por parte de Basualdo, subrayando sus límites y
contradicciones internas y fundamentando desde allí la importancia de incorporar en el análisis
histórico de la valorización financiera el rol de las ideas, de aquellos actores y discursos
esenciales en la construcción de hegemonía. Intentaremos entonces defender la hipótesis, siempre
provisoria, de que la comprensión de las razones que posibilitaron la sustentabilidad social y
política de la valorización financiera requiere de un estudio genealógico de los dispositivos de
construcción de consenso iniciados desde la última dictadura cívico-militar.

Entre 1976 y 2001, sostiene Basualdo –y coincidimos en este caso con él–, la historia
económica y social argentina estuvo condicionada por el predominio estructural de la
valorización financiera, implantada durante la última dictadura cívico-militar y consolidada
durante los gobiernos de Alfonsín, Menem y De la Rúa. Entre los años 1983 y 2001, en efecto, el
régimen de acumulación por valorización financiera –esencialmente excluyente y agresivo con
los sectores populares– convivió con un sistema político democrático. Para explicar este
fenómeno –la sustentabilidad social de la valorización financiera– y en efecto, la ausencia de una
extendida y profunda reacción político-social ante las devastadoras consecuencias sociales de las
políticas de “ajuste y austeridad”, Basualdo utiliza, no sin contradicciones, el concepto de


Licenciado en Historia (Universidad Nacional de Córdoba) - Centro de Investigaciones “María Saleme de
Burnichon” - Facultad de Filosofía y Humanidades, Argentina. Email: santigerchunoff@gmail.com
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transformismo acuñado por Gramsci. Una vez agotada la opción represiva predominante entre
1976 y 1983, sostiene el autor, el transformismo fue la estrategia que estructuró el sistema
político durante el período democrático y permitió a las clases dominantes argentinas inhibir una
reacción política popular de largo alcance.

Hasta el momento las críticas a los análisis de Basualdo se han centrado,


predominantemente, sobre un conjunto de problemas asociados a los conceptos complementarios
de valorización financiera y desindustrialización desarrollados por el autor, con particular énfasis
en sus aspectos económicos. Las mismas, pueden ser divididas en dos grandes tradiciones dentro
del campo académico: uno nucleado en torno a Iñigo Carrera y su centro de estudios (Sartelli,
Kabat et al., 1998; Fitzsimons, 2012; Pérez Álvarez, 2013;); y otro conducido por Alberto Bonnet
y la corriente de “marxismo abierto” (Grigera, 2011 y 2012 y Piva, 2007). En términos generales,
las mencionadas críticas se centran en dos puntos centrales. Por un lado, quienes insisten en el
argumento de que el concepto mismo de valorización financiera, base de la explicación de
Basualdo, es inconsistente teóricamente, pues la producción de valor y la apropiación de una
parte del mismo por parte del capital (plusvalor) se generan siempre en ámbito de la producción,
en tanto la única mercancía capaz de crear nuevo valor es la fuerza de trabajo (Bonnet, 2007;
Fitzsimons, 2012). Por otro lado, el conjunto de fenómenos que Basualdo condensa en el
concepto de “desindustrialización”, es comprendido por aquellas interpretaciones críticas (a pesar
de sus diferencias), como un proceso de reestructuración industrial en favor de la gran industria
(Grigera, 2008, 2011 y 2013; Piva, 2007; Sartelli, Kabat et al., 1998)1. Sostienen, en efecto, que
la progresiva disminución cuantitativa del número de establecimientos fabriles corresponde a un
proceso global (con consecuencias locales) de concentración y centralización del capital, más no
a una desindustrialización deliberada impulsada por la oligarquía diversificada y sus
representantes estatales, como expresa Basualdo.

Nuestro análisis crítico, a diferencia de los anteriores, no se centrará en el concepto de


desindustrialización asociado al de valorización financiera, sino en la particular forma de
articulación entre economía y política que subyace al concepto de transformismo argentino
utilizado por el autor. El mismo, según veremos en detalle, supone una relación excesivamente
lineal entre clases dominantes y Estado, subordinando el complejo rol de mediación ejercido por
intelectuales y expertos (Camou, 1997; Neiburg y Plotkin, 2004), descartando toda construcción
de consenso al interior del período represivo (1976-1983) y reduciendo el ejercicio de la
hegemonía en el período democrático a la mera cooptación material y corrupción de funcionarios
estatales y dirigentes políticos. La necesidad de incorporar el rol de las ideas y la construcción de
hegemonía durante el desarrollo de la valorización financiera se desprende en este artículo de una
crítica interna al concepto gramsciano de transformismo utilizado por Basualdo, intentando de
ese modo contribuir a la realización de futuros estudios empíricos –lo cual no podremos efectuar
aquí por razones de pertinencia y espacio– que permitan validar u objetar nuestra propuesta
analítica.

1
Piva (2007), Bonnet (2007) y Grigera (2012), consideran que este proceso de concentración industrial iniciado en
1976, a su vez, se profundiza a partir de 1989, expresando una violenta reestructuración del modo de acumulación
capitalista, sustentado en el disciplinamiento del capital sobre el trabajo a través de la apertura indiscriminada al
mercado mundial, el aumento de la productividad y el endeudamiento externo.
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La importancia asumida por la intelectualidad neoliberal desde la última dictadura cívico-


militar en adelante ha sido señalada por distintos trabajos de investigación. En conjunto, pese a
las perspectivas e intereses diversos, estos trabajos han esclarecido, en términos generales, tres
elementos centrales: a) a partir de mediados de los años 70, se inicia un progresivo avance de los
economistas profesionales tanto en su prestigio e influencia sobre el conjunto social, como en su
inserción al interior de la estructura estatal, consolidándose en su función de conductores técnicos
y/o consejeros permanentes de funcionarios y dirigentes (Heredia, 2002, 2011, 2013 y 2015); b)
hay un diálogo complejo, dinámico e incluso conflictivo entre intelectuales y poder
gubernamental, tanto en democracia como en dictadura, aun cuando la totalidad de la
intelectualidad neoliberal no sólo justificó, sino incluso participó activamente de la construcción
del gobierno cívico-militar (Vicente, 2011 y 2015; Morresi, 2009); y c) existe una profunda
intención performativa de los discursos y diagnósticos elaborados por lo economistas a partir de
los supuestos teóricos y políticos de la programática neoliberal, la cual se articuló con antiguas
tradiciones del pensamiento económico internacional y local (Friedman, 2008; Ramírez, 1999 y
2007). Pese a la multiplicidad de interrogantes que aún quedan por responder, el presente trabajo
se propone sólo realizar un análisis crítico de la conceptualización de Basualdo, a fin de
contribuir a los esfuerzos ya realizados por los estudios precedentes, por articular –de modo
teórica y metodológicamente consistente– lo económico y lo político, en tanto dimensiones co-
constitutivas de realidad social.

Así pues, para poder desarrollar los elementos que hemos expresado como esenciales a
nuestra problemática, hemos decidido estructurar nuestro relato dividiendo el argumento en tres
partes. En primer lugar, intentaremos delimitar, recuperando los aportes de distintos autores, los
elementos centrales que hacen al vínculo entre los conceptos de hegemonía y acumulación de
capital, justificando desde allí la importancia de incorporar el análisis político-ideológico al
estudio del desarrollo histórico de la valorización financiera en Argentina. En segundo lugar,
ingresando ya más plenamente en nuestro problema, realizaremos una descripción sintética de la
aplicación del concepto de transformismo en los estudios de Eduardo Basualdo. En base a dicha
descripción, nos conduciremos al tercer y último momento del trabajo, en el cual expondremos
las limitaciones y contradicciones teóricas y analíticas que, desde nuestra mirada, subyacen a la
aplicación del concepto de transformismo. Intentaremos con ello esbozar algunas hipótesis,
siempre provisorias, orientadas a complementar los aportes que Basualdo ha realizado al campo
de la economía política argentina.

Acumulación y hegemonía: economía y política como dimensiones co-constitutivas de la


realidad social

El vínculo entre hegemonía y acumulación se funda, siguiendo a Piva (2007), en la relación


estructural entre reproducción ampliada del capital y reproducción del todo social, pues según
exponía el mismo Marx, así como la reproducción simple reproduce continuamente la relación
antagónica entre capital y trabajo, “la reproducción en escala ampliada, es decir la acumulación,
reproduce la relación capitalista en escala ampliada: más capitalistas o más grandes en este polo,
más asalariados en aquél” (Marx, 2004: 761; cursivas en el original). En efecto, la reproducción
del capital a escala ampliada implica siempre y necesariamente la reproducción incesante de
todas las clases (y fracciones de clase), de la subsunción real del trabajo al capital. Sin embargo,
el vínculo entre acumulación y hegemonía no es un fenómeno abstracto, ahistórico. En tanto la
hegemonía implica lucha política, lucha de clases -en y a través del campo estatal- produce
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movimientos constantes sobre la realidad político-económica. En efecto, el modo de producción


capitalista ha asumido múltiples formas a lo largo del tiempo y el espacio, en función no sólo de
los resultados históricos que han dejado las disputas por la hegemonía entre clases y fracciones de
clase, sino de los condicionamientos estructurales al interior de los cuales aquellas tuvieron lugar
(Arceo, 2003; Saiz, 2011).

En ese marco, con la finalidad de comprender las formas históricamente variables de la


acumulación capitalista, y al mismo tiempo, el carácter socialmente estructurado de la misma, la
noción de régimen de acumulación, como ha sido definida por Arceo (2003) y Basualdo (2007),
supone necesariamente la articulación entre dimensiones político-ideológicas –sintetizadas aquí
bajo el concepto de hegemonía– y dimensiones económico-sociales –expresadas bajo el concepto
de acumulación. Según sostiene Arceo, el estudio de la forma espacial y temporalmente situada
de la acumulación capitalista debe iniciarse, antes que nada, con el estudio del modo en que la
economía local se inserta en la economía internacional. En efecto, una vez incorporada esta
variable, afirma el autor, las características del modo de acumulación dependen de la estructura
económico-social, de las luchas políticas y sociales que fueron conformando esa estructura y de
la composición del bloque de clases que deviene dominante y que impone un sendero de
acumulación acorde con sus intereses. El lugar central que ocupa la composición del bloque de
clases dominante en la configuración del modo de acumulación determina que, una vez
consolidado éste, el devenir histórico concreto aparezca ineluctablemente subordinado, en sus
grandes rasgos, a las exigencias que plantea su reproducción ampliada, que no son sino el reflejo
de la lógica de maximización de beneficios del bloque dominante resultante de sus características
y de las condiciones históricas específicas en que se desenvuelve (Arceo, 2003: 19).

En Arceo y en Basualdo, la hegemonía es incorporada como elemento constitutivo al


proceso de acumulación capitalista, aunque aparece asociada casi exclusivamente al control del
Estado por parte de una fracción del bloque social dominante. De allí que, utilizando los
conceptos de los mencionados autores, creemos que, para una comprensión más acabada de la
forma que asumió el vínculo entre acumulación y hegemonía durante el período de la
valorización financiera, es necesario ampliar este último concepto, en el sentido marcado por
Gramsci. En efecto, en tanto el objetivo es demostrar el carácter socialmente estructurado de la
acumulación capitalista, el estudio de las estrategias destinadas a convertir en interés general o
universal los intereses de un grupo particular, como así las disputas por la forma específica que
adquiere dicho universal, asume una importancia teórica sustancial: los acuerdos y compromisos
(institucionalizados o no) entre gobernantes y gobernados, los consensos sedimentados en hábitos
y formas de razonamiento, permiten, entre otros elementos, otorgarle estabilidad a la
reproducción ampliada de los intereses del bloque social dominante.

En efecto, el estudio de la relación entre hegemonía y acumulación es el estudio de la forma


en que se viabiliza, históricamente, la reproducción de las relaciones sociales que posibilitan la
reproducción ampliada del capital; pues no puede ocurrir el fenómeno de la valorización si no se
reproduce, día tras día, la subsunción real del trabajo al capital. Retomando las reflexiones
surgidas tras la recuperación democrática, Portantiero (1999) sostenía que “cada forma estatal es
un modo particular de nexo entre economía y política” y en efecto, “el análisis del Estado no se
agota en la descripción de su funcionamiento como modelo de acumulación, sino que requiere
también ser pensado como modelo de hegemonía” (1999: 47). El estudio históricamente situado
de la relación entre ambos conceptos implica entonces, el estudio concreto de las múltiples
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estrategias y dispositivos construidos por los sectores dominantes orientados a construir y


extender el consenso espontáneo de las clases subalternas, haciendo devenir la concepción
particular en sentido común (Cóspito, 2016). En parte, a esto se refería Williams cuando afirmaba
que la hegemonía, no sólo articula los valores y creencias que la clase dominante propaga, sino
que además y, esencialmente, comprende las relaciones de subordinación, bajo sus formas de
conciencia práctica, como una saturación efectiva del proceso de la vida en su totalidad; no
solamente de la actividad política y económica, ni solamente de la actividad social manifiesta,
sino de toda la sustancia de identidades y de las relaciones vividas, a una profundidad tal que las
presiones y límites lo que puede ser considerado en última instancia como un sistema cultural,
político y económico, nos da la impresión a la mayoría de nosotros de ser las presiones y límites
de la simple experiencia y del sentido común (Williams, 1977: 147).

Así pues, partiendo de la base de que la hegemonía no es un campo inerte, carente de


dinámica y movimiento, sino que condiciona y es condicionado, al mismo momento, por el
desenvolvimiento del conflicto entre clases y fracciones de clase2, el estudio de la particular
forma en que economía y política se funden en el modo específico –e históricamente situado– del
compromiso entre gobernantes y gobernados, radica una de las claves para comprender tanto la
capacidad de reproducción y estabilidad de determinada dinámica de valorización de capital,
como así sus límites y contradicciones. Según veremos, para profundizar en las formas que
asumió la relación consenso/coerción durante el desarrollo de la valorización financiera
(incluyendo el período dictatorial) y en efecto, para profundizar en el estudio de las estrategias
que posibilitaron la sustentabilidad social y política de un régimen de acumulación esencialmente
regresivo y excluyente, proponemos incorporar el rol de los intelectuales y expertos en tanto
formadores de nuevos dispositivos hegemónicos, estructurados a partir de la programática ético-
política neoliberal.

La utilización del concepto de transformismo por parte de Basualdo, en este marco, no es


casual; pues, según afirma Cóspito (2016), los principales conceptos gramscianos se han forjado
en base a una preocupación esencial: los vínculos, complejos y cambiantes, entre economía y
política en el desarrollo de las sociedades capitalistas. En líneas generales, el término
transformismo define al proceso de absorción gradual pero continua de los intelectuales de los
sectores populares –aliados e incluso enemigos a la fuerza política dominante– al conjunto de las
élites políticas e intelectuales, es decir, al área de influencia ideológica y política de la
intelectualidad orgánica a las clases dominantes. En sus propias palabras, la elaboración de una
clase dominante cada vez más amplia en los términos fijados por el Partido de los Moderados –
expresión política dominante–, era la manifestación parlamentaria (absorción y cooptación de
dirigentes) “de esa acción hegemónica intelectual, moral y política” (Gramsci, 1980: 99).

La aplicación de este concepto por el propio intelectual italiano, sin embargo, no reconoce
una coherencia sistemática. La reelaboración continua que Gramsci efectuaba sobre sus
conceptos, en correspondencia con las diversas etapas y ritmos que asumió su pensamiento
(Cóspito, 2016), hace inviable todo intento de definirlos sin fisuras. La categoría que aquí nos
ocupa es expresión acabada de ello, presentando acepciones distintas según el momento en que
Gramsci se dispuso a repensar el fenómeno de la unificación de las ciudades-estado italianas,
proceso conocido como Risorgimento. De modo sintético, es posible identificar dos acepciones

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Para profundizar en ello, véase Saiz (2011).
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fundamentales, íntimamente vinculadas, pero distintas. Por un lado, el transformismo es asociado


a una particular forma de garantizar -a través del Estado- la subordinación de las clases populares
durante el proceso de Unificación, conducido por los sectores dominantes. La exclusión de las
demandas de los sectores subalternos en aquel proceso –según el análisis de Gramsci– ocurre a
partir de la incorporación de sus dirigentes políticos e intelectuales al Partido de los Moderados,
orgánico al bloque social dominante. Incorporación que implicaba, al mismo tiempo, la
progresiva “decapitación” de los sectores populares, aniquilando de ese modo sus posibilidades
de influencia práctica en el proceso de construcción del Estado moderno. La difusa frontera entre
coerción y consenso es elemento distintivo de la estrategia transformista, aunque en esta primera
acepción se resalte el carácter coercitivo de la misma. El problema aparece cuando, en otro pasaje
dedicado al análisis del Risorgimento, el intelectual italiano afirma que:

en la política de los moderados se ve claramente que puede y debe haber una


actividad hegemónica aun antes de la toma del poder y que no es preciso contar
únicamente con la fuerza material que da el poder para ejercer una dirección eficaz:
precisamente la brillante resolución de estos problemas posibilitó el Risorgimento en
las formas y en los límites en que se llevó como ‘revolución pasiva […] (Gramsci,
1980: 100).

En este marco, un párrafo más adelante continúa Gramsci: “¿en qué forma y con qué
medios lograron los moderados establecer el aparato de su hegemonía intelectual, moral y
política? En formas y con medios que pueden llamarse “liberales”, es decir, a través de la
iniciativa individual, ‘molecular’, privada (Gramsci, 1980:100; cursivas nuestras). El concepto
transformismo asume aquí una acepción diferente a la anterior: la exclusión de las demandas
populares, su “decapitación” vía cooptación, es fundamentalmente lograda por la atracción
ideológica que los intelectuales conservadores producían de modo espontáneo en el conjunto de
intelectuales vinculados a los sectores populares. Esta tensión conceptual no es acabadamente
presentada por Portelli (1973), autor al que Basualdo refiere al momento de explicitar la
categoría. Si bien Portelli indica claramente que aquella categoría importa una particular
articulación entre coerción y consenso –ante todo, una articulación difusa–, el autor hace
hincapié en la acepción coercitiva, definiéndola entonces como una particular estrategia de
dominación que, al excluir la utilización del aparato represivo del Estado, se sustenta en la
incorporación de los intelectuales y dirigentes de las clases subalternas a la fuerza política
orgánica a las clases dominantes. Cumpliendo con la función de dominación mas no de
dirección, insiste Portelli, la burguesía italiana había obviado a través de la estrategia
transformista, la tarea política de construir consenso y “verdadera” hegemonía. Sin embargo,
como bien expone Gramsci, la aversión de la burguesía italiana a ejercer, ella misma, la función
de dirección hegemónica sobre las clases populares, la condujo a “delegar” aquella tarea en el
Estado de Piamonte y la “minoría heroica” que yacía en su interior: el Partido de los moderados.

Gramsci en Eduardo Basualdo: Transformismo y valorización financiera del capital

El modo de acumulación implementado a partir de 1976 asumió un funcionamiento que se


sostendrá, a grandes rasgos, durante todo el período analizado. Concretamente, siguiendo los
estudios de Azpiazu, Basualdo y Khavisse (1986) y Basualdo (2013), la valorización financiera
comienza a funcionar como patrón dominante de acumulación cuando la Reforma Financiera,
impulsada a principios de 1977, converge con las políticas de apertura del mercado de bienes y
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de capitales; pues como consecuencia de ello, los productos importados erosionaron, vía precios,
la producción interna y, mediante la liberalización de sistema financiero, irrumpió el fenómeno
del endeudamiento público y privado. Sintéticamente, según la interpretación de Basualdo, el
nuevo patrón de acumulación se organizó en torno a la apropiación –vía renta financiera– de la
redistribución del ingreso en contra de los trabajadores, articulando de modo estructural el
fenómeno del endeudamiento externo con el de la fuga de capitales. En efecto, las fracciones del
capital dominantes contraían deuda externa con la finalidad específica de convertirla en activos
financieros al interior del mercado local, valorizando los mismos a partir de la existencia de un
diferencial positivo entre la tasa de interés interna y la internacional. Finalmente y como parte de
la misma dinámica de valorización, las ganancias se fugaban al exterior. La intervención del
Estado resultó central para garantizar este proceso mediante diversos mecanismos, entre los
cuales se destacaron el financiamiento de la fuga de capitales a través del endeudamiento externo
del sector público y el sostenimiento de la tasa de interés en un valor más alto que el
internacional, a través del endeudamiento en el mercado local. Las consecuencias sociales y
económicas de esta dinámica de valorización fueron profundas: entre 1976 y 1983 el cierre de
fábricas industriales alcanza los 120.000, la caída de la ocupación industrial es del 35% y el PBI
industrial pasa de representar el 26,9% del PBI total en 1976 a caer hasta el 23,8 en 1983
(Azpiazu y Schorr, 2010). Durante el alfonsinismo y el menemismo todos los datos continúan
con una tendencia declinante3.

Las características que asumió el sistema político de dominación en Argentina durante el


largo período de la valorización financiera, especialmente durante el subperíodo 1983-2001, son
asimilables para Basualdo (2010; 2011) a las que adquirió el Estado en Italia durante el
Risorgimento. Por ese motivo, denominó al tipo de sistema político nacido durante ese período
como transformismo argentino. Analizaremos aquí sintéticamente, por razones de espacio, su
significado y las fases de su evolución histórica. Veremos luego, para cerrar, algunos de los
problemas que este concepto tiene y cuáles son sus orígenes, intentando esbozar una propuesta
resolutiva a fin de complementar el original análisis de Basualdo.

El nacimiento de la valorización financiera y el transformismo reconocen en la última


dictadura militar su momento fundacional; la primera, nace allí con las primeras políticas
económicas del totalitarismo castrense, y el segundo, si bien se desarrolla durante los gobiernos
democráticos, no puede comprenderse sin la profunda reestructuración política ocurrida a partir
de la implementación del terrorismo de estado. La dictadura cívico-militar fue, sin lugar a duda,
el proceso histórico fundador de las estructuras políticas y económicas esenciales a la sociedad
argentina hasta, por lo menos, el año 2001. Para Basualdo, la dictadura impuesta en Marzo de
1976 había asumido dos grandes tareas sumadas al aniquilamiento del “enemigo político
interno”. Por un lado, interrumpir el proceso de industrialización sustitutiva de importaciones que
era predominante hasta ese momento, a fin de quebrar con un tipo de organización socio-
económica y política que era leída por las autoridades cívico-militares como enfermiza y causante

3
Durante el primer gobierno democrático, la participación de los asalariados en el ingreso nacional, pese al breve
intento redistributivo de Grinspun, no superó el 30%, lo cual implicó una caída del 12% en comparación al período
1970-1975 (Basualdo, 2013). Los primeros años del gobierno menemista, signados por la salida de la hiperinflación,
permitieron un leve aumento en la participación de los asalariados en el ingreso, sin embargo, las políticas de ajuste
estructural implicaron que desde 1994 en adelante, la tendencia sea nuevamente descendente, llegando a un punto
crítico durante el último período de Menem y el corto gobierno de la Alianza, durante el cual el índice referido llegó
al 26%, sumado a un aumento exponencial de la desocupación y el trabajo no registrado (Basualdo, 2013).
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de la “decadencia ininterrumpida” del país; y por otro lado, echar las bases para el desarrollo de
una nueva forma de acumulación capitalista, caracterizada por la valorización financiera. En este
esquema de análisis propuesto por Basualdo, la función y jerarquía de los actores se vuelve
evidente: las clases dominantes delegaron en la casta militar, casi sin mediaciones, las tareas de
suprimir la conflictividad política e interrumpir la industrialización sustitutiva de importaciones,
delegando en los intelectuales y expertos neoliberales la tarea de conducir técnicamente el
proceso de transición de un régimen de acumulación a otro.

Pasado el momento dictatorial, el primer gobierno democrático recibió un país


completamente transformado. En esos años, hemos dicho, sucedió la interrupción abrupta de la
industrialización y el inicio de un nuevo régimen social de acumulación, junto a la eliminación
física –y el amedrentamiento moral– perpetrada sobre los principales dirigentes del peronismo
combativo y la izquierda, tanto en el ámbito gremial como partidario y estudiantil. En
consecuencia, como resultado de ese proceso, afirma Basualdo, se había modificado el bloque de
poder dominante, donde la nueva alianza constituida por los grupos económicos locales (oligarquía
diversificada), y los acreedores externos (entidades financieras internacionales) desplaza,
violentamente, a la alianza poli-clasista entre empresarios y trabajadores nacionales que había
sostenido el proceso de industrialización durante décadas. Lógicamente, el surgimiento de un
nueva alianza entre fracciones del capital, conducidas por la oligarquía diversificada, se desarrolló
al mismo tiempo que las modificaciones ocurridas en la estructura económica: el paso de una
economía sostenida en el vínculo interdependiente entre valorización del capital y poder
adquisitivo del salario a una, surgida tras el golpe cívico-militar, donde el proceso de valorización
del capital ya no dependía del poder adquisitivo del salario y el mercado interno sino, más bien, del
férreo control sobre el Estado y sus políticas económicas.

En base a esta realidad político-económica, comenzó rápidamente a conformarse un sistema


político de dominación orientado a, como hemos dicho, compatibilizar un sistema de gobierno
político constitucional con un patrón de acumulación fuertemente regresivo y excluyente. Así
pues, sostiene Basualdo:

[…] agotada la represión e interrumpida la industrialización sustitutiva, la opción de


los sectores dominantes fue avanzar en la redefinición del sistema político y de la
sociedad civil mediante una estrategia negativa que continúa la tarea dictatorial, pero
a través de otros medios. Es negativa, porque no pretende construir consenso sino
impedir la organización de los grupos subalternos, inhibiendo su capacidad de
cuestionamiento. Sin embargo, ya no se trataba de hacerlo mediante la represión y el
aniquilamiento sino a través de un proceso de integración de las conducciones
políticas y sociales de los movimientos populares […] (Basualdo, 2011: 43).

Las clases dominantes, continua Basualdo, fueron quienes, sin mediación alguna,
intervinieron en el sistema político argentino a fin otorgarle un modo de funcionamiento que
cumpla y amplifique las exigencias específicas de su reproducción ampliada. La estrategia
esencial para cumplir con este objetivo fue la de cooptar materialmente a los funcionarios y
miembros del Parlamento pertenecientes a los dos partidos mayoritarios del país –peronismo y
radicalismo– introduciéndolos en la lógica de valorización financiera y haciéndolos cómplices
directos de sus trágicas consecuencias sobre el bienestar social. Así, sueldos elevados y,
principalmente, la corrupción fueron los instrumentos esenciales para la conformación del
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transformismo argentino. Se inició entonces, con estos métodos, el proceso de incorporación de


los principales dirigentes de los sectores populares a un sistema político controlado por la
fracción dominante del capital: sus primeras expresiones fueron aquellas reuniones entre
empresarios, sindicatos y dirigentes políticos que decantó en el llamado “grupo de los 20” y
luego reducido al “grupo de los 8” por iniciativa de la Sociedad Rural. Estos vínculos fundantes
del transformismo argentino tenían, sin embargo, un modus operandi más privado y oculto que
público y trasparente, pues los permanentes acuerdos entre empresarios y funcionarios estatales
para dar vía libre o garantizar la rentabilidad de ciertos negocios, debían mantenerse en las
sombras. En efecto, según la explicación de Basualdo (2011: 65), además de los agrupamientos
de entidades empresariales para enfrentar la política económica del gobierno de Raúl Alfonsín,
existió otra forma de relación entre empresarios y gobierno, de igual importancia que la anterior,
que consistió, en palabras del autor, en la estrecha vinculación que mantuvieron los principales
propietarios de los grandes grupos económicos locales y algunos conglomerados extranjeros, con
un conjunto de funcionarios que tenían especial importancia gubernamental y partidaria. El sector
político más activo fue la denominada Junta Coordinadora Nacional, considerada como el “ala
jacobina” del partido de gobierno, junto al canciller Dante Caputo, el Secretario de Industria
Carlos Lacera, etc., mientras que por el lado empresario participaron Ricardo Gruneisen (grupo
Astra), Gregorio Pérez Companc (grupo Pérez Companc), Carlos Bulgheroni (grupo Bridas),
Eduardo Oxenford (conglomerado extranjero Alpargatas), etc. (Basualdo, 2011: 65-66).

Entre los años 1983 y 1989 entonces, la estrategia transformista nacida del vínculo entre
empresarios y funcionarios estatales permitió la consolidación de la valorización financiera. El
final de este subperíodo, siguiendo el análisis del autor, se inicia con la hiperinflación de 1989,
fenómeno que expresó, en términos económicos, la fuerte disputa política ocurrida al interior de
las fracciones dominantes del capital. El contenido de la discordia tenía origen en el fuerte grado
de inserción y control ejercido sobre el Estado por parte de los grupos económicos locales, frente
a la escasa incidencia que, en términos comparativos, tenían los acreedores externos y ciertos
exponentes de los conglomerados extranjeros. En efecto, la fracción excluida de los privilegiados
vínculos con el poder político consideraba un verdadero escollo al desarrollo de la valorización
financiera la tendencia del Estado argentino a privilegiar los intereses de los grupos concentrados
del capital local. Al mismo tiempo, sostiene Basualdo, la hiperinflación también significó una
reestructuración profunda en la redistribución del ingreso que implicó en este caso, y no como
anteriores disputas distributivas, una redefinición del vínculo entre capital y trabajo, en claro
detrimento de este último: pues el despliegue de la valorización financiera necesitaba profundizar
el avasallamiento político y económico hacia los trabajadores. Todo ello, es decir, la solución
(aunque parcial e inestable) del conflicto ocurrido al interior de los sectores dominantes y la
profundización del transformismo, a fin expandir y profundizar el desarrollo de la valorización
financiera, ocurrirá bajo el gobierno peronista de Carlos Menem.

Rápidamente, se iniciaron ambos procesos. La Ley de Reforma del Estado posibilitó la


privatización de importantes activos del Estado, algunos de ellos, con una enorme rentabilidad
potencial. Con esto, el gobierno logró resolver gran parte del conflicto al interior de las clases
dominantes, permitiendo que la transferencia de los activos públicos a manos de fracciones
dominantes del capital se haga de modo “mixto”, es decir, incluyendo tanto al capital
concentrado local como a los acreedores externos. Así, cuando las reformas del Estado se
conjugaron, primero, con la Ley de Emergencia Económica destinada a eliminar distintos
subsidios y trasferencias desde el sector público, y segundo, con la Ley de Convertibilidad y la
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negociación del Plan Brady –todo lo cual reiniciaba el ciclo del modo de reproducción del capital
predominante–, la crisis iniciada en 1989 con la hiperinflación culminó y la consolidación del
nuevo sistema político devino en una urgencia para las clases dominantes. La profundización del
nuevo régimen de acumulación precisaba al mismo tiempo la profundización de la nueva
estrategia de dominación. La maduración del transformismo llegó cuando la incorporación del
bipartidismo argentino –el Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical– fue prácticamente
absoluta.

Límites y ausencias del concepto transformismo argentino.

Hasta aquí, hemos presentado, sintéticamente, la definición del concepto gramsciano de


transformismo –tanto las preocupaciones esenciales que le dieron origen como su doble acepción
terminológica–, las razones de su utilización por parte de Basualdo y, finalmente, la
periodización histórica del vínculo entre la estrategia transformista de dominación y el desarrollo
de la valorización financiera propuestas por el autor de referencia. Intentaremos ahora presentar
dos problemas esenciales que, a nuestro criterio, se desprenden de la particular traducción a este
concepto, elaborado por Basualdo momento de estudiar la realidad argentina.

El primer problema surge de la forma en que interpreta al concepto y, en efecto, las


consecuencias que de ella se desprenden al momento del análisis empírico. Según hemos
advertido más arriba, la categoría acuñada por Gramsci posee en su interior una doble acepción:
por un lado, como construcción de un consenso ideológico restringido a los intelectuales, a partir
del cual se inhibe la representación de los sectores populares en el Parlamento, y, por otro lado,
como mera estrategia de cooptación coercitiva expresada al interior del palacio legislativo,
referida a la incorporación progresiva al Partido de los Moderados de aquellos referentes políticos
inscriptos en organizaciones enemigas u opositoras. En el primer caso, el estudio de la estrategia
transformista implica necesariamente profundizar en los dispositivos de construcción de
hegemonía; en el segundo, los mecanismos de cooptación y dominio que impidieran la expresión
políticas de las demandas populares. En la aplicación del concepto que realiza Basualdo, el
transformismo está directamente asociado a una particular forma de dominación coercitiva y
donde la construcción de consenso, al ser limitada, no asume una importancia determinante. Lo
importante de observar para nosotros de la traducción que hace Basualdo de la categoría, radica
en que, al no otorgarle la trascendencia significativa que la dimensión ideológica y cultural ocupa
en los principales conceptos elaborados por Gramsci, incurre en el error de aplicarlo al caso
argentino sin incorporar a aquellos actores y organismos de la sociedad civil dedicados a la
producción de hegemonía, de sentido común. En efecto, según se desprende su análisis histórico,
el transformismo es asociado directamente a la cooptación material ejercida por las fracciones
dominantes del capital sobre los dirigentes de los partidos políticos con mayor incidencia
popular, a fin de corromperlos moral e ideológicamente y así impedir la representación
parlamentaria de las demandas originadas en los sectores subalternos. Subyace, en esta particular
forma de aplicar la categoría de Gramsci a la experiencia histórica argentina, una relación
exageradamente lineal entre fracciones dominantes del capital y Estado, como así el presupuesto
sociológico, ya superado hace algunas décadas, que atribuye a las clases sociales la plena
conciencia de sus intereses económicos y políticos.

El transformismo argentino, tal como lo ha definido Basualdo (2011, 2013), supone


entonces una estrategia política pergeñada e implementada casi en su totalidad por las clases
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dominantes, capaces de reestructurar el sistema político de dominación una vez agotado el


régimen autoritario, ajustándolo a las exigencias esenciales del nuevo patrón de acumulación: el
progresivo avasallamiento sobre el salario y el bienestar social de los trabajadores argentinos que
implicaba, necesariamente, el desarrollo de la valorización financiera, precisaba de reducir
significativamente –a fin de lograr sustentabilidad– la capacidad de organización y resistencia
política del movimiento obrero. En el esquema de Basualdo entonces, una vez agotado el
dispositivo represivo característico del régimen autoritario, la cooptación material o corrupción
de los dirigentes políticos por parte de las principales firmas empresarias, emergió como la
estrategia primordial orientada a bloquear las demandas populares en el Estado y garantizar, de
esa manera, la reproducción y expansión del modelo de acumulación. Los sujetos claves de la
reformulación del sistema de dominación hegemónica, entonces, fueron las fracciones
dominantes del capital4, especialmente de los grupos económicos locales, cuyos lazos con el
sistema político se habían estrechado como nunca desde el inicio de la dictadura cívico-militar.

En base a esta interpretación que reduce transformismo a corrupción y atribuye a las clases
dominantes plena conciencia de sus intereses, Basualdo le otorga un lugar más que secundario a
la ideología y la construcción de consenso hegemónico: de allí que, a nuestro criterio, los
importantes aportes que el autor ha realizado, desde la economía política, a la comprensión del
período histórico en cuestión, carecen sin embargo, de un pertinente estudio sobre los roles o
funciones cumplidas por los intelectuales y expertos neoliberales de la economía como
constructores de discursos con intencionalidad hegemónica. En la explicación de Basualdo, la
función de las ideas ocupa un lugar prácticamente inexistente debido a que uno de sus
presupuestos esenciales indica que “en la experiencia argentina no existe un Benedetto Croce que
vincule a los intelectuales autóctonos con los de los países centrales, sino que, en todo caso, la
construcción de una nueva ideología proviene de los países centrales” (Basualdo, 2011:47).

Al respecto, los comentarios críticos de José Nun realizados sobre los ensayos de E.
Basualdo, incorporados en la primera edición del libro por el propio autor, son más que
pertinentes para esclarecernos este problema. Nun, centrado en el cuestionamiento a algunos
presupuestos teóricos y políticos que estructuraron el análisis de Basualdo, se detiene, aunque
muy brevemente, en la aplicación que éste hace del concepto gramsciano de transformismo. Allí
cuestiona, esencialmente, el reduccionismo inscripto en tal aplicación –traduciendo
transformismo como cooptación material– y otorgándole, en efecto, una exagerada importancia a
la práctica de la corrupción política en la conformación del sistema de dominación política
surgida tras la recuperación democrática. En efecto, el politólogo argentino advierte, casi como
una propuesta metodológica, que:

4
Este “esencialismo de clase”, provoca otro problema y es atribuirle un grado de representatividad popular excesivo
al radicalismo y el peronismo de los ochenta y noventa. Según el esquema del autor, la cooptación de dirigentes
radicales y peronistas significó para las clases populares la imposibilidad de reaccionar políticamente ante el
avasallamiento progresivo a sus derechos que provocaba la valorización financiera, significó la decapitación de sus
representantes más directos. Cabe preguntarse seriamente, como bien advierte Nun (2001), si realmente el peronismo
y el radicalismo de los ´80, y sobre todo el de los ´90, luego de la profunda transformación que les imprimió la
última dictadura, debían convertirse naturalmente en los líderes del movimiento popular si no hubieses sido
absorbidos por la clase dominante. Este presupuesto, sin embargo, cierto o no, le es más que necesario para su
esquema de análisis: si se descarta la importancia del elemento ideológico, necesariamente la “sustentabilidad”
política de un régimen de acumulación tan agresivo y excluyente debe buscarse en la “traición” política de dirigentes
y funcionarios.
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[…] contrariamente a aquella hipótesis sociológica convencional, es indiscutible el


enorme peso que múltiples instituciones de derecha (periódicos de gran circulación
incluidos) han tenido en nuestra historia, volviendo plausibles determinadas
interpretaciones de la realidad y no otras y modelando así la visión, las
representaciones y los intereses de clase tanto de los dueños del capital como de
buena parte de las dirigencias sindicales y políticas (Nun en Basualdo, 2001: 113).

Lo que afirma allí Nun es de gran importancia para nosotros, pues efectivamente Basualdo
no incluye en su interpretación sobre el modo en que se articuló lo económico y lo político
durante los primeros gobiernos democráticos, no aparece allí, pues, suficientemente resaltada la
importancia de los diversos organismos de la sociedad civil en la formación de discursos
hegemónicos. Suponemos aquí entonces, que un análisis más profundo sobre la incidencia de la
variable ideológica-discursiva en el proceso de reestructuración económica iniciada con la última
dictadura en Argentina, precisa de otro marco conceptual para lograr de modo más pleno la
resolución de algunas incógnitas que han quedado relativamente subordinadas en el recorrido
analítico trazado por Basualdo. Los intereses económicos y políticos no son percibidos rápida y
acabadamente por las clases o fracciones de clase, como así tampoco los intereses son un reflejo
inmediato de las posiciones objetivas en el campo económico. En efecto, y haciendo nuestras las
palabras de Mariana Heredia (2002), en tanto las clases no se circunscriben únicamente a
atributos socioeconómicos comunes, requieren para expresarse en la esfera pública de portavoces
que decodifiquen la realidad, superen las diferencias que palpitan en su seno y definan sujetos
con experiencias y reclamos coincidentes (Heredia, 2002: 58).

Siguiendo las palabras de la socióloga, el análisis de los intelectuales y expertos


neoliberales de la economía asume como presupuesto que las clases sociales, como bien sabemos
dese los aportes del historiador británico E. P. Thompson (1989), no son un atributo natural de la
realidad social, ni un dato histórico consumado e inmarcesible al movimiento. De modo
contrario, las clases sociales se realizan en el tiempo, se construyen y deconstruyen
permanentemente. En ese proceso de autoconstitución, intervienen múltiples variables, entre
ellas, el conjunto de ideas y discursos orientados a traducir, conceptual y políticamente, las
experiencias de clase, siempre divergentes y caóticas, que ocurren en el devenir histórico;
aquellas ideas que al homogeneizar percepciones e intereses económicos y operar como
codificadores de dicha experiencia, se convierten en una dimensión constitutiva de la lucha
política.

Directamente vinculado a lo anterior, la aplicación del concepto de transformismo que


realiza Basualdo implica una segunda consecuencia analítica que quisiéramos aquí, al menos,
presentar. La periodización propuesta por el autor supone diferenciar claramente dos grandes
momentos en la articulación entre sistema político y régimen de acumulación por valorización
financiera: por un lado, el momento formativo durante la dictadura cívico-militar, donde la
interrupción de la industrialización sustitutiva de importaciones y la imposición de la nueva
dinámica de valorización es garantizada políticamente gracias a la implementación del terrorismo
de Estado; en segundo lugar, el período en el cual la valorización financiera debe convivir con el
régimen democrático, y en el cual, hemos visto, la sustentabilidad política de la misma radica en
la estructuración del transformismo como estrategia de dominación. En efecto, siguiendo el
esquema de Basualdo, durante el período de la dictadura cívico-militar ocurrida entre 1976 y
1983, es exclusivamente la instrumentación del aparato represivo del Estado lo que posibilita la
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implementación del nuevo modelo de acumulación capitalista, excluyendo así del análisis, la
construcción de dispositivos hegemónicos aún al interior de la lógica represiva.

Desde nuestra perspectiva, y en base a lo anteriormente expuesto, entendemos que, si bien


el terrorismo de Estado, innegablemente, fue el mecanismo fundamental a través del cual se
bloqueó la posibilidad de resistencia y oposición a las medidas económicas impuestas por la
dictadura, es imprescindible profundizar en el estudio de la elaboración de un proyecto
hegemónico neoliberal, elaborado en gran medida por intelectuales y expertos de la economía,
que estuvo orientado a construir consenso y legitimidad sobre el nuevo rumbo aplicado a la
política económica. El acercamiento a los diagnósticos esbozados por los intelectuales y expertos
durante la última dictadura cívico-militar permiten afirmar, hipotéticamente, que su particular
lectura sobre la historia económica argentina5 tenía una clara intencionalidad performativa sobre
los discursos y los hábitos de la sociedad argentina. En efecto, la disputa intelectual que el
neoliberalismo inició por la interpretación del período de industrialización sustitutiva contra las
corrientes keynesianas y marxistas no sólo pretendía convertir en “necesaria” la interrupción del
proceso de industrialización6 sino, además, y como parte del mismo objetivo, construir una nueva
subjetividad, una nueva racionalidad neoliberal –tal como la definen Laval y Dardot (2013)–
acorde y funcional a los principios de la economía de libre mercado. Intelectuales y expertos,
sostenemos de modo hipotético, fueron actores claves durante todo el proceso de expansión de la
programática neoliberal, ejerciendo la doble tarea de traducción de los principios elementales del
neoliberalismo austríaco y norteamericano a la realidad nacional y de implementación de una
estrategia de lucha político-ideológica frente a toda expresión –dentro y fuera del Estado– de las
mencionadas “teorías colectivistas”.

El contenido de aquella programática, expuesto aquí de modo excesivamente sintético, se


encuentra definido con especial profundidad por los sociólogos franceses Laval y Dardot (2013;
2016). El neoliberalismo, entendido como nueva racionalidad dominante, si bien nace como
proyecto ideológico entre 1937 con el Coloquio Lippman y 1947 con la Sociedad de Mont-
Pélerin, su momento de expansión desde mediados-fines de los ´70 significó un verdadero “giro
decisivo” (Laval y Dardot: 191-193) durante el cual, aquel proyecto ideológico deviene en
racionalidad hegemónica; es decir, estructuradora y organizadora no sólo las normas de
comportamiento de los gobernantes sino también de los propios gobernados. Dicha racionalidad,

tiene como característica principal la generalización de la competencia como norma


de conducta y de la empresa como norma de subjetivación. […] El neoliberalismo es
la razón del capitalismo contemporáneo, un capitalismo sin el lastre de sus
referencias arcaizantes, y plenamente asumido como construcción histórica y norma
general de la vida. El neoliberalismo se puede definir como el conjunto de discursos,
de las prácticas, de los dispositivos que determinan un nuevo modo de gobierno de
los hombres según el principio universal de la competencia (Laval y Dardot, 2013:
15).

5
La cual, hemos visto, caracterizaba al modelo de la Industrialización Sustitutiva de Importaciones (ISI) como
expresión local de los proyectos colectivistas dominantes a nivel global y como el principal responsable de la
decadencia económica y moral cristalizada trágicamente durante 1975.
6
Para un estudio genealógico sobre la tesis del agotamiento del proceso de industrialización por sustitución de
importaciones, ver Reche (2016). Allí se exponen en detalle las distintas versiones de dicha tesis, a la cual
confluyeron, desde distintos caminos y con objetivos divergentes, desarrollistas, marxistas y liberales.
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La empresa capitalista como norma de subjetivación, es decir, la relación del sujeto consigo
mismo en base a la exigencia de la autovalorización indefinida, y la competencia como principio
ordenador de los vínculos sociales, fueron los elementos fundamentales que constituyeron aquel
“combate político ideológico” conducido por intelectuales y expertos dirigido a provocar la
transformación de aquella argentina decadente, colectivista y totalitaria en un nación de
individuos emprendedores, competitivos y eficientes. Para ello, no bastaba una transformación
político-cultural, pues entre otras cosas, el precio del trabajo y demás mercancías no debían
definirse más de modo “extraeconómico”, el Estado debía modificar rotundamente el sentido de
sus intervenciones conduciéndolas en favor del mercado, y el empresariado nacional abandonar
su dependencia de la protección estatal y transitar el camino de la competitividad. Este era, pues,
el contenido que subyacía a las máximas “cambio estructural” y “transformación cultural”
repetidas por la intelectualidad neoliberal durante todo el período aquí analizado. Desde esta
perspectiva, podemos comprender más acabadamente el sentido imprimido a las políticas de
“Orientación al Consumidor” conducidas por Martínez de Hoz entre 1976 y 1981 orientadas a la
construcción de un “nuevo consumidor”, que como bien expresa Friedman (2008) 7, debía regirse
por el principio del cálculo maximizador y racional que los economistas neoliberales hicieron
emerger de la teoría económica neoclásica. Las iniciativas contenidas en aquella política dirigida
a construir nuevos hábitos de consumo y vínculo social mediante la interiorización de la lógica de
la competencia, indica una primera codificación institucional de los discursos y dispositivos
construidos para la disputa hegemónica que condujeron intelectuales y expertos durante todo el
período signado por la valorización financiera.

En ese sentido, podemos afirmar que, a pesar de las diferencias en el uso del lenguaje, en
las trayectorias y funciones específicas, tanto intelectuales como expertos orientaron sus
discursos a la construcción de un diagnóstico central, que fue el de la supuesta inviabilidad y
agotamiento de la industrialización sustitutiva, como así el modelo social y cultural a ella
vinculado, principalmente desde el peronismo en adelante. La intención de convertir este
diagnóstico central en una verdad socialmente extendida, importaba a su vez, una propuesta hacia
delante: si en Argentina y en el mundo se habían agotado las experiencias “colectivistas”
(socialistas o “populistas”), llegaba la hora de construir de modo definitivo una verdadera
economía de mercado libre, en la cual los procesos de producción, distribución y consumo sean
regidos por el mercado, espacio donde naturalmente y sin arbitrariedades políticas se define la
asignación de recursos. En efecto, la construcción de la economía libre no se agotaba para los
intelectuales y expertos en sustituir el intervencionismo estatal por un Estado constructor de
situaciones de mercado, sino que, al mismo tiempo, la contrainteligencia por ellos impulsada
contra las concepciones “colectivistas” tenía como finalidad iniciar una profunda reconstrucción

7
Sin embargo, debemos aclarar que, según nuestra mirada, la caracterización que realiza Friedman del modelo de
sujeto que pretendió crear la última dictadura como sujeto regido por el modelo de homo economicus, no es
enteramente correcta. Según exponen Laval y Dardot, y acordamos en ello, “el individuo competente y competitivo
es el que busca el modo de maximizar su capital humano en todos los dominios, que no trata únicamente de
proyectarse en el porvenir y calcular sus ganancias y sus costes, como el antiguo hombre económico, sino que
persigue, sobre todo, trabajar sobre sí mismo con el fin de transformarse permanentemente, de mejorar, de volverse
cada vez más eficaz. Lo distintivo de este sujeto es el proceso mismo de mejora de sí al que se es conducido […].
(Laval y Dardot, 2013: 338; cursivas nuestras).
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ética y moral de la sociedad. Sin ésta, la construcción de una economía libre sobre la base de
hábitos y pensamientos “colectivizados” y “colectivizantes” estaba destinada al fracaso.

Sintetizados al extremo, los principales discursos surgidos durante el período dictatorial,


estructurados desde la programática ético-política neoliberal y orientados a nutrir la tesis del
agotamiento e inviabilidad de la ISI y que comenzaron a interceder en los discursos e
interpretaciones de numerosos actores, fueron: a) el discurso sobre la supuesta ineficiencia de la
industria “populista” devenida de las políticas de protección estatal; b) aquél que insistía la
necesidad de que el mercado asigne el precio del salario a fin de evitar el decrecimiento de los
beneficios (y por ende la inversión) y la productividad de las empresas; y c) el discurso que
interpretaba al consumo de masas como un fenómeno nocivo para la riqueza nacional y colocaba
al ahorro como práctica económica sustancial para el crecimiento económico. Estos
diagnósticos, según nuestra interpretación, emergieron como algunas de las tantas
interpretaciones que, en el marco de la valorización financiera, aportaron a la construcción de una
subjetividad entrelazada con el nuevo patrón de acumulación,8 pues como hemos advertido,
entendemos que la valorización financiera y construcción de diagnósticos económicos, éticos y
políticos con vocación de hegemonía, fueron dos procesos que –aunque analíticamente
distinguibles– sucedieron históricamente unidos9.

En efecto, por todo lo anteriormente dicho, entendemos que, a fin de comprender con
mayor profundidad la compatibilidad entre régimen democrático y valorización financiera del
capital, es importante profundizar en el estudio de la genealogía de los dispositivos de
construcción de hegemonía desde la última dictadura cívico-militar y no, como lo intenta
Basualdo, prescindiendo de ella. Pues una vez agotado el dispositivo represivo como instrumento
esencial de dominación, el proyecto hegemónico elaborado durante el período dictatorial –
directamente vinculado a la programática ética, política y económica neoliberal– fue en parte, lo
que le permitió sustentabilidad política y social a la dinámica de valorización financiera y sus
efectos trágicos sobre el bienestar social.

Finalizamos así este trabajo con la intención de haber podido expresar, con cierta claridad,
la preocupación central que han atravesado estas páginas: demostrar que, la potencialidad
analítica que posee la categoría gramsciana de transformismo a fin de comprender el vínculo
entre sistema político y modelo de acumulación durante el período 1976-2001, se desvanece sino
incorporamos la función de los actores y organismos constitutivos a la sociedad civil –en el
sentido que la define Gramsci– como activos constructores de hegemonía. En efecto, la respuesta
a la pregunta sobre la sustentabilidad política y social de una dinámica de acumulación
esencialmente excluyente como lo fue la valorización financiera debe incluir la compleja
construcción, iniciada durante la última dictadura cívico-militar, de una racionalidad neoliberal
que estructuró el pensamiento y la acción de numerosos actores de la ciudadanía argentina y

8
No queremos decir con esto que intelectuales y expertos elaboraron desde 1976 un plan absolutamente pergeñado,
ni que hayan sido capaces construir de modo plenamente consciente el efecto de los dispositivos y discursos: más
bien, la expansión del neoliberalismo en Argentina y su progresiva conversión en racionalidad dominante, se
configuró como un proceso en el cual existieron actores concretos que estructuraron y articularon un conjunto
específico de discursos y prácticas, al mismo tiempo que los efectos de las mismas y de su progresiva expansión,
escaparon a la voluntad y consciencia de los actores. No existió en efecto, un “proceso sin sujeto”, como así
tampoco, sujetos sin condicionamientos estructurales y con plena consciencia del sentido de sus actos.
9
Para profundizar en los diagnósticos y su articulación, consultar Gerchunoff (2018).
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posibilitó, especialmente en los años ´90, inhibir la reacción política de los sectores más
perjudicados. Entendemos que ello al mismo tiempo, nos permitirá aportar al restablecimiento en
los análisis históricos de los vínculos entre economía y política.

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María Virginia Pisarello y Jorgelina Beltramone

Pueblo chico, infierno grande. Los desaparecidos y la memoria en


la “pampa gringa”
Small town, big hell. The disappeared of the last dictatorship and the memory in the
“pampa gringa”

Resumen:
En este artículo analizamos las memorias de los desaparecidos de la última dictadura cívico-
militar argentina que circulan en la llamada “pampa gringa”. Con este objeto, caracterizamos
el habitus de los pobladores de la región, que ha tenido y tiene una fuerte impronta
inmigratoria europea, focalizando en una serie de localidades del departamento Las Colonias
de la provincia de Santa Fe. Asimismo, reconstruimos el listado de desaparecidos de la región
y recuperamos las memorias subterráneas que aluden a sus historias de vida. De este modo,
rebatimos la difundida sentencia conforme a la cual “en los pueblos chicos, del interior, no
pasó nada durante el terrorismo de estado”.Desde una perspectiva cualitativa, trabajamos con
una pluralidad de fuentes, entre las que se destacan las entrevistas orales realizadas a
habitantes del departamento Las Colonias que manifiestan haber vivido con “normalidad”
durante la última dictadura cívico-militar.
Palabras clave: pampa gringa; dictadura; desaparecidos

Abstract:
In this article we analyze the memories about the people that were disappeared in the “pampa
gringa” during the last argentine dictatorship. We study the habitus of people from the region
that has received lots of migrants from Europe during the XIX century and the first half of the
XX century.We study especially some small towns of the department Las Colonias from
Santa Fe province. We make a list of the people disappeared from the region and recover the
underground memories about them. In fact, we discuss the idea that “in small towns, in the
inner of Argentina, nothing happened during the terrorism of state”.From a qualitative
perspective, we use different sources of information, mainly oral interviews to people from
Las Colonias that thinks they lived a “normal” life during the last dictatorship.
Key words: pampa gringa; dictatorship; disappeared

Fecha de recepción: 26 de noviembre de 2018


Fecha de aceptación: 2 de julio de 2019
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Año 6, Nº 11. Córdoba, Diciembre 2019- Mayo 2020. ISSN 2250-7264
María Virginia Pisarello y Jorgelina Beltramone

Pueblo chico, infierno grande. Los desaparecidos y la memoria en


la “pampa gringa”
The disappeared of the last dictatorship and the memory in the “pampa gringa”

Maria Virginia Pisarello


Jorgelina Beltramone

Introducción

“Decían que Jorge [que está desaparecido] estaba escondido ahí


[en el cementerio de Felicia] (…) pero no, no... no aparecía
porque imaginate, nacido y criado acá, todo el mundo lo
conocía...”1.

Quien ha vivido en un pueblo sabe que la metáfora “pueblo chico, infierno grande”
describe la idiosincrasia de la vida de las localidades pequeñas, donde no existe el anonimato.
En los pueblos se desdibujan constantemente las fronteras entre lo público y lo privado, y las
identidades de sus habitantes se encuentran inexorablemente unidas a las trayectorias de sus
familias de origen. Esto adquiere ribetes particulares en la “pampa gringa”,2 donde se
encuentra invisibilizado el terrorismo de estado; al punto que son escasos y muy recientes las
placas y los memoriales a las víctimas de la última dictadura cívico - militar.

En la “pampa gringa” se encuentra institucionalizada una memoria que exalta la ligazón


entre la cultura del trabajo y la gesta protagonizada por los inmigrantes europeos que
arribaron a la argentina entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.
Ello se refleja en los himnos de los pueblos de la región3, en los monumentos de las plazas4,


Docente de la Universidad Nacional del Litoral y de la Universidad Autónoma de Entre Ríos, Argentina. Correo
electrónico: mvpisarello@gmail.com. Agradecemos los comentarios realizados por los evaluadores anónimos.

Cientibecaria de la Universidad Nacional del Litoral, Argentina. Correo
electrónico:jorgibeltramone_06@hotmail.com
1
Entrevista a M., Felicia (Pcia. de Santa Fe), 8 de septiembre de 2018.
2
Ezequiel Gallo ha trabajado en su conocido libro “La Pampa Gringa” (2004), los diferentes lineamientos
históricos del área provincial santafecina situada en lo que se conoce como “pampa húmeda” por sus
características geográficas. La misma tiene su foco en el departamento “Las Colonias” pero se extiende hacia el
norte, hacia el oeste y hacia el sur, alcanzando los departamentos Castellanos y otros departamentos del sur
provincial. Esta área, que presenta buenas posibilidades para el desarrollo económico agropecuario, fue
tempranamente colonizada por inmigrantes europeos que se establecieron en la región como resultado de las
políticas de colonización agrícola emprendidas por el gobierno provincial.
3
Al respecto resultan elocuentes los himnos de dos localidades de “La pampa gringa”. En efecto, La “Canción a
los Primeros Pobladores de Esperanza” de María Hortensia Pittier de Benitez es utilizada como himno de la
ciudad cabecera del departamento Las Colonias, y la misma comienza así: “Aquellos heroicos pionners del
suelo./ Aquellos abuelos de tiempo feliz./De tierras lejanas cruzaron los mares./Formaron hogares en nuestro
país”. Por otra parte, el estribillo del himno de San Agustín reza “San Agustín, tierra de paz y trabajo./ En honor
a nuestros gringos, no bajaremos los brazos…”. Y esta situación se replica en los himnos de los otros pueblos
que habitualmente son cantados en todos los actos oficiales y escolares luego de la entonación del Himno
nacional argentino.
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en los museos5 y en las fiestas y conmemoraciones oficiales de los aniversarios de fundación


de estas localidades6. Los edificios de las Sociedades italianas, piamontesas, suizas y
alemanas se yerguen en cada pueblo del centro - sur santafesino, reclamando un lugar en la
historia.

En este espacio se engarzan la identidad y la memoria en un juego singular que reifica


las memorias de la inmigración, mientras que la pregunta por los desaparecidos sigue siendo
esquiva. Por consiguiente, a lo largo de estas páginas nos preguntamos cómo se recuerda
socialmente a los desaparecidos de la “pampa gringa" y rebatimos la sentencia conforme a la
cual “en los pueblos chicos, del interior, no pasó nada”. Desde una perspectiva cualitativa,
trabajamos con entrevistas realizadas a actores clave de la región y analizamos prensa gráfica
local. Tomamos como referencia el departamento Las Colonias de la provincia de Santa Fe y
focalizamos en las ciudades de Esperanza y San Carlos Centro, como así también en los
pueblos de San Agustín, San Jerónimo Norte y Felicia.

Atento a ello, el texto se desglosa en tres partes y una conclusión. En la primera


caracterizamos la dinámica de la “pampa gringa” en su singularidad, y nos concentramos en el
departamento Las Colonias; en la segunda analizamos las desapariciones forzadas que se
desarrollaron en este espacio y; en la tercera enfocamos las memorias hegemónicas y
subalternas que circulan en relación a las víctimas del terrorismo de Estado de la región.

La “pampa gringa”

“Pampa gringa” es una denominación coloquial y socialmente aceptada que recibe una
amplia franja que se extiende por el centro-sur de la Provincia de Santa Fe, donde se
establecieron -entre la segunda mitad del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX-
inmigrantes italianos, alemanes, suizos y franceses que arribaron animados por las “empresas
colonizadoras” o como resultado de las migraciones “en cadena”7 (Devoto, 2004: 122). En
este contexto, la impronta italiana fue decisiva, puesto que “ya en la última década del siglo
XIX los italianos conformaron un grupo inmigrante que, si bien regional y ocupacionalmente

4
En el departamento Las Colonias, los pueblos cuentan con memoriales a la inmigración europea en sus plazas
principales y con arcos de entrada que nos retrotraen al momento de la fundación de las colonias de inmigrantes.
Dentro de este marco se inscribe la llamada “ruta del inmigrante”.
5
Existe una profusa red de Museos de la Memoria gringa en Las Colonias. Algunos de ellos se encuentran
disponibles en “Altrocché. Museo Virtual de la Memoria Gringa”, elaborado por la FHUC-UNL. Disponible en:
http://www.fhuc.unl.edu.ar/portalgringo/museoaltrocche/museos_museos.html
6
La Fiesta Nacional de la Agricultura y Fiesta de las Colectividades se realizan en Esperanza en los meses de
septiembre y mayo respectivamente, y son ocasiones privilegiadas para homenajear a los colonos
europeos.https://www.lanacion.com.ar/economia/campo/esperanza-festejo-sus-150-anos-a-todo-color-nid842152
y http://www.esperanza.gov.ar/sitio/esperanza-recibe-a-la-region-en-la-12-edicion-de-la-fiesta-de-las-
colectividades/ . En San Carlos, la fiesta de las colectividades es una ocasión de encuentro entre los tres núcleos
(Sud, Centro y Norte), donde la exaltación de los orígenes inmigrantes ocupa un lugar central.
http://www.cronistalascolonias.com.ar/?p=49019 y https://www.sancarloscentro.gob.ar/?q=content/fiesta-las-
colectividades-la-colonia-san-carlos-album-2
7
Las cadenas migratorias que caracterizaron la inmigración en la argentina se articularon a partir de la
circulación de información entre los futuros migrantes sobre las oportunidades disponibles en el lugar de acogida
y las posibilidades de estrechar relaciones con migrantes anteriores. En este sentido, encontramos dos
modalidades conocidas para la migración en cadena: las cadenas familiares y las cadenas más amplias
estructuradas sobre una base de origen en común.
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heterogéneo, alcanzó una significativa estabilidad y un apreciable predominio numérico en


particular en las tierras del centro oeste santafesino y en sus tres ciudades nucleares: Santa Fe,
Rosario y Rafaela”8.

Localidades del Departamento Las Colonias de la Provincia de Santa Fe

Mapa de las localidades del Departamento Las Colonias de la Provincia de Santa Fe. Extraído de:
http://www.fhuc.unl.edu.ar/portalgringo/crear/gringa/archivo/departamento/lascolonias/index.html
Referencias: ABC (1), Cavour (2), Col. Rivadavia (32), Cnel. Rodríguez (7), Cululú (8), Elisa (10), Esperanza
(12), Felicia (13), Franck (14), Garay, Grutly (15), Grutly Norte (16), Hipatía (17), Humboldt (18), Ing. Boassi
(20 ), J. L. Aráoz (22), La Pelada (23), Las Tunas (24), María Luisa (4), Matilde (9), Nuevo Torino (5), Pilar
(27), Progreso (28), Providencia (29), Pujato Norte (30), Santa Clara de Buena Vista (26), Saavedra (6), San
Agustín (33), San Carlos Centro (34), San Carlos Norte (35), San Carlos Sur (36), San Jerónimo Norte (38), San
Mariano (31), Santa María (3), Sa Pereira (21), Santo Domingo (25), Santomayor (11), Sarmiento (19).

Entre las ciudades de Santa Fe y Rafaela, en el centro de la provincia, se fundaron una


multiplicidad de pueblos -algunos de ellos devenidos en ciudades pequeñas- que conservan
una fuerte impronta “gringa”, al punto que el habitus9 de sus habitantes difiere
significativamente del habitus que prima entre los ciudadanos de la capital provincial. La
herencia gringa se trasunta en una infinidad de aspectos que atraviesan la vida cotidiana de los
habitantes de la región mencionada. Esto se revela en los usos del lenguaje - que reconocen
modismos, acentos particulares, y vocablos de otras lenguas-, en la cultura culinaria local y en

8
Portal de la Memoria Gringa, Italia- Argentina. UNL-FHUC.
http://www.fhuc.unl.edu.ar/portalgringo/crear/gringa/index.html
9
“[Los habitus son] sistemas perdurables y trasladables de esquemas de percepción, apreciación y acción que
resultan de la institución de lo social en el cuerpo (o en individuos biológicos) y los campos, es decir, los
sistemas de relaciones objetivas que son el producto de la institución de lo social en las cosas o en mecanismos
que tienen prácticamente la realidad de objetos físicos; y, por supuesto, de todo lo que nace de esta relación, esto
es, prácticas y representaciones sociales o campos, en la medida en que se presentan como realidades percibidas
y apreciadas” (Bourdieu, 2008: 167).
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una forma de ser y de habitar el mundo que presenta los valores del esfuerzo, el ahorro y el
sacrificio como estandartes. En estos espacios la educación superior es un bien preciado, que
requiere usualmente el traslado a la cabecera provincial o a otras ciudades para su desarrollo,
puesto que la oferta universitaria y terciaria de la zona es reciente y limitada. Se trata de un
espacio conservador en lo político y aventurero en el campo económico-comercial, con un
fuerte desarrollo industrial que habitualmente se encuentra ligado al agro10.

En este contexto se inscriben las ciudades de San Carlos Centro y Esperanza, y también
los pueblos de San Agustín, San Jerónimo Norte y Felicia. Todos ellos están anclados en el
departamento provincial que lleva el nombre “Las Colonias” en alusión a los asentamientos
gringos de la zona. Esperanza es la cabecera del departamento, se encuentra a 38km al oeste
de la ciudad capital de la provincia, y cuenta con una población de aproximadamente 42.000
habitantes, mientras que en la década del setenta, según los datos censales contaba con una
población de 17.000 habitantes. San Carlos se encuentra a 45km al suroeste de la capital
provincial y posee una población de aproximadamente 11.000 habitantes, que duplica a los
5.000 habitantes11 con los cuales contaba durante la última dictadura cívico- militar.

El pasado reciente en Las Colonias

En el último decenio se han multiplicado los trabajos que abordan la relación entre
memorias y terrorismo de Estado en escalas locales (Alonso, 2016; Jensen, 2016; Jensen y
Águila, 2017; Gómez, 2016; Ponisio, 2016; Solis y Ponza, 2016). En este sentido, Jacqueline
Gómez se sumerge en el caso de la localidad cordobesa de San Francisco, limítrofe con la
provincia de Santa Fe, “donde parece que la historia comienza y se desarrolla en la odisea de
los inmigrantes”, pero “también hubo militares, desaparecidos, apoyos y resistencias al último
golpe militar” (Gómez, 2015: 22-23). Este planteo resuena con las cuestiones que abordamos
en el presente artículo, dado que San Francisco posee una fuerte impronta piamontesa y se
encuentra dentro “pampa gringa”. Pero también, nos impulsa el mismo desafío como
historiadores de abordar la historia reciente en la localidad de San Carlos, donde predominan
construcciones sociales muy similares que silencian u omiten la implicancia del pueblo en una
trama represiva.

En la llamada “perla del este” cordobesa y también en el departamento Las Colonias la


vida cotidiana aparentemente no se vio alterada durante la última dictadura cívico-militar. En
este último espacio, la memoria colectiva12 plantea que hubo una suerte de continuidad con el

10
La zona referenciada se corresponde con la “cuenca lechera” santafesina, donde se encuentran establecidas
numerosas industrias lácteas, entre las cuales se encuentran: Milkaut, La Ramada, Ilolay y otras empresas
menores y subsidiarias de aquellas mencionadas.
11
Datos de los ’70:http://www.santafe.gov.ar/archivos/estadisticas/censos/Censo1970.pdf Datos actuales:
http://www.santafe.gov.ar/index.php/web/Estructura-de-Gobierno/Ministerios/Economia/Secretaria-de-
Planificacion-y-Politica-Economica/Direccion-Provincial-del-Instituto-Provincial-de-Estadistica-y-Censos-de-la-
Provincia-de-Santa-Fe/ESTADISTICAS/Censos/Poblacion/Censo-Nacional-de-Poblacion-y-Vivienda-
2010/Distritos/Poblacion/Poblacion-segun-Censo-Nacional-de-Poblacion-2010.-Provincia-Santa-Fe
12
Tomamos la noción de memoria colectiva propuesta por Maurice Halbwachs. Siguiendo a este autor, “La
memoria colectiva (…) es una corriente de pensamiento continua, con una continuidad que no tiene nada de
artificial, puesto que retiene del pasado sólo lo que aún está vivo o es capaz de vivir en la conciencia del grupo
que la mantiene. Por definición, no excede los límites de ese grupo. Cuando un período deja de interesar al
período que sigue, no es un mismo grupo el que olvida una parte de su pasado: hay en realidad dos grupos
sucesivos” (Halbwachs, 1995 [1968], 213-214).
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período precedente. Este recuerdo se refuerza por el hecho de que las autoridades comunales
habitualmente continuaron en funciones, puesto que tras ser cesadas en sus cargos por decreto
el 24 de marzo, fueron nombradas nuevamente, pero esta vez en calidad de delegadas del
gobierno de facto y no como autoridades democráticamente electas. Esto se vincula con las
políticas puestas en práctica por el régimen militar en la dimensión socioespacial local. En
especial la implementación de medidas que apuntaron a regular y controlar los propios
mecanismos del Estado, sus empleados, funcionarios y la administración de los recursos
económicos y políticos (Ponisio: 2016a).

Las autoridades locales contemplaron el establecimiento de mecanismos basados en el


consenso, en el marco de despliegue de una profunda estrategia de disciplinamiento social. En
efecto, los municipios y comunas fueron concebidos como espacios privilegiados para la
construcción de las bases de legitimación de la dictadura (Lvovich, 2010: Ponisio, 2016b). A
escala local, el régimen militar también aplicó diferentes estrategias represivas y desarrolló
políticas que apuntaban a considerar las especificidades locales “proporcionando respuestas
flexibles a demandas diversas, sin descontar la posibilidad de promover diseños ‘específicos’
adaptados a necesidades y demandas locales muy concretas” (Ponisio; 2016b). En este
contexto, la imagen heredada de la “pampa gringa” como un espacio próspero y al margen de
las disputas políticas de los años sesenta y setenta tambalea cuando identificamos las acciones
armadas que se desarrollaron en la región en esa época. Las mismas han sido escasamente
reseñadas hasta el momento (Lanusse, 2007:76).

El Litoral, Santa Fe. 22/09/69. Archivo Provincial de la Memoria de Santa Fe.


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En septiembre de 1969, “Comando Eva Perón” tomó el Tiro Federal Argentino-Suizo13


y la comisaría de San Carlos Sud, una comuna lindante a la municipalidad de San Carlos
Centro. Sus miembros pertenecían al Ateneo Universitario, una agrupación estudiantil que se
encuentra en los orígenes del grupo Montoneros de la ciudad de Santa Fe (Alonso, 2015,
Diburzi, 2007; Lanusse, 2007; Vega Rodríguez, 2017, 2015). En este contexto, el Comando
dejó panfletos donde se expresaba: “se invita al pueblo de Córdoba, Rosario y Tucumán a
tomar las armas para hacer la revolución social en la Argentina”14.

La “toma” comenzó con el asalto en el polígono del Tiro Federal, ubicado en las
afueras de la ciudad. Los guerrilleros se llevaron fusiles del lugar y luego se dirigieron a la
comisaria del pueblo, ya que allí se encontraban los cerrojos que necesitaban las armas para
funcionar. Un “tirador” de ese momento, que vivió el hecho de cerca, lo recuerda así:

Entraron y se llevaron veinte fusiles que estaban depositados en el tiro, veinte o


veintidós, no recuerdo bien el número… bueno, y los cerrojos, que son uno de los
componentes, porque sin eso no se puede tirar del fusil. Esos se guardaban en la
comisaría junto con las balas. Así que... bueno, primero cargaron (…) todos los
fusiles. Y después vinieron a la comisaría, golpearon las manos, y el comisario
con toda amabilidad les dijo “adelante, pasen”, y bueno… entraron
encañonándolo y se llevaron lo que encontraron… Quedó una caja de cerrojos,
quedaron algunas balas porque fue todo así a las apuradas, y no los vieron bien, y
bueno se llevaron todo lo que encontraron… Eso fue todo…. Se lo llevaron y
desaparecieron, y nunca más supimos quiénes eran… pero después si, con el
tiempo cuando empezó a investigarse sobre el tema… bueno, ahí fuimos atando
cabos y nos fuimos dando cuenta quienes podían llegar a ser, por lo que ocurrió
después, que uno de ellos ha tenido problemas, y estaba en uno de esos grupos…
este… eso fue todo lo que pasó…15

Esta acción constituyó una de las primeras apariciones públicas de los grupos
guerrilleros a nivel nacional, en el marco de un complejo proceso de conflictividad social y
radicalización política, que se estaba desarrollando en el país durante la autodenominada
“Revolución Argentina” y que sería brutalmente reprimido durante la última dictadura cívico-
militar (Pasquali, 2006; Servetto, 2016; Solís y Ponza, 2016). Tal como lo revelan el
entrevistado y los medios gráficos de la época16, los comisarios en actividad fueron tomados
por sorpresa y desarmados con celeridad en un lugar donde aparentemente “nunca pasaba
nada”. La noticia apareció en el sector de policiales del diario santafesino El Litoral, bajo el
título “En un golpe comando en S Carlos Sud roban armas”. Allí se especificaba que se había
tratado de “un espectacular atraco que puso de manifiesto una singular audacia por parte de
sus autores, que sin duda responden a un comando de tipo delictivo tuvo lugar el sábado en la

13
El Tiro Federal Argentino Suizo San Carlos fue una de las primeras instituciones de la localidad nacida en
1860; y constituye el segundo tiro Argentino Suizo fundado en la República Argentina. Es el resultado de la
implantación en esta región de un sector de inmigrantes suizo-alemanes en las colonias, y de la prolongación de
costumbres que arrastraban de sus países de origen.
14
El Litoral, 21/09/1969
15
Entrevista a S., San Carlos Centro (Pcia de Santa Fe), 12 de junio de 2018.
16
El hecho apareció en los diarios santafesinos El Litoral y Nuevo Diario. En el diario Clarín la noticia fue
intitulada «La audacia ya no tiene fronteras», con fecha (23/09/1969).
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tranquila ciudad de San Carlos Sud”17. La pormenorizada crónica de los hechos, dejaba
entrever también que “…los organismos de seguridad del ejército se han abocado también a la
investigación del grave suceso cuyas implicancias pueden tener vasto alcance en relación con
los paros obreros ocurridos últimamente en el país…”18.

La homologación entre la lucha sindical y las acciones delictivas fue una estrategia
discursiva que se reeditó en distintas ocasiones en los medios de comunicación santafesinos.
La pampa gringa fue escenario de distintas operaciones entre 1969 y 1972. El 25 de febrero de
1970 un comando de Montoneros copó la localidad de Progreso 19: tomaron la telefónica,
inutilizaron todas las líneas del lugar, asaltaron el destacamento policial, se llevaron el dinero
de la sucursal del Banco de Santa Fe y secuestraron un camión con una importante cantidad
de explosivos. Esta acción reveló una acabada organización, al igual que la toma de San
Jerónimo Norte20 que tuvo lugar el 1ro de junio del año 1971. En esta ocasión el pueblo fue
sitiado por tres comandos Montoneros que lograron desplegarse con eficacia, robaron dinero
del banco, fusiles de la comisaria, documentos del juzgado de paz, y otros elementos de la
comuna (Bedini, 2013: 2). Al año siguiente el epicentro fue Nelson 21, puesto que en abril de
1972 un grupo comando no identificado consumó un atentado a la “Industrias Frigoríficas
Nelson S.A” y tres meses después lanzó una bomba molotov en la casa familiar de uno de los
encargados de la planta en el contexto de exacerbación de la lucha sindical (Berrone, 2015:
10).

La pampa gringa fue escenario de la escalada de conflictividad social que tuvo entre sus
protagonistas centrales a las organizaciones político-militares, quienes fueron tipificados
como enemigos reales o potenciales, por tanto podemos entender que la represión fue
selectiva, en tanto se orientó y dirigió contra ciertos individuos, grupos y organizaciones
(Águila: 2013). Sobre estos grupos y organizaciones revolucionarias que concebían la acción
armada como medio de lucha, se desplegó la estrategia represiva de la última dictadura
cívico- militar, que persiguió, secuestró e hizo desaparecer a quienes categorizaba como
“subversivos y guerrilleros” (Franco,2013; Servetto y Noguera, 2016: 11).

Los desaparecidos de Las Colonias

Los años sesenta y setenta marcaron una bisagra en la historia argentina reciente en lo
concerniente al proceso represivo desarrollado desde el Estado, y por la transformación
radical operada en el campo económico. El régimen dictatorial adoptó medidas neoliberales,
fijando un modelo económico excluyente (Basualdo y Jasinski, 2016: 252-243), a la vez que
perpetró un genocidio amparado en la vigencia de la Doctrina de la Seguridad Nacional
(O’Donnell, 1997; Franco, 2012; Pontoriero, 2015)22.El autodenominado “Proceso de

17
El Litoral, 21/09/1969
18
Ibíd.
19
La localidad de Progreso se encuentra 60 km al noroeste de la ciudad de Santa Fe, en el departamento Las
Colonias.
20
La localidad de San Jerónimo Norte se encuentra en el departamento Las Colonias, provincia de Santa Fe, a
39 km de la capital provincial. Se trata de un pueblo, que en los 70 contaba con 4500 habitantes, y actualmente,
según los censos del 2010 con 6500 habitantes aproximadamente.
21
Nelson se encuentra enclavado en el departamento de La Capital, limítrofe con el departamento Las Colonias.
22
En el contexto de la Guerra Fría, las FFAA argentinas al igual que en muchos países latinoamericanos,
adhirieron a la Doctrina de la Seguridad Nacional. Orientada a la idea de que el enemigo era potencialmente
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Reorganización Nacional” desplegó un plan de exterminio orientado a aniquilar a los


“subversivos”, que supuso el funcionamiento de más de 700 centros clandestinos de detención
que se desempeñaron diversas dependencias del estado, bajo la coordinación general de las
Fuerzas Armadas23. En este contexto, la desaparición de los cadáveres fue una pieza más del
engranaje genocida, y estuvo orientada a promover una serie de transformaciones dentro del
grupo nacional (Feierstein, 2009: 26).

Los diversos ámbitos, organismos y agencias del estado fueron concebidos como
engranajes de la maquinaria represiva que funcionó a lo largo y a lo ancho del país adquirió
formas y características específicas en las diferentes regiones (Águila, Luciani, Seminara y
Viano, 2018; Águila, Garaño, Scatizza, 2016; Servetto, 2016; Servetto y Noguera, 2016; Solís
y Ponza, 2016). En este proceso fue decisivo el accionar de “los señores de la guerra”24, que,
en el caso que nos ocupa se desempeñaron en el ámbito del II Cuerpo del Ejército. Esta
“zona” tenía como cabecera la ciudad de Rosario, donde tuvo asiento el II Cuerpo del Ejército
que comprendía las provincias de Santa Fe, Chaco, Formosa, Misiones, Corrientes y Entre
Ríos25. Esta fuerza fue la responsable última de los secuestros y desapariciones durante el
terrorismo de estado, para lo cual estuvo asistida por los Destacamentos de Inteligencia N°
121 de Rosario y Nº 122 de Santa Fe y por las fuerzas de Policía provinciales y federales.

Sin embargo, fueron escasas las desapariciones que se dieron en la pampa gringa, a
excepción de un resonado operativo que tuvo lugar en Rafaela (departamento Castellanos) en
enero de 1977, durante fue secuestrado Reinaldo Hattemer en el atrio de la Iglesia del Sagrado
Corazón de Jesús, y un operativo posterior donde se detuvo a quien era su novia y otros dos
militantes de la localidad26. En efecto, los jóvenes de la zona habitualmente militaban en las
ciudades de Santa Fe y Rosario, donde se habían afincado por razones laborales y/o
estudiantiles. Y muchos de ellos debieron desplazarse a Córdoba y Buenos Aires cuando se
agudizó la represión. Este alejamiento geográfico los desancló tempranamente de sus
localidades de origen, y sus historias de vida fueron inscriptas fuera de la trama comunal.

interno, y el peligro del comunismo internacional era inminente. Para ello, las fuerzas del estado debían
orientarse a eliminar cualquier amenaza que opere en contra de los valores occidentales, cristianos y nacionales.
23
Mapa de los CCD elaborado por el Ministerio de Justicia de la Nación:
http://www.jus.gob.ar/media/3122963/6._anexo_v___listado_de_ccd.pdf
24
Los señores de la guerra “eran depositarios de un poder fundamentalmente territorial, basado en el desempeño
de las tareas “operativas” contra la “subversión”, dentro de las cuales tenían las más altas responsabilidades,
gozando al mismo tiempo de un elevado nivel de autonomía” (Canelo, 2008: 69).
25
Meses después del golpe de estado, Ramón Genaro DiazBessone pasó a desempeñarse como Ministro de
Planeamiento, dejando la Comandancia del II Cuerpo del Ejército a cargo de Leopoldo Fortunato Galtieri, otro
integrante del sector de los “duros”, quien continuaría allí hasta febrero de 1979, tras lo cual sería designado
presidente de la nación (entre 1981 y 1982). A él le siguió Luciano Adolfo Jáuregui, quien extendió sus
funciones hasta que Juan Carlos Trimarco asumió la comandancia, en diciembre de 1980. Mientras tanto, a nivel
local, se desenvolvieron como jefes del distrito que abarcaba el centro norte de la provincia de Santa Fe el
Coronel Juan Orlando Rolón (entre los años 1976 y 1978) y luego el Coronel Justo Darak.
26
En febrero de 1977 hubo un operativo semejante en la ciudad –por el cual se substanció un Juicio en 2009-,
durante el cual fueron secuestrados en Rafaela Silvia y Hugo Suppo y Jorge Alberto Destéfani. Al respecto, H. S.
recuerda: “nos cargan atrás de este auto esposados, nos llevan a la Jefatura de Policía de Rafaela. Y ahí nos
tienen esa noche, y después nos cargan y nos llevan para Santa Fe a la Seccional Cuarta de Policía…” (H.S.,
Santa Fe, 17 de septiembre de 2009).
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En el departamento Las Colonias advertimos que las víctimas de la última dictadura


cívico- militar oriundas de San Carlos y de zonas aledañas eran mujeres muy jóvenes al
momento de su desaparición-asesinato (tenían entre 20 y 25 años) y tenían hijos y/o estaban
embarazadas al momento de su deceso. Se conocían desde la adolescencia, como fruto de las
actividades parroquiales compartidas en San Carlos al calor del Concilio Vaticano Segundo.
No obstante, habían iniciado su militancia política dentro de la tendencia revolucionaria del
peronismo en las ciudades de Santo Tomé, Santa Fe y Rosario durante la realización de sus
estudios superiores27.

Por otra parte, de Felicia eran originarios dos hermanos que tuvieron un rol célebre en la
conformación de la Compañía de Monte del Ejército Revolucionario del Pueblo -ERP- que
obró en Tucumán. En Esperanza, la cabecera del departamento Las Colonias, se registran 16
desapariciones de hombres jóvenes, entre los que se encuentran un conscripto y un policía que
durante años fue considerados víctima de las organizaciones político-militares. En 2012 se
inscribió su nombre públicamente, por primera vez, dentro de las víctimas de la última
dictadura cívico-militar28.

Las memorias invisibilizadas

“y él [el desaparecido José María Molina] era primo de


Reutemann, del Lole, claro, la mamá era una Molina. La mamá
y el papá del Lole son de acá de Felicia...”29

Como planteábamos al inicio del artículo, en Las Colonias se han invisibilizado las
memorias de los desaparecidos y el caso paradigmático es la total ausencia de memoriales que
recuerden a los dos primos hermanos de Carlos Reutemann, quien fuera gobernador de Santa
Fe en dos ocasiones (1991-1995, 1999-2003), y quien se desempeña desde 2003 como
Senador electo por la provincia de Santa Fe.

Durante su primer mandato al frente de la cartera provincial Reutemann ordenó la


construcción de una tumba sobria, sobrerrelieve, en el cementerio de Felicia, el pueblo de
origen de sus padres y abuelos. En ella colocó los restos fúnebres de sus abuelos maternos y
de su primo hermano José María Molina, militante del PRT-ERP asesinado en la masacre de
Capilla del Rosario, en Catamarca, en agosto de 1974. No obstante, no colocó ninguna

27
De San Carlos eran las mellizas Norma y Nora Meurzet, asesinadas en Santa Fe y Rosario respectivamente, la
desaparecida María Emilia Monasterolo, que fue secuestrada embarazada en Escobar (provincia de Buenos
Aires). De San Agustín era Mirta PanzaniZeiter, fusilada en Buenos Aires mientras cursaba su séptimo mes de
embarazo. De San Jerónimo Norte procedía Stella Hilbrandt, quien fue vista por última vez en el Centro
Clandestino de Detención conocido como “la Quinta de Funes”, en las inmediaciones de Rosario.
28
La lista que describimos a continuación es en base a los nombres identificados en el memorial en el “Espacio
de la Memoria” ubicado en el Parque de la Agricultura, http://www.esperanzadiaxdia.com.ar/nunca-
mas/Ampliamos esa información con el listado de víctimas directas del accionar represivo detallado en
http://www.robertobaschetti.com/biografia/l/75.htmly recuperamos Historias de Vida. Homenajes a militantes
santafecinos. Aportes para la construcción de la memoria colectiva. [Tomo I, 2007 y Tomo II, 2010]
referenciado al final: Roberto Stegmayer,MarioTottereau, El “Gringo” Alcides Gassman, Omar René Mattioli,
los hermanos Pedro Trody Jorge Trod, Héctor Carlos Bertona, el petiso” Daniel Adolfo Trípodi,Orlando Rubén
Trujillo, Jorge Ramón Peralta, “El cura” Eduardo Oscar Danielis, Antonio Roque Bernal, “El Gringo” Juan
Carlos Voisard, los hermanos Luis Alberto Lera y Francisco “Panchi” Lera.
29
Entrevista a M., Felicia (Pcia de Santa Fe), 8 de septiembre de 2018.
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inscripción alusiva a la causa de su muerte, y al día de hoy nadie recuerda en el pueblo que
ese féretro llegó a la provincia envuelto en la bandera del PRT- ERP, luego de que su madre
viajara a Catamarca a identificar el cadáver de su hijo30.

Aunque hay tres personas enterradas en esa tumba, la placa que la acompaña lista cuatro
nombres. Se añade allí el nombre de Jorge Carlos Molina (el famoso “capitán Pablo” del
PRT-ERP), otro primo de Reutemann, y hermano de José María, que estuvo preso en Devoto
y en Rawson, tras lo cual fue liberado por la amnistía de 1973, y finalmente fue asesinado en
la emboscada perpetrada por el Ejército en la Ruta 307, enla provincia de Tucumán, en
octubre de 1975, donde fue enterrado en una fosa común.

Por consiguiente, la memoria de los hermanos Molina se diluyó dentro de la historia de


una familia tradicional, del mismo modo que se invisibilizó su paso por el Liceo Militar de
Santa Fe, de donde fueron literalmente borrados, pese a su destacado desempeño durante el
cursado de sus estudios secundarios. Ya no se encuentran presentes en el cuadro de honor ni
en los recordatorios de su promoción. Al respecto, M., una vecina de Felicia, recuerda:“Casi
ni se podía ni nombrar a los Molina de acá. Claro, porque en ese momento que estaba la
guerrilla y todo eso, como este era el jefe de los guerrilleros...”31.

La operación de estigmatización que sufrió la familia Molina sigue vigente. En Felicia


no hay placas ni memoriales que recuerden a sus desaparecidos, y la memoria colectiva sigue
planteando que en el pueblo no pasó nada. Sin embargo, al consultar a sus habitantes sobre
“los Molina” instantáneamente evocan los conceptos de “guerrilleros” y “subversivos” y traen
a colación un rumor según el cual uno de los cuatro hermanos Molina se habría refugiado en
el cementerio del pueblo luego del fusilamiento del mayor de ellos. Esta afirmación falaz se
funda en el hecho de que Ana Taleb, la madre de estos jóvenes, pasó largas estancias en un
tambo cercano al cementerio, donde el virtual aislamiento y la compañía de gente allegada le
permitieron sobrellevar el dolor que la embargaba.

No obstante, la ligazón entre desaparición, clandestinidad y cementerios transvasa las


fronteras felicianas y se replica otros casos. La memoria colectiva de San Agustín sostiene
que la desaparecida Stella Hillbrant (oriunda de San Jerónimo Norte) tenía citas con sus
padres en el cementerio de este pueblo, donde ellos habrían conocido a su nieto. Al respecto,
la madre de Stella desmiente esos rumores y recuerda las dificultades que atravesaron en el
pueblo durante esos años aciagos y el aislamiento en el cual se desenvolvieron:“Viste que
ahora se animan a decir algo, porque antes vos no ibas a abrir la boca… nosotros quemamos
libros, viste, papeles que teníamos”32.

En esta región las memorias del terrorismo de estado no se encuentran territorializadas.


Es imposible evocar una memoria pública que recupere los crímenes de lesa humanidad en
clave local para intervenir políticamente en el campo de la cultura (Jelin y Langland, 2003).
Al igual que en Felicia, en San Jerónimo Norte y en San Carlos Centro no hay señalizaciones

30
El abogado santafesino que reconoció el cadáver de Molina recuerda: “Cuando fuimos a retirarlo [el militar nos
dijo] ‘mejor que entren ustedes porque la madre se va a descomponer, porque arriba, adentro, hay quince,
dieciséis muertos en el suelo, sucios’” (N., Santa Fe, 7 de julio de 2009).
31
Entrevista a M., Felicia (Pcia de Santa Fe), 8 de septiembre de 2018.
32
Entrevista a D., San Jerónimo Norte (Pcia de Santa Fe), 22 de enero de 2018.
Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea 31
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que recuerden a los desaparecidos de la localidad, y la misma pauta se repite en todos los
pueblos que componen el “Las Colonias”, a excepción de la cabecera departamental. Aquí
emergen las memorias subterráneas a través de misceláneas. Por ejemplo, en diciembre de
2017 fue la primera vez que una compañera de la escuela secundaria de Stella Hillbrandt
decidió reivindicarla como estudiante, amiga y abanderada durante el acto que precedió a una
reunión de egresadas33. En consonancia con esta acción de memoria, encontramos que la
susodicha y Mirta PanzaniZeiter son las dos desaparecidas que se encuentran mencionadas
dentro de la sección de Historia Reciente del Museo Histórico de San Agustín.

En este contexto, Esperanza –que es una ciudad con una fuerte impronta universitaria34–
marca una nota disonante. En marzo de 2012 se inauguró un Espacio de Memoria en el
emblemático Parque de la Agricultura de la ciudad. Se trata de un memorial que recupera los
nombres de los desaparecidos de la localidad, que fue gestado por un reducido grupo personas
comprometidas con los derechos humanos de la localidad35. Entre ellas se encuentran
familiares de desaparecidos y un egresado de la facultad de Veterinaria preocupado por
rendirle homenaje a quienes habían sido sus profesores y compañeros de estudios en los años
setenta.

En esta ciudad no funcionan filiales de los organismos de derechos humanos, pero


existe un entramado de actores comprometidos con la temática que se convocan cada 24 de
marzo desde el fin de la dictadura. Inicialmente su punto de encuentro era la Plaza principal,
pero desde 2012 en adelante el espacio privilegiado es el Parque de la Agricultura. Allí se
desarrollan actos oficiales con la presencia de los dignatarios municipales y de estudiantes y
abanderados de distintas escuelas e instituciones de la localidad.

33
Entrevista a A.,San Agustín (Pcia. de Santa Fe), 8 de enero de 2018.
34
Esperanza cuenta con una sede de la Universidad Nacional del Litoral. Allí se estudian las carreras de
Veterinaria y e Ingeniería en Agronomía, entre otras. Ello define el perfil de esta pequeña ciudad del interior
santafesino
35
El Espacio de Memoria se concretó durante la intendencia de la justicialista Ana Meiners (en funciones desde
2007), si bien es cierto que comenzó a gestarse durante la intendencia del radical De Pace.
Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea 32
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Espacio de la Memoria en Homenaje a los desaparecidos de Esperanza.Imagen extraída de:


http://www.esperanza.gov.ar/sitio/24-de-marzo-dia-nacional-de-la-memoria-por-la-verdad-y-la-justicia/

El pasado reciente, y en especial los años de la dictadura cívico militar en nuestro país,
son objeto de debates y controversias en la esfera pública (Servetto; 2016: 11), por lo cual el
memorial de Esperanza se erige como un puntal clave para la construcción de la memoria
social. Aquí se hacen visibles las luchas por las memorias y los sentidos sociales del pasado
de represión política y terrorismo de estado, revelando cuestiones clave sobre las posiciones y
apuestas del presente (Cfr. Vezzetti, 2003).

Las memorias emblemáticas y las luchas por el sentido del pasado

Desde que retornó la democracia, “la figura de los desaparecidos ha sido pensada,
representada y evocada mediante una multiplicidad de soportes y vehículos” (Crenzel, 2010:
14). En diálogo con ella, la presencia de los sobrevivientes también ha ido mudando de
significación. Los años noventa han presenciado una redefinición de esta encrucijada en la
esfera pública mediante la generalización del uso de la noción de terrorismo de estado
asociada a la imposición de un orden económico excluyente y la denuncia de la impunidad y
las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la última dictadura (Lvovich y
Bisquert, 2008).

No obstante, esta memoria emblemática no ha logrado conjurar todos los fantasmas. En


Argentina la sociedad sigue apropiándose de su pasado reciente violento y traumático por
medio de una serie de filtros que responden a “los escalafones de sufrimiento, las
paternidades de la derrota, el protagonismo en la lucha contra la dictadura o las
responsabilidades en su caída” (Jensen, 2010: 194). No existe “una versión canónica” de “La
Memoria” de lo ocurrido durante la última dictadura cívico- militar –y claramente no debería
Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea 33
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existir-. En su lugar, existen memorias sueltas36 (o “memorias individuales”) que


eventualmente se entrelazan y forman aquellas “memorias emblemáticas” que cimentan eso
que conocemos como memoria colectiva. En efecto, “es la relación dinámica que se da y no
se da entre la memoria suelta y la memoria emblemática lo que va definiendo una "memoria
colectiva" que tiene sentido para la gente” (Stern, 2002).

En la “pampa gringa” –y del departamento Las Colonias en particular- las memorias


emblemáticas sostenidas desde las agencias estatales, y reforzadas a nivel social, refuerzan un
relato que exalta el inmovilismo y la tranquilidad como rasgos paradigmáticos de la zona.
Desde este prisma, el periodo 1976-1983 y los años inmediatamente precedentes son
presentados como momentos de paz y orden, y las voces de los sobrevivientes no circulan en
la esfera pública. La ciudadanía se ha apropiado de una serie de construcciones
normalizadoras que encuentran un anclaje directo en lo que plantean y planteaban los medios
de comunicación de la región37.

En este contexto abordar el tema de las desapariciones forzadas sigue siendo una
operación arriesgada, porque en el entramado social perviven construcciones acuñadas
durante los años setenta. Una sancarlina recuerda:

Porque la gente pensaba que todos eran asesinos, y era lo que te vendían
obviamente, si vos no leías, no te informabas, si no buscabas, te creías el cuentito
ese, y que ellos eran todos unos delincuentes, y total si acá no pasaba nada, y los
otros estaban allá quien sabe que están haciendo, “algo habrán hecho”[haciendo
referencia a los que se iban a estudiar a la ciudad], vos no podías ni militar en esa
época, olvídate que podías militar,(…) viste no podías pensar, te prohibían, claro,
vos eras rara,(…) ésta si estaba allá, es rara, es una mina rara…38 (…)

En efecto, en la “pampa gringa” hay una memoria emblemática que estigmatiza a los
desaparecidos. La misma se nutre de un cúmulo de memorias sueltas que combinan elementos
propios del metarrelato nacional propuesto por la última dictadura cívico militar y otros
característicos de la teoría de los dos demonios instaurada tras la recuperación de la
democracia (Vezzeti: 2002; 2007). De este modo se apuntala un relato exculpatorio de la
sociedad en su conjunto. Las representaciones de “subversión” o la “guerrilla” como un
“otro” completamente ajeno a la propia sociedad siguen permeando la memoria colectiva a
nivel nacional, y ello opera de un modo mucho más decisivo en las pequeñas comunidades
que estudiamos(Da Silva Catela, 2017; Balcar y Pisarello, 2018).

Conclusiones

La tensión entre la paz que promete “el pueblo chico” y la adrenalina que supone el
“infierno grande” estallan cuando abrimos las compuertas del recuerdo. En la “pampa gringa”

36 Entendemos las memorias sueltas como aquellas memorias personales, mientras que las memorias
emblemáticas son un marco general más que un contenido, es decir que son una forma de organizar las
memorias concretas y sus sentidos (Stern: 2002)
37
No podemos pensar en el carácter ético o político de la narración de los grandes traumas del siglo XX sin
atender a su mediatización y su espectacularizaciòn(Eseverri, 2013: 30-31).
38 Entrevista a A. L., San Carlos Centro (Pcia. de Santa Fe), 7 de agosto de 2017.
Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea 34
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la memoria colectiva postula que los grandes acontecimientos y los procesos de represión
estatal han tenido lugar en las grandes urbes; y que, por oposición a ello, los pueblos habrían
sido un remanso. Paralelamente, el imaginario popular sostiene la metáfora “pueblo chico,
infierno grande”.

Las memorias sociales de los habitantes de Las Colonias se han configurado a partir de
la selección y reivindicación de ciertos recuerdos donde los resortes del poder jugaron y
siguen jugando un papel clave (Dejon, 2012;Daona, 2016) . La función selectiva de los relatos
ofrece a la manipulación “la ocasión y los medios de una estrategia astuta que consiste de
entrada tanto en la estrategia del olvido como de la rememoración” (Ricoeur; 2016:115). Las
construcciones normalizadoras que silencian las memorias de los desaparecidos y los hechos
vinculados con el terrorismo de estado han sido oficializadas y mantenidas desde los aparatos
locales del poder. Sin embargo, el metarretato hegemónico que afirma que “acá no pasó nada
durante la dictadura” se fisura en cada entrevista, puesto que al cabo de una breve charla todos
y cada uno de los entrevistados evocan circunstancias y personas que refieren al terrorismo de
Estado a escala local. Sus inquietudes y miedos a más de cuarenta años del golpe nos
recuerdan que la historia de la última dictadura cívico militar se sigue escribiendo en cada
pueblo, y que la invisibilización no ha conseguido el olvido. En ese marco, la localidad de
Esperanza es un caso atípico.

Han transcurrido dos o más generaciones de actores que comparten experiencias


comunes y personales ligadas a un pasado reciente signado por el terrorismo de estado. Pese
a los esfuerzos por diluir el impacto represivo, la memoria colectiva sigue presentando puntos
ciegos que invitan al debate. Algunos de ellos motivaron la escritura de estas líneas. En
efecto, la estigmatización del “otro” – que ha sido muy fuerte en las comunidades pequeñas
estudiadas- sigue normalizando un discurso dentro del cual la guerrilla es un tema “tabú”, y
donde las consecuencias de la última dictadura aún no se pueden desanudar.

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María Virginia Pisarello y Jorgelina Beltramone

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Ejemplares de: Dialogo, La Voz de la Región y El Cronista, relativos al periodo 1979-2000.

Sección “Malvinas” y recortes periodísticos del periodo dictatorial elaborados por la


Comunidad Informativa que operaba en la región.

Cronista: http://www.cronistalascolonias.com.ar/?p=49019

La voz de la región: https://lavozdelaregionweb.com.ar/

Fondos documentales

Hemeroteca Digital "Fray Francisco de Paula Castañeda" del Archivo General de la Provincia
de Santa Fe.

Archivo de la Memoria de la Provincia de Santa Fe.

Museo Histórico de San Carlos.

Noticias de las paginas oficiales de municipalidad de esperanza


http://www.esperanza.gov.ar/sitio/esperanza y San Carlos https://www.sancarloscentro.gob.ar

Historias de Vida. Homenajes a militantes santafecinos. Aportes para la construcción de la


memoria colectiva. [Tomo I, 2007 y Tomo II, 2010]. Gobierno de Santa Fe. Compilados por
la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de Santa Fe y por Juanita Köhler,
Francisco Klaric, Luis Larpin, José Nagahama, Lidia Martínez y Rolando Pisarello. Secretaría
de Derechos Humanos, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, Gobierno de Santa Fe.

Entrevistas

A.L., San Carlos Centro (Pcia de Santa Fe). Entrevista realizada por JorgelinaBeltramone el 7
de agosto de 2017.

A., San Agustín (Pcia. de Santa Fe). Entrevista realizada por María Virginia Pisarello el 8 de
enero de 2018.

D., San Jerónimo Norte (Pcia de Santa Fe). Entrevista realizada por Aurora Beltramino y
María Virginia Pisarello el 22 de enero de 2018.

S., San Carlos Centro (Pcia de Santa Fe). Entrevista realizada por JorgelinaBeltramone el 12
de junio de 2018.

M., Felicia (Pcia de Santa Fe). Entrevista realizada por María Virginia Pisarello el 8 de
septiembre de 2018.
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Año 6, Nº 11. Córdoba, Diciembre 2019- Mayo 2020. ISSN 2250-7264
Martín López Ávalos

¿Es posible la historia del presente?


conceptos, debates y propuestas

Is the history of the present possible? Concepts, debates and proposals

Resumen

La Historia del Tiempo Presente (HTP) es un tipo de práctica historiográfica en construcción


dentro de la disciplina que conocemos como Historia. Se analiza la trayectoria de la HTP a
partir del reconocimiento de la historia contemporánea como periodo historiográfico, que
responde a los cambios ocurridos después de la primera y segunda guerra mundial, así como
por el desplazamiento a favor del saber científico producido en el siglo XX que conforma la
visión moderna sobre las cosas y el universo, pero también a un cambio en el propio paradigma
disciplinario de la historia que ahora permite abrir el debate del presente como un ámbito
historiográfico susceptible al examen del historiador en colaboración con las ciencias sociales.
Se incluye el caso de la historiografía mexicana contemporánea como caso de estudio.
Palabras claves: Historia del tiempo presente; Historia contemporánea; Historiografía.
Abstract

The History of Present Time (HPT) is a type of historiographical practice under construction
within the discipline we know as History. It shows the path taken by the HPT from the
recognition of contemporary history as a historiographical period, which responds to the
historical changes that occurred after the first and Second World War, as well as the
displacement in favor of scientific knowledge produced in the century. XX that makes up the
modern vision about things and the universe, but also to a change in the disciplinary paradigm
of history that now allows opening the debate of the present as a historiographical field
susceptible to the examination of the historian in collaboration with the social sciences. The
case of contemporary Mexican historiography is included as a sample button.
Keywords: History of the Present Time; Contemporary History; Historiography

Fecha de recepción:
Fecha de aceptación: 18 de septiembre de 2019
Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea 41
Año 6, Nº 11. Córdoba, Diciembre 2019- Mayo 2020. ISSN 2250-7264
Martín López Ávalos

¿Es posible la historia del presente?


Conceptos, debates y propuestas

Is the history of the present possible? Concepts, debates and proposals

Martín López Ávalos

Introducción

Como cualquier tipo de historiografía, la dedicada a la historia del tiempo presente


corresponde a un modelo en construcción que debe abrirse paso para su reconocimiento entre
la disciplina establecida. Este trabajo tiene como objetivo marcar algunas particularidades de
este proceso, entendido como debate para mostrar el camino andado en su construcción, así
como para trazar los pasos de su institucionalización. A diferencia de los estudios dedicados a
la historia de la historiografía, centrados en los métodos propios de la disciplina como entidad
aislada que produce sus propios resultados, nos interesa subrayar el paralelismo de lo ocurrido
con la historia contemporánea para explicar el tránsito de la historia del tiempo presente (HTP)
como una nueva forma de práctica disciplinaria. Este camino se cruza con la renovación de los
modelos historiográficos que, a su vez, han de entenderse como un síntoma del cambio de época
histórica que define y justifica a la historia contemporánea, y a partir de ella, la aparición del
tiempo presente como una temporalidad historiográfica. La aceptación de la existencia de una
etapa contemporánea del tiempo histórico, más ligado al presente que al pasado, facilitó en una
primera instancia abrir nuevas posibilidades para el quehacer historiográfico, confinado hasta
entonces al estudio del pasado como materia exclusiva, y posteriormente a empezar a definir la
línea divisoria entre lo contemporáneo y lo presente.

Al mismo tiempo, su escritura, ha de entenderse en relación a una serie de las


características del cambio de época anunciada hace un siglo, y que conforman a la historia
contemporánea: la validación de una nueva teoría de la física elaborada por Einstein; el fin del
primer periodo moderno con la primera guerra mundial, la crisis del capitalismo en 1929 y la
segunda guerra mundial; incluso las consecuencias derivadas de este cambio, tales como la
descolonización, la guerra fría y su conclusión, así como los problemas de desarrollo de los
países emergentes y la aparición de la revolución tecnológica y científica, a la cual se le atribuye
una “aceleración del tiempo social y humano”. El segundo vínculo lo podemos observar no sólo
en la evolución de la disciplina histórica con la renovación que significó la escuela francesa de
los Annales, sino también en su correspondencia con un conjunto más amplio, el de las ciencias
sociales, a partir de la sociología histórica y el ascenso del marxismo como teoría social
amoldada a los principios operativos de estas disciplinas.

Este ciclo corresponde con los extremos de la historia contemporánea como ejercicio
historiográfico (1914-1989). Adelante, sin embargo, aparece un espacio inédito que según el
“consenso historiográfico” y de las ciencias sociales es posible distinguir como un nuevo
periodo histórico. Este espacio incumbe al presente. Así pues, la HTP se ha convertido en objeto


Centro de Estudios Históricos, El Colegio de Michoacán, A.C. México. E-mail: mlopez@colmich.edu.mx
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Año 6, Nº 11. Córdoba, Diciembre 2019- Mayo 2020. ISSN 2250-7264
Martín López Ávalos

de estudio de la historiografía y de las ciencias sociales que disputaron las explicaciones sobre
el pasado y el presente contemporáneo.

A partir de este marco general, el presente escrito se divide en dos partes y un colofón.
La primera, está dedicada al reconocimiento de la existencia de una etapa contemporánea que
nace con el siglo XX, producto de la nueva época que posibilita el ejercicio de una historiografía
contemporánea. La segunda, se centra en el surgimiento del debate sobre las posibilidades y los
límites de esa historiografía, y a partir de ella, la aparición de una nueva concepción del tiempo
histórico asociado al presente como campo historiográfico. En ese sentido, observamos que la
conformación de la HTP como práctica historiográfica −por medio del reconocimiento
institucional como campo específico en la enseñanza y la investigación−, que se debate entre
la continuidad del canon hegemónico disciplinario y la “ruptura” a través de la creación de uno
nuevo, ajeno al pasado como objeto único e inmóvil, apelando a una nueva base del
conocimiento, el presente, móvil y en construcción permanente, y si es posible, en colaboración
interdisciplinaria con otras ciencias sociales. También se puede observar que no existe una
práctica homogénea en este tipo de historiografía y que ésta depende en buena medida de las
condiciones que ofrecen las sociedades que albergan su ejercicio, como se advierte en el
colofón. De ese modo, resulta indispensable ofrecer una mirada específica a las comunidades
locales de historiadores −o investigadores en general− que aspiran a convertir a la HTP en un
campo específico de trabajo disciplinario.

La época moderna y la historia contemporánea

Al iniciar una de sus conferencias dedicadas al “Círculo de Historia Reciente” en la


Universidad de Oxford a mediados de la década de los cincuenta del siglo XX, el historiador
inglés Geoffrey Barraclough (1976: 9) señalaba a su auditorio las diferencias entre el mundo
vivido por la generación anterior y el que contemplaban en 1956. A continuación, se preguntaba
cómo se habían operado esos cambios. En sus palabras: “¿Cuáles son las influencias formativas
y las diferencias cualitativas que constituyen la nota característica de la edad contemporánea?”
La reflexión del profesor Barraclough, si bien no era la primera en señalar la existencia de una
etapa contemporánea de la historia, era pionera en otro sentido: siempre había existido la
narración o relato de acontecimientos del presente y del pasado inmediato como ejercicio
historiográfico, sin embargo, como narración de acontecimientos no era capaz de ofrecer
explicaciones que dieran cuenta de “las fuerzas que actúan en el mundo de hoy día”. Ese matiz,
visto con la perspectiva del caso, abre nuevas posibilidades para un ejercicio inédito en la
historiografía en la medida que el historiador interesado en el nuevo periodo debe establecer
los rasgos distintivos y los límites del mismo (Barraclough, 1976: 14). En primer lugar, cabe
señalar los rasgos generales que inician este periodo y que posibilitan el desarrollo de las
mismas “fuerzas” que hacen posible la mutación del presente para, en segundo lugar, volver al
planteamiento de la contemporaneidad en los términos señalados anteriormente y que, de
acuerdo con el planteamiento inicial del presente trabajo, hace posible presentar a la HTP.

Es necesario admitir que para aceptar la legitimidad de la historia contemporánea como


espacio donde se desenvuelve una nueva época se requiere, a su vez, ampliar el marco de
observación más allá de la historia de las ideas que conforman la práctica de la historiografía.
El enfoque generalizado de los estudios de la historia de la historiografía, centrado en las
normas del método, pasa por alto un contexto mayor, donde se desenvuelven todas las
disciplinas que alcanzan el estatus de ciencia y que se van estructurando como carreras
universitarias desde el siglo XIX, primero en Europa y posteriormente en el resto del mundo.
En este espacio es donde los estudios disciplinarios deben relacionar los métodos para dar
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cuenta de sus cambios y mutaciones producidas desde la construcción de la contemporaneidad


hasta nuestros días.

Al tomar el marco normativo del profesor Barraclough, no desestimamos la discusión que


ha existido para definir a la historia contemporánea como un periodo historiográfico orientado
al trabajo del historiador.1 Se trata de un concepto ambiguo en su naturaleza y por partida doble:
primero, no es fácil definirlo como periodo dada la movilidad o corrimiento de la temporalidad
misma y, segundo, es igual de complicado darle un contenido normativo, sobre todo si se lo
identifica como el periodo más cercano de la historia moderna (Aróstegui, 2004: 31-44;
Barraclough, 1976: 16-24)2. El reconocimiento y la aceptación de la existencia de un periodo
histórico definido como moderno entre las ciencias humanas y sociales, para distinguirlo del
periodo anterior, la edad media, que a su vez se diferencia de la edad antigua, formaparte de
una trayectoria de construcción de del conocimiento disciplinario producto de la modernidad.

La aceptación de la historia como un proceso sucesivo, permitió admitir la noción de lo


moderno como la culminación de la historia humana por representar otra idea medular
aparejada con la misma, el progreso. Modernidad y progreso como signos de distinción de una
nueva época fueron decisivos para darle la legitimidad a un periodo histórico producto de
fuerzas de un tipo específico de sociedad (la moderna) cuyo rasgo característico fue incorporar
al presente como un tiempo histórico, susceptible de ser estudiado con rigor, de acuerdo a las
formas legitimadas de conocimiento que el mismo periodo fue engendrando. La conciencia
histórica del presente es la expresión moderna por excelencia, que empieza a debatirse a partir
del siglo XIX en tres ámbitos: la política, la economía y la producción de conocimiento. El
primero tiene su punto culminante con el ciclo de revoluciones3 que abren la independencia
norteamericana en 1776 y la francesa de 1789, prosigue con las independencias
hispanoamericanas y culmina con el nacionalismo como formato político de los movimientos
emergentes que buscaban la creación de una identidad nacional. En el ámbito económico, la
expansión del mercado liberal como modelo dominante para la producción y el intercambio
económicos dan forma a la industrialización y a un nuevo colonialismo en África y Asia, que
más adelante se define como imperialismo. En el ámbito de la producción de conocimiento se
consolida el término de ciencia como el campo del saber legitimado por sus prácticas de
comprobación empírica a partir de la búsqueda de leyes naturales universales aplicables a todo
tiempo y espacio. La ciencia, actualmente es entendida como producto del mundo moderno.

La modernidad es un mundo distinto en cuanto a construcción sistemática de formas de


conocimiento que le ofrezcan, tanto al individuo como a la sociedad, un sentido de
diferenciación con respecto a la experiencia humana anterior. En este sentido, la universidad se

1
Sobre este debate primigenio, véase Aróstegui (1998); Bédarida (1998); Cuesta Bustillo (1983); De Garay (2007);
Sauvage (1998); Soto Gamboa (2004). Resaltamos el hecho de la naturaleza del trabajo historiográfico para la
historia contemporánea: señalar cambios de épocas o periodos históricos a partir de develar los problemas propios
del presente. Nos parece que esta distinción es la que priva para la HTP como justificación normativa cuando
aparece como práctica historiográfica, derivada de la historia contemporánea y esgrimida como separación
epistemológica del anterior modelo disciplinario.
2
La cuestión se complica cuando este criterio deja de operar y se insiste en diferenciar la modernidad de la
contemporaneidad, criterio donde coinciden los cultivadores de la historia contemporánea y los promotores de la
HTP. A diferencia del estudio sobre otros periodos del pasado, la contemporaneidad no puede estar contenida en
un periodo cerrado.
3
El ciclo de revoluciones modernas las podemos clasificar, después del primer ciclo, como socialistas por la
experiencia que deriva en la formación de la Unión Soviética tras la revolución de octubre en 1917; y en un tercer
ciclo como nacionalistas poscoloniales, para incluir a las que se producen en el momento mismo de la
descolonización de la guerra fría. 1989, por otra parte, cerraría el ciclo revolucionario cuando el Estado soviético
se disuelve, con lo que entraña simbólicamente el fin de una contemporaneidad, pero abre una nueva.
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transforma, pese a su génesis medieval, en el lugar institucionalizado y, por tanto, sancionado


legítimamente como el espacio productor y reproductor de este conocimiento del mundo del
presente. Las disciplinas que constituyen su estructura quedan establecidas para reproducir esa
lógica que entraña a la sociedad moderna, de tal forma que las facultades y laboratorios de las
universidades atestiguan el registro del progreso, en la medida que el conocimiento generado
de esta manera valida la existencia del mismo4.

¿Por qué las fuerzas que forjaron la modernidad en el siglo XIX nos ayudan a explicar
los cambios en la ciencia y las humanidades como campos de conocimiento? Como hemos
señalado, la aventura del saber científico −sin importar su ámbito entre las ciencias de la
naturaleza y sus contrapartes sociales− está en las entrañas de la dinámica misma del mundo
moderno; la actividad científica de la historia y las ciencias sociales va registrando los cambios
y las diferencias de un mundo en constante transición. Esta dinámica es lo que conocemos como
modernidad o en términos historiográficos, historia contemporánea. Su reconocimiento como
periodo histórico muestra la validez de esta aventura y, sobre todo, la jerarquía de estas fuerzas
para moldear nuestra construcción del mundo en que vivimos o dejamos de vivir para
encontrarnos con otro. Ha sido la evidencia científica –concebida como demanda social− lo que
ha obligado al método historiográfico a revisarse una y otra vez, para “abrirse” (Wallerstein
dixit) a lo “nuevo”, como veremos a continuación.

Horizontes sin expectativas ¿contemporaneidad sin modernidad?

Generalmente, las crisis o los grandes cataclismos suelen operar como marcadores de los
cambios de época. Sin dejar de estimar su importancia, el siglo XX empieza a mostrar una
nueva forma de medir o hacer evidentes las transformaciones que definen una época de otra.
Por primera vez, el mundo es explicado por los científicos en vez de los teólogos y filósofos en
su calidad de sabios. En este sentido, actualmente existe un consenso mayor, tanto
historiográfico como de las ciencias sociales, de poner mayor énfasis en este tipo de cambios y
no en los parámetros de la política o la economía como se hace generalmente (Higgs, 2016: 21-
39; Iggers, 2012; Johnson, 2000:13-69). El conocimiento científico, a partir de 1919, anuncia
los cambios del porvenir, mientras la primera contemporaneidad (aunque muchos insistan en
llamarla modernidad) llegaba a su fin con las consecuencias políticas de la Paz de Versalles. La
nueva contemporaneidad abre un debate en varios frentes, donde percibimos el cambio de las
jerarquías del conocimiento, ponderando a la ciencia como el principal producto de la nueva
época dentro de un mundo conectado por la economía. Al mismo tiempo, se determina una
declinación cultural del eurocentrismo que había dado vida a la expansión europea del periodo
previo y que en buena medida ha configurado el conocimiento de las ciencias sociales.

Al igual que el siglo XIX, tanto la economía como el conocimiento científico dan las
pautas a seguir. La idea de la contemporaneidad como un espacio en constante transición nos
lleva a observar en estos dos ámbitos las fuerzas motrices del nuevo periodo. A partir de los
cataclismos que Europa sufre tras la primera guerra mundial, el mundo es una realidad global
por las relaciones establecidas entre las diversas economías locales y nacionales; ha sido la

4
El conocimiento científico producido y reproducido en las universidades resulta modelo replicado en cada una
de las disciplinas que componen el corpus universitario. Es decir, pese a la diferenciación de dos grandes campos
(las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas) estamos ante un mismo modelo de generación del
conocimiento. Para el caso que nos incumbe, la historia como campo del conocimiento moderno, desde el siglo
XIX deriva su epistemología del modelo de ciencia en general. No hay razón para insistir en la dicotomía entre las
humanidades y las ciencias, o en la imposibilidad de aplicar el enfoque científico a la historia. Al presentarse como
una razón instrumental en la generación de conocimiento disciplinario, esta dicotomía lo único que ha logrado es
alargar un debate que desde su origen no tenía mucho sentido como veremos más adelante.
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economía de mercado liberal la que ha producido un salto cualitativo entre las relaciones
internacionales. La expansión del capitalismo propicia que la crisis de una de sus partes tenga
efectos en todas las demás. Ese efecto negativo fue la principal consecuencia de las condiciones
de la Paz de Versalles sobre Alemania que termina por afectar al conjunto de la economía
europea5.

La configuración geopolítica de esta posguerra es indicativa de este fenómeno. Al mismo


tiempo que se eclipsan y emergen estados, hay un reordenamiento territorial que modifica
fronteras y encuadra poblaciones, generando problemas a futuro, como la aparición de minorías
étnicas en nuevos marcos nacionales. Si en el siglo XIX el nacionalismo aparece como un
fenómeno que sintetiza las aspiraciones de poblaciones que no han llegado a la formación del
Estado, durante el siglo XX, ese anhelo se actualiza a partir de la noción de
“autodeterminación”, como categoría que apela a la soberanía de la nación y como tal, da forma
a todos los movimientos políticos que emergen de la condición poscolonial de la primera guerra
mundial en Europa y, a partir de ella, de las partes medulares de colonialismo decimonónico
donde India sigue siendo la joya de la corona del espacio afroasiático que se conectan en las
riberas del mar Índico. Esta segunda poscolonialidad nace en este momento, pero aparece como
la realidad internacional de la segunda posguerra mundial.

Mediante esta breve síntesis, pretendemos apuntar que las características de la etapa
contemporánea del siglo XX ya estaban presentes al finalizar la primera guerra mundial. Sin
embargo, como desafío al porvenir, la posguerra fue encarada con los conceptos políticos del
ciclo anterior, de tal manera que sus secuelas se develan tres décadas después al finalizar la
segunda guerra mundial. Allí es donde cobra relevancia el mundo de la ciencia −y en particular
la aparición de la teoría de la relatividad de Albert Einstein− pues modifica el paradigma
prevaleciente de la física que termina por cuestionar la forma en que hasta entonces se había
entendido la naturaleza de las cosas y el desarrollo del conocimiento. Lo que algunos llaman la
“crisis de la modernidad” en realidad tiene que ver con la superación de las certezas científicas
producidas en el ciclo anterior. Einstein demuestra que el movimiento y el espacio no son
conceptos absolutos sino simples escalas de medición relativas6. Eso transforma la conciencia
del tiempo, es decir, de la idea de contemporaneidad en nueva escala que no se había visto
anteriormente en los ámbitos sociales y culturales. Así como la aparición de las vanguardias
artísticas del siglo XX puede atribuirse (relativamente) a esta visión científica, no es
descabellado plantearnos también el mismo efecto en los métodos de indagación que las
disciplinas sociales mantenían como principios incólumes en su funcionamiento y presentación
de resultados7.

5
Sólo un joven economista inglés advierte lo inconveniente del proceso en el momento mismo que se llevan a
cabo las negociaciones en Versalles. John Maynar Keynes señala que el enfoque de hacer pagar a Alemania por
los costos de la guerra más que beneficiar una rápida recuperación hará todo lo contrario. Critica acremente la
poca imaginación de los tomadores de decisión involucrados entre los países vencedores por insistir en una
solución propia de potencias colonialistas del viejo estilo al compensar con tierra y población como forma de
reparación por el daño sufrido por la guerra. La solución para un mundo integrado, advierte Keynes, no está en el
reparto del botín colonial, sino en el fortalecimiento de las diversas economías nacionales conectadas una con otra
por el intercambio comercial del mercado. Lejos de terminar con el orden colonial de potencias europeas en
equilibrio del siglo XIX, la Paz de Versalles lo prolonga una generación más.
6
La otra punta del arco lo representa la mecánica cuántica menos publicitada en este momento pero que contribuye
a esta modificación de nuestra percepción de la naturaleza de las cosas.
7
No pretendemos abonar el debate, de larga data, en torno al relativismo y sus conexiones con la filosofía, la
lógica y la teoría del conocimiento con personajes y escuelas de pensamiento previos a la aparición de la teoría de
la relatividad, así como los desencuentros de ésta con la mecánica cuántica. La naturaleza compleja del mismo
rebasa por mucho los objetivos y aspiraciones de este trabajo, centrado en una práctica historiográfica específica,
la de HTP. No intentamos atribuirle todas las innovaciones a la teoría de la relatividad, ni hacer más relativista a
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Las consecuencias de la segunda guerra mundial han sido las referencias para marcar el
inicio de un nuevo periodo contemporáneo, aún como prolongación de la primera guerra
mundial, sus diferencias con ésta son notables. En primer lugar, el mundo deja de estar centrado
en Europa y se convierte en una realidad internacional. La irrupción de un mundo no europeo,
surgido de los márgenes coloniales previos es tal vez el rasgo más importante de su dinámica,
más que la bipolaridad ideológica que representa el liberalismo y el socialismo. El mundo
poscolonial articulado en la formación de los Países no Alineados se muestra mucho más
relevante que las disputas de la guerra fría, al final de cuentas destinadas a una contención
asumida por sus promotores, como sucede en la lucha por Berlín, la guerra de Corea, y la crisis
de los misiles en Cuba. Los Países no Alineados representan el ejercicio de la
autodeterminación establecida para el espacio europeo en primera instancia esbozada por la Paz
de Versalles y posteriormente en la Carta del Atlántico que tanto Gran Bretaña como los
Estados Unidos promueven previo a la contienda de 1939-1945. Al mismo tiempo, pone a
prueba la validez universal de los valores del liberalismo para los pueblos y naciones no
europeas al postular al desarrollo económico como el rasgo que define al Estado. La segunda
poscolonialidad abarca varios continentes e involucra a por lo menos a la mitad de la población
mundial y sus consecuencias están a la vista en este tiempo presente como una realidad
evidente: el ascenso de China e India, por ejemplo, como engranes importantes de la nueva
economía que despunta al terminar el conflicto bipolar en 1989.

El avance de la ciencia y la tecnología aplicada a la vida cotidiana del ser humano es el


otro rasgo que caracteriza al nuevo periodo contemporáneo. La teoría general de la relatividad
de Einstein, junto con los postulados de la mecánica cuántica, ofrecen nuevas rutas de
investigación y aplicación de tal suerte que el conocimiento científico aparece como la
mercancía más valiosa de la economía. El surgimiento de nuevos sectores o ramas de la
economía contemporánea basados en la aplicación de este conocimiento, sustituyen la noción
de industrialización como demostración de progreso. Este rasgo es el más llamativo del actual
periodo contemporáneo junto con el fin de la dualidad ideológica que representó en el último
siglo el liberalismo y el socialismo.

Historia del Tiempo Presente: entre el ejercicio disciplinario y el nuevo canon

El término Historia del Tiempo presente (HTP) es acuñado en Francia a finales de la


década de 1960 y principios de la de 1970 por un grupo de historiadores con la intención de
diferenciarla de la historia contemporánea, en la medida que el corte de la contemporaneidad
se iba abriendo cada vez más; ya se había pasado de la primera guerra mundial a la segunda
para indicar su inicio. La iniciativa nace de la separación de la historia contemporánea, cultivada
en el Institudd´Historie Moderne et Contemporaine, para dar respuesta al estudio sistemático
de las condiciones de la sociedad francesa del periodo de entreguerras que llevaron a la segunda
guerra mundial. A la par de este interés, digamos primario, se añadía otro que, para el caso
francés, por ejemplo, involucra mirar al pasado inmediato, esto es, las guerras poscoloniales

Einstein de lo que en realidad era. Tampoco creemos en una relación causa-efecto mecánica. Lo que resulta
relevante destacar son las aristas generadas en este contexto histórico preciso por los tres ámbitos específicos de
la acción humana (ciencia y economía principalmente, y en menor medida la política); como tales, estas aristas
nos ofrecen nuevos ángulos de visión y posibilidades abiertas. ¿Acaso la historia contemporánea, entendida como
época, no obtiene su reconocimiento como el último periodo legítimo de la historia precisamente en estos años?
¿La aparición de la posmodernidad como teoría articulada a partir de nuestra noción de contemporaneidad, acaso
no es producto de una de estas aristas? ¿La crisis de las teorías estructurales en las ciencias sociales en la década
de los ochenta del siglo XX no son resultado de los nuevos ángulos trazados cincuenta años antes? ¿La
microhistoria se genera espontáneamente?
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como Indochina (Vietnam) y Argelia, además de dar respuestas a la insatisfacción de la nueva


generación que se rebela en 1968.

Siguiendo a este caso como prototipo, su experiencia nos indica la operación de la lógica
de identificar los grandes cambios que dan motivo para pensar en datar el nuevo periodo
histórico que abarca el presente contemporáneo. La fundación del Institutd´Historie du Temps
Présent (IHTP) en 1978 (Bédarida, 1998)8, con el auspicio del Estado francés, no sólo marca el
inicio de operaciones de una nueva institución, también nos indica un proceso de
institucionalización de una práctica historiográfica diferenciada, en buena medida de otras del
mismo corte historiográfico, con las cuales comparte principios y valores epistemológicos. El
IHTP como institución pionera en sus objetivos y aspiraciones de producir un conocimiento
específico muestra el recorrido que siguieron los parámetros de investigación (ver Bernecker,
1998: 22-25 para el caso alemán y Aróstegui, 2004: 24, para el caso inglés).

Originalmente existía la presión por estudiar, desde el punto de vista nacional, las causas
que habían llevado a la segunda guerra mundial, así como sus consecuencias. Sobresale el
establecimiento de una agenda que determina las líneas y temas de investigación para entender
la preguerra; posteriormente, y sin dejar dichos temas, se abordan los propios de la posguerra,
como la descolonización y las manifestaciones culturales posteriores al 68.9 Si bien resulta
evidente el imperativo político por estudiar el presente, esto no explica la naturaleza conceptual
de esta práctica historiográfica.

En estos años de iniciación, la naturaleza de la HTP se encuentra en su condición de


novedad frente al canon establecido de estudiar el pasado remoto. El imperativo político por
estudiar el presente, sin embargo, no se puede concebir como el reconocimiento de un vacío o
la inexistencia de estudios disciplinarios para atender al llamado; las ciencias sociales
tradicionalmente habían cubierto la historia reciente sin necesidad de justificar la naturaleza de
su enfoque. Lo que resulta novedoso es el giro de una parte de la disciplina dedicada a la
historiografía por ampliar su campo de atención y competir con las ciencias sociales.

Es esta característica, es decir, los modos de su inserción para atender al presente, es lo


que nos lleva a observar que la primera etapa de la HTP, tiene preocupaciones de método en
dos niveles, uno al interior de la propia disciplina y el otro en su competencia con las ciencias
sociales por hacerse de un espacio. La división, sin embargo, termina por confluir en un punto
medular para toda disciplina social en torno a las bases documentales de la investigación, pero
sin poner en duda la forma en cómo se construye el hecho historiográfico. Como tiene “vedado”
por una decisión política el acceso al documento tradicional del archivo, la HTP tiene que
reconstruir su método para dar cabida a una nueva noción de documento, en este caso el
testimonio del testigo de los hechos, sin caer con otras técnicas similares como la observación
participante de la antropología, o la encuesta y la entrevista de la sociología y la ciencia política.

8
Otros centros similares están en Gran Bretaña, Centre for Contemporary British History (1986), como rama de
The Institute of Historical Research (IHR) y se diferencia del Institute of Contemporary British History. En
Alemania el Institut für Zeitgeschichte (Instituto de Historia del Tiempo Presente) con sede en Munich es fundado
en los mismos años que su similar francés y al desaparecer la República Democrática Alemana (RDA) se organiza
el Zentrum für Zeithistorische Forschung (Centro de Investigación del Tiempo Presente) en Potsdam (1992) con
académicos sobrevivientes de la Academia de Ciencias de la RDA.
9
En un balance de la actividad del IHTP, se observa el vínculo con los diferentes contextos nacionales y cómo
éstos son los que dan sentido a la práctica: “Los historiadores alemanes y austriacos buscan como nosotros [los
franceses], su camino, a la vez en el dominio de la metodología y en los sectores de investigación a profundizar.
[También se detectan] […] las diferencias reales que aparecen en las estructuras de investigación, en los centros
de interés y en algunos métodos” (Cuesta Bustillo, 1983: 235).
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Encontrar un nicho le permite justificar al interior de la disciplina su diferencia operativa de


método y, al mismo tiempo, participar del canon establecido al equiparar el uso de testimonios
con el de documentos. La historia oral, derivada de las preocupaciones por fundamentar el
presente, se exhibe como la práctica más disciplinaria de la HTP. Los propios acontecimientos
traumáticos de la segunda guerra mundial, en específico el holocausto, propician el uso de este
instrumento, primero como prueba positiva en los juicios de Núremberg, y posteriormente
como testimonio convertido en documento que debe preservarse como memoria10.

El primer tramo del desarrollo de la HTP está ligado a la construcción y preservación del
testimonio como necesidad de la política en los puntos conflictivos del pasado, pero también
en la celebración o conmemoración promovida por el Estado. Asimismo, se hace evidente que
la naturaleza de la HTP está ligada al uso de su método (la historia oral) y su principal producto
(la memoria) sin las cuales no puede justificar, todavía, su legitimidad como práctica
disciplinaria cabalmente aceptada. Para ello, se requiere ir más allá de la declaración de
principios donde se deslinda de los periodos históricos, incluido el contemporáneo, como
condición necesaria para enunciar su independencia conceptual. Los trabajos más propositivos
a favor de la HTP insisten en este punto. François Bédarida señala que así como la historia
contemporánea es completamente diferente a la de cualquier otro periodo, lo mismo sucede
para la HTP, su propia noción de tiempo flexible en la medida que sigue corriendo hace que su
naturaleza sea diferente a sus contrapartes historiográficas centradas en el tiempo histórico
pasado, que por definición es inmóvil y cerrado. Incluso, esto es un inconveniente para la
historia contemporánea, pues en la medida que transcurre el tiempo se le plantea un problema
de definir sus límites en cuanto el presente siempre es un horizonte que se aleja. La
transitoriedad del tiempo es su naturaleza misma en cuanto presente, pero en cuanto pasado
histórico no. Esa paradoja es compartida por la historia contemporánea y la HTP: ambas son
transitorias, una más que otra, en la medida que su espacio de experiencia se aleja.

La demarcación del periodo contemporáneo permite, por un lado, diferenciarlo del tiempo
presente y, por otro, compartir el método de consulta documentalista en el ejercicio de este tipo
de historiografía. Es decir, en la medida que el historiador de lo contemporáneo acepta “cerrar”
el tiempo del periodo para tener perspectiva –por ejemplo, dejar pasar diez, veinte o treinta años
del hecho o del presente−, admite el paradigma de la historia como pasado cerrado, y con él,
todas las implicaciones del método historiográfico de la práctica disciplinaria más ortodoxa
centrada en la hermenéutica documentalista del archivo como la gran fuente para construir a la
historia. Esta es la razón por la cual la práctica historiográfica de lo contemporáneo no puede
mantener su equivalencia con el presente y donde la HTP reclama un espacio diferenciado tanto
dentro de la disciplina historiográfica como respecto a las ciencias sociales. En el momento de
la inauguración del Instituto de Historia del Tiempo Presente (IHTP), Bédarida señala que: “La
mayor innovación de esta empresa la constituye la interacción entre el pasado y el presente”
(citado por Sauvage, 1998: 60), lo que lleva a recordar la consigna de Marc Bloch: “entender
el presente por el pasado y, lo que, es más, el pasado por el presente” (Bloch, 1952).

La distinción normativa del tiempo deviene en diferenciación conceptual en tanto


práctica, pues si bien la HTP puede compartir algunas de las normas metodológicas de

10
La historia oral como tal no tiene su origen metodológico en la preocupación política del holocausto, pero sí en
la necesidad de preservar los testimonios, de allí su uso; de hecho, la historia oral aparece como una herramienta
derivada de la biografía como género narrativo. El otro ámbito donde se desarrolla esta noción, a la cual el
historiador del tiempo presente no es ajeno, es el museo dedicado a la memoria. Las experiencias autoritarias
durante la guerra fría y las posteriores transiciones a la democracia, en unos casos, y como procesos de paz en
otros, reivindicaron la memoria como una política propia de la transición.
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investigación con respecto a la práctica canonizada de la historiografía, incluida la parte


documental cuando es posible, también se hace evidente la diferencia normativa del tiempo.
Para la práctica de la HTP, el tiempo se encuentra en transición permanente, es decir, que no es
posible “cerrarlo” como periodo histórico.

Esta característica nos lleva al mayor problema de legitimidad científica de la HTP, visto
desde la práctica historiográfica basada en el tiempo cerrado, y afianzado en la perspectiva o
distanciamiento como valor de objetividad y certeza. Como el historiador no puede disociarse
ni distanciarse de su objeto de estudio, entonces, tiene poco que decir al respecto pues siempre
compite en desventaja por la determinación de la perspectiva; sin embargo, al redefinir su
práctica historiográfica fuera de ese canon abre la posibilidad de construir con otros criterios de
método el acontecimiento, acorde con la definición del tiempo que le atañe y estudia. Ha corrido
mucha agua desde el debate posestructuralista de las disciplinas sociales, pero es allí donde
hallamos la nueva lógica del método y su orientación que recala en la renovación de la
historiografía: la presencia del historiador no es un obstáculo para hacer visible un
acontecimiento, hecho o proceso histórico del presente, por el contrario, es a partir de su
presencia que éste tiene legibilidad para su propio tiempo. En ese sentido, Barraclough (1976:
41) define el papel del historiador del presente como la capacidad para “dictaminar un panorama
más amplio del que contemplan sus contemporáneos, corregir sus perspectivas y atraer su
atención sobre ciertos síntomas cuyo alcance a largo plazo no es extraño que se escape su
percepción”. Admite, sin embargo, que este esfuerzo no deja de ser, forzosamente, “hipotético
y especulativo” pues la evolución de los acontecimientos desbordan “hasta al más meticuloso
de los investigadores” (Barraclough, 1976: 43). Como producto del tiempo presente, el debate
posmoderno acaba con el dilema de la objetividad y sus límites, pues al igual que el debate
científico de la mecánica cuántica en la física, coincide en la superación de la perspectiva como
medida absoluta de veracidad. La relación con el objeto de estudio no contamina la construcción
imparcial porque ésta es sólo una ilusión cognitiva. Las disciplinas contemporáneas se realinean
sin la necesidad de un absoluto que las cohesione y con una perspectiva relativista se reconoce
el valor de cada parte.

Colofón: Historia contemporánea y/o historia del presente, el caso de México

La tradición historiográfica profesional en México es relativamente corta. Su desarrollo


corre paralelo a la consolidación del sistema de educación superior en México primero con la
creación de la Universidad Nacional en 1910 y su readecuación como institución autónoma en
1929, así como la creación de un sistema de universidades públicas autónomas en los estados
de la república, herederas de los institutos científicos y literarios fundados en el siglo XIX, y
de la transición del Museo Nacional al Instituto Nacional de Antropología e Historia, donde se
considera la formación de profesionales como parte de sus funciones. El ejercicio de la práctica
historiográfica, propio del siglo XIX, había sido ejercido por la tradición erudita enfocado al
rescate de las fuentes documentales del pasado lejano, tanto prehispánico como novohispano.
La formación del Estado nacional mexicano, por otro lado, estimula las obras de interpretación
que justifican al liberalismo triunfante, juarista, porfirista y maderista-constitucionalista, como
la conclusión inevitable del presente histórico en el siglo XX.

La revolución mexicana aparece, entonces, como el tiempo contemporáneo que permite


explicar a la historia nacional en sus tres ciclos esenciales: prehispánico, novohispano e
independiente, y al mismo tiempo, revelar el siglo XX como resultado de aquella. A este
contexto se debe la formación de los profesionales de la historia en México desde sus inicios,
al igual que su evolución futura en lo que resta del siglo XX. En buena medida, la tradición
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historiográfica se relaciona con el presente contemporáneo, incluso en su polo negativo como


reacción en contra de él y su refugio en el pasado novohispano y prehispánico como prácticas
disciplinarias11. El proyecto nacional del Estado posrevolucionario mexicano requiere,
entonces, de la participación de los profesionales de la historia formados en el sistema de
educación superior para darle forma al presente como realidad palpable de la revolución12. Al
mismo tiempo, la revolución se convierte en el núcleo mismo de la contemporaneidad
mexicana, como periodo posrevolucionario y luego institucional marcado por la figura de cada
presidente de la república en turno de cada seis años de presidencia. Es tal el peso de esta
dinámica que la historia política se divide en sexenios, o sea, por cada periodo presidencial.

Tanto la historiografía contemporánea como sus contrapartes de las ciencias sociales,


comparten el estudio de las etapas que caracterizan el camino de la contemporaneidad mexicana
del siglo XX, éstas van de los problemas del desarrollo de una sociedad en transición a los de
una sociedad inserta a las dinámicas internacionales propias de la sociedad contemporánea
global posterior a la guerra fría. En ese sentido, destaca la transformación del Estado mexicano
y su modelo de desarrollo, ahora centrado en el fomento al mercado liberal como la única
política económica que integra plenamente al país a la dinámica internacional vigente y en los
modelos de transición política hacia la democracia, principalmente como sistema electoral de
partidos. Las dinámicas y transformaciones del sistema político mexicano de la posrevolución
y su institucionalización, por otra parte, coinciden con las mutaciones internacionales del
periodo; su vigencia está marcada con el fin de la contemporaneidad de la guerra fría y la
apertura de una nueva época. Si 1989 significa el fin de una contemporaneidad internacional,
para México trae cambios profundos en la manera en cómo se había construido su historia
contemporánea: el referente que explica el núcleo del periodo, la revolución, desaparece como
discurso historiográfico en la medida que el sistema político que justifica va perdiendo vigencia
ante una sociedad con mayores expectativas producidas por la estrategia basada en el mercado
liberal. Resulta evidente que, en estos años de transición, el sistema político mexicano se
deslegitima –entre otras cosas− ante la falta de un discurso historiográfico que justifique su
existencia, pero esto afecta no sólo al partido dominante sino a los viejos y nuevos partidos de
oposición que no pueden alzarse con la legitimidad de los nuevos tiempos en la medida que la
política ya no articula esta representación.

La historia contemporánea en México siempre ha tenido un espacio institucional para su


desarrollo, tanto en la docencia como en la investigación; su lugar en las diversas estructuras
académicas de la educación superior no ha sido puesto en duda. Sin embargo, este camino no
ha sido exclusivo del campo historiográfico como tal, desde el inicio mismo de su
profesionalización la historia disciplinaria tiene que compartir el campo con la historia de las
ideas –derivada como ejercicio historiográfico de la filosofía− y con el conjunto de ciencias
sociales que disputan a la historia la exclusividad de interpretar tanto el pasado inmediato como
el presente nacional. En el primer caso incluso nace una subdisciplina, los Estudios
Latinoamericanos, que rápidamente se identifica con desarrollos historiográficos regionales
propios de su campo de estudios; en el caso de las ciencias sociales, su proceso ha sido pocas

11
Al respecto es notable observar que el gran debate de los primeros tiempos de la profesionalización
historiográfica es entre el historicismo alemán −trasplantado desde Europa por los filósofos e historiadores
transterrados de la república española en México− contra la tradición erudita que para entonces se identifica como
resabio de positivismo, privativo del régimen anterior porfirista. Nuestro debate no pasa por la pertinencia o no de
la historia contemporánea sino por los métodos que permiten la objetividad de la práctica disciplinaria. Más
adelante, incluso, los nuevos debates no traspasaran este marco.
12
El ejemplo más acabado de esta tendencia sigue siendo La historia de la revolución mexicana bajo la dirección
de Daniel Cosío Villegas y editada por El Colegio de México en 23 tomos. Abarca el periodo de 1910 a 1960 y se
hizo con el objetivo de mostrar la historia contemporánea de México como producto de la revolución.
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veces alterado por la historiografía, pese a los llamados de colaboración entre ambas desde la
década de 1970 con la orientación interdisciplinaria. En ambas tradiciones, no existe la
distinción entre tiempos, el presente y el contemporáneo, y hasta hace relativamente poco, la
historiografía contemporánea era sinónimo de tiempo presente para los historiadores, mientras
que, para sociólogos y antropólogos, por ejemplo, no es necesario hacer tal distinción.

El debate internacional en torno a la HTP ha calado de diferentes maneras en México. Sin


duda que la influencia de las escuelas europeas no pasa en balde, sobre todo la francesa y la
inglesa. Si bien la introducción de la distinción entre historia contemporánea e historia del
tiempo presente puede explicarse por la influencia de dichas escuelas en la comunidad
historiográfica mexicana, su aparición también coincide con el fin de la necesidad del Estado
nacional por justificar su existencia a partir de la experiencia revolucionaria de 1910. La
aparición de nuevas narrativas que cuestionan este canon es el signo más visible de los nuevos
aires que tocan a la historiografía mexicana en general, y en particular a la que atañe al periodo
contemporáneo; no se trata, sin embargo, de plantear un nuevo paradigma como se viene
desarrollando en Francia con el IHTP y la historiografía específica que va produciendo. En
México, su característica está en los tipos de práctica historiográfica que se presentan de manera
diferenciada. Por un lado, aparece la historia oral como un ejercicio específico disciplinario
más cercano a la HTP y, por otro, la investigación de interpretación del proceso contemporáneo
(mexicano y latinoamericano) más involucrado con un tipo específico de ciencias sociales
volcado al conocimiento como acción política para la transformación social.

Para la segunda mitad de la década de 1970, el concepto de historia inmediata aparece en


la historiografía mexicana con la obra coordinada por Pablo González Casanova (1977, 2v)13,
dedicada a la historia contemporánea de América Latina. En ella, se establece el esfuerzo por
hacer un nuevo tipo de historiografía donde se concilien los objetivos y tareas disciplinarias
entre la historia y las ciencias sociales, ya que: “Por lo común los historiadores no se ocupan
de la historia inmediata. Los sociólogos y politólogos, tampoco. Unos se quedan
tradicionalmente en el pasado lejano. Otros, consideran que su tarea no es la del historiador. El
vacío ha quedado en parte cubierto. Y será cubierto cada vez más en los próximos años”
(González Casanova, 1977: VII).14 El fomento a este tipo de estudios se extiende en los
siguientes años, aparecen colecciones y nuevos títulos dedicados a la historia inmediata como
vaticinaba González Casanova en su presentación, sin embargo, y a diferencia de la experiencia
europea, el esfuerzo sistemático no desemboca en la creación de un centro de investigación
específico en historia inmediata o contemporánea. Por ejemplo, la patrocinadora de la historia
de medio siglo, la Universidad Nacional Autónoma de México, mantiene esta actividad en los
confines institucionales ya establecidos como los institutos de investigaciones sociales e
históricas; incluso las nuevas entidades, dentro de la misma institución, enfocadas a la historia
social de lo inmediato ni por asomo incorporan el adjetivo tiempo presente.

A la par con la interpretación de los procesos sociales e históricos contemporáneos como


práctica de una parte de la ciencia social, también se cultiva la historia oral como actividad
específica de los historiadores cuyo interés está en el presente. Curiosamente, desde muy
temprano la historia oral aparece en el horizonte historiográfico mexicano como urgencia
política del rescate y conservación de los testimonios de los participantes de la revolución de

13
Estamos a más de cuarenta años de su aparición, lo cual indica que los términos del debate no son del todo
novedosos o al menos coinciden con la fundación del IHTP francés y sus objetivos.
14
En esos años, Siglo XXI Editores (México), por ejemplo, inicia su colección de Historia Inmediata donde se
incluyen estudios nacionales de los países de América Latina con el subtítulo de Hoy, lo mismo que de Japón y
Estados Unidos.
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1910, cuando el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) organiza dentro de la


dirección de investigaciones históricas el Archivo Sonoro en 1959. A partir de esta instancia
podemos observar una producción dedicada al rescate y resguardo del testimonio de los
participantes del hecho revolucionario. Junto a ella, la historia oral se desarrolla como ejercicio
historiográfico propio, con objetivos diferenciados a su encomienda inicial, al asimilar las
aportaciones que las escuelas historiográficas norteamericana, francesa e inglesa realizan para
la historia social, en específico la construcción de nuevos sujetos sociales al darle voz a los
excluidos de la narrativa historiográfica tradicional.15

Como podemos observar, en México existen y conviven prácticas diferenciadas que


comparten un periodo historiográfico, entendido como historia contemporánea más que historia
inmediata o del presente. Sin embargo, esto no implica, necesariamente, compartir un método
o paradigmas epistemológicos en relación a la definición del tiempo histórico del presente,
como sucede en el caso francés. Esa discusión o debate no ha llegado a la comunidad interesada
en este tema, llámese historiadores o científicos sociales; tampoco se aprecia un eco por
diferenciarse de la historia periodo para definir al presente como temporalidad histórica sin
más. El caso mexicano se caracteriza por operar sin la necesidad de un marco institucional
específico, llámese instituto o centro de estudios en historia contemporánea o del tiempo
presente; hasta el momento, la estructura establecida en el génesis de su profesionalización ha
dado cabida a las diversas prácticas específicas que se han ido incorporando al hacerse más
plural y diversificada dicha actividad. Pese a esta falta de formalizar un espacio institucional
exclusivo para la historia inmediata o del presente, la práctica se ha establecido en diversas
instancias de formación de posgrado (maestrías y doctorados) y de investigación como los ya
mencionados institutos de la UNAM16, así como otros de carácter interdisciplinario y temático.
La misma tendencia se observa en otras instituciones de educación superior del país. Faltaría
precisar por medio de estudios específicos del sistema de educación superior mexicano, los
programas docentes dedicados a la historia contemporánea y del tiempo presente como tal. En
términos generales, los programas tradicionales en historia mantienen un espacio dedicado a lo
contemporáneo e incluso al tiempo presente sin restricción alguna. Sin embargo, se requiere
precisar con estudios empíricos tanto el porcentaje como los programas concretos para mostrar
la verdadera dimensión de la práctica específica de la HTP en México.

Epílogo

Más que enunciar una serie de conclusiones relativas a la pertinencia y o vigencia de la


propuesta metodológica de la historia contemporánea y su vínculo con la HTP, quisiera señalar
algunas reflexiones que considero parte del debate que debemos afrontar en tanto comunidad
epistémica. Pese a todo, incluyendo la postura posestructural o posmoderna, el tema no deja de
ser un debate disciplinario. En ese tenor, es importante señalar que la consolidación de la
historia contemporánea y por extensión la HTP, como práctica historiográfica nos muestra, a
su vez la construcción de un nuevo canon historiográfico, igual de válido que su antecesor,
construido a partir del estudio del pasado. La institucionalización en las estructuras académicas

15
Podemos señalar dos obras que comparten estas preocupaciones, una de corte académico (James y Edna Wilkie,
1965); la otra nacida del ejercicio de la crónica periodística pero que contribuye enormemente a la difusión de la
idea de darle voz a los sin voz (Poniatowska, 1971). Paralelamente, en 1970 aparecen publicadas las primeras
recopilaciones del Archivo Sonoro del INAH iniciado en 1959. Los talleres de formación técnica en historia oral
son otro indicador de la consolidación y pluralidad de la práctica.
16
El Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM alberga al Seminario de Historia del Presente, el cual
organiza en octubre de 2013 el Coloquio para la Historia del Presente en México. Dicho seminario mantiene
actividades regulares, lo cual muestra un interés en la práctica específica de este tipo de historiografía.
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de enseñanza –del ciclo básico a su cúspide en los estudios de posgrado– tanto de la historia
contemporánea como la HTP es un reconocimiento como campo historiográfico con el efecto
que esto trae para el conjunto de prácticas que dan fisonomía a la disciplina.

Al mismo tiempo, las mutaciones en los paradigmas y sus efectos en las prácticas
específicas, ya no pueden verse únicamente desde la lógica disciplinaria misma. El
conocimiento contemporáneo se relaciona con la revolución que significa, todavía hoy, la
Teoría General de la Relatividad y los postulados de la mecánica cuántica a inicios del siglo
XX. El universo, y por ende nuestra concepción de la naturaleza de las cosas, deja de ser
definitivamente un campo de los teólogos y filósofos para convertirse en materia de la nueva
ciencia. No es exagerado decir que el siglo XX es producto de la relatividad y del quantum, y
con ello, que nuestra contemporaneidad se define cada vez más con valores (relativos)
científicos. El conocimiento emanado de las ciencias sociales asimila esta revolución y, a su
vez, abandona las pretensiones absolutas propias del modelo nomotético que había justificado
su constitución como disciplinas científicas. La historia, por su parte, no se queda atrás, se
adapta a los cambios y genera un nuevo modelo –que a su vez engendra otro– acorde al siglo
relativista y quántico. La aceptación de la historia contemporánea primero, y de la HTP después,
como campos específicos de una disciplina tenemos que empezar a verlos como adaptaciones
y sintonías acordes con la revolución del conocimiento científico y su nuevo modelo de
representación. En este sentido, tanto la historia contemporánea como la HTP son producto de
la última experiencia moderna de la humanidad. Por tanto, deben asimilarse como
representaciones relativas de un tiempo histórico específico, que, por la propia naturaleza del
mismo, siempre es transitorio.

Bibliografía
Aróstegui, Julio (2004): La historia vivida. Sobre la historia del presente, Alianza Editorial,
Madrid.
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Esteban Barroso y Saúl Casas

Presentación: Dossier Historia y Género en América Latina

Esteban Barroso
Saúl Casas**

En su ya clásico libro “El contrato sexual”, Carol Pateman (1995) sostenía que el
patriarcado no se limitaba al terreno de lo privado, de lo familiar, ni era sinónimo de
paternalismo. En el patriarcado moderno –afirmaba– la posición de los varones no estaba
dada por el hecho de ser padres. Más que eso, los varones eran fratis, hermanos: lo que existía
era, en realidad, una fraternidad en el dominio, en el libre acceso a los cuerpos de las mujeres,
en su poder para subordinarlas. Los teóricos clásicos del contrato social muy frecuentemente
habían separado en sus análisis la esfera de lo civil de la esfera de lo privado, considerando
que esta última no tenía ninguna relevancia desde el punto de vista político. Contrato sexual y
social aparecían, de esta forma, como irremediablemente separados, cada uno se ocupaba de
territorios diferentes.

Pateman, en cambio, basa su análisis en la premisa opuesta: el contrato sexual no solo


que es previo al social, sino que el derecho patriarcal más que limitarse al reino de lo íntimo,
atraviesa cada uno de los aspectos de la sociedad civil. Apenas dos años antes, Joan Scott
(1990) había manifestado una posición que apuntaba en la misma dirección. Si el género es,
como ella ha sostenido, un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las
diferencias que distinguen los sexos, y una forma primaria de relaciones significantes de
poder, resultaría ilusorio emparentarlo pura y exclusivamente con el parentesco, el hogar y la
familia. El género debe, por el contrario, abarcar cuestiones como la economía, el mercado de
trabajo y la política, entre otras.

Precisamente, una de las características centrales de los artículos que componen el


Dossier que estamos aquí presentando es el de su diversidad. Una diversidad que se observa,
en primer lugar, en lo que respecta a lo estrictamente geográfico. Esto queda puesto de
manifiesto no solo por el hecho de que cada uno de los estudios aquí presentados toman como
punto de anclaje de sus investigaciones diferentes países –Argentina, Brasil, Chile, Estados
Unidos, Uruguay. También tenemos trabajos que buscan establecer puntos de contacto entre
algunos de estos países, ya sea buscando posibles similitudes, o experiencias concretas que
puedan ser de utilidad para reflexionar sobre situaciones presentes. Y desde el punto de vista
más específicamente bibliográfico, los artículos dialogan con obras producidas a lo largo y a
lo ancho de nuestro continente, en un intercambio que resulta sumamente fructífero desde el
punto de vista teórico, metodológico y temático.


Profesor en Historia (Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata)
y Becario Doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), con lugar de
trabajo en el Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Genero (CINIG), FaHCE-UNLP. Correo
electrónico: esteban_barroso@live.com.ar
**
Doctor en Ciencias Sociales, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de
La Plata. Profesor Adjunto de Historia Contemporánea de América Latina, Facultad de Periodismo y
Comunicación Social – UNLP; y en la materia Problemas de Historia Americana, FaHCE-UNLP. Correo
electrónico: casas.scasas@gmail.com
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Esteban Barroso y Saúl Casas

La diversidad no solo se puede observar en lo que respecta al anclaje


temporal/geográfico seleccionado, o en los enfoques teórico-metodológicos empleados, sino
también –y fundamentalmente– en las diferentes problemáticas abordadas. Al menos una
parte de la potencia de sus análisis consiste en mostrar –ya sea de manera explícita o
implícita– cómo el género nos atraviesa, entretejiéndose incluso con aquellos recovecos de
nuestras vidas que podemos considerar a priori como más alejados de su influencia. Está en
las leyes y en las formas en las que miramos, en los relatos que construimos y en las
instituciones, en los salarios y en las identidades subjetivas.

La identidad es, precisamente, una de las cuatro dimensiones o aspectos del género que
resalta Scott (1990), remarcando a su vez la necesidad de llevar adelante una aproximación
histórica a la problemática de su construcción. Precisamente, este es el enfoque empleado por
Graciela Queirolo en su trabajo, en el que centra su atención en el proceso de construcción de
la identidad laboral de las secretarias en Buenos Aires y Santiago de Chile, durante la primera
mitad del siglo pasado. Tomando distancia tanto de las posiciones que solo observan ventajas
en la entrada de las mujeres en el mercado laboral, como de aquellas otras que, de manera
antagónica, remarcan exclusivamente los rasgos más sobresalientes de la explotación
capitalista, la autora observa las tensiones que se generan en el juego existente entre
profesionalización y feminización de las secretarias. Como profesionales, ellas tenían la
posibilidad de ascender dentro de las jerarquías sociales existentes. Sin embargo, la
feminización ejercía una presión en el sentido opuesto: se afirmaba que las mujeres realizaban
este trabajo empleando ciertas “virtudes” o secretos propiamente femeninos –y no gracias a su
preparación profesional-, el trabajo se concebía como temporario –hasta el matrimonio-, el
sueldo era inferior, y estaban sujetas a los caprichos y /o abusos del jefe.

La cuestión identitaria también es objeto de atención en el trabajo de Elaine Schmitt,


pero en este caso particular entrelazada con lo simbólico, es decir, con “los símbolos
culturalmente disponibles que evocan representaciones múltiples (y a menudo
contradictorias)” (Scott, 1990). La autora busca analizar las posibles construcciones de lo que
denomina como un “olhargendrado” del periodismo gráfico brasilero, ocupación que tiene la
capacidad de producir representaciones particulares sobre los múltiples aspectos de una
sociedad. Para realizar esto, se enfoca en los procesos de producción de imágenes sobre la
dictadura militar brasilera llevados a cabo por el fotógrafo Evandro Teixeira y la fotógrafa
Rosa Gauditano, reponiendo también la trayectoria profesional de otras fotógrafas brasileñas.
La mirada detenida sobre las imágenes desde una perspectiva de género y la exploración del
significado particular que tenía el ser mujer dentro de un campo especialmente masculinizado
como es el del periodismo gráfico, entre otras cuestiones, le permite a la autora afirmar que la
tarea emprendida por las fotógrafas permitió el surgimiento de discursos, de visiones, de
lenguajes alternativos a los producidos por una perspectiva que era mayoritariamente
masculina.

Más allá de los símbolos y de sus significados, tenemos las maneras específicas en las
que se manifiestan sus interpretaciones, todo ese cuerpo normativo que busca definir lo
“masculino” y lo “femenino” (Scott, 1990). Esta dimensión particular del género es abordada
en el artículo de Lucía Busquier, que tiene como objetivo explícito realizar una contribución a
los debates que se vienen realizando en el último tiempo en la Argentina sobre la
problemática de la despenalización y legalización de la interrupción voluntaria del embarazo.
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Esteban Barroso y Saúl Casas

Para ello, analiza la posición que adoptó una organización feminista estadounidense que se
autopercibía como de mujeres del Tercer Mundo, la Third World Women’s Alliance, ante la
legalización del aborto en aquel país en el año 1973. El estudio de este proceso histórico
particular le permite a la autora poner en discusión aquellos análisis que conciben a las
mujeres como un sujeto homogéneo exento de cualquier tipo de privilegio. Por el contrario,
Busquier remarca los entrelazamientos existentes entre género, clase, raza, etnicidad y
sexualidad, para poner en evidencia no solo la heterogeneidad de las mujeres, sino también
los juegos de privilegios y de lugares de poder que se dan en el interior de este sujeto
colectivo, cuestión que considera central en lo que respecta a la reflexión sobre el acceso al
aborto legal, seguro y gratuito.

El otro de los aspectos resaltados por Scott (1990) es el institucional. Santiago


Lamboglia entrelaza esta dimensión con lo normativo, al presentarnos un trabajo que pone en
relación las políticas criminales que se desarrollaron en América Latina durante el período de
consolidación de los Estados Nacionales, con la problemática de las masculinidades. Para
ello, nos ofrece un pormenorizado análisis de algunas de las obras más representativas de
ambos campos de estudio, campos que han tenido escasa interacción hasta la actualidad. No
solo la perspectiva de género ha estado tradicionalmente ausente en los estudios de la política
criminal, sino que, en particular, en este último terreno casi resultó nula la atención que se ha
prestado a la cuestión de la construcción de las masculinidades. Según el autor, prestar
atención a esta problemática podría favorecer el surgimiento de nuevas preguntas, nuevos
debates, y nuevas interpretaciones sobre cuestiones largamente investigadas en lo que
respecta las políticas de control, observación y disciplinamiento de los Estados
latinoamericanos en su período de consolidación.

Finalmente, la cárcel también aparece en el artículo Ana Laura de Giorgi, aunque en un


contexto temporal completamente diferente. Aquí nos ubicamos en la década del ochenta del
siglo pasado, y la intención de la autora es pensar los vínculos existentes entre el feminismo
de aquella década en el cono sur, con el terrorismo de Estado, en particular en lo que respecta
a la experiencia carcelaria. Retomando fundamentalmente el relato elaborado por una ex-
presa política y feminista uruguaya, de Giorgi busca abordar un proceso más amplio de
reflexión que caracterizó al feminismo latinoamericano sobre la violencia institucional. A
partir de una mirada feminista, el análisis de dicha violencia adquirió –según la autora– rasgos
particulares. La experiencia carcelaria, en los relatos estudiados, permitió poner de manifiesto
el lugar subordinado de las mujeres, tanto dentro como fuera de la cárcel, y el terrorismo de
estado pasó a ser concebido como la máxima expresión del patriarcado. De esta manera, este
conjunto de reflexiones que partieron de un hecho concreto terminaron por trascenderlo
ampliamente, postulando las múltiples relaciones existentes entre lo público y lo privado, y
revelando el origen común que tienen las violencias domésticas y las institucionales.

Hace poco menos de diez años Joan Scott (2011) se preguntó en un artículo si la
categoría de género seguía siendo útil para el análisis. Su respuesta es clara: sí, sigue siendo
útil, siempre y cuando se adopte una actitud crítica y cuestionadora al momento de realizar el
trabajo de investigación. Es decir, el objetivo no debería ser el de describir roles diferentes;
más bien se debería prestar atención a la construcción de la diferencia sexual en sí. Ya dijimos
–y a esta altura posiblemente también pusimos de manifiesto- que uno de los rasgos de este
dossier es el de su diversidad. Ahora agregamos que estos artículos tienen otro aspecto en
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Esteban Barroso y Saúl Casas

común, quizás el más importante de resaltar: todos hacen gala de esa actitud crítica y
cuestionadora que menciona Scott.

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Scott, Joan (1990): “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en Mary Nash y
James Amelang (eds), Historia y género: las mujeres en la Europa moderna y
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Graciela Amalia Queirolo

Los secretos de las secretarias. El trabajo femenino en los empleos


administrativos (Buenos Aires y Santiago de Chile, 1910-1955)

Secretaries’ secrets. The female labour market in private bureaucratic jobs (Buenos
Aires and Santiago de Chile, 1910-1955)

Resumen:
Este artículo se propone analizar la construcción de la identidad laboral de la ocupación de
secretaria en Buenos Aires y Santiago de Chile, dos sociedades que vivieron similares
procesos de modernización capitalista, en la primera mitad del siglo XX. Uno de los
fenómenos sobresalientes de esos procesos fue la expansión de los mercados de trabajo y,
dentro de ellos, de las ocupaciones administrativas. Dentro de éstas, la secretaria se constituyó
en una ocupación que vivió tanto un proceso de profesionalización a partir del pasaje por el
sistema educativo, como un proceso de feminización que estimuló la presencia de mujeres. De
acuerdo con lo anterior, en primer lugar, se demostrará el ingreso e incremento de las mujeres
en el sector burocrático privado; en segundo lugar, se caracterizará el proceso
profesionalización y, finalmente, se abordará el proceso de feminización de la ocupación. El
análisis se desarrollará a partir de un análisis crítico de censos de población, manuales de
capacitación comercial y prensa comercial que se realizará desde la Historia de las Mujeres y
los estudios de género.
Palabras clave: Trabajo femenino; Empleadas administrativas; Profesiones

Abstract:
This article aims to analyse the configuration of secretaries’ labour identities in Buenos Aires
and Santiago de Chile between 1910-1955, two cities that went through similar processes of
capitalist modernisation during the first half of the twentieth century. A noticeable
phenomenon within those processes was the expansion of the labour market and, in particular,
of the administrative jobs. Among the latter, secretaries increased their professionalization,
which derived from both their access to the educational system and the progressive
feminisation of administrative tasks. In this work, firstly, I will show the rise in the number of
women occupied in the private bureaucratic sector. Secondly, I will address the feminisation
of the secretarial profession. The analysis, which draws on Women’s History and Gender
Studies, will proceed through a critical analysis of population censuses, training manuals for
the commercial area and commercial press.
Key Words: Female Labor; Female Clerical Workers; Professions

Fecha de recepción: 2 de mayo de 2019


Fecha de aceptación: 27 de junio de 2019
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Graciela Amalia Queirolo

Los secretos de las secretarias. El trabajo femenino en los empleos


administrativos (Buenos Aires y Santiago de Chile, 1910-1955)
Graciela Amalia Queirolo

En 1948, Eva, una publicación de la editorial chilena Zig Zag presentada como “la
revista moderna de la mujer”, inauguraba una serie de columnas sobre “las nuevas profesiones
para la mujer”. La primera de ellas estuvo dedicada a “la perfecta secretaria”:

La secretaria, como el nombre lo indica, es la persona que tiene los secretos del
jefe, es decir, es el segundo “yo” del jefe. Tiene que estar impuesta de todo el
manejo de la oficina, ya sea ésta una firma comercial, de publicidad, el estudio de
un profesional, etc. Debe contar con la absoluta confianza del jefe y hacer frente a
cualquier problema difícil que se presente en su ausencia y resolverlo según su
criterio. […] En la parte práctica debe preocuparse de que […] haya orden y
armonía dentro de la oficina, que [su] apariencia externa […] sea agradable a la
vista, que su voz no sea chillona, que sus modales no sean bruscos, que tenga
buena memoria, tacto, discreción, que trate con amabilidad a la gente (jefes y
subalternos). En cuanto a la parte técnica, una secretaria debe saber: dactilografía,
taquigrafía, debe tener buena redacción, buena ortografía, en lo posible saber un
idioma y saber encabezar una carta.1

Según lo anterior, toda secretaria debía dominar saberes comerciales como la


mecanografía, la taquigrafía y la redacción, así como también debía cumplir con requisitos de
apariencia física mientras desplegaba conductas como la discreción, la prudencia y la
amabilidad. De esta manera, la ocupación entretejía destrezas técnicas con aspecto exterior y
habilidades actitudinales. Esta secretaria se desempeñaba dentro de la oficina, un novedoso
espacio laboral que reunía a empleados –mujeres y varones– bajo las órdenes de un directivo
–el jefe–. Allí, así como ejercía la obediencia ante su jefe, también tomaba decisiones frente al
conjunto del personal ya de la oficina, ya de la empresa y hasta del ámbito exterior. Una
publicidad gráfica de Academias Pitman, institución argentina de capacitación comercial, la
había presentado como “el brazo derecho de gerente”, una imagen que encarnaba su jerarquía
intermedia dentro de la burocracia.2

Fue hacia mediados de los años treinta, momento en que las burocracias privadas
incrementaron su expansión, cuando la ocupación de secretaria se conformó en la cumbre de
la carrera laboral de las mujeres en los empleos administrativos, especialmente dentro de las
burocracias privadas. Se trató de un proceso que, tanto en la sociedad argentina como en la
chilena, se había iniciado en la década de 1910, momento en que las columnas de avisos
clasificados habían comenzado a incorporar ofertas y pedidos de dactilógrafas, así como
también a promocionar instituciones que vendían cursos de enseñanza comercial que incluían
todas las técnicas anteriormente señaladas. En las décadas siguientes, el proceso se


Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género (IDIHCS), Universidad Nacional de La Plata,
Argentina. Correo electrónico: graciela.queirolo@gmail.com. Quiero agradecer la lectura atenta de las y los
evaluadores cuyas sugerencias espero haber respondido. Asimismo, me beneficié enormemente con los
elaborados comentarios de Alicia Salomone y Matías Wymerszberg.
1
Eva (Santiago de Chile), 5 de marzo de 1948, p. 29.
2
Para Ti (Buenos Aires), 31 de agosto de 1937, p. 31.
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Graciela Amalia Queirolo

incrementó como parte de un movimiento mayor de expansión de la modernización capitalista


que contempló un desarrollo de las burocracias privadas. Entonces, capacitación técnica,
apariencia exterior y posición intermedia dentro de la jerarquía ocupacional de las oficinas, se
entretejieron para modelar la particular identidad laboral de las secretarias que las distinguió,
con una importante cuota de prestigio social, dentro del enjambre del personal administrativo
llamado “empleados de escritorio” en la sociedad argentina y “empleados particulares” en la
sociedad chilena.

Sin embargo, en ambas sociedades, esta ocupación sobrellevó las inquietudes y


malestares sociales que presentó, en general, la participación femenina asalariada. En los
inicios del siglo XX, como señaló Asunción Lavrin (2005 [1995]), la obrera se convirtió en la
asalariada más controvertida e integró los debates sobre la cuestión social que nació con los
profundos desajustes entre la expansión económica y la desigual distribución de sus
beneficios. Marcela Nari (2005) y Mirta Lobato (2007), en sus respectivas investigaciones,
concluyeron que la trabajadora fabril se representó como “la cuestión de la mujer obrera” o
“un jirón del hogar abandonado”. Esta melodramática imagen planteaba la contradicción entre
tareas asalariadas (trabajo productivo) y tareas domésticas (trabajo reproductivo) que ya había
sido analizada para las sociedades europeas (Scott, 2000): si las mujeres pasaban extensas
jornadas en la fábrica, ¿cómo se encargarían de los quehaceres domésticos y, más grave aún,
de las faenas de cuidado de sus hijas e hijos, responsabilidades naturalizadas como femeninas
a partir de su condición maternal? Asimismo, el análisis de Elizabeth Quay Hutchison (2005
[2001]) concluyó que, para los contemporáneos, la “mujer trabajadora” conformó una
“paradoja cultural”, un fenómeno social que debía ser explicado.

Esta preocupación social que protagonizó el trabajo femenino asalariado también se


manifestó con la expresión “mujeres que trabajan” de uso muy frecuente a ambos lados de la
cordillera y síntoma no solo de la dificultad de nombrar a la “trabajadora” sino también de la
expansión de su presencia en numerosas ocupaciones que excedían lo estrictamente industrial
–empleadas, maestras, enfermeras, entre otras–. Fue así como el incesante y constante ingreso
de las mujeres al mercado laboral se interpretó a partir de la necesidad material de las
protagonistas, ocasionada por la ausencia de un varón proveedor dentro de su grupo familiar o
por los ingresos insuficientes de aquél. Asimismo, su presencia laboral se pensó como
temporaria, en especial durante la soltería, al tiempo que se le asignó a los salarios un valor
suplementario, un monto que completaba el presupuesto familiar, por lo tanto, un valor menor
que el valor de los salarios masculinos. Entonces, necesidad, temporalidad y
complementariedad conformaron el triángulo de sentidos que pretendió resolver la
contradicción que encarnaba la “mujer que trabajaba” presentando su participación asalariada
como una actividad excepcional. De esta manera, las tareas asalariadas se sumaron a las tareas
domésticas y de cuidado dando lugar a las “dobles tareas” que, por lo general, forzaron a las
mujeres a optar por las segundas, reforzando aún más la excepcionalidad de las primeras.

Este artículo se propone analizar la construcción de la identidad laboral de la profesión


de secretaria en Buenos Aires y Santiago de Chile, dos sociedades que vivieron similares
procesos de modernización capitalista. Uno de los fenómenos sobresalientes de esos procesos
fue la expansión de los mercados de trabajo y, dentro de ellos, de las ocupaciones
administrativas que convocaron al enjambre de empleados. La secretaria se trató de una
ocupación que vivió tanto un proceso de profesionalización a partir del pasaje por el sistema
educativo como con un proceso de feminización que estimuló la presencia de mujeres.
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Graciela Amalia Queirolo

De acuerdo con lo anterior, este artículo, en primer lugar, se propone demostrar el


ingreso e incremento de las mujeres en el sector burocrático privado dentro de los procesos de
modernización capitalista, destacando el temprano desarrollo de esa participación, frente a
interpretaciones que ubican dicho fenómeno a partir de la segunda mitad del siglo XX.
Semejante participación amerita un análisis que presente sus particularidades. En segundo
lugar, se detiene en caracterizar el proceso de capacitación profesional y, finalmente, aborda
el proceso de feminización de la ocupación. Se trabajará con la hipótesis de que si la
profesionalización promovió las expectativas de una carrera laboral con el consiguiente
acceso a la promoción social, la feminización se anudó a las concepciones de excepcionalidad
del trabajo femenino asalariado y marcó los límites del desarrollo profesional. Dentro de esta
tensión entre movilidad ocupacional y excepcionalidad de género se desarrolló la identidad
laboral de las secretarias.

Mujeres y varones en las burocracias privadas

Tanto en la Argentina como en Chile, el desarrollo del sector burocrático se entrelazó


con procesos más generales del despliegue de la modernización capitalista. A pesar de las
diferencias temporales, en el siglo XIX, ambas sociedades vivieron el proceso de construcción
de sus Estados Nacionales y de inserción en un mercado internacional como productoras de
diversos bienes primarios –que variaron a lo largo del tiempo– y receptoras de capitales
extranjeros. La producción agrícola ganadera se convirtió en el motor de crecimiento para la
Argentina mientras que la producción minera lo hizo para Chile. Esta inserción internacional
desencadenó movimientos migratorios que, en el caso argentino, fueron predominantemente
trasatlánticos y, en el caso chileno, internos. De la misma manera, se produjeron procesos de
urbanización en los que sobresalieron las ciudades de Buenos Aires y Santiago. Allí, se
desarrollaron mercados internos que se abastecieron con las actividades industriales y
comerciales vernáculas. En un lapso apenas superior a treinta años, Buenos Aires duplicó su
población –de 1.575.814 habitantes (725.844 mujeres y 849.970 varones) subió a 2.982.580
(1.533.174 mujeres y 1.449.406 varones)–3, mientras que Santiago casi llegó a triplicarla –de
685.358 habitantes (363.717 mujeres y 321.641 varones) saltó a 1.754.954 (930.046 mujeres
y 824.908 varones).4 Cada una se convirtió, con sus propias magnitudes, en una “ciudad de
masas” (Romero, 1986; De Ramón, 2007). La crisis económica de 1930 inauguró nuevos
rumbos para las actividades productivas que, aunque continuaron supeditadas a las
exportaciones de bienes primarios, expandieron aún más la industrialización y el mercado
interno al calor de una destacada intervención del Estado. Al mismo tiempo, se profundizó la
burocratización de la economía de tal manera que las actividades administrativas consolidaron
su condición de imprescindibles para el correcto funcionamiento de la producción, el
comercio y las finanzas.

Los mercados laborales se expandieron. Sus integrantes se duplicaron en cantidades


absolutas. En la ciudad de Buenos Aires, las y los trabajadores que, en 1914, eran 792.361
treparon, en 1947, a 1.416.674 (tabla 1) mientras que, en Santiago, las y los trabajadores que,

3
Tercer Censo Nacional. Levantado el 1 de junio de 1914, t. IV: Población, Buenos Aires, Talleres Gráficos de
L.J. Rosso y Cía., 1916, pp. 201-212; Presidencia de la Nación. Ministerio de Asuntos Técnicos. IV Censo
General de la Nación, t. I: Censo de Población, Buenos Aires, Dirección Nacional del Servicio Estadístico,
1952, p. 67.
4
Dirección General de Estadística, Censo de Población de la República de Chile. Levantado el 15 de diciembre
de 1920, Santiago de Chile, Soc. Imp. y Litografía Universo, 1925, pp. 464-473; XII Censo General de
Población y I de Vivienda. Levantado el 24 de abril de 1952, t. III, República de Chile, Servicio Nacional de
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Graciela Amalia Queirolo

en 1920, eran 300.648 llegaron, en 1952, a 689.412 (tabla 2). A pesar de que las mujeres
mantuvieron un volumen minoritario respecto de los varones, merece destacarse que, en
Buenos Aires, el porcentaje de mujeres asalariadas se incrementó levemente: de un 25%
(1914) a un 28% (1947); mientras que, en Santiago, apenas se redujo un punto: de un 34%
(1920) a un 33% (1952). Estas cifras, que se calcularon sin desatender que las fuentes
censales incurren en el subregistro de la participación femenina asalariada, ratifican la
temprana presencia femenina en el mercado laboral a partir de la expansión de la
modernización capitalista.

Tabla 1. Población asalariada. Mujeres y varones. 14 años y más.


Ciudad de Buenos Aires, 1914-19475
Total Porcentaje respecto del total
Año
Mujeres Varones Total Mujeres Varones Total
1914 194.517 597.844 792.361 25% 75% 100%
1947 396.428 1.020.246 1.416.674 28% 72% 100%
Fuente: elaboración propia en base a documentos de nota 3.

Tabla 2. Población asalariada. Mujeres y varones.


Provincia de Santiago de Chile. 1920-19526
Total Porcentaje respecto del total
Año
Mujeres Varones Total Mujeres Varones Total
1920 101.583 199.065 300.648 34% 66% 100%
1952 227.892 461.520 689.412 33% 67% 100%
Fuente: elaboración propia en base a documentos de nota 4.

En Santiago, la proporción de mujeres asalariadas respecto de varones fue mayor que lo


que ocurrió en Buenos Aires, es decir, Santiago desarrolló un mercado laboral más pequeño
que el de Buenos Aires, en el que había comparativamente una mayor proporción de mujeres
realizando tareas asalariadas. No obstante, hacia mediados de siglo los mercados de ambas
metrópolis prácticamente habían igualado las características de su composición genérica: de
diez personas que trabajaban, tres eran mujeres y siete varones.

Este proceso de crecimiento de personas asalariadas también involucró a las y los


empleados administrativos del sector privado. El volumen de empleados –mujeres y varones–
creció considerablemente en las dos ciudades bajo análisis. En Buenos Aires, las y los 66.313
empleados (1914) treparon a 282.192 (1947) –tabla 3–. En Santiago, las y los 3.374
empleados (1920) crecieron a 81.175 (1952) –tabla 4–.

Tabla 3. Empleados administrativos (sector privado).


Mujeres y varones. 14 años y más.
Ciudad de Buenos Aires, 1914-1947
Año Total Porcentaje respecto del total

5
Entiendo por población asalariada a aquella que realiza diferentes actividades económicas a cambio de un
salario. El censo de 1914 clasificó a la población según la profesión a partir de los 14 años. El censo de 1947
clasificó a la población a partir de los 14 años en “ocupados con retribución”.
6
El censo de 1920 contabiliza las actividades económicas de la población a partir de un listado de profesiones,
sin discriminar la edad de las personas. En cambio, el de 1952 lo hacen por grupos de ocupaciones y consideran
la población a partir de los 12 años de edad.
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Mujeres Varones Total Mujeres Varones Total


1914 7.041 59.272 66.313 11% 89% 100%
1947 44.426 237.766 282.192 16% 84% 100%
Fuente: elaboración propia sobre los documentos citados en la nota 3.

Tabla 4. Empleados administrativos (sector privado).


Mujeres y varones. 12 años y más.
Provincia de Santiago de Chile. 1920-1952
Total Porcentaje respecto del total
Año
Mujeres Varones Total Mujeres Varones Total
1920 484 2.890 3.374 14% 86% 100%
1952 25.513 55.662 81.175 31% 69% 100%
Fuente: elaboración propia sobre los documentos citados en la nota 4.

Al mensurar estas cifras respecto de la totalidad de la población asalariada se obtiene


una interesante ponderación del crecimiento de las burocracias privadas. En Buenos Aires, en
1914, las y los empleados administrativos constituyeron un 8% del total de la población
asalariada. En 1947, en cambio, fueron un 20%. Por su parte, en Santiago, en 1920, las y los
empleados administrativos representaron un 1% del total de la población asalariada, mientras
que, en 1952, crecieron a un 12%.

De acuerdo con todas estas cifras se puede concluir que, en ambas ciudades, la cantidad
de empleados –mujeres y varones– creció, con volúmenes específicos, tanto en valores
absolutos como en relación de la totalidad de personas asalariadas. Asimismo, es interesante
destacar que, tanto en Buenos Aires como en Santiago, hacia mediados del siglo XX, de cien
mujeres asalariadas, once se desempeñaban como empleadas administrativas en una oficina.
Este dato nos permite mensurar la importancia de la ocupación dentro de la población
femenina asalariada y equiparar su magnitud respecto de otras ocupaciones que expresaron
importantes diferencias entre ambas ciudades, como la de obreras y la de servicio doméstico,
producto de sus diferentes estructuras ocupacionales –tabla 5–.7

Tabla 5.
Ocupaciones de mujeres respecto de la población asalariada de mujeres.
Buenos Aires (1947) y Santiago de Chile (1952)
Ciudad de Buenos Provincia de Santiago
Ocupaciones
Aires (1947) de Chile (1952)
Empleadas administrativas
11% 11%
(sector privado)
Obreras 40% 27%

7
No ahondaremos en los motivos de tales diferencias. Algunas respuestas se pueden construir a partir de Lobato
(2007) y Hutchison (2005 [2001]).
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Servicio doméstico 25% 40%

Otras (sin especificar)8 24% 22%

Total 100% 100%


Fuente: elaboración propia en base a Presidencia de la Nación. Ministerio de Asuntos Técnicos. IV
Censo General de la Nación, t. I, Censo de Población, Buenos Aires, Dirección Nacional del Servicio
Estadístico, 1952, pp. 28 y 67; XII Censo General de Población y I de Vivienda. Levantado el 24 de
abril de 1952, t. III. República de Chile, Servicio Nacional de Estadísticas y Censos, 1956, p. 580.

Finalmente, diremos que hacia mediados del siglo XX, en Buenos Aires, un 73% de
taquígrafa-dactilógrafas eran mujeres, mientras que, en Santiago de Chile, un 70% lo eran
(Queirolo, 2018 y en prensa). Aunque carecemos de datos para establecer una comparación
cuantitativa de las secretarias, los porcentajes anteriores nos permiten afirmar que las
secretarias eran predominantemente mujeres desde el momento que toda secretaria era
técnicamente experta en taquigrafía y dactilografía, requisitos imprescindibles para acceder al
puesto, es decir, que los porcentajes anteriores se pueden asumir como relativos a la profesión
secretarial.

De acuerdo a todo lo expuesto, podemos concluir que las y los empleados conformaron
la mano de obra que protagonizó la expansión de las burocracias privadas. Interpretaciones
historiográficas muy difundidas relacionaron a los empleados con las clases medias. José Luis
Romero (1986) y Armando de Ramón (2007) postularon que las clases populares vivieron un
proceso de movilidad social ascendente a partir de su participación laboral en actividades
relacionadas con la modernización capitalista, entre las que se encontraron las administrativas.
Esto habría dado origen a las clases medias. De Ramón se refirió también a la movilidad
social descendente que empujó a los sectores acomodados a ingresar a las oficinas. Tanto en
un caso como en el otro, los empleos administrativos se presentaron como ocupaciones que
poseían implícitamente importantes cuotas de prestigio social, por lo tanto, coronaban el
esfuerzo de los que ascendían al tiempo que evitaban la vergüenza de los que descendían.

Más recientemente, otras interpretaciones historiográficas han cuestionado estos


análisis. Azun Candina (2009) no separó a los empleados de los grupos medios, pero señaló la
condición asalariada de los primeros y el carácter heterogéneo de los segundos. Asimismo,
Ezequiel Adamovsky (2009) señaló la movilidad ocupacional de las clases trabajadoras antes
que la movilidad social puesto que el pasaje de las ocupaciones manuales a las ocupaciones
intelectuales no eliminó la dependencia de las relaciones asalariadas que mantuvieron sus
protagonistas.

De acuerdo con lo anterior, postularemos que la identidad laboral de los empleados


administrativos –mujeres y varones– se construyó sobre la tensión entre dependencia salarial
y estatus social prestigioso. El estatus, expresado en su educación y su vestir, los distinguía
dentro de las clases trabajadoras pero la condición asalariada como única vía para satisfacer
las necesidades materiales y acceder al bienestar, los reintroducía en ella. A continuación
desarrollaremos los procesos de capacitación profesional propios de las ocupaciones
administrativas y sus vinculaciones con la movilidad ocupacional ascendente.

8
Dentro de esta categoría se incluyen las ocupaciones educativas, sanitarias y de las burocracias públicas. El
diseño de cada uno de los censos no permite realizar comparaciones entre estas ocupaciones.
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Las y los empleados y su capacitación profesional

Un imaginario muy difundido representó a los empleos administrativos como


ocupaciones beneficiosas para sus protagonistas porque, supuestamente, no solo no dañaban
sus cuerpos sino que ni siquiera los cansaban. Asimismo eran “provechosas” ya que estaban
“bien retribuidas”.9 Estas concepciones se elaboraron en oposición a dos modalidades de
actividad laboral. En primer lugar, se diferenciaron de las ocupaciones manuales que así como
deterioraban los cuerpos también estaban pésimamente remuneradas. En segundo lugar, se
distinguieron de las personas “improvisadas” que solo aprendían las tareas en la cotidianeidad
laboral y, por lo tanto, tenían mayores limitaciones para obtener el acceso a sueldos
destacados cuando no sufrían la amenaza de ser despedidos. En los empleos administrativos,
la clave para acceder, permanecer y ascender fue la capacitación comercial, es decir, el
dominio de saberes técnicos. Así, las clases trabajadoras, quienes solo contaban con su fuerza
de trabajo para vender, fueron convocadas para estas ocupaciones: “quien vive de su trabajo,
no pude dejar de prepararse. (…) Recuerde que el mejor seguro contra la desocupación es
saber más”;10 o “adquiriendo esta profesión decente y provechosa, podrá contemplar la vida
con plena confianza en sí mismo y llegará a sentir la felicidad del que no teme la miseria
porque sabe trabajar”.11

El proceso de capacitación profesional en saberes comerciales recayó, principalmente,


en instituciones privadas. Numerosos establecimientos diagramaron cursos con un formato
que combinaba brevedad, facilidad económica y certificación. En pocas semanas o pocos
meses, con una carga horaria compatible con otras actividades, a precios que podían ser
pagados por las y los integrantes de las clases trabajadoras, que incluso admitían la
posibilidad de financiamiento, y con la promesa de certificado de estudios –el “diploma”– que
avalaba la adquisición de la técnica aprendida, se propagaron las técnicas comerciales.
Además, se promocionó una “matrícula permanente”, es decir, que se podían iniciar los
estudios en cualquier mes del año, sin estar ceñidos por la exigencia de un rígido calendario
estatal. Institutos, academias y “universidades” –ostentoso título que emulaba la educación
superior– enseñaron mecanografía, taquigrafía, redacción, aritmética, contabilidad y
caligrafía, conocimientos mercantiles básicos para desempeñarse como empleado de
escritorio. Además, la adquisición de la técnica se perfeccionaba con el ejercicio cotidiano en
la oficina.

Se ofrecieron cursos presenciales, en los que el estudiantado asistía al establecimiento, y


cursos por correspondencia, en los que las personas interesadas recibían las lecciones y
resolvía los ejercicios a través de envíos postales. Ambas modalidades brindaron enormes
amplitudes horarias. Mientras los primeros abrieron sus puertas en “horarios diurnos,
vespertinos, nocturnos”, los segundos invitaron a la autoadministración de los tiempos
individuales para exprimir el uso de las horas libres.

Existieron numerosos establecimientos de educación comercial. Todos ellos


publicitaron sus cursos en la prensa comercial, ya sea con avisos clasificados o con
publicidades gráficas, de la misma manera que diseñaron folletos de propaganda y materiales
de estudio. Si bien solo señalamos la propuesta de educación comercial, la mayoría de ellos
9
Instituto de Contabilidad y Técnica Comercial de Chile, Dactilografía moderna al tacto, Santiago de Chile,
Imprenta Santiago, 1927, p. 5; Academias Pitman, El libro del éxito. Cómo prepararse para el comercio, Buenos
Aires, Academias Pitman, 1950, p. 1.
10
Academias Pitman, Guía de estudios para el comercio, Buenos Aires, Academias Pitman, s/f, p. 9.
11
Instituto de Contabilidad y Técnica Comercial de Chile, Dactilografía moderna al tacto, p. 5.
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también ofreció otros numerosos cursos de “educación profesional” para mujeres –costura o
“corte y confección”, belleza– y de “educación técnica” para varones –mecánica,
electricidad– (Queirolo, 2016).

En Buenos Aires, se destacó Academias Pitman, que junto a una sede central ubicada en
el centro de la ciudad abrió sucursales barriales, así como también en diferentes ciudades de
todo el país e inclusive en Montevideo (Queirolo, 2018). En Santiago, convivieron varios
establecimientos ubicados en pleno centro como el Instituto Técnico y Profesional de
Santiago, que promocionaron su fácil acceso –“a un paso de todas las líneas de tranvías y
recorridos de autobuses”12– y algunos que, como el Instituto Comercial Alonso Figueroa,
hasta ofrecieron un “sistema de internado” que le permitía a los y las estudiantes de las
regiones establecerse el tiempo de estudio en la capital como “pupilos”.13 De todos modos la
modalidad de enseñanza por correspondencia siempre fue una opción para las y los
interesados de ambos países. Tal es así que algunos establecimientos de Buenos Aires
intentaron avanzar en el sistema educativo chileno. Fue el caso Escuelas Latino-Americanas
que ofrecieron la “enseñanza por vía aérea”14 y de las mismísimas Academias Pitman que
lanzaron desde las columnas de la revista Eva su “invitación a la juventud chilena”15.

Cierto es que los establecimientos privados no fueron los únicos canales de acceso a la
capacitación comercial, puesto que también existieron establecimientos de enseñanza media,
dependientes del Estado Nacional, como el Instituto Técnico Comercial de Santiago o las
Escuelas Nacionales de Comercio en la ciudad de Buenos Aires, pero la gran ventaja que
aquéllos ostentaron fue la rapidez: meses frente a los años requeridos por los establecimientos
educativos. En un contexto de expansión del mercado de trabajo, con la promesa de una
inmediata inserción y un futuro ascenso, con los consecuentes beneficios salariales, se
comprende el florecimiento de las instituciones privadas de la sociedad civil. En Buenos
Aires, este formato de capacitación también fue difundido por instituciones barriales como las
bibliotecas, diferentes agrupaciones sindicales, políticas y confesionales, mientras que en
Santiago, la Universidad Católica lo adoptó en sus cursos “libres y breves” que luego dieron
paso al Instituto Femenino y la Universidad de Chile hizo lo propio bajo la oferta de su
Departamento de Estudios Generales.16

La máquina de escribir, artefacto emblema de la modernidad laboral, dio vida a la


mecanografía o dactilografía, es decir, la “escritura a máquina por el método científico del
tacto”. Este consistía en el uso de los diez dedos de ambas manos sin mirar el teclado, de
manera de desarrollar velocidad en la escritura. Se trataba de entrenar los dedos a través de
ejercicios motrices que permitían internalizar la ubicación de letras, números y signos de
puntuación. Para ello, se escribían palabras reiteradamente y luego se medía el tiempo con el
fin de desarrollar la rapidez. Con esta técnica se podían transcribir dictados o documentos
escritos a gran velocidad, sin cometer errores de tipeo. Academias Pitman sostenían que para
adquirir una velocidad de 45 palabras por minuto, era necesario un curso de tres meses de

12
Instituto Técnico Comercial y Profesional de Santiago, Prospecto General, p. 1.
13
Instituto Comercial Alonso Figueroa, Prospecto General 1943.
14
Margarita (Santiago de Chile), 24 de marzo de 1949, p. 39.
15
Eva (Santiago de Chile), 24 de noviembre de 1944, p. 59.
16
Para la Universidad Católica ver El Mercurio de Santiago (Santiago de Chile), 12 de marzo de 1934 y 6 de
marzo de 1944. Para la Universidad de Chile ver “Estudie por correspondencia”, XXVII Escuela de Verano,
1952.
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estudio con una práctica diaria de dos horas, un total de 125 horas de estudio.17 Un tiempo
similar ofrecía Instituto Técnico Profesional, mientras que Instituto Comercial Alonso
Figueroa invitaba a cursos de tres meses con una hora de práctica diaria; un mes con tres
horas de práctica diaria e incluso quince días con cinco horas de práctica diaria.18 La
velocidad se combinó con un estricto entrenamiento del cuerpo frente a la máquina de escribir
que evitaba el cansancio. Los manuales insistieron en la posición erguida de la columna, el
apoyo de los pies, la caída de los brazos, la suave inclinación de la cabeza, los golpes secos de
los dedos sobre las teclas. Las ideas sobre “la ausencia de fatiga” o de “tensión nerviosa”
abonaron también el prestigio de la ocupación de dactilógrafa. La ilustración de la joven con
la venda en los ojos, la cabeza hacia el frente y el cuerpo paralelo a la máquina de escribir fue
un emblema de Academias Pitman y de varios manuales chilenos –imagen 1–. Abundaron
publicidades redactadas con un género gramatical masculino bajo la pretensión de difundir
una convocatoria que incluyera tanto a varones como a mujeres. Sin embargo, las imágenes
que las ilustraron colocaron a mujeres frente a las máquinas de escribir y, así
indiscutidamente, promovieron la feminización de la dactilografía.

Imagen 1. Jan José María y Ollúa Ricardo, El corresponsal moderno, Buenos Aires, Academias
Pitman, s/f (c. 1930).

Los requisitos para participar en la capacitación comercial fueron muy accesibles para
sociedades que estaban protagonizando procesos de alfabetización expansivos: “con sólo leer
y escribir, usted puede aprender una profesión moderna” promocionaba un aviso clasificado.19
Poseer una cierta instrucción básica, es decir, haber pasado por la educación elemental sin
haberla necesariamente completado, se convirtió en un requisito imprescindible. Academias
Pitman llegó a ofrecer un curso “elemental” o “preparatorio” para las “personas de poca
instrucción”,20 mientras que Instituto Técnico Profesional anunciaba que “para los alumnos de
escasa preparación escolar, contamos con cursos preparatorios y se les ayuda especialmente

17
Instituto Técnico Comercial y Profesional de Santiago, Prospecto General, Santiago, Talleres Gráficos El
Chileno, s/f, p. 4.
18
Instituto Comercial Alonso Figueroa, Prospecto General 1943, Santiago, Talleres Gráficos El Chileno, 1943.
19
El Mercurio de Santiago (Santiago de Chile), 18 de junio de 1944.
20
Academias Pitman, Guía de estudios para el comercio, p. 36.
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en sus estudios”.21 Semejantes propuestas nos invitan a reflexionar sobre las complejidades de
los procesos de alfabetización, que si bien fueron exitosos a ambos lados de la cordillera, no
por ello descartaron un desarrollo lleno de obstáculos como lo fue, por ejemplo, la deserción
escolar (Lionetti, 2007; Serrano, 2012).

Como ya afirmamos, gracias a la capacitación comercial, el mercado laboral prometía


una movilidad ocupacional ascendente. Sin embargo, las trayectorias labores fueron diferentes
para unas y otros. Para las mujeres, el recorrido más transitado fue de “empleada” a “jefa de
sección” o “secretaria” –ambas posiciones intermedias– mientras que, para los varones, el
desarrollo profesional se inició como “empleado” y podía finalizar en los máximos cargos
directivos como “gerentes” o “directores”. Entonces, los saberes comerciales actuaron como
una llave de acceso a las oficinas, pero la identidad genérica habilitó diferentes trayectorias
con ellos. Detrás de estas concepciones operaron los principios de la división sexual del
trabajo que asignaron al trabajo remunerado una identidad masculina y aceptaron la presencia
femenina en empleos asalariados solo como una actividad excepcional. La feminización de la
profesión de secretaria integró estas concepciones.

Los secretos de las secretarias: una ocupación de mujeres

Si la dactilógrafa representó “la ocupación que es el pan nuestro de cada día”, en la


actividad comercial, ocupar un puesto de secretaria fue aspirar a “la profesión de mayor
jerarquía para la mujer”, según pregonaba un aviso de Universidad Comercial.22 O, según una
publicidad de Academias Pitman, que comparaba a las secretarias con las actrices de
espectáculos: “Hágase estrella de comercio”.23 La profesión de “mayor jerarquía” para la
mujer en el comercio, el puesto de “gran importancia” o “la estrella de comercio” se traducían
en una espléndida remuneración. Sin embargo semejante jerarquía e importancia eran la
contracara de una relación de subordinación a su jefe, un directivo de la empresa –“el hombre
que dirige la oficina”24–.

¿Cuáles eran los requisitos para acceder a una ocupación de secretaria? En primer lugar,
tal como anunciábamos en la introducción, los saberes técnicos, adquiridos previo pasaje por
alguna de las instituciones de capacitación comercial, según las modalidades ya explicadas en
el apartado anterior. Si bien estos saberes técnicos eran imprescindibles para competir por un
puesto, no eran suficientes para conseguirlo, porque también se requería una cierta actitud –
los secretos o “trucos (…) para destacarse”–.25 Esta actitud era un conjunto de cualidades que
se concibieron como propias de las mujeres, dado que se las presentó como una extensión de
su naturaleza femenina. Así, la secretaria ejecutaba un “trabajo ideal para señoritas por las
cualidades de orden y habilidad que [exigía]”.26

Precisamente, la habilidad consistía en la gestión de procedimientos tan variados como


abundantes que conducían al éxito de los negocios que lideraba un directivo de la empresa.
Esta empleada simplificaba, y de esa manera aceitaba, el trabajo del jefe y “lo [suplía]

21
Instituto Técnico comercial y profesional de Santiago. Prospecto General, contratapa.
22
El Mercurio de Santiago (Santiago de Chile), 8 de marzo de 1954.
23
Para Ti (Buenos Aires), 15 de agosto de 1939.
24
“Enamorada de su jefe”, Margarita (Santiago de Chile), 16 de marzo de 1939, p. 25 y 89.
25
“¿Qué piensa Ud. de una buena secretaria?”, Eva (Santiago de Chile), 26 de noviembre de 1943, p. 18 y 50.
26
Academias Pitman, El libro del éxito, p. 74.
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eficazmente en los detalles. Así le [dejaba] más tiempo que dedicar a la solución de los
problemas importantes del negocio”.27

La secretaria compartía la intimidad del despacho de su jefe cuando él la llamaba, de la


misma manera que controlaba quien ingresaba a ese espacio, según previas instrucciones de
su superior. Era la “representante del jefe”, frente a cualquier persona que quisiera contactarse
con él personal o telefónicamente, ya fuera un integrante de la compañía o alguien ajeno a
ella. Como tal, mediaba entre el jefe y el entorno, recibía información que luego encaminaba
hacia su superior para facilitarle las tareas. Así, acopiaba la correspondencia, sabía cuál abrir
y responder y cuál derivar hacia su superior. Lo mismo con las llamadas telefónicas y con los
múltiples pedidos que llegaban a las puertas del despacho de su jefe. Se esperaba que tuviera
un trato amable con todas las personas que contactaba: “entre otras atribuciones, la secretaria
[…] tiene la de recibir con cortesía a las personas que lleguen al despacho […]” y de
averiguar las intenciones del visitante para que pueda informar con precisión a su jefe. 28 La
cordialidad iba de la mano de la discreción:

la secretaria, por su posición, oye y conoce de muchos asuntos de naturaleza


confidencial relativos al negocio. Debe ser tan discreta que no hable de ellos
absolutamente a nadie, ni aun a los miembros de su familia. Más que ningún
empleado debe abstenerse de referir en parte alguna lo que ha oído en la
oficina”.29

Así como guardaba los “secretos” del jefe, toda secretaria velaba por una prolija
disposición de la oficina, situación imprescindible para facilitar cualquier información
demandada, de manera súbita. Ello implicaba que cada objeto reposara en su lugar, preparado
para su uso inmediato y que se protegieran los documentos de “ojos indiscretos y de manos
ociosas”.30 Un vaso con flores frescas en su propio escritorio constituyó el emblema final del
decoro secretarial.

Una de las actividades que introducía a la secretaria en la intimidad del despacho del
jefe era el dictado que se tomaba gracias al dominio de la taquigrafía, para lo cual debía estar
siempre lista, con sus útiles disponibles –la libreta y el lápiz de grafito–. Algunos manuales
insistieron en cómo proceder ante el llamado del jefe:

cuando su jefe la llame acuda inmediatamente. Deje lo que está haciendo. No le


haga esperar, porque el tiempo de él vale más que el de usted. Guarde una actitud
discreta sin interferir en nada antes, durante y después del dictado. […] Solamente
que sea muy necesario llame la atención de su jefe respecto a algún error que
cometió.31

En síntesis, las destrezas técnicas se entretejieron con las supuestas naturales actitudes
femeninas para la cotidianeidad del quehacer oficinesco e hicieron de la secretaria una
empleada que asistía al jefe, al extremo de estar a su disposición para todas las gestiones
laborales, aunque a veces podían mezclarse algunas intimidades de la esfera doméstica del

27
Nuevo Manual de Dactilografía para máquinas Remington. Lo que toda secretaria y mecanógrafa debe saber,
Buenos Aires, Remington Rand Argentina, 1939, p. 33.
28
Nuevo Manual de Dactilografía para máquinas Remington, p. 32.
29
Nuevo Manual de Dactilografía para máquinas Remington, p. 32.
30
Nuevo Manual de Dactilografía para máquinas Remington, p. 32.
31
Nuevo Manual de Dactilografía para máquinas Remington, p. 31-32.
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jefe como la compra de un presente a algún familiar: “una buena secretaria nunca espera que
le digan lo que debe hacer. Ella sabe los datos que su jefe necesita y siempre los tiene a mano.
No sólo esto, sino que tiene preparados los que su jefe va a necesitar”.32

El tercer y último requisito que toda “perfecta secretaria” debía cumplir era el de la
“buena presencia” para la cual los manuales volvían a insistir en la discreción para evitar
cualquier “impresión equivocada”, es decir, que se produjeran malos entendidos de índole
sexual: “exquisitez sin ostentación” en la apariencia exterior.33 Esto incluía el vestir, el
maquillaje y el cabello. Nos detendremos en las manos. Por un lado, se recomendaba
mantener las uñas cortas porque “uñas largas y coquetamente puntiagudas sirven solamente
para retrasar la acción de los dedos”.34 Sin embargo, por otro lado, se insistía con que:

las manos deben estar siempre perfectamente manicuradas y cuidadas. Las manos
cuidadas son señal de orden y de limpieza, cualidades que figuran entre las buenas
referencias de todos los oficios femeninos. ¿Tomaría usted de secretaria a una
mujer con las uñas mal teñidas? Seria exponerse a que la correspondencia
estuviera también mal tenida.35

La apariencia exterior se anudó a la eficiencia técnica y al desempeño actitudinal, por lo


tanto, los tres requisitos fueron parte del proceso de profesionalización de las secretarias. Los
tres se adquirieron tanto en los establecimientos comerciales en el caso de lo estrictamente
técnico, como en las lecturas de las revistas femeninas y los manuales de capacitación en el
caso de las actitudes y la presentación exterior, así como también en la práctica diaria. Sin
embargo, las instituciones de capacitación comercial y el mercado de trabajo, sólo
reconocieron explícitamente la adquisición de las destrezas técnicas y asumieron que las
habilidades actitudinales y en el vestir eran propias de la naturaleza femenina.

Margery W. Davies (1982) equiparó a la secretaria con el ama de casa en tanto ambas
gestionaban, respectivamente, los procedimientos domésticos y burocráticos para que
brillaran las actuaciones de los maridos y los jefes. Por su parte, Abel Ricardo López Pedreros
(2003) se refirió a la empleada como el “ángel de la oficina”. Precisamente con esta
concepción de “ángel” se aprecian los sentidos del proceso de feminización de la ocupación
porque se le asignó supuestas características de la identidad femenina, es decir, una mujer era
idónea para desempeñarse como secretaria porque poseía una naturaleza que la habilita para
ello. La naturaleza o la idoneidad para el desempeño desconocieron todos los aprendizajes
realizados para ejercer la profesión, es decir, presupuso que las calificaciones eran dotes
femeninas inherentes. Los saberes técnicos fueron la excepción a ello aunque, a pesar del
reconocimiento de su aprendizaje también recibieron los impactos de la naturaleza femenina:
¿la motricidad fina de las manos de mujer no la volvía apta para pulsar el teclado de la
máquina de escribir?

Si el proceso de profesionalización concentrado en la adquisición de saberes


comerciales abrió la posibilidad de la carrera laboral para las mujeres en los empleos
administrativos, el proceso de feminización marcó claramente sus límites porque ocultó
muchos de los aprendizajes adquiridos por las empleadas y asignó a sus ocupaciones un

32
Nuevo Manual de Dactilografía para máquinas Remington, p. 32.
33
Composto S. Ítalo, Secretariado Comercial, p. 9.
34
Composto S. Ítalo, Secretariado Comercial, p. 9.
35
“Horario de belleza de la mujer que trabaja”, Eva (Santiago de Chile), 10 de diciembre de 1943, p. 26.
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carácter de mera asistencia. Semejante operación se sincronizó con las nociones de


excepcionalidad de la participación femenina asalariada y las mujeres finalizaron su carrera
laboral en un puesto intermedio que si bien tenía un destacado margen de decisión respondía a
las órdenes inapelables de un superior.

No faltaron representaciones que ridiculizaran la capacidad femenina para el cargo, en


especial, bajo el formato de viñetas humorísticas, como la de la secretaria que despachaba la
correspondencia con escritura taquigráfica o la de aquella otra que no entendía cómo su jefe
trabajaba si lo único que hacía era hablar por teléfono. Abundaron las asociaciones que
resaltaron el interés de la empleada por la carrera matrimonial en detrimento de la
concentración en sus actividades laborales.

Asimismo, tampoco faltaron denuncias de situaciones de maltrato del jefe hacia su


secretaria –gritos, jornadas laborales que excedían lo pactado– y hasta abusos sexuales. Si los
relatos que unieron sentimentalmente al jefe con su secretaria finalizaron con desilusiones
amorosas, una columna de Eva recomendaba “no busques ni aceptes invitaciones del jefe”
porque “en la vida diaria se pierde el amor o el puesto en el mejor de los casos. Por lo general
se pierden ambos”.36 En definitiva, la secretaria se veía expuesta a numerosas situaciones
arbitrarias bajo la autoridad de su superior.

Las conceptualizaciones de la feminización reforzaron los sentidos de la temporalidad


del trabajo asalariado de las mujeres. La “buena secretaria” ocuparía su cargo durante la
soltería o, como muy tarde, hasta el nacimiento de su primogénito, es decir, que privilegiaría
la carrera matrimonial frente la carrera laboral –“ser una buena dueña de casa […] es la mejor
ocupación”.37 Sólo una tragedia, como la viudez, el abandono o la desocupación del marido,
la reintroduciría en el mercado y en ese caso contaba con su “escudo de protección”, es decir,
los saberes comerciales.38 Incluso, hasta se produjeron declaraciones que celebraron el pasaje
de las mujeres por los empleos administrativos antes de su ingreso al matrimonio porque de
dicho pasaje adquirían experiencia para administrar con mayor eficiencia el hogar conyugal:

Las jóvenes que han visto de cerca los negocios no son, por regla general, tan
infantiles, tan superficiales, ni desprovistas de sentido práctico como las que nada
saben de esa materia. Al contrario, siempre aventajan a las otras en inventiva para
arbitrar recursos, en laboriosidad metódica, en esmero, en inteligencia económica
y, por consiguiente, se adaptan mejor a las condiciones de un hombre.39

El mercado laboral no reconoció suficientemente el valor de la ocupación de una


secretaria –aunque fuera imprescindible– y sólo midió el éxito de los negocios con los niveles
de ventas. El brillo del jefe fue proporcional a la oscuridad de la secretaria. Como sostuvimos
para la sociedad argentina y bien podemos aplicar para la sociedad chilena, la secretaria
adquirió una identidad laboral atravesada por una paradoja: los saberes profesionales –la
educación comercial– le permitieron participar en la carrera laboral y la convirtieron en una
cumbre profesional al tiempo que la vincularon con el prestigio social, mientras que la
condición femenina estimuló la descalificación y abonó el carácter excepcional de la
experiencia asalariada. Esto se tradujo en los niveles de ingresos: una secretaría ganaba
36
“La escalera del éxito”, Eva (Santiago de Chile), 1 de octubre de 1943, p. 16.
37
Berta Bolen, “Una secretaria hace desvastadoras confesiones”, Eva (Santiago de Chile), 7 de julio de 1944, p.
17.
38
Vosotras (Buenos Aires), 2 de julio de 1943, p. 19.
39
Cultura Comercial (Santiago de Chile), 1939, p. 28.
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sueldos mejores que los que ganaban otras ocupaciones femeninas, pero siempre menores que
los que ganaban sus jefes cuando no sus compañeros varones.

Conclusiones

Los procesos de modernización capitalista convirtieron a Buenos Aires y a Santiago de


Chile en “ciudades de masas”. La población creció, las y los trabajadores aumentaron, las y
los empleados se multiplicaron. Quienes no tuvieron otra opción que ingresar al mercado para
satisfacer sus necesidades básicas o sus anhelos de bienestar, encontraron en los empleos
administrativos una opción prometedora. Las secretarias ejercieron una profesión que encarnó
el máximo peldaño de la carrera laboral a la que las mujeres podían postularse en el sector
administrativo. En base a su profesionalización, es decir, el dominio de saberes comerciales
construidos a partir de la alfabetización, conquistaron esa posición. Esto se acompañó con
cierto prestigio social al tiempo que se tradujo en mejores niveles salariales. Sin embargo, la
feminización de la ocupación, al celebrar las virtudes femeninas ponderadas como “secretos”,
desconoció todos los aprendizajes actitudinales y, con ello, promovió a la desjerarquización.
De esta manera, se abrió la puerta a una posición intermedia que clausuró posiciones mayores
y, por ende, mayores niveles salariales, así como también, promovió la temporalidad del
ejercicio del puesto. Precisamente, la carrera matrimonial actuó como un canal para aliviar las
tensiones que tanto la feminización como la disciplina capitalista imponían: una perfecta
secretaria se retiraba de su puesto para ingresar al mundo doméstico. Allí radica el más íntimo
de sus secretos.

Uno de los principios motores de la Historia de las Mujeres ha sido restituir a las
mujeres a las narrativas históricas. Este desafío de conocimiento, impulsado por los
movimientos de mujeres, dio vida a una historia contributiva que demostró tanto la presencia
como el protagonismo femenino en los procesos históricos. Dentro del mundo del trabajo, el
resultado de la restitución consistió en que se iluminaron trabajos reproductivos y trabajos
productivos. El entusiasmo frente al encuentro de mujeres en numerosas actividades
remuneradas llevó a la rápida conclusión de los beneficios que el trabajo asalariado aportaba a
su autonomía social. Se trató de una premisa reforzada por el hallazgo de mujeres en
ocupaciones ajenas al espacio fabril, que además tenían la posibilidad de participar en carreras
laborales nada despreciables, como la profesión de secretaria en la que nos detuvimos páginas
atrás.

Algunos análisis supusieron que esas experiencias del mercado eran liberadoras para las
mujeres, a pesar de las relaciones de explotación propias de las relaciones asalariadas
capitalistas. En cambio, otros análisis señalaron exclusivamente los oprobios de la explotación
capitalista y obturaron cualquier interpretación sobre las bondades, por más mínimas ellas que
fueran, de la experiencia asalariada. Los estudios de género y la teoría feminista aportaron
herramientas teóricas para pensar la experiencia laboral de las mujeres y permitieron análisis
más profundos y complejos que también restituyeron a las mujeres en la historia, al tiempo
que ordenaron tan disímiles interpretaciones. La reconstrucción de una carrera laboral en
ciertas ocupaciones no descartó las relaciones de dependencia que las asalariadas
desarrollaron frente a los sectores propietarios, ni las desventajas que padecieron dentro de los
sectores trabajadores por su identidad femenina. Precisamente, el análisis comparativo entre
ambas ciudades, que rescata las similitudes sin ahondar en las diferencias –algo a profundizar
a futuro-, permite iluminar los matices de una identidad laboral como la de las empleadas
administrativas que si, por un lado, las jerarquiza dentro del mercado y de las clases
asalariadas, por el otro, no les ahorra subordinaciones.
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El corazón de la identidad laboral de la secretaria fue la tensión que creaba el proceso de


profesionalización, motor de la carrera laboral, con el proceso de feminización, límite a lo
permitido. La mirada histórica sobre la construcción de esta profesión invita a pensar la
importancia de las tareas de gestión para el desarrollo social. Su reconocimiento y
desnaturalización son la punta del ovillo para combatir la inequidad laboral. Tal vez no sólo
sea necesario que las mujeres tengan la posibilidad de acceder a los máximos cargos
directivos de todo tipo de empresa, sino que, además, aquellas que elijan permanecer en
puestos de diferente responsabilidad no lo vivan como una frustración de su desarrollo
profesional.

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Políticas criminales en América Latina entre 1850 y 1940:


abordajes historiográficos y posibles aproximaciones desde el
estudio de las masculinidades

Criminal policies in Latin America between 1850 and 1940: historiographic approaches
and possible dialogues with masculinity studies

Resumen:
Durante las décadas del ’70 y el ’80 surgió un conjunto de historiadores/as que se dedicaron al
estudio de las políticas criminales implementadas por los Estados latinoamericanos,
especialmente durante el período de consolidación de los Estados-nación y expansión del
mercado capitalista global entre los años 1850 y 1940. Durante los primeros años del nuevo
siglo, desde el propio campo de la historia nuevas investigaciones permitieron abrir horizontes
a partir de la introducción de nuevas perspectivas, lo que se tradujo en muchos casos en la
revisión de las interpretaciones tradicionales. En este trabajo intentaremos dar cuenta de cómo
fue variando el abordaje historiográfico en relación a las políticas criminales, tanto en
América Latina en general como en Argentina en particular. Nos interesa fundamentalmente
señalar tanto las tendencias generales de las diversas investigaciones como también dar cuenta
de los puntos que aún no fueron abordados o lo fueron de manera marginal. Es en ese sentido
que intentaremos hacer dialogar los estudios sobre la cuestión criminal con la historiografía
acerca de las masculinidades en América Latina, entendiendo que pensar las políticas
criminales desde esta perspectiva nos permitirá dar cuenta de todo un conjunto de elementos
que hasta el momento fueron dejados de lado por las investigaciones vigentes.
Palabras clave: Masculinidades; Políticas criminales; América Latina.

Abstract:
During the 70s and 80s, a group of historians engaged in the study of criminal policies
implemented by Latin American countries emerged. They were particularly interested in the
period 1850-1940, when the consolidation of the nation-state and expansion of the global
capitalist market took place. At the beginning of the 21st century, novel historical research
opened new horizons, reviewing – in many cases – traditional interpretations. In this work we
aim to analyze the way in which the historiographical approach of criminal policies has
varied, in Latin America in general and in Argentina in particular. We are primarily interested
in pointing out both the general trends of the various researches, as well as to signalize the
subjects that were not yet addressed or were marginalized. Thereby we will establish a
dialogue between criminal studies and historical research on masculinities in Latin America,
with the understanding that thinking criminal policies from this perspective will allow us to
account for a completely new set of elements.
Keywords: Masculinities; Criminal policies; Latin America.

Fecha de recepción: 22 de mayo de 2019


Fecha de aceptación: 16 de agosto de 2019
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Políticas criminales en América Latina entre 1850 y 1940:


abordajes historiográficos y posibles aproximaciones desde el
estudio de las masculinidades

Criminal policies in Latin America between 1850 and 1940: historiographic approaches
and possible dialogues with masculinity studies

Santiago Lamboglia

Introducción

Entre fines de la década del ‘70 y comienzos de los ‘80 del siglo XX un conjunto de
historiadores/as comenzó a estudiar las políticas implementadas por los Estados
latinoamericanos en relación al control, observación y disciplinamiento de los sectores
populares. Como señala Lila Caimari (2016), estas investigaciones que aquí llamaremos
indistintamente como estudios sobre el control social, la cuestión criminal, políticas
criminales o políticas de control, observación y disciplinamiento de los sectores populares,
tuvieron especial interés en el período de consolidación de los Estados-nación e inserción de
los países latinoamericanos al mercado capitalista global entre los años 1850 y 1940. Estos
estudios señalaron las vinculaciones que existieron entre el proceso de consolidación estatal
en América Latina y el surgimiento de dispositivos estatales de control social, el desarrollo de
los llamados laboratorios sociales dedicados al estudio del delito y los delincuentes, como así
también el surgimiento de agencias vinculadas al control social en las áreas de justicia, salud
y en la policía. Hacia los primeros años del nuevo siglo podemos notar no sólo un crecimiento
cuantitativo en las investigaciones históricas en torno a la cuestión criminal en América
Latina, sino también una ampliación de los horizontes, las preguntas y los/as sujetos/as
estudiados/as como parte de las políticas criminales desplegadas por los Estados, lo que se
tradujo en una revisión de las interpretaciones tradicionales de la primera etapa. Así,
nuevos/as investigadores/as analizaron el consenso o el rechazo que despertó entre distintos
grupos sociales la implementación de las políticas estatales, partiendo de la idea de que era
necesario comprender la agencia de actores intermedios –como burocracias, profesionales
especializados o autoridades institucionales- o de quienes aparecían como receptores/as de las
políticas estatales.

Intentaremos aquí mostrar un panorama general de cómo fue el abordaje historiográfico


en relación a las políticas de observación, disciplinamiento y control, tanto en América Latina
en general como en Argentina en particular. No pretendemos hacer una descripción del
conjunto de la producción historiográfica latinoamericana, algo que sería verdaderamente
inabarcable, sino que haremos referencia a ciertas investigaciones que nos permitan dar
cuenta de los principales debates, tensiones y perspectivas de este conjunto de investigaciones
dedicadas a las políticas criminales durante la consolidación de los Estados latinoamericanos.
Nos interesa especialmente dar cuenta de las tendencias generales que se pueden identificar
desde el surgimiento de las investigaciones hasta los estudios más actuales, las puntos en
común y diferencias entre las producciones en América Latina en general y en Argentina en
particular, como así también poder dar cuenta de ciertos aspectos que aún no han sido


Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, Argentina. E-mail:
santiago.lamboglia@gmail.com. Agradezco los comentarios formulados por los/as evaluadores/as anónimos/as.
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estudiados o lo fueron de manera marginal. Es en ese sentido que intentaremos hacer dialogar
los estudios sobre la cuestión criminal con la historiografía latinoamericana acerca de las
masculinidades en particular y la perspectiva de género en general. Entendemos, siguiendo a
Alda Facio (2009), a la perspectiva de género como una herramienta metodológica que nos
permite dar cuenta de aquellas características, aptitudes, comportamientos, roles y funciones
asignados de manera dicotómica y desigual a varones, mujeres e identidades disidentes a
través de procesos de socialización en la que intervienen instituciones sociales, políticas,
religiosas y económicas. Como veremos, son pocas las investigaciones que, desde el estudio
de la cuestión criminal o desde el de las masculinidades, buscaron puntos en común entre
ambos campos. Aunque esto puede explicarse por el hecho de que la historiografía de las
masculinidades en América Latina tiene un corto recorrido, sostenemos que la posibilidad de
pensar ciertas cuestiones vinculadas con las políticas de control, observación y
disciplinamiento de los Estados en su período de consolidación desde una mirada que ponga
en el centro el estudio de la construcción de las masculinidades nos permitirá comprender
aspectos que hasta el momento no han sido analizados, como así también nos puede dar
elementos para pensar las relaciones existentes entre las políticas estatales que abordaron la
cuestión criminal y los procesos de construcción de ciudadanías binarias de varones y mujeres
características de los Estado latinoamericanos entre 1850 y 1940.

La conformación del campo de estudios sobre las políticas criminales: entre el derecho y
la historia

Como señala Magdalena Candotti (2009), las primeras investigaciones en torno a las
políticas estatales de control social en América Latina tuvieron origen entre los/as estudiosos
del derecho, en particular, juristas interesados/as por la Historia. Las investigaciones se
centraron en dos puntos específicos: en primer lugar, en interpretar las ideas de los principales
exponentes latinoamericanos del derecho en la segunda mitad del siglo XIX y, en segundo
lugar, en rastrear el impacto que tuvieron en las nuevas codificaciones y políticas judiciales
esas ideas. Estos primeros abordajes elaboraron interpretaciones un tanto superficiales acerca
de la institución de la justicia y del avance del derecho como regulador de las prácticas
sociales en los Estados-nación latinoamericanos en formación, concibiendo también las ideas
de los juristas como bloques coherentes de ideas. No obstante, la utilización que hicieron
los/as investigadores/as del derecho del archivo judicial promovió su uso entre
historiadoras/es sociales, lo que más adelante dio lugar al estudio de fenómenos judiciales por
fuera de la historia clásica del derecho.

Un segundo impulso en el estudio de la cuestión criminal lo constituyeron las


investigaciones que abordaron la criminología positivista y su influencia en las políticas
institucionales en general y criminales en particular entre los años 1850 y 1940, cuando la
criminología positivista (o criminología moderna, como se la llamó en la época) tuvo su
mayor difusión. Estos estudios argumentaron que esta corriente ideológica había tenido una
influencia muy importante en los países latinoamericanos y en sus clases dirigentes, para
quienes se había convertido en una suerte de cultura rectora de las políticas estatales. Prueba
de ello había sido la aparición de un conjunto de instituciones vinculadas al control,
observación y disciplinamiento de los sectores populares, todas ellas guiadas por los
principios de la criminología positivista. Como señala Máximo Sozzo (2011), en América
Latina existió una fuerte influencia de la escuela positivista europea en general e italiana en
particular, donde desde mediados del siglo XIX se elaboraron un conjunto importante de
innovaciones teóricas en relación al tratamiento de la cuestión criminal desde una perspectiva
científica positivista. Las ideas europeas se difundieron rápidamente en el discurso médico y
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jurídico de los Estados latinoamericanos, dando lugar al desarrollo de teorías vernáculas. A


grandes rasgos, la criminología positivista sostenía que era posible explicar las conductas
criminales a través de estudios médicos y psicológicos, al tiempo que la acción delictiva o
desviada era percibida como una consecuencia de la incapacidad del delincuente o del
individuo desviado por adaptarse a las normas sociales (Ricardo Salvatore, 2010). Salvatore
entiende que la criminología positivista no debe entenderse sólo como un conjunto de ideas
que pretendieron explicar las motivaciones delictivas y proponer tratamientos para corregir a
los delincuentes desde una perspectiva que se autopercibía científica, sino que era
fundamentalmente una configuración del saber desde la que se examinaron y cuestionaron los
problemas sociales. Poniendo el énfasis en la observación y la clasificación de las prácticas
delictivas o consideradas desviadas, como así también en los propios delincuentes o
individuos desviados, la criminología moderna impulsó la sistematización masiva de
información cualitativa y cuantitativa sobre delitos y delincuentes. Los criminólogos
positivistas proponían también, como parte central del tratamiento sobre la práctica delictiva y
los delincuentes, la necesidad de reformar las formas de castigo violentas propias de los
Estados pre-modernos, por formas civilizadas de castigo que privilegiaran los tratamientos de
reforma de los penados. Esta idea se sostenía, como sostuvo Lila Caimari (2004), en la
convicción de los criminólogos positivistas en la maleabilidad de los individuos y en la
capacidad de reformar conductas sociales a través de tratamientos médicos y psicológicos
individualizados.

El primero de los trabajos que me interesa destacar de este primer conjunto de


investigaciones es el libro de la criminóloga y socióloga Rosa del Olmo (1981), quien elaboró
uno de los primeros estudios que se preocuparon por indagar acerca de la influencia de la
criminología moderna en el continente latinoamericano. La autora sostuvo que la adopción de
la criminología por parte de las clases dominantes estuvo vinculada a las necesidades de
disciplinamiento y control social en el ingreso de los Estados latinoamericanos al mercado
capitalista global. A su vez, del Olmo defendió la idea –plenamente vigente en la actualidad-
de que la adopción de la nueva criminología no significó una mera traslación de las ideas
europeas -fundamentalmente italianas-, sino que cada uno de los países adoptó la criminología
a las realidades y los contextos nacionales, poniéndolo en diálogo y tensión con ideas y
realidades particulares, lo que condujo a la existencia de distintos positivismos criminológicos
a lo largo del continente. Así, la incorporación del positivismo criminológico en los Estados
latinoamericanos debía ser vista, según la autora, como parte de los intentos por parte de las
clases dirigentes por disciplinar a la sociedad para el trabajo en el contexto de expansión
capitalista.

Un segundo trabajo que nos interesa mencionar es el libro que editaron Ricardo
Salvatore y Carlos Aguirre (1996), quienes se centraron en la influencia del criminalismo
positivista en las reformas penitenciarias impulsadas en América Latina a partir de la segunda
mitad del siglo XIX. Estos autores plantearon que durante esta etapa, en la mayoría de los
países latinoamericanos, se habría dado un proceso de reforma y creación de nuevas
instituciones penitenciarias que tuvieran como principal interés dejar atrás las formas más
arcaicas de castigo, bajo la influencia de teorías penitenciarias provenientes de Europa y
Estados Unidos. La construcción de penitenciarías modelo como las de Lima entre 1856 y
1862, Buenos Aires en 1877 y México en 1900, como así también la instalación de
laboratorios sociales en éstas, con los cuales se pretendió estudiar, clasificar y tratar a los
penados (en su mayoría pobres), son ejemplos que dan cuenta de la influencia del positivismo
criminológico en los establecimientos de castigo. Como señalan los autores, la reforma debía
ser leída como un proceso más amplio de implementación de políticas tendientes a controlar,
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disciplinar y castigar a determinados grupos sociales que fueron considerados desviados. Así,
la justicia penal y procesal, la policía, las políticas educativas y las políticas de salud pública
fueron también influenciadas por las teorías criminológicas modernas, como lo demuestran
por ejemplo la instalación de institutos de criminologías y laboratorios médico-psiquiátricos
en distintas capitales y centros urbanos de la región/de Latinoamérica. Pese al ímpetu con el
que se llevaron adelante estas políticas en un comienzo, los autores sostienen que los
resultados que habían tenido las reformas penitenciarias no habían sido los esperados: incluso
en las penitenciarías modelo que habían contado con todo el apoyo económico de los aparatos
estatales, puertas adentro las condiciones de vida, salubridad, higiene y hacinamiento seguían
siendo malas. Las oficinas especializadas en los tratamientos más modernos alcanzaban una
población minoritaria del total no sólo de cada país, sino incluso de las penitenciarías en las
que éstos funcionaban. Así, los magros resultados, sumado al costo que significaba para los
Estados la manutención de las penitenciarías y la construcción de nuevas, llevaron a que
muchos gobiernos perdieran el apoyo que originalmente tuvieron. Según veremos, para
algunos Estados significó también el fin de la implementación de políticas sostenidas en el
positivismo criminológico.

Una última referencia que me interesa mencionar entre este conjunto de investigaciones
es el libro editado por Eduardo Zimmermann (1999) y publicado originalmente en Londres.
En él se reunieron una serie de trabajos que estudiaron la historia de las formaciones
institucionales en América Latina durante el siglo XIX, intentando vincularlo con el proceso
de formación de los Estados-nación independientes. A partir de estudios de caso de Brasil,
México y Argentina, los trabajos en su conjunto muestran las continuidades que existieron
entre el derecho colonial y el derecho que se fue imponiendo a partir del siglo del siglo XIX
durante la construcción del orden estatal latinoamericano. En ese sentido, ofrecen una
perspectiva distinta en relación a la tradicional historia del derecho que, como señalamos
anteriormente, proponía una visión lineal y evolucionista acerca del avance del derecho y la
regulación de las prácticas sociales en América Latina.

En Argentina en particular, un primer abordaje de las políticas criminales se produjo


desde el campo de los estudios sobre las políticas sociales. Los estudios surgieron en torno a
la década del ’80 a partir del análisis de las políticas sociales, desde distintas disciplinas como
las ciencias políticas y la sociología histórica. En la década siguiente las cuestiones vinculadas
a las políticas sociales fueron abordadas también desde el campo de la historiografía: fue en
ese contexto en el que se generó un debate importante dentro de la disciplina histórica en
torno al origen de las políticas sociales durante el período de consolidación estatal que dividió
opiniones entre los/as historiadores/as de la política social (Karina Ramaciotti, 2007). La
discusión ponía en el centro del problema la pregunta de por qué los Estados –y el argentino
en particular- comenzaron a implementar políticas sociales. Una primera interpretación en
este sentido fue la de Juan Suriano, quien defendió que el origen de las políticas sociales debía
buscarse en el conflicto social (2002). Suriano utilizó la categoría de cuestión social para
hacer referencia al conjunto de manifestaciones sociales, sindicales e ideológicas que
surgieron a partir de 1850 entre los sectores populares y que despertaron la preocupación de
las clases dominantes, en un proceso que él visualizó en todos los países latinoamericanos. En
Argentina en particular, la cuestión social estuvo definida por el desarrollo del anarquismo, el
activismo político, el sindicalismo, la cuestión indígena y el papel de las mujeres en la
sociedad. El Estado, según Suriano, habría abordado este conjunto de problemas a partir de
políticas sociales tendientes a contrarrestar los efectos no deseados de la modernización. Por
otro lado, para Eduardo Zimmermann (1995), quien representó una segunda posición en
relación al origen de las políticas sociales, éstas surgieron durante los primeros años del siglo
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XX a partir de la intervención de diversos factores, entre los que se destacaron los debates
parlamentarios que la clase dirigente diseñó en el contexto de consolidación estatal.
Zimmermann identificó la existencia de corrientes ideológicas opuestas en el interior de la
clase dirigente, que se expresaron con posiciones contrarias en las discusiones parlamentarias
en relación al papel que debía cumplir el Estado en el tratamiento de problemas vinculados a
la pobreza, la salud pública, la vivienda o la delincuencia. Aquellos que defendían la
intervención del Estado fueron identificados por Zimmermann como liberales reformistas,
quienes para el autor adoptaban posiciones de rechazo frente a las ideas liberales puras y
apostaban por la mediación del Estado mediante políticas estatales como estrategias para
contener el conflicto social. Más allá de las diferencias entre cada posición, las
investigaciones que se centraron en el estudio de las políticas sociales entre los ’80 y los ‘90
representaron una puerta de entrada para el estudio de las políticas criminales, en tanto éstas
fueron interpretadas como políticas dirigidas a los sectores que no era necesario corregir pues
significaban un peligro para la sociedad: la respuesta represiva implicó el reforzamiento del
aparato represivo, el control y la intervención de los sindicatos y la especialización y
profesionalización de la policía.

De esta manera, el estudio de la política social en Argentina, permitió analizar las


políticas de control, observación y disciplinamiento desde un lugar secundario, en tanto
respuesta represiva cuando las políticas sociales no podían contener el conflicto social.
Durante los años ‘90 comenzaron a surgir una serie de pesquisas que pusieron en el centro de
sus preocupaciones las políticas de control, observación y disciplinamiento durante el período
de consolidación del Estado-nación. Pensar a estas políticas dentro de su propia lógica y no
necesariamente como complemento de las políticas sociales permitió definir un campo
historiográfico delimitado que, como sucedió con las investigaciones latinoamericanas una
década antes, tuvieron un primer auge a partir del estudio de la criminología positivista y las
políticas estatales. Por caso, del Olmo (1992) trasladó sus interpretaciones acerca de la
criminología en América Latina para pensar el caso argentino. Para ella, la clase dirigente
local había adoptado de manera crítica la criminología moderna proveniente de Europa y
principalmente de Italia, en el sentido de que había sido adaptada a la realidad nacional y
puesta en diálogo con otras corrientes de ideas vigentes en el país, lo que habría dado lugar al
surgimiento de una criminología positivista vernácula. En ese sentido, sostuvo que a lo largo
del país manicomios, cárceles, laboratorios sociales, escuelas, instituciones judiciales o la
policía fueron reformadas a partir de los principios de la criminología moderna, con la
pretensión por parte de las clases dirigentes de configurar una ciudadanía al servicio del
capital en el contexto de inserción del país al mercado mundial. Abonando a esta
interpretación, la historiadora Beatriz Ruibal (1993) sostuvo, en un estudio sobre la policía de
la Ciudad de Buenos Aires, que entre los años 1880 y 1920 en el contexto de imposición de
un modelo de dominación por parte de los hombres de la Organización Nacional, la Policía de
la Ciudad fue reorganizada bajo la pretensión de controlar a una nueva delincuencia propia
del contexto de modernización y urbanización. Esta nueva delincuencia se componía –en la
mirada de la clase dirigente- tanto de inmigrantes con malos hábitos como de criollos díscolos
y poco propensos al trabajo. Esta lectura llevó a que la Policía desplegara toda una serie de
políticas que iban desde lo represivo a lo normalizador: los primeros grupos identificados
como peligrosos fueron los militantes políticos, fundamentalmente anarquistas, mientras que
en segundo lugar se agrupaban los vagos y los mendigos, que aparecían asociados a los
problemas de la urbanización. Eso implicó, según Ruibal, que la policía haya ido asumiendo
progresivamente toda una serie de funciones que lo llevaron a expandirse por diversos
ámbitos e invadiendo funciones de otros organismos de la Ciudad en tareas que tenían que ver
tanto con la represión, el control, el bienestar social y la salud pública. A su vez, Ricardo
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Salvatore (2001) planteó la idea de que, a partir de la introducción de la criminología


positivista en Argentina, se instauró en el país un Estado médico-legal entre 1880 y 1940. La
dispersión de funcionarios adictos a estas ideas en lugares claves del Estado habría conducido
a la consolidación de la criminología como una suerte de cultura de Estado, que a su vez
funcionó, según el historiador, como ideología rectora de políticas vinculadas no sólo a lo
criminal sino al conjunto de las iniciativas estatales.

En resumen, durante esta primera etapa, los aportes de las distintas investigaciones
permitieron construir un campo de estudio propio. Así, entre la década del ’80 y fines de los
’90, se estudió desde la historia las características y la influencia de la criminología positivista
en las políticas estatales, la policía, las instituciones de justicia y las de castigo, las reformas
penitenciarias y las instituciones de observación y clasificación que algunos/as autores/as
llamaron laboratorios sociales. Como vimos, estos temas fueron abordados también por
historiadores/as de las políticas sociales, como así también por aquellas investigaciones que
hicieron una historia social del derecho. Este conjunto de trabajos se preocupó por establecer
vínculos entre las políticas criminales y los procesos de construcción del orden estatal en los
distintos países de América Latina. En ese sentido, los/as historiadores/as de la cuestión
criminal, en esta primera etapa, tendieron a pensar el desarrollo de las políticas de control,
observación y disciplinamiento como vinculadas fundamentalmente al proceso más amplio de
construcción de ciudadanías nacionales mediante la disciplina del trabajo, en el contexto de
expansión de las relaciones capitalistas en los países latinoamericanos. En relación a la
criminología positivista, durante esta etapa existió un amplio consenso entre los/as
historiadores/as acerca del peso que tuvo la criminología como ideología rectora de políticas
estatales de toda naturaleza.

Las investigaciones históricas sobre las políticas criminales en esta primera etapa
privilegiaron una mirada desde arriba, en el sentido de que estudiaron fundamentalmente las
ideas, tensiones y acciones de las clases dirigentes en cada nación. Por ello, quedaron por
fuera de dichas investigaciones los actores intermedios que formaron parte de la puesta en
prácticas de las políticas institucionales, es decir, funcionarios, autoridades, burocracias o
profesionales. Como señala Germán Soprano (2007), creemos que a la hora de hacer una
historia de las instituciones es necesario tener en cuenta la agencia de los actores que, desde el
Estado mismo, ocupan lugares estratégicos en la implementación de las políticas públicas, de
modo que poner la mirada únicamente en las intenciones y acciones de las clases dirigentes
puede llevar a una sobredimensión del impacto real de las políticas estatales. Al mismo
tiempo, el haber privilegiado una mirada desde arriba en estas primeras investigaciones
condujo también a dejar de lado al conjunto de actores sociales que aparecen a los ojos de las
clases dirigentes como potenciales destinatarios/as de las políticas sociales. Así, delincuentes,
vagos, vagabundos y desviados aparecieron como meros receptores de las iniciativas estatales,
siendo también problemático en el mismo sentido que lo hemos planteado respecto de los
actores intermedios. Dado que se hace necesario comprender –como demostró el debate en
torno a las políticas sociales en Argentina- de qué manera interpretan y a partir de ello actúan
los grupos sociales que se involucran, directa o indirectamente, en las políticas públicas para
comprenderlas en su integridad. Como proponen Guillermo O’Donell y Oscar Oszlak (1984),
pensar las políticas estatales latinoamericanas desde esta perspectiva nos permite
interpretarlas mediante una lógica pendular que, desde el interior del Estado, va desde lo
estatal hacia la sociedad en donde los límites entre lo privado y lo público aparecen difusos.

Un último aspecto que me interesa mencionar respecto de estas primeras


investigaciones tiene que ver con el lugar marginal que ocuparon los estudios sobre las
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mujeres y la cuestión criminal. En este sentido, en las interpretaciones que vincularon el


surgimiento de las instituciones de observación, control y disciplinamiento a la formación de
una mano de obra al servicio del capital, las mujeres aparecían desde un lugar marginal
porque las políticas implementadas por los Estados latinoamericanos pretendieron justamente
expulsar a las mujeres del mercado de trabajo en lo público. En ese sentido, fueron los propios
marcos interpretativos de las investigaciones históricas de esta primera etapa los que
imposibilitaron pensar a las mujeres en los estudios sobre las políticas criminales.

Hacia fines de la década del ’90, las investigaciones históricas acerca de las políticas de
observación, control y disciplinamiento social se ampliarán, tanto desde lo cualitativo como
desde lo cuantitativo. Como veremos a continuación, se abrirán nuevas preguntas, se incluirán
en los estudios nuevos actores y se abordarán aspectos que durante las primeras décadas
habían pasado inadvertidos. A ese conjunto de investigaciones se dedicará el segundo
apartado.

La renovación de los estudios sobre políticas criminales: nuevos problemas y


perspectivas

En uno de los capítulos del libro editado por Daniel Palma, Lila Caimari (2015) planteó
una suerte de diagnóstico en relación con la situación en la que se encontraba en ese momento
el campo historiográfico de la cuestión criminal. Allí, Caimari sostuvo que el acercamiento de
la etnografía, la antropología, las ciencias políticas y la historia del derecho fueron centrales a
la hora de renovar este conjunto de investigaciones historiográficas. A su vez, señaló que el
estudio de la criminología positivista, que durante los primeros años funcionó como el
puntapié para las investigaciones y concentró la atención de la mayoría de las investigaciones,
había cedido su lugar a los estudios sobre el delito, los delincuentes y la policía. En estos
últimos temas, Caimari marcó las vinculaciones existentes entre el crecimiento del delito -y su
tratamiento público- en los países latinoamericanos y su impacto en las agendas académicas
de cada nación.

Muchos de estos elementos estaban ya presentes en el libro publicado por Ernesto


Boholavsky y María Di Liscia en el año 2005, en donde se estudiaron casos particulares de
México, Cuba, Argentina y Chile. En la introducción, los autores señalaron la intención de
incluir en el estudio de las políticas acerca de la cuestión criminal a actores que habían sido
abordados de manera marginal por los estudios tradicionales. En ese sentido, en uno de los
capítulos del libro, Elisa Speckman (2005) analizó la función social que cumplieron los
duelos en la sociedad mexicana del siglo XIX. Ello le permitió mostrar la existencia de
percepciones acerca del derecho que en principio podríamos considerar contradictorias: por
un lado, la historiadora sostuvo que existía un amplio consenso en torno a la idea de que el
Estado debía avanzar en la institucionalización de la norma escrita, vista por amplios sectores
de la sociedad como un elemento constitutivo de la modernidad; mientras que por el otro,
prácticas como las de los duelos representaban puntos de fuga en los que la norma quedaba
subordinada a la costumbre. Como lo demostró Sandra Gayol (2008) en su libro acerca del
duelo en Argentina, este tipo de prácticas se dio en distintos países latinoamericanos. Ambas
autoras mostraron también cómo la justicia operaba de manera diferencial y desigual,
señalando que las prácticas del duelo eran reconocidas como tales –y por lo tanto, no penadas-
por la justicia sólo cuando éstos eran llevados adelante por varones pertenecientes a las clases
altas. Sin embargo, cuando quienes los practicaban eran varones de las clases bajas, estos eran
juzgados por la justicia como delitos comunes contra la vida de las personas. El capítulo del
libro escrito por María José Correa (2005) se detiene en el examen de las políticas criminales
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destinadas a las mujeres, un tema que, como vimos, fue estudiado de manera secundaria por
los/as historiadores e historiadoras de la cuestión criminal. El tema abordado es el de las
trayectorias de las casas correccionales chilenas entre 1860 y 1940, en donde mostró cómo el
Estado chileno aplicó políticas diferenciales para varones y mujeres que se encontraban en
conflicto con la ley penal. En Argentina, como señala Caimari (1997), el Estado relegó a la
Iglesia católica el tratamiento y la administración de las instituciones en las que fueron
recluidas las mujeres. Un trabajo pionero en este sentido fue el de María Soledad Zárate
(1995), quien se dedicó al estudio de las mujeres chilenas durante la segunda mitad del siglo
XIX, en particular aquellas consideradas por la clase dirigente como malvivientes, viciosas y
perdidas. Zárate analizó no sólo quiénes eran aquellas mujeres, sino también por qué eran
consideradas como tales y cuáles fueron los dispositivos de castigo que se implementaron
para recluirlas y disciplinarlas. En el trabajo, que fue también pionero en haber pensado las
políticas estatales de disciplinamiento y control desde una perspectiva de género, Zárate
mostró cómo el ideal de mujer que se construyó desde la clase dirigente chilena durante el
período de consolidación estatal fue un instrumento de marginación para las mujeres
provenientes de los sectores populares, cuyas formas de vida se encontraban muy alejados del
modelo de mujer recluida en el hogar, virgen y al mismo tiempo reproductor, servidora de
Dios y honrada. Las mujeres de los sectores populares que vivieron en Santiago durante la
segunda mitad del siglo XIX, en su enorme mayoría, tuvieron que trabajar para poder
mantenerse, y algunas de ellas combinaban el trabajo formal e informal con el delito
ocasional. Participaban también, dice la autora, en fiestas en las afueras de la ciudad a las que
iban varones de todas las clases sociales, y llevaban una forma de vida que se alejaba en
muchos sentidos del ideal promovido por las clases dirigentes. La reacción de los sectores de
poder frente a estas mujeres fue en muchos casos, como señala Zárate, una respuesta punitiva,
que buscó disciplinar y castigar prácticas que no eran necesariamente delictuales: la vagancia,
el adulterio o las injurias fueron también penados, aunque sólo cuando quienes lo hacían eran
mujeres. Zárate mostró también cómo, una vez que las mujeres eran recluidas en la Casa
Correccional de Santiago a cargo de las religiosas de la Congregación del Buen Pastor, se
utilizaban todo un conjunto de instrumentos moralizantes encargados de corregir las acciones
consideradas desviadas, fundamentalmente a través de intensos regímenes de trabajo, sobre
todo aquellos considerados propicios para la mujer, como la costura o las tareas manuales en
general. El aporte más interesante de María Soledad Zárate fue haber mostrado cómo el
Estado chileno implementó políticas absolutamente para abordar la cuestión social para
varones y mujeres, relegando para estas últimas la gestión de las Casas Correccionales en
representantes orgánicas de la Iglesia.

Algunas de estas cuestiones fueron discutidas por Ricardo Salvatore y Carlos Aguirre
(2017) en una revisita que hicieron a veinte años del lanzamiento de su libro El Nacimiento de
la Penitenciaría en América Latina. El enfoque se centró principalmente en la criminología
positivista y en el tratamiento dedicado a ello por parte de la historiografía latinoamericana.
En este sentido, los autores plantearon que existieron dos tipos de respuestas en relación a sus
postulados acerca de la criminología positivista. Por un lado, un conjunto de autores/as
tendieron a minimizar el papel que había cumplido en las políticas estatales de los Estados
latinoamericanos. Para este conjunto de historiadores/as, la falta de presupuesto, la falta de
federalización de las políticas vinculadas a la cuestión criminal, la ausencia de profesionales
especializados y bien remunerados o el rechazo de los/as funcionarios y autoridades a las
políticas que estaban designados a implementar, fueron todos aspectos que permitieron
matizar muchas de las interpretaciones tradicionales acerca de la influencia de la criminología
moderna en las políticas vinculadas al control, observación y disciplinamiento. Por el otro
lado, los autores señalaron la existencia de un segundo grupo de historiadores/as que, a
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diferencia de los recién mencionados, sostuvieron la hipótesis hegemónica de las primeras


investigaciones acerca del fuerte peso que tuvo la criminología positivista como ideología
rectora de las políticas estatales. Estas investigaciones propusieron también que la
criminología positivista no sólo había sido importante durante el siglo XIX, sino que también
lo fue -en distintos países latinoamericanos- hasta entrado el siglo XX. En este sentido
apuntan los trabajos de Jeremías Silva (2012), Jean Pierre Matus Acuña (2007) y Beatriz
Urías Horcasitas (2015), quienes sostienen que tanto en Argentina, Chile y México,
respectivamente, la influencia de la criminología positivista continuó siendo determinante en
las políticas estatales hasta mitad de siglo XX. Esta fue visible en las instituciones judiciales,
en la policía, en las cátedras universitarias, en los códigos penales y en las penitenciarías e
instituciones de encierro en general. A su vez, Alejandra Bronfman (2002) mostró cómo en
Cuba la criminología positivista se mixturó con ideologías racistas, en un proceso que
estableció desde lo ideológico relaciones causales entre raza y delincuencia. Ello tuvo
implicancias no sólo en las políticas en torno a la cuestión criminal, sino que impactó en el
proceso más amplio de construcción de ciudadanía en el marco de construcción del Estado-
nación en Cuba.

En Argentina en particular, la tendencia de las investigaciones historiográficas que


surgieron en los últimos veinte años en relación a las políticas criminales fue hacia la revisión
y crítica de las interpretaciones tradicionales más que a su reafirmación. Dos excepciones a
ello las encontramos en el mencionado trabajo de Silva (2012) y en Mariana Ángela Dovio
(2011), quien a partir del estudio del Servicio de Observación de Alienados de la Ciudad
perteneciente a la policía de Buenos Aires llegó a la conclusión de que esta institución, junto a
todo un conjunto de laboratorios sociales estatales dispersos en la ciudad y a partir de
diagnósticos y tratamientos de carácter médico-policiales, se dedicaron al control, estudio y
clasificación de sujetos cuyas prácticas eran consideradas desviadas. Según Dovio, Buenos
Aires se habría convertido, de esta manera, en un gran laboratorio social en donde el conjunto
de los grupos sociales –fundamentalmente aquellos provenientes de los sectores populares-
sentían la presencia amenazante y disciplinadora del Estado.

Uno de los trabajos que inaugura las investigaciones de la segunda etapa es el


reconocido libro Apenas un delincuente, escrito por Lila Caimari en el 2004. La historiadora
muestra allí cómo las políticas estatales en torno a la cuestión criminal, entre 1850 y
comienzos del 1900, no deben ser pensadas como políticas coherentes y unidireccionales. A
partir del estudio de la reforma penitenciaria, Caimari mostró cómo el impulso de un conjunto
de políticas de castigo y disciplinamiento que se pretendían modernas convivieron con otras
que, impulsadas por el mismo Estado, distaban mucho de aquel proyecto modernizador. La
creación en 1887 de la Penitenciaría Nacional en Buenos Aires vino a cristalizar la intención
de ciertos sectores de la clase dirigente que, influenciados por la criminología positivista
europea, pretendían modernizar el castigo y con ello, las instituciones encargadas de hacerlo.
Eso implicaba, a su vez, implementar toda una serie de políticas vinculadas al tratamiento y la
reforma de los delincuentes, para lo que se crearon una serie de instituciones abocadas a la
investigación y clasificación de las prácticas delincuenciales y aquellas consideradas
desviadas, tanto en las penitenciarías como fuera de ellas. Caimari sitúa estas ideas en torno a
la modernización del castigo como parte de las intenciones de la clase dirigente de dejar de
lado las prácticas consideradas salvajes o arcaicas, propias -según sus lecturas- de las luchas
entre unitarios y federales. De esa forma, para los dirigentes del proceso de consolidación
nacional, la reforma penitenciaria era vista como un aspecto constitutivo del orden del nuevo
Estado-nación. Sin embargo, el proyecto modernizador convivió con realidades que se
alejaron mucho de las ideas que tenían las clases dirigentes para el nuevo castigo. En primer
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lugar, porque en las regiones periféricas la presencia del Estado centralizado era débil, lo que
hacía difícil el sostenimiento de las políticas criminales en las zonas alejadas a Buenos Aires,
como lo demuestra la realidad de la cárcel de Ushuaia, construida a comienzos de siglo, en
donde las condiciones de vida de los penados eran inhumanas y los tratamientos tendientes a
la “reforma de los delincuentes” nulas. Y en segundo lugar, porque incluso aquellos proyectos
que sí contaron con el apoyo del Estado -como fue el caso de la Penitenciaría- los resultados
logrados estuvieron muy lejos de las expectativas generadas en torno a ellos. De esa manera,
señala la autora, las políticas institucionales de modernización del castigo y de las políticas de
control, observación y disciplinamiento fueron cuestionadas desde sus mismos orígenes. En
esta línea fueron también las investigaciones de Milena Luciano (2014) y Luis González Alvo
(2012, 2015) que estudiaron las reformas penitenciarias implementadas fuera de Buenos
Aires. Analizando los casos de Córdoba y Tucumán entre 1880 y 1910, ambas investigaciones
coinciden en afirmar, en primer lugar, que las élites políticas locales de cada provincia
elaboraron interpretaciones propias de la criminología positivista, en un proceso de
apropiación que implicó una elaboración particular. En segundo lugar, tanto Luciano como
González Alvo llegaron a conclusiones similares a las planteadas años antes por Caimari en
relación a las fuertes limitaciones que tuvo la reforma penitenciaria en cualquier región que
no fuera la Ciudad de Buenos Aires.

Otro aporte interesante en este sentido son los estudios de Máximo Sozzo vinculados al
impacto de la criminología positivista en Argentina (2011). En ese sentido, Sozzo criticó las
interpretaciones tradicionales en torno a la criminología positivista, que según su
interpretación cayeron en una sobredimensión de la importancia que tuvieron como ideas
rectoras de las políticas estatales en el país. Retomando la idea postulada por Del Olmo en
relación a la originalidad que tuvo en cada país la recepción de la criminología positivista en
América Latina, Sozzo mostró cómo en Argentina -a diferencia de países como Brasil o
Cuba- los principales referentes de la criminología moderna se alejaron de las interpretaciones
que establecían relaciones causales directas entre raza y delincuencia. Estas ideas aparecieron
recién en un segundo momento, producto del crecimiento del conflicto social hacia la década
de 1880, en donde la participación de organizaciones anarquistas y socialistas, con un
importante componente extranjero, habilitaron el surgimiento de ideas que fortalecieron los
lazos entre la llamada mala inmigración, la raza y el delito. Esto fue parte de un proceso más
amplio de renovación de ciertas ideas en el interior de la clase dirigente, a partir de las cuales
la frontera entre lo bueno y malo -que hasta entonces se ubicaba en el pasado pre moderno y
el presente moderno- pasó a ser construida en el interior mismo de la modernidad y la
urbanidad, ya no por fuera sino como parte constitutiva del proyecto modernizador. También
en el trabajo de Jorge Núñez (2009) encontramos una revisión de las interpretaciones
tradicionales respecto a la criminología positivista en Argentina, en este caso en su impacto en
el derecho penal y procesal entre los años 1890 y 1930. Estudiando las ideas defendidas por
los principales criminólogos, las discusiones legislativas sobre los proyectos de codificación y
los códigos sancionados, Núñez mostró las dificultades que tuvieron los juristas positivistas a
la hora de trasladar sus ideas a los códigos sancionados durante esos años. Estas dificultades,
a su vez, se tradujeron en importantes limitaciones a la hora de lograr aplicar los tratamientos
que proponía la criminología positivista como parte del proceso de resocialización de los
penados, vinculados fundamentalmente a la condena y la libertad condicional.

En síntesis, tanto para el caso latinoamericano en general como argentino en particular,


existieron dos grandes tendencias entre las investigaciones de esta segunda etapa. Por un lado,
todo un conjunto de trabajos acordaron con los consensos generales a los que habían llegado
las investigaciones de la primera etapa, de manera tal que no significaron una ruptura sino
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más bien una continuación de las perspectivas más tradicionales. Por el otro lado, un segundo
grupo de estudiosos/as de la cuestión mantuvo una perspectiva más revisionista en relación a
principales hipótesis de las interpretaciones clásicas, criticando, matizando y poniendo en
cuestión muchas de sus ideas centrales.

Estos últimos trabajos llegaron a conclusiones distintas en relación a las interpretaciones


tradicionales, a partir sobre todo de una reinterpretación de los procesos sociales que
incorporó el estudio de actores sociales que, durante la primera etapa aparecieron desde
lugares marginales o directamente no fueron tenidas en cuenta. Fundamental, en ese sentido,
fue la inclusión de las voces y las intenciones de las burocracias y las autoridades
involucradas en los procesos institucionales, como así también la agencia de los grupos
sociales que aparecían como receptores/as de las políticas estatales, como de la sociedad en su
conjunto. Esos rostros humanos del Estado, parafraseando a Soprano y Boholavsky (2010),
resultaron ser fundamentales a la hora de poner en práctica cualquiera de las políticas
institucionales, ya sea por su aceptación o su rechazo, como se demostró por ejemplo cuando
se puso el foco en la relación -real, no la que pretendían que fuera los criminólogos
modernos- entre los penitenciarios y los presos, o cuando se analizaba la práctica policial -de
nuevo, la real, no lo que decía la letra de las reformas-, o como cuando se analizaba lo que
decían los diarios acerca de lo que pasaba puertas adentro de las penitenciarías modelo. De
esta manera, la renovación historiográfica de los estudios sobre las políticas de control,
observación y disciplinamiento de los últimos veinte años permitió no sólo revisar algunas de
las interpretaciones tradicionales, sino que también permitió el abordaje de actores sociales y
problemas que hasta el momento no habían sido pensados como actores de relevancia en el
estudio de las instituciones. Ello llevó a revisar fuertemente las afirmaciones acerca de la
criminología positivista y su impacto en las políticas estatales. Estas interpretaciones, entre las
que se inscriben la mayoría de las investigaciones en Argentina, no niegan la atención que
produjo ésta entre algunos teóricos -juristas, docentes, médicos, psiquiatras, entre otros- ni el
interés que pusieron en ella las clases dirigentes, sino que cuestionaron el impacto que
tuvieron en el plano material, ya que muchas de las políticas no fueron implementadas, lo
hicieron a medias o fueron descartadas al poco tiempo.

Pese a la aparición de nuevos temas, sujetos, problemas y debates en la historia de las


políticas criminales, las investigaciones acerca de las mujeres siguieron siendo -incluso hoy-
aspectos que han sido abordados de manera absolutamente marginal. Aunque no sea tema de
este trabajo, resulta llamativo este vacío porque, como lo demostraron muchas investigaciones
históricas de los últimos años, fue durante este período de organización y consolidación de los
Estados-nación cuando los grupos dirigentes buscaron configurar un modelo de ciudadanía
categórico, aplicando perfiles y rasgos determinados desde una visión sexual dicotómica
(Valobra, 2010). En ese sentido, una de las maneras a partir de las cuales se pretendió
construir esas ciudadanías categóricas fueron, como lo demostró María Sol Calandria (2014)
en los casos de las mujeres infanticidas, las instituciones judiciales, el derecho penal y
procesal, como también las instituciones y las políticas vinculadas a la observación, control y
disciplinamiento. Tampoco existieron entre las investigaciones de la cuestión criminal
trabajos que hayan privilegiado una perspectiva de género a la hora de abordar sus
investigaciones. Es en ese sentido que, como mencionábamos al comienzo, los estudios
historiográficos en torno a las políticas criminales no han intentado establecer diálogos con
los estudios acerca de las masculinidades. Entendiendo que pensar la cuestión criminal desde
la perspectiva de las masculinidades nos permitirá ampliar el horizonte de estudio y abrirnos a
nuevas preguntas, en este último apartado me interesaré por pensar las posibles vinculaciones
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y terrenos por recorrer entre la historia de la cuestión criminal y las masculinidades,


concentrándonos en Latinoamérica en su etapa de consolidación de los Estados-nación.

El abordaje de las masculinidades en América Latina: posibles diálogos con la historia


de las políticas criminales

Como mencionábamos al comienzo del trabajo, las investigaciones que desde el campo
historiográfico se dedicaron al estudio de las masculinidades son relativamente nuevas. En
1996, Teresa Valdés y José Olavarría señalaban que los estudios latinoamericanos en torno al
género masculino, influenciados por las investigaciones provenientes de los Estados Unidos y
del mundo anglosajón en general, se encontraban por esos años en pleno desarrollo. En los
últimos años, la producción histórica acerca de las masculinidades ha crecido, tanto en
términos cuantitativos como cualitativos. Como coinciden en señalar Olavarría (2009) y
Nascimento y Aguayo (2016), el tema que mayor atención ha despertado en este campo ha
sido la vinculación entre masculinidades y violencia, fundamentalmente aquellos estudios que
hacen referencia al ejercicio de la violencia por parte de los varones sobre las mujeres e
identidades disidentes. Otro tema que despertó el interés de los/as investigadores/as de las
masculinidades ha sido la cuestión de la(s) paternidad(es) y el lugar del varón en el ámbito
doméstico en general. A su vez, un tercer tema de interés ha sido el estudio de la sexualidad y,
dentro de ella, las investigaciones sobre la diversidad sexual, las prácticas homoeróticas, la
homofobia, la transexualidad y la bisexualidad. A partir de esta variada producción, se han
visibilizado formas diversas de ser varón, se ha evidenciado la participación de éstos en las
desigualdades de género, se han propuesto nuevas categorías útiles para pensar las
masculinidades y se han intentado establecer los vínculos entre las masculinidades y la
sociedad (Nascimento y Aguayo, 2016).

En conjunto, los distintos aportes han contribuido a pensar las características que
asumieron las masculinidades en América Latina, como así también permitieron indagar
acerca de los distintos procesos que contribuyeron a definir esas configuraciones. En este
sentido, a pesar de que, como señala Pierre Bourdieu (1998), existen elementos de lo
masculino que parecieran ser ahistóricos y universales, las masculinidades deben ser pensadas
como construcciones histórico-culturales y no como formas de ser propias de la naturaleza
humana o producto de pulsiones interiores de cada individuo (Kimmel, 1997). Es por ello que
Connell (1997) señala que las prácticas genéricas aparecen condicionadas por estructuras que
responden a pautas culturales, políticas y económicas que exceden lo individual, entre las
cuales el Estado ocupa un papel fundamental. Rita Segato (2003), a su vez, señala el carácter
inestable de las masculinidades: para la autora, el sistema patriarcal aparece estructurado a
partir de un eje horizontal y otro vertical que conforman un sistema único, en donde ambos
ejes se estructuran a partir de una dinámica violenta pero con dinámicas diferenciales. El
horizontal, compuesto por pares, se organiza a partir de la ideología moderna de la igualdad
entre individuos; mientras que la vertical, compuesto por desiguales, aparece marcada por
conceptos pre modernos de estamentos y castas. La masculinidad se compone de ambos ejes.
En el primer eje, los hombres establecen entre sí relaciones de alianza pero también de
competición, mientras que en el vertical los varones establecen vínculos de tributo, ya no
entre sí, sino fundamentalmente con el colectivo de mujeres. El tributo aparece como el
requisito indispensable que articula y da sentido a los miembros que se incluyen entre sí en el
orden horizontal. Entendemos, entonces, que la masculinidad, al estar marcada por la
necesidad de revalidar su lugar a partir de la extracción del tributo en el eje vertical, y al
mismo tiempo resistir la competencia entre pares en el eje horizontal, aparece una y otra vez
marcada por la inestabilidad y por la configuración cambiante de relaciones de dominación y
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subordinación, en las cuales el cruce entre género, clase y etnia ocupan un papel central.
Dentro de lo que Segato señala como el eje horizontal, donde los varones se relacionan entre
sí como pares en una lógica que combina la ayuda y la competencia, quienes tienen mayores
posibilidades de vencer son quienes acumulan el mayor conjunto de características aceptadas
por el conjunto de la sociedad como masculinas: es a ello a lo que le denominamos
masculinidad hegemónica (Kaufman, 1997).

Como vimos con Connell, entre las estructuras que condicionan y modelan las
identidades masculinas, el Estado moderno ocupa un lugar de privilegio. En ese sentido,
distintas investigaciones se encargaron de mostrar las maneras a partir de las cuales los
Estados latinoamericanos, entre 1850 y 1930/40, se abocaron a la construcción de ciudadanías
categóricas basadas en distinciones sexuales dicotómicas (Lobato, 2000). Como señalamos
más arriba, estos estudios se enfocaron preferentemente en la construcción de ciudadanías
femeninas a partir de la impronta de los estudios de género, mientras que los estudios sobre
las masculinidades en este período han sido más bien escasos. Juan Branz (2017) señala que
estas investigaciones, aunque aún marginales, han estudiado las maneras a partir de las cuales
se configuraron las masculinidades: así, la cuestión sexual, el rol de la familia, el papel del
deporte o la violencia entre varones y de éstos hacia mujeres y disidencia han sido señalados
como elementos que contribuyeron a modelar las masculinidades latinoamericanas desde el
momento de organización del aparato estatal.

Como plantea nuevamente Branz para analizar el caso argentino, el proyecto de


Organización Nacional impulsado por las clases dirigentes contempló dentro de su proyecto
político un modelo de ciudadano ideal de origen blanco, racional, decente y honrado: fue a
partir de ello que se generaron discursos, se impulsaron políticas y se crearon contextos
institucionales que promovieron masculinidades sostenidas en esos principios, tanto en
Argentina como en América Latina. A este elemento hacen referencia Ana Peluffo e Ignacio
Sánchez Prado (2010), cuando destacan que una de las características principales que asumió
la masculinidad latinoamericana fue su carácter viril, fuertemente asociada al heroísmo bélico.
La idea de heroicidad viril cumplió un papel importante en la configuración de las identidades
nacionales en los procesos de organización y consolidación de Estados-nación
independientes: el concepto militarista del siglo XIX, asociado a la virilidad masculina, al
honor y a la fraternidad, tuvo un importante impacto en los imaginarios sociales y políticos
latinoamericanos. A su vez, Peluffo y Sánchez Prado señalan que un segundo aspecto propio
de la masculinidad estaba referido a la capacidad de éstos para combinar armónicamente lo
público y lo privado, lo doméstico y lo social con total libertad, distinguiéndose así de las
mujeres, para quienes se les reservaba exclusivamente el ámbito doméstico. La importancia
del honor estuvo presente, como señalamos anteriormente, en las prácticas del duelo propias
de las élites de distintos países latinoamericanos (Gayol, 2008; Speckman 2005). Sin
embargo, como señala Claudia Darrigrandi (2010), a lo largo del siglo XIX fueron
apareciendo distintos ideales de masculinidades, que muchas veces reunían características
contradictorias entre sí. Así fue que surgieron, por ejemplo, modelos de masculinidades que
no eran necesariamente anti-domésticos, como la del flaneur, al tiempo que existieron otras,
como la del gaucho en el mundo rural o la del dandie en el mundo urbano, que sí se
constituyeron como tales a partir de prácticas anti-domésticas puras. La figura del flaneur,
representada en la literatura latinoamericana en autores como Miguel Cané, José Martí o
Rafael Delgado, era a su vez la del varón que no sentía vergüenza por hacer visibles sus
emociones o llorar en público, y que mostraba interés y preocupación por el hogar desde su
lugar de padre de familia. Otro elemento interesante en relación a la identidad masculina
aparece en Graciela Montaldo (2010), cuando señala cómo la dicotomía civilización o
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barbarie, presente en la mayoría de los países latinoamericanos, contribuyó a poner en tensión


la imagen de virilidad heroica que exaltaba lo masculino con la destreza en el campo de
batalla y al uso de la fuerza. Desde las perspectivas civilizatorias, estos elementos fueron
caracterizados como parte del pasado salvaje que pretendía ser dejado de lado, a partir de lo
cual se reivindicaron atributos feminizantes, como la moda de los países europeos, el saber
cultural o el refinamiento.

De esta manera, a medida que se organizaba y consolidaba el nuevo orden estatal en


América Latina, fueron configurándose identidades masculinas diversas que aparecían
condicionadas por el nuevo orden estatal. Sin embargo, son pocas las investigaciones que se
encargaron de analizar el papel que cumplieron las políticas institucionales de los Estados
latinoamericanos en la construcción de esas masculinidades: la figura del dandie o del
flaneur, por caso, se fueron moldeando en espacios de sociabilidad privados. Aunque sin
ubicarse necesariamente desde el estudio de las masculinidades, algunos trabajos permitieron
pensar las relaciones entre éstas y las políticas institucionales. Sobre ello han hecho referencia
las investigaciones que estudiaron el impacto que tuvo sobre la ciudadanía el otorgamiento
desigual de derechos políticos y civiles para varones y mujeres (Waldo Ansaldi, 1999;
Valobra, 2010; Verónica Giordano, 2012). En estos estudios se puso en evidencia cómo a
partir de la exclusión de las mujeres de los derechos políticos, en lo que Carole Pateman
(1988) definió como contrato sexual, se configuraron modelos de ciudadanía diferenciales
para varones y para mujeres.

A su vez, Pablo Ben (2000) analizó cómo, entre fines de siglo XIX y comienzos del
XX, instituciones tales como los hospitales psiquiátricos, la escuela, la policía y el servicio
militar contribuyeron a configurar un discurso a partir del cual ciertas prácticas sexuales
masculinas fueron identificadas como desviadas, impropias o pervertidas, a través de
discursos fuertemente influenciados por ideas propias de la criminología, la pedagogía, la
psiquiatría, la medicina y el derecho. En particular, Ben mostró cómo el sexo entre varones, la
penetración anal masculina o la práctica del sexo oral de varones hacia mujeres eran
identificadas como prácticas patológicas o desviadas desde el discurso estatal. Sin embargo,
estas categorías fueron rechazadas por los sectores populares que, aunque consideraban
negativas o problemáticas este tipo de prácticas sexuales, no lo hacían a partir de la idea de lo
normal o lo patológico. Así, aunque el sexo entre varones, el cunnilingus o la penetración anal
en varones eran considerados como negativas, lo eran en tanto implicaban la pérdida de
estatus: el problema era que el varón “sucumbía” al no imponer su deseo al deseo de la mujer,
perdiendo así parte de su masculinidad frente a los pares. Pablo Scharagrodsky (2001), por su
parte, analizó cómo el Estado, a través de la introducción de la educación física como
disciplina escolar en la currícula oficial, intentó promover desde su dictado en las escuelas
primarias y secundarias, identidades masculinas a partir de la configuración de cuerpos útiles
para el ejercicio de la ciudadanía, productivos, obedientes, sanos y racionales.

Las investigaciones mencionadas, tanto aquellas que se concentraron en los ámbitos


privados como aquellas que se enfocaron en las políticas públicas, dan cuenta de que los
Estados latinoamericanos en sus etapas de organización y consolidación tuvieron
participación en la construcción de las identidades masculinas de los ciudadanos. Sin
embargo, la notable diferencia tanto en cantidad como en diversidad en relación a los estudios
históricos de las feminidades, da cuenta del desarrollo embrionario de los estudios de las
masculinidades en general, y en relación al período de organización estatal en particular.
Signo de ello es la casi ausencia de investigaciones históricas que hayan pretendido ahondar,
desde una perspectiva de género, en las relaciones existentes entre las políticas de
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observación, control y disciplinamiento y la configuración de masculinidades en los procesos


de organización y consolidación de los Estados-nación latinoamericanos.

En este sentido, las vinculaciones entre políticas criminales y masculinidades estuvieron


presentes desde la misma concepción de éstas, ya que tanto la criminología positivista
europea como cualquiera de sus interpretaciones latinoamericanas identificaron al varón como
el único sujeto posible de ser reformado a partir de la implementación de políticas estatales.
Ello llevó, como señalaron Correa (2005) y Caimari (1997) a que el Estado cediera al poder
eclesiástico el control de las instituciones de encierro en las que estuvieron detenidas las
mujeres en conflicto con la ley. Así, pese al fuerte contenido genérico que tuvieron desde su
misma concepción las políticas criminales, las investigaciones que buscaron analizar éstas
desde una perspectiva de género han sido sumamente marginales. Por ejemplo, no hay casi
estudios que hayan analizado el impacto diferencial de las políticas criminales sobre las
mujeres y los varones, como así tampoco se han intentado identificar las ideas acerca de las
feminidades y las masculinidades que tenían los principales criminólogos modernos en
América Latina, ni de qué manera éstas se tradujeron a los debates parlamentarios y a las
políticas implementadas.

En cuanto a la justicia y el derecho, vimos a partir del análisis de los duelos entre
varones de clase alta (Gayol, 2007; Correa, 2005) cómo la aplicación de la ley en los países
latinoamericanos aparecía mediada por concepciones determinadas de género y clase. Sin
embargo, no se ha avanzado en investigaciones históricas que pretendieran ahondar más en
este sentido, aunque como señalan Facio Montejo y Lorena Fríes (2005), diversos estudios
provenientes de las ciencias sociales han evidenciado el carácter fuertemente patriarcal del
derecho y la justicia. En ese sentido, cabe preguntarnos cuál fue el papel que cumplió la
aplicación del derecho y su avance progresivo como regulador de las relaciones sociales en la
configuración de identidades masculinas determinadas. ¿Cómo fue, en ese sentido, la
aplicación de la ley? ¿Qué nociones e ideas tenían los jueces, abogados y juristas acerca de lo
masculino? Preguntas similares nos surgen cuando pensamos en las prácticas delincuenciales.
Como vimos, uno de los giros de la segunda etapa de los estudios de las políticas que
pretendieron abordar la cuestión criminal se enfocó en pensar a éstas desde los sujetos que
aparecían como receptores de las políticas, de manera que surgieron investigaciones que
pretendieron analizar a los delincuentes desde sus propias agencias. Pese a ello, no ha habido
una producción historiográfica significativa que lo haya hecho desde una perspectiva de
género, como así tampoco poniendo el eje en la cuestión de las masculinidades.

En ese sentido, podemos preguntarnos acerca de cómo se relacionaron estas


masculinidades delincuenciales con aquellas consideradas modélicas, o bien indagar acerca de
la importancia que tuvieron características consideradas varoniles como el honor y el estatus
en la vida de los delincuentes. Otras preguntas surgen también cuando ponemos el foco en las
prácticas policiales. Como demostraron Ben (2000) y Dovio (2007), la institución policial
construyó discursos médico-criminológicos a partir de los cuales se patologizaron prácticas
sociales consideradas desviadas. Éstas, a su vez, buscaron prefigurar formas determinadas de
ejercer la masculinidad, asociándola, entre otros aspectos, a la disciplina del trabajo y la
productividad, a la familia, la heterosexualidad, como así también a prácticas sexuales
determinadas. Como vimos con Ben (2000) también, estas nociones fueron resistidas por los
sectores populares, quienes rechazaron las ideas de lo normal y lo patológico. Sin embargo,
poco sabemos acerca de las actitudes que tuvieron frente a eso los actores institucionales
intermedios: ¿Qué pensaban, por ejemplo, los trabajadores del Servicio de Observación de
Alienados de la Ciudad de Buenos Aires acerca de estas ideas? ¿De qué manera aplicaban
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esos discursos patologizantes los policías que transitaban por la ciudad? ¿De qué manera eso
condicionaba la puesta en práctica de las políticas públicas?

Especial interés, en este sentido, nos genera el caso de las penitenciarías, ya que
entendemos que el estudio histórico acerca de éstas nos ofrece un lugar privilegiado para
pensar los posibles diálogos entre el estudio de las masculinidades y los estudios acerca de las
políticas criminales. Como vimos, toda la política penitenciaria latinoamericana del siglo XIX
y hasta bien entrado el siglo XX se concentró exclusivamente en el colectivo de varones. A
pesar de esto, pocas investigaciones hicieron mención al fuerte componente genérico que
tuvieron en América Latina las reformas penitenciarias consideradas modernas, como así
tampoco se intentó estudiar desde una perspectiva de género el funcionamiento interno de
estas. Sobre este último aspecto se concentró el historiador chileno Marcos Fernández Labbé
(2001), quien sostuvo que las cárceles masculinas chilenas, entre fines del siglo XIX y
comienzos del XX, funcionaron como espacios privilegiados para la reproducción de la
violencia entre varones. Ésta se expresó tanto entre detenidos como entre penitenciarios y
detenidos, constituyéndose de esa manera en el eje vertebrador a partir del cual se articularon
las dinámicas propias de un ámbito particular como el penitenciario. Sin embargo, desde
nuestro punto de vista, las instituciones penitenciarias en América Latina no pueden ser
pensadas o interpretadas únicamente como espacios de reproducción de violencias. ¿No
existían, por ejemplo, relaciones de solidaridad y compañerismo entre los detenidos? ¿No se
ensayaban estrategias conjuntas para resistir al hambre, al frío o al hacinamiento? ¿No
podemos pensar que las peleas eran medidas excepcionales para resolver las disputas,
mientras que lo habitual eran otras formas de regulación no violentas? ¿Cómo vivían quienes
eran padres su condición de detenidos? ¿Qué pasaba cuando se encontraban imposibilitados a
cumplir los mandatos masculinos de proveer a la familia? ¿Cómo se transitaban las
situaciones de angustia y de tristeza propias de un espacio de detención? ¿Había relaciones
sexuales entre detenidos? ¿Serían consideradas patológicas o como pérdidas de estatus, por
citar a Ben, por sus compañeros de cárcel?

Cualquiera sean las respuestas que se ensayen frente a estas preguntas, su simple
enunciación nos permite mostrar cómo muchas de las interpretaciones que se han hecho de las
penitenciarías y de las políticas criminales en general han pasado por alto aspectos que,
entendemos, son importantes a la hora de analizar el impacto que tuvieron las políticas de
observación, control y disciplinamiento en las sociedad latinoamericanas. Pensar éstas desde
el estudio de las masculinidades y desde la perspectiva de género nos permitirá no sólo
iluminar aspectos antes invisibilizados, sino también revisar algunas de las interpretaciones
tradicionales de aquellas investigaciones que carecieron de perspectiva de género a la hora de
abordar el estudio de las políticas criminales.

A modo de síntesis

A lo largo del trabajo intentamos dar cuenta de las maneras a partir de las cuales se
abordaron desde la historiografía las políticas criminales implementadas por los Estados
latinoamericanos entre los años 1850 y 1940. Durante la primera etapa, entre los años ‘80 y
fines de la década del ‘90, se conformó un campo de estudio propio en el que se definieron un
conjunto de problemas y perspectivas específicas entre los/as historiadores/as de las políticas
criminales. Durante una segunda etapa, a partir de fines de los ‘90 y los primeros años del
nuevo siglo, muchos de los consensos construidos durante los primeros años fueron revisados
y criticados por nuevos/as historiadores/as de las políticas de observación, control y
disciplinamiento en América Latina. Esto se dio a partir del renovado interés de estas nuevas
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investigaciones por involucrar nuevos/as actores y actrices a los estudios sobre las políticas
criminales, poniendo el eje en los actores institucionales intermedios y en aquellos/as que
aparecían, en las miradas tradicionales, como meros/as receptores/as de las políticas estatales.

Por supuesto, en este breve recorrido que hemos intentado hacer ha habido
investigaciones y trabajos que, por cuestiones de tiempo y espacio, no han sido incluidas en
este artículo, de manera que las afirmaciones y observaciones que hemos hecho deberán ser
revisadas, discutidas y confirmadas o refutadas por la investigación empírica. Intentamos aquí
hacer mención a algunas de las investigaciones que, analizando la cuestión criminal,
privilegiaron una perspectiva de género en general y de las masculinidades en particular. En
un intento por hacer dialogar ambos campos de estudio, nos concentramos en primer lugar en
dar cuenta de cómo fue el abordaje historiográfico en relación a las masculinidades
latinoamericanas decimonónicas, mientras que en un segundo lugar nos concentramos en
aquellas investigaciones que, aunque de manera incipiente, nos permitieron establecer
vínculos entre la implementación de políticas institucionales y la configuración de identidades
masculinas. Por último, intentamos mostrar los posibles puntos de contacto entre la historia de
las políticas de control, observación y disciplinamiento y los estudios de las masculinidades,
entendiendo que existe allí un importante terreno por descubrir.

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1890-1916, Editorial Sudamericana, Buenos Aires.
Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea 99
Año 6, Nº 11. Córdoba, Diciembre 2019- Mayo 2020. ISSN 2250-7264
Elaine Schmitt

Fotojornalismo e subjetividade em tempos de ditadura: produção


de sentidos e suas relações com os feminismos
Photojornalism and subjectivity in dictatorship time: production of senses and their
relationships with feminisms

Resumo:
Este artigo busca refletir sobre as divergências impressas na construção do olhar
fotojornalístico atravessado pela lógica cultural binária, que se divide entre masculino e
feminino. A partir de produções fotojornalísticas de Rosa Gauditano e Evandro Teixeira,
realizadas durante a ditadura militar brasileira de 1964, e de depoimentos de outras
fotojornalistas brasileiras, provocamos uma releitura interdisciplinar sobre a possível divisão
de olhares em cotejamento com os textos de Veiga (2012), Hall (2006), Alvarez (2016), entre
outros e outras. Os resultados preliminares revelam a existência de um elemento
possivelmente transformador no processo de produção de mulheres fotojornalistas brasileiras:
a influência dos movimentos feministas.
Palavras-chave: Gênero; Fotojornalismo; Feminismos; Subjetividade; Ditadura militar.

Abstract:
This article aims to reflect about the divergences printed in the construction of the
photojournalistic look crossed by the binary cultural logic, which is divided between
masculine and feminine. From the photojournalistic productions of Rosa Gauditano and
Evandro Teixeira, carried out during the brazilian’s military dictatorship of 1964, and from
testimonies of other brazilian photojournalists, we provoke an interdisciplinary re-reading
about the possible division of looks in comparison with texts of Veiga (2012), Hall (2006),
Alvarez (2016), among others. The preliminary results reveal the existence of a possibly
transformative element in the production process of brazilian’s female photojournalists: the
influence of feminist movements.
Keywords: Gender; Photojournalism; Feminisms; Subjectivity; Military dictatorship.

Fecha de recepción: 30 de abril de 2019


Fecha de aceptación: 25 de septiembre de 2019
Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea 100
Año 6, Nº 11. Córdoba, Diciembre 2019- Mayo 2020. ISSN 2250-7264
Elaine Schmitt

Fotojornalismo e subjetividade em tempos de ditadura: produção


de sentidos e suas relações com os feminismos
Photojornalism and subjectivity in dictatorship time: production of senses and their
relationships with feminisms

Elaine Schmitt

Se temos alguma responsabilidade por sermos mulheres, vamos ter alguma


enquanto fotógrafas, para – quem sabe – abolirmos essas bobagens que
infestam a fotografia.
Por que todos os fotógrafos(as) anseiam por um mesmo rosto?
Por que o conceitual, o gráfico, transformaram-se em elementos padrões,
como se fôssemos filhos intermináveis de um ‘pai’ comum?
Pobre Cartier Bresson.
Viva o Brasil. Viva as diferenças. Viva as flores de plástico.
Viva a natureza viva.
(CUPELLO, América, 1989, p.7).

Introdução

Seria o feminismo, compreendido em sua pluralidade, um ideal transformador de


relações de poder e de produções profissionais? Essa indagação, que a princípio pode parecer
deslocada, serve como horizonte desse estudo, que tem como objetivo investigar quais as
possíveis construções sobre um “olhar gendrado” do fotojornalismo brasileiro. Além de
propormos uma análise comparativa preliminar de fotografias de Rosa Gauditano em relação
às do fotojornalista Evandro Teixeira, os relatos de experiência de fotojornalistas mulheres
expostos no curta-metragem universitário intitulado “Olhar Feminino, uma construção
masculina”, produzido em parceria com a Associação Brasileira de Televisão universitária e
com TV Futura em 2017 e de outras mulheres fotógrafas da década de 1970, nos ajudam a
tensionar discursos que ora confluem ora desassociam-se de um binarismo de gênero na
produção visual.

No que diz respeito aos limites da pesquisa, tanto temporais quanto metodológicos,
propomos partir de um contexto político-social denso como foi o período da ditadura militar
brasileira, iniciada pelo golpe de 1964. Mais especificamente, trataremos sobre o processo de
produção fotojornalística realizado por Rosa Gauditano e Evandro Teixeira durante esse
período. A possibilidade de encontrar traços subjetivos, que produziram sentidos sobre a
prática (fotografar) e o resultado (a imagem) da fotojornalista, também nos são caros. Mais do
entender quais olhares, buscamos entender como é possível a existência de um olhar
fotográfico gendrado.

Outro ponto importante a ser destacado é da ciência que temos sobre a fragilidade
presente em discussões que sugerem haver diferentes entre os gêneros. Tomado o devido


Estudiante de doctorado en Programa de Pós Graduação Interdisciplinar em Ciências Humanas;
Universidade Federal de Santa Catarina (Brasil); Correo electrónico: elaine.schmitt@gmail.com
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cuidado para não cair em essencialismos que levam à reprodução de noções rasas e taxativas
sobre o tema, o que acaba por reiterar discursos radicalmente biologizantes e já refutados,
buscamos, pelo contrário, propor argumentos coerentes que se baseiam em uma perspectiva
construtivista acerca da realidade social (Berger; Luckmann, 1998) e do jornalismo
(Tuchman, 1978), que englobam uma série complexa de fatores relacionados à construção
subjetiva de cidadãos e cidadãs perpassada pela esfera social, política, subjetiva, econômica e
também de construções de gênero.

Acreditamos, portanto, na interferência que diferentes elementos podem exercer na


forma como a prática do fotojornalismo é compreendida e realizada. É por meio dessa
abordagem, exposta com base em experiências individuais e históricas, que fomentamos esse
debate.

Por uma história feita, também, pelas mulheres

A necessidade de adotar uma perspectiva histórica sobre a temática por meio de uma
análise de gênero, aqui compreendida como categoria relacional e como construção histórico
cultural (Butler, 1990), surge de um longo apagamento dos enfrentamentos, das contribuições
e das experiências1 femininas contidas na história do fotojornalismo de modo global.
Ressaltamos, portanto, que nesse estudo, o gênero é compreendido como resultado das
práticas discursivas e performativas que conformam subjetividades no contexto das relações
sociais, políticas e culturais (Foucault, 1977).

Muitas profissionais do campo profissional abordado construíram grandes trajetórias,


apesar de serem poucas e de terem enfrentado vários obstáculos relacionados à cultura
masculinizada das áreas de jornalismo e da comunicação. Partimos do suposto de que muitas
dessas profissionais foram, também, marcadas por um cenário político ditatorial de conflito,
censura e torturas que acenderam interpretações de determinados sentidos em suas
fotografias, como é o caso de Nair Benedicto e Rosa Gauditano.

Além disso, pensamos na importância do campo de história das mulheres como um


estudo dinâmico e de grande validade na política da produção de conhecimento (Scott, 1992,
p.77), que percebe o sujeito da história não mais como universal, mas constituído por
subjetividades múltiplas. Essa premissa teórica, inevitavelmente política e crítica, implica no
questionamento das bases conceituais e dos supostos epistemológicos, uma vez que se
entende à substância da história existente para além de uma categoria de gênero socialmente
construída. Referindo-se às especificidades da história das mulheres, Luise Tilly afirma:

Um aspecto da história das mulheres que a distingue particularmente das outras é


o fato de ter sido uma história e um movimento social: por um longo período, ela
foi escrita a partir de convicções feministas. Certamente toda história é herdeira de
um contexto político, mas relativamente poucas histórias têm uma ligação tão
forte com um programa de transformação e de ação como a história das mulheres.
Quer as historiadoras tenham sido ou não membros de organizações feministas ou
de grupos de conscientização, quer elas se definissem ou não como feministas,

1
Scott (1992) já havia nos alertado sobre a importância da categoria “experiência” como construção cultural e
não apenas como falta de mediação e autenticidade.
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seus trabalhos não foram menos marcados pelo movimento feminista de 1970 e
1980 (Tilly, 1994, p.31).

Michelle Perrot (1989), por sua vez, destaca a possibilidade de se fazer uma história das
mulheres que aborde o que foi ocultado no âmbito do espaço público. Dentre as principais
questões enfrentadas pelo campo está a disponibilidade de fontes para sua produção, que
revela a existência da pluralidade como condição da natureza humana e da subjetividade,
como fator que deve ser considerado em sujeitos históricos. Por isso mesmo, comenta o
seguinte:

A história das mulheres e das relações entre os sexos coloca de maneira muito
feliz a questão da permanência e da mudança, da modernidade e da ação, das
rupturas e das continuidades, do invariante e da historicidade... Objeto de
pesquisas precisas e necessárias, terreno sonhado para a micro-história, ela é
também um terreno de reflexão maior, “teórico” como o chamariam os
americanos, epistemológico, como teríamos dito nas décadas de 1970 e 1980, para
a pesquisa, diremos mais modestamente nos dias de hoje. Ela interroga a
linguagem e as estruturas do relato, as relações, do sujeito e do objeto, da cultura e
da natureza, do público e do privado. Ela coloca em questão as divisões
disciplinares e as maneiras de pensar (Perrot, 2005, p. 25-26).

Ao confrontar metodologias e fontes vistas como tradicionais, as historiadoras


feministas passaram a introduzir em suas pesquisas fontes de diferentes naturezas e trouxeram
para o debate sobre o espaço público a existência ativa de sujeitos minoritários. O progressivo
interesse pela vertente feminista da história, bem como do uso de fontes orais enquanto
aparato metodológico, (Salvatici, 2005), problematizou as formas de se fazer pesquisa e fez
surgir críticas no que diz respeito às questões teóricas sobre memória (Passerini, 2011),
significado e representação (Swain, 1996), também relacionadas a uma perspectiva de gênero.
Esta perspectiva abriu espaço para que novas narrativas fossem estimuladas e diferentes
versões pudessem ser conhecidas a partir do protagonismo feminino. Desse modo, a
invisibilidade das mulheres no espaço público e sua subordinação no espaço doméstico
passaram por revisão, fazendo com que os papeis assumidos em diferentes setores da
sociedade tornaram-se valorizados.

A interdisciplinaridade aparece como campo potente para tal estudo, uma vez que
permite a análise da realidade humana social desprendida da racionalidade moderna. Com
isso, permite observar sujeitos, subjetividades, culturas, psique e sociedade a partir de novos
conceitos teóricos elaborados por diferentes correntes teóricas: os estruturalismos, pós-
estruturalismos e o desconstrucionismo. Na tentativa de aproximar os diferentes elementos
que estão elencados à produção fotojornalista feminina brasileira, como a discriminação
sofrida por muitas mulheres, faremos a seguir, uma breve discussão sobre a prática
(foto)jornalística através de uma perspectiva de gênero.

Uma reflexão histórica sobre gênero e (foto)jornalismo brasileiro

Estudar o jornalismo a partir de uma perspectiva de gênero contribui para identificação


das desigualdades socialmente construídas, possibilitando a compreensão crítica do passado
por meio da análise de um marcador social distinto e da sua tão aguardada superação. Com
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isso, percebemos a potencialidade que a biografia e produção de Rosa Gauditano suscita no


aprofundamento desse debate, ao mostrar como a vida de muitas mulheres pode estar
relacionada a processos e forças que agenciam transformações estruturais.

Se pensarmos nas definições de parâmetros da profissão de jornalista que surgiram no


século XX, momento em que estruturou-se enquanto lugar de fala reconhecido, vemos ainda a
constituição de empresas com significativa autonomia em relação ao poder político, (Barbosa,
2011, p.19). Processo este que, aos poucos, modificou-se. Em termos nacionais, a primeira
metade do século revelou alterações principalmente em grandes centros e capitais, locais onde
os avanços tecnológicos rapidamente estabeleceram novas formas de produção.

Com a industrialização, o lucro tornou-se a prioridade do jornalismo e trouxe


características como a especialização e a divisão de trabalho no interior das oficinas. Nesse
contexto, a profissão foi se consolidando como um processo atravessado por influências e
transformações técnicas e sociais, bem como um instrumento de poder que desenvolveu
métodos de produção, distribuição e gerenciamento de preço, mercadoria e público de modo
específico (Luca, 2011). Quer dizer, como outras operações, a prática jornalística é carregada
de historicidade. E apesar das mudanças que transformaram elementos estruturantes da
profissão, houve poucos avanços no que diz respeito à inserção e atribuição de cargos às
mulheres jornalistas, que continuaram, até hoje, disputando igualdade em um espaço
masculino e hierarquizado a partir das estereotipias de gênero (Pontes, 2017).

Percebemos, dessa forma, como o gênero constitui-se como marcador de distinção, que
corresponde às posições que jornalistas homens e mulheres ocupa(va)m e a partir das quais
são reconhecidos no universo de valores e posições dentro das empresas. Essa estrutura,
baseada em pressupostos hierárquicos históricos e culturais tidos como irrefutáveis, atinge
não somente o conhecimento social partilhado pelo jornalismo, mas os sujeitos que o
constituem e o produzem, na medida em que interfere na disseminação de valores e sentidos,
conforme aponta Veiga:

[...] como o jornalismo participa na formação de valores e na reprodução de


relações de poder e produção de desigualdades que se fundam na cultura,
incidindo não apenas nas relações entre os membros da “tribo”, mas igualmente
nos mapas de significados que resultam em desigualdades sociais. A investigação
num micro-universo como uma redação de jornalismo, deste modo, pode nos dizer
muito sobre as produções de sentido e de valores que participam da cultura geral
de uma sociedade e nos dar pistas de como incidir nos modos de transformação
destas realidades (Veiga, 2012, p.503).

O argumento que faz do universo midiático uma construção tão potente envolve a
racionalização dos acontecimentos, que passam por critérios de seleção de fatos e sujeitos e
por formas de encerramento de categorias de entendimento. Modos de visibilidade escolhidos
e alidados, ainda, às regras instituídas por este universo já estabelecido, legitimado, que
também fazem parte desse processo, que propõe uma visão de mundo hiper articulada e
naturalizada (Charaudeau, 2010). Nesse sentido, acredita-se que a má distribuição de tarefas a
partir da hierarquia de gênero, dentro do jornalismo, que insiste na divisão entre pautas
“leves”, “sensíveis” ou de moda e entre pautas “pesadas”, “difíceis”, de economia, política,
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polícial ou hard news. Com isso, segue a legitimação de vozes e fotografias masculinas2, ao
passo que delega às mulheres tarefas de menor prestígio e chances menores de ascensão na
carreira (Pontes, 2017).

A prática jornalística, portanto, carrega sentidos constituídos por determinados sujeitos


em um mundo cujo poder está centrado no patriarcado e reproduz as desigualdades de
oportunidades entre homens e mulheres. Revisar a história e problematizar “verdades” torna-
se, portanto, uma potente ferramenta tanto para reprodução ou para a transformação social,
conforme aponta Biroli:

A mídia pode ser pensada como esfera que participa ativamente da reprodução ou
da transformação de práticas, valores e instituições que configuram as formas
atuais da representação e da participação política nas democracias e legitimam as
formas assumidas pelas relações de gênero (Biroli, 2009, p. 271-272).

Dentro dessa organização empresarial que, para além de interesses e jogos políticos,
distribui tarefas de acordo com o gênero, vemos o setor fotojornalismo como um espaço
inteiramente passível de análise. Mas primeiro, vamos nos ater a algumas considerações sobre
fotojornalismo brasileiro, enquanto prática social e política, feito por mulheres.

No que tange à participação feminina na fotografia, o trabalho de Hermínia de Melo


Nogueira Borges foi pioneiro, de acordo com Magalhães et al (1989). Quando começou, em
1920, Hermínia, que também estudou desenho, pintura e música, buscava produzir imagens
com qualidade de tons, luminosidade, sombra, equilíbrio e composição rigorosos. Já na
década de 1960 e 70, com o aparecimento da revista Realidade, o trabalho de Maureen
Bissiliat e Cláudia Andujar começam a ganhar destaque na área do fotojornalismo,
(Magalhães et al, 1989). Nesse mesmo momento, Nair Benedicto, já formada em Rádio e
Televisão pela Escola de Comunicação e Artes da Universidade de São Paulo (ECA-USP),
realizava trabalhos como freelancer no Jornal da Tarde, junto com Cláudia Ferreira, fotógrafa
e historiadora que se dedicaria, mais adiante, à cobertura dos grandes eventos feministas.

Interessa refletir, também, como o aparecimento de mulheres no meio da fotografia


noticiosa contrapôs a contínua produção masculina de imagens, sobre as quais projetavam os
temores e fantasias à cerca do corpo e da libido femininos, conforme aponta Heloisa Buarque
de Hollanda, na apresentação do fotolivro Mulheres e Movimentos, de Cláudia Ferreira e
Cláudia Bonan, lançado em 2005:

Lançando mão do “direito de interpretar”, conquista razoavelmente recente das


mulheres, Claudia sai à procura do que seria uma estética feminista. Seu foco se
faz a partir de um olhar não ideológico sobre as mulheres; um olhar, se possível,
até mesmo não cultural. Suas fotos registram não apenas figuras femininas, mas
uma visão de mundo e o desenho de uma nova sociedade. Suas fotos registram,
sobretudo, relações. Relações das mulheres com a sociedade, relações entre as
próprias mulheres. Registram a afirmação de novas políticas estéticas (Hollanda,
2005).

2
Essa disparidade pode ser vista, por exemplo, na concessão do prêmio brasileiro Esso que, entre 1961 a 2016,
premiou 2 mulheres ao longo de 55 anos. Para saber mais sobre o tema, consultar Claasen e Ferreira (2018).
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Um fotojornalismo possível e desejado baseia-se na relevância social e política, na


pauta, nas escolhas técnicas e no posicionamento do (a) repórter, com suas tomadas, planos,
etc. Oliveira e Vicentini (2009) afirmam que a contribuição da fotografia ao jornalismo
concede maior veracidade e facilita a compreensão dos fatos. Dessa forma, um(a) repórter
fotográfico teria como função social transmitir conhecimento e provocar, afetar, a partir da
imagem, o que reflete, também, suas intenções e até sua personalidade. Jorge Pedro Sousa
(2002, p. 7) define fotojornalismo como uma atividade cuja função primária é informar: “O
termo pode abranger quer as fotografias de notícias, quer as fotografias dos grandes projectos
documentais, passando pelas ilustrações fotográficas e pelos features (as fotografias
intemporais de situações peculiares com que o fotógrafo depara), entre outras”.

Podemos perceber, portanto, como, dentro do fotojornalismo, existem diversas


categorias que qualificam determinadas fotos em detrimento de outras. A fotografia
documental, por exemplo, é uma ramificação do fotojornalismo que contempla fotos de
fenômenos estruturais e temáticas sociais por meio de uma abordagem não efêmera, e com
tempo de produção e edição maior. Esta definição indica também que o objetivo deste tipo de
fotografia é realizar registros que sejam entendidos como documentos de uma realidade, dada
em um tempo e espaço determinados.

Um exemplo desse tipo de fotografia é de autoria de Rosa Gauditano, feita, em 1978,


durante a manifestação do Movimento Custo de Vida (figura 1), também conhecido como
Movimento Contra a Carestia, que se somou a diversas outras manifestações realizadas no
ABC Paulista, São Paulo, durante a ditadura militar.

Figura 1: Manifestação do Movimento Custo de Vida, fotografada por Rosa Gauditano em 1978.
Fonte: Revista Zum (2018).3

Além desta, a imagem de uma greve na fábrica da Volkswagen (2), de 1979, em São
Bernardo do Campo, revela o momento de confronto entre operários e policiais.

3
Disponível em https://revistazum.com.br/radar/rosa-gauditano-greves-abc/. Acessado em 29 de janeiro de
2019.
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Figura 2: Greve na fábrica da Volkswagen, fotografada por Rosa Gauditano em 1979. Fonte:
Revista Zum (2018).4

Uma terceira imagem selecionada, traz o registro do Ato Público (figura 3) do grupo
S.O.S Mulher, que aconteceu em 1981, na Praça da Sé. O grupo, fundado em São Paulo, em
1980, tinha por objetivo lutar contra a violência masculina, principalmente por meio da
construção de entidades de atendimento às vítimas. Além do atendimento, contava com o
trabalho de psicólogas e advogadas feministas, o grupo promovia grupos de reflexão sobre
violência e divulgação sobre o tema, (Grossi, 1994).

Figura 3: Ato Público do Grupo SOS Mulher na Praça da Sé, fotografada por Rosa Gauditano
em 1981. Fonte: Revista Zum (2018).5

4
Disponível em https://revistazum.com.br/radar/rosa-gauditano-greves-abc/ Acessado em 29 de janeiro de 2019.
5
Disponível em https://revistazum.com.br/radar/rosa-gauditano-greves-abc/ Acessado em 29 de janeiro de 2019.
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Outro exemplo de imagem selecionado para esta análise, que nos ajuda a refletir sobre
possíveis definições do fotojornalismo, bem como da divisão gendrada do olhar, foi feita por
Evandro Teixeira. O fotojornalista do Jornal do Brasil, que também driblou militares chilenos
durante o golpe militar que derrubou o presidente Salvador Allende, em 1973, A imagem
abaixo, de 1968, retrata a repressão do Movimento Estudantil do Rio de Janeiro, que teve
estudantes perseguidos e assassinados (figura 4).

Figura 4: Repressão do Movimento Estudantil do Rio de Janeiro, fotografada por Evandro


Teixeira, em 1968. Fonte: Blog do Mário Guimarães.6

Na sequência, imagens da cavalaria que se dirigia até a Igreja Candelária, onde estava
sendo rezada a missa de 7º dia do estudante Edson Luís, morto em 28 de março (5 e 6).
Evandro, de acordo com Boni (2015, p.82), foi o único a fotografar o golpe dos bastidores, o
que explica os enquadramentos “privilegiados” que conseguia, aliada à sua técnica
profissional: “É dele a fotografia que praticamente simbolizou e condenou o golpe militar,
tomada no interior do Forte de Copacabana, onde entrou acompanhado de seu amigo, o
Capitão Lemos, na noite do golpe”.

Câmera escondida entre o sovaco e a jaqueta, velocidade baixíssima, instinto


fotográfico, coragem e sorte renderam o primeiro flagrante cinematográfico do
golpe de 1964. O feito era tão impressionante que não chegou a ser narrado até o
fim quando, de volta para casa, Evandro ligou para [o editor-chefe] Alberto Dines,
comunicando o que tinha registrado no Forte de Copacabana7.

Imagens feitas por Evandro revelam a posição do fotojornalista que enquadrava cenas
públicas do alto, como fez, em outra ocasião, da janela da própria sede do jornal.

6
Disponível em: https://blogdomariomagalhaes.blogosfera.uol.com.br/2013/07/02/1968-pelas-lentes-de-
evandro-teixeira/ Acessado em 29 de janeiro de 2019.
7
“Instante zero do golpe”, Alfredo Ribeiro. Disponível em: https://ims.com.br/2017/11/28/instante-zero-golpe/
Acessado em 21 de agosto de 2019.
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Figura 5: Chegada do General Castelo Branco ao Forte de Copacabana, durante a madrugada de 1º de


abril de 1968, fotografado por Evandro Teixeira. Fonte: Site do Instituto Moreira Salles.8

Figura 6: Cavalaria se dirige à Igreja Candelária, fotografada por Evandro Teixeira, em 1968, da
janela do Jornal do Brasil. Fonte: Blog do Mário Guimarães.9

No entanto, vale recordar que o acesso aos “bastidores” da ditadura militar não eximiu o
jornalista de colocar sua vida em perigo constante, conforme relatou em entrevista, sobre a
cobertura da missa do estudante assassinado Edson Luiz, exibida acima:

8
Idem.
9
Disponível em: https://blogdomariomagalhaes.blogosfera.uol.com.br/2013/07/02/1968-pelas-lentes-de-
evandro-teixeira/ Acessado em 29 de janeiro de 2019.
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Já levei muita bordoada, sim. Vivia sempre em perigo. Corri muito, às vezes eu
conseguia fugir, às vezes apanhava, às vezes ia preso. Na cobertura da missa do
Edson Luiz, aquele estudante que foi morto pela polícia na igreja da Candelária,
por exemplo, foi um massacre geral. A cavalaria chegou e arrebentou tudo,
quebrou todo mundo, crianças, mulheres e velhos, sem distinção e sem piedade.
Eu e outros fotógrafos estávamos no terceiro andar de um edifício próximo à
Candelária e fotografamos aquilo tudo. A cavalaria nos viu e abriu fogo contra
nós. Fomos expulsos à bala, tivemos que sair correndo pelos fundos e procurar
abrigo em algum lugar. Era complicado e perigoso trabalhar. Os militares viviam
nas redações. Uma vez um amigo meu, o Jacó, tomou a maior surra dos milicos.
Quebraram sete costelas do Jacó. Ele passou três meses internado (Boni, 2015, p.
82).

Ao pensar na censura sofrida pela imprensa durante o período, percebemos como os


textos eram, frequentemente, mais censurados do que as fotografias, uma vez que escapava
aos censores a interpretação das imagens. Grande parte das fotografias produzidas na época
eram fortes e passaram pelo crivo da censura, conforme relata Nair Benedicto:

Eu me lembro de uma fotografia que mostrava, em primeira página, o Congresso


Nacional totalmente vazio, com a legenda do que seria uma importante discussão.
A gente sabia que era uma discussão porque estava escrito que se tratava de uma
discussão, mas a fotografia denunciava a ausência total dos congressistas. Um
plenário praticamente vazio não dizia nada para os censores e eles liberaram a
publicação da fotografia. Então, as fotografias passavam com mais facilidades que
os textos pelos censores, porque eu acho que eles não sabiam ver a informação na
imagem (Boni, 2015, p.106).

Sabemos que o debate sobre o status documental da fotografia acontece desde o início
do pensamento fotográfico. É evidente que tal perspectiva resulta de uma produção por
aparato técnico e, por isso, demanda a necessidade de relativizar fronteiras, gerando novas
possibilidades de leitura, função e significação.

Para Dubois (1994), pode-se pensar a fotografia a partir de três discursos gerais: espelho
do real (quando é percebida como cópia objetiva do real), transformação do real (a fotografia
está envolvida e codificada culturalmente, composta por um sujeito e feita por um aparelho
com possibilidade técnicas para congelar e distorcer cenas) e, por fim, índice ou marcas do
real (ela comprova a existência daquele referente, em tempo e espaço determinados,
estabelecendo-se como um traço do real): “A imagem foto torna-se inseparável de sua
experiência referencial, do ato que a funda. Sua realidade primordial nada diz além de uma
afirmação de existência. A foto é primeiro índice. Só depois ela pode tornar-se parecida
(ícone) e adquirir sentido (símbolo)” (Dubois, 1994, p. 53).

Apresentadas algumas definições acerca da prática fotográfica, seguimos agora para a


história de Evandro Teixeira e Rosa Gauditano, bem como a discussão sobre a construção
social do olhar fotográfico gendrado10, na tentativa de compreender melhor quais elementos

10
Decidimos por conduzir a análise de forma binária, mesmo que tenhamos ciência da superação do termo, que
excluiu tantas outras identidades possíveis.
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possibilitam estabelecer diferenças de um olhar feminino para um olhar masculino na


fotografia.

Evandro Teixeira e a imagem oficial da ditadura brasileira

Nascido na Bahia, em 1935, Evandro Teixeira teve sua primeira experiência dentro do
jornalismo aos 23 anos, quando estagiava no Diário de Notícias, em Salvador. Quando tinha
27, em 1957, passou a morar no Rio de Janeiro e trabalhar no Diário da Noite por
recomendação de um amigo, ficando apenas o tempo necessário para ser reconhecido e visado
pelo mercado midiático. Na sequência, entrou para o quadro de profissionais do Jornal do
Brasil, lugar em que permaneceu por 47 anos, até 2010, quando a empresa deixou de circular
sua versão impressa. E foi no JB que Evandro consagrou-se como um dos cânones da
memória fotográfica da ditadura militar brasileira, seja pela sua experiência, pelo alto domínio
da técnica, pela talentosa criatividade, mas também pelas relações sociais que estabelecia na
época.

Abordar a trajetória desse profissional nos ajuda a entender melhor como foi sua
construção e desenvolvimento enquanto fotojornalista, e o que o transformou em um dos
responsáveis pela veiculação, e também cristalização, de imagens sobre a ditadura na grande
imprensa brasileira.

Antes de 1964, Evandro já havia publicado imagens do grande incêndio do Edifício


Astória no centro do Rio de Janeiro e realizado a cobertura dos Jogos Pan-Americanos de São
Paulo. Nesse momento, já ganhava um salário maior que a média dos profissionais que era de
quatro mil cruzeiros11. Mas foi durante os “anos de chumbo” que o fotojornalista produziu
uma série de “clássicos” que impressionou leitores e leitoras do jornal tamanha era a “sorte”
de estar em situações certas nas horas certas, momentos muitas vezes possíveis pela amizade
que Evandro tinha com militares e policiais, como perceber na realização da fotografia
chamada “A queda da moto”:

O batedor da FAB que se estabacou no asfalto do Aterro do Flamengo tentava “se


mostrar” para o fotógrafo que conhecia de tanto trabalharem, cada um em sua
função, nas mesmas cerimônias oficiais. [...] Prevendo que o sujeito repetiria as
manobras exibicionistas ao retomar seu lugar na carreata, Evandro botou meio
corpo para fora da Rural Willys do jornal e, de câmera em punho (a Leica M3 de
sempre, com lente 90mm), esperou a volta do motociclista em zigue-zague para
disparar um único clique simultâneo, por obra do acaso, ao exato instante da
derrapagem que manteve apenas a máquina em perfeito equilíbrio.12

11
“Instante zero do golpe”, Alfredo Ribeiro. Disponível em: https://ims.com.br/2017/11/28/instante-zero-golpe/
Acessado em 22 de agosto de 2019.
12
“Instante zero do golpe”, Alfredo Ribeiro. Disponível em: https://ims.com.br/2017/11/28/instante-zero-golpe/
Acessado em 22 de agosto de 2019.
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Figura 7: ‘A queda da moto’, fotografada por Evandro Teixeira, em 1968. Fonte: Site Instituto
Moreira Salles.13

Outro momento registrado por Evandro Teixeira que repercutiu na imprensa e mais
tarde transformou-se em livro14 foi a Passeata dos Cem Mil, que aconteceu em 26 de junho de
1968 no centro da cidade do Rio de Janeiro. Encabeçada pelo movimento estudantil, a
manifestação repudiava a violência desenfreada, dentre elas a truculenta ação policial que
levou ao assassinato do secundarista Edson Luís. As fotografias feitas por Evandro no dia
revelavam uma multidão de pessoas que estavam ali reunidas em nome da resistência e da
denúncia contra um governo ditatorial. Os enquadramentos que impactaram o público,
serviram também para inspirar o poema “Diante das fotos de Evandro Teixeira” de Carlos
Drummond de Andrade, também parte do Jornal do Brasil na época.

Dentre a imensa aglomeração, haviam grupos de pessoas sentadas no chão e nas


escadas, escutando o discurso inflamado do líder estudantil Vladmir Palmeira. Outras,
caminhavam com faixas enormes onde estavam escritas frases como “Abaixo a ditadura.
Poder ao Povo”. Dos artistas e intelectuais presentes, estiveram Chico Buarque de Holanda,
Caetano Veloso, Gilberto Gil, Clarice Lispector, Odete Lara, Tônia Carrero, Paulo Autran e
Cacilda Becker, entre muitos outros e outras.15

13
Disponível em: https://ims.com.br/2017/11/28/instante-zero-golpe/ Acessado em 22 de agosto de 2019
14
Para saber mais, buscar por Teixeira, Evandro (2008).
15
Disponível em: https://utopica.photography/pt/exposicoes/a-passeata-dos-cem-mil/ Acessado em 22 de agosto
de 2019.
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Figura 8: Chico Buarque de Holanda, na Passeata dos Cem mil, em 26 de junho de 1968, fotografada
por Evandro Teixeira. Fonte: Site Utópica.16

Durante toda a ditadura militar brasileira, Evandro Teixeira pertenceu ao Jornal do


Brasil e, assim como em todas as redações do período, eram muitas as retaliações feitas sob
seu trabalho, o que requeria esforços criativos extras para poder continuar produzindo
fotojornalismo de qualidade. Para driblar os censores, comenta Teixeira em entrevista
concedida à Boni (2015), era preciso preparar um contato preto sobre as imagens para que os
censores não proibissem a veiculação de determinadas imagens:

[...] e como eles não sabiam fazer leitura visual, a gente dizia: ‘Não coronel, isso
não tem nada de subversivo, não. É apenas uma comemoração do Dia das Mães...’
Quando eles descobriam que estávamos querendo enganá-los, tomavam os filmes
e dava muita confusão, mas normalmente só descobriam nossas mentirinhas no
dia seguinte, quando as fotografias saíam publicadas (Boni, 2015, p. 84).

Além desse tipo de dribe, Munteal (2005, p.138) comenta como o papel de
fotojornalistas, no contexto da repressão, representou o “respiradouro dos veículos de
imprensa” ao criar espaço para que os veículos pudessem levar aos leitores e leitoras imagens
de um engajamento que não era possível ser percebido nos textos censurados. Assim, as fotos
de “poderosos em posições ambíguas”, muitas vezes ridículas, junto com as distorções na
imagem e a sensação de ampliação da visão causada pelo uso da grande angular foram, muitas
vezes, soluções encontradas por essa geração de fotógrafos. Pertencente à essa geração de
fotojornalistas, Evandro Teixeira forneceu um testemunho histórico que contribuiu para a
cultura visual deste triste episódio da história brasileira. Entre subir em palanques, entrar em
palácios governamentais, visitar presídios, correr e apanhar de militares, o fotojornalista
produziu uma série de documentos que, hoje, ajuda a compor a memória imagética que temos.

No entanto, precisamos refletir sobre o poder de construção que o fotojornalismo do


período produziu, uma vez que consideramos a fotografia, em si mesma, como dotada de

16
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direitos categóricos por parte da pessoa quem opera a câmera, como interferência, invasão ou
desinteresse (Sontag, 2004). Ou seja, mesmo que as imagens não criem uma posição moral ou
ideológica determinada, já que demandam de certo grau de familiaridade com o contexto para
produzirem sentido, elas tem o potencial de acionar a consciência política e reforçar
determinadas visões de mundo, ao mesmo tempo que minimiza ou torna invisível diversas
outras visões.

Fotografar, portanto, é fazer escolhas. E nas fotografias de Evandro, o podemos


verificar é tanto proximidade de figuras importantes da época, muitas proporcionadas pela
relação que tinha com agentes policiais e militares (figura 7), quanto o enquadramento aberto
e distante, que conseguiu captar a enorme quantidade de pessoas que compareceram na
Passeata dos Cem Mil (figura 9).

Figura 9: Passeata dos Cem mil, organizada pelo movimento estudantil, no Rio de Janeiro, em 26 de
junho de 1968, fotografada por Evandro Teixeira. Fonte: Site Utópica.17

Rosa Gauditano: expressões de uma fotojornalista em tempos de ditadura

Em um tempo cujo equipamento fotográfico precisava ser contrabandeado para o país e


cujas manifestações de rua não carregavam as performances que vemos hoje, Rosa Gauditano
começava, em 1977, a trabalhar como freelancer para a imprensa alternativa, representada por
jornais como O Movimento e Em Tempo. Nascida em 1955, em São Paulo, foi no Versus que
se estabeleceu como fotojornalista e, rapidamente, passou para o cargo de editora de
fotografia. O processo de produção autônomo era semelhante ao de outros (a) fotojornalistas
desse tipo de imprensa, o que permitia planejar sua própria pauta, escolher o que e como
fotografar, revelar e editar. No início da década de 1980, depois de deixar a editoria, Rosa
passou a fazer trabalhos como freelancer para a grande imprensa, chegando a ser contratada
pela Folha de São Paulo e revista Veja.

17
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Acessado em 29 de janeiro de 2019.
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Esse mesmo período marcou a profissionalização do fotojornalismo brasileiro, no qual


Rosa Gauditano participou ativamente, seja através do sindicato ou organização de classe.
Garantias de copyright e a criação de uma tabela de preços, por exemplo, foram conquistas
adquiridas em meio as reivindicações históricas da época.

Além de cobertura de manifestações e atos contra a perda de direitos e a truculência do


regime ditatorial, a década de 1970 também levou Rosa Gauditano a produzir imagens de
outras realidades sociais. O registro de grupos excluídos, como das séries “Lésbicas” (figura
10), na qual retratou parte da história das lésbicas paulistanas; “Prostitutas” (figura 11), de
1976, que foi pautada pela revista Veja; “Crianças em São Paulo” (figura 12), fotografada, em
1975, no bairro Rio Pequeno - RJ; e os diversos registros de genocídio de indígenas por todo
o território brasileiro (figura 13), são exemplos de sujeitos e histórias que sobressaiam aos
olhos da fotógrafa: “Meus temas eram assuntos que ninguém dava muita bola: pobres,
crianças abandonadas, negros, Diretas Já”,18, afirma a fotógrafa.

Figura 10: Retrato da história lésbica paulistana, fotografada por Rosa Gauditano, em 1975. Fonte:
Site oficial da rádio francesa de notícias RFI.19

18
Site oficial da rádio francesa de notícias RFI: “"Tenho uma parte da história do Brasil nos meus arquivos"”,
conta a fotógrafa Rosa Gauditano. Entrevista Rosa Gauditano concedida à Patrícia Moribe, disponível em:
http://br.rfi.fr/franca/20180822-tenho-uma-parte-da-historia-do-brasil-nos-meus-arquivos-conta-fotografa-rosa-
gaudita Acessada em 29 de janeiro de 2019.
19
Disponível em: http://br.rfi.fr/franca/20180822-tenho-uma-parte-da-historia-do-brasil-nos-meus-arquivos-
conta-fotografa-rosa-gaudita Acessado em 29 de janeiro de 2019.
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Figura 11: Série” Prostitutas”, fotografada por Rosa Gauditano, em 1976. Fonte: Site oficial da
fotógrafa de Rosa Gauditano.20

Figura 12: Série “Crianças em São Paulo”, fotografada por Rosa Gauditano, em 1975. Fonte: Site
oficial da fotógrafa de Rosa Gauditano.21

As fotografias de Rosa Gauditano retratam cenas onde operários e estudantes negros e


negras e mulheres de diversas classes estão travando lutas políticas, enfrentando forças
repressoras e sofrendo violências fatais. A pluralidade de sujeitos e a escolha por um ponto de
vista “do povo” – seja pela distância que a fotojornalista decide enquadrar, sempre muito
pequena, ou pelo destaque que dá ao lado “menos poderoso”. São estas escolhas, quase
subjetivas para um(a) fotojornalista que está trabalhando durante um conflito, que supõem
sentidos legíveis na fotografia já editada e impressa de um evento.

20
Disponível em: https://www.rosagauditano.com.br/prostitutas-1975. Acessado em 29 de janeiro de 2019
21
Disponível em https://www.rosagauditano.com.br/blank-1. Acessado em 29 de janeiro de 2019
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Figura 13: Série “Genocídio Silencioso”, fotografada por Rosa Gauditano, entre 2010 e 2012. Fonte:
Site oficial da fotógrafa de Rosa Gauditano.22

A proximidade, seja da multidão das manifestações ou no registro de pequenos grupos,


foi uma estética bastante utilizada por Rosa Gauditano. De acordo com Zerwese Gauditano23,
a escolha da fotógrafa revela um engajamento tanto com relação ao evento quanto com as
pessoas fotografadas.

A partir disso, questionamos: o engajamento como motor produtivo pode ser entendido
como um elemento constitutivo do olhar de Rosa? Até que ponto ele oferece sentidos para a
fotografia? Para Márcia Folleto, fotógrafa do jornal O Globo com mais de 20 anos de carreira,
ganhadora do Prêmio Finep de Fotografia em 1995 e do prêmio Rei da Espanha em 2016, isso
tem a ver com um repertório que, no caso da mulher, poderia ser encarado como de uma vida
de “luta maior”:

Isso, talvez, nos dê mais força nesse momento de construir essa imagem. Se um
homem talvez tivesse essa luta, mais dificuldade, pudesse ter construído esse olhar
também, com mais força. Isso não quer dizer que um homem não tem, dá pra
entender? Só tô tentando encontrar uma diferença24.

Afirmar que existam diferenças no resultado de fotografias feitas por homens e


mulheres pode parecer taxativo se desconsiderarmos quais condições profissionais eram, e
ainda são, oferecidas para sua produção. Essa soma de fatores, configura dificuldades na
inserção e produção feminina no fotojornalismo, conforme relata Barros (1989), que teve sua
primeira experiência profissional, em um jornal do interior na década de 1970, onde precisou,
muito jovem, “disputar espaço”:

22
Disponível em: https://www.rosagauditano.com.br/blank-5. Acessado em 29 de janeiro de 2019
23
“As fotografias de Rosa Gauditano e as greves do ABC no final dos anos 1970”, Revista Zum. Disponivel em:
https://revistazum.com.br/radar/rosa-gauditano-greves-abc/. Acessado em 29 de janeiro de 2019.
24
Entrevista concedida por Folleto, Márcia. Entrevista 1 (fevereiro, 2019). Produtora: Camilla Shaw. São Paulo,
2018. 1 arquivo .mp4 (15 min).
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[...] eu, a máquina e a ânsia de um click, mas apenas para dizer que, lá, quando
acontecia um assunto fotográfico, vinha sempre acompanhado das clássicas
escusas, ‘Filhinha, tem sangue, não é pra você’, ‘Filhinha, essa não, é barra
pesada’ etc. e muitas et ceteras. Senti que eu deveria fotografar apenas aniversário
de crianças e festas nupciais (Barros, 1989, p.57).

Referindo-se à sua própria experiência como jornalista, Márcia Folleto, por exemplo,
conta que, ainda em 2017, apenas quatro mulheres faziam parte de um ambiente de trabalho
com 23 pessoas:

Demorou algum tempo, mas eu passei a ser considerada capaz de fazer qualquer
trabalho. E fazer qualquer trabalho, significa fazer trabalho de homem, que eles
entendem como de homem. E é uma luta diária, porque como você é mulher e tá
fazendo a mesma coisa que eles, homens? Você tem que ser muito melhor pra
você poder ser considerada igual25.

Quanto às preocupações teóricas do feminismo, localizar a maneira pela qual certas


estruturas são perpetuadas com vantagem para os homens ajuda a elucidar uma realidade na
qual mulheres sofrem injustiça social sistêmica. A análise feminista, nesse sentido, pode
proporcionar uma visão mais autônoma das relações de poder.

Marizilda Cruppe, fotojornalista independente e co-fundadora do coletivo EVE com


mais de 15 anos de carreira, reconhece que, passada a época em que se negava mais
fortemente a presença das mulheres nas redações por serem consideradas frágeis, as estruturas
da divisão do trabalho continuam a alimentar papéis estabelecidos que acarretam na restrição
de oportunidades e de ascensão profissional delas. Nesse sentido, percebemos o
fotojornalismo feito por mulheres como um campo profissional que exige confronto,
ocupação de espaços e busca por reconhecimento, conforme relata Valda Nogueira:

Eu acho que é uma questão estrutural. Assim, existe um grupo de pessoas que
gerencia essas oportunidades que esses fotógrafos vão ter. Então se não temos
mulheres editoras, mulheres curadoras, mulheres dirigindo as galerias, essas
fotógrafas também não vão chegar lá. Então eu acho que, não que a gente tenha
que tem apenas mais fotógrafas, mas no ambiente fotográfico como um todo, as
mulheres têm que ocupar todos os espaços26.

Para Valda Nogueira, fotodocumentarista independente, a estrutura apresenta problemas


que precisam ser superados. Dentre as pautas defendidas pelos movimentos feministas desde
os anos 1960, a conquista por maior espaço profissional segue como um direito muito básico
que, mesmo com avanços, precisa crescer.

Eu acho que as mulheres, elas tendem a olhar as questões femininas com mais
aproximação. O exercício da empatia nesses casos é feito com, com muita força
25
Entrevista concedida por Folleto, Márcia. Entrevista 1 (fevereiro, 2019). Produtora: Camilla Shaw. São Paulo,
2018. 1 arquivo .mp4 (15 min).
26
Entrevista concedida por Cruppe, Marizilda. Entrevista 2 (fevereiro, 2019). Produtora: Camilla Shaw. São
Paulo, 2018. 1 arquivo .mp4 (15 min).
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porque a gente sabe as questões que as mulheres passam, então muitas dessas
experiências vividas pela pessoa fotografada, pela mulher fotografada, são vividas
por nós também27.

A ordem da experiência, mais uma vez, surge como instrumento vivo de memória
coletiva, identificação e, conforme as jornalistas Valda Nogueira e Bárbara Lopes, “uma
preocupação maior com a questão feminina”. Junto à potência da experiência, a oportunidade
de tornar pública e real a trajetória de mulheres socialmente estigmatizadas, dando-lhes o
poder da narrativa, é parte dos objetivos da história das mulheres: “Acho que isso tem a ver
com bagagem pessoal, tem a ver com vivência. Tem a ver com o que a gente carrega, porque
a gente não fotografa com o nosso gênero, a gente fotografa com a carga que a gente tem pra
vida”28.

“A carga que a gente tem pra vida”, conforme relato da fotojornalista do jornal O
Globo, Bárbara Lopes, surge como marcador cultural que produz diferenças na forma
subjetiva de produzir e de compreender-se como fotojornalista na sociedade brasileira da
segunda metade do século XX, conforme aponta Joana Maria Pedro:

[...] isso não significa considerar que só por serem mulheres ou homens possuem
maneiras diversas de lembrar. O que se está entendendo é que, nas relações de
gênero vigentes, [mulheres] ocupam funções e têm tarefas diferentes, e isso
configura uma outra forma de narrar suas trajetórias. Considerando que nas
narrativas as pessoas se constituem como gênero, o tempo, a relação e o lugar
definem o que pode ser dito e o que continua escondido, o que vai ser destacado
ou minimizado. (Pedro, 2017, p.1).

É interessante localizar o momento fundacional que o feminismo vivia durante as


décadas de 60 e 70, enquanto movimento social “de verdade”29. Primeiro, estava ancorado em
um campo mais amplo da resistência e da oposição às ditaduras, no qual se buscava
autonomia em relação aos partidos e organizações revolucionárias de esquerda. Segundo,
viabilizou a tradução de questões tidas como privadas, em assuntos políticos, configurando
assim o eixo norteador dos feminismos desse momento em diante. Terceiro, tensionou o
binômio alvo de disputa, de luta geral- militância política versus luta específica – militância
autônoma. E, em quarto, fomentou o surgimento das organizações de mulheres negras no
Brasil, as quais se declaravam autônomas do movimento feminista branco e do movimento
negro misto. Começaram a se apropriar e culturalmente traduzir os discursos feministas,
resignificando o chamado “específico” na “tripla discriminação” de raça, cor e gênero.

Partindo do entendimento dos feminismos como campos discursivos de ação30, Alvarez


(2016) percebe os campos feministas como uma espécie de malha, um emaranhado de
interlocuções que, além de condutoras de processos culturais, são culturalmente constituídas

27
Entrevista concedida por Nogueira, Valda. Entrevista 3 (fevereiro, 2019). Produtora: Camilla Shaw. São
Paulo, 2018. 1 arquivo .mp4 (15 min).
28
Entrevista concedida por Nogueira, Valda. Entrevista 3 (fevereiro, 2019). Produtora: Camilla Shaw. São
Paulo, 2018. 1 arquivo .mp4 (15 min).
29
Também chamado de segunda onda.
30
Sônia Alvarez (2016) embasa sua definição de “campos discursivos de ação” na literatura brasileira sobre os
campos ético-políticos e na teoria dos campos, encontrada principalmente na obra de Pierre Bourdieu.
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por interações comunicativas e formam comunidades discursivas envolvidas na enunciação de


novos códigos culturais e políticos, sempre em disputa por representações dominantes. Dessa
forma, o feminismo atua como produtor de discursos alternativos ao hegemônico e de
dominação masculina, criando condições para outra interpretação do mundo na qual as
mulheres são compreendidas como sujeitas de transformação, de potência criativa e de
autonomia. Do discurso para a imagem, que é também compreendido como uma forma de
narrar o mundo, vemos no relato de Marizilda Cruppe as aproximações de uma luta por sua
liberdade profissional com os ideais feministas:

Assim, eu não sou uma teórica do feminismo, mas se ser feminista é, sabe, lutar
contra a invisibilidade das mulheres, lutar pelo espaço das mulheres e por
igualdade de todo tipo, sabe? Eu quero ganhar o mesmo que os homens ganham,
eu quero tá nos mesmos lugares que os homens estão, eu não quero ser invisível
pela minha condição de mulher, não quero que minha capacidade seja questionada
por eu ser mulher. Então, assim, se ser feminista é militar nesses campos, eu acho
que eu sou feminista, sabe?31

Vemos, então, de modo preliminar, como os fluxos que resultam das interações
dinâmicas entre o campo feminista e os campos de poder nos quais se inserem em
determinada conjuntura histórica podem permitir, facilitar ou incentivar certas expressões,
discursos e práticas, tais como a da inserção e participação feminina na produção
fotojornalística.

Considerações finais

Quando Hall (1992-2006) enumerou os proponentes das rupturas no discurso do


conhecimento moderno que gerou o marco da modernidade tardia, o feminismo foi
interpretado tanto como uma crítica teórica quanto como um novo movimento social,
juntamente com as revoltas estudantis, os movimentos juvenis contraculturais e antibelicistas
e as lutas pelos direitos civis dos anos 1960. Sobre esse período, em que surge também a
política da identidade32, Hall descreve uma nova fase do feminismo (o que é comumente
chamado de feminismo de segunda onda) em que houve maior descentramento do sujeito
cartesiano e sociológico racionalista.

Dentre suas características, o autor aponta a abertura da esfera familiar, sexual,


trabalhista, principalmente para mulheres brancas, além dos questionamentos sobre a divisão
doméstica e do cuidado com as crianças. A ênfase na necessidade de refletir sobre o modo
como somos formados e produzidos como sujeitos generificados esteve presente (Hall, 2006,
p. 28).

A partir de tais contribuições, nos cabe perguntar: o que nos “dizem” as fotografias de
Evandro Teixeira e de Rosa Gauditano? De que forma poderia haver relação entre o momento

31
Entrevista concedida por Cruppe, Marizilda. Entrevista 2 (fevereiro, 2019). Produtora: Camilla Shaw. São
Paulo, 2018. 1 arquivo .mp4 (15 min).
32
Por política identitária, queremos dizer políticas relacionadas às ações afirmativas, que ofereceram novas
teorias sobre as relações entre indivíduos, grupos, direitos políticos e responsabilidades sociais. Dentre os
objetivos, baseados no liberalismo, esteve a possibilidade de tratar indivíduos como iguais. Para saber mais sobre
este debate, sugerimos a leitura de: Scott, Joan W. (2005).
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histórico sob o qual ambos fizeram registros importantes sobre a história da sociedade
brasileira, ou com a expansão do movimento feminista, que aos poucos servia de motivo para
mulheres realizarem reuniões em suas próprias casas e começassem a criar sua própria
imprensa alternativa? Seria possível afirmar que o contato com o feminismo resultou em
novos interesses, que refletiram no processo produtivo de Rosa, como na cobertura de
manifestações encabeçadas por mulheres durante o período?

Magalhães, et. al. (1989), traz contribuições importantes para esta reflexão, mas alerta
sobre a escolha por não polemizar a “célebre discussão sobre a especificidade do olhar
feminino na fotografia”:

Preferimos ver as imagens através de um olho que se dá a ‘falar’ e que se lança,


mediatizado pela sua câmera, a captar seres, fatos e incidentes do cotidiano. O que
está em jogo, para nós, não é o estabelecimento de uma estética feminina na
fotografia como uma determinada forma de ser. Ficam como enigma a razão e a
finalidade desse olhar. Dessa forma o olho que olha se recobre de seu próprio
sentido num corpo que pensa, sente e se emociona como qualquer outro corpo
(Magalhães, et al. 1989, s. número).

De volta à produção fotojornalística explorada neste artigo, vemos diversos pontos de


vista sobre um mesmo período histórico, que foi gerador da memória visual à cerca da
violência, da tirania, da crença no perigo vermelho e das resistências e lutas diárias contra
militares durante a ditadura militar. No entanto, para além do reconhecimento da importante
contribuição de Evandro Teixeira para a produção de tais memórias, gostaríamos de destacar
a existência do trabalho de mulheres como Rosa Gauditano, Nair Beneticto, entre outras que
fizeram parte do fotojornalismo dos anos 1970, e que colaboraram para ampliar as
possibilidades de linguagens e expressões em um universo produzido majoritariamente pelo
masculino.

A tradução destes discursos, performances e subjetividades colabora para o rompimento


de a longa desigualdade existente nos veículos de comunicação brasileiros, que ainda hoje
insistem em manter o quadro funcional majoritariamente masculino. Ou seja, continuamos a
ter uma perspectiva de notícias, e também de fotojornalismo, unilateral ainda hoje. De acordo
com a constatação feita pela iniciativa online chamada Women Photograph (WP), em 2018, a
representatividade de mulheres na edição das melhores imagens de agências de notícias foi
inferior a 10%. Já em alguns dos jornais globalmente influentes, o The New York Times
publicou 17% de material produzido por mulheres, enquanto o Le Monde publicou 6 entre 78
imagens33.

Destacar a falta de acesso às mulheres, e de outros grupos estigmatizados e


marginalizados como o LGBTQI+ ou de afrodescendentes, revela como a profissão
fotojornalista, um oficio que ajuda a construir a realidade e cristalizar determinados
acontecimentos a partir da promoção de determinadas imagens, segue refletindo os
enquadramentos de pequena parcela sociedade - a elitizada -, principalmente em países
semiperiféricos como o Brasil.

33
Os dados foram retirados do Jornal El País:
https://brasil.elpais.com/brasil/2018/12/31/opinion/1546266865_425649.html Acessado em 26 de abril de 2019.
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Para além do que já foi dito, salientamos a importância em retomar as narrativas durante
a ditadura militar brasileira, um período chave para entender a história contemporânea do
país. Percebemos a urgente necessidade de reexaminar uma parcela da história brasileira que
registrou o cerceamento de liberdades fundamentais, bem como a prisão, a tortura e o
assassinato de milhares em prol de ideais relacionados ao estabelecimento de uma nação cristã
e progressista que produziu sentidos e legitimou violentas ações.

Bibliografia

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Biroli, Flávia (2010): “Gênero e política no noticiário das revistas semanais: ausências e
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Lucía Busquier

Las mujeres del Tercer Mundo en Estados Unidos


y el acceso al aborto. Un aporte a la discusión sobre la legalización
del aborto en Argentina

Third World women in the United Statesand access to abortion.


A contribution to the discussion about the legalization of abortion in Argentina

Resumen
Desde un análisis histórico y a partir del estudio de un caso particular: la legalización del
aborto en 1973 en Estados Unidos y cómo esto repercutió en una de las organizaciones
feministas más importantes de la época, la Third World Women’s Alliance (TWWA),
organización que se autopercibía como de mujeres del Tercer Mundo, este escrito busca
contribuir a los debates que emergieron en Argentina en los últimos tiempos sobre la
despenalización y legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Para el desarrollo
de este trabajo se analizan algunos artículos de la publicación periódica de la TWWA,
denominada Triple Jeopardy: Racism, Imperialism, Sexism para dar cuenta de la posición que
adquirió dicha organización ante la problemática del aborto. Luego, serán abordadas algunas
reflexiones en torno a dicha problemática y los debates que se desarrollan actualmente en
Argentina, así como también, las características que adopta el movimiento feminista local.
Palabras clave: Aborto; Mujeres del Tercer Mundo; Feminismos.

Abstract
From a historical analysis based on the study of a particular case: the legalization of abortion
in 1973 in the United States and how this had an impact on one of the most important feminist
organizations of the time, the Third World Women's Alliance (TWWA), an organization that
saw itself as belonging to Third World women, this paper seeks to contribute to the
discussions that have taken place in Argentina in recent times about the decriminalization and
legalization of voluntary termination of pregnancy. For the development of this work, some
articles of the TWWA periodical publication, called Triple Jeopardy: Racism, Imperialism,
Sexism, are analyzed in order to give an account of the position that the organization acquired
regarding the problem of abortion. Then, some reflections on this problem and the debates
that are currently taking place in Argentina will be addressed, as well as the characteristics
adopted by the local feminist movement.
Key words: Abortion; Third World Women; Feminisms.

Fecha de recepción: 24 de mayo de 2019


Fecha de aceptación: 3 de octubre de 2019
Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea 125
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Lucía Busquier

Las mujeres del Tercer Mundo en Estados Unidos


y el acceso al aborto. Un aporte a la discusión sobre la legalización
del aborto en Argentina
Third World women in the United States and access to abortion.
A contribution to the discussion about the legalization of abortion in Argentina

Lucía Busquier

Introducción

Si tuviéramos que nombrar algunos de los acontecimientos sociales y políticos más


importantes que ocurrieron en los últimos años en la Argentina, definitivamente no podríamos
dejar de mencionar el auge del feminismo como un movimiento de masas. Sin invisibilizar
más de cien años de activismo que este movimiento lleva en su recorrido, podemos decir que
actualmente estamos presenciando una gran transformación que logró contener a varias
generaciones, en especial a las más jóvenes, con dos banderas fundamentales: la erradicación
de las violencias y los femicidios y la lucha por la despenalización y legalización de la
interrupción voluntaria del embarazo.

Este contexto, además, exige reflexionar desde una perspectiva de género, nuestro rol
como investigadorxs y productorxs de un discurso científico.1 Es por eso que resultan
fundamentales los aportes que puedan realizarse desde los diferentes ámbitos, instituciones,
organizaciones, partidos políticos y, por supuesto, desde la universidad y los espacios
académicos. En ese sentido, este escrito busca contribuir a dichos debates desde un análisis
histórico a partir del estudio de un caso particular: la legalización del aborto en 1973 en
Estados Unidos y cómo esto repercutió en una de las organizaciones feministas más
importantes de la época: la Third World Women’s Alliance (TWWA), organización que se
autopercibía como de mujeres del Tercer Mundo, radicada en California y Nueva York, entre
los años 1970 y 1975.

Si bien sabemos que este estudio no se focaliza, hablando en términos estrictamente


geográficos, en el territorio latinoamericano, también entendemos que las divisiones de
fronteras geográficas adquieren otras variables a la hora de delimitar dichos márgenes.
Entonces, recuperando la perspectiva de la propia organización, en este escrito utilizamos la
denominación “mujeres del Tercer Mundo”, afirmando que la categoría “Tercer Mundo” no
refiere específicamente a un recorte geográfico sino más bien a uno político-cultural.


Licenciada en Historia y Doctoranda en Historia, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional
de Córdoba, Argentina. Correo electrónico: lu.busquier@gmail.com
1
Siguiendo una convención que tiende a generalizarse, utilizo la X en el plural reemplazando la forma
tradicional que emplea el masculino como genérico del plural, entendiendo que esta modificación puede
funcionar como una herramienta para visibilizar y reconocer a ciertos grupos que históricamente fueron
omitidos, incluso en el lenguaje, como las mujeres, lesbianas, travestis, transexuales y muchxs otrxs. En este
sentido, la X, en tanto desobediencia lingüística que rompe con la norma gramatical, nos permite ser coherentes
con nuestra propia posición política (Rojas Blanco y Rojas Porras, 2015). Además, cuando hablamos de acceso
al aborto en Argentina debemos contemplar a todas las corporalidades e identidades que también tienen la
capacidad de gestar, como lxs trans, travestis, intersexs, queers, entre otrxs.
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El término “Tercer Mundo” comenzó a utilizarse en la década del cincuenta para


referirse al grupo de países que no formaban parte de ninguno de los dos bloques que se
enfrentaban en la Guerra Fría.2 Por su parte, la TWWA complejizaba esta definición
incluyendo no solo a los territorios sino también a las personas del Tercer Mundo:

El Tercer Mundo consiste en los países colonizados del mundo o anteriormente


colonizados. Esto incluye a las naciones y personas de Asia, África y América
Latina. Tienen la única distinción de haber sido oprimidos y saqueados por el
Primer Mundo como, por ejemplo, las potencias colonialistas europeas y
estadounidense.3

En Estados Unidos en particular, las personas consideradas del “Tercer Mundo” eran
aquellas descendientes de asiáticxs, africanxs y latinoamericanxs. La TWWA hacía hincapié
en que estas comunidades, a pesar de sus diferencias, debían enfrentar opresiones similares y
se encontraban bajo la dominación del mismo tipo de colonialismo, por lo tanto, era
importante que desarrollaran reivindicaciones comunes y confluyeran en una única lucha
contra el imperialismo: “Para combatir a un enemigo internacional (el imperialismo) es
necesaria una resistencia internacional, por lo tanto, se necesita la unidad del Tercer Mundo”.4

Es importante aclarar que este escrito forma parte de una investigación más extensa en
la que indagué en profundidad sobre la historia de la TWWA y la totalidad de sus definiciones
políticas. En otros trabajos investigué sobre la cuestión de las esterilizaciones forzosas y sobre
el rol de las mujeres del Tercer Mundo en el sistema productivo norteamericano y, en esta
oportunidad, centraré mi análisis en la cuestión del aborto y la posición política que adquirió
la TWWA ante dicha demanda, lo que nos ofrecerá algunos puntos fundamentales para pensar
cómo abordar esta problemática en nuestra región.

Para ello, tomé como punto de partida los estudios desarrollados por la Teoría de la
Reproducción Social que considera que la esfera de la producción y la reproducción no
corresponden a dos esferas separadas sino que, por el contrario, en el marco del sistema
capitalista, ambas son necesarias para la existencia de dicho sistema.5 Para el caso de este este
escrito, las realidades de las mujeres del Tercer Mundo, formaban parte de un todo en donde
se intersectaban diversas opresiones a partir de su condición, no solo de mujeres, sino también
de trabajadoras, madres, inmigrantes y pobres.

Para la TWWA era central dar cuenta del lugar que ocupaban las mujeres del Tercer
Mundo en el sistema productivo norteamericano como un modo de disputarlo y cuestionarlo.
Este sector de la población era parte de la mano de obra barata necesaria para el
funcionamiento del capitalismo norteamericano, tanto en las fábricas, como en los hogares de
las familias blancas. Sobre esa “mano de obra barata” también se ejercían formas de
explotación y dominación que iban más allá del ámbito productivo involucrando sus cuerpos,
su intimidad y su subjetividad. Estas formas de explotación y dominación se tradujeron
también en luchas y reivindicaciones políticas que la TWWA, entre otras organizaciones,

2
Para mayor profundidad sobre la definición de “Tercer Mundo” véase Mohanty (2008).
3
Triple Jeopardy, Vol. 1, N° 2, nov. 1971: 16.
4
Triple Jeopardy, Vol. 1, N° 2, nov. 1971: 16.
5
Para mayor información sobre la Teoría de la Reproducción Social y un análisis más exhaustivo sobre qué
implican ambas esferas se recomienda la lectura de Brown (2012); Federici (2011); y Ferguson y McNally
(2013).
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llevaron adelante en aquel momento, en especial en relación con la legalización del aborto en
1973 y a la práctica de las esterilizaciones forzosas.

Desde mediados del siglo XIX y durante el XX, Estados Unidos realizó gran cantidad
de esterilizaciones forzosas, intervención quirúrgica que, por medio de la coerción o el
engaño, buscaba terminar con la capacidad reproductiva de, en este caso, las mujeres del
Tercer Mundo en Estados Unidos y Puerto Rico. Si bien esta práctica por parte del Estado
comenzó a mediados del siglo XIX con la llegada masiva de inmigrantes, fue en las décadas
del sesenta y setenta del siglo XX cuando se masificó, convirtiéndose en algo habitual en las
vidas de las mujeres del Tercer Mundo. Frances Beal (1970), una de las militantes fundadoras
de la TWWA, explicaba que este “control de natalidad” era aplicado primero a las
portorriqueñas y luego a las mujeres negras, de manera forzada y engañándolas sin respetar su
derecho a decidir y vulnerando su salud e integridad (p. 117-119).

En este artículo, entonces, busco contribuir a otras formas de conocimiento que en los
últimos tiempos lograron ocupar un lugar importante en los espacios académicos
latinoamericanos de las Ciencias Sociales. Sobre todo aquellos que intentan recuperar las
particularidades y singularidades de las mujeres del Tercer Mundo tanto en Estados Unidos
como en América Latina y el Caribe, superando los análisis generales que entienden al sujeto
mujer de manera homogénea y los que analizan las problemáticas relacionadas con el género,
la raza, la clase y la colonialidad de manera fragmentada. Es en este punto donde considero
fundamental el aporte que pueda realizar a los estudios de género y a los feminismos en
América Latina y el Caribe buscando contribuir a la construcción de otras epistemologías
feministas en América Latina y el Caribe.

Siguiendo los aportes de Linda Tuhiwai Smith, debemos considerar a la investigación


en el ámbito académico como un territorio de lucha. Es decir, no es posible pensar una
investigación de carácter neutral si lo que se busca es responder a las necesidades de los
grupos que tradicionalmente fueron oprimidos en las sociedades coloniales (Smith, 2016: 21).
Según palabras de Ochy Curiel (2011), para descolonizar no alcanza solo con comprender el
contexto en el que estamos inmersxs sino, también, actuar sobre el mismo para transformarlo
(p. 190). Analizar la posición política que adquirió una organización de mujeres del Tercer
Mundo -la TWWA- sobre el acceso al aborto, permite indagar cómo desde estos movimientos
de mujeres se comenzó a problematizar la existencia de opresiones múltiples a partir del
entrecruzamiento del género, la raza, la clase, la etnicidad y la sexualidad.

Sobre la estrategia metodológica, para el desarrollo de este trabajo opté por una
metodología cualitativa asentada en el análisis de un corpus conformado por fuentes
primarias. En este sentido, indagué sobre una selección de artículos de la publicación
periódica de la TWWA, denominada Triple Jeopardy: Racism, Imperialism, Sexism. El
acceso al corpus documental se produjo a través del intercambio con archivos y bibliotecas de
los Estados Unidos, principalmente con Women of Color Resource Center (Oakland,
California).

Triple Jeopardy fue publicada durante los años 1971 y hasta 1975, de manera
bimensual, excepto en 1974 y 1975 que se imprimieron solo dos números por año. Era
producida en la Ciudad de Nueva York y en algunos casos también en Berkeley, California.
La mayoría de sus artículos eran anónimos y redactados principalmente en inglés, pero con
algunos artículos en español, ya que también estaba dirigida a la población latina de los
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Estados Unidos. Es por ello que la mayoría de los fragmentos utilizados para este análisis
corresponden a traducciones propias del idioma inglés al español.

Finalmente, en lo que respecta a la organización de este artículo, primero haré un breve


repaso por los hitos más importantes que dieron origen a la TWWA y las características del
contexto político en el que se desarrolló. En segundo lugar, analizo la posición política que la
TWWA adoptó ante la problemática del aborto y su relación con las mujeres del Tercer
Mundo a partir de su legalización en 1973 en Estados Unidos. Por último, intento presentar
algunas reflexiones a partir del contexto actual que estamos atravesando en Argentina sobre la
lucha por la despenalización y legalización de la interrupción voluntaria del embarazo.

Las mujeres del Tercer Mundo y la construcción de una herramienta política: el


nacimiento de la TWWA

A partir de la década del cincuenta y principalmente durante los sesenta, el feminismo


de los Estados Unidos atravesó una serie de discusiones que permitieron la emergencia de
diversos grupos de mujeres no blancos. Hasta el momento, estos colectivos habían sido
invisibilizados como consecuencia de los debates teóricos y políticos desarrollados en el
marco de la Segunda Ola del Feminismo que impulsaron la construcción de un sujeto mujer
blanco, heterosexual y clase media, como algo homogéneo y universal.6 A partir de ello, uno
de los nuevos actores políticos que emergió en dicho proceso fue el feminismo negro,
permitiendo que diversas organizaciones y colectivos sociales lograran consolidarse a partir
de la separación con el feminismo blanco.7

Otro de los colectivos con el que el feminismo negro desarrolló gran cantidad de
debates fue el Black Power, movimiento que durante los sesenta organizó a millones de
personas afrodescendientes en Estados Unidos, buscando dar una respuesta a los ataques
violentos que recibían debido a su lucha por la obtención de los derechos civiles y la ausencia
de protección por parte del gobierno. Estaba compuesto por mujeres y varones, algunxs
organizadxs en grupos políticos o artísticos y otrxs de manera independiente dentro del
movimiento (Breines, 2006: 52).

En este marco, en 1968, Frances Beal, miembro del Student Nonviolent Coordinating
Committee (SNCC) agrupación antirracista fundada por estudiantes negrxs y blancxs en 1960
(Puleo, 2007: 39) decidió promover el Black Women’s Liberation Committee (BWLC) en el
interior del SNCC con el objetivo que se comenzara a contemplar en los debates y discusiones
de la organización algunas problemáticas que las afectaban particularmente desde su lugar de
mujeres afrodescendientes (Ward, 2006: 125).

Al año siguiente, en 1969, se desprendieron del SNCC y conformaron la Black


Women’s Alliance (BWA) incluyendo a mujeres de otras organizaciones y otros sectores más
radicalizados, demostrando que una organización de mujeres independiente podría ser más

6
Dentro del feminismo y los estudios de género, se prefiere utilizar la metáfora de “olas” ya que se habla de algo
continuo y en permanente construcción (Hewitt, 2010: 1-2 y Laughlin, 2010: 76-77).
7
Sobre el movimiento feminista estadounidense en general y sobre el feminismo negro y el movimiento de
mujeres del Tercer Mundo en particular, algunos de los escritos más relevantes seleccionados para esta
investigación son: Hewitt (2010), Henry (2004), Evans (2004), Jabardo (2012), Hill Collins (2000 y 2012),
Davis (2004-2005 y 2012), Sudbury (1998), Viveros Vigoya (2009), hooks ([2000] 2017) y Carastathis (2014).
Sobre los textos que abordan específicamente a la TWWA, recomiendo los trabajos de Springer (2006) y Peniel
(2006).
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efectiva, atendiendo a las necesidades específicas de las mujeres negras, que una organización
mixta que ponía en segundo lugar la lucha contra el sexismo, como lo hacía el SNCC
(Springer, 2006: 47). Fue en ese contexto cuando se propusieron la tarea de incluir, además, a
otros grupos culturales y étnicos como las asiáticas, latinoamericanas y chicanas (hijxs de
inmigrantes mexicanxs que nacieron y residen en Estados Unidos) (Arriaga, 2003: 6).8

A partir de 1970 la BWA comenzó a llamarse Third World Women’s Alliance,


incluyendo a “las hermanas del Tercer Mundo”. Además, otras organizaciones
estadounidenses y latinoamericanas jugaron un papel fundamental en la conformación de la
TWWA. Por ejemplo, el Partido Socialista de Puerto Rico, que decidió acercarse a la BWA
para luego impulsar en conjunto la conformación de la TWWA y las militantes organizadas
en la Venceremos Brigade de Nueva York, organización que buscaba sumar militantes
jóvenes estadounidenses para enviar a Cuba y colaborar con la revolución socialista
(Springer, 2006: 49). A su vez, varias de las mujeres que impulsaron la TWWA provenían de
la Young Socialist Alliance (YSA), organización asociada al Socialist Workers Party (SWP)
estadounidense.

La primera ciudad de los Estados Unidos donde se asentó la TWWA fue en Nueva
York, sede de la organización y lugar donde se editaba e imprimía Triple Jeopardy, a cargo de
su principal referente: Frances Beal. En la costa Oeste, más precisamente en California,
Cheryl Perry, militante de la Venceremos Brigade, junto con otras activistas de la misma
organización, fueron las impulsoras de la TWWA en dicha región con las mismas
definiciones de la seccional de Nueva York: la lucha contra el imperialismo, el sexismo y el
racismo, sobre todo pensando en las isleñas del Pacífico asiático y las chicanas, quienes en su
mayoría se concentraban en esa región (Springer, 2006: 49-50).9

Por último, sostengo que el surgimiento de la TWWA no puede ser comprendido al


margen de los cambios introducidos en el marco de los feminismos por las luchas y las
resistencias de las mujeres del Tercer Mundo en Estados Unidos. El desarrollo de dicha
organización, en la década del setenta, coincidió con un momento de ampliación de los
márgenes del feminismo negro en el que se comenzó a incluir a otros sectores de mujeres no
blancos que hasta el momento no habían sido contemplados.

Las mujeres del Tercer Mundo en Estados Unidos y la legalización del aborto en 1973

Es importante señalar que previo a su legalización a nivel nacional, en 1973, ya existían


algunos estados que lo practicaban de forma legal como, por ejemplo, Nueva York, donde se
legalizó en 1969. No obstante, existían requerimientos específicos que cada estado podía
aplicar de manera independiente. Estos requisitos, como sostenía la TWWA, muchas veces se
convertían en un impedimento a la hora de acceder al aborto legal y gratuito limitándolo solo
a las mujeres de clase media y alta que contaran con cierto sustento económico que les
permitiera acceder a dicha intervención.

8
Sugiero la lectura de Degler (1986) y Anzaldúa (1987) quienes, a partir de sus experiencias personales,
explican cuáles son las particularidades de la comunidad chicana.
9
En este contexto el término “género” no había sido instalado de manera extendida en los discursos políticos de
las diversas organizaciones feministas de la época; por el contrario, muchas organizaciones -entre ellas la
TWWA- utilizaban el término “sexo” y “sexismo” para referirse a las desigualdades que enfrentaban las
mujeres.
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Lucía Busquier

Antes de la legalización, en un artículo publicado hacia fines de 1972, la TWWA


informaba sobre los tipos de abortos que se practicaban en ese momento en la ciudad de
Nueva York, a qué hospitales acudir, cuándo era aconsejable realizarse un aborto y cuando no
y agregaba:

Muchos estados han cambiado sus leyes contra el aborto, pero solo Nueva York
no tiene ninguna restricción, con la excepción de un límite en el estado de
embarazo.
[…] Muchos estados ofrecen abortos solo con certificados por un grupo de
psiquiatras que diga que el embarazo sería dañino para la salud mental de la
mujer. Tal restricción sistemáticamente excluye a las mujeres pobres y a las del
Tercer Mundo de un aborto legal, ya que nosotras generalmente no tenemos la
“palanca” necesaria para obtener la aprobación requerida.10

La TWWA remarcaba la necesidad de la legalización del aborto a nivel nacional para


terminar con esos requerimientos arbitrarios y garantizar las condiciones necesarias de
salubridad y disminuir la tasa de muertes por abortos clandestinos. Las malas condiciones
recaían en las mujeres del Tercer Mundo, que no contaban con los recursos económicos
suficientes para acceder a un aborto que, aunque seguía siendo clandestino, ofrecía ciertas
medidas de seguridad para la salud de la embarazada:

Han sido las mujeres pobres, en especial las del Tercer Mundo de bajos recursos,
quienes han estado a merced de la clandestinidad del aborto. Las estadísticas
muestran que las muertes de las personas no blancas en manos de médicos
abortistas no calificados fueron sustancialmente mayores que las de mujeres
blancas […] Aproximadamente, la mitad de las muertes en partos en la ciudad de
Nueva York fueron atribuidas a auto-abortos (estadísticas de 1969), y 79% fueron
mujeres no blancas y portorriqueñas.11

El 22 de enero de 1973 la Corte Suprema legalizó en Estados Unidos el derecho al


aborto, en la Decimocuarta Enmienda. Según cifras del Centers For Disease Control and
Prevention, que realiza estadísticas desde el año 1969 sobre la práctica del aborto, desde el
año 1973 y hasta el año 2008 se practicaron 50 millones de abortos de manera legal en ese
país.

Así, a comienzos de 1973, luego de la legalización del aborto en Estados Unidos, la


TWWA publicó otro artículo celebrando la noticia expresando que: “la reciente decisión de la
Suprema Corte sobre el aborto es de particular interés para las mujeres del Tercer Mundo”.12
En esta misma línea sostenía que:

La Corte ha modificado todas las leyes estatales que prohíben o restringen en


cualquier caso el derecho de una mujer a obtener un aborto durante los primeros
tres meses de embarazo […] la decisión de tener un aborto recae completamente
sobre la mujer y ni el médico, ni el Estado, deben intervenir. Sobre los siguientes
seis meses de embarazo, la Corte estableció que el Estado debe “regular el
procedimiento del aborto de formas que contemplen la salud materna” […]. Para

10
Triple Jeopardy, Vol. 2, N° 1, nov-dic. 1972: 8. Artículo publicado en español.
11
Triple Jeopardy, Vol. 2, N° 2, ene-feb. 1973: 1.
12
Triple Jeopardy, Vol. 2, N° 2, ene-feb. 1973: 1.
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Lucía Busquier

las últimas diez semanas de gestación, cualquier Estado debe prohibir el aborto
excepto cuando es necesario preservar la vida o la salud de la madre.13

De todos modos, a pesar de la gran victoria para el movimiento de mujeres para contar
con la posibilidad de tener una mayor decisión sobre sus propios cuerpos, la TWWA advertía
que la legalización del aborto no significaba un avance real en tanto siguieran existiendo las
esterilizaciones forzosas:

Las palabras clave son: “si ella así lo elije”. Una amarga experiencia ha enseñado
a las mujeres del Tercer Mundo que la administración de justicia en este país no es
daltónica. Sabemos que algunas mujeres negras con asistencia social se han visto
obligadas a aceptar la esterilización a cambio de la continuación de los beneficios
de la asistencia social y algunas portorriqueñas han sido esterilizadas sin su
conocimiento o consentimiento […] Debemos estar siempre vigilando que lo que
aparece en la superficie como un paso adelante, de hecho, no se convierta en otro
método de esclavitud.14

En el artículo, que fue publicado luego de la legalización del aborto, la TWWA


celebraba dicha conquista, pero también exponía que el acceso a este derecho era garantizado
de manera diferenciada dependiendo de los recursos económicos que las mujeres tuviesen:

El aborto gratuito es un derecho que toda mujer debe tener. Pero tenemos que ser
claros en esta demanda […] a pesar de la victoria parcial en algunos estados
donde las mujeres que tienen dinero fueron “gratificadas” con el derecho de
comprar el aborto, esta ley no beneficia a los hombres y mujeres de la clase
trabajadora que no pueden afrontar los costosos abortos. Las mujeres pobres
asisten a hospitales en Nueva York mientras que las mujeres con dinero pueden
tener una mejor y segura atención en un mejor hospital o en uno privado.15

A pesar del gran avance que significó la legalización del aborto en 1973, en tanto
permitiría disminuir la cifra de muertes por abortos clandestinos y otorgaría más libertad para
que las mujeres del Tercer Mundo pudiesen tener un mayor control y poder de decisión sobre
sus propios cuerpos, la TWWA continuaba viendo con preocupación las limitaciones que este
sector tenía sobre su salud reproductiva. Para estas mujeres, resultaba demasiado complicado
realizarse un aborto teniendo acceso únicamente a los hospitales públicos, donde los recursos
eran bastante limitados.

A partir de este análisis, a continuación serán compartidas algunas reflexiones que, lejos
de presentarse como conclusiones, buscan abrir el debate y permitirnos repensar sobre
algunos puntos claves, a partir del caso estudiado, sobre cuál es la situación actual en
Argentina en relación con la lucha por la despenalización y legalización de la interrupción
voluntaria del embarazo y cuáles son las tareas que debemos plantearnos a la hora de
contemplar las diferentes realidades de las mujeres y las personas con capacidad de gestar,
entendiendo a este colectivo como uno heterogéneo y diverso.

Reflexiones finales

13
Triple Jeopardy, Vol. 2, N° 2, ene-feb. 1973: 1.
14
Triple Jeopardy, Vol. 2, N° 2, ene-feb. 1973: 1.
15
Triple Jeopardy, Vol. 2, N° 2, ene-feb. 1973: 15.
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Año 6, Nº 11. Córdoba, Diciembre 2019- Mayo 2020. ISSN 2250-7264
Lucía Busquier

Tomando como punto de partida la mirada de una organización de mujeres del Tercer
Mundo en Estados Unidos -la TWWA-, sobre el acceso al aborto y las incidencias que tuvo su
legalización a nivel nacional, en este trabajo describí algunas de las estrategias más
significativas llevadas adelante por un grupo de mujeres en un contexto de ebullición política,
tanto de movimientos antirracistas, como feministas.

La TWWA, organización de mujeres del Tercer Mundo radicada primero en Nueva


York y luego en California, fue una organización pura y exclusivamente de mujeres, pero no
de todas, sino de aquellas que eran clasificadas como del Tercer Mundo. Al mismo tiempo,
sus publicaciones estaban en su mayoría dirigidas a mujeres heterosexuales y, especialmente,
a aquellas que eran madres, es por ello que la cuestión de la reproducción adquirió centralidad
en sus publicaciones en tanto se hacía hincapié, por ejemplo, en las consecuencias
irreversibles de las esterilizaciones forzosas y lo difícil que resultaba acceder a un aborto, aun
siendo legal.

Es por ello que sostengo que las luchas de las mujeres del Tercer Mundo en los Estados
Unidos nutrieron y gestaron una herramienta teórica y política que resulta central en la
actualidad para explicar las desigualdades y formas de dominación que distintos sectores
sociales enfrentan. En definitiva, fueron las diversas organizaciones de mujeres negras,
chicanas, latinas, asiáticas, indígenas, las que, a partir de su distanciamiento con el feminismo
blanco y con el movimiento antirracista, pudieron construir sus propias definiciones políticas.
Tomando como punto de inicio sus experiencias personales y particulares, estas mujeres
lograron expresar y visibilizar su propia situación de exclusión y discriminación.

En este punto me gustaría introducir algunas reflexiones sobre la situación particular


que atraviesa la Argentina en relación con la lucha por la despenalización y legalización de la
interrupción voluntaria del embarazo. En los últimos años dicha región se encuentra inmersa
en un contexto de agitación social y emergencia de gran cantidad de debates sobre la situación
de desigualdad que, aún hoy, encontramos en todos los ámbitos de la sociedad. Sin
desconocer los años de lucha que lleva el movimiento feminista local, en este periodo logró
emerger en la agenda pública como un movimiento de masas, gracias al activismo y la
visibilización impulsada por diversas organizaciones feministas. Una de ellas es el colectivo
Ni Una Menos surgido el 3 de junio de 2015, con una multitudinaria manifestación que se
convoca todos los años desde aquella vez, como respuesta la gran cantidad de femicidios que
comenzaban a tomar estado público de manera masiva en los medios de comunicación.16

Otra es la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito17 que
si bien nació en el 2003, fue en el 2018 cuando, a partir de una nueva presentación del
Proyecto de Ley para la Interrupción Voluntaria del Embarazo en el Congreso de la Nación,
logró consolidarse como una actora política en la escena pública. Si bien una vez más este
proyecto de Ley fue rechazado por el parlamento argentino, emergieron una serie de eventos
políticos y puntos de reflexión fundamentales para el movimiento feminista en particular y
para la sociedad en general, que me gustaría señalar.

En primer lugar, algo que mencioné anteriormente, es que la discusión sobre la


legalización y despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo logró instalarse en

16
https://niunamenos.com.ar/
17
http://www.abortolegal.com.ar/
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la agenda de debates públicos: medios de comunicación, escuelas, universidades, hospitales,


juzgados y otras instituciones, así como también en las organizaciones sociales y políticas.
Esto, además, permitió la socialización de cifras y estadísticas alarmantes donde pudimos ver
que aproximadamente 500 mil mujeres por año abortan de manera clandestina en Argentina.
También, desde 1983, se estima que murieron más de 3.000 mujeres como consecuencia de
abortos clandestinos.18

Esto nos lleva a pensar una segunda cuestión y es que, actualmente, los abortos
clandestinos son un negocio millonario por parte de algunas clínicas o consultorios privados
que los practican de manera clandestina y para acceder a ellos se necesita, en primer lugar, de
la información necesaria para conocer estos espacios y, segundo, contar con altas cifras de
dinero para realizarlo, aún en el marco de la clandestinidad, de manera segura. Por el
contrario, quienes no cuentan con el acceso a esa información y ese capital económico,
acuden a realizarse un aborto en condiciones insalubres y peligrosas y, en muchos casos,
intentan efectuarlo por sus propios medios, lo que muchas veces termina con la vida de estas
personas.

Esto tiene que ver con la multiplicidad de realidades que existen entre las mujeres y las
personas con capacidad de gestar en Argentina. Sabemos que el acceso al aborto, al ser
clandestino y no estar garantizado por el Estado en los hospitales públicos, esta permeado por
la condición económica en la que se encuentre la persona que decide abortar. Esto quiere
decir que, tomando una de las frases más importantes de estos tiempos impulsada por el
feminismo, “las ricas abortan, las pobres mueren”.

En tercer lugar, es importante señalar que cuando hablamos del acceso al aborto,
estamos hablando no solo de mujeres cis, es decir, las personas que su identidad de género
asignada (en este caso: mujer) coincide con su sexo asignado (es decir, hembra), sino que esta
demanda afecta igualmente a otras corporalidades e identidades que también tienen la
capacidad de gestar como lxs trans, travestis, intersexs, queers, entre otrxs.

Cuarto, y en relación con el punto anterior, no puedo dejar de mencionar la importancia


que tiene la emergencia de una nueva generación de activistas jóvenes que comenzaron a
participar en el movimiento feminista, haciendo de ese espacio, un lugar más diverso y plural.
A pesar de la resistencia que ofrecen algunos sectores en el interior del feminismo que
entienden a “la mujer” como un sujeto universal y homogéneo y que lo definen como una
actora sin ningún tipo de privilegios, poniéndola en un lugar de víctima y sin capacidad de
actuar; existen otros sectores dentro del movimiento feminista que entendemos a “las
mujeres” como algo sumamente plural, heterogéneo y diverso, donde también se ponen en
juego privilegios y lugares de poder, así como también opresiones y segregaciones. Es decir,
entendemos a este como un colectivo con realidades diferentes que están atravesadas por
nuestra condición económica, por nuestra identidad racial y étnica, por el acceso a la
educación, por nuestra nacionalidad, por el trabajo que realicemos, entre otros; así como
también sabemos que este colectivo está integrado por corporalidades diversas que exceden a
la mujer cis heterosexual.

Por último, esto lleva a comprender que, dentro de este gran colectivo, existen también
grupos más privilegiados que otros, lo que evidencia que el acceso al aborto, mientras sea
clandestino, será de manera selecta y diferenciada. Es por esto que resulta fundamental el

18
Cifras obtenidas de http://www.abortolegal.com.ar/about/
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aporte que puedan realizar los colectivos feministas y organizaciones como el que en este
artículo estudiamos ya que nos permite pensar y dar cuenta de la multiplicidad de
experiencias e identidades posibles para, de esta manera, construir una herramienta
verdaderamente plural que contenga a todas las diversidades y realidades posibles a la hora de
pensar el acceso a un aborto legal, seguro y gratuito.

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Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea 137
Año 6, Nº 11. Córdoba, Diciembre 2019- Mayo 2020. ISSN 2250-7264
Ana Laura De Giorgi

Mi habitación, mi celda. Experiencias y lecturas propias desde el


Feminismo en el Cono Sur en los 80

My room, my black hole. Experiences and own readings from Feminism in the Southern
Cone in the 80´s

Resumen:
Construir genealogías propias para el feminismo del sur continúa siendo un desafío cuando “La
historia” del feminismo, suele ser aquella autorizada del norte occidental. Comprender el
feminismo en el sur requiere tomar en consideración fenómenos cruciales para la vida de un
importante contingente de mujeres en la región como los de la violencia política y la pobreza, y
que probablemente sean también los que han delimitado las condiciones de producción de
pensamiento en los lugares tradicionalmente legitimados. Reconocer una trayectoria propia y los
aportes del feminismo desde las experiencias concretas de las mujeres latinoamericanas continúa
siendo una tarea pendiente. Este artículo tiene el propósito de pensar la relación del feminismo
de los ochenta en el Cono Sur con la experiencia del terrorismo de Estado, especialmente
aquella asociada a la violencia y la peripecia carcelaria de las mujeres. Se propone pensar cuánto
los procesos de incorporación y reflexión de las ideas feministas estuvieron interpelados por la
violencia de las dictaduras. Para ello se detiene en un relato particular de una experiencia
carcelaria elaborado por una feminista e inscribe dicha intervención en un proceso más amplio
de reflexión que fue característico del feminismo latinoamericano sobre la violencia
institucional. Las fuentes que aquí se abordan son principalmente un relato elaborado por una
ex-presa política y feminista uruguaya en los ochenta, titulado Mi habitación, mi celda, y otras
intervenciones fragmentarias de figuras feministas y referencias latinoamericanas que fueron
contemporáneas a este relato y se plasmaron en revistas, documentos e informes del feminismo
de la región.
Palabras claves: Genealogía; Feminismos del sur; Terrorismo de Estado.

Abstract:
Building own genealogies for southern feminism continues to be a challenge when "The history"
of feminism is usually that authorized from the north of the West. Understanding feminism in
the South requires the analysis of specific phenomena such as those of political violence and
poverty, and it is probably precisely these phenomena that have delimited the conditions of
thought production in traditionally legitimized places. Recognizing the trajectory and the
contributions of feminism from the concrete experiences of Latin American women continues to
be a challenge. This article aims to think about the relationship of feminism of the eighties in the
Southern Cone with the experience of State terrorism, especially that associated with violence
and the past of women in prison. It is proposed to think about how the processes of
incorporation and reflection of feminist ideas were addressed by the violence of dictatorships.
For this purpose, this paper analyzes a particular account of a prison experience narrated by a
feminist and inscribes this intervention in a broader process of reflection that was characteristic
of Latin American feminism on institutional violence. The sources analyzed here are mainly a
memory of a prey and feminist in the eighties and other contemporary Latin American
interventions and references to this story published in magazines, documents and reports on
feminism in the region.
Keywords: Genealogy; Feminisms of the South; State terrorism

Fecha de recepción: 10 de mayo de 2019


Fecha de aceptación: 19 de julio de 2019
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Año 6, Nº 11. Córdoba, Diciembre 2019- Mayo 2020. ISSN 2250-7264
Ana Laura De Giorgi

Mi habitación, mi celda.
Experiencias y lecturas propias desde el Feminismo en el Cono Sur
en los 80

My room, my black hole. Experiences and own readings from Feminism in the Southern
Cone in the 80´s

Ana Laura de Giorgi

Introducción

En los sesenta y setenta el feminismo en el norte, especialmente en Estados Unidos,


España, Francia e Italia fue un fenómeno de amplia difusión, al menos en occidente, y marcó un
momento político especial de la lucha de las mujeres por su emancipación. Las movilizaciones
callejeras, las nuevas organizaciones de mujeres, otras prácticas políticas, y las intervenciones
intelectuales a través de libros y revistas, otorgaron cierto protagonismo a aquel feminismo.
Cuando se realiza una mirada retrospectiva aquellos sesenta y setenta continúan siendo en la
mayor parte de las historizaciones del feminismo un nuevo punto de partida para todos, incluso
para feminismos que emergieron en otros lares y en otros tiempos políticos.

En el caso de América Latina y especialmente en la región del Cono Sur, la nueva


emergencia feminista, luego del sufragismo de principios de siglo, se produjo a fines de los
setenta y principios de los ochenta. Este feminismo emergió en similares condiciones
sociodemográficas de aquel del norte, en los centros urbanos, en el marco del aumento de las
mujeres matriculadas en el nivel secundario y terciario de la educación formal, del aumento de
la inserción laboral y de los mecanismos de control natal (Felitti, 2012; Greising, 2012).
También se inspiró en aquel feminismo del norte, a través de los libros que llegaron al sur, de las
traducciones realizadas (Aguilar, 2015) y de la experiencia propia de aquellas que tomaron
contacto directo con las movilizaciones y organizaciones en el contexto de viajes o de exilios
(Abreu, 2010; Pedro, 2010).

Las organizaciones feministas con mayor visibilidad y alcance estuvieron integradas


mayoritariamente por mujeres blancas de clase media, y las mujeres no blancas ocuparon un rol
menor en estas organizaciones o directamente fundaron otros espacios con menor visibilidad. A
mediados de los ochenta, fundamentalmente en Brasil, una fuerte crítica cuestionó el olvido de
la cuestión racial (González, 1987: 134). La interpretación marxista que predominó en la región
para la comprensión de la desigualdad de género implicó justamente este olvido que señaló
tempranamente Leila González, pero a su vez estableció límites a una importación directa de las
ideas feministas del norte. Tempranamente el término feminismo transitó a su plural
“feminismos” haciendo evidente la dificultad para interpretar la desigualdad y convocar a la
movilización desde un universal mujer. El modelo emancipatorio y las referencias de lucha no
siempre fueron las de aquellas mujeres emancipadas del norte occidental. Desde un principio la
idea de “mujer en la lucha” se recostó en la experiencia de las mujeres de América Latina:


Área Política, Género y Diversidad del Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de la República, Uruguay. E-mail: analauradegiorgi@gmail.com
Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea 139
Año 6, Nº 11. Córdoba, Diciembre 2019- Mayo 2020. ISSN 2250-7264
Ana Laura De Giorgi

indígenas, negras, presas políticas, militantes, madres luchadoras, trabajadoras. Es necesario


interrogarse qué es el feminismo hegemónico latinoamericano y cuál tipo de hegemonía fue
desplegada.

La posición privilegiada de las feministas blancas no necesariamente condujo a la


elaboración de un pensamiento hegemónico que invisibilizaba las distintas condiciones
materiales y simbólicas de las mujeres latinoamericanas. Desde hace unos diez años, la crítica
elaborada por el feminismo decolonial ha señalado que el feminismo de los setenta y ochenta
fue una iniciativa de mujeres blancas de clase media y heterosexuales que pusieron en
circulación un modelo de emancipación y una praxis que poco se ajustaba a las condiciones de
las mujeres de la región (Espinosa, 2010; Gargallo, 2014; Lugones, 2014; Mendoza, 2010). Sin
embargo, es necesario interrogar esta interpretación tan homogénea y comprender algunas
condiciones específicas que hicieron a la recepción activa de las ideas feministas, así como a la
elaboración de un pensamiento propio.

La reflexión sobre cómo se ha pensado y desplegado una praxis feminista en la región ha


sido una constante, aunque este registro sea poco visible. Construir genealogías propias continúa
siendo un desafío cuando La historia del feminismo, suele ser aquella autorizada del norte
occidental (Ciriza, 2012). Comprender el feminismo en el sur requiere el análisis de fenómenos
específicos como los de la violencia política y la pobreza (Maffia, 2004), pero muy
probablemente son justamente estos fenómenos los que han delimitado las condiciones de
producción de pensamiento en los lugares tradicionalmente legitimados (Marisa Ruiz, 2016). La
teoría del feminismo crítico se ha nutrido de los aportes de colegas del llamado Tercer Mundo
pero no del latinoamericano (Mendoza, 2010) y desde sus inicios las mujeres latinoamericanas
quedaron reducidas a testimoniar una experiencia más que a aportar respecto a mediaciones
conceptuales (Richard, 1996).

En términos de la historia de los feminismos del sur, una serie de investigaciones se han
realizado desde una perspectiva que se focalizó en ciertas condiciones políticas particulares,
como fue el caso de las dictaduras y sus posteriores transiciones políticas. Algunos de estos
estudios mostraron cómo la cancelación de los mecanismos y espacios tradicionales de
participación hizo de los hogares un espacio central de discusión y reunión durante las
dictaduras (Costa 1988; Sapriza 2003), y cómo las transiciones de régimen fueron un momento
bisagra para visibilizar la función política de resistencia desde los hogares, reclamar la
visibilización del rol cumplido por las mujeres y reivindicar la necesidad de otras formas de
hacer política (Costa, 1988; de Giorgi 2018a; Jaquette 1989; Johnson 2000). Estos estudios han
sido especialmente importantes para comprender cómo la reflexión sobre la división público-
privado estuvo interpelada por la experiencia de la dictadura y las nuevas funciones políticas del
llamado mundo de “lo privado”.

Estas investigaciones también señalaron cómo el feminismo nació imbricado a un


movimiento más amplio de mujeres que como principal causa tuvo la denuncia de los
terrorismos de Estado y que se desarrolló en diálogo constante con los llamados “espacios
mixtos” resistiendo la idea del “ghetto”. Un feminismo que se benefició en algún sentido de la
cancelación de otros espacios de participación, que pudo aprovechar cierta politización de la
domesticidad sin la “patrulla ideológica de la izquierda” (Costa, 1998) y que luego debió
enfrentar otras condiciones una vez reinstaladas las condiciones de la democracia competitiva.
Algunas autoras han señalado como este feminismo que nació de la rebeldía fue fagocitado por
la reinstitucionalización de la política (Feliú, 2009; Richard, 2001).
Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea 140
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Estos aportes han permitido comprender las específicas condiciones para la recepción de
la crítica al binarismo público-privado y las específicas estrategias políticas del feminismo en el
marco de los “movimientos de masas”. La mayoría de estas investigaciones focalizaron la
atención en las transiciones políticas cuando fue el momento clave de emergencia y
visibilización de las mujeres movilizadas, pero en menor medida se detuvieron en la experiencia
del terrorismo de Estado en las vidas de las mujeres y concibieron esta experiencia en diálogo
con los devenires feministas. La literatura sobre memoria y género ha incursionado ampliamente
en el análisis de los relatos de las mujeres sobre sus peripecias carcelarias y en cómo esa
experiencia se reelaboró dando cuenta de una experiencia particular atravesada por la cuestión
de género. Sin embargo, esta literatura prácticamente no ha dado cuenta de las iniciativas
feministas que fueron contemporáneas a la elaboración de esos relatos o que directamente
construyeron otro tipo de revisita al pasado reciente.

Este artículo tiene el propósito de pensar la relación del feminismo de los ochenta en el
Cono Sur con la experiencia del terrorismo de Estado, especialmente aquella asociada a la
violencia y la peripecia carcelaria de las mujeres. Se propone pensar cuánto los procesos de
incorporación y reflexión de las ideas feministas estuvieron interpelados por la violencia de las
dictaduras. Para ello se detiene en un relato particular de una experiencia carcelaria elaborado
por una feminista e inscribe dicha intervención en un proceso más amplio de reflexión que fue
característico del feminismo latinoamericano sobre la violencia institucional. Las fuentes que
aquí se abordan son principalmente un relato elaborado por una ex-presa política y feminista
uruguaya en los ochenta, titulado Mi habitación, mi celda, y otras intervenciones fragmentarias
de figuras feministas y referencias latinoamericanas que fueron contemporáneas a este relato y
se plasmaron en revistas, documentos e informes del feminismo de la región.

Pensarse desde el sur

En el Cono Sur todos los países sufrieron dictaduras entre mediados de los sesenta hasta
mediados de los ochenta - diferenciándose Paraguay que inició su proceso dictatorial en 1954-, y
aunque las transiciones políticas no fueron idénticas, los últimos años de los regímenes no
democráticos fueron claves para la emergencia de nuevos actores políticos, entre los que se
destaca el movimiento de mujeres y dentro de él las organizaciones autodenominadas
feministas. En algunos casos se trató de la reorganización de grupos ya existentes previos a los
golpes de Estado, pero en gran parte surgieron nuevas organizaciones feministas. Estos noveles
agrupamientos emprendieron la tarea de difundir las ideas feministas y desplegar otras prácticas
políticas que con grados distintos contestaban las formas tradicionales de intervenir en lo
político.

Un dispositivo central para la intervención fueron las revistas feministas (Mulherío de


Brasil, Brujas de Argentina, La Cacerola de Uruguay, entre tantas otras), mediante las cuales se
divulgaron las principales ideas respecto a la subordinación de la mujer. La conceptualización de
“la cuestión de la mujer” como se le denominaba en la época comenzó a realizarse en estas
revistas del feminismo en el sur con un dispositivo teórico que en gran parte provenía del norte.
Sin embargo, las revistas apostaron a un flujo de intercambio constante e intenso que permitiera
construir un pensamiento propio1. Algunas iniciativas se conformaron desde una integración

1
Cabe señalar que además de las revistas, América Latina contó con una producción sobre la condición de la mujer
realizada por intelectuales como Saffioti (1969) o Larguía (1975), cuyo aporte excede a los objetos de este texto.
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regional como fue el caso de Fempress, y todas publicaron y republicaron notas de otras revistas
(Veiga, 2009; Grammático, 2011).

En las revistas se fue construyendo un canon del feminismo a partir de las citaciones y
referencias autorales (Costa y Álvarez 2013: 581), aunque no fue una mera reproducción ya que
las revistas feministas oficiaron de mediadoras culturales entre las teorías metropolitanas y sus
traducciones periféricas (Richard 2001). El problema de la domesticidad y la consideración del
espacio doméstico como el epicentro de la opresión femenina claramente fue una idea
proveniente del norte occidental, pero fue resignificada en el contexto de la discusión
autoritarismo versus democracia (de Giorgi, 2018a).

La difusión de las ideas feministas se realizó además desde la preocupación por pensar a
las mujeres desde el sur. Revistas del Cono Sur como Mulherío y Brujas señalaban la necesidad
de construir una “conciencia latinoamericana” (Veiga, 2009: 145), estar en guardia frente al
“imperialismo cultural” y establecer la diferencia entre ser feminista en el “primer o tercer
mundo” (Veiga, 2009: 121). La reflexión feminista se nutrió de las ideas del feminismo
hegemónico estadounidense o europeo y también mantuvo la preocupación de pensar cuán
productivas podían ser aquellas ideas. Esta discusión la dieron aquellas exiliadas que devinieron
feministas en Europa y organizaron la revista Nosotras (Abreu, 2013), como el conjunto más
amplio de iniciativas feministas en la región (de Giorgi 2018b). La preocupación por tomar
distancia del feminismo del norte, de no reproducir un imperialismo cultural y por adjetivar al
feminismo como “latinoamericano” o “tercermundista” fue una preocupación constante.

Las feministas del sur mientras se nutrían de las conceptualizaciones del norte tomaban
conciencia de ser “Las otras de los discursos hegemónicos” (Femenías, 2007: 15). La referencia
a Simone de Beauvoir como mujer emancipada o al debate sobre la opresión doméstica convivió
con una búsqueda de claves propias. Luego de la necesaria construcción de un “nosotras” que
permitiera visibilizar y denunciar la exclusión del mundo de los hombres, el segundo momento
teórico fue el reconocerse como las otras de otras mujeres, de las mujeres occidentales. Como
señala Femenías, este fue un ejercicio de “resistencia a la inscripción completa y acabada según
un ideal sumiso”, pero también un ejemplo de experiencia crítica, marginal y periférica que
rechaza el lugar de otra exótica.

La resistencia fue al universal mujer blanca, intelectual de clase media, y por tanto al
modelo de emancipación así como también a los modos de la intervención política. Aquí se
produjo una “escritura límite entre el activismo y la academia, al límite entre la escritura letrada
y cifrada y aquella que espera circular ampliamente, en el límite entre la academia/letrada y la
experiencia que “no sabe cómo decir todo lo que sabe”. (Belausteguigoitia, 2009).

América Latina contó con otras prácticas enunciativas, productoras también de otros
saberes como señalan Costa y Álvarez (2013:584) y que claramente no viajaban de sur a norte.
Las autobiografías, las novelas, los testimonios, los ensayos, la lírica, entre otros, marcaron otras
formas de la intervención, aunque sin un reconocimiento por su “status teórico”. Domitila
Chungara, Rigoberta Menchú, Gloria Anzaldúa, Léila González, desde modos muy diversos
contestaron conceptualizaciones y estrategias para pensar y revertir la opresión sobre las
mujeres. En el sur del sur, los relatos testimoniales de las mujeres víctimas de los terrorismos de
Estado permitieron visualizar la violencia institucional contra las mujeres y en algunos casos
esto se transformó en una forma de hacer autoconciencia.

Experiencias y relatos
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En varios países de la América Latina y especialmente en el Cono Sur, el feminismo nació


dentro de un amplio movimiento que lo desbordaba, en constante diálogo con otros espacios
“mixtos”, y vinculado a las luchas contra el imperialismo y las dictaduras. Sus protagonistas
provenían en gran parte de una militancia de movimientos clandestinos, habían sido torturadas,
habían luchado por la amnistía, contra la pobreza y las esterilizaciones forzadas (Pinto, 1994;
Pedro 2010).

La furia de las mujeres decía Julieta Kirkwood, provenía de “2000 años de opresión y 8
años de dictadura” (Kirkwood, 1987: 30). En este discurso la experiencia de las mujeres no
estaba signada por la opresión y el agobio del espacio doméstico, sino por la pobreza, la lucha
contra ella y la violencia política. Domitila Chungara en Bolivia, Rigoberta Menchú y Alaíde
Foppa en Guatemala, las madres de Plaza de Mayo en Argentina y otras madres de
desaparecidos del Cono Sur, fueron esas figuras que representaban una experiencia otra que,
más allá de las diferencias de clase o raciales, estaba signada por una violencia que adquiría
modalidades específicas al ejercerse sobre las mujeres.

Las transiciones permitieron pensar sobre la política y las formas de hacer política, la
arbitraria escisión del mundo público y privado, el rechazo por parte de aquellas que llegaron a
los ochenta con ciertos “residuos de insatisfacción” (Costa, 1998) y avizoraban que la
democracia y la reinstitucionalización podía significar un retorno al hogar (de Giorgi 2018a). El
retorno democrático también implicó pensar en al autoritarismo y específicamente en la
experiencia inmediata del terrorismo de Estado. En algunos casos, de forma excepcional podría
decirse, algunos testimonios fungieron como instancias de autoconciencia y reconocimiento de
las dictaduras como dispositivos de extrema violencia patriarcal.

Entonces, se elaboró cierta reflexión feminista que provenía de una experiencia concreta
como fue la de la violencia durante las dictaduras. Como señala Diana Maffia (2004:173) no
puede comprenderse la situación de las mujeres en América Latina sin tener en cuenta las
dictaduras, guerrillas, paramilitares, genocidios, asesinatos impunes y otros fenómenos. Y en
este caso no sólo se trata de tener en cuenta las distintas condiciones de las mujeres, sino cómo
esas experiencias son significadas para visibilizar, comprender y denunciar la opresión sobre la
mujer. La experiencia no tiene así un estatus de verdad per se, sino porque su relato permite
transitar un proceso de subjetivación (Scott, 2001).

El feminismo releyó la experiencia del terrorismo de Estado. La lectura feminista sobre la


peripecia carcelaria permitió inscribir la violencia del terrorismo de Estado sufrida por las
mujeres dentro de un marco de violencia estructural, no como excepcional sino como el extremo
de la vulnerabilidad. En ella se condensaron todas las vulnerabilidades, los militares les
recordaron y las castigaron por sus desvíos a los mandatos de género todos los días de su
encierro. El terrorismo de Estado concretó el horizonte de violencia sexual en el que se
socializan todas las mujeres. De esta experiencia surge una reflexión feminista desde el sur.

Memorias para revisitar

En los países del Cono Sur del fin del terrorismo de Estado y de la agenda de DDHH
comenzaron a surgir una serie de relatos en torno al pasado que continuaron décadas después
desde nuevas voces y miradas. En los primeros años de recomposición de las reglas
democráticas y de la liberación de los presos políticos, emergieron algunas memorias que se
transformaron claves para el relato de la experiencia carcelaria. Estos relatos con un fuerte
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carácter denunciatorio del terrorismo de Estado fueron elaborados por los involucrados directos,
que relataron su peripecia carcelaria y permitieron brindar una mirada alternativa al relato oficial
de la subversión.

Este primer corpus de relato estuvo integrado por varones que adquirieron mayor
visibilidad pública y se tornaron protagonistas tanto de la experiencia dictatorial como de la
polarización política de fines de los sesenta. El campo de posibilidades para pensar el pasado
reciente en los ochenta quedó así de alguna manera delimitado por una literatura testimonial
donde los protagonistas eran aquellos directamente involucrados con el accionar violento que
luego sufrirían el encierro y la represión por dichas acciones. El relato se ancló
fundamentalmente en acciones épicas y resistencias heroicas a partir de una voz masculina de
aquellos que oficiaron a nivel del relato testimonial como “militantes de memoria” (Jelin, 2002:
62). Pensar y relatar el pasado desde otras miradas fue un desafío complejo.

Los relatos testimoniales sobre la experiencia de las mujeres en la dictadura aparecieron


algunos años después o se fueron elaborando en el marco de denuncias internacionales y
procesos judiciales. Mujeres ex-presas políticas que luego de la cárcel se exiliaron dieron su
testimonio en distintos espacios políticos, académicos y de organismos de justicia universal,
aunque sus intervenciones estuvieron centradas fundamentalmente en aquellos hechos que
hacían evidente los mecanismos del terror de las dictaduras, los delitos de lesa humanidad. Lo
mismo sucedió con las madres y abuelas de presos políticos y desaparecidos. El relato sobre la
experiencia cotidiana durante la dictadura, la resistencia en la cárcel principalmente había
quedado capturada por el relato de los hombres.

Una vez que las mujeres comenzaron a reunirse para revisitar su experiencia y escribir sus
memorias, se tornó posible contar otro tipo de historia. Allí comenzó a hacerse evidente el
carácter de género de la violencia durante el terrorismo de Estado y sobre todo los modos
específicos de resistencia y resiliencia por parte de las mujeres. Contestaron el relato heroico de
la resistencia, dando cuenta de una experiencia carcelaria y su resistencia desde “historias
mínimas”, relatando el mundo de lo privado (de la cárcel) y el relato de una resistencia desde “lo
femenino”. En estos relatos el lugar para la afectividad fue un elemento de ruptura con aquellas
memorias escritas por sus compañeros, y el diálogo un punto de partida para retornar a un
“nosotras” tan común en las memorias de mujeres sobre la cárcel (Forné, 2010).

Las memorias escritas y elaboradas en colectivo, el reconocimiento de otro tipo de


sufrimiento y resistencia, hicieron evidente que el relato sobre el terrorismo de Estado
necesitaba de otras voces, porque el universal masculino de la militancia y resistencia había
invisibilizado a las mujeres. Estas nuevas voces no siempre tuvieron palabras o mediaciones
conceptuales para dar cuenta de esa experiencia otra y en algunos casos la escritura desde la
experiencia femenina reprodujo paradojalmente el binarismo de género y se recostó en un
esencialismo biológico desde aquellas que más habían contestado los mandatos de género en su
militancia previa (de Giorgi, 2015).2 Este que es un fenómeno general, no debería impedir
conocer y valorar aquellas voces de mujeres que fueron muy minoritarias en el contexto de los
primeros años de la restauración democrática y que sí impugnaron el relato épico de los varones
y lo trascendieron en articulación con una causa mayor: la lucha feminista.

2 La elaboración del relato a partir de las denuncias sobre violencia sexual sufrida por las mujeres y la nueva
emergencia del movimiento feminista actual, ampliaron las posibilidades de escucha de aquellas voces y
comenzaron a ser revisitadas en un repertorio de transgresiones de género como no había sucedido anteriormente.
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El libro publicado a fines de la década del ochenta, Mi habitación, mi celda, sobre la


experiencia carcelaria de Lilián Celiberti,3 escrito en diálogo con Lucy Garrido, ambas
fundadoras en 1985 de la organización feminista Cotidiano4, es una referencia ineludible para
analizar el lugar de la cárcel en un proceso de reflexión sobre la condición de género. Cabe
señalar que para esa fecha no existía aún un corpus de trabajos en el campo de la memoria como
se consolidó en la región algunos años después ni se contaban con textos como el de Los
trabajos de la memoria (Jelin, 2002), pero sí el feminismo en la región había dado un lugar
primordial a las memorias de las mujeres y a la importancia de tomar la palabra.

El texto y lo que allí se narra surge de un proceso de diálogo y de un colectivo que lo


respalda y que trasciende a quienes editan el libro. En los prólogos que cada una escribe se
mencionan las diferentes pertenencias político-partidarias pasadas y se hace explícito un
posicionamiento feminista compartido, que respalda esta intervención como una “búsqueda de
una identidad colectiva como mujeres”, de recuperar la voz, “tomar la palabra”, para que la
historia no fuera “otra vez contada solamente por los hombres”. Una intervención acompañada
de un “discurso de resentimiento” respecto a los compañeros militantes y las organizaciones de
izquierda como señala Sheibe Wolff (2011:33), que se presenta como el resultado de “la
necesidad de reivindicar el derecho a la palabra, nacida del hartazgo de una politiquería que
cierra las tenazas del poder sobre nuestros sufrimientos” (1990:8).

Lilián Celiberti, quien fue secuestrada en 1978 en Brasil junto a sus dos hijos y luego
trasladada a Uruguay, inicia su relato con la salida de la cárcel y el secuestro que la condujo a
ella, para luego dedicar gran parte del libro al relato de la experiencia carcelaria. 5 La salida de la
cárcel es presentada como un momento de retorno “pero no del todo”, en el que se describe la
casa materna, la búsqueda del espejo para mirarse entera y el primer abrazo con su hija
Francesca. El segundo momento del texto es el del secuestro. Allí se enuncia la desnudez, el
interrogatorio, la tortura con descarga eléctrica, el señalamiento de sus captores como “mujer
liberal”, el esfuerzo por mantener la lucidez, recordar su cumpleaños número 29 y la
preocupación por sus hijos ante el riesgo que pudieran correr la misma suerte que los de sus
compañeras Sara y Emilia (a quienes hoy conocemos como Simón Riquelo y Macarena Gelman
pero que en los noventa aún continuaban desaparecidos). Así en las primeras páginas se presenta
una memoria marcada por la condición de mujer, y esta última muy vinculada a la condición de
madre.

Este relato, aunque no menciona de forma explícita la consigna del feminismo de la época
“lo personal es político”, narra la experiencia carcelaria rescatando el registro de lo personal y
buscando politizarlo. En este sentido no es una narración que se recuesta en una idea de esencia
femenina sino por el contrario reflexiona sobre los aspectos adquiridos socialmente. Del relato
nace un “entre mujeres” que permitió dar cuenta de una sabiduría adquirida por fuera de
cualquier manual de comportamiento político

3
Recién una década después comenzaron a circular los volúmenes de Memorias para armar (2001), De la
desmemoria al desolvido (2002) y en 2010 fue publicado Maternidad en prisión política.
4
Cotidiano Mujer surgió como órgano de prensa feminista y se transformó en un actor fundamental de difusión de
temas del feminismo local e internacional, especialmente del latinoamericano. Fue un espacio de encuentro y de
visibilización para las mujeres organizadas, especialmente para aquellas cercanas o comprometidas con el campo de
la izquierda. Fundaron y participaron de esta organización varias dobles militantes y desplegó un discurso anclado
en el “feminismo latinoamericano” y “de izquierda”.
5
Celiberti, militante del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP), fue secuestrada en Porto Alegre junto a sus hijos
Francesca de 8 años y Camilo de 13 años. Luego de su secuestro fue trasladada ilegalmente a Uruguay y recluida en
la cárcel de mujeres Punta de Rieles donde permaneció cinco años.
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Lo personal en la cárcel es narrado como refugio político y estrategia de resistencia.6


Celiberti relata cómo ellas cantaban, festejaban las alegrías, los cumpleaños con una torta de
galletitas, se hacían regalos, ensayaban obras de teatro, se arreglaban el pelo y cosían el
uniforme, actividades y actitudes que se afincaban en lo personal y que conducían al
“descubrirte mujer” (Celiberti y Garrido, 1990: 91). Hacer “cosas de mujeres” no fue desandar
un camino de emancipación y reproducir los símbolos del agobio doméstico, sino un refugio,
que además implicó ver de forma simultánea los costos del “descubrirse mujer”: la culpa como
sentimiento primordial experimentado en la cárcel (1990:67).

Celiberti reflexiona sobre la condición de ser mujer, especialmente desde la maternidad.


Ésta es repensada en una mirada hacia atrás que revisa sus decisiones como parte de los
mandatos de género y en un proceso de reflexión, ahora sí, que incorpora algunas ideas que
había escuchado en el exilio. Lo que había sido en su momento considerado una decisión propia
era interpretado como el cumplimiento del destino biológico: “No había hecho más que cumplir
con el destino de mujer que la sociedad me había impuesto” (1990: 52). En ese proceso, aquella
canción de las feministas italianas, que Ceilberti había enviado a su madre desde el exilio, en la
cárcel la cantaba para ella misma: “Siempre creí que había elegido casarme / que había elegido
ser madre / que había elegido hacer la casa / y después he descubierto que esas elecciones no
eran mías” (1990: 52).

Esto coincidía con la denuncia de la domesticidad y las exigencias del mandato maternal
del feminismo hegemónico, pero esta crítica provenía de la cotidianeidad carcelaria, en donde
eran juzgadas por haberse desviado de su rol y acusadas de malas madres, no sólo por parte de
las jerarquías militares, sino por la sociedad entera, incluyendo a su propio hijo y a ella misma,
lo que hacía evidente la dimensión estructural del mandato maternal. La idea de la mujer
“objeto” y de los distintos modos de disponer del cuerpo de las mujeres, también es una
reflexión que emerge de este relato en el que Celiberti señala cómo la dominación masculina se
ejerce de múltiples formas y se anticipa claramente a la discusión actual sobre el
“consentimiento”.

La cárcel también fue el espacio de sororidad, aunque aquella palabra aún no circulaba en
el feminismo del Cono Sur. Entre las presas construyeron un lazo con el que antes no contaban,
que implicó complicidad y cuidados desde las mujeres. Fue en la cárcel en donde la voz mujer
comenzó a ser enunciada. Del “infierno” (sala de torturas) regresaba una prisionera política y
una mujer, que era recibida por sus compañeras que le cantaban Palabras para Julia:7 “Te
sentirás perdida, acorralada, te sentirás perdida o sola, tal vez querrás no haber nacido” (...)
Nunca te entregues ni te apartes, nunca digas no puedo más, no puedo más aquí me quedo (...)
La vida es bella, ya verás cómo a pesar de los pesares…”.

La cárcel implicó una experiencia de extrema soledad, vivida en la celda de castigo, en el


calabozo del cuartel y en un contexto general de abandono. Celiberti recuerda el proceso de
reconocer aquella soledad, que trascendía a la de la cárcel porque era también la de habitar un

6
Como señala Hiner (2015), las presas políticas de las dictaduras del Cono Sur desarrollaron modos específicos de
resistencia a la peripecia carcelaria, que contribuyeron además a repensar los sentidos de la resistencia.
7
Poema de José Agustín Goytisolo, musicalizado y cantado por Paco Ibáñez, Mercedes Sosa, Liliana Herrero, entre
otros, referenciado de forma muy recurrente en los relatos de las mujeres expresas y un tema musical central del
largometraje Migas de Pan sobre la violencia sexual sufrida por las militantes uruguayas.
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mundo que no nos pertenece. En el calabozo se experimenta esa soledad, que paradojalmente se
parece demasiado a la soledad vivida en libertad.

Respiras hondo, llenar los pulmones primero, después la cavidad del estómago,
aflojar los músculos. Todos, pensar en ellos y relajarlos. Cerrar los ojos nuevamente,
dejar de pensar. El ojo no me deja. Intentarlo nuevamente. Llenar los pulmones,
retener el aire, así era en el parto, también en ese momento estaba sola pero el ojo no
estaba, ahora sólo dormir y que el ojo deje de mirarme, es sábado y no me pondré un
vestido para ir al cine. Es sábado y ese foco de luz sobre mi cabeza levanta una
pared para espantarme los duendes. No puedo llamar a nadie. Es sábado y estoy sola
y tengo sobre mi cabeza un ojo fijo implacable helado y es como dice Idea: “estoy
sola, sola y estoy sola y soy sola aunque a veces un sábado de noche me invada a
veces una nostalgia enorme de la vida. (1990:43).

En el dimensionar aquella soledad, Celiberti citaba un poema de Idea Vilariño sobre su


soledad, sobre la soledad de las mujeres, al habitar un mundo que no les pertenece. Esa
experiencia permitía pensar entonces en una soledad que trascendía aquel evento. El reflexionar
sobre esto se transformaba en un ejercicio de “insight feminista”. El calabozo es casi un espacio
de concienciación en solitario. El encierro prolongado es castigo, tortura, aislamiento y también
un lugar en donde se realiza un largo recorrido, un ejercicio casi exorcista para luego poder
volver a apropiarse de la vida. La cita es extensa pero iluminadora:

el calabozo se convertía en el gran espejo de mí misma, estaba todo allí y yo sola


para mirarlo. Cada hecho de mi vida comenzaba a tener un hilo único. Ese deseo de
querer ser independiente a los 18 en el 68, intentando vivir la construcción de algo
nuevo y pensando que las cosas serían más simples. El casamiento, el deseo y la
necesidad de tener un hijo, qué libre me había parecido aquella opción cuando en
realidad no había hecho más que cumplir con el destino de ser mujer que la sociedad
me había impuesto. […] Muchas cosas se derrumbaban pero ese espejo me devolvía
otra vez un gracias a la vida. Se abrían muchos caminos y sentía que el calabozo se
agrandaba. […] Empecé a sentir que algo se movía en mi interior con ese repasar las
cosas. De la piedad surgía algo nuevo, algo que había comenzado en Francia, algo
que (ahora lo veía más claro) se había afirmado cuando decidí vivir en Brasil: una
autonomía y una independencia que me marcarían también un camino duro y
conflictivo, pero esta vez elegido por mí.[…] Era como el espejo de Alicia en el país
de las maravillas, el túnel iba muy hondo y comenzaba a ver que esas cosas, mías,
personales, tenían algo que ver con las otras mujeres, con una historia innombrada
que confinaba nuestras angustias a una celda más pequeña que la que en ese
momento habitaba” (1990:53).

Celiberti señala con todas las palabras que como mujer vivía en una celda, una celda que
incluso era más difícil visualizar y por tanto huir que aquel terrible calabozo al que había sido
confinada. Un calabozo en el que había experimentado la mayor soledad y vulnerabilidad, al
mismo tiempo que un proceso de profunda reflexión existencial. Un específico ejercicio de
traducción se realizaba además de la idea del cuarto propio de Virginia Woolf y no era este un
cuarto dentro de un hogar en el que la mujer necesitaba refugiarse, escribir y encontrarse. El
cuarto propio, su habitación, era al mismo tiempo su celda. Allí se había encontrado consigo
misma y la experiencia carcelaria, aun desplegada en un contexto de extrema violencia, es
presentada como liberadora. La cárcel había permitido pensar sobre el ser mujer dejando al
descubierto otra cárcel, claramente, la del patriarcado.
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Este relato impugnaba la memoria heroica de la resistencia de los hombres y la de las


mujeres en una clave esencialmente femenina. Impugnaba también la idea de la celda como el
espacio de cancelación total de la vida en oposición a otros espacios, como el de la casa, que en
un sentido más tradicional era concebido como el espacio de la libertad8.

Este texto no es sólo un relato sobre el pasado para la denuncia y la verdad. Es una
intervención que permite conocer una experiencia carcelaria y cómo fue significada desde una
lectura feminista. Y es también un testimonio sobre un devenir feminista que no puede pensarse
sin el terrorismo de Estado y que revisita este fenómeno desde otros marcos interpretativos que
el feminismo provee.9 El mandato biológico, la soledad y vulnerabilidad, la cosificación de la
mujer, la escisión entre lo personal y lo político, la imposibilidad de otorgar un estatus político a
una experiencia no desplegada en el espacio público, son todos componentes de una reflexión
feminista que se produce a partir de la experiencia carcelaria.

Mi habitación, mi celda, es un texto excepcional para la época, prácticamente el único que


tiene como protagonista a una mujer ex-presa política y el único que revisita la experiencia
carcelaria en clave feminista y tal vez por este motivo fue muy poco leído y referenciado. El
propio texto se cierra dando cuenta de las dificultades para politizar asuntos que jamás habían
sido considerados dentro de lo debatible. Las experiencias de ciertas situaciones específicas no
se tradujeron directamente en una reflexión profunda, y la condición de género no siempre pudo
ser revisada y resignificada desde una lectura feminista. Celiberti también hizo hincapié en las
dificultades:

…carecíamos de un bagaje teórico para conocernos como mujeres y trabajar,


también en ese plano la propia experiencia. […] Durante años estuvimos juntas y el
caudal enorme de la afectividad fue nuestra fuerza mayor y riqueza pero nunca
pudimos abordar como tema político lo que significaba ser mujeres en una cárcel.
[…] Las barreras eran más altas de lo que habíamos pensado y los mecanismos de
defensa más fuertes […] Tal vez vos vas sedimentando un montón de cosas aunque
la cárcel no sea el lugar donde puedas abrir de par en par toda tu vida y revisarla, por
lo menos en el terreno de lo personal. Resultaba más fácil hacer un análisis político
de cuáles habían sido tus errores o ideas y remover sobre el pasado histórico que
tocar aspectos personales (1990: 105).

La cárcel implicó para muchas presas el encontrarse entre mujeres y refugiarse en esa
condición para la resistencia de la peripecia carcelaria. Paradojalmente la cárcel aparece como
un espacio más propicio para visibilizar y experimentar un entre mujeres que otros espacios
menos intervenidos por la dictadura. Algunas pocas pudieron hacer de esta experiencia un
ejercicio de autoconciencia con el poco instrumental conceptual que disponían, pero la
recomposición democrática no ofreció mayores posibilidades de revisitar el pasado para aquellas
ex-presas mujeres. Como señala Celiberti, el “afuera” requería de aquel que no le diera muchas
vueltas al asunto y por tanto las condiciones para intercambiar y pensar sobre lo que había
sucedió adentro – en la cárcel – no estaban dadas:

8
En el texto de Marina Cardozo y Lourdes Peruchena (2005) en el que se analizan relatos de mujeres en Memorias
para Armar, se señala como algunas presas resistían la idea de hacer de la celda un hogar a través de ciertos
adornos por considerar a estos ámbitos absolutamente opuestos, por considerar al encierro “institucionalizado” en
oposición a la libertad hogareña.
9
Hiner (2015: 879) también señala este fenómeno de cómo los exilios y las experiencias carcelarias permitieron a
las mujeres reflexionar y revisar sus trayectorias desde su condición de mujeres.
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Muchas veces escuché decir “los hombres no se complican tanto la vida” y en el


fondo de ese comentario había una admiración ancestral hacia el varón y su
capacidad de ser más militante y más simple […] A la libertad salimos con un
patrimonio de gestos, de canciones de fuerza y entusiasmo, pero ese equipaje valía
poco ante las “reglas de juego” del afuera (Celiberti y Garrido, 1990: 114).

Este testimonio oficia como práctica enunciativa distinta que permite construir otros
saberes (Costa y Álvarez, 2013:583). Este texto aporta entonces elementos para
comprender un contexto histórico específico en el que se desplegó la reflexión feminista y
para considerar las condiciones de habla, así como de escucha. Además, es una
intervención política de aquellas que tomaron la palabra. Una práctica que adquiere en este
sentido un status político y que puede ser problematizada históricamente como otras
intervenciones del feminismo del sur (Ferreira, 2014:147).

Se va a acabar, se va a acabar la dictadura patriarcal

El libro de Garrido y Celiberti y conforma una intervención excepcional para la época e


inaugura una nueva lectura sobre la experiencia carcelaria y el terrorismo de Estado. Esta
intervención no puede pensarse prescindiendo del tránsito hacia el feminismo que
experimentaron sus protagonistas y de la reflexión del feminismo latinoamericano sobre la
violencia institucional y las experiencias de militancia política que implicaron un tránsito
emancipatorio a la vez que obturaron la politización de lo personal. El texto anteriormente
referenciado es excepcional en el conjunto de relatos sobre las experiencias carcelarias, pero no
aislado de un repertorio de preocupaciones y modos de comprender la opresión de las mujeres
en América Latina que el feminismo fue procesando en esos años.

Mi habitación, mi celda, se publica en 1990, luego de un intenso trabajo de diálogo entre


sus autoras y de un proceso de reflexión feminista que trasciende al libro. Lucy Garrido y Lilián
Celiberti, fundadoras de Cotidiano en 1985, integran ese conjunto de pioneras de los ochenta
que circularon por distintos países de la región y que se nutrieron mutuamente de un
pensamiento que comenzaba a dar sus primeros pasos para comprender la opresión de la mujer a
partir de lecturas y experiencias propias. La experiencia inmediata para las mujeres del Cono
Sur había sido la dictadura y el feminismo integró este evento en su reflexión.

Un aporte clave en este sentido fue el de la feminista chilena Julieta Kirkwood, una
referente para las feministas, fundamentalmente de la izquierda en el Cono Sur y cuyas ideas
circularon ampliamente por la región en los ochenta hasta su temprano fallecimiento. El título de
uno de sus textos anunció lo novedoso de su aproximación: “El feminismo como negación del
autoritarismo” (1983). En este ensayo Kirkwood interpreta el autoritarismo del régimen
dictatorial como el resultado del autoritarismo extremo de las fuerzas militares más el
“autoritarismo subyacente en la sociedad civil”. En su análisis el conservadurismo del
terrorismo de Estado se había logrado instalar con un programa completo respaldado en una
ideología tradicional autoritaria, cautelosa del orden, que no habían podido ser desafiada por las
apuestas del “cambio social”, “progresistas o revolucionarias” que sólo se habían constituido en
un ámbito público, “totalmente ajenas a las relaciones sociales y conductas cotidianas, reales”
(1983:7).

La consideración de lo público y lo privado como dos ámbitos separados, confinaba lo


“privado” al dominio de lo afectivo, de la “cotidianeidad”, “individualidad”, y por tanto
“excluido de lo político”. Esta mirada conservadora y dicotómica era el instrumento de la
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apuesta conservadora que la izquierda al reproducirla contribuía a sostener anulando a las


mujeres, al mundo de las mujeres de lo político y de una real posibilidad de subversión del
orden estatuido. “Tanto las ideologías de centro, izquierda o derecha asumían que la mujer
estaba instituida en el ámbito de lo privado doméstico” (1983:11). “Así, paradojalmente, desde
ambas perspectivas el “problema femenino” se reducirá a una siempre idéntica y renovada
disputa por la condición de “adalid” en la defensa de la familia, llámese esta familia popular,
proletaria o simplemente, chilena” (1983:12).

El proyecto conservador de la dictadura, de la chilena, pero también de las dictaduras de


los países vecinos, era concebido como un resultado de una concepción sexista de la política que
la izquierda no había logrado deconstruir. El feminismo se presentaba como la única forma de
ampliar los “márgenes rígidos del ámbito de lo público” (Kirkwood, 1984:1). El feminismo es
según Kirkwood una apuesta que niega la concepción binaria de lo público y lo privado, niega
por tanto al autoritarismo.

La preocupación por la divisoria de lo público y lo privado claramente es un asunto central


para las preocupaciones del feminismo hegemónico, pero en este caso esta discusión se procesa
en el contexto del debate local autoritarismo versus democracia y a partir de una experiencia
concreta con el primero, el autoritarismo de la dictadura y también el de la democracia. Porque
en el proceso de resignificación de la democracia, se reflexiona sobre la “democracia incautada
y desde la revalorización de sus sentidos”, como señala Kirkwood en otro ensayo. “Feministas y
Políticas”. La reflexión sobre la democracia habilitó a las mujeres a pensar cuán real o ajustada a
su realidad concreta eran los valores postulados de igualdad, no discriminación y solidaridad,
ante al autoritarismo cotidiano en la familia, con la figura del patriarca, de las jerarquías, el
disciplinamiento y la subordinación de género que se proyectará a una escala social mayor. Sin
dejar lugar a dudas Julieta Kirkwood lo señaló con todas sus palabras: “la experiencia cotidiana
concreta de las mujeres es el autoritarismo” (Kirkwood, 1984:7).

La democracia que se transformó casi en la única idea disponible para ordenar la discusión
político-ideológica de las salidas de las dictaduras del Cono Sur delineó también la recepción de
las ideas feministas. La dicotomía autoritarismo-democracia articuló identidades separando un
“nosotros de un “vosotros”, “autoritarios versus demócratas” (Lesgart, 2003: 68) y también
incidió en los modos de pensar la condición de la mujer. Las feministas revisaban sus
trayectorias personales y tanto en el espacio público como en el privado decían haberse
encontrado con prácticas autoritarias. Reclamaban desde otras formas de hacer política hasta
parejas y familias “democráticas” (de Giorgi, 2018a). Todas demandaron el slogan chileno que
se extendió por la región: “Democracia en el país y en la casa”.

La intervención de Julieta Kirkwood, también es parte de una discusión regional sobre los
autoritarismos, guerras y ocupaciones en países de América Latina que hacen al contexto en el
que se desarrollan las iniciativas feministas de fines de los setenta y ochenta. De hecho, según
Jadwiga Pieper (2010: 219), las chilenas retornaron con la consigna “democracia en la casa”,
luego de participar en las discusiones del Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del
Caribe (EFLAC) realizado en Bogotá en 1981, en el que pudieron establecer el vínculo entre la
violencia doméstica sufrida dentro de los hogares y la violencia política hacia las mujeres en los
regímenes militares.

Justamente en aquel EFLAC fundacional se declaró el 25 de noviembre como fecha oficial


para denunciar la violencia contra las mujeres. A propuesta de la delegación de República
Dominicana, se definió esta fecha en honor a las hermanas Mirabal -Patria, Minerva y María
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Teresa- asesinadas luego de oponerse al régimen dictatorial de Rafel Trujillo. El 25 de


noviembre, que luego en 1999 fue reconocido por Naciones Unidas, nació del feminismo
latinoamericano y de un evento que no refería a un caso de violencia doméstica sino
institucional, una realidad que enfrentaba una gran parte de las mujeres latinoamericanas.

Sobre este tipo de violencias desde el Estado, los ejércitos y la policía, las feministas
latinoamericanas intercambiaron sus experiencias y pensaron la dimensión estructural de la
opresión y la violencia hacia las mujeres. En el Cuarto Encuentro Feminista Latinoamericano y
del Caribe realizado en Taxco en 1987, se integró un contingente importante de mujeres que
provenían de una experiencia directa con la violencia institucional o que se habían sumado a
procesos revolucionarios. Cubanas, guatemaltecas, nicaraguenses, salvadoreñas, participaron del
EFLAC realizado en Taxco. Allí la violencia de las mujeres latinoamericanas fue nuevamente
denunciada y varias interpretaron su condición de mujer como una resistencia constante a una
violencia de dimensiones estructurales. Una de las participantes de este Encuentro declaró estar
“tan cansada del régimen impuesto por su marido, como por el de Somoza (Sternbach, 1994:
284).

Que el veinticinco de noviembre sea una fecha nacida desde América Latina no es
casualidad. Desde su origen la denuncia de la violencia hacia las mujeres se realizó denunciando
su carácter público, denunciando el carácter patriarcal de los Estados latinoamericanos que las
habilitan a ser botín de guerra en intervenciones y terrorismos. Desde los feminismos
latinoamericanos se comenzó a poner en evidencia cómo la violencia llamada “privada” en
aquel tiempo no tenía tal carácter y que la violencia ejercida por el Estado era patriarcal, tal
como se declaró en el informe final del EFLAC realizado en Brasil en 1983:

La violación de una mujer en la calle es igual a la violación en tortura de una mujer


considerada terrorista. Tenemos que luchar contra la violencia cotidiana y contra el
capitalismo, el imperialismo [...] en un país en guerra, las primeras víctimas son las
mujeres, se castiga el cuerpo en el cuerpo de la mujer, del oprimido, el haberse
subvertido.10

Este tipo de argumentos también se desplegaron en Uruguay a fines de 1980, en ocasión


del debate en torno a la llamada Ley de Caducidad que impidió juzgar los crímenes de lesa
humanidad cometidos durante el terrorismo de Estado. Algunas organizaciones feministas se
opusieron a pronunciarse durante la campaña argumentando que la agenda de DDHH no era un
tema central del feminismo, mientras otras argumentaron que la violencia ejercida durante la
dictadura tenía las mismas raíces que aquella del ámbito privado. Lucy Garrido (autora del libro
antes referenciado) se pronunció respaldando esta última postura:

Nos enojamos cuando una mujer es golpeada por su esposo, cuando una mujer es
violada por un grupo, por el joven de la esquina o por su propio marido, en estos
casos todas protestamos y reclamamos por justicia y castigo. Entonces ¿no
deberíamos reclamar lo mismo cuando los violadores son los tenientes, los coroneles
o un simple soldado?11

Cabe señalar que este tipo de aproximaciones no fueron las más recurrentes en la
interpretación sobre las violencias durante los terrorismos de Estado, las ocupaciones y las

10
Tercer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, Informe Final, 1983:26.
11
La República de las Mujeres, 18 de marzo de 1989: 3.
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guerras, pero sí que una parte importante del feminismo reflexionó a partir de esa
experiencia y buscó conceptualizarla desde nuevos marcos de interpretación.12 La guerra
como tal no fue un tema de preocupación central para el feminismo del Cono Sur, pero sí
la dimensión institucional de la violencia hacia las mujeres. La reflexión sobre la
condición de las mujeres en América Latina parte de una experiencia compartida que es la
de la violencia estatal y paraestatal.

El agobio doméstico denunciado por el feminismo hegemónico convivía con una


dimensión de la opresión mucho más cruel como la de la violencia y fue a través de esta
que aquel fue visualizado. Los cautiverios de las mujeres (Lagarde, 2005) fueron
comprendidos por algunas que vivieron el cautiverio no en términos figurados sino
literales. En aquella cárcel, se descubrió la otra cárcel y así el terrorismo de Estado no fue
concebido como un evento excepcional en la tradición civilista sino la máxima expresión
del patriarcado. Un fenómeno que ejerció todas las violencias físicas y simbólicas
mediante un orden de género vigente que se propuso defender y fortalecer, asegurando a
sus víctimas, tanto hombres como mujeres, un lugar feminizado y por tanto subordinado.

Tempranamente el feminismo latinoamericano pasó a utilizar el término


“feminismos” en plural (como lo indica el informe del segundo EFLAC realizado en Lima
en 1983) como resultado de las dificultades de representación que tenía el universal mujer,
por demás excluyente, y a pesar de la necesidad de la ficción política de “la mujer
latinoamericana” (Femenías, 2007). Las feministas intercambiaron y discutieron
intensamente sobre sus distintos lugares y experiencias como mujeres, también sobre una
experiencia compartida y en este sentido pensaron de forma conjunta y significaron la
experiencia de la violencia.

Viajaron muchas ideas del norte al sur, pero algunas hicieron un recorrido de sur a
sur. En 1987 la revista Fempress dio cuenta de un cántico en el Encuentro Feminista en
México, como resultado de “una reapropiación de una consigna venida muy del sur”13. Por
las calles de Taxco en México, las feministas marcharon cantando: “Y va a caer, y va a
caer, el patriarcado va a caer”, una reelaboración del “se va a acabar, se va a acabar, la
dictadura militar”.

Apuntes finales

Este artículo se elaboró con el propósito de dar cuenta de ciertas experiencias de mujeres
latinoamericanas, especialmente de aquellas del Cono Sur en relación al terrorismo de Estado y
cómo esa experiencia fue significada e incorporada a un proceso de reflexión feminista. Para el
caso de la intervención que se produce con el texto Mi habitación, mi celda, allí se puede
apreciar un ejercicio de introspección feminista que inaugura una mirada particular sobre las
dictaduras y que se elabora principalmente a partir del relato de una experiencia concreta. El
disparador para la reflexión feminista no es el agobio del espacio doméstico, no es la
imposibilidad de participar en el espacio público ante estructuras patriarcales, sino que emerge
de una experiencia extrema que hace evidente el lugar subordinado de las mujeres, tanto adentro
como afuera de la cárcel.

12
El movimiento gay-lésbico también reflexionó y denunció cómo la violencia que había sufrido la disidencia
sexual durante las dictaduras no se había interrumpido con la reinstalación de las democracias, aunque su marco de
interpretación fue el de los Derechos Humanos hegemónico para aquel contexto (Sempol, 2014).
13
Fempress, 1987, N° 76, 1986: 1
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Esta reflexión es el resultado de un diálogo, de un rememorar una experiencia, de


significar hechos y recuerdos, con un repertorio conceptual difuso en el que lo que resulta más
evidente es la dificultad para nombrar una experiencia extremadamente difícil de asir. Los
conceptos e ideas del feminismo del norte ofrecen un marco general, pero al mismo tiempo a
partir de ellos se realiza cierto ejercicio de traducción. Las mujeres del sur no denuncian el
patriarcado ante la imposibilidad de no contar con un cuarto propio para escribir, sino luego de
habitar una celda que oficia como espacio de concienciación y hace evidente que la propia
condición femenina es un encierro forzado.

La cárcel como la violencia es un hecho colectivo a las mujeres y por tanto su reflexión se
produjo en conjunto. Con pocas palabras para nombrar lo innombrable las latinoamericanas
hicieron de la violencia institucional compartida un punto de encuentro, de reflexión y denuncia.
La denuncia de los terrorismos de Estado como la máxima expresión patriarcal fue un resultado
del intercambio entre quienes sufrieron y resistieron la violencia institucional. La reflexión sobre
la violencia fue un punto central para impugnar la divisoria de lo privado y lo doméstico, o al
menos para señalar el origen compartido de las violencias domésticas e institucionales. Aunque
este pensamiento provino de una experiencia concreta, no quedó limitado a ella, las mujeres del
sur no sólo testimoniaron en tanto víctimas, sino que repensaron esa experiencia y le otorgaron
un estatus político.

Quienes pensaron en la violencia institucional en esta clave no sólo elaboraron una mirada
específica sino tomaron cierta distancia de la concepción de los regímenes del terrorismo de
Estado como instancias excepcionales y por tanto pasibles de ser superadas con la reinstalación
de los regímenes democráticos. Por el contrario, las dictaduras fueron concebidas como
regímenes que se sostuvieron con un autoritarismo vigente también en la sociedad como
señalaba Kirkwood y desde el ámbito institucional. El Estado en esta interpretación no era
neutral. Aunque poco conocida esa lectura, antecedió o convivió con la interpretación que
hicieron otros colectivos subalternos que sufrieron y sufren la violencia institucional durante los
regímenes dictatoriales y también en democracia. Disidentes sexuales de sectores populares,
colectivos indígenas y afrodescendientes, sufren y denuncian una violencia institucional que se
despliega tanto durante los regímenes “de excepción” como en los de estabilidad democrática.

Transcurrieron varias décadas para que la violencia contra las mujeres fuera concebida
como un fenómeno político, para que la figura del feminicidio se incorporara en la
jurisprudencia de algunos países latinoamericanos y las movilizaciones en torno al “Ni una
menos” recorrieran el mundo, pero sin dudas este largo recorrido tiene sus antecedentes en una
reflexión realizada por quienes enfrentaron la violencia como una de las principales marcas del
patriarcado. El vasto campo de reflexión en torno a la violencia patriarcal y todas sus
gradaciones, no puede comprenderse sin la contribución del feminismo del sur.

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Florencia Grossi

Victor M. Brangier y M. Elisa Fernández (ed.), Historia cultural


hoy. Trece entradas desde América Latina, Rosario, Prohistoria,
2018, pág. 345
Florencia Grossi

Si toda lectura habilita posibles viajes e interpretaciones, un libro multiautoral que reúne
trece investigaciones de varios países de América Latina, agiganta todavía más las opciones
de abordaje. Los editores, sin embargo, nos proponen algunas pistas para transitar esta
experiencia de lectura. Primero, afirman que la historia cultural latinoamericana acuñó una
asimilación crítica de la fraguada en Europa desde la segunda mitad del siglo XX, razón por
la cual es indispensable reflexionar sobre la recepción de estos “patrones occidentales como
un fenómeno histórico en sí mismo” (p. 8). Es posible registrar en la historia cultural la
elaboración de lecturas “endémicas” en conexión con estos patrones “exógenos”. No
obstante, y ésta es la hipótesis central, este vínculo siempre complejo, que se acrecentó a
partir de la década de 1980, solo fue posible por la “sensibilidad culturalista” que la región
cultivó previamente al “giro cultural” europeo. Podemos pensar que existe algo similar a un
corpus propio de la historia cultural latinoamericana, en el que se localizan las definiciones
del antropólogo cubano Fernando Ortiz, los estudios sobre la “cultura urbana” de José Luis
Romero, la propuesta de Ángel Rama sobre la “cultura letrada”, o la obra de Néstor García
Canclini, donde su concepto de “hibridaciones” resultó en una perspectiva para comprender
las “culturas populares” (p. 10). Segundo, los editores enuncian que encontraremos en todos
los estudios un “tópico vertebral” de la historia cultural de la región: una apuesta por una
comprensión más precisa de las relaciones de poder que nacen del examen de las
significaciones que los actores del pasado dieron a sus prácticas (siempre partiendo de una
noción antropologizada de cultura) (p. 8). La historia cultural hoy implica, de esta manera,
desplegar una actitud de agenciamiento permanente tanto para pensar los actores como los
insumos del saber historiográfico. Tercero, el libro reúne un conjunto de investigaciones que
practican una “renovación historiográfica”. Encontraremos estudios sobre temas clásicos de
la historia social y política (esclavitud, género, clase, juventud, poder) atravesados por
lecturas y metodologías de la nueva historia cultural. Discursos, representaciones, circulación
de ideas y saber, recepción, memoria, serán entonces, los problemas reelaborados por los
autores.

Historia cultural hoy está compuesto de tres partes. En la primera se presentan los artículos
dedicados a las “Circulaciones: la historia cultural en movimiento”. Las contribuciones
intentan problematizar la relación centro-periferia en la producción intelectual. Mas que un
análisis de la noción de “influencia” de las propuestas elaboradas en las academias
hegemónicas, los artículos buscan develar la “práctica de antropofagia intelectual” atribuida
a los historiadores latinoamericanos –una forma de ser que evoca la ya emulada por la
vanguardia brasileña al referirse a la identidad continental− (p. 20). La recepción de la
historiografía europea, en particular la Escuela de los Annales, es analizada por Carlos


Escuela de Humanidades. Universidad Nacional de San Martín, Argentina. Correo electrónico:
florencia_mar20@yahoo.com.mx
Aguirre Rojas, en un recorrido que abarca varias décadas del siglo XX; mientras que Julio
Bentivoglio centra su atención en la importación de la corriente francesa ligada a la “nueva
historia cultural” en Brasil. Dos artículos más se ubican en esta primera parte del libro. El
escrito de Max S. Hering Torres, historiador colombiano, contiene una precisa y extensa
explicación sobre la práctica de la “microhistoria” latinoamericana, y un artículo de Mariana
Canavese reflexiona acerca de la relación entre la historia intelectual y la historia cultural.

Las otras dos partes de Historia cultural hoy reúnen muy buenos trabajos de investigación
que pueden ser leídos como aplicaciones de las metodologías e interpretaciones de la nueva
historia cultural, pero también, como artículos que en su conjunto dan un panorama amplio
sobre temas de investigación en desarrollo (muchos de ellos ofrecen una extensa
bibliografía). Los editores –entiendo que con el fin de destacar ciertos incisos de estas
investigaciones individuales− agruparon los artículos en dos apartados: “La cultura en
tensión: imaginarios negociados, hegemonías disputadas…” y “Textos y contextos: usos
sociales y políticos de las representaciones”. Ubicamos aquí investigaciones acerca del
imaginario médicos de fin de siglo XIX en Santiago de Chile; la producción de significados
políticos y culturales sobre la juventud en la Argentina de la década de 1980; un análisis de
los vínculos nuevos entre clase y otros conceptos como género, juventud, y domesticidad; un
estudio de la “teatralización del poder” en la cultura cortesana virreinal; la revisión de los
códigos de conducta y valores de los libertos entre fines del siglo XVI e inicios del XVII en
La Plata, Charcas; la reconstrucción de la memoria colectiva cruceña a principios del siglo
veinte como una historia social del recuerdo; y finalmente, los usos políticos de la idea de
género para movilizar a las mujeres chilenas en la década de 1950.

La lectura de Historia cultural hoy permite detectar, finalmente, dos líneas de exploración.
Una reafirma la premisa que sostiene que la historiografía latinoamericana actual está desde
hace tiempo en sintonía con el auge de la historia cultural como modelo interpretativo. Un
verdadero Cultural Turn no homogéneo sino más bien polifónico, que como señala Philippe
Poirrier (2012), se observa a nivel internacional. Nos encontramos frente a un libro
multiautoral que ofrece un paneo sugerente al reunir artículos de varios países y academias
latinoamericanas. De manera resumida podemos decir que encontramos una historia cultural
de lo social y lo político (tópicos recurrentes latinoamericanos), y una ampliación de temas
y problemas ligados al estudio de las representaciones, los imaginarios, las hegemonías, los
símbolos y la ritualidad.

La otra línea de exploración circunda un núcleo que excede la reflexión historiografía aunque
también la incluye: cómo pensar la cultura latinoamericana como práctica de antropofagia y
mestizaje. No es casual que los editores insistan sobre este punto al final de su Introducción:
“la obra ofrece al lector la opción de visualizar los gestos de antropofagia” (p. 20). El dilema
tiene una larga saga reflexiva. Podemos entender estos “gestos de antropofagia” en la historia
cultural como parte de un “modelo del encuentro” (Peter Burke, 1997) donde los
historiadores culturales se han preocupado por estudiar el conflicto, el choque, la invasión o
sinergia cultural entre dos modelos, aunque sin dejar de lado los aspectos destructivos de la
conquista. Asimismo, podemos pensar la historia cultural en el encuadre del “pensamiento
mestizo” elaborado por Serge Gruzinski (1999). Pero ni una ni otra definición evita los
interrogantes acerca de cómo se mezclan estas culturas, en qué condiciones, en qué
circunstancias, a qué ritmo, y en todo caso, qué de una y de otra se observa en el resultado
final –si esto es posible−. Historia cultural hoy ofrece al lector algunos incisos al respecto y
sobre todo enuncia los interrogantes. Esperamos que esta obra sea la primera de una nómina
de investigaciones que persiga los mismos fines.

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