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La circulación del conocimiento: entre lo ya conocido y lo desconocido

El conocimiento de la verdad trata, constantemente, en su circulación ordinaria, en su


desarrollo habitual, de reducir lo aún desconocido a lo ya conocido. Esta operación
común y corriente, en medio de la cual acaece el conocimiento, tiene, sin embargo, un
límite: llega, tarde o temprano, un momento crucial en el que ese proceso reductivo
fracasa. En ese punto surgen una serie de fenómenos -de problemas, de “anomalías” por
llamarlas así- que no se dejan entender o explicar a partir de los presupuestos de los que
ha partido el conocimiento. Es así que, por lo tanto, lo desconocido se muestra irreductible
a lo conocido, resistiéndose a ser asimilado y absorbido por ello. Llegados a este punto
delicado caben, a la vez, dos opciones: a) insistir en esa reducción, empecinarse en ella,
aunque sea pagando el alto precio de la esterilidad del conocimiento, el precio de sus
estancamiento por obcecación en lo imposible; b) empezar a cuestionar los presupuestos
de los que parte el conocimiento que se está desplegando y que ha entrado en crisis en
razón de haberse topado con lo para él y desde él genuinamente desconocido, con aquello
que resulta ser su constitutivo punto ciego.
En el apartado titulado “Los cuatro errores” del libro de Nietzsche El crepúsculo de los
ídolos hay un interesante texto que retrata una parta de la situación del conocimiento que
acaba de ser descrita. Dice Nietzsche con agudeza:
«Remitir algo desconocido a algo conocido alivia, tranquiliza, satisface, da además
una sensación de poder. Con lo desconocido vienen dados el peligro, la intranquilidad, la
preocupación: el primer instinto se dirige a eliminar esos estados penosos. Primer
principio: cualquier explicación es mejor que ninguna. Dado que en el fondo se trata
solamente de un querer librarse de representaciones que oprimen, no se aplican unos
criterios muy rigurosos que digamos a los medios para librarse de ellas: la primera
representación con la que lo desconocido se explica como conocido sienta tan bien que
se la «tiene por verdadera». Demostración del placer («de la fuerza») como criterio de la
verdad. La pulsión de buscar causas está, así pues, condicionada y excitada por la
sensación de miedo. En la medida en que ello sea posible, el «¿por qué?», debe dar no
tanto la causa por mor de ella misma cuanto un tipo de causa, una causa tranquilizadora,
liberadora, aliviadora. Que algo ya conocido, vivenciado, inscrito en el recuerdo, sea
puesto como causa es la primera consecuencia de esa necesidad. Lo nuevo, lo no
vivenciado, lo ajeno, es excluido como causa. Así pues, se busca como causa no solo un
tipo de explicaciones, sino un tipo de explicaciones escogido y preferido, aquéllas en las
que la sensación de lo ajeno, nuevo, no vivenciado haya sido eliminada con la mayor
rapidez y frecuencia posibles: las explicaciones más acostumbradas. Consecuencia: un
tipo de posición de causas predomina cada vez más, se concentra en forma de sistema y
termina por comparecer como dominante, es decir, sencillamente como excluyente de
causas y explicaciones distintas».
Con el fin de continuar meditando sobre este importante asunto citaremos otro texto
que aporta algunos elementos relevantes:
«Pero conquistar lo desconocido a partir y desde lo conocido impide el advenimiento
del acontecimiento y, en consecuencia, predetermina todos los posibles a partir de lo que
ya ha sido realizado [es decir, de las fácticas posibilidades ya en juego en el conocimiento
ordinario que reduce lo desconocido a lo conocido]. Así, la metafísica moderna [con el
Fundamento del Sujeto de la Razón] conduce a la “clausura del futuro”. A la vez, la
cuestión que se plantea -la que impone la lógica propiamente moderna- es saber cuáles
son las “condiciones de posibilidad” de un nuevo posible. Porque la modernidad es
promesa de futuro, o sea, de novedad, pero no ofrece sino un acrecentamiento y una
intensificación de lo mismo; así, ella hace tabula rasa de la posibilidad de la llegada de
unas nuevas posibilidades. El fin del advenir marca, entonces, el fin de la filosofía que ha
asegurado [y obstruido] la posibilidad, es decir, “la metafísica como pensar del ser del
ente [como Fundamento] que no piensa el ser como tal”. El concepto heideggeriano de
“historia del ser”, en definitiva, permite interrogar de modo crítico la historia de la
filosofía en camino hacia unas nuevas posibilidades» (Adrian Pabst, en Introduction à la
phénoménologie contemporaine, coordonné par Philippe Cabestan, ed. Ellipses, 2006,
páginas 84-85).
Por último, un breve apunte más. La circulación común y corriente del conocimiento -
su despliegue habitual- está delimitada por un triángulo: a) lo ya conocido desde el
presupuesto del que parte el conocimiento; b) lo aún por conocer desde lo ya conocido
según un proceso reductivo; c) lo desconocido simplemente (cuyo primer indicio está en
las anomalías que asedian la ordinaria circulación del conocimiento, es decir: la reducción
de lo por conocer a lo conocido.
¿Qué definición del conocimiento (en tanto modo de acceso al sentido y de consecución
de una verdad) se desprende de lo que se acaba de exponer? La siguiente: el conocimiento
es, en su raíz, acontecimiento porque consiste, en última instancia en explorar -cada vez,
en cada caso, en cada ocasión en que eso se hace necesario- un territorio desconocido, es
decir, consiste en llevar a cabo un viaje por una Terra Incognita (un viaje sin mapa, aunque
con una brújula que orienta el camino). Y una pista más: precisamente por ser un
acontecimiento el conocimiento carece de un Fundamento, es decir, no hay algo definitivo
y fijo sobre lo que repose, el conocimiento, pues, nunca puede ser “absoluto” (en la
tradición occidental, por cierto, se han localizado tres grandes figuras del Fundamento:
en la antigüedad greco-latina se acudía a un fundamento cosmológico, en la edad media
y la primera modernidad se postulaba un fundamento teológico y, finalmente, en la
modernidad plena, a partir del siglo XVIII, se ha creído, hasta el día de hoy, en un
fundamento antropológico; pero, y eso es algo que empezamos a reconocer y asumir
lentamente, el conocimiento no se sostiene ni sobre el “Mundo”, ni sobre “Dios” ni sobre
el “Hombre”).Tenemos aquí, en definitiva, toda una serie de enigmas y dificultades
respecto a las cuales nos toca y corresponde meditar.

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