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Galimatías de un sátiro

Te bendigo, Lamia, madre e hija del poeta, te bendigo en la traición, en el canto


lirico, en la oración prosaica, te bendigo, porque es mi manera de hacerte daño,
porque puede que mi saeta no te alcance, que mi sangre no te baste y que en tus
sueños no encuentres el aquelarre.

Te bendigo en esta noche verde, en este otoño licencioso, te bendigo y lloro en tu


seno mutilado, en la sangre y grasa derramada, en la enseñanza a Hipólita,
bendigo tu paciencia y el amor, con la que alimentas las mandrágoras, con la
dulzura que sepultas a los hombres péndulos.

Te bendigo en esta oscuridad sin fin, donde la luna no se refleja, donde los monjes
no lloran, ni entonan salmos, te bendigo para que ardas, para que desesperes en
la absenta robada, para que se extravíen tus anhelos y lloren tus males.

Te bendigo y pido misericordia, ya que mi hermano tiene frio y tú eres poseedora


de su abrigo, su carne la lastiman las hojas y sus nervios poco a poco se aflojan,
así que, toma mi bendición y devuelve la bandana a Marsias, que su camino aun
es largo.

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