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Geografía, historia y ciudadanía

Realizar un ensayo crítico sobre las acciones de odio y violencia vividas


entre 2016, 2017 en venezuela.

“Ley Constitucional contra el Odio, por la Convivencia Pacífica y la


Tolerancia”, es profundamente antidemocrática. Esto dejando de lado que
fue elaborada por una Asamblea Nacional Constituyente ilegítima que
usurpó las funciones constitucionales de una Asamblea Nacional electa
por seis millones de venezolanos en diciembre de 2015.

La ley promete promover la paz, la diversidad y la tolerancia a través de la


penalización de un discurso que promueva el odio, la violencia y la
discriminación. Según el gobierno, el fin último de la ley es proteger a la
nación.

No obstante, sus mecanismos suprimen el libre ejercicio del derecho a la


libertad de expresión y fomentan la censura y la autocensura al otorgar al
Estado el poder para sancionar a medios de comunicación tradicionales y
digitales, bloquear sitios de Internet, eliminar contenidos, revocar licencias
e imponer penas de cárcel de hasta 20 años.

En agosto, el presidente Maduro solicitó a la constituyente espuria una


ley para acabar con los mensajes de odio social argumentando que habían
sido el disparador de las protestas entre abril y julio contra su gobierno,
que culminaron con un saldo de al menos 163 fallecidos.

Con esta ley, los venezolanos estrenamos una nueva camisa de fuerza,
una que vulnera los estándares regionales e internacionales de libertad de
expresión y derechos civiles, los principios de internet como derecho
humano y los artículos de la Constitución venezolana que defienden la
comunicación libre y plural.

Hoy los ciudadanos de Venezuela están sujetos por un corsé de duras


varillas que constriñe a los portales digitales y las redes sociales, únicos
espacios de libertad de expresión donde se habían refugiado tras el asedio
sistemático del gobierno contra la prensa libre e independiente.

Será difícil devolver a los venezolanos la paz imponiendo penas de cárcel


de entre 10 y 20 años a los responsables de medios y plataformas digitales
que en seis horas no eliminen contenidos considerados como discurso de
odio, amenazando con revocar licencias de operación a radios y televisoras,
bloqueando sitios web, señalando la responsabilidad de intermediarios
sobre los contenidos emitidos por terceros en Facebook, Twitter,
Instagram, o imponiendo multas desproporcionadas y confiscatorias de
bienes.
No se alienta la paz social ni la riqueza del debate público destruyendo los
principios de pluralidad, diversidad, libertad y acceso a la red, y
convirtiendo a los intermediarios de las redes sociales en censores de las
opiniones de sus usuarios.

Es inconstitucional defender la convivencia pacífica amenazando con


ilegalizar los partidos políticos y con la inhabilitación de sus dirigentes si
hubiese entre sus filas algún militante que, a juicio de la autoridad,
incurra en un delito basado en prejuicios y dictamine si hay odio en un
tuit, un post, una declaración pública o una transmisión por Periscope.

Ellos mismos son los que tienen ahora en sus manos la más peligrosa
herramienta de censura: una ley que pretende ocultar la realidad de un
país sumido en la más profunda debacle política, económica y social de su
historia, castigando la crítica, la disidencia y la inconformidad de los
venezolanos.

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