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NIÑOS TRAVIESOS
Los 3 cerditos
Al lado de sus padres, tres cerditos habían crecido alegres en una
cabaña del bosque. Y como ya eran mayores, sus papas decidieron
que era hora de que construyeran, cada uno, su propia casa. Los
tres cerditos se despidieron de sus papas, y fueron a ver cómo era
el mundo, y encontraron un bonito lugar cerca del bosque donde
construir sus tres casitas.
Entonces el lobo soplo y soplo. Soplo con todas sus fuerzas, pero
la casa ni se movió. La casa era muy fuerte y resistente. El lobo se
quedó casi sin aire. Pero, aunque el lobo estaba muy cansado, no
desistía. Después de dar vueltas y vueltas a la casa, y no
encontrar ningún lugar por donde entrar, pensó en subir al tejado,
trajo una escalera, subió a la casa y se deslizo por la chimenea.
Estaba empeñado en entrar en la casa y comer a los tres cerditos
como fuera. Pero lo que él no sabía es que los cerditos pusieron al
final de la chimenea, un caldero con agua hirviendo. Y el lobo, al
caerse por la chimenea acabo quemándose con el agua caliente.
Dio un enorme grito y salió corriendo y nunca más volvió por
aquellos parajes. Así los cerditos pudieron vivir tranquilamente. Y
tanto el perezoso como el glotón aprendieron que solo con el
trabajo se consigue las cosas. Y enseguida se pusieron manos a la
obra, y construyeron otras dos casas de ladrillos, y nunca más
tuvieron problemas con ningún lobo.
¿Qué podemos aprender de este cuento?
Los valores que trasmite este cuento son válidos tanto para niños
como para adultos:
Moraleja
Las personas opinamos en función de nuestra
experiencia personal y por eso siempre
creemos que tenemos la razón. Si analizas
esta fábula verás que los demás, pensando
distinto a nosotros y viendo las cosas desde
otro punto de vista, también pueden tenerla.
Nunca menosprecies otras creencias, otras
formas de ver la vida, pues a menudo, la
verdad absoluta no existe y todo depende del
color del cristal con que se mire.
El pequeño ratoncito
En una granja vivía un pequeño ratoncito que estaba muy triste
porque pensaba que era un desgraciado por ser tan pequeño.
Cada vez que veía al caballo tan apuesto y esbelto, al gallo tan
elegante cantando de madrugada y al toro tan bravo, se encerraba
en su pequeño agujero para llorar y lamentarse de su poca suerte.
Al poco tiempo, comenzó a caer agua del tejado, hasta que éste
cedió, se rompió y empezó a llover sobre ellos.
- ¡Ja, ja, ja! – se rió el león mirándole - Un ser tan diminuto como
tú, ¿de qué forma va a ayudarme? ¡No me hagas reír!.
Pero el ratón insistió una y otra vez, hasta que el león, conmovido
por su tamaño y su valentía, le dejó marchar.
- No te preocupes, yo te salvaré.
Y el león, sin pensarlo le contestó: