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EL HOMBRE, SER CREATIVO

LA ACTIVIDAD DEL HOMBRE EN EL MUNDO

En los temas anteriores hemos reflexionado sobre dos de las tres relaciones que,
según la Biblia, constituyen al ser humano: la relación con Dios y la relación con los
otros: el hombre es ser personal y ser social. Ahora se trata de abordar la tercera
relación: hombre-mundo.

La mundanidad, lo mismo que la personalidad y la socialidad, es un elemento


integrante de la condición humana. Ya he dicho que ser-en-el-mundo es más que un mero
estar, y que el hombre ejerce su mundanidad constitutiva en forma de trascendencia
respecto a lo mundano (hombre en cuanto "alma"). La relación hombre-mundo se expresa
como creatividad.

Al decir que el hombre es un ser creativo, se está expresando:

a) que la presencia del hombre en el mundo no es estática y pasiva, sino dinámica y


activa;
b) que su relación con el mundo es de superioridad;
c) que para realizarse a sí mismo, el hombre necesita plasmarse en la acción.

En la relación que así se establece, el primado le corresponde al hombre: es al hombre a


quien corresponden el trabajo y el progreso, la ciencia y la técnica, el arte y la cultura,
política y praxis.

Para un tratamiento teológico de la mundanidad y cuanto ella implica, es necesario


partir de los datos básicos que nos suministran la Biblia y, especialmente, el capítulo
3 de la Gaudium et Spes; luego en una reflexión sistemática se abordarán los problemas
que la actividad humana plantea en nuestros días.

1. La mundanidad humana en la Biblia

En el Antiguo Testamento

Según Génesis 1 (relato de creación), la perfección no está al comienzo sino al final, lo


cual implica un proceso histórico de construcción progresiva del mundo. Cuando Dios
concluya su parte en esta tarea (Gén. 2, 2), ello no significa que la obra está
definitivamente acabada, sino que El ha puesto los cimientos de un edificio cuya
construcción corresponde al hombre, imagen de Dios. De este modo, la actividad
humana, el trabajo, es prolongación de la actividad y trabajo divinos; y la historia no es
ese círculo mágico de los griegos que no tiene fin porque no tiene comienzo, sino el
ámbito de la libertad creadora del hombre; el hombre es co-creador con Dios y co-
protagonista de la historia con Dios.

Israel entendió la actividad humana como cumplimiento de un mandato divino. Pero


ese mandato se sitúa, significativamente, en el horizonte del reposo sabático. Actividad y

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descanso, forman así una bina muy importante que ha sido interpretada de diversas
maneras; por ejemplo:

a) En Deuteronomio 5, 12-15, el descanso sabático es evocación de la


liberación; el trabajo no puede ser una nueva forma de esclavitud, sino la libre
disposición por parte del hombre del tiempo que Dios le concede. Sólo desde esa
libertad regalada por Dios a su pueblo, puede éste dar a su actividad y trabajo el
ritmo preciso en la sucesión de trabajo-descanso;

b) En Exodo 20, 8-11 el mandato trabajo-descanso se sitúa en el contexto de la


teología de la creación. Hay que descansar porque Dios descansó; el resto de la
semana hay que trabajar porque Dios trabajó. El trabajo humano prolonga y
actualiza el trabajo divino; a la vez, reproduce la consecuencia de actividad y
reposo inaugurada por el propio Dios. El mundo es así creación de Dios y co-
creación del hombre;

c) En Exodo 23, 12 se da una tercera versión del trabajo-descanso. Aquí la


finalidad del descanso es recordarle al hombre que su señorío sobre el mundo
incluye la obligación de proteger a los más débiles, desde los animales
domésticos hasta las personas jurídicamente vulnerables.

Esas tres lecturas del mandamiento del trabajo-descanso presentan una comprensión
positiva de la actividad humana, que ha de desarrollarse con libertad y creatividad. El
trabajo es para el descanso, y no viceversa. El descanso impide la degradación del hombre
a nivel de la máquina productiva.

En el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento se hace referencia al trabajo artesanal de San José y del mismo
Jesús; al trabajo manual de Pablo para ganar su sustento y no ser gravoso a la comunidad,
y a las duras palabras del Apóstol contra los que "viven desconcertados, sin trabajar
en nada, pero metiéndose en todo" (II Tesal. 3, 6-15).

Pero lo que el N. T. nos da es cualitativamente decisivo: la encarnación de Dios es el SI


definitivo al mundo y a la historia (II Corintios 1, 18-20), que fueron asumidos por la
Humanidad del Hijo de Dios. La realidad es cristiforme y cristocéntrica: Cristo está en
el comienzo, en el centro y al término de la misma.

El mundo no es el simple escenario de la historia de la salvación, sino que también él es


tocado por la gracia de Cristo (Romanos 8, 19-22), y está llamado a través de la mediación
humana, a la unidad de un destino en el que "Dios será todo en todos y en todo" (I
Corintios 15, 28).

De ahí se sigue que no hay una historia profana y una historia sagrada. Progreso y
gracia se integran en una historia única y apuntan a un único fin. Lo cual no autoriza a
identificar progreso y gracia; la unidad no es confusión.

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2. TRABAJO y PROGRESO

Las categorías antropológicas de TRABAJO y PROGRESO plantean serios


problemas de índole político-social. Veamos:

a) El Trabajo

Según la fe cristiana, Dios ha querido y ha creado al hombre como "homo fáber"; y es


así como el ser humano cumple su vocación de "imagen de Dios". Por tanto, la disyuntiva
"o Dios o Prometeo" de los modernos ateísmos, no cabe dentro del pensamiento cristiano.

Supuesta la anterior premisa básica, precisemos ahora las dimensiones antropológicas del
trabajo:

 Dimensión natural-biológica del Trabajo

El hombre es un ser "desesperadamente inadaptado" (Gehlen, A. "El hombre",


Salamanca, 1980, pág. 38). Desde el punto de vista morfológico, y en comparación
con los mamíferos superiores, muestra una serie de carencias espectaculares: no tiene
medio propio, no tiene instintos, no está especializado. Se diría de él que,
biológicamente, es una animal inviable y que su supervivencia es un milagro altamente
probable. Si ha podido supervivir o superar sus severas limitaciones y su inacabamiento
ha sido por su actividad. Animal de carencias, tiene que elaborarse a sí mismo. Su
capacidad de trabajo, que le ha sido conferida, no sólo cubre su déficit originario, sino
que lo despega y lo libera de los límites que hipotecan la acción de los demás seres vivos.
El hombre es un animal carencial al que no le queda más remedio que auto-completarse a
través de su trabajo; y para que pueda hacerlo, viene equipado con la capacidad de
transformar los condicionamientos carenciales en oportunidades vitales, por medio de la
praxis, del trabajo.

Dado que su inacabamiento orgánico y su inadaptación biológica le impiden sobrevivir en


el mundo "natural", su actividad tiende a crearse un mundo distinto al natural: el
mundo cultural. La cultura es para el hombre su segunda naturaleza. Por eso la
Gaudium et Spes dice que "es propio de la persona humana el no llegar a un nivel
verdadera y propiamente humano, si no es mediante la cultura; tratándose de la vida
humana, naturaleza y cultura van estrechísimamente unidas" (G. S. 53,1)

 Dimensión personal del trabajo

El trabajo es la condición de posibilidad de la realización del hombre como persona. Por


eso el fin de la actividad humana, del trabajo, no es sólo procurarse la supervivencia, sino,
prioritariamente, cumplimiento de su propia vocación. Desgraciadamente, es muy común
estimar el trabajo sólo con relación a su valor contable. Elegir un trabajo o una profesión
exclusivamente por razones lucrativas trae, necesariamente, insatisfacción existencial. Por
esa razón en el mundo de hoy se percibe un malestar general cuyos síntomas son: pérdida

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de la profesionalidad, baja productividad, ausencia de motivaciones, sensación de hastío,
desmotivación... El hombre que pone su vida al servicio del "tener" y no del "ser", se
acarrea la frustración de su personalidad porque la actividad así ejercida se convierte en un
mecanismo de alienación.

Por eso, no debe olvidarse nunca que un trabajo realmente bueno incluye siempre un
componente artístico y debe satisfacer la necesidad que el ser humano siente de crear y de
crearse a sí mismo.

 Dimensión social del trabajo

El trabajo humano, además de relacionar al hombre con la naturaleza, lo relaciona también


con la sociedad. Es lógico: si el hombre es un ser personal y social, su acción, su trabajo
debe repercutir simultáneamente en su personalidad y en su socialidad.

El trabajo crea comunidad; debe ser espacio de cooperación. Lamentablemente


hoy se produce una distorsión a este respecto, pues se ha convertido el trabajo en una
feroz competitividad. Por tanto, hay que recuperar el sentido comunitario del trabajo,
y la conciencia de que la actividad de los individuos debe coadyuvar al bienestar de
todos y contribuir a la satisfacción de las necesidades generales, porque esa es una
obligación de solidaridad y un servicio de fraternidad humana.

 El trabajo como función configuradora del mundo

El ser humano es más que el mundo; la persona es más que la naturaleza. Por eso, el
hombre trabajador (homo fáber) tiene capacidad para promover y dirigir el proceso de lo
real hacia la consumación plena. Este proceso de transformación de la tierra a la medida
de las necesidades y aspiraciones humanas (lo que Marx llamaba "la humanización de la
naturaleza"), se expresa comúnmente con la categoría de "progreso".

b) El progreso

La antigüedad clásica desconoció la idea de progreso. El pensamiento griego estaba


dominado por la concepción circular de la historia: se vive en una polis circular,
emplazada en un cosmos también circular; la naturaleza se mueve dentro de una órbita
cíclica: movimiento de los astros, estaciones, días-noches, nacimientos-muertes... etc.
Dentro de esta concepción de la historia en la que todo se repite, no hay novedad, ni
cambio, ni crecimiento; sólo hay una perpetua recurrencia de lo mismo. En vez de
revolución hay circunvolución; en vez de instauración de lo nuevo, restauración de lo
antiguo; en vez de esperanza, resignación ante lo inevitable. De esta concepción de
la historia se nutren la tragedia griega (desgarradora meditación sobre el "destino")
y el fatalismo de algunas religiones orientales. Lo que nos ha de suceder ya está escrito,
ha sucedido antes, está sucediendo desde siempre y para siempre. Es inútil resistirse,
hay que plegarse. La historia es "sino". Por eso, toda rebelión termina en tragedia.

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Esta concepción circular de la historia fue rota por la Biblia que muestra una concepción
lineal de la historia, según la cual la historia no gira sobre sí misma, sino que avanza
desde un principio hasta un término, en una dialéctica de superación constante hasta una
plenitud: la Parusía. Por eso, resulta irónico y paradójico que el cristianismo haya llegado
a considerarse como enemigo del progreso, o que los cristianos hayan mirado el progreso
con sospecha, o lo hayan rechazado. Porque hay que reconocer que la Iglesia y los
cristianos no supieron reconocer en determinados momentos la legítima autonomía
de lo secular y de lo temporal, como finalmente lo ha hecho el Concilio Vaticano II (G.
S. 36).

Este doloroso proceso de desconfianza u hostilidad declarada tiene sus antecedentes en


el Renacimiento, con el crecimiento de las ciencias experimentales. La ciencia
terminó en racionalismo ilustrado (siglos XVII y XVIII) y con la autosuficiencia y la
euforia de los siglos XIX y XX. La "fe en el progreso" reemplazó la fe en Dios y en su
providencia. Llegó a creerse en el avance reciente e imparable y apareció una especie de
"religión universal del progreso".

Sin embargo, esta euforia cientista no duró mucho. Pronto el hombre se dio cuenta de los
efectos inhumanos de dicho cientismo: dos Guerras mundiales que evidenciaron los
peligros de una tecnología manipulada por los totalitarismos. También nos dimos cuenta de
que el crecimiento cuantitativo no siempre puede ser considerado como un índice de
calidad de vida, y de que una civilización supertécnica puede ser muy experta en medios
y, al mismo tiempo, inexperta en fines. Es decir, que la racionalidad científica fracasa
cuando trata de ajustar cuentas con el problema del sentido de la vida. Pero, sobre todo,
la fe en el progreso se ha visto sacudida por la amenaza del holocausto nuclear y el
desequilibrio ecológico. Ambos son fruto de una mala utilización de los avances
científico-técnicos, de una falsa idea del progreso.

El progreso auténtico no puede consistir sólo en avances científicos ni tecnológicos; ni en


sólo crecimiento económico. No puede ser un índice válido de progreso el aumento de los
bienes de consumo, porque la sociedad consumista tiende a convertir al consumidor en
"consumido". La fiebre del tener ahoga la preocupación por el ser.

Se requiere, pues, redefinir la idea de progreso. Por "progreso" habría que entender "el
proceso de enriquecimiento armónico del hombre y la naturaleza que facilite el
desarrollo integral de todo hombre y de todos los hombres" (POPULORUM
PROGRESSIO 14, 42). En este proceso se insertan los avances científicos, culturales,
económicos, técnicos. Pero también los valores éticos en los órdenes de convivencia,
solidaridad e igualdad, fraternidad y respeto mutuo.

En suma: la idea de progreso es irrenunciable, pero a condición de que se entienda


adecuadamente. Lo cual sólo será posible si se introyecta en ella el componente ético que
le devuelva su carácter humano y sus virtualidades humanizadoras. Pablo VI hablaba
de "la búsqueda de un humanismo nuevo que permita al hombre moderno
encontrarse a sí mismo, asumiendo los valores superiores del amor" (POPULORUM
PROGRESSIO, 20).

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