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mucho 

dolor.
Se sentó bajo un árbol y lloró desconsoladamente, mientras el dolor
seguía. Cansado de esperar que el dolor se le pasara, Bernardo decidió
caminar para pedir ayuda. Mientras caminaba, se encontró a los ciervos a
los que les había echado agua. Al verlos, les gritó:

– Por favor, ayúdenme a quitarme esas espin

o te vamos a ayudar porque lanzaste a Gilberto al río y él casi se ahogó.


Aparte de eso, Gilberto está enfermo de gripe por el frío que cogió. Tienes
que aprender a no herirte ni burlarte de los demás.
El pobre Bernardo, entristecido, bajo la cabeza y siguió en el camino en
busca de ayuda. Mientras caminaba se encontró algunos de
sus compañeros de la escuela. Les pidió ayuda pero ellos tampoco
quisieron ayudarle porque estaban enojados por lo que había hecho día
siguiente, menos, y así el resto de los días. Él pequeño se iba dando cuenta
que era más fácil controlar su genio y su mal carácter que tener que
clavar los clavos en la cerca. Finalmente llegó el día en que el niño no
perdió la calma ni una sola vez y fue alegre a contárselo a su padre. ¡Había
conseguido, finalmente, controlar su mal temperamento! Su padre, muy
contento y satisfecho, le sugirió entonces que por cada día que controlase
su carácter, sacase un clavo de la cerca. Los días pasaron y cuando el
niño terminó de sacar todos los clavos fue a decírselo a su padre.

Entonces el padre llevó a su hijo de la mano hasta la cerca y le dijo:

– “Has trabajo duro para clavar y quitar los clavos de esta cerca, pero
fíjate en todos los lla y le dijo:

– “Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto,


todos somos diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos
ser amigos y ayudarnos cuando lo necesitemos”.

Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Pronto
vinieron las hormigas, que treparon por sus zapatillas para atarle los
cordones. Finalmente, se pusieron todos los animales en la línea de
partida. En sus marcas, preparados, listos, ¡YA! Cuando terminó la carrera,
todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga que además
había aprendido lo que significaba la amistad.

Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.
– Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.

– Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.

Y entonces, llegó la hora de la largada. El zorro llevaba unas zapatillas a


rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con moños muy grandes. El
mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados. La tortuga
se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto
de comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada. Es que era
tan alta, que ¡no

ntonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Pronto vinieron
las hormigas, que treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.
Finalmente, se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas,
preparados, listos, ¡YA! Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque
habían ganado una nueva amiga que además había aprendido lo que significaba
la amistad.

– Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que e

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