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Hace un poco más de un siglo el neurólogo Dr. Sigmund Freud y el médico internista
Dr. Joseph Breuer conversaban respecto al cuadro clínico de la paciente Anna O. El
Dr. Breuer la había comenzado a tratar unos años antes por una histeria. La había
escuchado atentamente, día tras día, dejando de lado la idea de que se trataría de
una mujer con el cerebro enfermo. Al hablar, Anna O. se aliviaba y habían síntomas
que se reducían. Entonces Anna comenzó a llamar su conversación con Breuer
como "cura por la palabra". En el ánimo de profundizar la cura Breuer decidió
someterla a hipnosis. Vio con asombro como la paciente recordaba situaciones que
en la vigilia consciente le eran desconocidas y como esto generaba la desaparición
de síntomas asociados con lo confesado. ¿Cómo era esto posible?. Luego de la
conversación Freud quedó intrigado. Es probable que no sospechara en ese
momento adonde lo iba a llevar este interés. Entre ambos comenzaron a reflexionar
sobre el tema. La paciente había vivido ciertas experiencias dolorosas que le habían
sido intolerables y tuvo que sacárselas de la mente. Pero no se trataba de un simple
olvido. Era un esfuerzo mental para evitar el intenso dolor o la angustia abrumadora.
La paciente reprimía, pero quedaba enferma. Al parecer esas experiencias seguían
perturbándola desde algún "lugar" en que continuaban activas como un pasado
presente y efectivo aunque escondido y expresándose a través de los síntomas,
fuera del conocimiento consciente de Anna O., más "allá" o más "adentro" de ella.
¿Era posible tal dimensión?. Mencionada innumerables veces por poetas y magos
resultaba peligroso postularla como una hipótesis de trabajo en un cuadro médico.
Entonces había que investigar, estudiar y aplicar el método científico. Como
resultado de varios años de trabajo plantearon una teoría psicológica de la histeria y
un incipiente método de tratamiento. La mente, abrumada por el dolor o la angustia,
reprime, es decir, saca del a conciencia (desatiende)lo traumático. Sin embargo
estas experiencias, registradas en la memoria como imagen y como emoción, siguen
activas escondidas de la conciencia, pero expresándose indirectamente a través de
síntomas, muchos de ellos corporales. La duración de los síntomas significaba que
la represión era un esfuerzo mental persistente y por ello los síntomas también lo
eran. Se dieron cuenta que el esfuerzo represivo consistía en evitar que la persona
pensara en algo que podría perturbarla enormemente. Por ello el camino debía
consistir en ayudar al paciente a hablar y a asociar, lenta y cautelosamente, a la
manera de un detective o un paleontólogo, en busca de las raíces ocultas de los
síntomas. Había que actuar con cautela pues el desocultamiento de la raíz traería
salud pero antes el desnudamiento del dolor. Por ello había que acompañar con
prudencia, respeto y empatía. De esta manera la persona volvería a ser capaz de
pensar en lo que no podía pensar, ya restituir a su mente una parte que por dolor
mantenía disociada. Breuer y Freud construían así los pilares del psicoanálisis. Una
teoría del inconsciente, una teoría psicológica de la histeria, un método psicológico
de tratamiento y luego la proposición de un modelo de la mente en que los
conceptos de memoria, yo, pensar y el carácter consciente e inconsciente de los
procesos psíquicos eran los centrales. En "La Interpretación de los Sueños", texto
clave de 1899, Freud, ya que Breuer había vuelto a su trabajo meramente médico,
expone que también los sueños son productos de procesos inconscientes motivados
por deseos infantiles, por lo cual tendrían significado emocional, el que igualmente
podría investigarse e interpretarse. La aventura psicológica de Freud estaba
lanzada. En las siguientes tres décadas del siglo investigaría profusamente en
extensión y profundidad la psique humana y su cultura desde la perspectiva de este
nuevo paradigma. Mantendría una permanente interacción entre la investigación
clínica y la teórica, reformulando la segunda en virtud de la primera, fiel al método
científico. Ciertos temas se hicieron emblemáticos. A raíz de los estudios de casos
de histeria apareció el tema de la sexualidad. Como componente de experiencias
traumáticas reprimidas de pacientes histéricas, como pulsión determinante en la
energía mental y sustento del placer que se busca en la satisfacción, como elemento
clave del desarrollo de la personalidad y protagonista de sus fases de desarrollo
desde los primeros años de vida, entre ellas del famoso complejo de Edipo, matriz
organizadora de la mente y que nunca parece dejar de influir en nuestras vidas. El
concepto de sexualidad infantil fue chocante para la sociedad europea. Hasta ahora
la opinión desinformada o prejuiciosa confunde teoría psicoanalítica con
pansexualismo. Un aspecto de la identidad es la sexualidad pero hay otros aún más
preocupantes en la patología. Es la agresión. Bien haría esta opinión prejuiciada en
preocuparse de la agresión voluptuosa que se exhibe sin problema alguno y con
pleno deleite en nuestros medios de comunicación y en nuestras calles. Esta
pulsión, tan biológica como la sexualidad, impregna nuestro desarrollo mental y con
ello nuestra cultura. Cuando, desde temprano, contamina con todas sus armas el
incipiente aparato mental, lo fractura o, a lo menos, lo debilita, dejándonos frágiles
frente a las exigencias de la realidad y expuestos a las presiones biológicas y a la
enfermedad. La agresión juega un papel decisivo en la dinámica psicológica de
patologías como la melancolía, en las perversiones y en el narcisismo. En general se
deja ver en la conocida por todos compulsión a la repetición, insólita tendencia
universal que tienen ciertas historias de nuestro pasado a repetirse en el presente
aunque nos lleven al dolor y a la destrucción. Freud se preocupó tarde del tema de la
agresión. Sus seguidores lo han investigado extensamente. Otro concepto
emblemático es la transferencia. Este factor es central en la técnica psicoanalítica.
Es propiamente el campo en el que trabajan psicoanalista y paciente. Es una
experiencia de éste último, básicamente inconsciente, en la que éste revive, en las
circunstancias especiales en que se desenvuelve el psicoanálisis, ciertas relaciones
emocionales infantiles. Muchos vínculos humanos están siempre impregnados de
esta condición, sobre todo aquellos con un fuerte compromiso emocional y vital. En
la vida de las personas uno puede encontrar una verdadera compulsión a repetir
antiguos modos de relaciones. Como es de imaginarse si algo dañino del pasado
infiltra, sin que nos demos cuenta, nuestras relaciones reales actuales, puede
llevarnos a una seria confusión y pérdida. Cuando esto ocurre en el tratamiento lo
interfiere (resistencia).El analista, como actitud clave, se dedica a intuir e investigar
en la transferencia que el paciente trata de actuar en la sesión para así, en el
momento adecuado, mostrársela (interpretación). La comprensión de este hecho
generará un cambio en la resistencia del paciente, y en general en sus procesos
psíquicos, permitiéndole poder pensaren forma más productiva, verdadera y real.
Desde muy temprano Freud se percató del papel esencial de la personalidad del
médico en este tratamiento, como lo sabe, o como debería saberlo, todo médico. La
entrega en libre asociación por un tiempo prolongado y frecuente (tres, cuatro o
cinco veces por semana) de la intimidad de una persona implica para el analista una
responsabilidad enorme, no sólo técnica si no que también ética. Hasta hoy los
analistas deben someterse no sólo a una larga formación teórica y a la supervisión
de sus pares sino que a un prolongado psicoanálisis personal realizado por un
analista experto. Todo esto permitirá al analista escuchar a su paciente evitando el
prejuicio o la racionalización apresurada, la tentación de adoctrinarlo o seducirlo, el
peligro de maltratarlo o explotarlo. A lo largo del siglo las ideas psicoanalíticas
freudianas fueron llamando poderosamente la atención. Médicos y personas de
intereses humanistas y psicológicos se acercaron a Freud, se fueron formando
grupos de estudio los que con el tiempo fueron generando asociaciones
psicoanalíticas en diferentes países de Europa y de América. Freud se fue
transformando en una figura intelectual mundial y sus escritos en fuente de estudio,
polémica y enorme atractivo. Los artistas de la época, florecientes y radicalmente
transgresores de la cultura occidental (surrealismo), veían en el psicoanálisis un
espacio de comprensión y estímulo, aparte de un compañero de ruta en la revolución
moral. Freud, caballero vienés decimonónico, médico y científico, nunca tuvo
amistad con ellos. Su vida familiar burguesa sólo pudo ser alterada por la invasión
hitleriana que lo obligó a emigrar a Londres donde moriría luego de un largo cáncer
bucal. Su gran porfía, que lo llevó a persistir en una investigación que cambiaría
ciertas perspectivas de la cultura humana, también lo llevó a conflictos de poder con
colegas con los que tuvo quiebres definitivos (Jung) y a no abandonar nunca su
cigarro, compañero de trabajo de toda la vida. Viejo estoico, valiente y honesto hasta
sus últimos días Sigmund Freud murió el 23 de septiembre de 1939.