Está en la página 1de 2

En términos del registro histórico, los procesos de subjetivación son objetos de estudio difíciles

de hallar a simple vista. Se requiere de una lectura cuidadosa y de un aparato conceptual


específico que, como señala Chauncey en su reflexión, nos permita contar las historias de las
sexualidades alternas o marginadas por lo que ahora denominamos la “heteronormatividad”.
Sin embargo, el estudio de estas sexualidades también requiere de un campo abierto y poroso
hacia las preocupaciones de los estudios queer que recupere las historias (no cubiertas o
narradas del todo) de los “hombres queer”. La reflexión sobre las relaciones sociales, el
performance del género y la desestabilización de los binarismos en el siglo XX requiere, por
tanto, del diálogo entre las formas de análisis histórico —Gay New York Culture, Mexican
Masculinities, Odd Girls and Twilight Lovers, entre otros— y el contexto que visibiliza la
importancia de tales estudios: el movimiento de 1969 en Stonewall, es un ejemplo de ello.

En México, los estudios sobre las subjetividades transgénero han sido fomentadas por Gabriela
Cano a partir del análisis puntual sobre la vida o “microhistoria” de Amelio Robles. Aunque no
deja de ser interesante la distinción entre ambas formas de comprender el recorrido vital del
coronel guerrerense, el estudio de Cano permite acercarnos a las múltiples facetas de la
subjetividad masculina transgénero. Una de ellas es el “código de vestimenta” que los retratos
de estudio —pieza documental con la cual Gabriela Cano comienza su análisis— siguen al
momento de reafirmar identidades sociales. Objetos como las armas de fuego y las posturas
corporales dan cuenta de las asociaciones entre la masculinidad y la virilidad en el siglo XX
mexicano.

La condición histórica de las identidades se hace evidente en el análisis de Gabriela Cano al


momento de mostrar cómo las identificaciones “varían en grado y perdurabilidad”. El deseo de
transgenerizarse es un ámbito flexible y plástico, como lo señala la autora, e incluso
problemático al momento de intentar comprender la identidad de Robles. Remite a un ámbito
de negociaciones entre las diferencias sexuales establecidas y nos muestra, a su vez, la
politicidad del género enmarcado en una Revolución de carácter masculino que toleraba la
masculinización de Robles y rechazaba la homosexualidad masculina. Y es que las percepciones
sobre Amelio Robles pueden, también, contextualizarse en las disputas o negociaciones por el
género. La noción de “inversión sexual”, ausente —como menciona Gabriela Cano— en las
descripciones de Miguel Gil, permea la imagen atribuida al coronel. La disimilitud de las
actitudes de Robles frente a los discursos sexológicos del siglo XX es prueba de la variedad de
percepciones con las cuales los sujetos entendieron a sus similares y, al mismo tiempo, de una
pluralidad de historias que no son susceptibles de ser encasilladas en las mitologías que
Chauncey señalaba para el estudio de la cultura gay.

Después de leer los tres textos me resulta interesante preguntarme por los géneros
gramaticales (la/él) que, en el caso del estudio de Robles, puede condicionar la masculinidad y
la feminidad en distintos pasajes de la vida del coronel. En el estudio de las biografías, ¿de qué
forma podemos establecer críticamente la narrativa de una vida desde la conciencia sobre el
performance como condición de la subjetividad e identificación? ¿Es posible considerar que una
vida como la de Amelio Robles no es lineal en modo alguno y responde a “episodios”?
Esclarecer las formas de observar una vida o las “vidas después” (el afterlife) sería interesante
para el lector.

Al mismo tiempo, no deja de llamar mi atención la relación entre la gestualidad y la


corporalidad con las formas de masculinidad o de identificación sexual. Robles lleva a la
paradoja (dado que “subvierte y refuerza” de forma simultánea) la identidad masculina —
agresiva, viril y propia del macho— en su puesta en práctica dentro de la vida cotidiana.
Empero, ¿podemos encontrar otros ejemplos de ello en un análisis histórico? ¿De qué forma
podemos pensar la relación entre la corporalidad material (ahora moldeable e, incluso,
“hackeable”) y la identidad de género?
Una vez que situemos en perspectiva histórica las subjetividades y las formas de identificación,
es posible interrogar las conceptualizaciones esencialistas del género en los procesos como la
Revolución y su paulatina institucionalización. Los momentos posteriores de las experiencias (el
afterlife) —las formas de memoria o consagración en la “historia pública”— son partícipes
(como en el caso de la feminización de Robles) de estas conceptualizaciones. Las
reivindicaciones de la agencia femenina en la Revolución, por ejemplo, subordinaron la
masculinidad de Robles que, como bien menciona Gabriela Cano, reificó las identidades de “la
mujer” y “el hombre” en el reconocimiento de la agencia femenina en la Revolución. En el caso
de Gertrude Duby, se evidencia que las búsquedas nostálgicas de las revoluciones sociales
también son partícipes de las reficaciones y el “ocultamiento” de las identidades transgénero.
Estos episodios, sin embargo, deben situarnos en el cuidado y en las reflexiones sobre el o los
géneros —en función de la postura a la cual nos adscribamos—. Para el historiador, deconstruir
los esquemas conceptuales y las jerarquías que condicionan nuestras percepciones sobre las
“identidades de género” es, aún, una tarea por hacer y fomentar en función, una vez más, de
nuestra vida activa en el campo historiográfico.

También podría gustarte