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Lo que vi esta tarde

En verdad, te digo, amigo Pepe


que esa mujer defecaba
como si no hubiera un mañana.
Iba de camino a tu casa,
justo cuando pasé por ese parque
que dista tanto de ser una plaza
pero al que así llamamos de cualquier manera.
Ahí un perro jugaba velocidades con su sombra
las gotas de lluvia hacían de las suyas en los árboles
y ella se soltaba errátilmente en el césped.
A mí no me gusta que me escuchen defecar,
mucho menos que me vean.
Pero ella parecía hacerlo
como si se tratara de una obra de arte.
Pujaba detenidamente
formando patrones ocres
que se acumulaban lentamente bajo su orto.
A veces la salida de su mierda se interrumpía
con un gas fugitivo
pero incluso ello
lo hacía con tal parsimonia
que hubiera podido confundirse
con el gran silencio de Mozart
o la tempestad de Beethoven.
No vi todo su proceso
(en verdad temí que mis ojos
pudieran profanar alguna ceremonia ancestral),
pero supuse que al terminar
la gran montaña de porquería haría de templo
para un sinnúmero de moscas jubilosas.
¿Qué nos espera a nosotros?
¿Qué a nuestra mierda, que se revolverá con el agua
que lleva más mierda
al abismo infinito de las heces sin retorno?
Quizá el mañana que sus ojos
nunca pudieron ver.

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