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HARÉ

QUE JAMÁS PUEDAS


VIVIR SIN MÍ
Alma Retsem Klol
viveLibro
Título original: Haré que jamás puedas vivir sin mí
Primera edición, 2015
© De esta edición: viveLibro
© Alma Retsem Klol
Realización Gráfica: viveLibro
ISBN: 978-84-16563-40-1
Depósito legal: M. 34.713-2015
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Capítulo I
Se levantó del sofá con los ojos empapados tras ver en un programa de
entretenimiento a dos hermanos que se reencontraban por primera vez después
de cuarenta años.
Aquellas lágrimas la habían relajado y empezaba a dar la vuelta a un día que
había iniciado con el pie izquierdo. Se aseó un poco, cogió el bolso y dio dos
vueltas a la llave. Giró dos calles y estuvo andando unos diez minutos hasta
llegar a un pequeño parque. Delante de él estaba el antiguo edificio perteneciente
al Ministerio de Obras Públicas convertido en residencia de ancianos. Abrió las
dos puertas entre las cuales ha-bía una recepcionista y se pasó al gran recibidor.
Echó una ojeada hacia un determinado rincón y, automáticamente, se dirigió a
las escaleras que daban a los comedores. Las bajó corriendo, mejor dicho,
saltando, y en el último escalón dio un traspié que casi la coloca en medio del
comedor de la derecha. Asustada, giró la cabeza mirando a una determinada
mesa, ahí estaba su madre, María Fontana, sentada en su silla de ruedas y
mirando a su hija Francine con una sonrisa deseosa. Rápidamente se recompuso
del susto y también dedicó a su madre una sonrisa de oreja a oreja, enseñando
los grandes dientes blancos como la harina.
Se dirigió a ella saludando a las personas sentadas a las mesas que
encontraba al paso y pensando que la sonrisa de su madre la animaba más a ella
que, seguramente, al revés. No podía evitar este pensamiento cada visita en la
que veía que la miraba desde una cierta distancia.
«No entiendo cómo, después de venir a ver casi a diario a mamá, cada vez
pienso lo mismo. Quizás sea un poco egoísta por sentir que 5
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recibo más yo de ella que ella de mí, cuando, al parecer, es ella quien lo
necesita todo» pensaba Francine.
El comedor empezaba a tomar vida, las primeras bandejas ya habían salido
de la cocina. Casi todos los acompañantes, especialmente los masculinos, no
podían evitar mirar aquel cuerpo exuberante y aquella cara arreglada con mucho
estilo y guapa de cuidado. Se dieron dos besos y un fuerte abrazo.
—Hola, mamá, cariño.
—Hola, hija mía.
Después de saludar a su madre Francine dio dos besos a Asunción, su
compañera de mesa y preguntó por Pepito, un señor con un reducido cerebro,
pero con un corazón en el que solo cabía bondad. Había que exceptuar algunos
enfados de niño pequeño.
—Está muy resfriado y no han dejado que se levantara de la cama.
—¿Le echáis de menos? —preguntó Francine.
—Un poquito. Casi siempre dice o hace alguna cosa que nos hace reír.
¿Verdad, María?
Esta contestó a Asunción con una sonrisa.
—Mamá, te he cortado el pollo; voy a ayudar un poquito a Dolores, que veo
que le cuesta.
Francine se trasladó a la mesa de al lado y cortó el pollo en trocitos pequeños
a Dolores, una señora que siempre estaba sola. Las primeras veces que la había
ayudado había aguantado la historia de su vida entera, se la sabía de memoria,
una historia muy trágica que contaba como quien cuenta lo que hace cada día.
—Dolores, ya tiene el pollo cortado.
—Sí, hija, sí, después de mi marido, los dos hijos de accidente.
Francine le dijo «sí, sí», y volvió otra vez a la mesa junto a su madre.
Inspeccionó la bolsa que tenía colgada detrás de la silla y se sorprendió.
—Pero, mamá, ¡si tienes más de media bufanda hecha!
—Por la Navidad. ¿No vendrá tu hermana a Madrid?
—Esperemos que sí, pero aún no sabe si le darán vacaciones.
—Acuérdate de traerme las muestras de lana de la bufanda de Judit.
¿Te acuerdas de los colores?
—Que sí, mamá: azul claro, gris y rosa. ¿Esta que estás haciendo toda verde
para quién es?, ¿para Marta?
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—Claro, los colores que ellas han elegido.
Marta y Judit eran las dos únicas nietas que tenía María, las hijas de su hija
Alicia, que vivía en Barcelona.
Después de ayudar en la cena a su madre, esperó hasta que se la lle-varan a
la habitación a dormir, cosa que muchos días hacia ella misma cuando llegaban
las nueve de la noche. Pero aquel día había quedado con Óscar, su novio desde
hacía cinco meses.
—Adiós, mamá, mañana te llevaré yo a la cama. ¿Vale?
—Muy bien, hija, hasta mañana, si Dios quiere.
Cogió el móvil y miró la pantalla. Tenía una perdida de Óscar que indicaba
que estaba en la puerta de la residencia.
—¡Eh!, Óscar, espérame.
—Hola, cariño, es que el coche molesta, pero si tú ya estás, nos vamos.
Se dieron un beso y abrazados se dirigieron al coche que estaba con las luces
de emergencia, en doble fila.
—Francine, cariño, te invito a cenar cerca de tu casa.
—Así me gusta, un novio romántico, como los de antes, que nunca deja
pagar a su chica.
—Tampoco te pases, te invito con la condición de que tú me invites a dormir.
—Ya decía yo que tanto romanticismo no podía ser por parte de un hombre.
Salgo perdiendo yo. Es más caro pasar la noche que una cena.
—¿Dependerá de la cena, no?
—No me digas que será una mariscada.
—No, no era eso… Yo había pensado que la cena podría ser tan ro-mántica,
no sé, por ejemplo, cenar con una vela o dos. La comida te la podría dar
masticada de mi boca a tu boca, incluir además alguna caricia entre bocado y
bocado…
—Para, cariño, estábamos hablando de romanticismo, no de cochi-nadas.
—Vale, vale, pero para mí, romanticismo…
El coche había parado en un semáforo. Francine acercó su cara a la de Óscar
y le dio un suave y cálido beso en la mejilla al tiempo que le decía:
—Te amo con toda mi alma, amor mío.
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Se apartó de él y, a continuación, le puso la mano izquierda en la nuca
acariciándolo y la mano derecha bruscamente buscó el miembro que parecía
despertar.
Óscar, inconscientemente, tuvo el reflejo de cerrar las piernas por un
instante, pero también al instante las abrió tanto como le permitía la anchura del
Ford Mondeo.
—¡Te comeré como un bombón de licor! —dijo Francine al miembro, que
respondió con voz de dibujos animados:
—Cómeme, cómeme…
A continuación de unas risas, Francine dijo:
—¿Qué has encontrado más romántico? ¿Lo primero o lo segundo?
—¿Tendrá relevancia lo que te conteste?
—No. ¿Por qué lo preguntas?
—Por si tuviera algo que ver con esta noche. Mi respuesta, pues más
romántico, lo primero.
—Te he engañado, sí tenía relevancia, esta noche solo habrá sesión de
romanticismo.
—No podrá ser.
—Verás si no.
—Es que yo también te he engañado, encuentro más romántico lo segundo.
—¡Ja, ja, ja, ja! Eso no vale, lo dicho, dicho está. Hagamos un trato, según
sea tu cena será tu hospedaje.
—Trato hecho.
¡Plaf! Sonó una palmada de manos como señal de juramento.
—Estamos de suerte, fíjate, hemos aparcado justo delante de tu piso.
Una pregunta, podemos cambiar el orden, son las nueve y media, no es muy
tarde.
—No, no, primero la cena tal como hemos jurado.
—Es verdad.
—Tramposillo…
Se bajaron del coche. Francine se dirigía al portal del edificio mientras
buscaba las llaves en el bolso.
—¡Taxi, taxi! Francine.
Ella se dirigió hacia el taxi, con cara de sorpresa.
—¿No íbamos por aquí cerca?
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—De la cena me ocupo yo.
—Vale, vale, no he dicho nada.
—¿Querías ir a tu casa?
—Al estar delante lo mismo aprovechaba para ir al baño, pero ya iré en el
restaurante. Lo del taxi, es porque te molesta conducir…
—Es por comodidad, por si nos tomamos una copa de más y porque el guión
de una cena especial lo exige.
—No me asustes, a ver si después mi hospitalidad no estará a la altura de la
cena.
—Tranquila, si esto sucede, te invitaré a que me devuelvas el dinero.
A los doce y pocos minutos abrieron la puerta del piso. Francine entró y,
cuando detrás de ella entraba Óscar, ella se dio la vuelta y se-
ñalándolo con el dedo índice y con cara seria le indicó que él no pasaría la
noche allí.
—Tengo dos cajas de cartón grandes, las deshago en un momento y te las
doy, no quiero que pases frío si duermes en el portal o aquí en el rellano de la
escalera, el trato es el trato.
—¡Esto no es justo! Tú has dicho que la cena te ha dejado embobada y mi
espectáculo te ha sorprendido. Tendrías que tener en cuenta que el único fallo
que ha habido ha sido culpa tuya por llevar falda en lugar de vaqueros. Lo demás
ha sido una insignificancia al lado de todo lo que hemos disfrutado.
—Entra, me has convencido.
Empezaron a reírse como se habían reído durante todo el trayecto en el taxi,
cuando Óscar dijo muy seriamente:
—Es que no tendrías que ser tan materialista.
La risa venía a cuento de que Óscar, al ir a pagar la cena, se encontró con la
tarjeta caducada y tuvo que pagar la cena ella.
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Capítulo II
Era diciembre, Madrid estaba lleno de luces que indicaban el nacimiento del
Redentor, como cada año.
Francine era una viuda sin papeles, pero no sin herencia, desde hacía dos
años. Se dedicaba a vivir de ella y del negocio de unas zapaterías bien situadas y
de tamaño mediano. La herencia, aparte de un buen pellizco, eran cinco pisos en
buenos sitios, tres locales hermosos y una casa muy grande en Móstoles, que le
permitían pasar sin apuros econó-
micos y poder llevar un nivel de vida acomodado.
Aquel día Francine se lo había montado para estar junto a su madre.
En el momento en el que iba a salir recibió una llamada.
—Tatiro… Tiro… Ta Tatiro… Tiro…
—Dime, Canelón.
—Hola, buenos días, Francine. ¿Tienes un ratito para hablar?
—Todo el rato que tú quieras… No, no pasa nada, es la puerta del piso que
he cerrado, me has pillado en el momento de salir, ahora voy al sofá a sentarme,
tú dime.
—Prácticamente está todo solucionado, digamos, preparado. Lo sé todo de
él, todo. Tendrás fotos comprometedoras y, por supuesto, la cinta que, por cierto,
ha salido de fábula, ya lo verás. Te mandaré el material por correo mañana
mismo.
—No, mañana no, mándamelo, por favor, dentro de quince días. ¿Me
entiendes?
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—Te oigo bien, pero no te entiendo.
—Escucha un momento y me entenderás, para empezar, tú te has retrasado
dos meses… Vale, hombre, que sí, que sé que es un trabajo muy complicado,
pero dos meses… Piensa que no quiero emplear más de dos o tres meses, porque
si son cuatro, cinco, creo que no lo soportaría. Lo que no entiendes es que mi
hermana, con sus dos hijas, viene a Madrid, o sea, a mi casa, dentro de dos días a
pasar la Navidad, por eso no quiero que me lo mandes. ¿Sabes qué? Que no me
lo mandes hasta que yo te llame. ¿De acuerdo?
—Sí, de acuerdo, hasta que tú me llames.
—¿Tienes que decirme algo más?
—Sí, algo que no te va a gustar.
—¿Cuánto?
—Con un kilito y medio de momento me apaño. Sabes que te dije que podría
costar un poco más.
—Mañana te mandaré un paquete exprés. Lo del piso de Tarragona,
¿cómo lo tienes?
—Bien, te tengo un piso por si vienes en enero, y si vienes en febrero tengo
otro que no está tan bien pero, vaya, que tampoco está mal.
—Coge el que dices que está mejor, si puedo iré en enero y, si no puedo, no
vendrá la cosa de un mes o dos de alquiler. Espero que no me tengas que decir
nada más, y no por que no quiera hablar, si no por que no quiero gastar… Que
no, hombre, que es broma. Si hay algo más me llamas, yo te llamaré dentro de
dos o tres semanas, que pases unas buenas Navidades y un feliz Año Nuevo…
Muchas gracias.
Francine miró el reloj y se mosqueó. «¡Joder, pobre mamá!, un día que
quería pasar entero con ella y ya no llego a tiempo de ayudarla en la comida.
Procuraré darle la cena».
En el momento en el que iba a entrar en la residencia le sonó el mó-
vil.
—Ya era hora de que me llamaras, pendón.
—Vaya recibimiento, en lugar de hola, cariño, ¿cómo estás?, ¡qué alegría oír
tu voz!
—Bueno, Patricia, cariño, ¡qué ilusión escuchar tu voz! ¿Así te gusta?
—¡Así me gusta, guapa! ¿Dónde estás?, ¿qué es lo que haces? Y ¿qué planes
tienes para hoy?
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Iba a entrar en la residencia, por una llamada no he podido estar con mamá
a la hora de comer y ahora mismo pensaba que a lo mejor llego a tiempo de
pelarle la naranja, pero llamando tú, ni eso.
¿No habrás comido, no?… Por tu madre no te preocupes que yo ya se lo
compensaré. ¿A que hora irás a comer?… Dos, dos y media, y si son las tres
tampoco pasa nada, ¿vale?… No te muevas que entraré si llego pronto y, si llego
tarde, te llamaré para que salgas y a tu madre la veré después de comer… Hasta
ahora, cariño.
Como un rayo bajó al comedor. Su madre estaba de espaldas, tuvo una
pequeña alegría al ver la naranja por pelar que en aquel momento cogía. Cuando
estuvo detrás de la silla le tapó los ojos. María no contestaba, estaba pensando en
cuál de las cuidadoras podía ser. Al acercarle la cabeza Francine, olió el perfume
y dijo:
—Francisca.
Francine la miró sorprendida y María dijo:
—Sí, Francisca, hija mía.
—Francine, mamá. —Mientras, sonreía a Asunción y Pepito le alar-gaba la
mano sin dejar de sonreír a su vez.
—No, hija mía, tú sabes que te llamaré siempre Francisca, como se llamaba
mi hermana, tu tía a la que no conociste.
—Estoy contenta porque aún puedo pelarte la naranja.
Después de contarle lo de las llamadas, Francine aprovechó el es-pléndido
día y salió con su madre al jardín, para tomar en un rincón la horita de sol que
quedaba. Inspeccionó la bolsa que llevaba detrás de la silla y exclamó.
—Mamá, ¿no haces la bufanda de Judit?
—¿La bufanda? La he terminado justo antes de comer. ¿A qué viene tanta
prisa?
Después de un rato, Francine contestó:
—Es que tengo ganas de mandársela estas Navidades. —Tuvo que hacer un
gran esfuerzo para no decirle que venían su hija Alicia y sus dos nietas a pasar la
Navidad y que a ella se la llevaría a casa durante todas las fiestas.
«Tengo un hambre que me muero», pensaba mientras miraba el reloj que
marcaba casi las tres. Iba a maldecir a Patricia, pero no tuvo tiempo porque la
vio mientras entraba al jardín.
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—Mira quién viene, mamá, a ver si conoces a la pendona esta.
—Tu madre ya sabe que no soy un pendón. ¿Verdad, María? ¡Pero qué guapa
que está!
—No, no, no.
—Lo ves.
—Si le dices que está tan guapa, cómo te va a decir que sí, que eres un
pendón.
Le dio dos besos y un abrazo como hacia siempre que la visitaba y una cajita
muy coquetona de unos bombones deliciosos.
—Pero, hija, ¿por qué te gastas tanto dinero en mí?
—María, si le tuviera que pagar su cariño, aparte de las veces que he comido
en su casa, con un barco lleno de bombones, aún no se lo pagaría.
María sonrió feliz. Francine se dio la vuelta porque se le escaparon dos
lágrimas.
—María, ahora la tenemos que dejar un ratito sola mientras comemos.
Vamos aquí cerquita, sabe, aquel restaurante al que fuimos hace unos tres meses.
—El día de tu cumpleaños mamá, el cuatro de septiembre, casi cuatro meses.
—Comimos muy bien allí.
—Hoy no comeremos tan bien, nos tendremos que conformar con un menú
de currante.
Dejaron a María en el comedor y se fueron al restaurante que tenían a menos
de cien metros.
Mientras comían, Francine reprochó a Patricia que hacia casi un mes que no
la había llamado, pues siempre era ella quien llamaba. Esta se disculpó
diciéndole que le sabía muy mal por su madre especialmente, justificándose
porque había hecho reformas en su negocio, una tienda de ropa interior y
mercería.
El camarero se acercó a la mesa.
—¿Tomarán café?
Patricia miró a Francine y le dijo:
—¿Recordamos viejos tiempos? Va, dime que sí.
—Venga.
—Dos cafés y dos whiskys con hielo, Chivas.
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—Patricia, te lo digo antes de que te termines el whisky porque ya vas un
poco borracha y después no te acordarás de nada. ¿Tienes algún plan especial
durante los cuatro o cinco meses próximos?
—Creo que no, lo único que hace un mes que Alberto y yo no tomamos
precauciones.
Francine se puso tan seria que Patricia no tuvo valor para engañarla un rato
más.
—¡No me jodas, tía!
—Que es broma, que me acuerdo, tonta.
Francine le dedicó una mueca y Patricia no pudo reprimir la risa.
—Deja de reír y escucha. Hoy me ha llamado Antonio Canelón y me ha
dicho que lo tiene todo preparado.
—Francine, te diga lo que te diga no me harás caso, ¿verdad?
La mirada y el silencio de Francine fueron una contestación que Patricia
entendió perfectamente.
—En ningún momento lo digo por mí, por el hecho de que te tengo que
ayudar.
—Lo sé, Patricia, y me gustaría poder hacerte caso, pero es superior a mí.
Esta venganza ha crecido dentro como un hijo deseado. Estoy a punto de parir.
Acabaron de beberse sus whiskys, se fumaron un cigarrillo y luego se fueron
a pasar toda la tarde con María.
—Oye, que no se te escape que viene Alicia pasado mañana, que es una
sorpresa.
—No creo, pero con lo despistada que soy, mejor que me lo recuerdes.
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Capítulo III
La masía de Pujolet, estaba situada en el término municipal de Montort, en la
provincia de Tarragona. Allí vivían Francisco Fabián, su esposa María Fontana y
su hijo Francisco. Su hija Alicia hacía un año que se había casado y vivía en
Barcelona. Francisco trabaja de agricultor en la propiedad desde que se casó.
Hacía unos cuantos años que vivían allí.
Tanto él y su esposa eran de un pueblo de Córdoba. Ambos, como muchos
andaluces, habían emigrado a Cataluña en busca de trabajo.
Francisco llegó con el carro a la masía. Había acabado la semana de trabajo,
ya que en aquellos años se trabajaba hasta el sábado al mediodía.
—¡Francisco! ¡Francisco!
En lugar del hijo, salió María a recibirle.
—Hola, chiquet. Francisco esta jugando con las niñas de la masía de San
Juan, no creo que tarde mucho, chiquet.
—Ya quisiera yo ser un chiquet, no estaría tan cansado.
—Esta tarde y mañana te recuperarás y, si te portas bien, esta noche te daré
un masaje.
—Toma, es de tu hija.
—¿Qué dice?, ¿cómo no la has leído?
—Es que es para ti. No, no la he leído porque me he despistado pensando en
lo de la casita del pueblo.
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Barcelona, 1-4-1969
Queridos padres y hermano:
Espero que estéis todos muy bien, nosotros estamos bien, gracias a Dios.
Esta semana teníamos pensado ir a la masía para daros la noticia de que se-
ríais abuelos, pero no ha podido ser porque la semana pasada perdí el hijo que
llevaba, estaba de un mes y medio, me dijeron los médicos. Estuve dos días en el
hospital, pero no os preocupéis porque los médicos me han dicho que estoy muy
bien y que dentro de dos meses ya puedo volver a quedarme embarazada.
¡Tendréis que esperar un poquito más para ser abuelos, aprovechad este tiempo
que aún sois jóvenes! Esto es broma, mamá. No te preocupes por llamar ni
escribir, porque la semana que viene iremos a la masía Florentino y yo, si Dios
quiere. De parte de Florentino, le dices a papá que vaya a buscar caracoles y,
también de parte de tu yerno, te digo a ti que prepares aquella salsa que todos los
amigos de la fábrica tienen ganas de probar por la propaganda que te hace
Floren. La semana que viene ya os contaré más cosas, sin más, me despido de
vosotros. Recibid un fuerte abrazo de vuestra hija y vuestro yerno que os quieren
mucho. Un beso muy grande para Francisquín.
María se había sentado a leer la carta en el banco de piedra que te-nían
debajo del níspero que había en la fachada de la masía. Francisco había
desenganchado la mula del carro y la había llevado al establo. Al volver se
asustó al ver que María lloraba.
—¡María! ¿Qué ha pasado?
—No, nada, no ha pasado nada que no tenga solución, lloro de emoción,
hombre.
—¡Joder, qué susto!
Se secó las dulces lágrimas y le leyó la carta a Francisco, que también se
emocionó, aparte de alguna lágrima que iba por el disgusto de la pérdida del
esperado nieto.
—Vaya con tu yerno, encima de quitarnos la hija le tendré que ir a buscar
caracoles.
Después de unas risas apareció Francisquín. La masía de San Juan estaba a
unos trescientos metros de distancia.
—Mira, ya viene Francisco. Venga, a comer. Nene, la semana que viene
vendrá tu hermana.
—¡Oh, qué bien!, ya tengo ganas de verla y, a lo mejor, me trae algo.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Eso, eso, por eso tienes ganas de que venga tu hermana.
—Hola, papá.
—Hola, hijo, ¿cómo tienes la cara tan pintada?, tienes los labios que pareces
una niña. Venga, ve a limpiarte los morros.
—Ha sido Angelita, es que jugábamos a papás y mamás.
—¡Qué no te dejes pintar más los labios te digo!
María, que estaba en la puerta de la masía se apresuró a coger a Francisco
para lavarle la cara y con un gesto con el brazo, indicó a su marido que no le
riñera tanto.
En la mesa, mientras comían, Francisco les dio la noticia de que pronto se
irían a vivir al pueblo.
—El señor Don Miguel está de acuerdo con que vivamos en el pueblo, lo que
pasa es que la casita es muy pequeña y, claro, no nos dejará que vivamos en la
casa grande, pero, de todas formas, podemos vivir en la casita pequeña, he visto
una casa con un patio en el que podríamos tener los animales, es la de la calle de
San Isidro, donde vivía la madre de Antonio Rocamora, el albañil. Hace dos
años que murió aquella mujer. La casa está bastante bien y el alquiler nos lo deja
en un buen precio. ¿Te gustaría a ti vivir en el pueblo?
—¡Claro que sí, papá! No tendría que madrugar tanto cada día, ni andar dos
kilómetros, ni pasar mucho frío en invierno, ni mucho calor en verano.
—Ni tampoco yo te tendría que llevar muchos días en la Mobilette, ni mamá
ir hasta el cruce de caminos los días que te retrasas, ni ir a llevarte un paraguas
algún que otro día que llueve sin esperarlo. En fin, que quizás ganaríamos todos.
Pero a lo mejor no todo son ganancias, alguna cosa perderás.
—¡La bicicleta! ¿No me comprarás la bicicleta, papá?
Francisco padre y María se miraron, al ver la cara de pena de su hijo y, entre
sonrisas, le dijeron que aunque no la necesitaría para ir cada día al colegio se la
comprarían si aprobaba el curso.
—¡Bien! ¡Qué susto me has dado, papá!
La semana siguiente estuvieron haciendo planes para ir a Montort a vivir.
Habían descartado la casita que les ofrecía el dueño de las fincas que trabajaban,
por pequeña y por estar en muy mal estado, y se había quedado con la de la
difunta madre de Antonio Rocamora, amigo de 19
Alma Retsem Klol
Francisco. Esa circunstancia había valido la pena por el buen trato
conseguido, que consistía en preparar la casa durante todo el verano, o sea,
tranquilamente, y no empezar a pagar el alquiler hasta el mes de octubre, que era
cuando había quedado con Don Miguel en que abandonarían la masía.
El sábado por la tarde, tal como había dicho Alicia en la carta, ella y su
marido bajaban del tren procedente de Barcelona en la estación de Montort a las
seis y media de la tarde, con media hora de retraso que, en aquellos tiempos, era
una insignificancia. A unos trescientos metros de la masía vigilaba María para
ver si Alicia y Florentino se apeaban.
Alicia desde el andén, divisó la silueta de su madre.
—Saca el pañuelo, Floren.
Al ver el pañuelo, María también agitó los brazos. A los pocos minutos,
madre e hija se fundieron en un abrazo muy emotivo.
—Pero, ¿por qué vais tan cargados, hijos?
—No tanto, mamá, mira, esta bolsa más grande es todo ropa de su madre y
su padre que iban a tirar y he pensado que para el trabajo aquí en el campo, igual
alguna cosa te sirve y, si no, la tiras. Lo demás es un pastel para esta noche o
para mañana y un regalo para Francisquín.
—Qué contento se pondrá, no sabes tú las ganas que tiene de veros.
Sí, sí, a Floren también. Está en la masía de San Juan. Siempre que puede
está ahí jugando con las niñas. ¡Le da una rabia a su padre que siempre esté allí
con las niñas!, aparte de que ya sabes que Cornelio nunca le ha hecho gracia.
—Papá tiene razón. Te acuerdas que de pequeña, bueno de jovencita, a mí
también me daba miedo, incluso su hijo que, siendo bastante más joven que yo,
no me gustaba. No le veía travieso, le veía malo. A las ni-
ñas prácticamente no las conozco, pero a Dolores se la ve una santa.
—Eso sí, Dolores es muy buena mujer.
Al pasar por la masía de San Juan, que aún estaba más cerca de la estación
que la masía de Pujolet, tanto María como Alicia gritaron el nombre de
Francisquín, por si les oía. También se sumó Floren, que con dos fuertes silbidos
hizo que el niño se asomara por una esquina y les viera. Como un rayo, salió
corriendo hacia ellos hasta llegar a los brazos de su querida hermana.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Hola, Francisco, cariño mío.
—Alicia, ¿cuántos días te quedarás?
—Esta noche y mañana hasta las siete, que es cuando pasa el último tren a
Barcelona. Pero dentro de dos semanas, que será Semana Santa, pasaremos cinco
días en la masía.
—¡Qué bien! —gritó Francisco entusiasmado.
Al ver la alegría de Francisco, Alicia le alargó uno de los dos paquetes
envueltos que llevaba.
—Toma, esto es para ti. Es para cuando estés aburrido en casa. Te ayudará a
pasar el tiempo.
—¡Hay cinco!
Francisco ya había abierto la caja que contenía cinco rompecabezas.
Floren, que se había retrasado un poco, se le acercó al oído y le dijo al niño
que estaba observando el regalo:
—¿Ves aquella caja tan grande?, también es para ti.
Con unos ojos como platos, Francisco miró la caja y preguntó:
—¿Qué es tan grande?
—Cuando lleguemos a la masía. No se puede abrir porque se podrían caer
piezas.
Alicia se dio cuenta de que Floren ya lo había dicho.
—¿Piensas qué puede ser, o ya lo sabes? —dijo Alicia.
Miró a Floren que no pudo evitar una sonrisa de culpabilidad por habérselo
dicho.
—Esto te lo regala Florentino.
El guiño de Floren a Francisco, que correspondió con una amplia sonrisa,
evitó ningún comentario más al respecto.
—Francisquín, por Semana Santa no tendrás ningún regalo más.
Bueno, la mona por ser tu madrina, sí.
Antes de entrar en la masía, Alicia le dio el gran paquete al chico.
Todo eran exclamaciones de alegría y abrazos para Alicia y Floren. El fuerte,
los federales, los vaqueros, los indios, los caballos, las caravanas, etc., hicieron
que aquel día fuera para el chico uno de los más felices de su infancia y que
jamás olvidaría.
Después de dejar las bolsas e ir a la habitación para dejar los enseres
personales y la poca ropa que habían traído, Floren le pidió a María unos
pantalones y un jersey viejo de su suegro.
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Alma Retsem Klol
—Toma, Floren. Los zapatos no sé si te irán bien… te los pruebas. Ya sé que
vas a buscar espárragos, seguro que encuentras.
—Francisco, ¿me acompañas? Venga, hombre.
—¡Mamá! Me voy a buscar espárragos con Florentino.
Después de la alegría del fuerte, no le podía decir que no.
Había pasado un buen rato cuando madre e hija salieron de la masía al oír
que llegaba la Mobilette cargada de cestos y bolsas llenas de pro-visiones para
pasar la semana.
—¡Papá! Hola, papá.
—Hola, hija. ¿Y Florentino?
—Con tu hijo a buscar espárragos.
—Qué os parece si esta noche vamos al cine, ponen una película muy buena.
—¿Cuál?
— Ben-Hur.
—Claro que sí, Francisco, es una película muy bonita, me han dicho.
Dura tres horas por lo menos.
—Sí, tiene que ser larga porque empieza a las nueve y media, cuando
normalmente el sábado que ponen cine empiezan a las diez y media.
—Pégale dos silbidos a los de los espárragos, a ver si vienen, porque
tenemos que cenar enseguida. Después del cine supongo que volveremos a la
masía con el Sisco de la Pepita, ¿o vendremos a pie?
—Volveremos y también iremos con el Sisco de la Pepita. Le he dicho que a
las nueve esté aquí.
—Muy bien hecho, chato. Venga, hija, ven a la cocina que me ayudarás a
preparar los bocadillos para la media parte.
A los pocos minutos entraron en la masía Floren y Francisquín con un
manojo de espárragos impresionante.
—¡Virgen Santísima! Haremos una buena tortilla, y los que sobren te los
llevas para Barcelona y coméis espárragos quince días.
Después de saludar a su yerno, Francisco le dijo a Francisquín los planes que
tenían para aquella noche.
No podía ser un día más redondo para el niño. El fuerte e ir al cine en sábado
era demasiado. Lo malo, que no pusieran una de vaqueros en lugar de una de
espadas, pero bueno, esto no le desilusionaba del maravilloso día que estaba
pasando.
22
Capítulo IV
17 de diciembre de 1993, estación de Atocha.
Francine y Patricia estaban en Atocha esperando el Talgo procedente de
Barcelona en el que viajaban Alicia y sus dos hijas, Marta y Judit.
Los altavoces de la estación anunciaban ya su llegada y Francine estaba tan
nerviosa que no se enteraba.
—¿Han dicho el Talgo?
—Sí… Talgo procedente de Barcelona efectuará su llegada dentro de dos
minutos por el andén cuarto, vía séptima. ¿Lo has escuchado bien ahora?
—¡Mira! Ya llega.
Francine no podía esconder la emoción que sentía por ver a su hermana y a
sus sobrinas. Patricia la cogió de los brazos por la espalda.
—Cariño, que te vas a caer en las vías.
—Hasta me tiemblan las piernas, Patricia.
—Allí he visto a tu hermana —dijo esta con el brazo estirado y el dedo
índice indicando el lugar.
Francine miró hacia el sitio señalado, vio a su hermana y levantó sus brazos
justo en el momento en el que un tren se interpuso.
—¿Te ha visto tu hermana?
—¡Qué va!
Se dirigieron a la boca de los túneles que venían de los andenes. Al ver que
subían las tres por las escaleras no pudo esperar y bajó siete u ocho peldaños
para abrazarlas entre besos, exclamaciones, sollozos y 23
Alma Retsem Klol
lágrimas. Después, Alicia y las niñas saludaron a Patricia a la que ya
conocían y se fueron en un taxi a casa de Francine.
Eran las doce del mediodía y Francine le pidió a su amiga que se quedara
con ellas a comer. Llamó a la residencia y les comunicó que no prepararan la
comida a su madre. Después de consultar con Patricia, llamó al restaurante
donde ya habían estado otras veces para encargar una mesa para seis.
Mientras llegaba la hora, Marta, de veintidós años y Judit, de veinte, se
fueron a dar una vuelta por las calles de Madrid. Francine, por su parte, empezó
a preparar la sorpresa para su madre.
—Alicia, tú y las niñas esperaréis en la mesa del restaurante. Patricia y yo
iremos a buscar a mamá.
—Tengo unas ganas de ver a mamá, que no sé si voy a aguantar.
—Tú aguanta, que tengo planes para que puedas ver a mamá cada día.
Habrás pensado en lo que te dije. ¿Verdad?
—Lo tengo pensado y decidido, no te podrás quejar de tu hermana.
—Qué alegría me das, porque ¿supongo que esto es a lo que vienes a
Madrid? —Mientras hablaba le dio un abrazo y muchos besos.
—Solo falta un pequeño detalle relacionado con Florentino; digo pequeño
porque creo que saldrá bien… está relacionado con el trabajo.
Resulta que en la fábrica hacen reducción de plantilla y, aunque a él no le
afecta, lo puede arreglar con un compañero que no quiere jubilarse hasta dentro
de tres años por lo menos. En la empresa le han dicho que seguramente se podrá
hacer aunque, oficialmente, aún no sabe nada. O
sea, que si la empresa dice que no, como tú comprenderás…
—No continúes. Tranquila, que si solo se trata de eso, tú te vienes a Madrid
como yo me llamo…
—¡Ja, ja, ja! Una cosa que me ha dicho Floren… en el contrato quiere que
incluyas una entrada al Bernabeu cada vez que venga a jugar el Barça.
Se prepararon para ir al encuentro de María Fontana, la protagonista de la
fiesta y cabeza de familia que solo buscaba verlos a todos juntos a su alrededor.
Era su máxima ilusión real, real porque se podía cumplir como se cumpliría
dentro de nada.
A la una y media Francine y Patricia estaban en la residencia preparando a
María para la sorpresa.
24
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Los guantes, María, que hace frío.
Patricia terminaba de abrocharle el abrigo en el recibidor cuando llegó
Francine con las dos bufandas envueltas en papel de regalo.
—Son las bufandas, mamá, que después me las llevaré a casa porque tu
querida hija y tus nietas vendrán dentro de tres o cuatro días. ¿Tienes ganas de
verlas?, ¿eh, mamá?
—Muchas, hija.
Patricia bromeando las interrumpió.
—María, no le diga eso a Francine que se pone celosa.
Francine, que estaba detrás de la silla de su madre le dedicó una mueca a
Patricia sacándole la lengua, y esta no pudo evitar una risita burlona que también
hizo sonreír a María. Francine llevó a su madre hasta la puerta del restaurante.
—Que te digo que dejes la silla, Francine. Te pones al lado de tu mamá y
disfruta de su emoción, venga, deja —dijo Patricia en voz baja.
El comedor era una sala grande de forma triangular con un rincón frontal en
el ángulo más cerrado, que estaba separado por tres escalones y una barandilla.
Era otra sala había tres mesas, dos juntas para seis personas y una al lado, de
cuatro, que estaba vacía.
Alicia y sus dos hijas estaban sentadas a la mesa de seis, de espaldas al
comedor principal. La silla de María fue avanzando hasta llegar a los tres
peldaños, donde dos camareros estaban esperando para subirla al comedor. Una
vez arriba, Patricia volvió a coger las manillas de la silla de ruedas y Francine
hizo sitio para colocar en el centro de la mesa de seis, a su madre.
María no entendía nada al ver que la instalaban en aquella mesa, hasta que
tuvo de frente a su hija y sus nietas.
—¡Hijas mías! —dijo mientras abría los brazos para abrazarlas a todas
juntas.
Se levantaron las tres a la vez y después de un pequeño alboroto de sillas y
exclamaciones, se dieron miles de besos y abrazos alrededor de María. A los
pocos instantes se sumaron al barullo Francine y después Patricia.
Todas tenían los ojos empapados de lágrimas de felicidad.
Uno de los camareros, el más joven que tendría unos veinticuatro o
veinticinco años, que sabía un poco la historia, no pudo evitar que se le 25
Alma Retsem Klol
saltaran las lágrimas. Se dio media vuelta y con el pañuelo se secó los ojos.
Francine, que se dio cuenta, se le acercó por la espalda, le puso la mano en el
hombro y le dijo:
—Oye, ¿te has emocionado al vernos llorar a nosotras? —Mientras le
dedicaba una simpatiquísima sonrisa.
—Sí, un poquito, sobre todo por la señora de la silla que supongo que es su
madre, que ya he visto con usted comiendo aquí y alguna vez las he servido yo
mismo.
—Sí, sí, ya me acuerdo. Pues ves, aquellas mujeres de allí, las que
esperaban, son mi hermana y mis sobrinas.
Francine le dio dos cálidos besos al camarero y le pasó el dedo pulgar por
debajo del ojo del que se le escapaba una pequeña lágrima.
—¿Tienes novia?
—No —respondió el muchacho.
El alboroto se estaba calmando. María estaba en el centro de la mesa y tenía
una nieta a cada lado con las bufandas colgadas de los respectivos cuellos.
Francine dijo a Roberto, el camarero, que ya podía servir la comida.
Este se fue a buscar los primeros platos pensando por qué Francine le habría
preguntado si tenía novia. Cuando entró en la cocina, el otro camarero le dijo al
oído:
—Tío, ¿tú eres consciente de cómo está la tía? He visto que te ha dado un
par de besos. Todos los tontos tienen suerte. Me tendré que consolar pensando
que no soy tonto, cabrón… Te ha dejado pintalabios en la mejilla, aquí. —Le
indicó con el dedo.
Después de comprobar que nadie le veía, Roberto se chupó el dedo y se
limpió el carmín rojo sangre. A continuación, miró a su compañero mientras
lamía su dedo manchado con todo el descaro del mundo, po-nía los ojos en
blanco y con la otra mano se apretaba y refrotaba el miembro.
—Ahora ponme cachondo a mí, cabrón.
—¡Ja, ja, ja…! Hasta me atrevería a decir que me ha tocado con la lengua.
—¡Qué más…!
—Lo que sí te juro es que me ha preguntado si tengo novia.
—¡Anda ya!
—Te lo juro, Pepe.
26
Haré que jamás puedas vivir sin mí
A las cuatro y media aún estaban tomando café. Óscar, el novio de Francine,
se había podido escapar un momento del despacho para estar también en la fiesta
de María.
Alicia se levantó y fue hacia el teléfono público. Después habló con Roberto,
el camarero y volvió a la mesa. Al cabo de dos minutos Roberto se acercó y le
dio a María el teléfono inalámbrico.
—Hola, yaya, ¿qué em coneixes?
—Floren, hijo, ahora sí que estáis todos conmigo. ¡Qué alegría me das y qué
ganas tengo de abrazarte! Queda poco, me ha dicho Alicia que vienes dentro de
dos días… Adiós, hijo mío.
María, dirigiéndose a Francine y a Alicia les dijo:
—Suerte que tengo el corazón fuerte. Es que no os habéis dejado ningún
detalle. Dudo que haya hoy en todo el mundo una persona más feliz que yo.
—Aún no se ha acabado todo, mamá.
María que también tenía sentido del humor, miró a su nieta Marta y le dijo:
—No me dirás que ahora va a entrar por la puerta tu novio.
— Freda, freda, ávia és més emocionant que veure al meu Ramonet.
— Com m’agrada que em parleu en catalá.
— Doncs, esperat, ávia.
Después de que Judit leyera una dedicatoria de las dos nietas a su abuela en
catalán, todos, incluso Óscar, volvieron a llorar. A este se lo iba traduciendo
Francine y también aprovechó Patricia que entendía algo, pero no todo. Judit
acabó diciendo que se quedaban todos a vivir en Madrid para estar con ella en su
piso.
Se volvieron a abrazar todas a María que tenía sus ojos azules que parecían
dos lagos desbordados.
Francine se puso a reír cuando vio que Roberto, que estaba cerca, se secaba
los ojos. Cuando se calmaron le pidió la cuenta. Después de darle una buena
propina por lo simpático y agradable que era, se levantó, se separó unos pasos
con él y llamó a sus dos sobrinas.
—¡Niñas! Roberto me ha dicho que no tiene novia y como es un chico,
aparte de muy guapo y muy simpático, se ha ofrecido para salir con vosotras el
día que queráis, que os enseñará el Madrid de la juventud.
27
Alma Retsem Klol
Se dieron dos besos de salutación cada una con Roberto y Francine le hizo
una apreciación.
—Una cosa, Roberto, ya ves que las dos son muy guapas. Marta tiene novio
y está muy enamorada, pero Judit no tiene novio.
—Me conformo con Judit, es muy guapa… ¡ja, ja, ja!
—Una cosa negativa, son forofas del Barça.
—Tranquilas, yo soy del Atlético, o sea que somos primos.
Judit hizo una referencia en catalán que hizo que todas se pusieron a reír.
— Com més cosins més endins.
Francine tradujo a Roberto diciéndole que significaba, «cuanto más primo
más me arrimo».
—Empiezo a pensar que las catalanas sois más avanzadas que las
madrileñas, me lo tendrás que seguir demostrando, Judit…
—Las catalanas más avanzadas no sé, pero los madrileños más rápidos, sí.
Después de unas carcajadas, Roberto dijo que todo era broma y le recordó a
Judit que era ella la que había empezado.
Óscar ya se había despedido de las demás porque tenía una tarde ajetreada en
el despacho. Se iba a despedir de Francine cuando Marta le dijo:
—¡Uy! Óscar, casi mejor que te vayas, mira, uno del Atlético y tres del
Barça.
—¡Uy! Marta, me parece que te equivocas o hay alguien que te ha engañado
—dijo mientras miraba de reojo a Francine quién, con una sonrisa burlona, le
decía con la cabeza que no a su sobrina.
—Nos engañas, Óscar, y más te vale, porque si es verdad que la tieta se ha
hecho del Madrid, cuando venga su cuñado de Barcelona, es que te quedas sin
novia.
Después, Óscar se dirigió a Roberto y mientras se iba y se reía le dijo:
—Los del Atlético sois peores que los del Barça.
—¡Ay! merengues… que dentro de quince días os vamos a merendar.
—¿Esto lo habrás soñado, verdad?
—Si aún estáis en Madrid, espero que vengáis al Calderón.
—Si es para ir en contra del Real, nos hacemos colchoneras.
28
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Así me gusta. Además, os voy a regalar una bufanda del Atlético casi tan
guapa como estas que lleváis.
—Seguro que serán guapísimas las bufandas, pero como estas que
llevamos… Nos las ha hecho la ávia, o sea, la abuela.
—Son guapas y además os quedan muy bien.
Francine que había ido hasta la calle a despedirse de Óscar, volvió con la
juventud.
—Roberto, toma, es una tarjeta mía para que tengas el teléfono.
—Gracias, pero llegas tarde, ya nos los hemos dado.
—Pero niñas, ¿qué pensarán de las catalanas?
—El viernes, si quereis salir, me llamáis vosotras al mediodía. El sá-
bado quedamos a las nueve, os iré a buscar a vuestra casa y cenaremos con
mi panda. El viernes será a partir de la una de la madrugada, que es cuando
termino el comedor, más o menos. Si no estáis muy cansadas espero que me
llaméis para salir a tomar una copa.
—No se hable más, si el sábado nos vienes a buscar tú a nuestra casa,
mañana viernes a la una de la madrugada nosotras estaremos aquí. ¿Te parece
bien?
—Estupendo, si queréis podéis venir un poco antes, a veces terminamos a las
doce y media.
Se despidieron con un par de besos y se encontraron con Alicia que les traía
los abrigos y los bolsos a cada una.
Llegaron a la residencia. Francine, Alicia y sus hijas se quedaron en el
recibidor haciendo planes. Patricia acompañó a María hasta el comedor donde
pasaba todas las tardes.
—¿Lo has pasado bien, María?
—Bien es poco, soy tan feliz que…
—Tan feliz, ¿qué?
—Es algo extraño, como si fuera una felicidad eterna.
—No eres tú sola, María, todos hemos sido hoy muy felices. Y el domingo
en casa, ¿tienes ganas de salir de la residencia? Pero no te preocupes que cada
vez que quieras te acompañaremos aquí a saludar a Asunción y a los demás
amigos.
—Bueno, mamá, te dejamos toda la tarde con tus nietas, nosotras nos vamos
al piso a limpiar y después nos iremos de compras. Nenas, cuando mamá haya
cenado, venid a casa.
29
Alma Retsem Klol
A todos los que pasaban al lado de su mesa, María les decía orgullosa que
eran sus nietas de Barcelona. Pasó casi cuatro horas contándoles cosas de cuando
su madre y su tía eran pequeñas y vivían en la masía.
— Adèu ávia, demá vindrem tot el dia, i ens acabarás d’explicar perqué
vareu marxar del mas i vareu venir a Madrid.
—Todo os lo voy a contar.
A la mañana siguiente, todas dormían tranquilas y profundamente por el
cansancio y el ajetreo del día anterior, cuando a las siete y media sonó el
teléfono. Francine, que compartía cama con Alicia, cogió el supletorio que tenía
en la mesita de noche.
—¡Diga!
—Es Francisca Fabián, hija de María Fontana. Soy la directora de la
residencia de su madre, Marisa Quijada.
—Sí, sí, ya la conozco. ¿Qué ha pasado?
Alicia, solo con ver la cara que ponía Francine, notó que algo grave pasaba.
—Siento mucho darle esta noticia, su madre ha muerto esta madrugada, no
sabemos a qué hora. El médico está a punto de llegar. Lo siento muchísimo,
todos queríamos mucho a su madre. Haga lo que tenga que hacer y no corra, no
tocaremos a su madre hasta que usted haya venido.
Francine miró a su hermana que se estaba vistiendo toda nerviosa y con los
ojos empapados, dijo llena de profundo dolor
—Mamá…
Las dos estuvieron abrazadas llorando sin pronunciar una palabra durante
unos minutos. Al volver a la triste realidad, ninguna de las dos creía que su
madre había muerto. Lo sabían, pero no podían aún asu-mirlo, ni creerlo y
mucho menos entenderlo, pero como pudieron se hicieron cargo de la situación.
Se lo dijeron a las niñas, a las que les sucedió algo parecido y llamaron a todos
los familiares y amigos. Después, Alicia y Francine se fueron a la residencia,
dejando a las niñas que se acabaran de arreglar.
Iban caminando por la calle sin pensar, cuanto más se acercaban más
ralentizaban su paso inconscientemente. Sin enterarse se encontraron delante del
cuerpo sin vida de María Fontana que, más que muerta, parecía que estaba
durmiendo felizmente.
30
Haré que jamás puedas vivir sin mí
A los dos minutos de estar en la habitación y después de haberle dado
muchos besos y muchos abrazos a su madre, entraron en la habitación la
directora del centro y el doctor. Ella les dio el pésame y pasó la palabra al
médico.
—Señoras, su madre ha muerto a las cinco y media de la mañana,
aproximadamente. Sé que no les puede servir de consuelo pero ha muerto sin
enterarse, se ha dormido y ya no ha despertado. Ha sufrido un infarto fulminante,
el hecho es que tenía los ojos cerrados y la boca, ya lo ven, casi cerrada del todo.
Se producen pocas muertes tan dulces, por decirlo de alguna forma, su madre no
ha sufrido ni un segundo.
El doctor les dio el pésame y se retiró, después la directora les dijo como
funcionaba la funeraria y la rapidez con la que trasladarían a la difunta al
tanatorio.
Francine le pidió un tiempo, que sería poco, hasta que las niñas llegaran. En
aquel momento entró Patricia que, llorando, fue directa a la cama a abrazar a
María y llenarla de besos como si de su madre se tratara. Después apareció
Óscar que se abrazó a Francine y a Alicia. Llegaron por último Marta y Judit y
se multiplicaron los besos y abrazos entre todos. Marta le dio un beso a María en
la frente, después de haber acariciado con sus manos las mejillas.
Judit, más sensible, no quiso ver a su abuela, pero no podía dejar de pensar
en si algún día se arrepentiría de no haberla querido ver. Marta, que conocía bien
a su hermana, se dio cuenta de lo que le pasaba.
—¡Judit! L’àvia està com si dormís, no cal que la toquis, però si te la mires i
li dius el que vulguis, crec que et sentiràs millor que si no la veus, ja veuràs vine
amb mi.
Judit se dejó llevar y Marta la guió por el lado de la cama que creyó que
María estaba mejor. Judit giró los ojos muy despacio y se sintió muy bien al ver
que soportaba la impresión.
— No tinguis por —le dijo Marta que le cogió la mano y la alargó hasta que
los dedos de ambas tocaron la mejilla de María.
Judit se sintió valiente después de haber tocado a su abuela y se lo agradeció
a su hermana, aunque también agradeció que hubieran entrado los de la funeraria
y les hicieran salir al pasillo para llevarse el cuerpo.
En el tanatorio, todos se culpaban por haber emocionado tanto a María el día
anterior, creyendo que con ello habían provocado que su 31
Alma Retsem Klol
corazón no aguantara. Viendo cómo se sentían, Patricia, en un momento en
que estaban solas en un rincón Francine, Alicia y las niñas se les acercó y les
dijo dirigiéndose más a la primera.
—No os sintáis culpables de nada, además, creo que es absurdo sentirse
culpables por haber querido tanto a mamá. Ya sabes, Francine, que alguna vez
estando contigo la llamaba mamá, pero no sabes que cuando iba a verla yo sola,
siempre la llamaba mamá, a ella le encantaba, creo.
—Cada vez que tú la habías visitado sola, al día siguiente mamá me decía lo
feliz que tú la hacías llamándola mamá.
Después de abrazarse llorando, Patricia continúo.
—No he terminado. Yo me siento más culpable que nadie. Escúchame…
Francine, si ya lo sé. Déjame hablar. Ayer, cuando en un momento me quede sola
con mamá, me dijo que era tan feliz que… Ahora entiendo qué quería decir que
era tan feliz que se podía morir de felicidad.
Dijo que sentía una felicidad eterna. Os lo tenía que haber dicho, pero
viéndola tan bien, cómo podía pensar…
Marta, que aparte de Francine era la más entera emocionalmente, con un
cierto enfado y dirigiéndose a su madre más que a los demás les dijo que debían
cambiar el chip.
—Creo que estamos actuando como si pudiéramos haber salvado la vida a la
àvia. Debemos pensar en positivo, y positivo es pensar que la yaya tenía ochenta
y dos años, que iba en silla de ruedas y que si se hubiera puesto enferma del
estómago o le hubiera dado otra pequeña embolia lo podía haber pasado muy
mal y sufrir mucho. Y
tú y mamá que sois sus hijas no la habéis dejado ni un momento, hasta el
punto de cambiar nuestra vida, aunque todo gracias a ti, tieta. Si me concedieran
un deseo, pediría morir como la àvia y sentirme tan querida.
Todas coincidieron con Marta y le dieron un abrazo.
A la mañana siguiente, después de la ceremonia religiosa, se trasla-daron
todos al cementerio. Floren, que había llegado el día anterior cuando el tanatorio
estaba cerrado, no había visto a María y tenía ganas de hacerlo. Antes de que los
funcionarios del cementerio introdujeran el féretro en el nicho, pidió que
abrieran la caja. Francine y Alicia le acompañaron. Patricia, cogió rosas y
claveles rojos de las coronas y se acercó a la caja abierta y las esparció por el
cuerpo de María.
32
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Las lágrimas no paraban de brotar como si fuera la lluvia fina de invierno
que suavemente empapa la tierra. Eran lágrimas de amor que hacían que el dolor
intenso por la pérdida, quedará en segundo plano.
Eran lágrimas dulcemente amargas.
El día siguiente al entierro era domingo, Marta y Judit habían ido a la
estación de Atocha a buscar al novio de la primera.
Después de comer todos juntos y deshacer los planes que tenían preparados,
Francine les suplicó que se fueran a Barcelona y que sería ella la que a la semana
siguiente iría a pasar unos días con ellos.
Roberto, que también había acudido al tanatorio a darles el pésame, había
quedado aquella tarde de domingo en enseñarles a Marta, su novio y a Judit un
poco Madrid.
33
Capítulo V
Mayo de 1970, masía de Pujolet.
Francisquín, que había cumplido doce años, lo estaba celebrando en la masía
con Rosario y Angelita, las amigas y vecinas de la masía de San Juan.
Después de comer chocolate caliente y una tarta que había preparado María,
se fueron los tres a la casa de las niñas. Mientras estaban jugando como hacían
tantas veces a médicos, apareció Cornelio hijo, que tenía diecisiete años
cumplidos y la misma mala leche que su padre, un hombre que dominaba el
entorno familiar con muy pocas contempla-ciones y menos principios.
Había dejado el ciclomotor, una Derbi de 49 cc, a la entrada de la masía y
subido a su habitación a tumbarse un rato en la cama. Su padre terminaba de
trabajar una hora más tarde, y la madre en aquel momento estaba cuidando del
huerto que distaba cien metros de la vivienda.
Cornelio hijo trabajaba de peón para un constructor de Montort.
Despertó al cabo de media hora de un sueño ligero. Al oír las risas de las
niñas, abrió la contraventana y a través de la persiana espió a sus hermanas y a
Francisquín, que jugaban en un corral vacío que estaba justo debajo.
Francisquín era el paciente o, más bien, la paciente, porque llevaba una tela
blanca atada a la cintura haciendo de falda, un pañuelo al cuello que le cubría la
cabeza y los labios pintados. Era más guapa como niña que Rosario y Angelita.
Rosario era la médica y su hermana la enfermera. Francisquín, estaba
tumbado boca abajo quejándose de dolor. La cama eran dos tablas 35
Alma Retsem Klol
apoyadas sobre dos pilares de ladrillos. En aquel momento Rosario, con un
cartón en una mano y un bastoncillo que hacía de bolígrafo en la otra, atendía a
la paciente.
—Señora, esta usted muy enferma, ahora la enfermera le pondrá una
inyección y ya verá como se le pasa el dolor. Enfermera, póngale la inyección.
Rosario le subió la tela que hacía de falda y le bajó los calzoncillos hasta las
rodillas, después de pellizcarle todo el culo y tocarle un poco los testículos, le
subió los calzoncillos y le bajó la falda. Instintivamente Francisquín,
aprovechando que tenía a la doctora pegada a su hombro y le veía las bragas,
puso su mano directamente en el sexo de la doctora, tocándolo torpemente, lo
que a ella le gustó. Entre vergüenzas y risas la doctora ordenó a la paciente que
se diera la vuelta, que la enfermera le tenía que mirar la fiebre. Rosario se había
separado un poco de Francisquín, a quién, ahora en posición supina, le volvía a
subir la falda y le bajaba los calzoncillos mientras la enfermera, Angelita, le
colocaba el termó-
metro, un bastoncillo, entre los testículos y la pierna, en la ingle, donde los
médicos acostumbraban a poner el termómetro a los niños. Mientras se lo
colocaba le tocaba los testículos y el pene erecto. Francisquín, aprovechando que
Angelita le refregaba la pierna, casi el culo, por el brazo, al tiempo que le tocaba
y retocaba el termómetro, hizo lo mismo que con Rosario, le puso los dedos en
la vagina por entre las bragas. A los pocos segundos, la doctora dio la última
orden a la pacienta y a la enfermera.
—Enfermera, prepáreme una inyección para la fiebre que se la pondré yo
misma, ya se puede ir a las otras habitaciones. Venga, señora, dese la vuelta y
levante el culo, sí, así, póngase de rodillas y apoye los brazos en la cama.
Francisquín, colocado en pompa, casi perpendicular a la ventana por la que
espiaba Cornelio, con una mano se subió la tela que hacía de falda, después
Rosario, con las dos manos le bajó los calzoncillos hasta las rodillas que se
apoyaban en la cama y tras de manosearle todo el culo le acarició los gordos
testículos que le colgaban, hasta llegar al gran pene erecto que también acarició.
Cornelio estaba deseando verlo todo entero, iba viendo el glande por instantes
gracias a los movimientos de Rosario por detrás de las nalgas. Se estaba
volviendo loco cambiando el campo visual por entre los listones de la persiana
hasta ponerse de puntillas, entonces 36
Haré que jamás puedas vivir sin mí
se dio cuenta de que había un listón del que se había caído un gordo nudo de
la madera al resecarse con los años, esto hizo que no buscara ninguna ranura más
para ver mejor. Mientras, no dejaba de tener la vista puesta en las piernas de
Francisquín que eran finas de piel, morenas hasta donde casi empezaba el culo,
sin ningún pelo y moldeadas por los cinco o seis kilos que le sobraban. Cuántas
chicas hubieran deseado aquellas piernas y aquel culo tan redondo. Cornelio se
acariciaba, pellizcaba y frotaba el miembro por encima de los pantalones. Al
retirarse Rosario y dejar de acariciarle los gordos testículos, Francisquín giró la
cabeza hacía atrás.
Cornelio, al verlo con el pañuelo en la cabeza, los labios gruesos pintados de
un rojo fuerte y la mirada que parecía puesta en su ventana, de dos manotazos se
desabrochó el pantalón, se sacó el miembro y en unos segundos tenía un
orgasmo al tiempo que con la lengua lamía el cristal de la ventana como si
fueran las partes de Francisquín. Se limpió el pene con el interior de la colcha de
la cama, bajó a la entrada de la masía, cogió la moto y se fue a dar una vuelta por
los alrededores.
Dolores, que llegaba con el capazo lleno de verdura del huerto, hizo que
desapareciera el hospital del corral.
Francisquín, que ya se había colocado los pantalones, quitado el pa-
ñuelo, limpiado los labios y propuso otro juego a sus amigas.
—Rosario, ¿por qué no vamos a la vía y escuchamos si viene el tren?
Después colocamos céntimos en el rail y mañana los enseñamos en la
escuela. ¿Qué dices tú, Angelita?
—Vamos, deprisa, antes de que llegue papá.
Se fueron corriendo hacía la vía, que estaba a unos doscientos metros,
después de saludar a la madre que les dijo que no se alejaran mucho, pues el
padre estaba al llegar.
Tras comprobar si se acercaba algún tren poniendo, más bien pegando, la
oreja a la vía, Rosario y Francisquín decidieron irse porque creían que no venía
ninguno. Angelita, un poco más separada, había cambiado de rail.
—¡Angelita! Venga, vamos.
—¡Que viene! Que viene un tren, os lo juro.
No le hicieron caso y empezaron a irse, pero volvieron ante la testa-rudez de
la niña.
Francisquín volvió a pegar la oreja y, sin estar convencido del todo, dijo que
sí, que le parecía escuchar algo.
37
Alma Retsem Klol
—Escucha en este raíl —le dijo Angelita.
—Es verdad, en este se escucha mejor, pruébalo, Rosario.
A los tres o cuatro minutos pasó un tren de carga que dejó las cinco o seis
piezas de diez céntimos como un papel de fumar.
—Veis cómo tenía razón —dijo contenta Angelita.
Ahora sí que se fueron corriendo hasta la masía. Francisquín se despidió y se
encaminó hacía su casa.
Cornelio hijo, que desde el punto más alto de un camino situado entre las dos
masías, controlaba a los niños, obsesionado por lo que había visto detrás de la
persiana, dio un golpe al pedal de arranque y salió a toda velocidad en busca del
niño que se había convertido en su obsesión sexual.
La moto se detuvo delante de Francisquín y con la respiración entrecortada,
las palabras faltas de volumen y nervioso, Cornelio le dijo:
—Sube, Francisco, que te acompaño a tu masía.
—No, es igual, ya voy a pie, que está cerca.
—¡Sube!
Fue tal la sonrisa de Cornelio, que Francisquín no reconocía que, sin darse
cuenta, estaba montando detrás del ciclomotor.
La moto dio media vuelta y encaró el camino de la masía de Pujolet.
Al ver que pasaban de largo en el cruce, Francisquín se quejó.
—¡Que es aquí!
—Ahora mismo volveremos, es que tengo que coger una cosa de la masía de
Modesto. Agárrate bien. —Mientras hablaba pasó la mano izquierda por todo el
muslo del niño hasta que se encontró con el borde del pantalón corto.
Francisco ni se inmutó, más bien no se enteraba. Delante de la masía de
Modesto se paro la moto.
El edificio era muy pequeño, como la mayoría de los que se utilizaban para
comer y resguardarse del mal tiempo, no superaban los diez o doce metros
cuadrados. En la zona de Tarragona, se llaman masías a estas construcciones y a
las grandes como la masía de San Juan o la masía de Pujolet, se las llama mas.
Ni en la masía ni en toda la finca de Modesto había nadie, cosa que Cornelio
ya sabía. Buscó la llave en un agujero de la pared, abrió la puerta y simuló
buscar algo. Francisquín, inocentemente, entró tam-38
Haré que jamás puedas vivir sin mí
bién. Cornelio, con el deseo a flor de piel, cerró la puerta por dentro, empezó
a manosear a Francisquín y le dijo que se bajará los pantalones, que follarían.
El niño, llorando y atemorizado solo decía:
—No, no, no me hagas daño.
El deseo imperioso provocó tal impaciencia en Cornelio que sacó una navaja
del bolsillo.
—¡Si no te bajas rápido los pantalones y dejas de llorar, te corto el cuello!
Al oír estas palabras, ver la navaja e intuir lo que podía pasar, el niño dejó de
llorar y se bajó los pantalones. Los calzoncillos se los bajó de un tirón Cornelio,
que se había guardado la navaja.
—Abre más las piernas, joder…
El ímpetu de Cornelio pegado a Francisco, les hacía perder el equili-brio
hasta que Francisquín se apoyó en la pared con las dos manos. Estaban justo
debajo del único y estrecho respiradero que tenía la masía.
Mientras abusaba Cornelio, Francisco, con la cabeza levantada y la vista
borrosa por las lágrimas, miraba al trozo de cielo azul que veía por el agujero.
Por unos momentos le pareció que estaba fuera y que lo que estaba pasando era
una pesadilla.
Después del orgasmo, Cornelio se sentía mal al pensar que había sido
maricón. Volvió a sacar la navaja del bolsillo y con la punta pinchando el cuello
de Francisco, le amenazó.
—Si dices alguna cosa de esto, te juro que te mato. Ten cuidado si no quieres
que le diga a mi padre que te he visto tocando el coño a mis hermanas.
A Francisco le aterrorizó tanto el padre como la navaja de Cornelio.
Al salir, Cornelio cerró la puerta y colocó de nuevo la llave en el agujero de
la pared. Francisquín empezó a irse atravesando las cepas viejas y altas de
delante de la masía.
—¡Te digo que vengas aquí, maricón!
El niño agachó la cabeza, retrocedió y se montó detrás en la moto.
Al ver que la madre de Francisco estaba delante de la masía tendien-do ropa,
Cornelio se detuvo antes de llegar para no saludarla
—Venga, bájate. Si dices algo, te mataré.
Francisco saludó a su madre y se fue directo a su habitación. Antes de llegar,
al subir las escaleras, sintió el culo pegajoso. Se dio la vuelta y 39
Alma Retsem Klol
se fue corriendo a un pequeño lavadero que estaba a unos treinta metros de la
masía y donde brotaba de un manantial que tenía el nombre de mina del
Bogatell, pues así se llamaba la porción de tierra donde nacía el agua
subterránea.
Se quitó los pantalones y los colgó en la rama de una morera que daba una
sombra agradecida en verano. Se quitó los calzoncillos y subió en la pequeña
acequia colocando una pierna a cada lado. Al tiempo que se limpiaba, aquella
agua tan fresca le calmaba el escozor que tenía en el ano. Con el alivio del agua
se levantó y cogió los calzoncillos para lavarlos solo un poquito por la zona
pegajosa. Al darse cuenta de que también estaban manchados de sangre los
sumergió en el lavadero y después con la pastilla de jabón casero los enjabonó y
los frotó hasta que quedaron limpios. Se puso los pantalones y se fue a tender los
calzoncillos donde estaba su madre.
—¿Qué te ha pasado, Francisco?
—Nada, mamá, que tenía diarrea y me los he ensuciado un poquito.
—Pues esta noche te haré arroz hervido.
—¡No, mamá! Creo que ya se me ha pasado.
Pasaron cinco días en los que Francisquín no había ido a jugar, ni siquiera a
asomar la cabeza para mirar, a la masía de San Juan. El miércoles por la tarde,
volviendo de la escuela, escuchó los gritos de su madre pidiendo auxilio y se
puso a correr como un loco.
Francisco Fabián padre había llegado a la masía para continuar transportando
con el carro muebles y demás enseres del hogar. Llevaba una semana en la que
no descansaba ni dos minutos. Se había retrasado medio año lo de ir a vivir al
pueblo a causa de imprevistos en el trabajo y también de algunas reformas como
la del tejado, que se tuvo que hacer casi nuevo, y otras obras de menor
importancia. Esto había provocado una ansiedad en él que le pasó factura en
aquel momento.
Al ver que se acercaba su hijo corriendo, a María se le iluminó la cara.
—Corre, hijo, acerca el carro que tu padre está muy mal.
El niño dejó la cartera allí mismo en el suelo y cogiendo las riendas del
animal acercó el carro al lado del níspero donde estaba Francisco, casi
inconsciente, tumbado en el banco. María, con un pañuelo mojado, intentaba
reanimarlo. Al ver que su esposo no reaccionaba decidió subirlo al carro con la
ayuda de su hijo y se dirigieron al pueblo en busca 40
Haré que jamás puedas vivir sin mí
del médico. A mitad de camino, se encontraron con un vecino del pueblo que
con el tractor y un remolque los adelantaba y al que María pidió ayuda.
Dejaron el carro atado al lado del camino a la sombra de un algarrobo.
Cuando Francisco estaba en manos del médico, María mandó a su hijo que
avisara a Juan el de la Paca, compañero de trabajo y un buen amigo de la familia.
Él y su mujer, Rosita, ayudaron en todo a María y Francisquín.
El doctor Jesús Cabrera al que todos llamaban doctor Cabrera, después de
intentar reanimar a Francisco durante un cuarto de hora y su-ministrarle una
inyección a la vena, llamó a la ambulancia que llegó al cabo de treinta y ocho
minutos. A Francisco no le subieron en ella, pues ya había muerto. María, con
todo el dolor, vio que el doctor Cabrera había hecho todo lo que había podido.
—Ha sido un infarto fulminante, estoy convencido que de si en vez de venir
aquí va al hospital, estaría igualmente muerto.
María y Francisquín lloraban desconsolados la pérdida de Francisco, al que
querían muchísimo. A ella también le pesaba la dependencia económica, ya que
el único ingreso que les permitía vivir era el de él. Se sentía muy desprotegida.
Rosita, aparte de ayudarla en todos los detalles relacionados con el entierro,
le dio todo el calor humano y consuelo que pudo. La muerte fue tan impactante
que esposa e hijo no fueron conscientes de la pérdida hasta pasados unos días.
41
Capítulo VI
Tarragona, marzo de 1996.
El Renault Laguna se detuvo en doble fila en una calle perpendicular a la
Rambla Nova de Tarragona.
—Ves aquella… una, dos, tres, la cuarta, aquel es tu piso. Saco las maletas y
esperas en la puerta, mientras voy a dejar el coche allí… en aquel garaje.
Después te lo enseñaré.
A cierta distancia de Francine, el detective Antonio Canelón, que había
dejado el coche en el garaje, solo pensaba en aquellos tejanos apretados y
aquellas piernas que correspondían a un cuerpo de metro setenta y cuatro sin
tacones, que terminaba en un culo espectacular, seguido de una estrecha cintura
que se iba ensanchando hasta llegar a unos firmes y duros pechos de talla
envidiable, un cuello largo, unos labios que solo le hacían pensar en morrearlos,
nariz bonita, ojos grandes y claros color miel y una melena rubia de bote, pero
espectacular, con grandes rizos permanentados.
—¡Eh!, Canelón… —dijo Francine al tiempo que le pasaba la mano de un
lado a otro delante de los ojos—. ¡Qué despistado que eres, me estás mirando y
no me ves!
—¡Ostia, perdona! Soy un caso —contestó él mientras pensaba: «No, no te
veo bien, hasta las entrañas te veo, si supieras lo que estoy pensando… seguro
que ya lo sabes».
Canelón abrió el portal, cogieron las maletas y llamaron al ascensor.
Después de enseñarle el piso, se sentaron en el sofá del salón y le entregó las
llaves del mismo, las del coche y las del garaje. Francine le 43
Alma Retsem Klol
felicitó por el buen gusto con el que había amueblado y decorado el piso.
—Déjame terminar, te enseño el garaje y nos vamos a comer a un
restaurante, te invito yo, que vas a flipar, te lo juro. Lo más importante, toma,
Adela Fernández Fernández.
—Llevo una semana ensayando lo de Adela. Carné de identidad, de
conducir, pasaporte, muy bien.
Le alargó otro sobre.
—Esto son las fotos y el vídeo, los originales de lo que te envié.
—Perfecto.
—Y este es el último y nos vamos a comer. Te lo tienes que leer todo,
también hay fotos que te indican la relación que tienen con Elio. Ahora sí que
nos marchamos.
En el tiempo de sobremesa acabaron de limar algunos asuntos.
—Una cosa, Antonio, el abogado ¿no crees que hubiera sido mejor de aquí,
de Tarragona, en vez de Barcelona?
—No.
—No, ¿y ya está?
—A ver… —dijo Canelón después de quedarse un momento con la mirada
contemplando su cara—. Mira que eres guapa de cojones…
—No soy tan guapa, me cuido mucho, eso sí. Y no me hagas la pelota y dime
por qué.
—A ver —continuó Canelón tal como había empezado antes de dis-traerse
con la cara de Adela Fernández—, soy tu manager, tu mano derecha, tu
representante, tu confidente, tu…
—Mi inversión a fondo perdido.
Después de unas carcajadas, Canelón irónicamente dijo:
—Qué materialista.
—Encima, materialista.
—¡Ja, ja, ja! Ahora en serio, escucha, el abogado debe saber todo lo que
hacemos. Tarragona no deja de ser un pueblo y eso es un inconveniente.
—Yo solo lo decía porque puede que a veces le necesite de forma urgente.
—Si lo necesitas rápido, que sepas que en una hora y muy poquito más lo
tendrías aquí. Más cosas, este abogado es amigo mío, aparte de 44
Haré que jamás puedas vivir sin mí
amigo es muy bueno y, otra cosa también muy importante, me debe algún
favor, aunque la amistad que tenemos no necesita que me deba nada.
Alargó la mano y le dio una tarjeta con el nombre del abogado y continuó:
—Esta semana igual no puedo, pero la semana que viene vendré con mi
ayudante, con el que alguna vez has hablado.
—¡Pedrín!
—¡Andreu! No se te ocurra llamarle Pedrín ni en broma.
—Vale, Roberto Alcázar.
—¡Ja, ja, ja! A mí llámame como te dé la gana. Eso que te decía, si no esta
semana, la que viene, vendré con mi ayudante y con el abogado, así te sentirás
más protegida.
Después de un titubeo con los ojos y con la cabeza, Adela respondió:
—Sí, creo que sí.
Se despidieron en el mismo restaurante.
Antes de volver a su piso no pudo resistir la tentación de subir a la Rambla
de Tarragona y pasear hasta el Balcón del Mediterráneo. Llegó al balcón y se
apoyó en la baranda mirando aquel mar tan tranquilo, aunque aquel día estaba un
poco irritado por el viento que soplaba del norte como indicaba la fresca
temperatura. Los recuerdos y la nostalgia aparecieron y desbordaron la mente de
Adela que veía el primer día en que con su madre, su padre y su hermana,
contemplaron aquel mismo mar, quizás tocando los mismos barrotes de hierro.
Sin pensar, acarició con las manos la barandilla que abarcaba con sus brazos
extendidos, mientras dos hilillos recorrían ambos lados de su cara y su nariz se
humedecía. Aquellas lágrimas enternecían el corazón, de la misma forma que
alimentaba el odio que tenía acumulado durante tantos años en las entrañas y que
la habían llevado hasta allí. Después vio la playa del Mi-racle, recordó estar en
ella otra vez los cuatro juntos, también las veces que iba solo con su madre
porque a él de pequeño la playa, como a muchos niños, le volvía loco.
Paseando envuelta de agradables y emocionantes recuerdos se encontró
delante del portal de su bloque. Entró en el piso, cerró la puerta, llegó al sofá, se
dejó caer rendida, cerró los ojos y se dijo a sí misma:
«Sola ante el peligro».
45
Alma Retsem Klol
Los abrió y se quedó unos segundos en blanco mirando aquella ventana por
la que entraba luz artificial, no sabía dónde estaba. «Madre mía, pero si estoy en
Tarragona», pensó mientras sonreía del susto que se había dado.
Bajó las persianas y encendió todas las luces, examinó todos los armarios,
debajo de las camas, la terraza del patio de luces, el balcón del comedor…
«Estoy sola», pensó mientras miraba las maletas, de las que solo sacó el
neceser, el secador de pelo y una blusa.
Una vez duchada, arreglada y cambiada de ropa, llamó a Patricia y después a
su novio Óscar. Les dio el número del teléfono fijo con la ta-jante orden de que
nunca se pusieran en contacto, salvo en caso de vida o muerte y que lo hicieran
desde una cabina.
Salió con la única intención de pasear y después comer algo, pero adelantó
faena y compró un móvil donde apuntó los números de teléfonos de dos mujeres
de la limpieza que se ofrecían para trabajar. Después se fue a la parte alta de la
ciudad, hacia la catedral rodeada de las estrechas calles del barrio viejo. En su
paseo vio un taller de carpintería con un señor al que le faltaría poco para
jubilarse y que le dio la impresión, a simple vista, de ser un buen artesano.
Abrió la puerta de madera acristalada levantando un simple cerrojo.
—Buenas tardes.
—Hola, buenas tardes. ¿Qué desea?
—¿Arregla usted muebles?
—Mueble moderno muy poco, porque la gente hoy, cuando se rom-pen, los
cambian, somos demasiado ricos. Veinte años atrás, aparte de hacer de
carpintero, arreglaba muchos muebles. —El carpintero sonrió—. No sé por qué
le cuento mi vida. Dígame, ¿en qué puedo servirla?
—Se trata de dos mesitas de noche con tres cajones cada una. Verá, quisiera
que el último cajón lo anulara poniendo un trozo de madera que hiciera de
decoración y que fuera de quita y pon, pero que al mismo tiempo tuviera unos
cerrojos o incluso un par de tornillos que no se vieran que lo dejaran bien sujeto
y que yo tendría que desatornillar cada vez que quisiera abrirlo. También tendría
que colocar una tapa de madera entre este supuesto cajón y el de encima…
46
Haré que jamás puedas vivir sin mí
El carpintero no la dejó terminar.
—Sí, sí, ya la entiendo. Por si se quita el cajón, se refiere, ¿verdad?
—Sí, sí. Es que, sabe, me dedico a vender joyas para una cadena y aunque lo
haga en plan pequeño, de poca envergadura, a veces me encuentro con que tengo
joyas que valen mucho dinero y tengo miedo.
Se paró unos instantes mirando al carpintero, que parecía despistado
pensando en el ingenio que debía emplear:
—¿Me lo va a hacer, señor?
—¡Ay!, perdone, sí que se lo voy a hacer. ¿Quiere que le haga presupuesto?
—No, no hace falta. Lo que sí que me gustaría saber es si me lo hará pronto.
—Sí, mujer, en cuanto me traiga las mesitas en un par de días lo tendrá
hecho.
—Muy bien, en un par de días le habré traído las mesitas. ¿Qué dirección es,
por si hago que las traigan?
El carpintero sacó una tarjeta de su cartera y se la entregó a Adela.
A los cinco días, Adela ya lo tenía todo controlado. Tenía una empleada de
hogar por horas que se llamaba María Auxiliadora, era ecua-toriana y tenía
veintinueve años. En las mesitas de noche tenía todos los documentos, en una los
documentos reales y en la otra toda la documentación falsa, excepto la que tenía
que llevar encima, como el carné de identidad y el de conducir. Además se había
empapado de Tarragona, conocía la ciudad de arriba abajo. Sentada en el coche
muy pensativa, arrancó y se dijo: «Empieza la función».
El Laguna se dirigió de Tarragona a Montort.
Recorrió todas las calles del pueblo viejo y después las de las amplia-ciones
modernas y de la urbanización que estaba tocando en la parte alta. En esto estaba
cuando aparcó el coche delante de la casa de Elio Sánchez al sonarle el móvil.
—Dime, Canelón.
—¿Qué? ¿Cómo va todo, Francine? Vale, perdón, Adela.
—Pues, mira, te podría decir que estoy en este mismo momento en el punto
de partida, estoy delante mismo de la casa de Elio.
—Mañana al mediodía, iré con mi ayudante…
—¿Pedrín?
47
Alma Retsem Klol
—Ni se te ocurra llamarle Pedrín, te lo pido por favor, se pone muy borde.
Andreu, que te quede claro. Escucha, iré con mi ayudante, con el abogado y con
Conrado, que ya sabes quien es.
—Sí, el falsificador. El nombre de Conrado es ficticio.
—¿Por?
—Quítale la primera letra.
—Joder, qué lista, jamás me hubiera dado cuenta y eso que soy detective, y
de los buenos. ¿De qué te ríes?, ¿de lo de bueno?
—No, del apellido de… Honrado, que tampoco creo que sea muy bo-rrego.
—¡Ja, ja, ja! Lo tendrá todo falso. Mañana le vas a conocer, entre las dos o
las tres iremos a un restaurante que conozco que se come bien y, además, es muy
íntimo.
—¿No iremos al que fuimos el otro día?
—No, porque está muy cerca de tu casa y no es conveniente que nadie se
quede con tu cara, vamos, que cuanto menos te vean mejor, ya te dije que
procuraras en Tarragona no ir a los mismos sitios, es un pueblo grande. Lo de
Montort no tiene solución.
—Ahora sí que veo que eres el detective Colombo.
—Tu ríete. Bueno, guapa, hasta mañana. Espera en tu casa, te llamaré
cuando esté delante de tu piso, adéu
Delante del Laguna azul de Adela se paró una furgoneta de la que salió un
chico que abrió la puerta metálica enrollable del almacén de la casa de Elio. Con
el ruido y la vista en la entrada, Adela no se percató de que el conductor de la
furgoneta era Elio, que había bajado para dirigirse al almacén. Se detuvo a diez
metros del Laguna y miró fijamente hacia ella. El corazón de Adela se aceleró
cuando volvió los ojos de nuevo al frente y vio a Elio delante suyo mirándola
descaradamente. El chico se asomó a la puerta del almacén y preguntó algo al
hombre que se volvió y entró en el recinto. Adela aprovechó para desaparecer
rápi-da y discretamente.
La sensación de pánico hizo reaccionar a Adela, que en lugar de volver a
Tarragona como tenía pensado, cogió la carretera que llevaba al pueblo vecino
de Cantamar. A trescientos metros de Montort encendió el intermitente izquierdo
y el Laguna atravesó la carretera y cogió un camino ancho y transitable que
cruzaba un bosque. En su lento recorri-48
Haré que jamás puedas vivir sin mí
do se detuvo en cuatro puntos concretos. Primero era un sitio desde el cual se
veía una barraca pequeña de una finca también pequeña. Los segundos que
observó aquella barraca medio derruida no pudo evitar un sofocón provocado
por rabia y odio. El segundo lugar, donde se detuvo fue la masía de San Juan, ya
deshabitada, donde tuvo la misma sensación que cuando miraba la barraca.
Después se detuvo delante de la masía de Pujolet, allí no pudo contener lágrimas
de emoción. Los malos recuerdos, que eran algunos, quedaban ahogados por
aquel llanto naci-do del cariño y del amor de una familia buena y humilde. Por
último, se detuvo en un recodo del camino donde pudo estacionar el coche sin
que obstruyera el paso. Se bajó y anduvo entre matorrales, piedras y alguna que
otra zarza unos treinta metros, hasta una pared casi vertical que cortaba el paso.
Allí se detuvo y miró hacía abajo, donde vio una vía del ferrocarril en la que las
hierbas gigantes, algunas verdes y muchas secas, indicaban que era una vía
muerta. Mirando hacia abajo para no caerse se desplazó unos metros a su
derecha y se giró hacia la oscuridad de la boca del túnel, que no era mucha
porque su perspectiva continuaba siendo bastante vertical. Durante dos minutos,
su mente no consiguió concen-trarse en ningún recuerdo concreto, todos los
pensamientos e imágenes le llegaban mezclados y deprisa, como si estuviera
rebobinando una cinta en su cerebro. No dio más vueltas y volvió al Laguna, lo
puso en marcha y siguió el camino saliendo a una carretera que iba directamente
a Tarragona, no tenía necesidad de volver a pasar por Montort.
Al día siguiente, en su piso, a las dos en punto, recibió una llamada.
—Ti, ti, ti, ti, ti.
—Dime.
—Estoy delante de tu portal con los cuatro…
—Hola, Colombo.
—Hola, Norma Duval. Me has dejado con la palabra en la boca.
—No tenía ni que cogerte el móvil porque te estoy viendo desde el balcón.
¡Ah!, y no me llames Norma Duval, que no me gusta.
—Pero es que estás tan, no, más buena que ella.
—Llévame a comer que estoy muerta de hambre y no digas más tonterías.
—Mira, ya sé que para hacerte enfadar tengo que llamarte Norma Duval.
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Alma Retsem Klol
—Yo de ti, no lo haría.
Al entrar en el restaurante, Antonio, a unos diez metros de la mesa donde les
esperaban los tres socios, le preguntó a Francine:
—¿Los ves a los tres, verdad? Pues a ver si adivinas cuál es cada uno.
—No soy detective, pero es muy fácil.
—A ver…
—Mira, el del medio es Pedrín.
Canelón se precipitó, para advertir a Adela.
—Sí, sí, este lo has adivinado, pero sobre todo no se te ocurra llamarle
Pedrín, que no se te escape, por favor.
Adela puso cara de no entender tanto misterio por una simple tontería y
continúo con su olfato detectivesco.
—El de la izquierda de Andreu es Arnau, el abogado, y el de su derecha es
Conrado, el falsificador.
—¡Joder, tía, ni que los conocieras!
Después de las presentaciones y una vez instalados en la mesa, Canelón le
pidió al camarero que esperara un momento, que ya lo llamaría él. Después de
ojear alrededor y no ver nada de qué poder sospechar, pidió silencio.
—Adela, diles lo que querías decir.
—Más o menos es lo que estoy haciendo, pero bueno, mejor así. Sa-béis de
lo que se trata. En cuanto al dinero he hecho con Antonio unos cálculos por
encima y podríamos recoger unos cincuenta o sesenta millones de pesetas. De
este dinero yo no quiero saber nada si las cosas salen mal. Os voy a pagar los
gastos que hayáis tenido y el tiempo empleado. Eso sí, espero que, de salir mal,
no seáis abusivos. Creo que esto puede durar como mucho cinco meses, aunque
haré lo posible para que no dure más de tres. Por mi parte, esto es todo.
Después intervino el detective exponiendo las normas que debían seguir con
los teléfonos móviles, los bancos con los que trabajaría Adela, etc.
Al pedir los postres, Canelón pidió una botella de cava, después se levantó
de la mesa y se fue al servicio.
Francine, que estaba sentada entre el abogado y Canelón, pidió a Andreu que
se sentará unos segundos a su lado y le habló a la oreja.
Antes había pedido disculpas al falsificador y al abogado.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Oye, Andreu, no te enfades por lo que te voy a decir porque no te lo diré
nunca más, pero es que no entiendo que por una tontería te puedas poner de tan
mala leche.
Andreu puso cara de sorpresa y al mismo tiempo una media sonrisa picarona.
—Creo que sé de qué se trata. Date prisa, que nos pillará.
—El otro día al decir Antonio «mi ayudante», yo le contesté…
—¿Pedrín?
—¿Cómo lo sabes?
Entre carcajadas que no podía contener, Andreu respondió:
—Lo sé porque más de una vez algún que otro gracioso nos ha llamado
Roberto Alcázar y Pedrín. Será cabrón, el que se cabrea como un mono es él,
que no puede soportar que le llamen Roberto Alcázar. Lo que me gustaría saber
es el porqué de ese cabreo. Me voy a mi sitio que nos va a pillar.
Tanto Andreu como Adela no podían contener las carcajadas.
Adela se dirigió a Arnau y le preguntó:
—¿Sabes algún chiste?
—Son muy malos los que sé, y más malo yo contándolos.
—¿Y tú, Conrado?
—¡Sé uno de bueno! Al menos a mí me gusta, me lo contaron ayer, por eso
me acuerdo.
—Prepárate para contarlo porque cuando venga Canelón, yo al menos no voy
a poder contener la risa. —Miró a Andreu y parecía que Conrado ya hubiera
contado el chiste.
Tal como había previsto Adela, así pasó. Canelón detrás del abogado no
sospechó nada al ver que todos reían, aunque no sabía que Conrado y el abogado
reían contagiados por los otros dos.
El camarero acabó de servir el cava.
Canelón levantó la copa y pidió un brindis.
—¡Venga! Parad ya de reír. Por Adela y para que la operación salga perfecta.
En los segundos que duró el brindis, pudieron contener las risas, no más
tiempo.
—A ver. ¿Me contaréis el chiste de una vez? O es que os estáis ca-
chondeando de mí.
51
Alma Retsem Klol
Arnau contestó a Antonio con una broma señalando a Francine con el dedo.
—Ha sido ella, cuando has ido al servicio, ha dicho que de primero iba a
pedir canelones…
—Qué graciosos que sois.
—Pero después, igual ha sido el chiste de Conrado que debe ser tan bueno
que nos hace reír antes de contarlo.
—Venga, tío, cuéntalo de una vez.
Andreu, entre risas, insistió.
—Va, Conrado, que has dicho que iba de jefes, piensa que Antonio es el jefe.
—Ya veo que si no lo cuento no me dejaréis en paz. Esto eran un albañil y un
peón que habían terminado una obra muy importante y llegó el empresario y les
dijo: «Estoy muy contento de vuestro trabajo, os cambiáis y os invito, nos
iremos de putas los tres». Se fueron a un club y subieron con una chica cada uno.
Cuando terminaron se juntaron las tres prostitutas y una dijo: «A mí me habrá
tocado un peón, porque el tío no sabía hacer nada». La otra dijo: «A mí me habrá
tocado un oficial, sabía un poco lo que hacía». Salta la última y dice: «Pues a mí
me habrá tocado el jefe, porque lo único que hacía era darme por el culo».
Después de las risas de todos Canelón objetó:
—Muy bueno, Conrado, muy bueno.
Al ver a Francine y a Andreu que se miraban entre ellos y no paraban de reír,
se dirigió a ellos.
—Es bueno, pero tampoco hay para tanto.
A las cinco de la tarde se despidieron delante del restaurante.
—Ven, Adela, que te llevamos en coche hasta tu casa.
—No, no, de verdad, voy paseando.
Cuando se fueron, Adela cogió el móvil y llamó a María Auxiliadora.
—Auxi, hola guapa, ¿Me has comprado lo de la nota que te he dejado?
—Ahora mismo iba.
—Pues no vayas, déjalo para mañana. ¿Tienes algo que hacer esta noche?
—No, mi novio trabaja de noche y ya no nos veremos, estoy libre.
¿Qué quieres que te haga, Adela?
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Quiero que hagas, pero sin cobrar. Que me acompañes a cenar y después
al cine. ¿Qué me dices?
A la mañana siguiente, Adela se volvió a pasear por la urbanización que
estaba pegada a Montort. Solo le quedaba una calle por recorrer.
«Por una calle, no hace falta, seguir», pensó.
Pero por aquellas cosas que parecen formar parte del destino… frenó de
golpe, después de mirar por el retrovisor puso la marcha atrás y pasó por la calle
que no quería recorrer. Al final de ella, volvió a frenar en seco, esta vez ni tan
siquiera había mirado por el espejo.
«A esto le llamo intuición, o es que así debe ser», pensó.
Aparcó al otro lado de la acera del bonito chalet que le había hecho detener
el Laguna. Cogió el móvil y llamó a Canelón.
—Dime, Norma, ¿qué quieres? No te enfades que es broma.
—No sé si sabes que esta me la vas a pagar.
Aunque no dejaba de ser todo una broma. Canelón intuyó venganza por parte
de Francine.
—Apunta, Ravioli.
—Tampoco te pases tanto, ja, ja, ja. Dime.
—Seis, ocho, cuatro, cero, nueve, dos, ocho, uno, uno. Es un chalet precioso
que está en venta.
—Ahora mismo te digo algo, Adela.
Francine, que ya se veía viviendo en aquel bonito chalet, se bajó del coche,
encendió un Marlboro y se paseó por aquellas calles como quién ya vivía allí.
—Ti, ti, ti, ti, ti. Dime, Espagueti.
—¿La próxima qué será? ¿Pizza Cuatro Estaciones?
—¡Ja, ja, ja! Estaría bien. Dime, cariño.
—Esto sí que me ha gustado. A ver, en principio todo bien, he quedado el
sábado por la mañana. Necesito un millón de pesetas, o medio, lo que te parezca,
de señal para que nadie nos lo quite. Me han pedido treinta y nueve y medio,
creo que se pasan mucho, pero no te preocupes que más de treinta y tres no
pagaremos.
—De acuerdo, pero que no se te escape por nada del mundo.
Cuando llegó al coche, se dio cuenta de que en el chalet no había nadie,
todas las persianas estaban bajadas. Intentó abrir las puertas de las verjas, la
pequeña y la grande, sin éxito. Inspeccionó todo lo que 53
Alma Retsem Klol
pudo desde la calle y después dio la vuelta por detrás, pero poca cosa se veía
de esa parte de la casa ya que la tapaban los edificios adosados.
Volvió al Laguna. Antes de arrancar miró el reloj pensando en la cuenta
atrás. «Diez, nueve, ocho… cero». Era la salida hacía su aventura más difícil
hasta el momento, aunque a su vida no le faltaban emociones fuertes. Al pasar
por la calle de detrás vio un bar llamado El Café que tenía dos entradas, una que
daba a la calle principal y otra que daba a donde estaba que era la antigua
entrada principal del que había sido el bar de la sociedad, o sea de todo el
pueblo. Había pocos coches y se detuvo casi delante mismo de la puerta. Entró y
se sentó en una mesa situada en un rincón desde donde veía todo el local.
Aunque no dejaba de observar lo que había a su alrededor, su mente solo
pensaba en lo sola que se encontraba, en que la había cagado por no hacerlo todo
junto con su amiga Patricia. Al menos no tendría estos ataques de soledad y
también de miedo.
«¿Seré gilipollas? Si antes de empezar, no hago otra cosa que comerme el
tarro, ¿qué haré cuando haya comenzado la función? Se acabó, a partir de ahora
mismo prohibido comerse la cabeza, soy Agustina de Aragón. No entiendo de
dónde me ha salido el nombre de la heroína, pero me acuerdo del dibujo que
tenía en la enciclopedia de historia donde encendía la mecha de la bomba que
salía por encima del cañón.
Como si estuviera viendo el libro en este momento, al lado de Agustina había
un dibujo de dos caras, Daoíz y Velarde. Dejemos la historia que no es lo mío.
No sé por qué estoy pensando tantas tonterías. ¿Será el miedo? A la mierda el
miedo».
—Buenos días, perdone que la haya hecho esperar un poquito, aquella mesa
de chicos que desayunan acababa de llegar. ¿Qué le pongo?
—Tranquilo, que no tengo prisa, un café con leche…
«Sin café te la serviría yo», pensó automáticamente el camarero y dueño del
negocio.
—Y la pasta que le parezca, no sé, la que tenga menos azúcar.
«A régimen te pondría yo, el régimen del cucurucho. Joder cómo soy, no
tengo remedio», pensaba el camarero.
—Perdone. Por favor, ¿el servicio?
—Tres escalones, siga el pasillo y a la derecha ya lo verá.
—Muchas gracias.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
El camarero le respondió con una sonrisa pensando: «Las que tienes tú…
dios». Mientras Francine se dirigía al servicio el hombre le dio una colleja al
más joven de la mesa que desayunaba.
—Este atontado, al menos avisa a los que están de espaldas. Allí. —Le
indicaba con el brazo estirado el culo de Adela que subía los tres escalones.
Adela, que oyó algún pequeño movimiento de sillas y un silencio no pactado,
aprovechó para hacer una demostración de seducción, dejando caer al suelo las
llaves del coche que llevaba en la mano. Al agachar-se la mujer, el mayor que
estaba en la mesa y que tenía sus cuarenta y tantos años, no pudo evitar el decir:
—La madre que me parió… —acompañado de un soplido y la mano
paseándose desde la frente al cogote, aplastando el cuero cabelludo.
Todos se reían de su promiscua expresión cuando el camarero se alió con su
causa.
—Déjalo, Manolo, esta juventud esta amariconada. Hablando seriamente,
¿habéis visto el culo? Ahora, cuando venga de mear, disimuladamente le miráis
la cara.
Manolo volvió a decir de las suyas.
—Con este culo, poco me importa la cara.
Los cuatro jóvenes volvieron a reírse, tanto de lo que decía, como de él.
Adela, muy coqueta, pasó por la barra para ver qué clase de bollo le había
puesto el camarero.
—Le he puesto este, si quiere se lo cambio.
—No, no, está bien, gracias.
Al pasar por la mesa de los obreros de la construcción les dedicó una sonrisa
al tiempo que les decía:
—Que aproveche.
Ninguno se quedó sin darle las gracias. Uno de los jóvenes volvió a incitar a
Manolo.
—Está buena, es guapísima y encima simpática.
—Con este culo podría ser antipática y todo.
Adela no entendía lo que decían, pero sabía que hablaban de ella y no mal.
Tenía el ego subido, se sentía muy bien.
Ya en la mesa, tomándose el café con leche y la pasta, sabía quién sería el
que la informaría de todo y de toda la gente del pueblo, el dueño 55
Alma Retsem Klol
del bar, la clásica persona al frente de un negocio de atender clientes,
tranquilo, con sentido del humor, discreto aunque hablador, irónico y buena
gente. Eso era lo que le transmitía Berto a Adela en el poco tiempo en el que lo
observó y estudió.
Después de tomarse el desayuno, fue a encender un Marlboro, pero el
encendedor no aparecía por el bolso que estaba revolviendo enérgi-camente.
La única mesa ocupada, aparte de la suya, era la de los albañiles que se
habían levantado en aquel momento para volver a trabajar.
Adela se dirigió al más joven porque era el que se estaba encendien-do un
pitillo.
—Psst… Psst.
El joven, con cara de sorpresa como si le estuviera tocando un premio en la
tómbola, se señaló a sí mismo con los dedos el pecho y mirando a su alrededor
con dos giros a ambos lados con la cabeza.
—¿A mí?
Ella contestó mientras se levantaba de la silla, también con la sonrisa y dos
movimientos afirmativos con la cabeza…
—¡Sí, sí! ¿Me puedes dar fuego? Muchas gracias.
Aunque con ganas de decirle alguna cosa pícara o graciosa para dar envidia a
los demás, la cada vez más pronunciada sonrisa de Adela y su mirada hizo que el
joven solo dijera secamente y nervioso.
—De nada.
El resto del grupo, que estaba de pie en la barra pagando a Berto sin dejar de
mirar de reojo lo que hacían Adela y su compañero, no podía pasar sin el
comentario de Manolo.
—Berto, ¿hasta tú que no fumas le darías fuego, verdad?
Todos se pusieron a reír expectantes de lo que respondería Berto, esperando
alguna ironía. Este, haciéndose el distraído, estaba pensando.
—¿Qué pasa? Estoy contando, no me he enterado.
Como quien no tiene ganas de repetir las cosas, mirando al infinito, Manolo
replicó:
—Que sin fumar, también tú le darías fuego.
Berto se puso la mano en el bolsillo, sacó un mechero y enseñándo-selo a
Manolo le soltó:
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Como buen profesional, lo llevo para atender a mis clientes, ves…
clic, clic… No soy como tú, que lo único que llevas es un peladedos.
El otro joven se sumó al ataque de Berto.
—Sí, con la diferencia de que la mecha en lugar de encenderla con la mano
plana, lo hace con la mano un poco cerrada.
Entre risas, Berto le dio la última estocada a Manolo haciendo referencia al
tamaño. Después de una mirada inspeccionante hacia Manolo y su cuerpo, miró
al joven pícaro y le soltó a secas.
—La mano muy cerrada.
—Venga, vamos, que ya me estáis tocando…
—Eso, iros antes de que Manolo se cabree mucho.
Adela y Berto se quedaron solos en el bar, excepto por un señor que jugaba a
las tragaperras. Ella empezó a hacer hablar a Berto todo lo que podía para
enterarse de cuantas más cosas mejor. El señor de la maquinita la ponía un poco
nerviosa, porque cada vez que esperaba alguna respuesta interesante, Berto se
levantaba para darle cambio. Por suerte, la tragaperras estaba a una distancia que
hacía que el ruido de las monedas que entraban, las que salían y no digamos la
orquestita, fuera soportable.
—Berto, cámbiame que la tengo mejor que tú —las últimas palabras las
decía bajitas de tono para que solo las oyera Berto, que le respondía con una
pícara y maliciosa sonrisa mientras le cambiaba billetes por monedas, hecho que
el señor esperaba que fuera al revés gracias a la suerte.
Después de media hora larga y debido a la calma que había aquella mañana
de clientes, Berto la había puesto un poco al día sobre las viviendas del pueblo
disponibles y también hablaron un poquito de sus vidas.
El señor de la tragaperras empezó a soltar adrenalina; había adivinado que la
máquina estaba calentita. La cascada de monedas y sonidos era el estribillo de la
música que ponía eufórico al participante que con el pulgar levantado saludaba a
Berto que se había girado al escuchar la melodía del especial.
—Tenías razón, Cándido.
—Pero tú no te desanimes, sigue jugando.
—¿También juegas a esto? —le soltó Adela a Berto.
—¡Ja, ja, ja…! ¡Qué va! Ha sido la respuesta de un comentario picarón del
tío de la máquina, después te contaré.
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Alma Retsem Klol
Durante la conversación con Berto, Adela no paraba de dar vueltas en la
cabeza, porque no recordaba a ningún Alberto de entre los chicos mayores de
cuando ella había vivido en el pueblo.
—Oye, Alberto, Berto, quería decir.
—Perdona que te corte, no eres ni la primera ni la última que se equivoca,
Berto no viene de Alberto, viene de Bartolomé, en catalán Bertomeu, Berto.
«Ahora sí que me acuerdo de ti, Bertomeu», pensó Adela al instante,
sintiéndose decepcionada con su memoria por no haber descubierto ella misma
al personaje.
—Es más bonito Berto que Bartolo, ¿verdad?
—¡Ja, ja, ja! ahora mismo me has recordado lo que me cabreaba de pequeño
cuando me llamaban los amigos Bartolo, que dejaron de llamarme así gracias a
mi madre, que cada vez que oía a quién fuera que me llamaba Bartolo, le
montaba una buena bronca. En cambio, yo no me quejaba, porque si los demás
pensaban que lo hacía, más me llamaban Bartolo. De pequeños somos muy
cabroncetes.
—Vaya que sí. Protegemos al más gamberro que también acostumbra a ser el
más fuerte, quizás por miedo a que se meta con nosotros, y ma-chacamos al más
indefenso y débil, sin compasión.
Una señora entró en el bar cargada de bolsas de la compra y se situó detrás
de la barra dejándolas encima de la misma.
Adela la reconoció. Era unos cinco o seis años mayor que ella y recordaba
que se llamaba Luisa. Supuso que sería la esposa de Berto. No pudo evitar
quererlo descifrar al instante.
—¿Es tu mujer?
Berto, antes de contestar a Adela, miró hacía la barra.
—Aparte de mi mujer, es la más guapa del pueblo.
—Sí, sí, pero yo veo que tú te las buscas más guapas.
Adela, le dirigió una sonrisa, luego se levantó de la mesa junto con Berto y
se dirigieron a la barra.
—Espera un segundo, no me digas tu nombre. ¿No te llamarás Luisa por
casualidad? Es una tontería, pero me hace gracia.
La pareja se miró sorprendida, al tiempo que parecía descubrir en el rostro de
Adela alguna relación, pero ella no les dio tiempo y los sacó de posibles dudas.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Vaya casualidad, tengo una amiga en Sevilla que es idéntica a ti, bueno, un
poquito más gruesa que tú. Si me llego a instalar en este pueblo, te traeré una
foto, que seguro que tengo alguna, aunque ahora hace tiempo que no nos vemos.
Tranquilos, que no soy ninguna bruja, lo que no podía imaginar era tanta
casualidad. Mi amiga se llama Luisa Pérez Fuentes.
—¡Jolín, más casualidades! Tenemos las mismas iniciales a excepción de la
primera, que yo en lugar de la ele tengo la elle, los apellidos son Planes Fullet.
—Ahora yo voy a adivinar tu nombre… Adela.
Adela miró encima de la barra y vio una servilleta en la que ponía su
nombre. El autor de la broma empezó a reír y le siguieron las dos mujeres.
—Bueno, me tengo que ir. Encantada de haberos conocido, si me llego a
instalar aquí creo que nos veremos mucho, y más si me decís que hacéis
comidas. ¿Quién cocina, tú o tú?
—Ella, yo solo hago bocadillos y poca cosa más. Tú ven un jueves para la
paella y un sábado para la zarzuela y verás cómo te chupas los dedos.
—No le hagas caso, chica.
—Yo le creo, no te preocupes que ya la probaré… Hasta luego y muchas
gracias por todo.
Se dirigió hacía el Laguna casi dando saltos de alegría, no podía comenzar de
forma más redonda.
Al día siguiente todos los clientes del bar sabían que una tía espectacular iría
a vivir al pueblo.
El viernes de aquella misma semana recibió una llamada de Canelón.
—Dime, Perry Mason…
—Hola, Bárbara Rey…
—Vas mejorando, me gusta más que Norma Duval. Que no se te escape el
chalet mañana, que te mato.
—Tranquila, todo controlado, para esto te llamo. Escucha, mañana a las
nueve vendrá Andreu porque a mí se me ha complicado un asunto y no puedo.
Le das el medio kilo. Ellos ya tendrán preparados un papel de compromiso con
los datos del comprador. Cuando se formalice la hipoteca, que será pronto, te
devolveré el medio kilo. Ya pasaremos cuentas.
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Alma Retsem Klol
Dentro de quince días creo que te podrás instalar en Montort. Se me
olvidaba, bueno, lo hubieras visto, treinta y dos kilos y medio es lo que cuesta.
—Tampoco es que sea una ganga, pero sí que has rebajado bastante el precio.
Eres un lince, que no hombre, sin cachondeo.
A la mañana siguiente, después de haber entregado el medio kilo a Andreu,
se fue otra vez a dar una vuelta por Montort con la intención de quedarse a
comer en el bar y poder conversar con Berto. Sabía que Elio iba a diario a tomar
café.
—Hola, Luisa. ¿Qué? ¿Ya te vas?
—Hola, Adela. Sí, yo ya he terminado. ¿Aún tienes que comer?
—Es que me he despistado y se me ha hecho tarde. Igual no podré probar tu
zarzuela de la que Berto me hizo tanta propaganda.
—Sí que podrás, aún queda un poco, y si no te daría la mía que la llevo en el
cesto, que yo aún tengo que comer y no me gusta comer en el bar. Bueno, Adela,
hasta luego, si necesitas algo no dudes, Berto te dirá donde vivimos.
—Muchas gracias, Luisa.
Abrió la puerta y fue directa a la mesa que Berto estaba preparando para
comer él, saludando al paso a cuatro personas que tomaban café.
—Qué bien, ¿me estarás preparando la mesa a mí, verdad?
Berto, que estaba de espaldas, giró la cabeza y dijo:
—¡Oh!, qué alegría ver a una mujer tan espectacular y guapa.
Se acercó a ella y le dijo bajito a la oreja:
—Es verdad chica, hasta la tragaperras se ha dado la vuelta.
—Qué tonto —dijo ella sonriente.
Los cuatro de la otra mesa estaban estudiando la anatomía posterior de
Adela. Berto se dirigió al mayor, que tendría unos sesenta años.
—¡Pepín! ¿Es guapa o no, esta chica?
—Es muy guapa, y además está guapísima.
Los dos se pusieron a reír.
Adela le sonrió el señor, diciéndole:
—Gracias por el cumplido. Venga, Berto, déjate de tonterías que he venido a
probar la zarzuela de tu mujer.
—Pues no ha quedado nada, puedes rebañar la cazuela con pan.
—Mentir no es lo tuyo.
Con cara de incrédulo le contestó preguntando:
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—¿Tan mal lo hago? ¡Ja, ja, ja…! Eras tú la que estabas hablando con ella.
¿En qué mesa te quieres sentar?
—¿Has comido tú?
—No, me estaba preparando la mesa.
—Si no te molesta, puedo comer contigo.
—¡Al contrario! Lo que pasa es que igual me tengo que levantar veinte veces
y te molesto.
—¡Qué va, hombre! Piensa que eres la única persona del pueblo que
conozco, aparte de tu mujer, que parece tan agradable como tú.
Berto la hizo entrar en la cocina y levantó la tapa de la gran cazuela de barro
que tenía en uno de los fogones.
—Huele, huele.
—Mm… si antes tenía hambre, ahora me está entrando el mono o el gorila,
no sé.
Entre los dos acabaron de preparar la mesa.
—¿Te gusta el vino, Adela?
—A veces demasiado.
—Pues este te va a encantar, es un crianza del noventa.
—¿Un rioja?
—Sí, sí, rioja, te vuelvo a decir del noventa porque me dijo un entendido que
en las décadas el vino siempre sale muy bueno.
—Tanto yo no entiendo.
—Otro entendido me dijo que eso era una tontería que alguien se había
inventado. ¿Qué te parece?
—Tienes razón, está de muerte.
Estaban degustando la zarzuela y como le habían advertido, Adela se estaba
chupando los dedos. Cuando miró a la puerta de forma instintiva al oír que
alguien entraba, el corazón le dio un vuelco, el mismo vuelco que dio ella a la
media copa de vino que tragó como los vaqueros hacen con el whisky.
—Chico, este rioja me está sofocando.
Berto miró la botella, movió la cabeza, la cogió y repartió lo que quedaba
entre las dos copas.
—¿Abrimos otra?
—Ni se te ocurra —dijo ella, mientras pensaba que ni con un whisky doble
calmaría los nervios.
61
Alma Retsem Klol
—Un segundo y nos tomamos el postre, antes le preparo el carajillo al
capullo este que nos ha interrumpido. Ahora mismo te sirvo, Elio.
Mientras Berto iba a la cafetera, Adela se levantó de la mesa para recogerla.
Al acercarle la taza a Elio, este no pudo evitar la curiosidad y con cara de
admiración y estupefacto le preguntó:
—Tío, esta debe ser la que ayer decían el Lolo y Juanele. Pues les tendré que
dar la razón, ¡cómo está la tía!
Berto regresó a la mesa con el postre, dos porciones de una tarta de manzana
que parecía exquisita y una botellita pequeña de cava.
—El vino y el cava, invitación de la casa.
—Con una condición. Si no, no hay trato.
—Acepto.
—Elijo y pago el whisky.
Después del brindis y terminada la tarta, Berto preparó los cafés y los
whiskys que ella había elegido. Entraron tres clientes en el bar, por lo que se
llevó el vaso para tomarlo detrás de la barra. Adela le imitó para así poder
continuar conversando y, al mismo tiempo, acercarse a su presa. Tenía la
sensación de que el pecho le sonaba como una cam-pana, se lo miró en más de
una ocasión, y se tranquilizó al ver que solo era una sensación producida por las
palpitaciones del corazón.
En un momento en el que Berto no tenía que servir a nadie, Adela aprovechó
la oportunidad de que este solo pudiera responderle lo que ella quería. Levantó
un poquito la voz, lo justo para que la oyera Elio, que no paraba de mirar de
reojo el cuerpo de Adela, e incluso, dedicar alguna mueca de estupefacción a los
amigos que tenía en la mesa de detrás suyo.
—¡Berto! ¡Berto! Antes de que se me vaya de la cabeza, ¿conocerás algún
albañil de confianza de aquí del pueblo, verdad?
Berto, al ver la cara de Elio que le estaba mirando no pudo decir otra cosa
que la que dijo.
—Pues mira, solo con que muevas la cabeza a tu derecha, tienes el mejor, os
voy a presentar. Elio, Adela. Lo del mejor lo dejaremos, porque tengo muchos
clientes albañiles que si se enteran igual se me enfa-dan. Bastante rabia les daría
saber que yo te he presentado una supuesta clienta tan guapa.
—Entre tú y yo, no se lo diremos a nadie.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Elio, que estamos en un pueblo pequeño, y muy pequeño.
—¿Qué quieres decir, que ya lo sabe todo el pueblo?
Los tres se dedicaron una pequeña carcajada en la que Adela, seguramente
inducida por el pánico, iba más deprisa de lo que ella quería, como si se tratara
de terminar la faena que aún no hacía ni un instante que había empezado. Tras la
carcajada dedicada al comentario de Elio, le dedicó una simpática sonrisa y una
mirada deseosa que lo desconcertó. Un poco influido por los nervios, se levantó
del taburete y sacó una tarjeta de la repleta cartera de papeles y notas.
—Toma, Adela, está el fijo y el móvil. La dirección es la primera casa
saliendo del bar a la izquierda, o sea hacia arriba, y aquí a tomar café casi vengo
a diario y si trabajo cerca, hasta muchos días a desayunar.
Tengo que irme a ver un cliente que me está esperando, venga, hasta luego.
Se despidió al tiempo que tímidamente le puso la mano izquierda en el brazo,
cerca del hombro. Adela, al notar la mano de Elio hizo una pequeña presión con
el cuerpo que no pasó desapercibida al hombre que, instintivamente, perdió la
timidez y ya no pudo evitar darle un apretón suave en el brazo.
—Te llamaré pronto, Elio, hasta luego.
Con el bolso abierto, sacó el billetero y se disculpó por no traer ninguna
tarjeta.
—Creía que llevaba alguna tarjeta mía, cuando te llame al móvil ya te
quedará mi número, ¿vale?
Al quedarse solos Berto y Adela, ella le dio las gracias por todo, incluso por
haberle presentado un albañil.
—Adela, para otra vez que me tengas que preguntar por algo parecido a lo de
conocer algún albañil, procura hacerlo cuando estemos solos, en este pueblo hay
muchos albañiles.
—Tienes razón, pero cómo iba yo a pensar que ese señor sería alba-
ñil, parece buena persona.
—Pero yo te hubiera presentado otro albañil con el que tengo mucha
confianza y amistad, aunque Elio como albañil tiene buena fama.
—¿Como albañil? ¿Quieres decir que como persona no?
Berto contestó con una mueca que ni daba importancia al comentario ni la
quitaba.
63
Alma Retsem Klol
—Pues vale. Cóbrame, Berto, que me voy, que tengo que ir de compras y
quiero llegar a casa pronto.
—Mil trescientas veintitrés. Mil trescientas.
—¿Me cobras los dos Chivas Antiquarium?
—Sí, sí, tranquila, que te los cobro, lo que pasa que solo te cobro un whisky.
—De ninguna manera.
—Que sí. Déjame terminar. Solo te cobro uno porque te he puesto medio y el
mío no llegaba ni a medio.
—Vale, vale no te enfades. Bueno, Berto, la semana que viene, si no me ves
en toda la semana es que me he ido a Sevilla, cuando tenga arreglado lo del
chalet que te he dicho nos veremos muy a menudo. Por si me voy a Sevilla. —Le
dio dos besos y se marchó.
Adela, al llegar a su casa, lo primero que hizo fue llamar a Patricia.
—Tit… tititit…tit…
—Hola, Mata Hari —contestó Patricia muy alegre— dichosos los oí-
dos que te escuchan. Te juro que tenía el presentimiento de que me llamarías
hoy.
—Hola, cariño. ¿Me dejarás hablar? —preguntó ante las expresiones de
alegría de su amiga—. ¿Mañana tienes algo especial que hacer?
—Nada de particular.
—¿No?, pues de coña. Tan pronto como pueda llegaré a Madrid. Iré
directamente a mi casa, cuando llegue a Atocha te llamaré según la hora que sea.
A las siete y media de la tarde, Adela cogió un Talgo que llegaba a Madrid
sobre la una de la madrugada. A las doce del mediodía llamó a su amiga.
—¿Estás en Atocha?
—No estoy en Atocha, pero estoy con un tío que está como un tren.
—Y la pobre amiguita sola, esperándote, teniendo tu pisito ventila-do,
poniéndote cositas básicas en tu neverita, en fin. ¿Para qué están las amigas,
verdad?
—Cómo me gusta que te pongas celosa.
Después de contarle como habían ido las cosas con Renfe y a la hora que
había llegado, quedaron en pasar lo que quedaba de mañana y tarde 64
Haré que jamás puedas vivir sin mí
juntas con Óscar y la hija de este, la pequeña Susana de seis años, a la que
llamaban Susan.
Fueron al parque del Retiro y mientras Óscar y la niña montaban en todos los
columpios que a la niña se le antojaban, Francine le iba contando a Patricia el
cambio de planes.
—Vamos allí, a aquella mesa que da el sol. Pídeme una cerveza que voy al
baño.
Cuando volvió, Patricia le dijo:
—Mira a la niña, que es la tercera vuelta que da en el columpio ese que gira
y te busca para saludarte.
—Mm… ¡Hola! —Francine, con el brazo levantado saludó a Óscar y a la
pequeña.
—Menos mal que Óscar no se marea. Bueno lo que te decía, el miércoles o
el jueves te vienes conmigo a Tarragona. Tranquila que tú po-drás venir a
Madrid cada quince días, vamos, y siempre que te conven-ga. No quiero estar
más de tres meses, contigo me veo con fuerzas para hacerlo en ese tiempo. Antes
de que se me olvide, Antonia.
—¿Qué?
—¿Te suena?
—Mi madre se llamaba Antonia.
—Pues por eso, tonta, que te llamarás Antonia Serrano García, tendrás
veintinueve años, soltera, residente en Sevilla. ¿Te parece bien?
—Sí, me parece bien —contestó Patricia después de un silencio.
—Menos mal, tía. Mañana, que estaremos solas, me llamarás Adela y yo a ti
Antonia, así, cuándo estemos en Tarragona será más difícil que nos
equivoquemos.
—Lo tienes todo muy bien planeado y diría que también controlado.
Pensar que ya lo conoces y que él sabe que lo vas a llamar para un trabajo en
el piso, el chalet en el pueblo que ya casi tienes, y que ya hayas hecho amigos
allí. Es que tienes un coco, tía…
—Coco normal, lo que tengo es todo el tiempo del mundo para pensar y no
hago otra cosa. Hablaremos de esta noche. ¿Cómo has quedado con Alberto?
—De ninguna manera.
—Pues lo llamas ahora mismo y le dices que a las nueve aproximadamente
esté preparado, que pasaremos a buscarle y que iremos to-65
Alma Retsem Klol
dos juntos a cenar después de que Óscar deje a Susan en casa de su madre.
Patricia llamó a su novio.
—¿Dónde estás, cariño?
—En el mejor bar de Madrid, con la mejor peña y donde tienen las mejores
tapitas del mundo.
—No me digas más, que ya lo he adivinado, escucha antes de las nueve, en
casa y arregladito que nos vamos a cenar con Óscar y Francine…
¿Que le dé dos besos?… Escucha lo que te dice… Que no te pases con las
tapitas que no tendrás hambre para cenar y menos con las cañitas.
—La que tengo en la mano es la última, te lo prometo. ¿Qué tal?,
¿cómo estás, guapa? —gritó dirigiéndose a Francine—. Vale… Luego nos
vemos.
* * *
Antonio Canelón esperaba delante de puerta de llegadas en la Terminal A del
aeropuerto del Prat. «Esto es suerte», pensó al ver que la primera persona que
salía era Francine. Levantó el brazo y Adela y Antonia se dirigieron rápidamente
hacía él. Se dieron dos besos, después Adela le presentó a Patricia.
—Patricia… Ahora…
—Ahora Antonia Serrano García. Encantado de conocerte.
Canelón acercó la boca a la oreja de Patricia y le susurró:
—Patricia por ser la presentación, a partir de ahí, Antonia.
A continuación se dirigió a Adela.
—¿Qué planes tienes, guapa?
—Primero la documentación, recuerda que hemos venido en avión para
ahorrarte un viaje a Tarragona.
—¿Cómo?
—Que no hombre, que es broma. Primero llevamos las maletas al coche.
Después nos llevas hasta la estación de… ¿Sans?
—Sí, de Sans.
—Tomamos algo, hablamos, después cenamos cerca de la estación y nos
vamos en el primer tren.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
Antonia se adelantó un poco para abrir el maletero del coche y aprovechó
para hacer un comentario en voz baja a Adela.
—Buen detective no sé si lo será, pero interesante y guapote lo es un ratito,
¿no le habrás puesto los cuernos a Óscar?
—Que yo no soy como tú, guarra… ¡Ja, ja, ja!
—¿De qué os reís?
—Tonterías, déjalo.
—Chicas, cambio de planes. Adela, hago una llamada y te cuento.
Antonio se apartó un poco para hablar:
—Hola, cariño, llegaré tarde…. ¿A qué hora?… No sé, creo que más tarde de
las dos de la madrugada no será, incluso ni la una, pero también podría ser que
llegara más tarde… ¿Que me esperarás hasta las dos despierta?… Gracias,
cariño, cuando salga de Tarragona te llamaré… Yo también, un beso.
—Buen detective, guapo, agradable, y el no va más, un romántico.
—¡Ja, ja, ja! —dijo Antonio a Adela— No te cachondees, se hace lo que se
puede. Escucha y déjate de tonterías, os llevo yo a Tarragona, nos vamos a cenar
y me vuelvo a Barcelona tranquilamente, es una hora por la autopista. No se
hable más.
Cuando habían dejado el aeropuerto y se dirigían hacía la autopista, el
detective sacó un sobre del bolsillo interior de la americana.
Toma, Adela, es lo de Antonia.
Adela, después de ojear el contenido del sobre, se dio la vuelta y alargó el
brazo hacia el asiento trasero.
—Toma, Antonia, no lo pierdas.
—Chicas, tengo que hacer un río.
—¿Qué?
—Claro, en Madrid no utilizáis esta expresión haig de fer un riu O en
diminutivo haig de fer un riuet. Un río, o un riachuelo, dependiendo de la
urgencia de la meadita.
—Nunca a la cama te irás sin aprender algo más. Esto me decía siempre mi
madre —dijo Patricia.
Antonio paró el coche en un área de servicio situada en un puente sobre la
autopista.
—Les Medes. Has tenido buena idea. Sabes, jamás había tomado algo en una
cafetería sobre una autopista.
67
Alma Retsem Klol
—Yo creo que tampoco —dijo Patricia.
—¿Os gusta esto? Al principio se llamó Jaques Borel o algo así. Era una
cadena de estas de áreas de servicio, francesa, creo.
Patricia se bajó del coche, se apartó unos metros y encendió un cigarrillo.
Francine, al quedarse sola con Antonio y ver que este quitaba las llaves del
contacto le cogió del brazo.
—Espera un segundo, no abras. Toma —le dijo sacando un gordo sobre del
bolso—, son tres kilos, espero que tengas suficiente, entre gastos y para el plan
que te voy a contar que tengo.
—Aún tengo medio kilo de la última vez.
—Pues mejor. Si lo hacemos en el tiempo previsto, que es menos de tres
meses, incluso puede sobrar bastante, pero si no lo hago todo lo bien que quiero,
se puede retrasar tres meses, y entonces, hasta podría faltar dinero.
Canelón la miró a los ojos y le dijo.
—Con esta cara y este cuerpazo, con quince días tienes suficiente tiempo.
Francine le miró de reojo, ladeó la cabeza, hizo una mueca y abrió la puerta
del coche.
—Ve a hacer un riu, que te hace mucha falta.
—Vale, vale, no he dicho nada.
Después de haber ido al baño se fueron directamente a coger una bandeja al
autoservicio. Al llegar a los platos de la comida, todos apetitosos a la vista,
Francine y Canelón se miraron y se pusieron a reír.
—Estarás pensando lo mismo que yo.
—Y seguramente lo mismo que esta. Mira lo embobada que se ha quedado
mirando las ensaladas y entremeses.
—¿Es a mí?
—Sí, sí, a ti. Coge lo que quieras. Son casi las nueve, comemos aquí, así este
señor podrá estar en su casa a las doce de la noche y complacer a su bella esposa.
Por mí no lo hagáis.
Después de cenar, galantemente se levantó Canelón y fue a buscar tres cafés
y tres whiskys.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
Con el café y fumando tranquilamente, Francine contó el plan al detective.
—Escúchame bien… Banachek. —Por unos momentos pensó llamarle
Roberto Alcázar, pero después de la pausa y una sonrisa decidió que otro día.
—El plan consiste en alquilar diez o doce pisos y tres o cuatro locales. Una
vez hecho, tus amigos Arnau y Conrado, deberán falsificar las escrituras como si
fueran efectivamente míos. A continuación, la presa formará sociedad conmigo y
yo le haré invertir todo su dinero y más.
¿Cómo lo ves, Antonio?, ¿te parece bien?
—Me parece sencillo y cojonudo.
—Yo le dije lo mismo —contestó Patricia.
Canelón se sacó un bloc pequeño que utilizaba como agenda y empezó a
anotar todo lo que le contaba Adela.
—A ver, pisos. ¿Es igual diez que doce, no? Y locales ¿es igual tres que
cuatro?
—Tampoco vendrá de uno, pero cuantos más mejor, creo yo.
—Es verdad, alquilaremos doce y cuatro. Los locales los busco medianos
porque grandes el alquiler costará un pastón. Bueno, uno lo cogeré grande.
Al cabo de un buen rato de hablar y especular, Canelón miró su reloj
disimuladamente, detalle que no pasó desapercibido para Patricia, que
aprovechando que el detective miraba un gran camión que estaba a punto de
pasar por debajo de sus pies, con un gesto y una mueca advir-tió a su amiga.
—¡Ostras, si son las once casi!, venga se levanta la sesión, a ver si vamos a
joder una noche prometedora de pasión a alguien.
Canelón contestó a Adela con una media sonrisa y una mirada ingenua.
* * *
—Bienvenida a casa, Antonia —dijo Adela al entrar con las maletas en el
recibidor y luego le dio un abrazo.
Después de enseñarle el piso, decidieron tomarse un café y una copa y mirar
un poco la tele antes de irse a descansar de un día ajetreado por el viaje.
69
Alma Retsem Klol
Al día siguiente, Adela se levantó pasadas las nueve.
—¡Tía, pero ya te has duchado! Buenos días, cariño.
—Preparo café y voy a comprar algo en la primera panadería que encuentre.
—Hay una enfrente, pero a mí me gusta más la que hay en nuestra acera,
subiendo la calle a unos cincuenta metros.
Tras desayunar, Adela pidió la documentación verdadera a Antonia, le
enseñó el secreto de las mesillas de noche donde la guardó y sacó una cinta de
vídeo y se la dio.
—Toma, guárdala en el primer cajón que tú aún no la has visto.
—No puedo contener el morbo, la miraría ahora mismo.
—Morbosa y viciosa. Lo pasarás mal, porque hasta la noche no la verás.
—Claro, como tú ya la has visto.
—Pero si te conté todo lo que pasaba.
—Que es broma, tonta. Pero tengo ganas de verla.
—La idea del cajoncito secreto de las mesitas. ¿Qué te parece?
—Muy buena idea, y el carpintero un diez, porque los dos tornillos que sacas
están en la parte de la cama y no se ven sin mover la mesita.
—El piso ya lo conoces todo, ahora te enseñaré Tarragona hasta la hora de
comer, después te enseñaré Montort y te presentaré a Berto y su mujer Lluisa.
Luisa, en castellano, fácil. ¿Cómo te defiendes con los idiomas?
—El francés lo sé completo, el griego me cuesta un poco, pero me defiendo.
—¡Ja, ja, ja! Cómo eres, venga nos vamos.
Antonia conoció Tarragona, Montort, a Berto y a Luisa y el chalet que pronto
sería de Adela, pero no la masía donde había vivido Francine ni sus alrededores,
aunque sabía la historia de Adela, que aquel mismo día le había prometido que,
antes de volver a Madrid, un día le en-señaría las masías y sus alrededores.
Vieron juntas la cinta de vídeo por la noche.
—Joder con el detective, ha hecho un trabajo de película, nunca mejor dicho.
—Ni que lo digas, aunque… Espera un minuto que voy a guardarla y te
cuento.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
Al regresar al comedor, Adela vio que Patricia estaba muy pensativa.
—¿Qué estarás pensando tan concentrada?, ¿o es que te has puesto un poco
cachonda?
—¡Ja, ja, ja! Estoy pensando que te habrá costado mucho dinero.
—Adivínalo.
—Igual dos millones y medio o tres.
—Lo has adivinado si a los tres le sumas dos más.
—¡Cinco!
—Sí, cinco y pagados por adelantado sin ningún compromiso que no fuera
verbal. Los honorarios de Canelón aparte, que no fueron cuatro duros, pero estoy
contenta. Sabes que el dinero no me importa, aunque pienso recuperarlo todo y
que, si es así, también tú te llevarás un buen pellizco.
Patricia hizo un gesto con la mano de no querer nada.
—Sí, sí, que ya lo sé —contestó Adela al ademán.
—Es una buena baza.
—Espero que sea más que una baza. Esto tiene que ser un as debajo de la
manga como mínimo.
—Tienes razón, mucho más que una baza.
—Patricia, ¡joder!, Antonia, parezco tonta. Mañana ¿qué es, viernes o
sábado?
—Viernes… Que no, que no, mañana es sábado. Seguro, es sábado.
—Mañana contactamos con Elio para las reformas del piso, comemos en el
bar de Berto, que además te chuparás los dedos, después esperamos que venga
Elio a tomar café y hablamos con él.
—¿Qué haremos de reforma?
—En la habitación larga, pondremos al final un armario empotrado y
después, en cuanto tenga el chalet en el pueblo, ya buscaremos una reforma más
interesante y grande, venga, a la cama, que te estás durmiendo.
El sábado sobre las tres Adela, Antonia y Elio estaban tomando café y
hablando de la pequeña reforma del piso en el bar de Berto. También hablaron de
la posible compra del chalet y de sus reformas, aunque Adela no se extendió en
este tema porque conocía el chalet por boca de Canelón y aún no lo había visto
por dentro.
Quedaron en que el lunes Elio se pondría en contacto con el carpintero y que
en cuestión de una semana lo tendría terminado. Después se 71
Alma Retsem Klol
enrollaron los tres hablando de sus vidas, incluyendo comentarios graciosos.
Elio llamó e hizo ir al bar a Juan Manuel, también conocido por el apodo de
Serrat por la coincidencia con el nombre del cantante, que además le gustaba
apasionadamente y del que solía cantar todas sus canciones en el andamio e ir a
verle a los conciertos.
—Juan, Juan Manuel.
—Buenas tardes, qué bien acompañado que estás.
—Claro, te llamo para compartir esta belleza que me envuelve… ja, ja, ja.
Adela y Antonia… Juan Manuel, o Serrat, como queráis.
—¿Cuál me toca?
Antonia cerró las manos y dirigió los puños hacía Juan Manuel mo-
viéndolos.
—¿Este o este?
—Este mismo —dijo Juan Manuel señalando uno.
Antonia, después de abrir la mano, ladear la cabeza y cerrar los ojos le dijo:
—Lo siento, tío, te ha tocado la fea, anda siéntate a mi lado.
—¿Fea dices? Jamás me había tocado una tan guapa.
Después de las risas, Elio le dijo a Juan que sería él quien iría a hacer la
reforma al piso.
—Ya decía yo que esto empezaba demasiado bien.
—Aunque le llamemos Serrat no es el que canta mejor, pero sí es el mejor
albañil de la provincia.
—No te pases que me tendrás que subir el sueldo.
—Es verdad, no es tan bueno.
Se rieron todos, ellas, con muchas ganas y risas muy simpáticas y
agradecidas que hicieron subir el ego de Elio como la espuma. Movido por ello
cambió de planes.
—Como esto os interesa, o te interesa —dijo dirigiéndose a Adela muy
deprisa—, he pensado que en lugar del lunes podría pasar esta tarde a tomar las
medidas si no os va mal y, así, ganaríamos un día.
A las mujeres les pareció estupendo y quedaron a las siete de la tarde en el
piso. Al despedirse Juan Manuel y Elio, Adela soltó una mirada al último con
una buena pizca de descaro que a él le sentó como un beso en la mejilla.
Berto les trajo la vuelta de lo que habían pagado.
72
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Chicas, el cambio. Adela, sabía que las sevillanas tienen fama de graciosas
y también de guapas, pero que eran tan guapas no lo sabía.
Patricia, que aún era más rápida que Francine, le contestó con toda la gracia.
Se levantó y se fue a la cocina, cogió a Luisa de la mano y plantándose con ella
junto a la mesa, le dijo con acento andaluz un poco más exagerado:
—Pero chiquillo, tú te crees que con este pedazo mujer que tienes, ese
cuerpazo, esa carita de ángel y que te hace una zarzuela que yo no sabía lo que
era pero que está de muerte… tú te crees que puedes tirarles los tejos a dos tías
que no le llegamos ni a la suela del zapato. Seguramente que a alguna hasta le
dices que la zarzuela esa la haces tú.
—Lástima que no me he traído la sartén, que si no, te ibas a enterar
—dijo Luisa.
—Antonia, que esto solo lo hago con las bellezas extraordinarias, además a
ella estas cosas se las digo día sí, día también. ¿Verdad, cariño?
—No me hagas hablar…
—Eres la más guapa y la que está más buena de las tres. ¡Guapa!
—¡Ja, ja, ja!
Luisa no podía contener la risa tras el comentario de Berto, una risa que
contagió a los cuatro.
Antonia cogió a Luisa del brazo y acercó la boca a su oreja.
—Ahora hablo de cosas serias. ¿No te habrán sobrado un par de raciones de
zarzuela, por casualidad?
—Ven conmigo.
Se fueron las dos a la cocina y Luisa levantó la tapa de la gran cazuela.
—Mira lo que hay. Para dos raciones es justo, poco, quiero decir.
—Qué va. ¿Tienes algo para llevármelo?
—Tranquila, te dejaré una fiambrera que cierra herméticamente.
—Eres un sol.
—Si un día queréis una zarzuela que de verdad os chupéis los dedos me lo
dices, piensa que este pescado es congelado.
—Eso ya lo sé, solo faltaría que en un menú pusieras pescado fresco.
Haremos un trato, un día que quedemos para cenar los cuatro, nosotras te
traemos el pescado fresco que nos pidas y tú haces el resto. ¿Qué te parece?
—El día que queráis. Te recuerdo que saldréis perdiendo.
73
Alma Retsem Klol
* * *
A las siete de la tarde las amigas esperaban impacientes a que llamara al piso
Elio. Patricia había estado toda la tarde comiéndole el coco a Francine para que
iniciara la relación con Elio aquella misma tarde. Iniciar se refería a un
achuchón, una caricia con las manos o como mucho un beso.
—Clin, clon…
—¡Que está aquí!, corre, enciérrate en el baño y mójate un poco el pelo y sal
dentro de cinco minutos, el resto lo hago yo. Tómate esto de un trago… Que sí,
venga —dijo nerviosa Patricia.
—¡Joder, ni John Wayne se los tomaba así de rápido! Si no salgo es que me
he mareado.
—¡Calla ya, pesada!
Patricia fue a abrir la puerta.
—Hola, Elio, qué puntual, las siete en punto.
—Es que soy un chico formal.
—¿No será porque es la primera cita? ¡Ja, ja, ja! Pasa. Adela se está
duchando, ven que te enseño la habitación y de paso le damos un toque a Adela
para que espabile.
—Tranquila, no tengo prisa.
Del comedor salieron al pasillo que llevaba a la habitación pasando por
delante del baño donde estaba Adela.
—Toc, toc. ¡Venga, tía!
—¡Que ya salgo!
—No te pongas tan guapa, que es guapo pero tampoco es Brad Pitt.
Adela abrió la puerta del baño y arremetió contra Antonia.
—Es que no entiendo cómo puedo tener una socia tan tonta. Hola, Elio,
perdona que no te haya saludado primero.
—Hola, Adela, ya le he dicho a Antonia que no tengo prisa.
—No es por la prisa, es por las tonterías que suelta. Esto en dos minutos que
has visto tú, ahora imagínate todo el día con ella.
Elio aprovechó la risa para recorrer con la vista todo el cuerpo de Adela de
arriba abajo. La exuberante melena rubia rizada, humedecida suavemente y
brillando en los trozos más secos, la cara guapa con la mirada de ojos miel claro,
grandes y avispados, el cuello largo, unos 74
Haré que jamás puedas vivir sin mí
senos considerables erguidos y firmes como dos soldados de la Guardia Real,
un vientre liso y un culo perfecto aguantado por dos piernas desnudas un buen
palmo por encima de las rodillas, que era donde terminaba el blanco albornoz
corto.
Entraron en la habitación. Elio llevaba la voz cantante aconsejando la manera
en la que debería hacerse el armario empotrado en formas y medidas.
Aprovechando que estaba de espaldas a ellas señalando con los brazos, Antonia
agrandó el escote del albornoz y se puso a hablar para que Elio se girara y Adela
tuviera tiempo de llamar la atención ta-pándose ante los ojos de Elio.
—Elio —dijo Antonia—, perdona que te interrumpa, te tomarás una cerveza
antes de irte, o un whisky, lo que quieras.
—Bueno va, una cerveza.
—Bajo un momento al bar a buscar cuatro cervezas.
—Por favor, que no…
—No tenemos cerveza y, además, no tenemos tabaco.
—No he dicho nada —se disculpó Elio que, sin querer mirar, los ojos se le
iban al escote de Adela, quien buscando y mirando medidas con el metro iba
dando algún que otro refregón a Elio que lo tomaba como una bendición.
En un momento en que él señalaba una medida con el brazo izquierdo, Adela
le puso la mano en el hombro derecho con el brazo encogido, haciendo que su
pecho duro se paseara por él apretándolo fuerte.
—¿Sabes qué estoy pensado? —dijo muy dulcemente mientras el brazo de
Elio hizo un movimiento de inercia hacía atrás quedando la mano caída, pero
tocando la nalga izquierda de Adela, que no retiró la cara que tenía casi pegada
al rostro de él, que al girarse un poco hacía ella, le pegó los labios y la lengua
como una ventosa.
Adela se abalanzó encendida de deseo. Sus bocas se devoraron como
caníbales hambrientos. Ella no podía reprimir gemidos orgásmicos.
Con las manos le aguantaba la cabeza y le tapaba las orejas al mismo tiempo
y por eso él no escuchó el ruido de la puerta al entrar Antonia.
Esta dejó las cervezas en el frigorífico y se fue a la habitación donde estaban.
«No será tan valiente la tía que se lo habrá llevado a la habitación», pensó
Antonia que se paró delante de la puerta. «Joder, yo que creía 75
Alma Retsem Klol
que no estaban», se dijo mientras veía la cara de pánico que puso Adela al
verla y como con la mano por la espalda de Elio le decía que se fuera y con el
puño cerrado le hacía el gesto de llamar.
Mientras Antonia volvía hacía la puerta de entrada, Elio perdía la vergüenza
y su mano experta, se hundía en la vagina de Adela que no pudo evitar un
gemido muy chillón que le volvió loco.
—¡Pum! —Sonó la puerta del piso.
—¡Hola! Ya estoy aquí.
Adela, con un fuerte empujón separó a Elio y con las manos en la cabeza se
lamentaba por haber sido pillada por la tentación.
—¡Dios mío!, ¡qué hago!, ¡cómo he podido…! Elio, perdóname, una cosa así
no volverá a ocurrir, qué vergüenza…
—Tranquila, por mí puedes estar tranquila, yo también me he des-
controlado.
—Eres un hombre, tú no tienes culpa, te pido perdón.
—¿Vais a venir al comedor o voy yo allí?
—¡Vamos!, pasa, Elio.
Como acto de consolación, Elio le puso una mano a cada brazo.
—Me sabe mal que por mi culpa estés así.
Ella le cogió las manos dulcemente y las apartó de sus brazos, tan
dulcemente que quedó muy sorprendido cuando no tan dulcemente le dijo:
—Esto no volverá a pasar jamás.
Al llegar al comedor, Antonia había preparado un pequeño aperitivo.
—Solo me faltan las patatitas que también he comprado, venga, empezad
que voy a buscarlas.
«Las pa-ta-ti-tas. Te podía haber pillado el tranvía», pensó Elio al ver y oír a
Antonia.
76
Capítulo VII
Julio de 1970, Vallecas, Madrid.
María y Francisco llegaron a Madrid, al barrio de Vallecas, al piso de la
hermana de María, Jacinta, y de su marido Baldomero. No tenían hijos, factor
que favorecía que pudieran instalarse cómodamente hasta encontrar ellos
vivienda y trabajo.
—Jacinta, igual tenemos que estar un mes en tu casa, hasta que encuentre un
trabajo.
Baldomero que estaba en el pasillo del piso y oía lo que María le de-cía a su
hermana en la habitación, se fue directo hacía las dos.
—María, que no te oiga decir nada de eso que estás diciendo, o te irás
mañana mismo. ¡No ves que estamos solos! —pasó la mano por la cabeza a
Francisquín—, aburridos y que lo que necesitamos es compañía.
—Gracias, Baldomero, eres bueno como lo era mi Francisco.
—Niña —así llamaba Jacinta a su hermana— luego ya hablaremos, ahora
colocamos un poco la ropa y lo más gordo y nos vamos a comer, es casi la una,
tampoco hace falta que corramos, pero…
—¿Dónde comemos? —preguntó Baldomero
—Dónde va a ser.
—¿En el Pepito?
—¡Qué pregunta!, claro. He pedido mesa esta mañana mientras tú aún
roncabas. Es broma, hombre —dijo Jacinta al ver la cara que ponía su marido.
—Francisco, ve al baño si tienes que hacer pis y nos vamos a dar una vuelta
hasta la hora de comer, así te enseño el barrio y te compro un helado.
77
Alma Retsem Klol
Al escuchar helado se le escapó una sonrisa al niño.
—Un helado pequeño, Baldo, que después no comerá —dijo María.
—Qué pesadas las mujeres. ¿Verdad chico? —dijo en voz baja el hombre a
Francisco, que volvió a sonreír.
—¿Qué te parece Madrid? Pisos, gente, coches, calles, con lo tranquilo que
estabas en la masía, pero tienes que mirarlo por la parte positiva.
Tienes tiendas de todo tipo, cada semana podrás ir al cine, hay locales para ir
a jugar al futbolín, al ping-pong… Mira, otra cosa que no pensaba, ves aquellos
árboles del final de la calle, pues allí está el colegio al que seguramente irás, es
el colegio Virgen de la Soledad, allí conocerás muchos chicos, ya verás como, al
final, te gustará más Madrid que el pueblo en el que estabas.
—Esto seguro, tío, ya me está gustando más.
—Y ahora aún más. ¿De qué quieres el helado?
El niño señaló uno de los recipientes.
—De chocolate, muy bien, elige la medida, chico.
De las tres medidas de cucuruchos Francisco eligió la más pequeña.
—Qué buen chico que eres… Póngale el más grande…, con una condición,
que no se lo dirás a tu madre y que te lo comerás todo. Y ahora nos sentaremos
allí que hay cuatro mesas y mientras te comes el helado, el tío se tomará una
cervecita y unos calamarcitos, que los hace Bartolo riquísimos.
En el piso de Jacinta, María ya conocía a las cuatro vecinas del rellano y
estaba muy tranquila porque su hermana se lo ponía todo muy fá-
cil.
Durante la comida en el bar restaurante Pepito, planificaron, más bien
planificó Jacinta, la vida en Madrid de sus invitados en una corta sobremesa. A
través de su marido hizo una mayor muestra de generosi-dad.
—Díselo tú, Baldo, a ver si se lo haces entender.
—María, deja a tu hermana y escúchame a mí, todo lo que dices que harás
está muy bien, y nosotros te ayudaremos, pero antes de terminar el verano tú y
mi sobrino no os vais de nuestro piso, no se hable más, y lo que quieres hacer lo
harás, pero con toda la tranquilidad. Por suerte, ya sabes que me gano la vida
bien y encima tu hermana no para de trabajar en lo de la confección.
78
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Al acabar de hablar Baldo, María miró a su cuñado y a su hermana y con una
media sonrisa simuló que se cerraba la boca con una cremallera, a lo que su
hermana con una seriedad irónica le respondió.
—Así me gusta, que lo entiendas. —Todos se rieron del comentario de
Jacinta.
Después de comer se fueron al piso e hicieron la tradicional siesta porque era
sábado y ni Baldo ni Jacinta trabajaban.
Era un final de julio más caluroso de lo normal y las nubes que cu-brían la
capital hacían un día bochornoso. Debido al calor, María no durmió ni cinco
minutos, pero descansaba con gusto del ajetreo del viaje. Pensaba que no se
podía sentir más feliz de lo que se sentía. Para ella había sido pasar del infierno
al cielo en el tiempo que duró el trayecto ferroviario de Tarragona a Atocha.
* * *
Cinco años después de aquel bochornoso sábado de finales de julio en que
llegaron a Madrid, Francisco, con diecisiete años, tras un curso de formación
profesional de administrativo, había comenzado en el mundo laboral trabajando
en una oficina. Su vida al lado de su madre transcurría tranquilamente. Vivían a
dos calles de Jacinta y Baldo en un piso de alquiler y María trabajaba en el
mismo taller de confección que su hermana, en el que la colocó a los dos meses
de llegar.
Francisco había tenido su primera relación a los dieciséis años y otras dos
más a los dieciocho. Habían sido amores pasajeros, ninguno había pasado de los
dos o tres meses. Ahora creía haber encontrado el amor de su vida, una chica de
dieciocho años como él, Adriana.
Llevaban cinco meses saliendo. María y Adriana se conocían perfectamente,
en cambio, Francisco aún no había querido conocer la familia de su novia, hecho
que ocasionaba algún que otro roce entre la pareja.
Era el mes de mayo y se acercaban las fiestas de San Isidro. El Seat 600 de
segunda mano que hacía poco que se había comprado Adriana, estaba aparcado
en una arboleda de la Casa de Campo esperando a que el sol se escondiera.
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Alma Retsem Klol
—Francisco, sé que algo te pasa y no quieres decirme nada, hace tres días,
bueno, los últimos tres días que nos hemos visto, que estás muy raro, estás
ausente, y lo último en que piensas es en mí.
—No lo creas, en ti pienso mucho, hace días que quiero hablar contigo pero
no sé ni cómo ni por dónde empezar.
—Yo te ayudaré —dijo Adriana con un nudo en la garganta y los ojos que
parecían dos manantiales que le dejaban secas las entrañas.
Francisco se abrazó a ella y le dijo llorando también:
—He estado a punto de desaparecer sin decirte nada absolutamente, o
dejándote una nota, pero pienso que hubiera sido un cobarde. Dentro de dos
meses me voy a Venezuela a trabajar y tengo la intención de estar mucho tiempo
allí, años, no te puedo pedir que me esperes.
—No puedes ni quieres, porque sabes que yo te esperaría. Si me amaras
como yo te amo, no te marcharías de mi lado.
—Eres la chica que más he amado en mi vida…
—No continúes —dijo ella al tiempo que con la mano le tapaba la boca—. El
sufrimiento y la agonía hay que alargarlo lo mínimo posible.
Ya sabía yo que no se podía ser tan feliz en la vida. ¿Nos vamos? Por favor,
Francisco, no llores tanto que me haces pensar que he sido yo quién te deja o
quién se va a Venezuela.
—No dudes de que te quiero con locura.
—Te llevo a casa.
—No, de verdad, bajaré en tu casa y cogeré el metro.
Cuando Adriana aparcó el coche en su calle, se dieron un abrazo que terminó
en un mar de lágrimas, todas amargas.
—¿Te puedo pedir una cosa, Adriana?
—Todo lo que tú quieras.
—Solo una cosa, que por favor, nunca me odies.
—Tranquilo, que eso no pasará.
—Gracias, Adriana. En poco te ayudará, pero créeme, siempre estarás en mi
corazón.
Salieron del coche y se despidieron con otro abrazo.
Cuando llegaron al portal ella entró y él siguió andando. Al llegar al
ascensor, Adriana se acordó de que no le había preguntado algo y salió corriendo
hacía la calle en su busca.
—¡Francisco!
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—¿Qué pasa, Adriana?
—Uf… menos mal que te encuentro. No te asustes, que no pasa nada.
¿Tu madre sabe algo de esto?
—No. ¿Cómo quieres que lo sepa? Además, tampoco sé cómo decírselo, te
quiere mucho.
—Hazme un favor. Si dentro de una semana no he pasado por tu casa, se lo
cuentas y te despides por mí dándole un beso. Procuraré pasar yo y contárselo
porque tengo ganas de decirle adiós, la quiero mucho.
—Hasta dentro de quince días no le diré nada a mamá. Adiós, Adriana.
Francisco continuó el camino hasta la parada de metro que lo llevaría a
Vallecas. Antes de subir al piso se entretuvo en tres o cuatro bares tomando algo
para no cenar en casa. Se tomó alguna cerveza de más que no le dieron otra
alternativa que decirle a su madre que no se encontraba bien y que se iba directo
a la cama.
Adriana se había ido directamente a su habitación para poder llorar a solas
toda la noche y esperar que las lágrimas fueran limpiando a su paso la pena tan
grande que tenía. A las diez de la mañana de aquel odioso domingo de mayo,
llamó a su mejor amiga y quedaron para pasear por los floridos parques
madrileños, buscando el consuelo que solo el tiempo le daría.
* * *
Adriana aparcó el Seat 600 en la calle donde vivía Francisco, a unos treinta
metros de su portal. Eran las cuatro y media de la tarde. Estaba dándole vueltas
por la cabeza si iba o no iba a ver a María, el mayor obstáculo era que no quería
verle a él.
De pronto dejó de respirar y fue agachando la cabeza despacio para no ser
descubierta. Francisco pasaba por la misma acera donde estaba aparcada, por
suerte, iba hablando con un amigo y no se dio cuenta del coche ni de que
Adriana estaba dentro.
—Hola, Adriana, cariño, pasa —dijo María al abrir la puerta—. ¿A qué hora
habéis quedado? Francisco acaba de irse sin decirme donde iba, habrá ido a por
tabaco.
81
Alma Retsem Klol
—No hemos quedado, bueno sí, hemos quedado en no vernos más, yo,
simplemente, he venido para despedirme de usted, porque aparte de tratarme
muy bien, la quiero mucho.
María, emocionada, le dio un abrazo agradeciéndole sus palabras de afecto y
haberse querido despedir de ella.
—Siéntate, preparo café y después nos tomaremos dos gotas de Chinchón. A
las penas puñaladas. ¿No dicen eso?
Después del café, el Chichón y una charla con María que duró más de dos
horas, Adriana se fue a su casa con el corazón alegre. La pena no se la había
quitado el licor, pero sí la larga charla con María, que le había hecho prometer
que cuando tuviera otro novio, la iría a visitar.
* * *
Madrid, Navidades de 1981.
El Seat 124 D acompañado por un taxi, paró justo delante del piso de María
y Francisco en Vallecas.
Floren pagó al taxista, aparcó bien el coche y se reunió con Alicia y sus dos
hijas en el portal, donde ellas aguardaban con las maletas.
—Clin… Clon…
—Ya voy.
Al abrir la puerta y encontrarse con las dos nietecitas de Barcelona que
esperaba que llegaran por la noche en lugar de la una y media del mediodía,
María estuvo unos segundos estupefacta antes de dar un chillido de alegría.
—¡Huy! ¡Mis niñas catalanitas!
—Hola àvia —dijeron las dos a la vez, al tiempo que se abrazaban las tres.
Al abrirse la puerta del ascensor y ver que salía Alicia, María corrió hacía
ella sin poder articular palabra por la emoción.
Al despegarse del abrazo y secarse las lágrimas le dijo:
—Qué guapa estás, hija mía.
Después dio dos cálidos besos a Floren y se volvió a dirigir a su hija.
—Y tu marido, hija, se te está volviendo interesante, míralo que guapo.
Floren miró a María con cara de pícaro y ella dijo a su Alicia: 82
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Yo ya sé lo que dirá. Venga, dilo.
— Dugues filles i una mare, tres dimonis per un pare. De eso son las canas,
suegra.
—¡Ja, ja, ja! Cuando nació Judit oí por primera vez esta frase que dicen en
Cataluña, fue de boca de Floren y me hizo mucha gracia.
—Te conoce mejor mi madre que yo.
—María, si supiera usted las veces que le he dicho que ojalá se pareciera más
a su madre.
—Sí, mamá es verdad. Me lo dice muchas veces.
—No creía que a tu suegra la valoraras tanto.
—Pues ya lo ve.
—Tanto Alicia como Francisco se parecen entre ellos, pero sí es verdad que
de carácter ella se parece más a su padre, y Francisco se parece un poquito más a
mí. Floren, tu suegro en paz descanse, era mejor persona que yo. Venga, va, no
nos pongamos tristes. ¿Y mis niñas?, ¿dónde están mis niñas?, ¡pero qué grandes
que estáis! Dejad las maletas en paz que nos vamos a comer.
—Mamá, a comer vamos nosotros, tú tienes la mesa preparada y estabas a
punto de comer.
— Àvia, ¿Francisco no está?
—Francisco no vendrá hasta la noche, tiene tantas ganas de veros a las dos
que si supiera que estáis aquí habría venido a comer.
—Mamá…
—Tú te callas, que en mi casa mando yo. Que no, escucha, que lo que yo me
iba a comer lo puedo guardar.
María cogió el teléfono y llamó al restaurante que había enfrente mismo de
su portal.
—¿Serafín, está Serafín?… Vale, gracias… Serafín, soy María, la de
enfrente… ¿A sí?… Escucha, ¿tendrás una mesa para cinco?… claro, ahora…
Veinte minutos… Damos un paseo y vamos.
—Niñas, a hacer pipí.
Francisco salió de la oficina donde trabajaba de auxiliar administrativo. Su
amigo Luis, del que se habían hecho inseparables, le esperaba en el bar de la
esquina como otras veces.
Al verlo entrar, le pidió una cerveza al camarero que había en la barra.
83
Alma Retsem Klol
—Luis, que no la abra —dijo Francisco mientras se acercaba.
El camarero, servicial y rápido, ya tenía media cerveza en el vaso.
—¿Qué dices, Francisco?
—Nada, nada.
El camarero, listo como la mayoría de los de su profesión, se había quedado
con lo que quería decir Francisco. Cogió el vaso y la media cerveza, la retiró y
dijo:
—¿No querías decir esto, tío? Ya te puedes ir, esta me la bebo yo y la paga
Luis, que no se entera.
—Vale, muchas gracias.
Luis aún no se había enterado.
—Acábala de un trago que nos vamos.
—¿Y tú?
—Me conoce más el camarero que tú.
Salieron del bar a toda prisa.
—Corre, Luis, que si han cerrado tendremos que ir al centro.
—¿Cerrar qué?
—Menos mal, aún está abierto.
—¡Ah! —exclamó Luis al ver la tienda de juguetes.
—Pero si ayer te dije que venían mis sobrinas.
—Por los pelos —les dijo la dependienta que giró el cartelito de la puerta
después de entrar ellos—. ¿Qué desean?
Francisco sacó un papelito de la cartera y leyó a la amable dependienta.
—A ver… La Barbie peluquera y la Barbie enfermera por un lado, y por el
otro quiero el famoso novio de la Barbie… Ken, ya no me acordaba… A ver, el
Ken ese, el deportista y el mecánico.
—Solo el mecánico, el deportista se ha agotado, puede coger el Ken
aventurero, estoy segura que aún le va a gustar más que el deportista.
Ahora se lo traigo.
Mientras la dependienta fue a buscar al Ken aventurero, Francisco acercó su
boca al oído de Luis.
—¿Cuál te gusta más, el mecánico o el aventurero?
—A mí el administrativo, que es el más guapo y el que está más bueno… ¿Y
a ti?
—A mí, el Ken marinero.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—En Madrid lo tendrás mal, aunque, entre las barquitas del Retiro…
—Si es de agua dulce, tampoco pasa nada, todos los marineros tienen
costumbres parecidas, a todos les gustará más el pescado, digo yo.
—Se lo envuelvo para regalo y se lo pongo en dos bolsas.
—El mecánico con la enfermera. Así, muy bien. ¿Me dejas un bolí-
grafo o un lápiz? Lo que tengas.
—¿Un rotulador?
—Mejor, gracias. Aquí Marta y aquí Judit.
Tras pagar Francisco se fueron con una bolsa cada uno tranquilamente
paseando entre luces, guirnaldas y, cómo no, el «beben y beben», o el
«ropopompom» que sonaban continuamente sin descanso.
—No entiendo cómo te puede gustar la Navidad.
—¿No has sido niño tú?
—Claro, de niño me gustaba mucho, aunque los Reyes Magos, se ol-vidaron
de mí en más de una ocasión.
—Ahora lo entiendo, Luis, tú lo que tienes es una frustración en el
subconsciente por lo mal que lo pasaste por culpa de los Reyes Magos y te
olvidas hasta del nacimiento del Niño Jesús que, pobrecito, no tiene ninguna
culpa.
—Cómo me ablandas el corazón.
—A ver si te vas a creer que a mí los Reyes Magos me traían bicicletas o el
famoso Escalextric. Eso sí, siempre me traían algo que, además, disfrutaba, pero
los primeros juguetes digamos, normales, en cuanto a poder adquisitivo me los
hizo mi hermana que ya trabajaba.
—¿Estás llorando, Francis?
—Mira este escaparate. Ves aquella granja con su tractorcito y su remolque.
Pues no sé si tendría yo seis, siete u ocho años. El caso es que era el principio de
los tractores, al menos en la zona donde vivíamos. Los Reyes Magos de aquel
año me trajeron un tractor, un remolque de madera y un arado de alambre. El
tractor giraba las ruedas con el volante, estaba pintado de color rojo y la carreta
de color marrón. No te puedes imaginar lo que me hinché de jugar con aquel
juguete de los Reyes Magos.
—En el regreso a la infancia hay a veces penas, pero, sobre todo, muchas
emociones.
—A los pocos días de fallecer mi padre me enteré de que aquel tractor me lo
había hecho él con sus manos.
85
Alma Retsem Klol
Luis puso su mano en la nuca de Francisco y lo acarició. Con los ojos
humedecidos que parecían dos gotas grandes de agua y un nudo en la garganta,
Francisco le miró agradeciendo sus caricias.
—No hay una Navidad, que no recuerde mil veces aquel tractor y su
remolque tan cargado de emociones.
—Alégrate, Francis, que al que no le gusta la Navidad es a mí. Piensa que
con estas horribles Barbie y estos Ken, tus queridas sobrinitas al-gún día de
mayores tendrán recuerdos parecidos a los tuyos.
—Me encantaría.
Entraron en la boca del metro y en la segunda estación se despidieron.
Francisco insistió, pero Luis no quiso aquel día ir a cenar a su casa como hacía
en muchas ocasiones.
—No insistas, Francis…
—Prométeme que antes de que se vayan a Barcelona, vendrás un día a comer
o a cenar.
—¿Qué día se van?
—Solo sé que el fin de año no lo pasan aquí…
—Prometido. No, prometido no, te juro que iré a tu casa antes de que se
vayan. ¿Está contento el niño?
Francisco le contestó con una mueca irónica.
A la salida del metro cerca de su casa, llamó a su madre desde una cabina
para preguntar si las niñas estaban en casa. Al saber que así era pensó en la
señora Dolores, una mujer que vivía sola en el mismo rellano muy amiga de su
madre y llamó a su puerta.
—Hola, Francisco. ¿Qué quieres, hijo?
—Corra, corra, déjeme pasar —dijo Francisco pensando que se abría la
puerta de su piso.
—¡Uf, qué susto!, creía que era la puerta de mi casa. Es que traigo los Reyes
de mis sobrinas y si los ven… ¿No le molestarán, verdad? Mañana aprovecharé
un momento y vendré a buscarlos. Se los dejo aquí mismo.
—Ya he visto a tus sobrinas, están preciosas. Dos años hacía que no las veía.
Dame las bolsas que las pondré en mi habitación, no sea que venga tu madre con
las niñas a por algo o a verme y vean las bolsas aquí en el recibidor, que los
niños son más listos…
—Tiene razón, Dolores, gracias y buenas noches.
—Buenas noches, hijo.
86
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Al abrir la puerta de su casa, las dos niñas, alertadas por María, se colocaron
detrás. Francisco iba a gritar con todas sus fuerzas cuando oyó los soplidos de
risa que se le escapaban a Judit por la boca que se le reventaba y dijo:
—¡Hola, mamá!
—¡Huh. Haaaaa!
—¡Madre mía, qué susto me habéis dado! ¡Qué gamberras son estas
catalanas! ¡Qué guapas que estáis!
—Mamá, mamá.
—Ya voy, ya voy.
—Francisco, cariño…
—Alicia… ¡Qué guapa que está mi hermanita! Lo que no sé, es cómo puedes
estar tan guapa con este par de demonios que tienes. Eso sí, son los demonios
más guapos de Barcelona.
— Nenes, dieu-li al tiet que heu fet els pastorets.
—No, no me lo digáis, habéis hecho de demonios. ¿No sabíais que el tío es
adivino?
—Después te enseñaremos las fotos, mamá ya las ha visto —dijo Alicia.
—¿Y vuestro padre, dónde está? No, no me lo digáis, está con Emilio en el
bar de Rosendo, ¿discutiendo qué?, decídmelo.
—De fútbol.
—De mayores también seréis adivinas como el tío.
Francisco acabó de llegar hasta el comedor donde estaba María y le dio dos
besos como de costumbre.
—Miradla, a la àvia se le cae la baba con su hija y sus nietas.
—¡Uy, mamá!, que el niño se pone celoso, claro, siempre su mamá toda para
él solito.
Los tres se rieron a carcajadas.
—Niñas, el abrigo y las bufandas que el tío os hará un regalo y, de paso,
iremos al bar de Rosendo a buscar a papá.
—Francisco, que no coman nada las niñas, que después no cenarán.
Francisco guiñó el ojo a sus sobrinas y contestó a su hermana.
—No te preocupes que no comerán nada.
Al quedarse solas, Alicia le preguntó a su madre:
—¿Mamá, no te trae ninguna chica a casa, Francisco?
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Alma Retsem Klol
—No desde que lo dejó con Adriana. ¿Te acuerdas?
—Claro, me supo muy mal cuando lo dejaron, Adriana era una chica
majísima y, lo más importante, quería mucho a Francisco.
—Apaga el fuego y siéntate.
—¿Apago también el horno?
—Cuando suene el timbre del reloj.
Alicia se sentó enfrente de su madre y le dijo toda intrigada:
—Venga, cuéntame.
—¿Has preguntado por algo especial esto de tu hermano? —Después de
mirarla a los ojos sin pronunciar palabra, María continuó—. Es igual, escucha,
cuando lo dejó con Adriana, al cabo de unos días ella vino a verme para
despedirse de mí, estaba destrozada. Tu hermano también lo pasó mal…
Al cabo de casi una hora oyeron la puerta del piso que se abría y llegaba la
revolución. Concluía la charla con una observación de Alicia a todo lo que le
había contado su madre.
—Pues yo, mamá, también creo que es esto que tú dices. Vamos, estoy
convencida. Ya están todos aquí. Floren, ¿cuantas cervezas te has tomado con tu
amigo Emilio?
—Un par.
—Con esos ojos un par, un par de docenas será.
—Díselo tú, cuñado.
—Es verdad, Alicia. Solo se ha tomado dos.
—¿Lo ves? Siempre digo la verdad.
—Mira, mamá, lo que nos ha comprado el tío Francisco.
—Ya le habéis dicho gracias y le habéis dado un beso.
—Sí, mamá.
—Ayudadme a preparar la mesa. No, mamá, tú no te muevas, solo faltaría
eso.
La Navidad transcurrió como la mayoría de veces, una buena Nochebuena,
regalos, villancicos y lo más importante, amor, mucho amor.
El día veintisiete era la última noche que Alicia y su familia estaban en
Madrid. Aquella tarde María, Floren y las niñas habían decidido ir al circo que
estaba instalado en el mismo barrio.
Los dos hermanos se habían comprometido a preparar una cena que simulara
el fin de año que, por circunstancias, no pasarían juntos.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Por fin solos y tranquilos. Aunque son un poco terremotos, tienes dos hijas
preciosas. Alicia, espero que no te haya estropeado la tarde, igual tenías ganas de
ir al circo con ellas. Si te propuse que me ayudaras con la cena era porque quería
hablar contigo a solas y a medida que pasaban los días no había forma de tener
un par de horas contigo.
—No me asustes, Francisco, ¿le pasa algo grave a mamá?
—No, tranquila, no es nada de mamá es algo mío, aunque con mamá puede
tener alguna relación, pero no te agobies que creo que no es nada grave. Antes
de nada, por la cena no te preocupes, lo tengo todo encargado, o sea que puedes
sentarte. Yo tomaré cerveza.
—Yo un cubata flojillo de ron.
Eran las nueve de la noche y cinco minutos cuando Francisco miró el reloj.
Automáticamente lo tapó con la otra mano.
—Adivina qué hora es.
Alicia miró la puerta del balcón del comedor y dijo.
—Hace tiempo que es de noche, igual son casi las ocho.
—Las nueve y cinco minutos, estarán a punto de llegar. Seguramente
podríamos hablar unas cuantas horas más sin darnos cuenta, al menos yo.
—Será que yo no he hablado.
—No solo has hablado mucho, sino que, además, mejor no podías hablarme
de cómo lo has hecho.
Francisco se levantó de la butaca y tendió las manos a Alicia para levantarla,
después la abrazó y la llenó de besos, dándole las gracias por ser como era mil
veces.
Los dos tenían los ojos llenos de lágrimas cálidas.
—Ahora pienso que ojalá te hubiera contado esto unos cuantos años antes,
aunque, igual no hubieras pensado lo mismo.
—No podría afirmarlo, pero creo que sí, de todas formas no te lamentes,
porque eres muy joven.
Oyeron un pequeño escándalo y acto seguido la cerradura de la puerta del
piso que se abría.
—¡Mamá, mamá, tiet! —gritaron las dos niñas a la vez.
—Hola, hijas mías, hola mamá. ¿Y el papá?, ¿se ha quedado en el circo?
—Tu marido el circo lo montará ahora con Emilio que seguramente lo estaría
esperando en el portal, tendrán que hacer la despedida, digo yo. ¿Y Francisco?
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Alma Retsem Klol
—Hola mamá, nenas. —Francisco había ido al servicio a limpiarse las
lágrimas de la cara.
—¿No habéis hecho aún la cena?
—Marta, Judit, acompañadme a buscar la cena y, de paso, vigilare-mos a
vuestro padre, que Emilio no le meta una goleada.
* * *
Un mes más tarde Francisco llegó a casa como de costumbre acompañado de
Luis.
—Mamá, hola.
—Hola, María.
—Hola, hijos, llegáis pronto hoy. ¿Cenaréis en casa, verdad?
—Si tú lo dices.
—Ya sabes que yo encantada, comeremos ensalada y tortilla de patatas o de
espinacas, de lo que queráis.
—De patata, mamá.
María miró a Luis para ver si daba la aprobación y este sonrió mientras
afirmaba con la cabeza.
—¡Una cosa, mamá! Si no te importa, Luis se quedará a dormir en casa
porque mañana por la mañana queremos ir al centro…
—Por qué me iba a importar. Además, hoy tendréis la casa para los dos
solitos. La señora Dolores tiene una sobrina que estos días le ha hecho compañía
por la noches porque se ha encontrado mal y hoy la chica no puede venir, por lo
que me he ofrecido yo para ir a su casa, es solo hacerle compañía. De hecho, ya
se encuentra mejor, ella no quería, pero en el fondo, cuando le he dicho que yo
dormiría con ella de todas maneras, he notado tranquilidad en su cara. Somos
muy amigas. De esta forma también vosotros estaréis mejor.
Los dos, sobre todo Francisco, miraron a María con cara de sorpresa después
de la última frase. Ella no aguantó la mirada de su hijo y como quién no le daba
importancia a sus palabras, desvió la suya disimuladamente. Aquella misma
noche, Luis convenció a Francisco para que hablara con su madre de los planes
que tenía sobre su propia vida.
A las diez de la mañana María salió de la puerta C y entró en la puerta A del
rellano.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Hola, hijos, buenos días —dijo María viendo que había luz en la cocina
que evidenciaba que estaban levantados.
—Hola, mamá, buenos días. ¿Qué tal Dolores?, ¿está mejor?
—Sí, ya está mejor.
—Me alegro, igual luego paso a verla.
—¡Uy! si pasas se pondrá contentísima, te quiere mucho. ¿Y Luis?,
¿no estará durmiendo aún? ¿Se ha ido? ¿Os habéis enfadado?
—No, mamá, hemos cambiado de planes y los previstos para hoy los
haremos el próximo fin de semana. El principal motivo ha sido que hace tiempo
que quiero hablar contigo y he decidido hacerlo ahora. No he hablado antes por
que estoy en el proceso y es que no sé cómo empezar…
María le tapó la boca con la mano y le preguntó:
—¿Me dejas que empiece yo?
La mirada, el gesto y el silencio fueron la respuesta de Francisco.
—Ahora mismo estoy pensando que a lo mejor no he sido buena madre,
tenía que haber hablado antes contigo. Te aseguro que no he tenido menos ganas
que tú de haberlo hecho antes, pero no tiene remedio, por lo cual… A lo que iba,
en primer lugar te diré que eres un hijo estupendo del que siempre, siempre, me
sentiré muy orgullosa. ¿Te acuerdas de las muchas veces que te he hablado de
nuestro hermano José que murió cuando tenía veinte años? Pues el que hubiera
sido tu tío, que en paz descanse, era exactamente como tú.
—¿Cómo soy? —interrumpió Francisco a su madre con cara ingenua, pero al
ver que ella titubeaba sorprendida, le sonrió.
—Hijo, hemos quedado en que nos ayudaríamos.
—Ha sido una broma, mamá. Al tío José sé que le gustaban los hombres más
que las mujeres.
—Más o menos, bueno, al tío José solo le gustaban los hombres y creo que a
ti te pasa lo mismo. ¿Verdad?
—Sí, mamá, soy maricón.
—No digas eso…
—Que es broma, mamá, aunque para la inmensa mayoría de hombres no soy
otra cosa.
—Eso era antes. Nuestro José lo pasó muy mal, por cierto, tu tía Jacinta y yo
éramos con quienes mejor se llevaba de casa, exceptuando a 91
Alma Retsem Klol
nuestra madre. Gracias a Dios, los tiempos han cambiado a mejor. Claro, que
aún hay mucha gente que no entiende nada de nada.
—Habías hablado con Alicia de mí estas Navidades, al menos eso me dio a
entender, fue ella quién me dijo que no me preocupara por hablar contigo. Con lo
que tú y yo pasamos en la masía…
—De allí solo puedo recordar los buenos momentos estando tu padre, lo
demás se ha borrado de mi mente.
—Fuiste muy valiente viniendo a Madrid de aquella manera tan precipitada.
Cambiando de tema, volviendo al tema anterior, hay otra cosa que no te he
dicho.
—Tranquilo, que lo sé y me parece muy bien.
—De verdad, mamá, ¿no te importará tener dos hijas?
—De verdad que no, también me lo dijo tú hermana media hora antes de
marcharse para Barcelona.
—Queda una última cosa, mamá. Cuando empiece con el tratamiento me
gustaría cambiar de domicilio. He mirado pisos, tanto para comprar como para ir
de alquiler en Chamartín, es una zona que me gusta y creo que a ti también te
gustaría.
—Lo que tú digas, pero creo que te equivocas. Yo de ti empezaría el
tratamiento estando aquí, y cuando te parezcas más a una mujer que a un
hombre, nos cambiamos de barrio.
Francisco se quedó pensativo. Después miró a su madre, se levantó sin
mover los pies y se abalanzó hacía ella para abrazarla.
—¿No te importará la gente que conocemos de hace unos cuantos años, que
además es un poco o mucho nuestra gente? ¿No te dará corte, por no decir
vergüenza, mamá?
María alargó su brazo tocándole con la mano la mejilla y le contestó:
—En absoluto, hija.
Francisco le llenó la mano de besos y acabó diciéndole:
—Es la segunda vez que me salvas la vida.
Mientras ella sonreía él continuó:
—Lo que sí quiero hacer es no ver a las niñas hasta que Judit tenga trece o
catorce años.
—Vale, pero tampoco me preocuparía yo mucho por eso precisamente.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
Sabía Francisco que aún le quedaban muchos obstáculos por superar y que
algunos serían insalvables, pero el mayor obstáculo lo tenía superado, sin el
apoyo familiar posiblemente jamás se hubiera atre vido.
* * *
Habían transcurrido cuatro meses desde que había comenzado Francisco el
tratamiento hormonal. Se lo habían dicho a dos primos casados que vivían en
Madrid y a los que veían una o dos veces al año. También a Jacinta y a Baldo,
que tras jubilarse habían regresado al pueblo natal de ella en Córdoba.
De vez en cuando Francisco cruzaba los dedos por miedo, o más bien por
superstición, pensando que las cosas no le podían ir mejor.
En la oficina las cosas tampoco le iban mal. Eran diez empleados contando el
jefe y un director al que veían de vez en cuando y que alguno de los oficinistas
aún no conocía, como era el caso del propio Francisco.
Fuera del trabajo, Francisco era toda una mujer a la que a muchos hombres
por la calle se les iba la vista, sobre todo hacia su culo, que parecía torneado
cuando iba con los vaqueros ajustados.
El catorce de julio de ese año jamás lo olvidaría. En Francia se cele-braba la
fiesta nacional, el día de la revolución más importante del mundo occidental, que
buscaba y engrandecía las palabras Libertad, Igualdad y Fraternidad, palabras
que en su vida muchas veces habían estado vacías.
Francisco había comenzado su propia revolución hacía meses, pero aquel día
la daba por finalizada, ya no sería un hombre en la oficina y una mujer fuera de
ella. Este día se presentaría peinada, pintada, vestida y ensortijada como una
mujer más. Había decidido que ya no sería jamás un hombre. Quiso ser atrevida
y se puso una falda acorde con su intención. Ninguno de los seis hombres de la
oficina, sin contar a Esteban Bastón, director administrativo de la empresa Lavor
Cosméticos S. L., ubicada en el polígono industrial de Fuenlabrada, con las
oficinas en el paseo de la Castellana, había mirado y deseado nunca un par de
piernas como las suyas, morenas gracias a los rayos uva de un solárium más que
por el sol del verano, esbeltas y largas como las de una modelo.
93
Alma Retsem Klol
Las tres chicas que trabajaban en la oficina, sin contar Francine, sentían
envidia de ellas.
Los compañeros y el jefe la felicitaron y Lidia, que era la más alocada de
todas, a la hora en que tenían costumbre de realizar un pequeño paro en el que se
reunían casi todos alrededor de la cafetera abrió su bolso y sacó una cámara
fotográfica.
—Lorenzo, toma, tú que sabes más. Chicas, venga, todas aquí.
—Pa-ta-ta.
—Después te harás una con nosotros, ¿no? —dijo un compañero llamado
Morales.
—Cuando hagamos una cena todos ya nos haremos fotos. Una sola con
vosotros la utilizaríais para enseñarla a vuestros amigos con algún que otro feo
comentario.
—Y por qué haríamos…
—Que nos conocemos, Agustín. No se hable más.
A la hora de comer, el jefe, el señor Javier al que todos llamaban por el
apellido Martínez, llamó a Francine.
—Francine, espera un momento, pasa, pasa, siéntate, por favor.
En el momento en que Francine se sentó se acordó de que aquella mañana se
había dormido después de haber puesto apagado el despertador. Con el ajetreo de
vestirse y arreglarse como una mujer para ir a la oficina, se le olvidó lo que cada
día realizaba desde hacía varios meses, que era despedirse del espejo con un
saludo con los dos dedos de cada mano cruzados y un beso.
Por debajo de la mesa del despacho del señor Martínez, aprovechando que
este se aseguraba de que no quedaba nadie, cruzó los dedos de las dos manos y
se mandó un beso a través de un cuadro de la pared que estaba enmarcado y en
el cual se reflejaba su rostro. Inmediatamente pensó: «Creo que he llegado
tarde».
Efectivamente, había llegado tarde.
—Hola Francis, Francis no, ya no serás más Francisco, digo yo…
—Eso espero —contestó ella.
—Me estaba asegurando de que no quedara nadie en la oficina. Mira,
Francis, no sé cómo decírtelo, ni por dónde empezar, pero iré al grano.
Lo único que quiero que sepas es que yo no tengo nada que ver en esto, te lo
juro por la salud de mis hijos.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
Francine se sacó un pañuelo del bolso y con un espejito limpió el cauce de
las lágrimas de cada ojo. Después realizó un pequeño ejercicio respiratorio en el
que acabó cogiendo aire, a continuación se dirigió a Martínez y sin ninguna
lágrima en sus mejillas le dijo:
—Acabemos cuanto antes. Dame la carta.
Martínez alargó la mano y le dio el sobre que contenía la carta de despido
con el talón correspondiente a la indemnización.
Al acabar de leerla leyó en voz alta el cargo y nombre de la persona que la
despedía.
—El director de administración, señor Esteban Bastón Berro.
—Vaya personaje, si supieras cómo me amarga la vida a mí.
—A tí, con los años que llevas y lo que tu dices que te queda para jubilarte,
un tío así, tendrías que aprovecharlo para que te despidiera.
No te puedes imaginar las veces que he pensado que esto pasaría de la forma
que ha pasado, pero, de todas formas, me ha pillado despreveni-da. Lo malo
siempre hace daño, esta mañana era la persona más feliz del mundo, ahora ya
ves.
—Déjame decirte una cosa. A ver… Yo cumplo órdenes, la carta es de ayer
para dártela ahora, como se me ha indicado. Lo que quería decirte es que esta
mañana he hablado con Dani, que está en el comité por Comisiones Obreras, y
que, aparte de cabrearse como un mono y cagarse cien veces con la puta madre
que parió a Bastón, rápidamente y delante de mí ha llamado a un tal Trapico,
creo, de Comisiones, que le ha dicho que si tú quieres les puedes montar un
cacao que ni se lo pueden imaginar. Esto te juro que lo he oído yo, porque ha
llamado desde este teléfo-no. Dani me ha dicho que esta tarde te llamará.
¿Francine, te pasa algo?
—preguntó Martínez al verla distraída.
—¡Ah!, no, perdona, es que estaba pensando que esta mañana en la cafetera
todos me habéis felicitado, y cuando lo ha hecho Dani ha estado como muy frío.
Por un momento he creído que era un tío falso, ahora me doy cuenta que es todo
lo contrario, claro, estaba incómodo por lo que sabía, en cambio a ti, no te he
notado nada. No es un reproche, creo que has tenido que hacer un esfuerzo.
—Te lo juro.
—Aunque me veas así de triste y desmoralizada te diré que esto que me está
pasando en este momento es una insignificancia al lado de co-95
Alma Retsem Klol
sas que me han ocurrido en la vida, o sea que esto no dejará de ser una
bofetada más. Solo te voy a pedir un favor, que le pidas al cerdo ese de Bastón
que me permita hablar con él. Tengo ganas de decirle lo que pienso a la cara.
Francine miró a Martínez que se había quedado mudo y pensativo y este le
dijo no con la cabeza. Con la mano le pidió tiempo.
—A ver, estoy pensando de qué manera te puedo ayudar para que hables con
Bastón. Es que me ha dicho que no quería hablar contigo, que no tiene nada que
decirte. Te diré literalmente lo que me ha dicho, bueno, lo que me dijo ayer:
«Toma, mañana le das esto al… Dile que no se moleste en hablar conmigo. Si
quiere hablar que hable en los juzga-dos. No sé si tú sabes que cuando hay un
despido tenemos que hacer una reunión extraordinaria», le dije que no lo sabía y
continuó «pues mira, me la he pasado por el forro. ¿Sabes por qué? Pues porque
es un caso clarísimo que una persona así solo puede ocasionar problemas a la
empresa» y acabó diciendo «no vale la pena hablar de inmundicias».
—Esta gentuza, creo que me da ánimo, en lugar de hundirme, de verdad.
Escucha, si este señor me viene con toda la educación del mundo y me suelta un
rollo de que somos diferentes, de que él no lo entiende, pero que lo respeta, de
que los jefes de más arriba dicen que no se que, que no se cuantos, te juro que
me siento peor. Pero un imbécil así, sí que me hace sentir rabia y odio por la
poca cosa que demuestra ser.
No sé como expresarlo. Sí, mira, una persona tan imbécil no te da para más
que pensar que es imbécil. Aunque diga esto, la verdad es que tengo ganas de
decirle que es imbécil, porque según lo que diga, igual no lo entiende.
—Para un segundo, antes de que se me olvide, la única forma que tengo de
que puedas hablar con él es por teléfono. El día que sepa a la hora que viene,
porque algunas veces me lo dice, no siempre, te llamo y te haces pasar por un
cliente. De decirle imbécil tendrás tiempo, más cosas, no creo. Aunque no sepa a
la hora que viene, yo cada día que llegue y se siente en su oficina te llamaré. ¿Te
parece bien?
—Muy bien, una cosa te pido, despídeme de todos, como si me despidiera
yo, porque lo más probable es que no vuelva a poner los pies aquí y a Dani le
dices que no se preocupe y que no haga nada, que si quiero algo ya le llamaré.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Tengo dos amigos que están muy bien situados en dos empresas
importantes, seguro que uno u otro te colocarían como administrativa.
—¡Te lo agradezco mucho! Si me decido te llamaré. Adiós, Javier, y gracias.
—Adiós, Francine, si te puedo ayudar en algo, ya sabes donde estoy.
En lugar de ir a comer al restaurante de costumbre donde solía comer con
tres compañeros, cambió de dirección y se fue a comer sola.
Durante una semana ocultó el despido a su madre. Cuando ya tenía los
papeles del INEM en regla le comunicó que habían hecho una reducción de
plantilla por cuestiones de crisis en el sector y que habían despedido al personal
que llevaba menos tiempo porque les salía más barato. María, al verla tan
tranquila no se preocupó demasiado.
Cuando Francine llevaba un mes siendo una mujer, cambiaron de barrio, de
Vallecas pasaron a Chamartín.
Nadie ponía en duda la feminidad de Francine. El único rasgo que podía
hacer dudar de ella era la voz. Aunque el esfuerzo que tenía que realizar era
antinatural, lo tenía muy, pero que muy bien aprendido. Este esfuerzo, junto con
unos ejercicios de corrección y un tratamiento hormonal con fármacos prescritos
por un centro médico, daban el toque final. Donde un hombre moría, una mujer
nacía. Solo en la más estricta intimidad se podía averiguar la procedencia
original de su sexualidad.
La relación con Luis, a medida que Francine se había ido transformando en
mujer, se había ido diluyendo hasta desaparecer.
Pasó medio año cobrando el paro. Desde hacía un mes mandaba currículos e
iba a entrevistas en las que todo iba bien hasta que se daban cuenta de que era un
hombre oficialmente. No podía evitar sentirse a veces muy deprimida. El
esfuerzo porque su madre no notara su tristeza y el orgullo desmesurado que
poseía, arrollaba la incompren-sión que sufría. En los tres últimos currículos que
envió, modificó el cambio de su sexualidad para comprobar si funcionaba mejor,
al menos creía que alguien podría valorar la honestidad. Funcionó mejor porque
al menos se ahorraba la entrevista, ya que no se molestaban ni en llamarla.
Por suerte, sabía que si no encontraba trabajo, no le faltaría el plato en la
mesa ni un hogar mientras tuviera a su madre, estas condiciones la ayudaban
mucho en los momentos de desolación.
97
Alma Retsem Klol
Llegó el día de la operación.
—Mamá, te lo pido por favor, no quiero que vayas, sabes que solo voy a
estar dos o tres días en la clínica. Este es el teléfono.
—Pero, ¿por qué no quieres que vaya? Al menos la primera noche, hija. No
ves que yo también voy a estar más tranquila.
—Mira, mamá, la que tiene que estar más tranquila soy yo, que soy quien se
opera, y si tú estás toda la noche conmigo durmiendo en una butaca, no estaré
tranquila.
—Vale, no se hable más.
A las cinco de la tarde, entro Francine en la camilla al quirófano. El
anestesista le había subministrado una inyección y le pidió que contara hasta
veinte.
—Diez, once, doce…
A las nueve la sacaron aún dormida. Ya en la habitación, el médico
anestesista y una enfermera la despertaron del dulce sueño.
—Así me gusta, que abras los ojos, unos ojos tan bonitos deberías tenerlos
siempre abiertos. Ahora, sonríe… ¿Sabes dónde estás? Muy bien, pues mira,
guapa, yo ya he cumplido con mi trabajo. Te he dormido y te he despertado,
ahora esta enfermera te contará cómo ha ido y lo que tienes que hacer esta
noche, adiós, guapa.
—Adiós, doctor —dijo Francine con la voz carrasposa por la anestesia.
Después miró y sonrió a la enfermera que le dijo que todo había ido
perfectamente, que el doctor pasaría por la mañana a verla, que podía tener
vómitos la primera noche, que no se asustara por ello, que no le darían nada para
comer y que si se encontrara mal o sentía mucho dolor que llamara por el timbre.
—Estaremos toda la noche una compañera y yo. Hasta luego, cariño.
—Oye, ¿podrías acercarme algo por si tengo vómitos?
La enfermera le dejó una palangana al lado encima de la cama y le recordó
que si los tenía que llamara al timbre.
Al salir de la habitación, se encontró a María que, aparte de preguntarle
sobre la intervención, también le contó que su hija se enfadaría si sabía que
estaba allí. Al enterarse que todo había ido tan bien, María pensó quedarse diez
minutos y después marchar tranquilamente a casa.
Iba a hacerlo cuando oyó ruido y después:
—Wuappp… guappp…
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
Sin pensárselo entró en la habitación a sujetar la palangana con una mano y
la frente de Francine con la otra.
Al terminar de vomitar, la hija, le dedicó una media sonrisa y una mirada de
reproche a la que María contestó con el índice atravesando la boca y un beso en
la mejilla al tiempo que la incorporaba y la tapaba en la cama con la ternura de
una madre.
A las nueve de la mañana Francine se encontraba muy bien, solo te-nía
molestias de los puntos.
A las once, el médico le dio dos buenas noticias, la primera y la más
importante era el buen resultado de la operación y la segunda, que aquella noche
podría pasarla en su casa.
—Mamá. ¿Sabes qué es lo único que ha ido mal de la operación?
—Me lo imagino —dijo María mientras se frotaba las yemas de los dedos
pulgar e índice.
—Pues sí, mamá. Me he quedado a dos velas, como quien dice.
—Por eso no te preocupes, hija.
—No te habrá tocado la lotería y no me has dicho nada.
—No, hija, tocado no, pero nos puede tocar esta semana, ayer me encontré a
Josefa y a su marido que entraban en la administración de nuestra calle y me
dijeron si quería un número.
—Siendo así, mamá, continuaremos pobres.
—Eso sí, pero tú puedes estar contenta, ahora te pareces a la Bombi, aquella
del Un dos…
—Mamá, que me he hecho algo normal.
—Que era broma, hija.
Mes y medio después de la operación de senos cada día al levantarse se los
miraba y remiraba delante del espejo minutos y minutos. Por fin ya no le
quedaban indicios de la intervención. El sujetador había au-mentado tres tallas.
Estaba muy satisfecha con sus pechos. No sabía si la excitación sexual que
perturbaba todo su organismo tenía que ver con la hermosura de ellos, con sus
cambios y tratamientos hormonales o con su estado emocional que cada día
estaba mejor, sobre todo, cada día se sentía más mujer.
Aunque se había movido en ambientes homosexuales donde tenía amigos,
últimamente y a raíz de la ruptura con Luis y un poco por su propio interés los
había abandonado.
99
Alma Retsem Klol
Un sábado, el cuerpo le pedía marcha a gritos. Se arregló más que nunca y
cenó en su casa.
—Mamá, esta noche no sé si vendré a dormir, he quedado con unas amigas y
amigos que hacen una fiesta y por si se alarga mucho me han ofrecido
habitación. De todas formas, en cuanto me levante te llamo enseguida para que
estés tranquila, y si me voy a dormir muy tarde, te llamaré antes. ¿Vale? Un
beso, mamá.
—Pásatelo bien, hija, sobre todo ten conocimiento.
Se montó en su Renault 5 y atravesó la capital. Después de dar unas cuantas
vueltas por las calles de alrededor del sitio al que quería ir y no encontrar un
hueco donde colocar el coche se fue al garaje más cercano.
Pasaban diez minutos de la medianoche cuando entró en el pub musical Los
Las. Vio algunos conocidos a los que instintivamente iba a saludar, pero se cortó
al ver que ninguno la reconocía. No sabía si sentarse en una de las mesas que
aún no estaban ocupadas o sentarse en la larga barra. Se decidió por la barra. El
ambiente iba subiendo de densi-dad por metro cuadrado por momentos.
—Una Coca-Cola, por favor.
Con el vaso en la mano se iba moviendo de un lado a otro haciendo girar su
pompis sobre el taburete. Miraba las dos pantallas situadas delante de la barra
por las que no paraban de ofrecer videoclips y, de paso, iba mirando de reojo al
personal masculino que andaba suelto. De pronto, fijó la vista en una mesa
donde se encontraba un señor de unos cuarenta años, muy atractivo.
«¡Mierda!» casi dijo en voz alta al ver que un chico joven, de su edad más o
menos, se sentaba al lado del hombre y le guiñaba el ojo con toda la sensualidad
femenina. «A otra flor, mariposa», pensó.
La chica que tenía sentada al lado se levantó e inmediatamente ocupó el
asiento un chico joven que de momento iba solo. Pidió una cerveza y sacó un
paquete de Marlboro, se puso un cigarro en la boca y dio media vuelta quedando
cara a cara con Francine. Instintivamente le ofreció un cigarrillo sin mediar
palabra. Ella alargó la mano para sacarlo del paquete. La cajetilla estaba casi
entera y con el temblor de la mano no pellizcaba el cigarrillo, entonces, con la
otra mano sujetó la cajetilla y la mano del chico con tanta sensibilidad e
intención, que el joven le 100
Haré que jamás puedas vivir sin mí
dedicó una mirada poseída y entregada. Los dos diamantes que parecían sus
pupilas en aquellos ojos negros centrados en el blanco enroje-cido delataban el
canutillo de marihuana que se había trincado.
—Gracias, me tendrás que dar fuego también.
—Creía que te lo había dado encendido. Pues como accione el encendedor
tendrás que llamar a los bomberos.
—¿Bomberos? Tú dame fuego y no te preocupes por una chispita de nada, te
aseguro que hoy sería capaz de apagar el Etna en erupción.
—¡Joder!, ¿no serás bombera de verdad?
Francine pensaba «si supieras la manguera que tengo, capullo».
—No me importaría ser bombera, tienen buen sueldo, y tampoco es que cada
día tengan que apagar fuegos.
Después de encenderle el cigarrillo el chico dijo:
—Tenías razón, soy un exagerado, siento que tengo unas décimas de fiebre y
ya creo que soy una falla ardiendo.
—¡Ja, ja, ja! Me llamo Francine.
—Mi nombre también acaba en «in», Martín.
—Qué bonito, cuantas cosas en común, acércate, que casi no te oigo.
Martín se acercó tanto que sus bocas se pegaron como dos tiras de velcro.
Francine separó la suya y le dijo al oído:
—Ahora sí que estás ardiendo.
—Soy el Coloso en llamas.
—¿Tienes coche?
—Sí, vamos, que te voy a comer el coño.
«Qué romántico que eres, cabrón», pensó Francine.
Salieron los dos cogidos de la mano en busca de la cama sobre ruedas.
Al cabo de dos horas Francine volvía al mismo pub acompañada hasta la
puerta en el automóvil de Martín. Entró y fue directamente al servicio. Antes de
salir se hizo unos retoques delante del espejo.
El pub comenzaba a ser transitable, eran las cuatro de la madrugada, poco
podía pensar Francine que su nueva vida comenzaría en el taburete donde estaba
sentada.
Estaba efectuando la misma operación que había realizado antes. De
espaldas a la barra su cuerpo se movía como un balancín que en lugar 101
Alma Retsem Klol
de ir hacía adelante y atrás iba a derecha y a izquierda. La primera presa que
había descuartizado había sido fácil. Tampoco ahora creía que sería muy difícil,
quizás incluso menos. La movida madrileña, a medida que iba llegando a su fin,
iba dejando muchas capturas desprotegidas que buscaban un depredador que
pudiera saciar su hambre y, de paso, no dejar ni un suspiro de ellas por devorar.
Un travesti con unos pechos enormes y expuestos al aire en un por-centaje
elevado pasó por delante de ella. Al ver que Francine se fijaba en ellos, sin
ningún reparo se situó enfrente y le dijo:
—¿Te gustan? No quiero darte envidia, pero, ¿verdad que son hermosas?
Francine, con una sonrisa y desabrochándose dos botones de la blusa,
indicando con el índice que se acercara, le contestó:
—Aunque las tuyas son superhermosas, fíjate, las mías tampoco es-tán mal.
El travesti después de mirarlas, las tocó hundiendo los dedos en ellas,
después apartó el sujetador.
—¡Que pezón más bonito tienes! ¿Hace tiempo que te has operado?
—Menos de dos meses. Escucha, lo que sí te envidio es la voz.
El travesti retrocedió un paso, la miró de arriba abajo, hizo que se levantara
del taburete y le preguntó totalmente sorprendido.
—¿Me estás diciendo que tú tienes rabo? No me lo creo.
Con la sonrisa y el gesto provocador y estudiado, Francine contestó:
—Sí.
—Siéntate.
Procurando que nadie viera sus maniobras, se acercó a ella y por debajo de la
falda su mano llegó hasta el desarrollado pene de Francine sin detenerse, para
asegurarse de que no había trampa, buscó y encontró a continuación los también
grandes testículos.
—¡La madre que te parió! ¡Virgen Santísima!
Francine le puso la mano en el hombro y con unas carcajadas felices giró la
cabeza hacía su izquierda descubriendo una chica de una edad similar a la suya
que le hizo presagiar que se había quedado con toda la escena. No recordaba en
qué lugar ni con quién, pero conocía de algo a aquella chica que iba acompañada
de un chico algo mayor, aunque no daban la sensación de ser pareja.
102
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Las dos retiraron sus miradas al mismo tiempo, sin dejar de ofrecer una
disimulada y a la vez notoria sonrisa.
El travesti también había retirado la mano de los genitales de Francine.
—¿De dónde te has sacado esa risa tan especial y seductora, chica?
Te quejas de la voz sin razón, aunque reconozco que yo tengo una voz
totalmente femenina, tengo que decirte que la naturaleza ha jugado una parte
bastante importante. Tengo que irme ya, te llamas… Francine, muy bonito yo me
llamo Marie Josefine… sí… otra cosa más en común que tenemos. ¿Vendrás
más por aquí?
—Por necesidad. Quiero que me cuentes algún secretillo que tengas para la
voz.
—Por supuesto y, además, voy a darte la definición de tu risa que no pasa
nada desapercibida y que además de ser muy especial… Bueno, te lo diré el
próximo día que nos veamos. No llevo ninguna tarjeta. Toma
—dijo después de anotar su teléfono en una servilleta.
—Si no te localizo, te llamaré. Una cosa, tengo mi risa bautizada desde el día
que se la copié a una chica. A ver si coincidimos.
—Eso lo veo un poco difícil… porque no la identifico con ningún animal y
esto lo hace un poco más complicado, ves aquel que nos está mirando, el de la
bufanda, pues tiene risa de burro.
Marie Josefine le dio un par de besos y se marchó con el de la risa de burro.
Antes de salir a la calle, el mismo hombre se acercó a Francine para
despedirse de dos chicos que estaban en una mesa delante de ella. No sabía si
reía un poco por inercia, eso que todos hacemos algunas veces ante cualquier
chorrada aunque nos haga poca gracia, o porque uno de los dos chicos se le
había acercado a la oreja y le había contado un chiste, por lo que fuera, la
cuestión fue que al soltar el hombre unas cuantas carcajadas, Francine no podía
aguantar la risa, hasta veía una cabeza de burro con bufanda. Se tronchaba ella
sola y no reía más por vergüenza de que alguien la viera, pensaría que estaba
loca o que iba cargada de cualquier cosa. Cuando creía que había controlado la
situación y con un pañuelo se limpiaba de los ojos el rímel, el de la bufanda dio
la última rebuznada y le acompañó uno de los chicos con una risa que tampoco
tenía desperdicio
«hee, hee, heee», tan aguda que parecía una cabrita pérdida en el monte.
103
Alma Retsem Klol
«La madre que me parió. Solo me faltaba la cabrita», pensó Francine al
tiempo que cogía otro pañuelo del bolso y se sonaba la nariz para disimular la
risa que no podía contener.
Mientras se aguantaba con los pañuelitos de papel, miró disimuladamente
hacía una mesa donde alguien la observaba. No estaba la chica supuestamente
conocida, ahora era el chico quien miraba hacía ella descaradamente.
Notó una mano en el hombro izquierdo y se giró dando un sobresalto al ver a
menos de un palmo la chica que estaba buscando.
—¡Uy!, perdona si te he asustado, no era mi intención. Me llamo Patricia.
—Yo Francine.
Patricia se ofreció para darle un beso al que ella correspondió.
—Mucho gusto, Francine.
—Encantada, Patricia.
—Perdona que te parezca fisgona, pero como te he visto hablar…
¿Conoces a Marie Josefine?
—No, no, ha sido…
—Te lo preguntaba porque te he visto hablando y porque aquí casi la conoce
todo el mundo. A ver… ¿Tú me conoces?
—Creo que sí, pero no me puedo acordar si es de por aquí o de otro sitio.
—Pues yo también creo que a ti te conozco, sé que te he visto y no recuerdo
donde, sobre todo tus ojos.
—No estoy segura, pero ¿conoces a Luis? Un chico alto, moreno, so-lía
venir mucho por aquí, ahora la verdad es que no sé si aún viene, también estaban
Loren, Bernardo, como más peculiar estaba Juan Hita al que todos llamábamos
Juanita y se enfadaba porque quería que lo llamáramos Juan.
—Sí, tía, sí, yo era muy amiga de Bernardo, ahora que lo dices me acuerdo
de un chico que iba con Luis que tenía los mismos ojos que tú, sería tu hermano.
—Sí, podríamos decir que era mi hermano, o hasta mi padre. Era yo.
—¿De verdad que tú eres…? Perdona que te haya espiado, me ha parecido
que Marie Josefine no daba crédito y que por eso te hacía un chequeo.
104
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Así es. Aunque no sé si realmente paso tan camuflada.
—Pues ya lo puedes saber… ¿La voz? Pero si yo misma la tengo más grave
que tú. Las manos y los pies, no los tienes pequeños, pero es que tu altura está
acorde como mujer. Lo que tienes más increíble es la cara, eres guapísima.
¿Quieres que te demuestre que te estoy diciendo la verdad? Mira, el chico aquel
que está solo, sí, el que va conmigo. Tengo que confesarte que he jugado con
ventaja porque he visto la prospección que te ha hecho Marie Josefine y él no la
ha visto. Le he dicho que creía que tú eras un travesti. Se ha puesto a reír y me
ha dicho que por hoy no beba más. Le dije si apostaba lo que hemos tomado y
una ronda más antes de irnos suponiendo que pudiéramos averiguarlo, y que si
no cada uno pagaba lo suyo y me ha contestado que no, que esa y otra ronda la
pagaba él, que si quería jugar apostábamos una mariscada en el restaurante Don
Julián, en La langosta o en el Río Manzanares, en el que quieras de estos tres. Y
le he contestado que en el Río Manzanares.
—Una pregunta.
—Dime.
—Ese chico y tú, ¿sois pareja?
—No, que va, somos muy amigos. Si te interesa todo tuyo, no está nada mal.
—Ya lo veo.
—Francine, ahora llamo a Eduardo y nos reímos un ratito.
—Si me lo llevo al huerto no te enfadarás, me dices.
—Te lo juro. Escucha, Francine, aunque un poquito nos conociéramos no he
venido a hablar contigo por todo esto, te quiero hablar de otra cosa que es un
poco delicada, después te lo diré.
—No me asustes, tía, dime al menos de qué se trata, no me dejarás ahora
intrigada.
—Tienes razón, soy más tonta… ¿En qué trabajas?
—En la empresa más grande de España, en el paro. Por suerte o por
desgracia, más por desgracia creo, de lo mío, que era administrativa, veo difícil
volver a trabajar, y todo por el cambio. Precisamente hoy es el primer día que
salgo desde que me operé los pechos y, aparte de salir a divertirme, cosa que me
hacía falta, de pasada pensaba dar una ojeada para ver si puedo encontrar trabajo
de camarera en esta zona que hay varios pubs y restaurantes.
105
Alma Retsem Klol
Patricia, con cara y gestos de resignación miró a los ojos de Francine.
—Espero que no te ofendas ni te enfades… Iré al grano. ¿Has pensado
alguna vez dedicarte a la prostitución?
Se miraron un rato sin hablar. Aún con más cara y gesto de resignación
Patricia rompió el silencio que le intrigaba.
—Perdona si te he ofendido…
Francine le puso la mano delante de la boca indicándole que no tenía que
disculparse.
—No me ha molestado lo más mínimo. Te diré lo que he pensado y pienso
en este momento. Esperaba continuar con el empleo que tenía de administrativa,
ahora que ya no lo tengo y veo que esta sociedad me va a poner muy difícil tener
cualquier otro trabajo, la verdad es que no sé que voy a hacer, de momento,
seguiré en el paro y buscaré algo que más o menos me guste.
—Francine, sinceramente te lo digo, puedes encontrar muchos trabajos
porque nadie sabría ni pensaría que no eres una mujer.
—No estoy tan convencida de mi físico como tú, aunque suponiendo que sea
así, tú sabes que continuaría siendo muy complicado. Desde que me has hecho la
pregunta, hay una frase que no se me va de la cabeza y que me la dijo Luis, el
que conocías, «acabarás siendo una prostituta de tantas» fue el día que lo
dejamos y el día que decidí ser mujer. Te diré lo que pienso de corazón, mentiría
si te dijera que no he pensado nunca en la prostitución, nunca conscientemente.
Sinceramente, no forma parte de mis planes, que en lo único que consisten es en
llegar a ser una mujer de tantas. ¿Eres prostituta, Patricia?
—Sí, y te ofrecía trabajar conmigo, bueno más que conmigo en mi piso,
ahora mismo estoy sola y, además, estoy harta de tener chicas.
Para una que nos lleváramos bien, me encontraba diez que acabábamos
peleadas y alguna con unas historias que ni te puedes imaginar.
—Cuéntame los pros y contras.
—¿Cuánto cobrabas de administrativa?
—Entre sesenta y sesenta y cinco.
—Esto que te voy a decir es un pro, este sueldo lo ganarías la semana que
sacases poco dinero.
—¿Lo he entendido bien?, ¿la semana que gane poco? ¿Cuándo empiezo? Es
broma.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Te he contado lo más bonito y porque me has pedido pros y contras.
Escúchame bien, te aseguro que no tengo ningún interés en que te prostituyas,
me encantaría que no lo hicieras, aunque eres mayor de edad.
—Haga lo que haga, puedes estar tranquila, las decisiones que tomo en la
vida solo las tomo yo. Decías que buscas un travesti. Te pido que me concedas
un tiempo para pensármelo, quince días. ¿Te parece razonable?
—Te doy un mes o más, si quieres.
—Vale, un mes.
—¿Puedo llamar a Eduardo? Ahora el capullo está mirando la pantalla. Creo
que si te lo quieres llevar al huerto, aceptará encantado. Voy a llamarle.
Patricia hizo una seña al chico, que se acercó.
—Francine, Eduardo, os podéis dar la mano o un beso, lo que queráis.
—Encantada, Eduardo.
—Gracias, igualmente, Francine. Puedes llamarme Edu.
Se dieron un beso.
—Edu, siéntate aquí, voy al baño —dijo Patricia y dirigiéndose a él añadió:
—Averigua quién pagará la mariscada, tranquilo que sabe lo de la apuesta, a
mí no me ha querido decir nada, ahora vuelvo.
—Edu, ¿te irás con Patricia? Me refiero a cuando nos vayamos.
—No, los dos tenemos el coche cerca. Te acompañaré a casa.
Con que me acompañes al garaje tengo suficiente, a ese que está dos calles
más allá. Gracias. ¿Sabes que eres muy guapo? ¿Te gustan las sorpresas?
Acércate.
Con una sonrisa Edu acercó su taburete al de ella.
Ella cogió la cazadora que tenía detrás del taburete y la colocó encima de sus
rodillas, después, cogió a Edu por el cuello y acercó su cabeza a la suya y le
susurró a la oreja:
—¿Qué has apostado, Edu, un hombre o una mujer?
—Una mujer de las más guapas que he visto, con un cuerpo escultural…
—Con esto que me dices me estás volviendo loca.
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Alma Retsem Klol
Mientras se estaban comiendo las bocas sin sosiego, Francine cogió la mano
derecha de Edu por el brazo y la introdujo por debajo de la cazadora y de su
falda hasta la incógnita. Edu, aferrado al sexo continuó morreándose con ella.
Francine apartó su boca y la colocó en su oído diciéndole:
—Asegúrate de que no sea un fraude. —Y continúo con el agresivo beso.
Edu se aseguró de no ser estafado y sus dedos iban recorriendo y conociendo
todos los rasgos del sexo de Francine.
Con un brazo en cada hombro de Edu, separó Francine las pegadas bocas.
—Edu, Patricia está a punto de llegar. Si te parece, después continuamos.
—Sí, me parece.
—Hola, ya estoy aquí. Tenía la vejiga a punto de reventar.
Miró a los dos, después se dirigió a Edu con una sonrisa burlona.
—¿Quién pagará la mariscada, tú o yo?
Sin que Patri se diera cuenta, Edu guiñó el ojo a Francine.
—Aún no lo sé, Patri, mejor dicho, no ha querido decírmelo.
—Venga, Edu, no te hagas el loco. Lo que podrías hacer es ser un señor e
invitarla a ella también.
—Patricia, perdona —dijo Francine—, pero yo te he seguido un poco la
corriente de lo que me ibas diciendo. Escuchad un momento, con lo que os he
dicho podéis deshacer la apuesta y apostar de nuevo.
—La apuesta se ha hecho antes de hablar contigo, o sea, por mí, sigue.
—Por mí, también.
Francine sacó una moneda, la colocó encima de los nudillos de la mano
izquierda y la tapó con la palma de la mano.
—Patricia, ¿cara o cruz?
—Cara.
—Eduardo, cruz.
Francine quería hacer trampa para que ganara Edu, pero no hizo falta.
Destapó la mano y dijo:
—Edu, tú ganas, tú harás la comprobación. Compruébalo bien, pero tampoco
te pases.
108
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Mientras Eduardo daba a entender que ponía la mano por debajo de la falda y
hacía la exploración, miró con cara de sorpresa a Patricia y le dijo:
—Tú, paga, es una tía con un pedazo de coño.
Al ver la cara de Patricia convencida de que había perdido la apuesta, Edu no
pudo aguantar.
—¡Cómo te hemos tomado el pelo, tía!
—Lo único que no me cuadraba era que siempre que apuesto con Edu, sé
quién pagará y esta vez no. Tengo que confesar que creía que me habías tomado
el pelo de verdad, Francine.
109
Capítulo VIII
Masía de Pujolet, junio de 1970.
Había transcurrido un mes aproximadamente desde la muerte de Francisco
Fabián y María comenzaba a asumir que su marido no estaba.
Los primeros quince días después del fallecimiento Alicia se había quedado
en la masía, y luego María la obligó a irse a su piso en Barcelona.
María sabía que no se quedaría, sobre todo por Francisquín, que estaba
demostrando un comportamiento ejemplar, aunque veía que la tristeza no se
acababa de borrar de su cara. Y también por ella, que no veía ni futuro ni
presente, pero quería pensar lo que haría con su vida con tranquilidad. Por un
lado estaba su hermana Jacinta en Madrid y le planteaba una vida aparentemente
más fácil. La otra propuesta era la de su hija Alicia, que le pedía insistentemente
que se fuera a Barcelona.
Ella pensaba que se veía obligada a ir a la ciudad para tener los dos hijos a su
lado. La otra alternativa, que era la suya y la que más le atraía de momento, era
la de quedarse en Montort en la casa que estaba preparando su difunto marido.
La mayor dificultad que veía era encontrar un trabajo más o menos estable. De
momento, se lo estaba tomando como un reto personal, como una aventura.
Los días pasaban en la masía con absoluta tranquilidad. El sustento lo sacaba
de ir tres días a la semana a Tarragona, donde limpiaba la casa del dueño de la
finca y las de sus tres hijos, dos chicas y un chico, muchas semanas iba cuatro
días. Francisco, a veces, se quedaba a comer en casa de Rosita. Cuando María se
iba a Tarragona lo hacía en el autobús que pasaba por la otra carretera a unos
veinte minutos andando desde su casa.
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Alma Retsem Klol
Cuando estaba en la masía, el medio de transporte que utilizaba, pues le iba a
la perfección, era el ciclomotor de su difunto marido. Juan el de la Paca le había
dado las clases básicas para poderse trasladar de la masía al pueblo.
Aparte de lo que ganaba en las tareas domésticas también tenía el huerto, que
en vida de su marido ya cuidaba tanto como él. Vendía las hortalizas a una tienda
de Montort y a otra de Riuvert, un pueblo vecino que estaba aún más cerca.
—¡Mamá, mamá!, por fin se ha terminado el colegio. ¡Vivan las vacaciones!
Después de gritar con todas sus fuerzas delante de la masía, Francisco lanzó
la cartera al aire y la dejó caer al suelo.
María salió a la puerta sonriente y feliz de ver la alegría de su hijo y le dio un
beso y un abrazo.
—¡Muuuaa! Recoge la cartera y no la tires de esta forma porque te tiene que
durar otro curso, hijo.
Francisco cogió la cartera del suelo y la dejó en el rincón del comedor, como
las mantas en el armario cuando se acaba el invierno.
Mientras estaban comiendo hacían planes para las vacaciones.
—Mamá, ¿cuándo iremos a la playa?
—Pues iremos un día a la semana seguro, y si te portas bien iremos dos
veces. Un poco dependerá de lo que me ayudes en el huerto. Esta tarde, por ser
el primer día, te dejaré que hagas lo que quieras y mañana que es domingo, por
supuesto que también, pero el lunes a trabajar.
Ahora eres el hombre de la casa. Tú tranquilo, que papá desde el cielo nos
echará una mano.
Tarzán se puso a ladrar indicando que se acercaba un desconocido.
Francisco acabó deprisa de rebañar con el último trocito de pan la salsa que
quedaba del estofado, y con la boca llena se levantó para ver desde la ventana de
la cocina si realmente alguien se acercaba. Al ver quien era puso cara de pánico.
—¡Mamá, mamá!, que viene Cornelio.
—Niño, ni que vieras al demonio, no es guapo ni simpático, pero no será tan
malo como para que te asustes tanto.
Tarzán dejó de ladrar a medida que Cornelio se acercaba, parecía tan
asustado como Francisco. Cornelio medía metro setenta y cinco, tenía 112
Haré que jamás puedas vivir sin mí
el pelo castaño oscuro, ojos azules, pequeños y con un entrecejo muy ancho,
nariz aguileña y pequeña encima de una boca arqueada hacía abajo de labios
finos y dientes negros de tanta picadura como fumaba, acabando con una
barbilla puntiaguda y hundida. Como dos fieles guar-dianes, tenía dos largas y
estrechas orejas aparentemente sin lóbulos.
María se apresuró a salir de la puerta, de forma inconsciente no quería que
Cornelio llegara a la entrada de la masía, a la que en vida de Francisco padre
poco iba.
—¿Qué quieres, Cornelio?
—Necesito un hierro para hacer palanca, chica, tengo el carro allí abajo en el
camino.
María caminó en dirección al cobertizo donde tenía las herramientas.
—Mira por aquí, a ver si te sirve algo.
—Algo encontraré, chica.
«Madre mía, cómo apesta este hombre a sudor, coñac y al tabaco de
acompañamiento», pensaba María mientras instintivamente respiraba por la boca
en lugar de por la nariz. «Lo que faltaba», se dijo al escuchar el carraspeo de
Cornelio seguido de un viscoso escupitajo que se estrellaba contra el suelo
después de haber salido de la boca como una bala.
Cornelio entró en el cobertizo donde había estado el carro en vida de
Francisco y hurgando entre arados viejos y demás chatarra, levantó la mano con
un hierro.
—Ya lo tengo, creo que me irá bien.
María, que se había girado un poco para no verlo, se volvió del todo y vio
que la estaba mirando con descaro frotándose los finos labios con la lengua. Ella
retiró la vista para que él no pudiera pensar que tenía alguna debilidad.
Con el hierro en la mano pasó por su lado casi rozándola y con las palabras
entrecortadas y suspirosas le dijo:
—Cuando acabe, te subiré el hierro.
María se había puesto un poco nerviosa y tal vez esto la hizo reaccionar
rápido.
—No, no, este hierro te lo puedes quedar.
Como si no la hubiera oído, Cornelio le preguntó.
—¿El chaval está en el pueblo?
113
Alma Retsem Klol
—Está en la masía.
—Ya te traeré el hierro, ahora me acuerdo de que tengo que cerrar el agua de
la balsa.
Secamente María le dijo adiós y se fue deprisita adentro de la casa.
«Cerdo, me preguntas si está mi hijo y me das a entender que volverás para
traerme el hierro, dándome una excusa que es mentira», pensaba. Se encontró
delante de su hijo en la cocina.
—¿Qué quiere ese hombre?
—Un hierro. No sé qué me ha dicho que se le ha roto del carro…
Francisco, ahora pienso que tú ibas mucho a jugar con Angelita y Rosario y
hace tiempo que no vas. ¿Te ha hecho algo Cornelio?
—No, mamá, no me ha hecho nada, pero es un hombre malo, un día pegó a
Dolores, me lo dijeron las niñas.
—No me extraña. Pobre Dolores, ella sí que es una santa.
—Mamá, me voy a jugar con Tarzán.
—Aún no son las tres, subes a tu habitación y te tumbas en la cama, yo haré
lo mismo. Dentro de una hora te llamaré para que me ayudes a llenar los sacos
de verduras, que tengo que ir a Montort y a Riuvert.
Con el calor que hace no se puede estar al sol. Si quieres, te llevo a Montort
después.
—Hoy quiero jugar en la masía.
Aunque refunfuñando un poco, Francisco se fue a su habitación.
A las cuatro de la tarde, estaba María encima de la Mobylette con dos
grandes sacos de verduras bien atados en el portamaletas del ciclomotor.
—Que sí, mamá…
—Que sí, que sí, pero parece que ni me escuchas. Si ves rondar a alguien por
aquí, te cierras en la masía y pones la traviesa en la puerta.
«Hasta que no estemos en la casa del pueblo no estaré tranquila».
Pensaba cuando se iba montada en la moto.
Con un poco de miedo en el cuerpo por Francisquín, que aún era jovencito,
María cada día se sentía más entusiasmada por seguir adelante ella sola. Vivía su
vida como el reto que era.
Cogió el camino que iba a Riuvert. Antes del cruce que venía de la masía de
San Juan vio el carro de Cornelio. Este, que subido en él ya había visto a María,
se hizo el despistado y mirando hacía el otro lado 114
Haré que jamás puedas vivir sin mí
se espatarró de pie, sujetándose con la mano izquierda donde tenía las
riendas a la baranda del carro mientras con la otra mano se frotaba los genitales
con instinto de macho más que por picor.
El ciclomotor de María adelantó al carro por su camino en el trozo que iba
paralelo durante unos veinte metros, hasta llegar al cruce.
La mula al asustarse por el ruido levantó la cabeza, puso las orejas verticales
y dio unos traspiés con las patas delanteras.
—Quieta, tonta, adiós, chica.
Ella, que de reojo había visto la «delicadeza» de Cornelio, como quien está
muy pendiente de la conducción, sin mirarle dijo:
—Adiós —dijo queriendo dar a entender que no había visto nada.
Cornelio, después de haber visto a María medio palmo por encima de la
rodilla de una pierna bonita y blanca contrastada por la negra falda, hacía volar
su maliciosa imaginación convenciéndose de que María le provocaba porque
algo buscaba.
Cerca de la carretera que iba a Tarragona y a Riuvert, María se cruzó con
Cornelio hijo que volvía a su masía. En el trabajo, en el pueblo ha-bía visto a
Francisco salir del colegio y dirigirse a su casa.
«Mira qué bien, la Francisquita está solita, aunque si me ve se esconderá»,
pensó Cornelio hijo al cruzarse con su madre.
Aquella tarde del sábado la tenía para vaguear, como casi todos los sábados
cuando terminaba la semana laboral, exceptuando alguno en que su padre le
ordenaba alguna tarea. Su cabeza solo maquinaba cómo acercarse a Francisco y
poderlo pillar.
Con la moto subió a un altiplano de unos tres metros del camino donde había
una pequeña finca abandonada y una barraca medio derruida. Al llegar, vio a su
padre que subía por el camino. Se apresuró a ponerse detrás de la pared de la
barraca para que al pasar no le viera y no le mandara hacer algún recado o
trabajillo.
«Menos mal, mi padre no me ha visto», pensó mientras oía los cascos de la
gran mula que tropezaban con las piedras del camino, el chi-llar de las ruedas en
el eje y los golpes que daban cada vez que atrope-llaban una piedra junto con los
crujidos de la reseca madera que formaba la carrocería.
Toda esa música iba acompañada, como si de los platillos de una banda
musical se tratara, del carraspeo y el escupitajo expulsado como un 115
Alma Retsem Klol
demonio de la garganta de Cornelio, que iba remojando de vez en cuando
con la botella de madera de dos litros con un caño para pegar tragos que llevaba
colgada con una correa de cuero a la baranda del carro.
A medida que la banda musical se alejaba, Cornelio hijo se iba apar-tando de
la pared mirando como un halcón donde podía estar su presa.
Veía la masía de Pujolet en absoluta quietud, el perro atado cerca de la puerta
que no veía si estaba cerrada o abierta por el ramaje del níspero y la morera. En
el huerto solo se apreciaba el movimiento de las hojas que movían la brisa. En
los dos cobertizos tampoco se veía nada.
«Me tendré que acercar para ver si la puerta está cerrada o abierta.
El maricón este me ha burlado, una, dos, tres… cuatro veces y la última me
vio y se escapó por el trozo de camino que atraviesa el bosque, tarde o
temprano…», pensaba Cornelio montado en la Derby 49 y también en cuándo
iba en busca de saciar su apetito sexual que le absorbía toda la fuerza del
cerebro.
Poco antes de llegar a la entrada del camino que formaba parte de la finca
donde vivía Francisquín, a Cornelio se le iluminó la cara con una sonrisa de
oreja a oreja, sabía cómo hacer que Francisco saliera corriendo sin pensárselo.
El niño estaba jugando en uno de los cobertizos pegado a la masía. Al oír la
moto de Cornelio, salió como una exhalación directo a la casa.
Cerró la puerta con llave y puso la traviesa como cuando iban a dormir.
El corazón cada vez le latía más deprisa al escuchar que la moto iba directa a
la casa. Casi dejó de respirar cuando se paró el ruido y vio las piernas de
Cornelio por un agujero de la puerta.
—¡Francisco! ¡Francisco! ¡Cállate, Tarzán! ¡Francisco, corre, que tu madre
ha tenido un accidente!, ¡corre, que te acompañaré!
Por un momento, Francisco pensó que Cornelio le estaba engañan-do, pero
pensar que su madre podría estar muerta…
Quitó la traviesa, abrió con la llave y salió disparado hacía la moto.
Cornelio esperó a que se acercara lo suficiente para cogerlo por el brazo.
—Tranquilo, hombre, que es broma.
—Déjame, mamá está a punto de llegar.
—Vamos dentro y no llores, mariquita, si te portas bien no te pasará nada.
116
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Pasaron la puerta grande de dos hojas iguales y de una madera fuerte y muy
seca y resquebrajada por los golpes y los años. Sin soltar a Francisco del brazo,
con la otra mano cerró la hoja de la puerta que estaba abierta, ya que en verano
solo se abría la mitad para que el sol penetra-ra lo menos posible en la entrada.
Cerró con la llave y la colocó en una alta repisa donde Francisco no llegaba. Por
si el niño no estaba lo suficientemente asustado, Cornelio sacó la enorme y
afilada navaja del bolsillo.
—Craaaac. —El sonido de la navaja al abrirla, estremeció y acojonó a
Francisco más de lo que ya estaba.
Cornelio colocó la punta de la navaja en el cuello de Francisco pinchándole
suavemente.
—Si intentas escapar, te rajo el gaznate. Ya sabes que yo no juego.
Quítate toda la ropa. Las sandalias también, te he dicho todo.
Francisco estaba como el día que nació en la oscura, pero visible, entrada,
donde la luz del exterior se colaba por las rendijas de la puerta exterior y por la
cocina que la recibía desde una ventana.
La envidia que sentía Cornelio cuando veía el miembro de Francisco sin
erección casi tan grande como el suyo y sus grandes testículos le volvía más
rabioso y agresivo.
Después de hacerle de todo y más, se despidió.
—Deja de llorar y vístete, mariquita. Ya lo sabes, como digas una palabra te
juro que le digo aquello que haces con mis hermanas a mi padre y, después, te
mato a ti y a tu madre.
Abrió la puerta y se marchó corriendo. Dando un salto se colocó encima de
la moto que arrancó empujándola con los pies y soltando el embrague.
Francisco se vistió con los ojos empapados de lágrimas mientras miraba
fijamente hacía el rincón de la puerta del comedor donde había un estrecho
armario de esquina cerrado con llave.
Se había limpiado el ano con el primer trozo de tejido que había encontrado,
un capazo roto donde dormía el gato que estaba lleno de trozos de sacos, ropas y
de pelos del animal. Cuando estuvo vestido se fue corriendo al comedor, abrió el
segundo cajón del viejo bufete, apartó unos papeles que estaban encima de una
cajita metálica de galletas que contenía la historia de la familia, pues ahí
guardaban todas las fotogra-117
Alma Retsem Klol
fías que poseían y que no eran más de treinta o cuarenta. Cogió la llave del
armario que en vida de su padre no se hubiera atrevido ni a pensar en acercarse.
Después, fue hacia la rinconera, la abrió y cogió una vieja escopeta que estaba
cargada. Escuchó el ruido de una moto y salió em-puñando la escopeta como si
fuera un fusil con machete preparado para la carga. Pensó que aquel ruido podía
ser la de Cornelio y deseaba que así fuera. Mientras se acercaba el vehículo, sus
dedos se convertían en alambres acerados al servicio de su cegada ira y hasta que
no vio que era su madre la que llegaba, creyó que el motor, que sonaba muy
diferente, era el de la moto de Cornelio.
Tan deprisa como había salido volvió a entrar y, corriendo, dejó todo igual
que estaba.
—¡Francisco, hijo! Corre, ven a ayudarme.
—Ya voy, mamá.
—Hijo mío, ¿has llorado?
—No, mamá, estaba jugando en el cobertizo de las gallinas hace un
momento y he sudado mucho y me escuecen los ojos.
—Ya decía yo, hijo. Pues mira, después coges jabón y antes de que se vaya el
sol te lavas en la balsita pequeña, que el agua está limpia de hace dos días.
Después iré yo, que hoy es sábado. Venga cariño, cuidado con esta bolsa que hay
dos berlinas y un palo de nata, aquellos pastelitos tan buenos que le traen a la
Carmen los sábados de una pastelería de Tarragona.
—¿Me puedo comer uno ahora?
Después de mandarle una mirada pícara que quería decir que sí, Ma-ría le
dijo:
—Piensa que mañana para desayunar solo habrá coca. Nos partire-mos una
berlina, yo solo un cachito, después de cenar me comeré la otra y tú te comerás
el palo de nata que tanto te gusta.
—Vale, mamá. —Francisco dio un abrazo a su madre que, aparte de
emocionarla, inconscientemente apreció como una llamada de socorro que le
hizo pensar automáticamente en su difunto esposo y en la figura de un padre.
Lo apartó y después de mirarse, María lo abrazó tan fuerte que Francisco se
sintió protegido como si los brazos y el cuerpo de su madre fueran murallas
impenetrables.
118
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Ahora, hijo, coges la toalla, la de color azul, la pastilla de jabón y te lavas,
que yo iré enseguida con el champú, te lavaré la cabeza y después me lavaré yo.
—Ya lo haré mañana, mamá.
—¡Ahora! No seas guarro, hijo. Y si vas rápido te daré una sorpresa.
—Dame una pista.
—Te daré una pista difícil, porque fácil no se me ocurre nada que te hiciera
pensar un poquito. Tiene mucho que ver con las judías verdes, sí, las que están
en cañas que pusimos hace dos días que aún son peque-
ñas.
—¡Jolín, mamá!
—No digas palabrotas y si no vas rápido a lavarte no te lo diré.
Cuando hacía diez minutos que Francisco se había ido, María cogió una
toalla y el botecito de champú Sindo de color amarillo, que era una bolsita de
plástico en forma de rombo que contenía unos gramos de producto.
—¡Mamá, tírate al agua que está calentita!
—Ahora, pero primero sal tú un poquito que te paso la esponja y te lavo la
cabeza.
Cuando le frotaba todo el cuerpo con la esponja, se dio cuenta de que al
limpiarle el culo el niño, que no se quejó, no pudo evitar un movimiento que
delató el dolor que quería esconder.
—¿Te duele aquí, en el culo?
—Un poquito, es que me picaba y me lo he rascado mucho y ahora me
escuece.
Después de mirarle el ano pensó que igual tenía lombrices.
—Lo tienes muy irritado, hijo, antes de cenar te daré el jarabe que te recetó
el doctor Cabrera y al ir a la cama te pondré un poquito de bálsamo Bebé.
—Solo el bálsamo, mamá, el jarabe está muy malo.
—Venga, ya estás.
Con los ojos cerrados para que no le entrara el jabón, Francisco se dejó caer
de la pared de la balsita al agua.
María se había quitado la blusa y la falda negra y estaba con la ropa interior
y la combinación sentada en la pared con los pies en remojo.
—¡Ooo…! Que alivio en los pies.
119
Alma Retsem Klol
Francisco dio un chapuzón y como si hubiera recobrado la memoria debajo
del agua, sacó la cabeza delante de los pies de María.
—Mamá, la sorpresa de las judías verdes que no caigo en qué puede ser.
Sin gritar, pero admirándose, María dijo:
—¡Hijo mío!
—¡Ah! ¡La bici cuando vendamos las judías! Si papá estuviera vivo ya me la
hubiera comprado, ¿verdad, mamá?
—Claro que sí, hijo, pero yo, si Dios quiere, también te la compraré.
—Mamá, si no podemos ahora, la compraremos con el dinero que gane en la
vendimia y la avellana. Juan el de la Paca me dijo que este año ya podría ir, un
poco ya fui el año pasado. ¿Te acuerdas?
—Sí, hijo, sí. —María tuvo que hacer un esfuerzo para que no se le cayera
ninguna lágrima de lo que le emocionaba la bondad de su hijo.
Francisco no podía dejar de pensar en Cornelio y el terror que este le
producía, la presencia de su madre le apartaba el miedo de la mente.
Con la toalla en la cintura se paró en la entrada de la masía y se preguntó si
hubiera sido capaz de dispararle a ese hijo de puta.
A la mañana siguiente como, casi cada domingo por la mañana, fueron los
dos en la Mobylette a misa. A la salida se encontraron con Rosita, que insistió
tanto en que se quedaran a comer en su casa que María dejó que Francisco lo
hiciera porque sabía que tanto a ella como a Juan, que no tenían hijos, les
encantaba tener y complacer a Francisco, y más después de la muerte de su
padre.
—¡María, si no te quedas me enfadaré!
—¿Hijo, tú te quieres quedar? Claro que sí —dijo al ver los gestos del niño,
se volvió luego hacia su amiga:
—Rosita, te juro que hoy no puedo, tengo que ir a quitar el agua de la balsa,
después tengo que ir a Riuvert a llevarle a la de la tienda unos encargos que me
hizo ayer y ya ves la hora que es.
—Cuidado con la moto, que vas muy deprisa.
—¡Qué guapo que eres! —dijo Rosita a Francisco mientras le ponía una
mano en cada mejilla y le apretaba la cara. Después abrió el monedero y sacó un
duro.
—Toma, te vas a casa de la Carmen y te compras lo que quieras. A la una y
media vienes a comer y si te acuerdas pasas por el café y llamas a 120
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Juan, que seguro que estará, y venís los dos juntos. Mira, allí tienes a los
amigos.
Con el duro para gastar se fue contento en busca de sus amigos que le
sugirieron qué golosinas debía comprar. En aquellos años los duros en los
bolsillos escaseaban, sobre todo, en los de los pequeños.
Los cinco niños se fueron por las afueras del pueblo jugando a Bonanza, que
era la serie de moda. Después de haber repartido carameli-tos de menta y bolitas
de chicle a toda la pandilla, esta fue agradecida y le dejaron que fuera el pequeño
y guapo hijo de la familia protagonista de la serie, personaje que algunas veces
se sorteaban.
Al llegar la hora de comer se fue con tres de los chicos por la calle principal
hacia donde estaba el café.
Aunque había jugado y se lo había pasado muy bien, en ningún momento
había dejado de asegurarse de que no veía la moto ni al dueño de la misma,
Cornelio. Faltaban menos de cien metros para llegar al café y seguía tranquilo
porque en la esquina de un estrecho camino donde a veces Cornelio
acostumbraba a dejar el vehículo no lo vio.
—¡Mierda!—pensó al ver una rueda en la primera esquina que no se veía
hasta que se llegaba delante del camino que daba a las afueras del pueblo. La
rueda era de la moto de Cornelio que estaba con un grupo de cuatro chicas y tres
chicos de edades parecidas a la suya. Una de las chicas era hermana de Peret,
uno de los niños que iba con Francisco que, al verlo, le llamó.
—¡Peret, dile a mamá que voy enseguida!
Cornelio, que estaba de espaldas, al girarse se metió con Francisco para
hacerse el graciosillo con las chicas sobre todo.
—¡Uy Isabel!, ya puedes vigilar a tu hermano. Hola, Francisquita, qué guapa
que vas hoy, si quieres te acompaño a la masía. Mirad cómo anda y cómo menea
el culo. Ese es mariquita de verdad.
Todos se pusieron a reír cuando Cornelio imitó los andares de Francisco y
unos ademanes de mariquita muy exagerados.
Francisco apenas miraba a los chicos, solo esperaba que Peret dejará de
hablar con su hermana y continuar hasta el café. Le sentó muy mal que Peret se
riera mucho cuando Cornelio hizo las poses. Sin esperarle continuó andando. Se
sentía muy avergonzado y muy asustado, sobre todo porque Cornelio lo estaba
llamando.
121
Alma Retsem Klol
Cuando este dejó de verle y viendo que no le hacía caso, se puso a gritar
fuerte y con mala leche.
—¡Te estoy diciendo que vengas, Francisquita! ¡Como te pille!
Francisco arrancó a correr tan deprisa como pudo. Cornelio, cuando salió por
otra calle y vio que no lo cogería antes de entrar en el café, volvió con el grupo.
Francisco, a la puerta del café se giró y viendo que el otro había de-sistido,
se calmó y del miedo pasó a la rabia y solo pensaba en el momento en que
tendría la escopeta en las manos. Subió las escaleras que daban al local y se fue
directo a la mesa donde estaba Juan el de la Paca.
—Hola, Francisco, siéntate aquí, José María, una Coca-Cola, unas olivas y
unas patatas. Las olivas rellenas, venga. No se lo digas a Rosita, que me mataría.
¿Pero tú estás fuerte y te lo comerás todo, verdad?
Sonriendo, Francisco movió la cabeza diciendo que sí.
Por la tarde, después de comer, Juan se lo llevó de nuevo al bar, donde aparte
de tomarse el café también jugaba una partidita de cartas.
Francisco, junto con los amigos que encontraba miraba en la televisión
Bonanza, que tanto les gustaba.
Después de ver Bonanza, se despidió de Juan y fue a casa de Rosita.
Al llegar vio que la Mobylette estaba en la puerta.
—Mamá, mamá —gritó al empujar la pesada puerta.
De la puerta de la cocina, que estaba en el otro lado de la entrada que
quedaba bastante oscura asomó la cabeza Rosita.
—Entra, Francisco, ven a la cocina que veras tu madre que se ha vuelto loca,
ha matado un pollo y ahora mismo acaba de matar un conejo.
Entró corriendo Francisco para poder ver el pollo dando los últimos aleteos,
que era algo que le gustaba.
Rosita había sacado el pollo del pequeño barreño donde lo habían escaldado
para desplumar, estaba más quieto que la estatua de la Libertad, hasta que lo
cogió Rosita y se lo puso en la cara como si fuera una máscara haciendo
«muuuu» y bailando para dar un susto a Francisco que entraba en la cocina.
—¡Ja, ja, ja! —Francisco no podía parar de reír y contagió a su madre y a
Rosita.
Cuando se calmaron, Rosita dijo que pagaba el pollo, el conejo y la docena
de huevos que María le había traído de la masía.
122
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Rosita, pobre de ti si me das una peseta por lo que te traigo.
Rosita, sin que María se enterara, le puso diez duros en el bolsillo a
Francisco muy seria, con gestos de autoridad y silencio. Francisco obedeció y se
calló.
—Rosita, el miércoles y el viernes Francisco vendrá a comer. ¿Qué quieres
que te traiga de la masía?
—Nada, hija, si me hace falta algo te lo diré el miércoles y Francisco me lo
traería el viernes. ¿De acuerdo?
Se despidieron con dos besos y se montaron madre e hijo en la Mobylette.
Por el camino se cruzaron con Cornelio hijo. Él y María se saludaron,
Francisco giró la cabeza hacía el otro lado.
—Adiós, Francisco —dijo Cornelio.
«Adiós, perro hijo de puta, ojalá te mueras», pensó Francisco sin mirarle.
Al llegar a casa María, le preguntó por que no había saludado a Cornelio
hijo. Francisco se hizo el sordo para pensar qué decirle a su madre.
—¿Me oyes Francisco?
—Le he saludado con el brazo.
El miércoles de aquella semana, tal como había planeado María, Francisco
cogió el paraguas, las botas de agua y se fue al pueblo antes que ella se fuera a
Tarragona a limpiar en casa del señor Miguel y de una de sus hijas. También ella
cogió las botas de agua y el paraguas y salió al camino hasta llegar a la carretera
donde hizo parar levantando el brazo el autobús que la llevaba a Tarragona.
Después de comer en casa de una de las hijas del señor Miguel, apareció este
y le dijo que esperaba a que terminara para acompañarla, porque quería ver
cómo estaba la finca. María lo agradeció, porque se sentía un poco cansada.
Estaba haciendo un día muy inestable. Habían caído varios chapa-rrones. En
el momento en que el coche llegaba delante de la masía, cayó uno que duró
poco, pero que fue muy fuerte y tuvieron que esperar seis o siete minutos dentro
del vehículo, el tiempo que duró con sus relámpagos y truenos.
—Vaya suerte que tengo, un día que me decido a dar una vuelta por 123
Alma Retsem Klol
la finca, y ya ves, hasta ahora habían caído cuatro gotas, pero con lo que cae
ahora, ni pensarlo, el barro me llegaría a la rodilla.
—Sabe qué, señor Miguel, me bajo y así usted se puede ir.
—Ni se te ocurra bajar, ¿no ves que por muy deprisa que vayas te
empaparás?, además yo tampoco quiero irme con este tiempo.
Con el primer indicio de que la tormenta había pasado, María abrió la puerta
del Seat 1500. Al bajarse, entre un charco que le hizo abrir las piernas más de la
cuenta y la falda que se le enganchó en un respaldo especial que se acoplaba al
asiento, casi se le ven las bragas.
Cornelio había llegado hacía poco tiempo. Estaba en la parte de la derecha de
la masía cogiendo caracoles en una pequeña finca abandonada, separada por una
pared natural cubierta de zarzas y situada por encima del huerto y del lavadero.
No sabía que el coche llevaba cinco minutos allí. Cuando vio bajar a María se
quitó la capucha del chubasquero de la cara y dejó el cubo de los caracoles para
con la mano apartar alguna zarza que le tapaba la visión.
«Madre mía, te acabas de poner la falda, guarra. Ahora te vas a enterar de lo
que es un hombre y no un viejo como el que te acabas de follar», se dijo
Cornelio, que sin coger el cubo buscó el camino más directo para ir a la masía.
El señor Miguel se fue en el momento en que vio que María abría la puerta
de la casa.
Cornelio iba deprisa, pero con cautela para no hacer demasiado ruido y que
Tarzán se pusiera a ladrar. Antes de llegar a la esquina, también con mucho
cuidado, se quitó el chubasquero. Al verle Tarzán empezó a ladrar, lo que hizo
que corriendo llegara delante de la puerta y casi se chocara con María que salía a
ver por qué ladraba Tarzán, qué le pasaba al perro.
—¡Ay, Virgen Santísima! Qué susto me has dado. ¿Qué quieres, Cornelio?
María iba con la combinación porque la falda se había manchado un poquito
de barro y con un poco de agua la había limpiado y la tenía tendida encima de
una silla en la misma entrada.
Cornelio la cogió del brazo e intentó hablar con ella, pero la excitación que
llevaba hizo que no pudiera hacerlo normalmente y solo salían de su boca
suspiros.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Suéltame, que mi hijo está a punto de llegar.
Al ver que le costaba dominarla se puso tan nervioso que sacó una enorme
navaja y la pinchó el cuello.
—Si te vuelves a mover te juro que tu hijo te encuentra muerta.
Cogida del brazo se la llevó después de cerrar la puerta escaleras arriba.
Llegaron al dormitorio y la tiró encima de la cama, dejó la navaja encima de la
mesita de noche y con ella bocabajo, de un tirón le quito las bragas, le subió la
combinación y sin bajarse los pantalones del todo la cogió por las ingles y
colocó su culo pegado a su miembro, que a base de unos cuantos y bruscos
forcejeos encontró la vagina. Cada impulso de Cornelio era una puñalada que
llegaba a María hasta el corazón. Estaba tan asustada que no sabía si estaba
consciente o no.
En menos de un par de minutos Cornelio acababa su fechoría. Se subió y se
abrochó los pantalones, cogió la navaja de encima de la mesita y le dio las
razones de por qué había hecho aquello. Después de intentar hacerla sentir
culpable, le dijo que estuviera tranquila, que él no le haría nunca daño y que la
quería mucho.
—Aunque sea tan culpa tuya como mía, yo te pido perdón. ¿Me perdonas,
María?
María no contestaba porque ni oía, estaba igual que la había dejado Cornelio
al sacar el pene de su vagina.
Cornelio, que buscaba el perdón para salvarse, se enfadó y dio la vuelta a la
cama, la cogió por los pelos, le giró la cabeza hacía su cara y le gritó:
—¡Te estoy pidiendo perdón, no lo ves!
Al abrir los ojos y ver la cara de Cornelio pegada a la suya, despertó de
golpe. Entonces, escuchó de nuevo.
—¿Me perdonas?
Inconscientemente, al ver que salían aquellas palabras de aquella boca
salivosa y dientes negros que despedían un aliento putrefacto, Ma-ría dijo que sí
con la cabeza.
Entonces él, benevolente, le dijo:
—Yo también te perdono, cariño. —Y se fue silbando escaleras abajo, abrió
la puerta y se despidió de Tarzán con unas caricias en la cabeza.
Al oír el sonido de abrir la puerta, María se levantó de la cama y fue
corriendo a cerrarla. Después se dirigió a la «comuna», que era como 125
Alma Retsem Klol
llamaba la gente del campo al escusado y que consistía en una tarima de la
altura de una silla con un agujero redondo en el centro en el cual ponían el
trasero y defecaban dentro del pozo negro. María en la tarima siempre tenía una
palangana con agua y una pastilla de jabón. Se limpió sus partes como si de una
olla grasienta se tratara, después fue a la habitación y puso la colcha de la cama
bien, recogió las bragas del suelo y con un trapo húmedo limpió y recogió todos
los pequeños y alguno grande, trocitos de barro caídos de las botas del violador.
Después se fue a la habitación de Francisquín y se tumbó en su cama sin poder
dormir ni sin poder pensar, la mente se le había quedado en blanco y no
respondía al dolor ni a la rabia.
126
Capítulo IX
Madrid, marzo de 1984.
No habían transcurrido quince días desde su primera visita cuando Francine
volvió al pub Los Las en busca de Patricia. Los desengaños en los trabajos
honestos, la aceptación de su cuerpo por la mayoría de hombres, entre comillas,
normales, y el dinero que podría ganar la hicieron decidirse.
Dejó a tres amigas y dos amigos del barrio con los que hacía poco que salía y
se fue al pub cerca ya de las dos de la madrugada. El local estaba a tope, esto
dificultaba encontrar rápido a Patricia.
«Soy más tonta, no sé por qué no la he llamado por teléfono», pensaba
mientras se iba abriendo paso entre miradas intencionadas, gui-
ños, rozaduras y algún que otro refregón
Estaba de espaldas cuando notó un par de manos, una a cada lado de la parte
superior de sus nalgas y el roce de un desvergonzado pene en sus apretados
vaqueros. Se iba a dar la vuelta para decirle educadamente: «Tranquilo, hombre,
no te impacientes». Pero al girarse…
—¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja! —No podía parar de reír al ver la cara de Marie
Josefine que también se estaba partiendo de risa.
—¿Te has asustado, cariño? De tu risa me acuerdo mucho, pero de tu
nombre, Feli…
—Francine.
—¡Francine!, sí cariño, perdona mi memoria, guapa, soy Marie Josefine y
ahora mismo te digo lo de la risa. Te iba a llamar la de la risa del placer, no te lo
pierdas, después de darle mil vueltas por la cabeza. Aho-127
Alma Retsem Klol
ra mismo te cambio el nombre, será el reclamo de la hembra. Ya sé que no
queda muy bonito, pero es el nombre adecuado, sobre todo después de ver que
cuando te has reído que todos los hombres se han dado la vuelta. ¿Estás con
alguien?
—No, estoy sola, pero busco a una chica que se llama Patricia que viene
mucho por aquí.
—Ahora mismo, si no te tropiezas con ella, no la verás, ven conmigo, que
aquí nos dejarán más estrujadas que una naranja para zumo. Además, donde
estamos te darás cuenta de si entra tu amiga o si sale, porque es al lado de la
puerta, ven.
Marie Josefine la cogió del brazo y se la llevó a su mesa. En ella estaban dos
chicas y cuatro chicos. Antes de sentarse en su pequeño taburete le pidió a
Chendo, que era como llamaban a uno de nombre José Luis por su parecido con
el jugador madridista, que juntara su asiento y así podrían estar los tres, aunque
estuvieran un poco estrechos.
Después de presentarle a todos los amigos, Marie Josefine, aprovechando
que las dos estaban en un extremo, la hizo suya.
—Venga, nena, tú a lo nuestro. Dime el nombre que tiene tu risa.
—La bauticé el primer día que la oí, y sin pensármelo dije, esta tía parece
que se esté corriendo cada vez que se ríe, así que, risa orgásmica.
—La madre que te parió, qué vergüenza que no se me haya ocurrido a mí.
—Se la escuché a una chica gallega en un viaje a Canarias. Su risa traía de
culo a todo el autocar y más de uno dijo que mi risa y la de aquella chica se
parecían, cosa de la que no me había dado cuenta. Ya ves, tengo la risa más
femenina que la voz.
—Pero chata, si la voz la tienes de película, además con esa risa no se
enterarían ni que tuvieras la voz de Pavarotti…
Mientras se reían de lo que había dicho Marie Josefine, entraba en lo que
parecía el metro en hora punta Patricia, que por culpa de un par de borrachos
pasó rozando a Francine que la agarró de la falda.
—¡Ay! Hola, Francine.
—Quería hablar contigo. ¿Buscas a alguien?
—No, qué va.
—Hola, guapa —saludó Marie Josefine, que al ver que era la Patricia que
buscaba, le dijo a Francine que se fuera con ella.
128
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Esta agradeció la compañía y atenciones a Marie Josefine y se despidió de
todos.
Patricia le propuso ir al Kuwatina, simplemente porque había pasado por
delante y estaba lleno, pero transitable.
—¿Te importa si salimos y vamos al Kuwatina? Al menos podremos
sentarnos, creo.
Durante la pequeña caminata, que no duraba más de tres minutos ya que la
distancia no era superior a cincuenta metros, Francine le preguntó por Edu.
—Estarás días sin verlo, pero te daré un teléfono por si quieres hablar con él,
está en Bilbao. ¿Te lo pasaste bien el otro día?
—¡Ah, no!, era por decir algo.
—¿No te lo pasaste bien, dices?
—No, que sí me lo pasé bien.
—¡Es broma! Si no te lo hubieras pasado bien, tampoco él se lo hubiera
pasado tan bien como me contó.
Entre observaciones y apreciaciones pícaras y graciosas se encontraron
sentadas en una mesita situada en uno de los cuatro rincones de una pequeña
pista donde la música estaba fuerte con moderación, les permitía hablar
tranquilamente.
—¿Qué van a tomar estas chicas tan guapas? —les dijo un atractivo
camarero.
—¿Te podemos tomar a ti, guapo?
—A partir de las cinco y media, seis, sí.
—No seremos tan guapas como dices si nos haces esperar hasta las seis.
—Ni yo tan guapo si no esperáis.
Francine y Patricia se miraron sorprendidas, siendo la última quién contestó:
—¡Joder, que tampoco eres Brad Pitt, tío!
—Vale, pero a Brad Pitt tampoco os lo vais a tirar.
—Me rindo… Ahora va en serio, por favor, puedes pasar dentro de cinco
minutos que pensaremos lo que vamos a tomar.
—He dicho a las cinco o a las seis, no cinco minutos, ¡ja, ja, ja…! —Y
se fue tan tranquilo.
—¿Sabes que no sé qué tomarme?
129
Alma Retsem Klol
—Ni yo —respondió Francine—. Supongo que me guardas la palabra.
—Ya te dije que antes de un mes no me comprometía con nadie.
—Si aún sigue la propuesta en pie, cuando quieras empiezo.
—Solo una pregunta. ¿Te lo has pensado bien?
—Totalmente.
—El lunes. Además, ya sé lo que vamos a tomar. —Levantó el brazo al ver
al guapo camarero.
Al acercarse a ellas él les dijo muy amablemente antes de que Patricia
hablara:
—Hay alguna mesa vacía, si no os apetece tomar nada, no toméis nada, os lo
digo de verdad.
—Tío, solo te falta el Ferrari en la puerta.
Al ver que el camarero sonreía y no tomaba el turno de réplica, continuó
Patricia.
—Dos benjamines, que tenemos que brindar, guapo.
—Una sugerencia. Si no queréis un cava superextra y ya no os digo un
champán francés, hay un cava que está bien y os saldrá algo mejor que dos
benjamines.
—Retiro lo del Ferrari, tu inteligencia te permite tener hasta un 2 CV
y llevarte a la más guapa. El cava ese que dices y, por favor, te traes tres
copas y no dejes que dos chicas brinden solas.
El hombre se retiró con una sonrisa, la misma con la que regresaba a la mesa
con la cubitera, la botella de cava y tres copas.
Francine, que poca cosa había dicho, se levantó al llegar el camarero.
—Vamos a brindar sin habernos presentado. Esto no puede ser. Patricia. Una
servidora, Francine.
—Pau.
Se dieron un beso, después Pau abrió la botella y los tres brindaron
deseándose suerte.
—¿Pau es catalán, verdad? —le dijo Francine.
—Sí, mi abuelo es catalán, de Reus, Tarragona.
—Conozco Reus y Tarragona, viví cerca de pequeña, tengo una hermana en
Barcelona y dos sobrinas catalanas, mi cuñado es catalán. Ves,
¡quien diría que tenemos tantas cosas en común!
—Y más que podéis tener —soltó Patricia en tono burlón.
—Pero Pau, acuérdate de que las dos vamos en el mismo pack.
130
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Con una sonrisa, sin contestar a Patricia, se retiró el camarero, cuidando de
que su jefe, que rondaba por el local, no le viera entretenido.
A las cinco y media de la madrugada, salieron del local tras despedirse del
chico. Se habían contado sus vidas, más o menos habían pactado las normas de
lo que sería un negocio a medias, y también habían resuelto uno de los
problemas que más inquietaba a Francine, que era cómo disfrazar la prostitución
ante su madre, más bien, cómo engañar a su madre de forma que no se enterara.
Patricia le había dicho cómo ella engañaba a la suya, que hacía medio año que
había fallecido. A Francine le pareció bien. Sobre todo porque era una manera
sencilla y creíble.
Al día siguiente, que era domingo, Francine le contó muy ilusionada a su
madre que posiblemente trabajaría en un restaurante y en un pub musical del
mismo dueño.
—Quiero probarlo, mamá. De momento cobraré poquito los primeros dos
meses, después, cuando tenga más práctica, me puede quedar un sueldo mejor
que el que ganaba de administrativa. De momento cobraré el paro igualmente, y
cuando se me termine, posiblemente me haga autónoma.
—Muy bien, hija, si te parece, lo vamos a celebrar. La comida que tengo para
hoy la comeremos mañana. Venga llama tú.
—¿Dónde llamó mamá, al Julián?
María se levantó, cogió un plato decorativo del mueble del comedor y sacó
tres tarjetas. Después de ponerlas por orden en la mano, fue dictando los
números telefónicos.
—Mamá, el Julián está lleno y hay gente esperando.
—Llama al Esteban.
—Una hora, mamá.
—Nada, si acaso ya volveremos a llamar. Este es el que más me gusta de los
tres, el Vanesa lo que pasa es que está un poquito más lejos, un paseo. A ver si
hay suerte.
—Lo están mirando… ¿Diez minutos?… Pues sí, mesa para dos, igual
tardamos media horita… Francine Fabián. Vale, hasta ahora.
En diez minutos estuvieron arregladas para salir.
Hacía un día de primeros de abril espléndido en el que el sol comenzaba a
calentar. Mientras paseaban, María le dio un susto a Francine.
131
Alma Retsem Klol
—¡Ay, hija!
—¿Qué te pasa, mamá?
—Nada, que ayer llamó tu hermana Alicia y no me acordé de decírtelo.
—¡Mamá, qué susto me has dado!, pensaba que te pasaba algo.
—Perdona, hija, pero es que me ha venido a la memoria tan repen-tinamente
que no habértelo dicho me ha sobresaltado. Me dijo que tiene muchas ganas de
verte y que por Semana Santa procurará venir sola.
—Mamá, si no viene, iremos tú y yo en un viaje relámpago. ¿Te parece bien?
—Sí, muy bien.
Entraron en el restaurante Vanesa que estaba lleno, pero empezaba a verse
alguna mesa en la que se levantaban.
—Me extraña no ver ninguna mesa vacía para dos personas.
Se les acercó una chica con una carta en la mano y un pequeño bloc en el
cual tenía anotaciones.
—Buenas tardes. ¿Tienen mesa, verdad? Francine, sí. Aquella en la que se
levantan en dos minutos la tienen preparada. A la vez que usted y yo hablábamos
por teléfono, un compañero daba la mesa que yo les estaba reservando a ustedes
a tres personas que habían entrado justo en ese momento. Al haberme dicho
media hora he pensado que, como mucho, tendrían que esperar dos minutos. De
todas formas, lo hubiéramos solucionado de alguna manera. Perdonen las
molestias.
—De perdón nada, al contrario, muchas gracias —dijo Francine a la chica
que parecía la encargada.
Ya sentadas Francine discutió con su madre que se negaba a beber cava
porque a Francine no le gustaba mucho.
—Que no, que no y que no.
—Mamá, por favor, te juro que si queda media botella nos la llevaremos a
casa, además, como celebramos que tengo trabajo pago yo, esto quiere decir que
mando yo. Tranquila que yo me pediré vino tinto de la casa.
Después de pedir los primeros platos, les sirvieron el vino de la casa que
dijeron que era muy bueno. El cava se lo llevarían con el primer plato.
132
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Nena, ¿qué lees con tanto interés?
Francine levantó la palma de la mano pidiendo a su madre que le dejara leer
tranquilamente la etiqueta de la botella. Probó un sorbito y le ofreció a su madre
la copa.
—Está muy bueno, solo para que lo pruebes, después te diré de donde es.
—Sí hija sí, está muy bueno. Por el interés con que leías, igual es de
Tarragona.
—Es que no te puedo dar ninguna sorpresa, ¡eh!
—Te conozco como si te hubiera parido.
—Estás muy guasona.
—¡Ja, ja, ja!
—Espera que no he terminado con el vino. ¿Te acuerdas de cuando papá
conoció a un pescador y que algunas veces tú y yo íbamos al Serrallo a buscar
pescado a su casa?
—Claro, cómo no me voy a acordar.
—¿Te acuerdas de aquel señor de Montort que era payés, que era amigo de
papá y que se llamaba Ramón Miró?
—¿Cómo no? Era buena persona, y su mujer también, el día que en-terramos
a papá estaba enfermo, pero vino después a darnos el pésame a la masía.
—Yo siempre le preguntaba si era el dueño de aquella bodega que estaba a la
entrada del Serrallo que, como si la viera ahora mismo, ponía en unas letras
grandes La Vinícola Ibérica de Ramón Miró y él siempre me decía: «Ojalá fuera
yo ese Ramón Miró, estaría cargado de duros».
Pues esta botella es de aquellas bodegas. Qué pequeño es el mundo, igual
hay vino de aquellas viñas que trabajaba papá.
María le pidió que le pusiera otro sorbito, cogió la copa y la levantó
buscando el brindis con su hija. Cuando había sonado el clic del cristal, con una
sonrisa y arqueando las cejas dijo:
—Por papá.
Francine no pudo evitar que lo ojos la delataran.
—Ya sé mamá, ya sé.
—Sonríe, que es lo que le encantaría a tu padre. Gírate disimuladamente a tu
derecha, verás que los cuatro chicos que están en la mesa solo están hablando de
ti. El que está enfrente, además de hacerlo, pa-133
Alma Retsem Klol
rece que te este masticando, te está comiendo y sus ojos ni parpadean
mirando tu espalda y tu culo, supongo.
—¡Ahaa… Ahaa… Mamá!
—Niña, no te rías tan fuerte, ahora sí que se han girado todos, hasta alguna
mujer.
Francine se tuvo que tapar la boca con las manos para no hacer ruido al
reírse.
El camarero les trajo los dos primeros platos que eran un entremés exquisito
para María y unas almejas y mejillones al vapor con mayonesa para Francine.
María continuó hablando:
—Menos mal, supongo que comiendo estarás con la boquita cerrada.
¡Uy, lo que faltaba! —dijo al ver que la chica que los había atendido al entrar
les traía la cubitera con el cava—. Parece mentira que no te des cuenta de que lo
que quiero es casarte, claro, primero buscarte un novio.
—Que aún soy jovencita, mamá.
—A tu edad ya tenía a tu hermana…
Después de comer dieron un paseo por los alrededores atravesando un
pequeño jardín en el que había cuatro columpios para niños peque-
ños.
Al llegar a casa, Francine salió con dos amigas del barrio con las que hacía
unos dos meses que se veía muchos días festivos y algún que otro día que no lo
era.
Al día siguiente se levantó a las ocho de la mañana. Había quedado con
Patricia a las once en el piso donde trabajarían y donde ella ya lo hacía. Era un
primero en un edificio de cinco plantas en la calle San Marcos número veintitrés,
detrás de la Gran Vía. A las diez y media se tomó un cortado en el bar Cholo, a
unos cien metros del piso de Patricia. A todos los hombres que veía pensaba que
se los encontraría pidiendo sus favores, más bien, comprando sus favores. Miró
el reloj, faltaban veinte minutos para las once, cogió el bolso para sacar el
monedero y pagar, pero los nervios la vencían y cogió en su lugar el paquete de
cigarrillos. Encendió uno mientras esperaba un poco más.
Se le iluminó el rostro al ver que entraba Patricia muy sonriente.
Se dieron dos besos y Patricia le preguntó si había desayunado.
—No sé lo que he comido, ni si he comido mucho, pero estoy como si me
hubiera pegado un atracón.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Tranquila, Francine, en cuanto te hayas follado mil tíos lo habrás
superado.
—Sabía que me ayudarías y sobre todo que me darías muchísima moral.
—Venga, vamos —dijo Patricia tras terminarse el cruasán y el café con
leche.
Cada hombre con el que se cruzaban por la calle, Patricia le decía que era un
cliente, hasta que se dio cuenta de que le estaba tomando el pelo.
—Aquellos dos que pasan por la otra acera, los dos a la vez.
Francine la miró fijamente a los ojos.
—Te faltará tiempo para decirme que ganas cuatro veces más.
—¡Ja, ja, ja! como te veía tan sería y preocupada, es para ver si te hago pasar
el miedo que tienes de golpe. Si vas a estar más tranquila, te diré que no he visto
ningún cliente.
—A ver si ahora resultará que pasaremos hambre.
Así llegaron al número veintitrés.
—Ya que está el ascensor, lo cogemos, pero casi siempre subo por las
escaleras, por esto también cogí un primer piso.
Salieron al pequeño rellano, a la derecha quedaba la puerta A, la puerta B
estaba enfrente del ascensor, un poquito a la izquierda.
Francine leyó el pequeño rótulo de la puerta en voz alta.
—Masajista. Está bien, aunque yo hubiera puesto masajista terapéutica.
—Sí, y debajo lumbagos, pinzamientos… etc.
Entre carcajadas poco escandalosas pasaron la puerta. El piso tenia un
pequeño recibidor y a la derecha un gran salón que daba a un bonito balcón que
comunicaba con la cocina que estaba justo al lado. A la izquierda de la entrada
había un largo pasillo con tres pequeñas habitaciones seguidas que acababa en
un buen baño. Otras dos grandes habitaciones daban a una estrecha calle. La
habitación del medio del pasillo tenía un balcón cubierto donde había un
fregadero y una lavadora, era el patio de luces al que daban las tres habitaciones
y el baño.
Después de que Francine conociera todos los rincones de la casa, se sentaron
en el comedor.
—Mooc. —Sonó el timbre de la puerta del edificio.
135
Alma Retsem Klol
Fueron a abrir el portal y esperaron detrás de la puerta para vigilar por la
mirilla.
—Recuerda que eres Elena. Es un buen chico, muy tímido. Haz lo que te he
dicho.
Antes de retirarse Patricia le desabrochó dos botones de la blanca blusa a
Francine. Esta abrió la puerta y lo hizo al cliente pasar al recibidor.
—Hola, guapo.
—Hola. ¿Está Patricia?
—Dentro de media hora estará aquí si quieres esperar. ¿No te gusto yo?
—Sí. ¿Cuánto cobras?
—Lo mismo que ella, cinco.
Pasaron a la habitación donde, mientras se desnudaban, Elena le dio un buen
garbeo antes de lavarlo en el baño y lavarse ella.
Después se volvió a poner las bragas y regresó a la habitación donde Ramiro,
que era como se llamaba el chico, esperaba impaciente para devorarla. Se
presentaron las lenguas en silencio. Cuando Ramiro le metió la mano en las
bragas, ella cerró las piernas y le dijo a la oreja.
—Ramiro, perdóname, te he visto tan guapo, que me han entrado unas ganas
de follar que ni me he acordado de decirte que soy un travesti.
Sin mediar palabra, buscó con la mano por debajo de las bragas con tanta
impaciencia y energía, que abrió las piernas dejándose acariciar el pene que ya
no podía esconder.
A la hora de comer, Patricia quiso celebrar que era el primer día con Francine
y la formación de la sociedad. La llevó al restaurante Estrella.
Cuando terminaron llamó al dueño.
—¿Qué desea la señorita Patricia? ¿Os apetece un copita, un whisky?
Juan José, tráete un par de whiskys con hielo.
—Francine, Julián.
Se dieron dos besos y Patricia le contó que trabajaban juntas y que lo que
había hecho ella cuando vivía con su madre, ahora lo quería hacer Francine.
Consistía en enseñar el restaurante a su madre como si traba-jara allí. Julián le
entregó una tarjeta y le dijo que el día que fuera con su madre haría el teatro que
conviniera.
Cuando se iban, Patricia se giró y sonriendo dijo:
136
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—A ver cuando vienes a verme, que hace muchos días que no lo haces.
Mirando descaradamente el culo de Francine, Julián contestó:
—Creo que iré muy pronto.
—Si vienes, te daré una sorpresa que nunca olvidarás.
No se había dado la vuelta Patricia cuando Julián, mirando el reloj de su
muñeca, le volvió a repetir.
—Creo que iré muy pronto.
A las tres y media estaban en el piso las dos ligeritas de ropa esperando a los
clientes.
A las ocho de la tarde estaban cansadas. Había sido un lunes muy atípico, ya
que habían tenido mucho trabajo. Comentaron sus planes.
—Ya te dije que normalmente cierro a la una o a las dos de la madrugada,
excepto el lunes, que muchas veces cierro a las ocho o las nueve.
¿Sabes qué?, cerramos y no se hable más.
—Mooc.
Patricia fue al recibidor para abrir el portal y esperó un poco para ver de
quién se trataba. Cuando el individuo se plantó delante de la puerta para llamar
al timbre, Patricia desapareció de puntillas en busca de Francine.
—Es Julián, dile que no estoy.
Francine fue a abrir la puerta.
—Hola, pasa.
—¿Está Patricia?
—No…
—¡Joder! Yo que me había hecho ilusiones con la sorpresa que me ha dicho
que me daría.
—Si quieres, puedes esperar a que venga de comprar, pero ella no se ha ido
sin dejarte la sorpresa preparada para que yo te la dé. Claro, si es que la quieres.
—¡Ah!, claro que sí.
Mientras Francine se quedaba con los pechos grandes y duros al descubierto,
Julián los miraba embobado.
—¿Aún no sabes cuál es la sorpresa, Julián?
—¡Ah!, que la sorpresa eres tú… perdona, pero es que cuando me pongo
cachondo soy incapaz de pensar demasiado, tu culo es sorprendente.
137
Alma Retsem Klol
Se fueron a la habitación, después al baño y volvieron a la habitación. Julián,
en pelotas, esperaba a que Francine se le tirara encima, en la cama. Ella con la
lengua y la boca lo puso a cien. Se había quitado las bragas pero llevaba la corta
faldita. Al ver la predisposición y los ojos casi cerrados de Julián le dijo al oído:
—Yo soy la sorpresa de Patricia, pero ahora te voy a dar la mía.
Arrodillada con el culo apretando su pene y mirándole le dijo al tiempo que
se levantaba la falda.
—¿Te gusta mi sorpresa, Julián?
Julián volvió a cerrar los ojos y abrió la boca como si necesitara aire.
Al siguiente día empezaron a las diez y media. Antes pasaron por el quiosco
que les quedaba más cerca y cogieron Patricia el ABC y Francine El País. Al
llegar al piso buscaron sendos anuncios en cada informa-tivo en las páginas de
relax.
—Mira, aquí, ya lo tengo. «Patricia francés completo. Elena griego.
Teléfono 917846582».
—También lo he encontrado. «Travesti. Elena activa pasiva. Patricia sí a
todo. Teléfono 917846582».
Al cabo de dos semanas retiraron los anuncios. Llevaban un ritmo de trabajo
agotador, especialmente Francine. Muchos días terminaban tan tarde que se
quedaban a dormir en el piso.
Un día, poco más de un mes después desde que hubieran comenzado a
trabajar juntas, Francine no daba crédito a lo que estaba viendo en la cartilla de
sus ahorros cuando salía de una oficina de Caja Madrid.
—¡Virgen Santísima! Pero si es lo que gano en medio año, incluso más.
Estaba tan contenta que fue a ver a su socia y le dijo que se cogía el día libre.
—Niña, esto me lo tenías que haber dicho a primera hora o ayer, tienes un tío
esperando en el comedor.
—Joder, ¿sabes qué?, me cogeré mañana el día libre, pienso pasarlo entero
con mi madre.
—Pues yo haré lo mismo.
—Oye, ¿por qué no vienes a comer? A mamá le gustaste mucho, siempre me
dice que vengas un día a comer a casa.
138
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Eso está hecho. Después lo hablamos.
—¿Quién es el cliente?
—Me parece haberlo visto, pero conmigo no ha estado.
Francine salió de la cocina y miró en el comedor saludando al apuesto y
maduro señor.
—Hola, Elena, buenos días. Me quería ir y volver más tarde, pero tu amiga
me ha dicho que no tardarías más de cinco minutos y he decidido esperarte. Me
llamo…
—Alfonso.
—Me sorprende que te acuerdes de mi nombre.
—Un señor elegante, respetuoso, apuesto, interesante y que se llame
Alfonso, no es algo corriente. Por otra parte, la memoria es una virtud que tengo.
—No digo que no sea una virtud que tengas, yo a tu edad también tenía esa
virtud.
Pasaron a la habitación mientras iban hablando de los años.
—¿Cuántos tengo, Alfonso?
—Te daré dos cifras.
—Eso no vale, solo tengo una edad, no dos.
—Por tus carnes, veinticinco o veintiséis, por tu forma de hablar te pondría
treinta y uno o treinta y dos.
—Vaya ojo, por mis carnes has dado en el clavo. Tengo exactamente
veintiséis.
—Ahora adivina cuántos tengo yo.
—A ver… —Francine puso la mano en la bragueta acariciándole con toda la
mala intención.
—Por tu vitalidad, treinta y cinco, por tu cuerpo cuarenta y nueve o
cincuenta.
—Yo he dicho lo que pensaba y tú me das un trato de cliente, te has pasado,
chica.
—Te juro que no te engaño.
—Pues te tendré que decir que si te digo la edad de tu vista, tendrás sesenta
años, por lo menos.
—Cincuenta y cinco.
—Esto ya me gusta más, tengo cincuenta y nueve.
—No te creo.
139
Alma Retsem Klol
Alfonso se sacó el carné de identidad.
—Seis de marzo de 1923. ¡Joder tío!, si no lo veo no lo creo, igual hasta
tienes hijos de mi edad.
—Me hubiera gustado, pero no he tenido hijos.
Francine miró la mano de Alfonso que llevaba una alianza.
—¿Pero estás casado, verdad?
—Hace tres años que soy viudo, la alianza espero que me acompañe hasta
mis últimos días.
—Perdón, no quería ponerte triste.
—Qué va, esto era al principio, ahora incluso me gusta recordar lo feliz que
fui con mi esposa. Has dicho lo de los hijos que es de lo único que me
arrepiento, de que no nos hubiéramos decidido a adoptar un niño. Tuvimos la
desgracia de no tenerlos propios, aunque tanto ella como yo, según los médicos,
éramos normales, o sea, podíamos tenerlos. Cuando pensamos en la adopción
teníamos más de cuarenta años.
Nos pareció una montaña y decidimos pasar de ello. Tuvimos dos sobrinos
que a veces nos hicieron de hijos, por suerte mi mujer ya había muerto cuando
fallecieron los dos hace un año en un accidente. Eso sí que me pone triste, pero
la vida va como va.
Se pusieron a la faena porque el tiempo pasaba y Francine tenía otro cliente
esperando.
Al despedirse y pagar, Alfonso le dio dos mil pesetas de más por el tiempo
que Francine le había dedicado sin ninguna prisa.
—Toma, Elena, que te he hecho perder mucho tiempo.
—Que no, Alfonso, lo del tiempo ha sido mi problema.
—Acéptalo como un detalle.
—Si es así, gracias.
Tras dos meses, el negocio no les podía funcionar mejor. Patricia veía que
Francine trabajaba un poco más que ella y quiso ser justa y, al tiempo, dejar las
cosas claras.
Cenaron lo que un camarero del bar que había enfrente les había traído antes
de las diez de la noche. Habían silenciado el timbre y cerrado la puerta, era la
una de la madrugada. Fregaron los dos platos, los dos cubiertos y limpiaron la
pequeña mesa de la cocina mientras el café subía. Se sentaron a tomarlo
tranquilamente y encendieron un cigarrillo de aquellos tan placenteros. Patricia
se levantó y abrió un armario 140
Haré que jamás puedas vivir sin mí
del que sacó una botella de Cutty Shark que puso en la pequeña mesa de
formica.
—Patri, te estás volviendo un poco tacaña, hacía días que no cenábamos aquí
las dos solitas después de una jornada, digamos, intensa, encima es viernes.
Retira esto y saca el Chivas, avara —dijo Francine.
—Qué sibarita, la señorita.
Entre risas, Patri cambió la botella. Después de escuchar, totalmente sin
ninguna intención, que Francine la había llamado avara, lo utilizó como un
detonador.
Después de un sorbito de Chivas le dijo:
—Nena, escúchame, hace días que te lo quiero comentar.
Se levantó y cogió la pequeña caja metálica de galletas que utilizaban para
dejar la parte que destinaban de cada servicio. Se sentó, contó el dinero y
mirando a Francine que estaba embobada con cara interrogante continuó:
—Mira, hay diez mil pesetas que son de hoy, de estas diez mil, seis mil
quinientas son tuyas, bueno, que las has puesto tú, y yo las tres mil quinientas
restantes. Esto pasa muchos días, por no decir todos, pienso que podríamos hacer
cinco o seis servicios, los que digamos y así las dos pagaríamos lo mismo. ¿Qué
te parece?
—¿Si esto fuera al revés, me lo hubieras dicho?
—¿Por qué no?
—Es igual, el trato que hicimos es lo que hacemos, y de ser al revés sé que tú
harías lo mismo que yo. Por mí, no pienso cambiar esta norma, y si te sientes en
deuda te dejo que mañana me invites a comer en el restaurante Estrella y, de
paso, convencemos a Julián para hacer un trío.
—¡Ja, ja, ja!
Francine miró el reloj de la cocina señalándolo con el índice.
—Tres y media. El último pitillo y a dormir. ¿Ya has llamado a tu madre,
verdad?
—Sí, la he llamado antes de las diez.
A las once y media de la mañana sonó el teléfono.
—¡Francine!
Esta, del susto que le dio Patri, se levantó de un salto sin ni tan siquiera
encender la luz, con los ojos pegajosos y, a tientas, le fue más fácil dirigirse a la
ventana que buscar la luz de la mesita.
141
Alma Retsem Klol
Ya no tan alto volvió a llamar Patricia, recuperada del impacto de haberse
dormido tanto tiempo y de enfadarse con Francine que era la responsable de que
el despertador se pusiera a las nueve y media.
—¡Francine, al teléfono!
Levantó la persiana de un tirón, el reflejo del sol que daba de lleno delante de
la blanca pared del edificio de enfrente le hizo el efecto de un flash.
Rápidamente cerró los ojos, volviéndolos a abrir lentamente.
«Madre mía, pero si serán las tres de la tarde», pensaba viendo el despertador
parado en las ocho. Sin preocuparse más de la hora se fue al comedor donde
Patricia la esperaba con el auricular en la mano.
Sin preguntar nada, pero con una sonrisa y las palmas de la mano juntas
delante de la boca pidiendo perdón, cogió el teléfono.
—Hola, mamá, buenos días, ¿sabes que…?
—Tu mamá no, tu padre sí podría serlo.
—¡Ja, ja, ja! Alfonso, perdona, es que mi amiga aún está dormida y me ha
dicho que eras mi madre.
Le pidió media hora para desayunar y asearse. Colgó el teléfono y se fue
hacía la cocina atraída por el olor del café que empezaba a subir.
Apagó el fuego y oyó el timbre de la puerta que sonaba con insistencia.
Abrió deprisa sabiendo que se trataba de Patricia.
—Corre, corre, el café.
—Ya he apagado el fuego.
Al destapar la bandejita y ver los pequeños cruasanes, ensaimadas y los
bollitos de crema, todo recién hecho, Francine se tiró al cuello de Patricia que le
respondió:
—Esto estando dormida, ¡eh!
—Perdóname, cariño, la culpa de dormirnos ha sido mía, castígame, me lo
merezco —decía mientras la iba llenando de besos.
—Déjame, pesada, y vístete que vendrá tu novio dentro de poco.
—En estos momentos me estoy planteando volver a mi estado físico de
macho, solo para poderte complacer a ti. Si fuera un hombre me gustaría ser tu
esclavo. ¿Te das cuenta de lo que es levantarte deprisa, casi de un sobresalto por
haberse dormido, y cuando no sabes si quieres despertar de verdad o continuar
durmiendo, abres la puerta y te invade el aroma de un café que te avisa que está
subiendo con el blug, blug, blug como si estuviera trepando por tu cuerpo, y que
lo necesitas 142
Haré que jamás puedas vivir sin mí
tanto como el aire que respiras? Casi lo tienes todo, pero te falta el casi.
Abres otra puerta y aparece ese casi: la bandejita de bollos recién hechos para
acompañarte con el café. Lo tienes todo, y todo es gracias a ti.
—Déjate de tonterías, sirve el café y cómete un bollito o una ensaimada, así
a lo mejor estarás callada.
—Encima haces poesía. Solo me falta una cosa, amarte. —Mientras le
hablaba apasionadamente y flojito a la oreja, estaba detrás suyo apretando el
pene a su culo, con la mano izquierda tocando su pecho derecho y con la otra
mano tocando la bragueta de sus apretados tejanos.
Patricia le respondió con unos movimientos de culo a los que Francine
contestó:
—Me estás poniendo, me estás poniendo. ¡Cómo me estás poniendo, ohhh,
ohhh!
Acabaron la broma riéndose casi a carcajada limpia mientras el café se
enfriaba.
—Moooc. —Sonó el timbre de la puerta que Patricia ya había conec-tado.
Se miraron pensando lo mismo, que aún no estaban arregladas.
—Seguro que este es tu novio —dijo Patricia.
Francine se levantó y mientras se dirigía al balcón por la puerta de la cocina,
quedaba con Patricia que solo abriría si era Alfonso. Abrió con cautela la puerta
del balcón para no hacer ruido, ya que era el primer piso, y poco a poco asomó la
cabeza viendo que se trataba de él. Se dirigió rápido al recibidor, abrió el portal y
esperó que subiera. Abrió la puerta y le dio un beso.
—Pasa, cariño. ¿Te apetece un café?, estamos las dos solas… ¿conoces a
Patricia?
—Sí, sí. Vale, acepto el café.
Entraron juntos en la cocina.
—Patricia, Alfonso, un amigo.
—De vista ya nos conocemos.
Patricia se levantó para darle un beso y hacerle un sitio en la peque-
ña mesa.
—¿Un amigo? Creía que era tu novio.
143
Alma Retsem Klol
Los tres se rieron, pero Alfonso se rió de una forma un poco especial que no
pasó desapercibida a Francine.
Se tomó el café y las invitó a comer a las dos en un restaurante. Encantadas,
aceptaron.
Sonó el timbre del rellano y Patricia se fue a trabajar, era un cliente suyo.
Alfonso se estaba desnudando en la habitación cuando Francine en-tró
diciéndole:
—Me he lavado, pero si me dejas dos minutos me gustaría ducharme…
—Por favor, no te duches ni te pongas desodorante, espérame dos minutos
que voy al baño para una meadita y lavarme.
Francine hizo una mueca interrogante, sacó el paquete de tabaco del bolsillo
del albornoz y encendió un cigarrillo mientras esperaba.
Cuando acabaron de hacer el amor se sentaron en la cama. Francine encendió
otro cigarrillo.
—¿Cómo no has querido que me duchara? Menos mal que la cara me la
había limpiado, si no, aún me encuentras con alguna legaña.
—En estos ojos que parecen dos esmeraldas y esta mirada, dos lega-
ñas parecerían dos adornos.
—Qué mal te veo, Alfonso.
—¡Ja, ja, ja! Hablando en serio, te habrán dicho mil veces que tienes unos
ojos pero que muy bonitos.
—Que va. Una cosa, Alfonso, antes, cuando te he presentado a Patricia y ella
ha dicho que creía que eras mi novio, lo ha dicho, supongo, porque últimamente
vienes a verme tres y cuatro veces a la semana.
Nos hemos reído, pero tú te has reído de una forma sarcástica, como si
quisieras decir, no sé, que jamás serías novio mío, a ver que yo lo entiendo,
pero…
—Para un momento —la cortó Alfonso—. Ya veo que no os habéis enterado
de nada, de hecho no quería que os enterarais, más bien que no te enteraras al
menos de una forma tan estúpida. Si me he reído así es porque me ha parecido
que se notaba que estoy enamorado de ti.
¡Qué más quisiera yo ser tu novio como ha dicho Patricia! Un viejo con una
niña, que además es una modelo.
Francine se abalanzó hacia él, le dio un abrazo besándole y al tiempo
diciendo que le agradecía y le gustaba que se hubiera enamorado de ella.
144
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Lo de que no me duchara formaba parte de esto, del amor quiero decir.
—Claro, las imperfecciones en el ser querido de alguna manera acercan más.
Igual esto forma parte de mis complejos y, en cierto modo, lo veo como
estupideces, digamos, impulsos de amor. Ahora mismo, me acuerdo de un amor
que tuve a los veintiuno o veintidós años y de que pensaba y deseaba, entre
comillas, que a aquella chica, que también entre comillas, era mi novia, le
sucediera cualquier cosa parecida a un accidente que hiciera que nadie pudiera
desearla. Allí estaría yo para darle todo el amor, solo yo. Me imagino que a esto
se le puede llamar egoísmo, aparte de locura de amor, creo.
—¿Te gustaría que me pasara alguna cosa parecida a lo que me has contado?
—Tranquila, que lo único que te deseo es felicidad. Hablaba de mi juventud
amorosa, ahora creo que sobrepaso la madurez con creces, vaya que dentro de
nada seré un viejo. Si ya no lo soy.
En voz baja y en la oreja ella le dijo:
—Madurito y muy interesante.
Alfonso le respondió primero con una sonrisa.
—No quería decirte que estoy enamorado de ti de esta forma digamos, un
poco casual, pero sí te lo quería decir hoy.
Se levantó de la cama y fue directo a la silla donde tenía la ropa. Co-gió la
americana y del bolsillo interior de la misma sacó un sobre y se lo entregó a
Francine.
Muy sorprendida lo abrió, sacó dos billetes de avión para cinco días más
adelante y se quedó en absoluto silencio con cara embobada.
—Por favor, Francine, si esto te molesta, lo siento mucho, dime qué piensas
sin ningún temor a decepcionarme.
—Es que no sé ni qué decir ni qué pensar. Como se dice, me has pillado en
bragas, aunque ahora mismo esté sin ellas.
Patricia llamó al dormitorio de Francine.
—Nena, no hace falta que abras, tienes un cliente. ¿Qué le digo? Son casi las
dos.
Desde dentro de la habitación respondió al lado de la puerta sin abrir.
—Dile que espere cinco minutos.
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Alma Retsem Klol
Los dos se vistieron rápidamente.
Alfonso estaba un poco decepcionado, hasta que ella le dio esperanzas.
—¿A comer aún nos invitas?
—Por supuesto, sabes que…
Francine no lo dejó terminar de hablar, le dio un beso en los labios y le dijo:
—Después de comer lo hablamos tranquilamente. Queda con Patricia para el
restaurante. Hasta ahora, cariño.
Al terminar la faena, Francine despidió a su cliente y mientras se arreglaba le
contó todo lo sucedido a Patricia, que se sorprendió, pero reaccionó enseguida.
—Es madurito, pero no está nada mal, va siempre bien arreglado, se le ve
muy buena gente y, lo más importante, tiene pinta de estar forra-do. Tenerife, el
Teide, la playa, yo en tu lugar ya tendría la maleta preparada, espabila que tengo
un hambre que me muero. Nos espera en el bar de enfrente, me ha dicho que si
no estuviera que nos esperemos, que iba a reservar mesa.
* * *
Tenerife, Puerto de la Cruz, junio de 1984, hotel de cinco estrellas en la playa.
Habitación 618. El servicio acabó de dejar la mesa preparada para una cena
romántica. No faltaba ningún detalle, incluso había dos velas y un centro de
flores con una enorme rosa roja abierta mostrando todos sus pétalos, que
parecían de terciopelo, rodeada de violetas que parecían de seda. Del centro de
flores se levantaban en los costados tres finos soportes que en la punta llevaban
una pequeña lámpara que las iluminaba de lleno sin que la luz se esparciera.
Delante de la mesa estaba la puerta del balcón, cerrada porque el aire de la noche
era fresco, con las cortinas abiertas que dejaban entrar el reflejo de la luna llena.
Alfonso y Francine estaban en el bar del hotel tomándose un Martini blanco
cada uno, haciendo tiempo para la cena. Se le acercó el maître y les dijo que la
habitación y la cena estaban a punto. Alfonso miró el reloj y dijo:
—Diez minutos.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Procuraré estar por aquí, pero si no nos viéramos, ¿le importaría pasar por
recepción y decir que avisen a Honorio Germán, un servidor?
—Esté tranquilo, que por la cuenta que me trae ya le avisaré, Honorio.
—Las diez y media, casi —dijo Alfonso después de mirar el reloj.
—Empiezo a tener hambre, cariño, y también curiosidad por cómo hayas
preparado esta última cena romántica en Tenerife.
Él se levantó alargando su mano a Francine para que se levantara. El traje
negro, la camisa blanca, la pajarita, los zapatos, todo de alta costura italiana, no
pasaban desapercibidos a los ojos de nadie, especialmente de algunas mujeres.
Las miradas se multiplicaron al levantarse Francine, tanto de mujeres como de
hombres. Su altura, que sobrepasaba en un par de centímetros a Alfonso, era
motivo suficiente, después estaban su espectacular melena rubia, su cuerpo
escultural, sus largas piernas y su cara guapa con aquellos ojos color miel claro.
El vestido largo negro apretado en la cintura moldeando su espectacular culo
llegaba hasta los tobillos, abriéndose a cada paso que daba por las dos rajas que
se abrían enseñando las bonitas piernas hasta donde una gasa se inter-ponía a
unos treinta centímetros del principio del corte. Por la parte de arriba, también
una gasa protegía el gran escote que hacía relucir aquellos pechos firmes y, por
detrás, desde media espalda hasta donde terminaba también era gasa. Un chal de
color beige, igual que los zapatos de tacón, completaba el conjunto.
—Francine, no sé cuantas veces te lo diré, pero no puedo evitarlo.
Estás espectacular, solo veo que te falta un detalle, llevas el cuello desnudo.
—Pues a ver si tienes un detalle…
Todas las personas que no se habían fijado en Francine lo acabaron haciendo
después de oír aquella risa tan sensual apreciando, también, la alta costura
italiana. Alfonso, que no era presumido, se puso más tieso que un dandi y
sensualmente le dijo al oído:
—Con dos centímetros menos de tacón estarías igual de atractiva y a mí me
subiría el caché algunos puntos.
Volvió a reír esta vez solo para Alfonso.
El maître, que estaba atento, no dejó que llegaran a recepción.
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Alma Retsem Klol
—Señor Alfonso, dentro de cinco minutos serviremos la cena, está todo
preparado.
—Muchas gracias.
Entraron en la habitación e inconscientemente Francine, al ver poca luz, iba a
darle al interruptor, pero él le cogió la mano y la empujó dos pasos que la
hicieron salir del pequeño recibidor para ver la luz que desprendían las dos velas
y el centro de flores, acompañados por la de la luna que entraba por los cristales
de la puerta del balcón.
—¡Oh, es precioso! —Cogió la mano de Alfonso y se lo llevó hacia el
mirador.
Al pasar por la mesa se detuvo a ver el centro de flores, después lo abrió y
los dos miraron la luna y su reflejo sobre el mar.
—Jamás había tenido una cena tan romántica —dijo—, un poco te ha
ayudado esta luna llena encima de este mar.
—Tenía que esforzarme al máximo, la última cena de un viaje que jamás
olvidaré. Y todo te lo debo a ti. No sé cómo acabará nuestra, digamos, relación.
Pero en todo momento me has hecho sentir muy feliz, espero que tú no lo hayas
pasado mal.
Ella le abrazó, le besó con pasión y le dijo al oído.
—Me lo he pasado muy bien. Nuestra relación solo puede ir bien.
—¿Tienes hambre, cariño?
—Sí. ¿Y tú?
—Ahora mismo lo comprobarás, ya está aquí la cena.
Alfonso abrió la puerta y entró el maître y un camarero empujando un carro
repleto de cazos, ollas, platos tapados y un par de cubiteras con una botella de
champán en cada una. Después, se acercó a ella, que estaba delante de la mesa, y
con toda la delicadeza le quitó el chal de seda de sus hombros al tiempo que
retiraba la silla para que se sentara. El maître hizo lo mismo con la silla de
Alfonso. Después, abrió el champán y lleno las copas mientras el camarero
preparó un primer plato de marisco y dejó otros dos para cada uno en el carro. El
último plato de la mariscada eran dos langostas que no cabían en la bandeja en la
que venían.
Al ver que estaba todo listo, el maître sacó un llavero y después de hacer una
comprobación de sonido en la que se oyó un tit tit en el bolsillo del camarero y
otro su mano, lo dejó en la mesa al lado de Alfonso.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Señor Alfonso, nos retiramos. Le dejo este busca en el que solo tiene que
apretar este botón, la luz roja le indica que está llamando. —El maître apagó el
receptor de su bolsillo y se encendió una luz verde en el busca de Alfonso.
—Ve esta luz verde, indica que lo atendemos, si hubiera cualquier problema
ya sabe, directo a recepción, me refiero al teléfono. ¿De acuerdo? Que
aproveche, señores.
Cuando desapareció el servicio, Francine se levantó, fue a darle un beso a su
pareja y le dijo al oído:
—Te quiero mucho, Alfonso. Espero que me perdones, porque creo que no
estaré a la altura de tanto romanticismo. Creo que no podré evitar sorber alguna
gamba ni chuparme los dedos.
—Tienes razón, ¿sabes qué?, en el amor haremos como en la guerra, una
tregua hasta que nos hayamos tomado el café.
Tras algún que otro chupetón, algún cloc de alguna concha al caer al plato y
el sonido de las patas de los crustáceos, llegaron a las espectaculares langostas
que daban fin a la exquisita mariscada.
Mientras las degustaban y vaciaban las copas de champán, el alcohol, los
efectos afrodisíacos del marisco, junto con el romántico ambiente y quizás la
luna llena, hicieron que los pies de Francine, desprovistos de los zapatos,
recorrieran las piernas de Alfonso hasta llegar hasta sus íntimas partes, que
anhelaban el erótico masaje. Como un acto reflejo, Alfonso apoyó su pie
izquierdo entre la suela y el zapato del talón de su pie derecho liberándolo así del
calzado. El pie, envuelto en un calcetín acrílico de Alfonso, resbaló desde la
pantorrilla pasando por detrás de la rodilla y los muslos hasta llegar al
exuberante sexo de Francine, quién no pudo reprimir arrancar el calcetín y
masajear el pie y su sexo a la vez.
Se levantaron de la mesa y lo que había sido un delicado erotismo romántico
y pausado, se convirtió en un desenfrenado instinto sexual en busca de un placer
que parecía tener miedo de que el mundo se acabara.
Los dos cuerpos desnudos se abrazaron saciados de sexo pero no de cariño,
sus corazones aún palpitaban a cien por hora. Entre caricias y besos se fueron
relajando. Se vistieron rápido y Alfonso sugirió que terminaran la cena. Se
sentaron y mientras el servicio, avisado por Alfonso, llegaba, acabaron de comer
las exquisitas langostas.
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Alma Retsem Klol
Alfonso sugirió a Francine que no bebiera más champán, que reser-vara
espacio para degustar la reserva más cara de la carta, un Burdeos del sesenta y
nueve.
—Que fuera del sesenta y nueve, ha sido casual.
—Igual de casual como el que acabamos de probar. Como sea tan espléndido
este Burdeos, igual me muero de placer, cariño.
Al oír dos golpes en la puerta Alfonso se levantó y entraron el maître y el
camarero, el segundo con el carro con platos tapados y un hornillo de piedra por
si habían de pasar un poco más el solomillo de búfalo canadiense y una bandeja
de una selección de setas francesas y foie. El maître, que llevaba una especie de
cubitera, para mantener el vino a la temperatura ideal, esperó a que el camarero
tuviera la mesa preparada para servirles una muestra para que dieran la
aprobación. Después, tanto Francine como Alfonso hicieron brasear un par de
minutos más el solomillo de búfalo en la piedra especial del Teide.
Antes de que se retirara el servicio, Alfonso preguntó a Francine qué tomaría
de postre.
—Nada, cariño, para mí un café y un Chivas —dijo mirando al maî-
tre.
—Yo también, pero en lugar de Chivas, con el whisky que hemos quedado —
dijo Alfonso.
Francine se quejó al oír que el whisky no sería Chivas.
—No, por favor, yo Chivas.
Honorio, muy amablemente, se dirigió a Francine:
—Usted no se preocupe, señora, le subiré el mejor Chivas Antiquarium que
tenemos, pero le sugiero que pruebe el whisky que hemos acordado con su
marido, si le gusta más el Chivas, yo les invitaré.
—¿A toda la cena? —le preguntó Francine sonriendo.
—¡Ja, ja, ja…! al whisky solo. Bueno va, y al café también… ¡ja, ja, ja!
Alfonso miró el reloj y le dijo al maître.
—Honorio, no le avisaré, en veinte minutos puede traer el café.
—Muy bien, señores, que aproveche.
Alfonso se levantó y acompañó hasta la puerta a los dos empleados, sacó la
cartera del bolsillo de la americana, les dio un billete de cinco mil pesetas a cada
uno y volvió a la mesa.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
El maître y el camarero, que era sevillano, se dirigieron al ascensor más
contentos que unas pascuas, una propina así no la recibían cada día. Ya en el
ascensor, el sevillano dijo:
—Anda que no tendrá pasta el hijo puta del viejo. Estaba tan contento porque
entre plato y plato, como aquel que se fuma un cigarrillo, el hijo puta le ha
metido un polvo. ¿Que cómo lo sé? Por algo me llaman Colombo, primero, la
cama estaba más arrugada que una hoja de lechu-ga, segundo, la tía iba descalza,
estaba un zapato debajo de la mesa y el otro al lado de la cama, tercero, al
principio llevaba la tía el pelo recogido, como una especie de moño y ahora lo
tenía más suelto y enredado como un laberinto. Y aún te diría más.
—Joder, eres como una puta fisgona. Yo también veo cosas, pero mi clase no
me permite chafardear, tengo que estar a la altura del respeto y de la intimidad,
ni ver, ni oír y, por supuesto, callar.
—Claro, sobre todo ver como se te salían los ojos cuando le mirabas el
pecho izquierdo a la tía, que casi se le veía medio pezón, pues no te he visto
como te has puesto al otro lado la segunda vez que le has servido vino.
—Sevillano cabrón.
—¡Ah! y la clase, cuando te ha dado las cinco mil pelas, se te han puesto
unos ojos como dos bolas de navidad, grandes y brillantes.
—Tú no te habrás visto la cara.
—La cara no, pero te juro que cuando he visto que me daba un billete de
cinco, he estado a punto de besarle la mano como si fuera un obispo, al hijo puta.
Salieron del ascensor descojonándose los dos.
En la habitación continuaba el romanticismo, la media botella de reserva
ayudaba a envolverlos en una nube, como a la luna, llena de felicidad.
Se tomaron dos cafés cada uno. Antes de encender un cigarrillo, Francine
degustó el whisky dándole la razón al maître.
—¿Qué? —le preguntó Alfonso al verla beber.
—No soy entendida, pero está de muerte, tendré que darle la razón.
Encendió el cigarrillo y salió al balcón a buscar un poco de frescura
llevándose a Alfonso cogido de la mano. A los dos minutos de mirar la luna llena
sobre el mar, él entró a buscar el chal para tapar los hombros y la espalda
desnuda de Francine que se había estremecido estando 151
Alma Retsem Klol
abrazados. Mientras se lo colocaba sobre los hombros y cuello le dijo que se
dejara llevar.
—Solo serán dos minutos, amor mío, cierra los ojos mirando la luna y verás
como tus cervicales e incluso tu garganta, después del masaje, estarán en plena
forma y protegidas amorosamente.
A los dos minutos Francine preguntó:
—¿Puedo abrir los ojos?
—Por supuesto. ¿Qué tal el masaje?
—Bien…
—¿Solo bien? Tranquila, dentro de unos momentos sé que me dirás muy
bien porque hay unas sensaciones que hacen efecto un poco después del masaje.
No me mires de reojo con esta cara de incredulidad.
Suavemente dio la vuelta a Francine y cuando estuvieron cara a cara le dijo:
—Si pudieras verte, no puedes imaginarte cómo estás, no sé si será la luna, el
mar, el Teide, la brisa…
—Te dejas lo más importante.
—Aún no había terminado, pero esta palabra creo que solo me rodea a mí,
más bien me envuelve. No sabes cómo me gustaría tener treinta…
Francine le tapó la boca con los dedos y le dio un beso que, para Alfonso,
duró una eternidad, porque le parecía no haber estado en este mundo durante los
minutos que duró.
No podía tener mejor despertar que oír las palabras de Francine su-surradas
al oído, que entraban en su mente y recorrían todo su cuerpo como si se hubieran
infiltrado en sus venas llegando a lo más hondo del corazón, que se iba llenando
hasta colmarse de amor.
El instinto sexual volvía a estar a flor de piel, los dos pensaban lo mismo,
aquella noche no podían acabarla ellos, la terminaría la oscura transparencia de
la luz de la luna transformándose en el amanecer rojo de pasión.
Entraron y se sentaron a la mesa de nuevo y Francine fumó un cigarrillo
tranquilamente, saboreando sorbitos de whisky con moderación, igual que
Alfonso. Era casi la una y cuarto cuando se levantaron para asearse un poco e ir
a la discoteca del hotel. Cuando Francine entró en el lavabo y encendió la luz, al
verse en el espejo lanzó una exclamación que Alfonso pudo oír y se quedó
estupefacta como si estuviera obser-152
Haré que jamás puedas vivir sin mí
vando una mutación en su cuerpo. Él se colocó delante de la puerta abierta
del cuarto de baño.
—¿Te gusta?
—Yo que pensaba que cuando me dabas el romántico masaje te estaba
haciendo efecto el reserva y el whisky y me estabas engañando como una boba.
Es precioso, pero no puedo aceptar una fortuna como esta.
Abrazado a ella, él le suplicó que aceptara todo lo que aquella noche le
regalara.
—Francine, no sé si has pensado un poco lo que me has dicho hace un
momento en el balcón, o ha sido una reacción espontánea producida…
Ella le volvió a tapar la boca con los dedos diciéndole:
—No te diré que en esta noche no se haya producido una especie de
fermentación romántica que influye en mí, ocasionándome desenfre-no, pero lo
que te he dicho lo tengo pensado, meditado y creo que lo deseo tanto como tú.
—Esto que llevas en el cuello es insignificante al lado de tu regalo.
—Mi regalo también lo has comprado tú, aunque sin dinero, bueno, digamos
que el dinero ha sido circunstancial.
—Déjate llevar en esta noche tan especial en la que mi mejor regalo está por
llegar.
Francine se iba a quejar. Esta vez fue él quién le puso los dedos en la boca
rogándole que no dijera nada al respeto. Cerraron la puerta de la habitación y se
fueron a la discoteca del hotel donde Alfonso había reservado una pequeña fiesta
para Francine.
En el ascensor, ella acercó su boca a su oreja y le dijo flojito:
—Cariño, esta mañana he visto un Ferrari que entraba en el hotel.
¿No será mi regalo?
Alfonso se encogió de hombros y también flojito le susurró al oído:
—Sorpresa…
Al pasar por recepción, Alfonso se apartó unos metros para dejar la llave y al
tiempo dar una consigna al recepcionista.
Después de cruzar por la puerta del comedor llegaron a unas escaleras que
daban al sótano donde estaba la pequeña discoteca del hotel.
El camarero que les esperaba en la puerta se dirigió a Alfonso, después del
saludo y tras dos palabras les acompañó a una mesa situada en un íntimo rincón.
Al pasar por la pista en la que había unas treinta per-153
Alma Retsem Klol
sonas la música dejó de sonar al igual que las luces que dejaron de iluminar y
brillar. Un potente foco situado en un altillo daba su potente chorro de luz
entubada a la esbelta figura de Francine que se quedó paralizada como si de
repente estuviera dentro de aquella luna llena que veía desde el balcón hacía un
momento. Alfonso, al verla tan sorprendida, simplemente le dijo al oído:
—Sonríe.
En lugar de una sonrisa, el rostro de Francine parecía haber sufrido un
encantamiento. A los pocos segundos reaccionó y se dio cuenta de que aquello
era un detalle más de Alfonso.
—Damos la bienvenida a la señorita Francine, que hoy cumple veintisiete
espléndidas primaveras, para ella va dedicada esta canción. Feliz cumpleaños,
Francine.
Cuando todos acabaron de aplaudir empezó a sonar la balada en la que la
letra de la canción hacía referencia al cumpleaños.
Alfonso, al sonar la música, le quitó el chal y le pidió al camarero que les
acompañaba que lo dejara en su mesa.
—Usted no se preocupe, la mesa es aquella. El chal lo llevo al guarda-rropa,
baile tranquilo.
Cinco o seis parejas se sumaron al baile romántico en la pequeña y oscura
pista.
—Perdóname por la pequeña mentira de tu cumpleaños, entiéndelo como un
cumpleminutos de nuestro amor.
—En mi vida una mentira pequeña es insignificante.
—No me digas esto, cariño.
Es broma. Calla y baila.
Francine se apretó a su cuerpo como si de dos figuras de plastilina se trataran
que quisieran fundirse en una.
Al acabar la balada, el pinchadiscos anunció que la señorita Francine les
invitaba a todos a una consumición y que no se fueran porque a las tres se
serviría un aperitivo. Lo repitió en inglés porque había un grupo de extranjeros.
Se sentaron en la mesa. El camarero, que no dejaba ni un momento de
quitarles el ojo, fue corriendo hacía ellos.
—Felicidades, señorita Francine, en nombre de todo el servicio de la
discoteca.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
Después se dirigió a Alfonso:
—Señor, le retiro la cubitera con el champán porque creíamos que venía
directamente a la mesa y la pusimos antes de tiempo.
Alfonso tocó la botella y dijo:
—No hace falta, está fresquita aún.
A los dos segundos llegaba el atento camarero con una cubitera y una botella
al punto de temperatura para ser servida, no había hecho caso a Alfonso.
Después del brindis y darse un beso en los labios, Alfonso llamó al camarero
que se retiraba y le preguntó cuántas personas estaban trabajando en la discoteca.
—El de la barra, el pinchadiscos, un servidor y una chica que está
preparando el aperitivo en la cocina y que después nos ayudará también a
servirlo.
—Toma, lo repartes entre los cuatro.
—De su parte, señor Alfonso, muchísimas gracias.
Con el paquete de billetes el camarero se fue directo a ver al pinchadiscos a
quién, discretamente, se lo enseñó. Intercambiaron unas palabras y se fue directo
a la barra a dar la noticia al otro camarero y, al tiempo, hacer las reparticiones.
—Tenía razón el hijo puta. —Así era como llamaban al sevillano.
Emocionado, el camarero de la barra le dijo al otro después de contar el
dinero:
—Tío nos tocan… una, dos, tres… cinco mil pelas a cada uno.
—Te dejas a Loli que está en la cocina.
—Es verdad, serán unas cuatro mil. Cuando lo sepa el hijo puta.
Joaquín, que era el camarero que había recogido la propina de manos de
Alfonso se fue a ver a Loli y le entregó su parte, eso sí, antes de darle la propina
le pidió un beso en la mejilla. Loli después de dárselo miró el importe y
exclamó:
—¡Virgen Santísima!, con esta propina solo se te ocurre pedirme un beso en
la mejilla.
—No, si tendréis razón cuando decís que los hombres somos gilipollas.
Entre risas se fue a la pequeña cabina del pinchadiscos y le entregó su parte.
Este paró la música movida, se apartó los cascos de las orejas y habló por el
micro.
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Alma Retsem Klol
—El servicio de la discoteca le da las gracias a Francine y Alfonso y les
dedica esta romántica canción para que la bailen.
Al levantarse la pareja para bailar toda la discoteca les aplaudió eufó-
ricamente.
Alfonso, detrás de la vedette de la noche, que era en quién habían convertido
todos a Francine, antes de llegar a su sitio dijo muy amablemente, casi
suplicando a unas parejas que estaban en dos mesas:
—Por favor, no me dejen solo en la pista.
Agradecidos por la invitación, acudieron al momento a la súplica de Alfonso
y se levantaron rápidamente detrás de ellos las cinco parejas.
Las manos de él recorrían cada poro de su desnuda espalda hasta que su
mano derecha llegó al largo cuello acariciándola por debajo de los cabellos
masajeándole la nuca. Ella estaba haciendo lo mismo con su cuello. Cuando
acabó de sonar la canción Gavilán o Paloma de Pablo Abraira, sus cuerpos
amarrados por sus brazos no cedieron ni un milímetro, por como estaban y
porque la intensidad de luz de la pista bajó al empezar a sonar la famosa canción
de la francesa Jane Bir-kin Je t’aime… moi non plus. Alfonso no sabía si los
gemidos que oía eran de Jane o eran de Francine, que acabó buscando con su
boca ambiciosa de amor la boca de Alfonso que estaba sumisa al antojo de ella.
El pinchadiscos, movido por la propina y para ser agradecido no quitaba el
ojo de la pareja. Los veía tan apasionados que cuando la canción se acababa, no
dudó en cambiar de planes y en lugar de volver a la mú-
sica movida como tenía pensado echó mano al pequeño compartimien-to
donde tenía solo canciones lentas o románticas y cogió un disco al azar, pues no
tenía tiempo de buscar una canción determinada. Ninguna pareja se despegó, y
menos los anfitriones, cuando sin tregua se oyeron las palabras de la canción de
Manolo Otero: «Hoy tengo tiempo, todo el tiempo del mundo, ha, ha, ha…».
Sus bocas se despegaron para mandarse mensajes al oído. Mensajes
totalmente perversos, pero tan excitantes que, al volver a entrelazar sus acuosas
lenguas, acabaron con un estremecimiento al unísono. Los dos cuerpos, ya
calmados de la excitación pero con las mismas ganas de amar, se dieron cuenta
de que sonaba otra canción.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Cariño, no sé si te gusta esta canción, a mí me parece la canción ideal de
esta noche, vamos que no la podría sustituir por otra en estos momentos.
—Te doy la razón con esta canción, pero la primera, no sé que decirte… —
dijo Francine con tono burlón y una mirada pícara que Alfonso pudo ver entre
los reflejos de la luz psicodélica.
—Supongo que te refieres a Gavilán o paloma, por favor ¿Me crees capaz de
un pellizquito de provocación?
—No, cariño, pero me ha hecho gracia.
—Es una canción que en su momento me encantó y, por supuesto, se quedó
como algo mío…
—Vale, no me des explicaciones.
—Todas y más, no hay nada en mi vida que no te pueda contar. Más aún, que
no te quiera contar. La primera y la segunda, el famoso Je t’ai-me… moi non
plus las había pactado con el pinchadiscos, pensando que no… ¡ja, ja, ja! vamos,
que con dos habría bastante.
Francine se puso a reír como él, hasta que Alfonso le pidió silencio para
acabar de contar lo de las canciones.
—Lo que te decía, te juro que antes de pedirle que pusiera la canción de
Pablo Abraira, estuve a punto de pedirle la que ha puesto de Manolo Otero, te lo
juro, ¡y no me digas la que ha puesto al final!, la última, aunque creo que no
haría falta, al menos es lo que pienso hacer yo. Que no se rompa la noche, que
no se rompa…
Mientras duraba esta explicación de las canciones habían abandonado la
pista y llegado a su mesa. Se les acercó el camarero que preguntó a Alfonso si
quería que sirvieran el aperitivo. Este miró el reloj y exclamó mirando a
Francine.
—¡Son casi las tres y media! Sí, tan rápido como puedan.
—Lo tenemos aquí señor, en dos minutos está todo servido.
Esto le tranquilizó un poco. El pinchadiscos anunció el aperitivo al tiempo
que pedía que nadie se fuera sin probarlo. En todas las mesas había bandejas de
canapés, de marisco y de exquisiteces de alta cocina. La chica y un camarero
servían a los cuatro gatos que quedaban.
—Con lo bueno que está, va a sobrar la mitad. No sé porque has hecho esto
con la cena que nos hemos zampado.
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Alma Retsem Klol
—Quería una noche inolvidable…
—Inolvidable ya lo es, y tranquilo, que no se va a romper.
Francine vio que asomaban a la puerta dos o tres chicos jóvenes sin acabar
de entrar y llamó al camarero.
—Por favor, puedes decirle a aquellos chicos que entren y que coman y
beban lo que quieran, es que veo que se tendrá que tirar y me sabe mal.
El camarero fue directo a la puerta donde los chicos habían asomado la
cabeza unos segundos antes. Los pilló que subían las escaleras.
—¡Ey, chavales! ¿Cuántos sois? ¿Que cuántos sois?
El último se lo preguntó al de delante.
—Once o doce.
—Pues si queréis comer y beber podéis venir todos a la discoteca, pero ya,
que tenemos que cerrar.
—Cristian, corre, avisa a los demás.
Eran doce, pero parecía la marabunta, exceptuando uno que dejaron sentado
en un rincón y lo iban vigilando de vez en cuando, hasta que se quedó frito. No
quedaba nadie de la gente mayor, solo Francine, Alfonso y los chavales. Uno de
los chicos le dio las gracias al camarero que los había invitado, y este le dijo que
había sido el aniversario de Francine, la rubia, y que pagaba su marido, el chaval
lo comunicó a los demás y se juntaron todos con el vaso en la mano y le
cantaron el cumpleaños feliz.
Después brindaron con ellos. Francine les dio las gracias y se levantó junto
con Alfonso para irse de la discoteca y dar un paseo por la playa hasta ver salir
el sol como habían decidido. No podía ser de otra forma en aquella noche tan
especial.
Alfonso se despidió del servicio y de los chavales que se habían hecho los
dueños de la disco. Por último, paso por la cabina del pinchadiscos y le comentó
el acierto que había tenido, sobre todo con la canción de Manolo Otero. Este le
dijo que había sido fruto de la casualidad, no la última de Julio Iglesias, que la
había escogido él. De todas formas, Alfonso le dio las gracias por el acierto y se
despidió.
Al abrir la puerta de la disco para salir, los chavales les dedicaron un aplauso.
Les dijeron adiós con la mano, y al salir Francine se dio la vuelta y con la mano
les mando un beso porque no cesaban las palmas. Subiendo las escaleras le dijo
a Alfonso a la oreja:
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Cariño, en ningún cumpleaños de verdad me había felicitado tanta gente,
no sé por qué no has dicho que celebrábamos la luna de miel.
Alfonso hizo un gesto.
—Que sí, que sí, que ya lo entiendo.
Al salir a la calle, el aire era fresco. A Alfonso no le molestaba porque
llevaba la americana. A Francine, aunque llevaba el chal, el aire se le colaba por
todas las ranuras y tenía frío. Volvieron a entrar en el pasillo del hotel y Francine
le pidió que la esperara.
—Alfonso, espérate aquí que voy a cambiarme porque tengo frío.
No, no, no subas, así no tendremos la tentación de quedarnos en la cama, si
ves que tardo más de dos horas, subes a buscarme ¡ja, ja, ja…!
que es broma, tonto —dijo al ver la cara que se le puso a Alfonso.
Cuando se encontró a Alfonso durmiendo en una de aquellas cómodas
butacas. Le dio pena despertarlo y cogió una revista del corazón de las que había
allí y la ojeó. Cuando vio que la noche tenía intención de clarear, dulcemente lo
despertó. Salieron en busca de un bar abierto para tomarse un buen café para
despejarse, especialmente Alfonso. Pasearon por la playa cogidos de la mano,
por la cintura, abrazados, pa-rándose y mirándose a la cara con las manos
cogidas. Todas las formas posibles de cariño y amor que se podían demostrar, se
las demostraron ante aquella espectacular salida de sol limpia de nubes y
neblinas. A medida que el rojo fuerte del sol iba desapareciendo, se alejaron de
la playa y llegaron a la habitación del hotel. Colgaron el rótulo en la puerta de
«no molesten», cerraron el balcón y bajaron la persiana quedando totalmente a
oscuras. Sin pronunciar palabra, se comunicaban con sus manos, sus lenguas, sus
suspiros, sus latidos, acabando así aquella noche como Dios manda.
A las tres y media se despertó Francine para ir al servicio a vaciar la vejiga.
Al terminar y volver a la cama, se le ocurrió coger el reloj para mirar la hora.
—Madre mía, Alfonso, que no cogemos el avión.
—¿Qué pasa? ¡Joder qué susto! Tranquila, mujer, si no lo podemos coger
hoy lo cogeremos mañana o cuando sea. Anda que no tienes ganas de ver a tu
mamá.
—Un poco sí, para qué te voy a mentir, de hecho te estoy mintiendo, tengo
muchas ganas de ver a mamá.
159
Alma Retsem Klol
Se dieron una ducha rápida, hicieron desordenadamente las dos maletas,
como si las hubieran llenado a capazos, corrieron hasta recepción y cogieron
rápido a un taxi que les esperaba en la puerta y aún tuvieron el tiempo justito
para tomarse un café con leche y un cruasán a toda prisa en la cafetería del
aeropuerto.
En pleno vuelo, liberado de las prisas y relajado, Alfonso dijo:
—Cariño, no me has preguntado sobre el regalo que falta y que te dije que
era el mejor de todos.
—Por favor, Alfonso no quiero más regalos. ¿No es suficiente todo lo que
hay?
—Me tendrás que perdonar porque ya estaba hecho, formaba parte de la…
—iba a decir la noche pero después de un instante dijo— luna de miel.
En el aeropuerto de Barajas estaban esperándoles Patricia y María.
Esto solo lo sabía Francine. Había quedado con Patricia en que si no se veían
por la puerta de salidas que esperaran en la cafetería más cercana, más que nada
para que María no se cansara. Al ver que las llegadas de vuelos nacionales
estaban abarrotadas, Patricia hizo lo acordado.
Con las maletas en el carro, la pareja se disponía a dirigirse a la salida y
encontrarse con su amiga Patricia como le había dicho a Alfonso. Al pasar cerca
de una columna, Francine se apartó de la cola y se colocó detrás para no
entorpecer el paso a los demás.
—¿Quieres volver a Tenerife?
Francine contestó entre carcajadas que no podía contener.
—Yo no quiero volver a Tenerife, pero tú a lo mejor sí que querrás volver.
Alfonso, que no entendía la broma, no las tenía todas consigo y su cara era
de circunstancias. Parando como pudo de reír, ella le miró a la cara y le dijo:
—No pongas esta cara hombre, que no es para tanto. Mira, como me dijiste
que tenías mi regalo en Madrid yo también he querido hacer lo mismo y te tengo
un regalo. Al salir de esta puerta que se abre y se cierra continuamente, justo
detrás, está mi regalo. Va, no te hago sufrir más, el regalo es mi madre que nos
esta esperando, vaya… tu suegra. Te voy a presentar como mi novio, espero que
te guste.
—Me encanta, pero ahora mismo estoy cagado, me podías haber dado un
poco más de tiempo.
160
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—No podía dejar que solo me hicieras regalos tú.
—Una suegra no se regala cada día.
—¡Ja, ja, ja! Ahora hablando en serio, antes de irme le hablé de ti a mi madre
y el otro día que la llamé, también le hablé mucho de ti, de mí y, sobre todo, de
los dos.
Antes de que llegara otro desembarque junto a ellos, se separaron de la
columna y siguieron a los rezagados de su vuelo. Al ver que había tanta gente,
sin buscar demasiado, se dirigieron a la cafetería.
—Mira, Alfonso, allí, ¿ves a Patricia?
Antes de llegar a ellas, que aún no les habían visto, Alfonso le acercó la boca
a la oreja.
—El día que vayamos los tres dirá la gente «oh que chica más guapa que
tienen» y yo tendré que decir: «No, no es mi señora, es mi suegra»
y seguramente tendré que repetirlo diez veces.
—De hecho, no harías mala pareja con mamá, ¡ja, ja, ja! es broma, tonto.
—¡Francine! Mire, María, están aquí ya.
Las dos se levantaron a la vez y corrieron a los brazos de Francine.
Primero María se abrazó a su hija y Patricia aprovechó para dar un beso a
Alfonso, cuando se abrazaron las amigas, él se quedó un poco cortado y saludó
tímidamente a María.
—¿Usted es María, verdad?
—Y usted será Alfonso, el novio de mi hija.
Se dieron dos besos y Alfonso le pidió que lo tratara de tú. Ella hizo lo
mismo.
—¡Uy que bien!, ya os conocéis. ¿Te gusta mi novio, mamá?
—Mucho, es un hombre muy elegante.
—Después te quejarás de tu suegra.
Salieron del recinto de la Terminal B y decidieron esperar unos minutos
hasta que cediera la avalancha de gente cogiendo taxis. Alfonso, que estaba
encantado con el recibimiento de María, le dijo a Francine:
—Escucha, como tú me has hecho el regalo en el mismo aeropuerto, yo
también te lo haré aquí con una condición, que no se entere nadie más y, si te
gusta, nos invitas a cenar a los cuatro. ¿Aceptas el trato?
—Sí. El regalo, venga.
161
Alma Retsem Klol
—Coges tu cartilla del banco, entras al aeropuerto y a la izquierda, hemos
pasado por delante, hay un cajero de Caja Madrid. Aprovechas para sacar algo
de dinero y al mismo tiempo el cajero actualizará tu libreta.
Tal como le dijo Alfonso, hizo Francine. Sacó veinte mil pesetas y recogió la
libreta y mientras se iba a reunir con él que se había separado unos metros de
Patricia y María, abrió la cartilla para ver el saldo. Al estar aún dentro de la
Terminal los demás no pudieron escuchar el grito de Francine, que se quedó
paralizada. Cuando volvió con Alfonso le dijo sin que se enteraran las otras dos.
—Esto no puede ser, mañana ya hablaremos.
—¿Tan enfadada estás?
—No es enfadada, esto no se hace.
—¿No te gusta que esté perdidamente loco por ti?
—Con esta cara de bobo… —Le dio un cariñoso beso.
—¡Venga chicos! —gritó Patricia junto a María—. ¡Que tenemos taxi!
—¿Lo de chicos lo habrá dicho por mí, no? —Francine sonrió y dio otro
beso a Alfonso.
—Claro, a ver, yo soy una chica, chaval.
Fueron directamente a casa de Francine. Allí les comunicó que les invitaba a
cenar, una cena que se alargó mucho porque no paró de contarles el viaje y lo
mucho que les había gustado Tenerife. A la una de la noche, que era la
madrugada del domingo, salieron del restaurante junto a su casa. Todos estaban
cansados. Cuando Alfonso se disponía a coger la maleta, María le dijo tanto a él
como a Patricia que se quedaran a dormir, que había sitio para todos. Alfonso,
que era el más sorprendido, no sabía qué decir ni qué hacer, hasta que se sumó
Francine a la petición de su madre convenciendo a los dos.
—No se hable más, tú —dijo dirigiéndose a Patricia— dormirás en mi
habitación y tú —dirigiéndose a Alfonso— en el cuarto de los invitados, que hay
una cama de matrimonio.
Patricia le preguntó a María si tenía un despertador y ella le respondió:
—¿A qué hora te quieres levantar? Recuerda que mañana es domingo.
—Sí, sí, ya lo sé, a las nueve y media.
162
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—A las nueve y media os levantaréis todos y en la mesa, como casi cada
domingo, ¿verdad hija?, habrá churros con chocolate.
—Es que esta mujer —le decía Patricia a María mientras le cogía con la
mano la barbilla y le daba un beso—. ¡Mua! Estoy muerta de sueño y ya pienso
en levantarme para comer, no entiendo cómo tu hija no está gorda.
—A dormir todos —dijo Francine—. Buenas noches, mamá.
Hasta que no estuvieron los dos en la cama, Francine no había hablado del
regalo de Alfonso. Apagó la luz y se pegó a él.
—Bueno, cariño, me contarás ahora por qué me has hecho este regalito.
—Muy sencillo, porque puedo y porque te quiero mucho.
—Si yo ahora, suponte que conozco un chico de mi edad y me ena-moro
tanto como ahora lo estoy de ti, a ver, son cosas que pueden pasar, y te dejo.
—Pues adiós, muy buenas, qué le vamos a hacer, la vida es así. Y si te
quedas con mala conciencia, el regalo siempre me lo podrás devolver, si te
parece, no porque yo lo quiera.
—¿Tú sabes el regalo que me has hecho?
—Tampoco es tanto, cinco millones de pesetas.
Estaban a oscuras, después de la contestación de Alfonso, ella encendió la
luz y se puso encima de él mirándole a la cara.
—¡Ya decía yo!, aunque cinco millones, como regalo es una barbari-dad,
pero es que te has equivocado y me has hecho un regalo de cincuenta millones, a
no ser que se haya equivocado el banco.
—¡No me jodas! ¿Me devolverás los cuarenta y cinco que sobran, verdad,
cariño?
—Hombre, claro. ¿De qué te ríes?
—De todo, ni se ha equivocado el banco ni me he equivocado yo, son
cincuenta millones y ahora me gustaría que apagaras la luz y que este tema lo
dejemos para mañana y, antes de dormir, si quieres, podemos rezar un poco.
—¿El Señor mío Jesucristo te parece bien?
—Me parece mejor el Yo pecador.
—Ja, ja, ja, ¡qué tonto que eres! —Francine apagó la luz.
163
Capítulo X
Masía de Pujolet, julio de 1970.
Francisquín estaba en el pueblo esperando que su madre fuera en su busca
con la moto como habían quedado. Al ver que tardaba, miró al cielo y vio que se
despejaba de nubes y que por algún agujero el sol se hacía paso. «Seguramente
no lloverá más», pensó.
Fue a casa de Rosita y se despidió de ella. Pensando en su madre que tenía
que haber ido a buscarlo, regresó a la masía. Al ver la puerta cerrada pensó que
aún no habría llegado. Decidió que aprovecharía que llevaba las botas puestas y
cogió un cubo del cobertizo para ir al huerto a ver si había caracoles. En diez
minutos tenía el cubo lleno, volvió al cobertizo, lo vació en la caracolera y lo
colgó en su sitio habitual. Después fue al agujero de la pared de la entrada y
quitó la piedra para coger la llave. Al ver que no estaba, sin pensarlo le dio al
grande picaporte tres o cuatro golpes fuertes y seguidos, sin esperar respuesta a
cambio.
María, tumbada en la cama, oía los golpes muy a lo lejos, como si estuviera
soñando despierta, después oyó la voz de su hijo que también venía de muy
lejos. Con la mente en blanco, pasaron dos o tres minutos hasta que reaccionó.
Como si despertara de un sueño muy profundo pensó en su hijo al volver a oír:
—¡Mamá!, ¡mamá!
Su pánico, su angustia, su ansiedad desmesurada que le producía ta-quicardia
y ahogo, pasó a segundo plano al sentir la voz del niño.
«Francisco, mi hijo. Si tenía que ir a buscarlo», pensó al volver en sí.
—Hijo mío, ya bajo. Me he dormido que estoy muy cansada.
165
Alma Retsem Klol
Abrió la puerta y Francisquín se tiró al cuello de su madre.
—¿Has llorado, mamá?
—No, que va, creo que me he resfriado un poco, ahora mismo iba a buscarte,
mejor que hayas venido que estoy muy cansada.
—Mamá, he cogido un cubo lleno de caracoles que salían de las piedras en el
huerto al lado del margen, si quieres voy a buscar más.
—No, está bien, verás tu hermana y Floren lo contentos que se pondrán el
domingo a la hora de comer.
—¿Vienen el fin de semana? ¡Qué bien!
María sonrió sin reflejar en su rostro la alegría de su hijo.
—La he llamado al mediodía desde el piso de la hija del dueño antes de
acabar y me ha dicho que a lo mejor se quedan una semana de vacaciones.
Aunque no lo sabía seguro, porque depende de Floren. Un compañero le ha
pedido cambiar la semana que viene, porque no sé qué problema me ha dicho
que tenía, pero que faltaba ver si la empresa se lo permitía.
—Mamá, si viene Floren toda la semana ya sabes lo que tendrás que cocinar
un día o dos, tordos y gorriones.
—No me lo recuerdes, que es lo que más rabia me da preparar y cocinar.
Hasta ahora me libraba porque todo lo hacía tu padre. Os los cocinaré yo, pero
desplumarlos y limpiarlos lo haréis tú y tu cuñado que en lugar de vivir en
Barcelona tendría que vivir en la masía porque es más de campo que las
amapolas. Ojalá pasaran una semana de vacaciones aquí.
En el momento en el que dejaba de hablar, por su cabeza, natural-mente sin
desearlo, solo aparecía el rostro de Cornelio y el pánico en su cuerpo mientras la
violaba.
Al atardecer, como de costumbre, se metieron en la masía. Francisco
preguntó a su madre por qué había cerrado todas las puertas y ventanas como si
ya se fueran a la cama. Ella le respondió que estaba muy cansada y que se
acostarían un poco antes. También le dijo que había visto pasar aquella tarde un
carro de gitanos por el camino.
Ya en la cama, María solo pensaba en abandonar lo más rápido posible la
masía, no paraba de mirar el modo en el que podría conseguir un poco de dinero
para pagar a los albañiles que le tendrían que dejar el piso de Montort reparado
en menos de quince días. Después de vueltas y más vueltas, creyó encontrar la
forma. Cuando la vencía el sueño, no 166
Haré que jamás puedas vivir sin mí
dormía más de diez minutos, se le aparecía la cara del violador y el
sobresalto la despertaba de un modo terrorífico.
Al empezar a clarear el día fue cuando empezó a dormir un poco. A las siete
y media sonó el despertador. Sus ojos, que no estaban legañosos debido al
insomnio, parecían tener los párpados agarrotados, aunque más que los párpados
era la mente lo que le mostraba el terror ante la realidad. El compromiso que
tenía de ir a las dos tiendas, una de cada pueblo, a llevarles las hortalizas y
verduras hizo que se levantara y dejara de pensar. Hizo la cama, se aseó un poco
y se fue al huerto a preparar los sacos y las cajitas que colocaba en el
portapaquetes trasero. Preparada la carga se fue a despertar a Francisco,
prepararle el desayuno y darle las órdenes pertinentes.
—Hijo, escucha, si viene Juan el de la Paca, abres y que coja lo que quiera si
es que le hace falta algo, si tú después quieres ir con él mientras trabaja vas, pero
acuérdate de cerrar bien la masía.
—Y si no viene nadie me aburriré encerrado.
—Ahora que me acuerdo, no te aburrirás. Ve a la entrada donde dejo la bolsa
y verás lo que hay.
—Joder…
—Si dices palabrotas, te los quito.
—Vale, mamá, no diré palabrotas. ¡La Virgen! ¡Hay dos de Roberto Alcázar
y Pedrín y tres de Hazañas Bélicas!
Muy contento se tiró al cuello de su madre con los cómics en la mano.
—Hijo, lo que te he dicho, solo abres si viene Juan el de la Paca.
«Por la cuenta que me trae», pensó Francisquín.
María se montó en la Mobylette. Iba a dirigirse primero a la tienda de
Montort, pero cambió de planes al ver el carro de Cornelio a unos cuarenta
metros que también iba en la misma dirección.
Cornelio, al ver que había parado la moto ya que tenía los pies en el suelo,
dio un salto del carro y lo apartó para dejarle el paso libre. Aguan-tando la mula
por las riendas, le hacía ademanes para que pasara por el camino libre que él
galantemente le cedía.
María, con miedo y con mucha rabia a la vez, dio la vuelta ayudándose con
los pies como pudo porque el saco de verduras que llevaba en el cuadro del
ciclomotor le dificultaba manejarlo bien.
167
Alma Retsem Klol
—¡Chica, sube que te dejo pasar, no me tengas miedo que no te voy a hacer
nada! La madre que la parió —acabó diciendo enfadado cuando vio que ella se
daba la vuelta y se alejaba.
Aparte de odiar con todas sus fuerzas a Cornelio, pensaba en qué excusa
daría a Carmen, la dueña de la tienda de Montort, porque los miércoles le llevaba
la verdura a primera hora, aunque esto era lo menos preocupante. Dejó las
verduras y hortalizas en Riuvert y después se dirigió a Montort por la carretera
en lugar de acortar distancia por el camino de la masía.
—Menos mal, María, creía que te había pasado algo.
—Venía justa de tiempo y encima he tenido que limpiar la bujía de la moto
tres veces.
—Mira ahora llega la Vicenta que ya había venido dos veces.
—Carmen, ahora sí que ha venido, ¿verdad?
—No, aún no ha venido. Bueno sí ha venido, pero no ha traído nada.
—¡No me jodas!, Carmen.
Al momento se pusieron a reír todas cuando María asomó la cabeza dentro
de la tienda.
—La tercera vez que vengo y tú haciendo bromitas.
Las tres y otra mujer más que había volvieron a reír.
Después María dejó la moto en casa de Rosita y se fue a una casa del pueblo
donde estaba trabajando el albañil, tras hablar con él, se dirigió a casa del dueño
y acabó de solucionar el problema de la vivienda. Veía posible de poderse
instalar en el pueblo incluso en menos de quince días. Aunque no estaría
tranquila hasta entonces, diez o doce días en alerta máxima creía que podría
aguantarlos.
* * *
Faltaban tres días para mudarse. Había hecho un día muy caluroso.
Antes de comer y después de haber trabajado los dos en el huerto, María y
Francisco se refrescaron en el lavadero con el agua fresquita de la pequeña balsa.
Mientras estaban comiendo en la cocina oyeron ladrar a Tarzán. María se levantó
y miró por la ventana para ver si realmente se acercaba alguien o era que
pasaban por el camino simplemente.
168
Haré que jamás puedas vivir sin mí
«¿Qué querrán ahora estas?», pensó María antes de preguntar a Francisco.
—¿Habías quedado para jugar con Rosario y Angelita?
—No, que va.
—María, María —gritaron las niñas antes de llegar a la altura del perro.
—Ya va —dijo María mientras abría la puerta—. ¿Qué queréis, hijas?
—Nos manda mamá, que dice que vengan usted y Francisco a tomar café y
así verán la tele que nos ha comprado papá. Se ve muy bien. Francisco se puede
quedar toda la tarde a ver la tele si quiere, nos ha dado permiso mi padre.
Francisco, aunque lo oía todo, antes de que contestara su madre se había
apresurado a ir a su lado detrás de la puerta, sin que lo vieran las niñas. Tocó a su
madre para que se diera cuenta de que estaba a su lado y con el índice indicando
silencio, los ojos abiertos como platos, movió la cabeza de un lado a otro.
María que no entendía aquella cara de su hijo de terror, no se le ocurrió otra
cosa que decirles a las niñas.
—A ver, hijas, Francisco no está en la masía, ha ido unos días a Barcelona
con su hermana, y yo estos días tengo mucho trabajo, decidle a vuestra madre
que la semana que viene pasaré un día a ver la tele.
Adiós, guapas. Y dadle las gracias a vuestra madre. «A ver si aún le da-rán
las gracias al cerdo de su padre, hijo de puta».
Después se dirigió a su hijo para saber por qué había adoptado aquella
postura tan rara.
—Francisco, dime qué te ha pasado con las niñas que antes siempre estabas
jugando en su masía y ahora hace tiempo que no te acercas para nada, cuando
ellas te han venido a buscar tres o cuatro veces aparte de hoy.
Francisco, sabiendo que a su madre no le caía bien Cornelio, le salió una
excusa sin tener que esforzar mucho la mente.
—Mamá, la última vez que estuve en la masía de San Juan, su padre me dijo
que me daría una paliza porque las niñas le dijeron que había roto una silla que
se rompió jugando con ellas, y la rompió Rosario.
Cuando las niñas llegaron a la masía, dijeron lo que María les había dicho.
Dolores comentó:
169
Alma Retsem Klol
—Es verdad, la pobre desde que se ha quedado viuda no para de trabajar.
Cornelio se había levantado de la pequeña siesta que acostumbraba a dormir
en verano, entró en el comedor e hizo repetir a las niñas qué les habían dicho en
la masía de Pujolet. Al oír que María estaba sola su cuerpo se excitó y por su
mente solo estaba María imaginándola como el quería a través de su perversa
fantasía sexual y machista, por supuesto. Les hizo repetir a las niñas un par de
veces por qué Francisco no había ido a ver la tele para asegurarse de que la
mujer estaba sola.
Cornelio enganchó la mula al carro y se fue a la finca más cercana a la masía
de María, a poco más de unos cien metros. Desenganchó el animal del carro, lo
ató a la sombra de un algarrobo y cogió la azada, no fuera que pasara algún
vecino que pudiera verlo desde el camino, y se situó en la parte de la finca donde
mejor veía y podía controlar los movimientos de María.
El dueño de la masía de Cornelio había estado por la mañana dándole
instrucciones. Sabía que a aquella hora no se acercaría y, si lo hacía, ya le daría
cualquier excusa. Tenía todo a favor para dedicarse de lleno a su plan.
Cansado de esperar y no ver ningún movimiento, volvió al carro, bebió un
par de buenos tragos y se lió un cigarrillo. Estaba pensando en acercarse a la
masía para ver si estaba allí, aunque no sabía como para que Tarzán no le
delatara. De pronto, el corazón le dio un sobresalto al oír el ciclomotor de María.
Se levanto rápido y entre las cepas se fue al lado del camino para averiguar si
realmente era ella y hacia donde iba.
Sí era María, que regresaba de Montort donde había dejado a Francisco y
algunas cosas pequeñas para la casa del pueblo.
Cornelio, situado detrás de las cepas cercanas al camino, estaba decidido a
plantarse delante de la moto y hacer lo que su instinto le dicta-ba.
«La madre que lo parió, qué coño hace ese desgraciado allí», pensó Cornelio
al ver truncada su fechoría por culpa de un vecino que venía de llenar el botijo
de un pozo cercano.
Al comprobar que no le había visto, se volvió a agachar mientras María
pasaba por delante de sus narices. Se dirigió de nuevo a la zona más alta de la
finca para poder espiar los movimientos de la mujer. En-170
Haré que jamás puedas vivir sin mí
tre sombras y reflejos del sol veía como entraba y salía continuamente, como
se separó de la puerta y delante del cobertizo levantó los brazos.
Después escuchó el motor de la Mobylette y la vio dirigirse a Montort ahora
cargada con paquetes y sacos de ropa que abultaban mucho.
Repasando los movimientos de María, Cornelio se dio cuenta de que levantar
los brazos delante del cobertizo solo podía responder a que hubiera escondido la
llave, porque acto seguido se había montado en la moto. Cambió sus planes para
pasar a otros más ambiciosos. No podía perder mucho tiempo porque no sabía si
María se entretendría mucho en el pueblo, contaba con unos cuarenta minutos,
suponiendo que la mujer iría rápido para hacer otro viaje.
Fue hacia el carro, hurgó en el zurrón y sacó un buen trozo de morcilla que
envolvió en un trozo de papel de periódico y se lo puso en el bolsillo. Atravesó
dos o tres fincas y se plantó delante de la masía de Pujolet.
Tarzán empezó a ladrar, hasta que Cornelio se le acercó y le dio un buen
cacho de morcilla. Después de hacerle cuatro caricias, le dijo mientras se
guardaba el otro trozo en el bolsillo.
—Si te portas bien, te daré el otro trozo después, así me gusta, que seamos
amigos.
Después de entablar amistad con el perro se dirigió a la entrada del cobertizo.
De una ojeada rápida vio tres agujeros en la pared que inspeccionó sin éxito.
«La madre que la parió», se dijo en el momento en el que vio una piedra
pequeña de la pared que no estaba sujeta.
Para quitarla, debido a sus gordos dedos, tuvo que emplear un trozo de
alambre que vio allí mismo, cerca de sus pies. Sus ojos se iluminaron al quitar la
piedra y tocar la llave. Entró y se dirigió a las habitaciones de arriba. En tres
minutos tenía el plan preparado. Al pasar por delante de la habitación de María
se excitó pensando en el día en que se la había follado, porque él no se sentía
como un violador, si no más bien como una víctima de la provocación de ella.
Entró y abrió el primer cajón de la cómoda, lo cerró y abrió el segundo, allí
encontró lo que buscaba, después de manosear, oler y lamer la ropa interior
volvió a cerrar el cajón, dio una ojeada alrededor de la cama donde al lado de
una de las patas había ropa sucia. Se emocionó y excitó al ver unas bragas. Sin
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Alma Retsem Klol
pensarlo las cogió, las olió, casi se las comió y se las puso dentro de los
pantalones envolviendo con ellas su pene erecto. Los ladridos de Tarzán le
hicieron ir a toda prisa. Por suerte para él el perro ladraba mucho antes de que
llegara María, ya que oía el ruido del motor a mucha distancia. Cerró la puerta,
le dio el otro trozo de morcilla al perro, se fue al cobertizo y dejó la llave tal
como la había encontrado, dio una rápida ojeada y vio lo que buscaba. «Está un
poco estropeada, pero me servirá», pensó cogiendo una larga escalera.
A toda prisa se la llevó a la parte de detrás y la escondió en un algarrobo
cercano. El motor se empezaba a oír considerablemente, así que Cornelio
desapareció como un rayo por entre las fincas hasta llegar al lugar donde tenía el
carro. Después de satisfacer sus instintos sexuales pasándose las bragas desde la
boca al pene, tomó un buen trago de vino, se lió un cigarrillo y se lo fumó
tranquilamente, enganchó el animal al carro y se trasladó a la finca donde tenía
que estar según las órdenes del jefe. Allí, aparte de trabajar, no paraba de pensar
en la excusa que daría a Dolores: «Joder, no entiendo cómo no lo he pensado
antes».
Ya más tranquilo por tenerlo todo pensado y calculado, se sentó a la sombra
de la higuera y después de otro buen trago de vino, se fumó otro cigarrillo y
esperó tranquilamente la hora de irse para su casa.
María no paraba de hacer viajes, para ella aquellos dos o tres días que
faltaban para cambiar de domicilio eran como una contrarreloj, poder ganar un
día de los previstos era como alcanzar la meta, perderlo le re-sultaba horroroso y
ni se atrevía a pensarlo.
Antes del último viaje del día había quedado con su hijo en que él iría a pie
porque ella iba cargada de cajas vacías que necesitaba para el huerto.
—¡Rosita! —gritó Francisco desde la puerta abierta de su casa.
—Pasa, hijo, pasa. ¿Esperas a tu madre?, porque empieza a ser tarde.
—No, mamá iba cargada de cajas y ya se ha ido, yo solo he venido a decirle
adiós.
Rosita le dio un beso y dos magdalenas y le dijo que se fuera deprisa para la
masía.
Aquella tarde, jugando en el pueblo, Francisco había visto a Cornelio hijo
que, habiendo terminado de trabajar, se dirigía a su masía. Él también había visto
a Francisco y adelantó a María en el camino. Al llegar a 172
Haré que jamás puedas vivir sin mí
su casa, cogió un trozo de pan y un trozo de salchichón y fue en busca de
Francisco, al que había observado unos días atrás sin que el niño se diera cuenta.
«¡Ay Francisquita!, hoy te voy a pillar sin correr un solo metro», pensaba
Cornelio al acecho de la presa detrás de un montón de piedras bien colocadas, de
forma que parecía un cubo con la cara superior terminada en una cúpula de
piedras y tierra. Atento detrás de la pared, había ido sin la moto para que ni el
ruido ni el hecho de esconderla lo delatara.
Francisco, con el sol acabado de esconder, iba deprisa y mirando de reojo su
alrededor. Al pasar por delante del montón de piedras, Cornelio, para cogerlo
más por sorpresa rodeó para pillarlo por detrás, además, al estar labrada la tierra,
no hacían ruido sus pisadas.
—¡Ya te tengo, cabrón! —dijo agarrándole por el brazo.
—Déjame. ¡Mamá… mamá…! —Francisco calló en el instante en que notó
la navaja, aún cerrada, en el cuello y las amenazas.
—Si vuelves a gritar te mato, pero primero te corto los huevos, maricón.
Abrió la navaja como pudo, sacó una cuerda del bolsillo, la ató al cuello del
niño y lo condujo hasta la cercana masía donde le había violado la primera vez.
—A partir de hoy, cada vez que me veas y que yo te llame vendrás hacía mí
y harás lo que te diga, porque la próxima vez que te pille será peor. Ya sabes que
si me cabreo le diré a mi padre que les tocabas el coño a mis hermanas y les
enseñabas la polla tiesa. ¿Quieres que se lo diga? Te juro que si me cabreas lo
hago, ya sabes como las gasta mi padre y la mala leche que tiene.
A todo lo que le decía Cornelio, Francisco contestaba con movimientos de
cabeza. Estaba aterrorizado pero no le caía ninguna lágrima.
Después de coger la llave del agujero de la pared entraron en la peque-
ña masía, Cornelio cerró la puerta y le violó y humilló tratándole de maricón.
—Bueno, mariquita, si le dices algo a tu madre, yo se lo diré a mi padre.
Francisco llegó a la masía y lo primero en que fijó la vista fue en el armario
donde tenían guardada la escopeta, pero esta vez no pensó en 173
Alma Retsem Klol
la venganza porque estaba muy acojonado, creía que aquel hijo de puta lo
mataría.
—Hola, hijo, has tardado mucho, ahora mismo iba a buscarte.
—Es que al salir del pueblo me he encontrado con los amigos y me he
entretenido un poco. Voy a limpiarme los pies a la acequia o a la balsita pequeña.
—Puedes ir a la acequia si quieres, que he mandado el agua a la balsa.
Se desnudó de cintura para abajo y con la pastilla de jabón que había cogido
del fregadero, se limpió a fondo al tiempo que con el agua fresquita se calmaba
el escozor del ano. También se limpió la boca con ja-bón, le venían nauseas al
pensar en el miembro y en la boca de Cornelio. Después limpió los calzoncillos
sucios de sangre y los tendió.
Mientras cenaban, María le preguntó si se encontraba bien, porque cenó poco
y porque le vio mala cara.
—Es que me duele un poco la barriga.
—¿Podrás con un vasito de leche caliente con Cola Cao, o te duele mucho la
barriga, cariño?
—Sí, me apetece leche y Cola Cao. No como más, mamá.
—Está bien, déjalo, la leche y a dormir pronto que mañana tenemos mucho
trabajo en el huerto y ya sabes que me tienes que ayudar sin falta.
A las doce de la noche, María, que estaba reventada de hacer viajes, dormía
el primer y profundo sueño. A Francisco le había costado un poco dormirse, pero
cansado de darle vueltas y más vueltas a la cabeza, al final lo hizo.
Una hora antes, en la masía de San Juan, Cornelio de dijo a su mujer:
—Dolores ahora que todos están acostados, te vas a la cama y duermes
tranquila. Yo haré lo que te he dicho antes, quitaré todos los cepos que tengo
puestos. Julián, el de la masía de la Guineu, me ha dicho que estos días los
cazadores pasarán por todas las masías y, aparte de quitar los cepos, pondrán
multas fuertes si saben de quien son. Si ves que tardo un poco, tranquila, que los
tengo muy esparcidos.
A las doce de la noche, Cornelio estaba detrás de la masía de Pujolet pisando
con cautela no fuera que Tarzán le oyera desde la parte de delante. Cogió la
escalera que antes había escondido en un algarrobo y la plantó delante de la
ventana de una habitación vacía que él había dejado abierta aquella misma tarde
quitando la traviesa de hierro que la hacía 174
Haré que jamás puedas vivir sin mí
infranqueable y los dos pestillos, el de arriba y el de abajo. Subió la escalera
y no pudo evitar hacer un poco de ruido con la persiana. Dentro de la habitación
permaneció unos instantes inmóvil para asegurarse de que María no se había
despertado. A tientas y muy despacio para no hacer ruido, se colocó delante de la
cama de María que respiraba profundamente. Solo oía ese ruido hasta que pasó
al ataque, encendió la luz y se sentó en la cama. María despertó sobresaltada
pero creyendo que era su hijo quien había dado la luz, como había hecho otras
veces.
—¿Qué pasa Franci…?
Iba a gritar con todas sus fuerzas al ver a Cornelio delante, pero este se le
adelantó al taparle la boca al tiempo que le enseñaba la navaja.
—Aunque grites nadie te va a oír, estamos tú y yo solos, estate tranquila que
no te voy a hacer ningún daño, pero si gritas, me enfadaré.
¿Gritarás?
Con la cabeza, María dijo que no gritaría. Él, despacio le fue aflojan-do la
mano de la boca hasta que la retiró del todo.
María estaba aterrada, indignada, impotente y llena de rabia que contenía por
el miedo y, sobre todo, para su hijo que no despertara y pudiera ver algo, aparte
de lo que le pudiera hacer aquel individuo asqueroso. No pensaba en otra cosa
que no fuera hacer poco ruido para que no despertara su hijo.
—No hagas ruido que está mi hijo durmiendo.
—¡La madre que te parió! ¿Por qué has engañado a mis hijas diciendo que
estaba en Barcelona con tu hija?
—Es que llegó ayer por la tarde.
Cornelio le dio un aviso antes de entrar en acción.
—Como aparezca tu hijo, os mato a los dos, ahora voy a apagar la luz y ya
sabes lo que tienes que hacer, quítatelo todo, que te vea desnuda.
María se desnudó.
—¡Madre mía!, cómo estás de buena…
Apagó la luz y a los pocos minutos estaba dando espasmos respiratorios
apestando con su aliento a Soberano, dejando a María sin una pizca de dignidad.
Cumplido su deseo sexual no se conformó.
—Como te has portado tan bien conmigo, follaremos otra vez, no te muevas,
que ahora me quedaré desnudo como tú y verás qué bien lo vamos a pasar.
175
Alma Retsem Klol
María era incapaz de pensar otra cosa que no fuera que su hijo no viera nada
y en que el violador desapareciera lo antes posible.
Después de recrearse con su cuerpo hasta que no pudo más, la penetró otra
vez, y con el cuchillo en la mano buscaba no sentirse como un violador.
—¿Te lo pasas bien, verdad cariño? ¡Contéstame, joder!
—Sí.
—Así me gusta. Si me quisieras como te quiero yo a ti, ¡madre mía, qué bien
lo pasaríamos! ¿Un poquito me quieres, verdad?
—Sí.
—Ahora, encenderás la luz y yo me vestiré en dos segundos, después bajaras
a abrirme la puerta y la cerrarás cuando me haya ido. Lo que te he dicho antes,
no te escapes nunca de mí si te llamo. ¿Entendido?
No tenía fuerzas ni para decir sí y lo dijo con la cabeza.
En la habitación de Francisco todo iba bien hasta que una pesadilla con los
rostros de los dos Cornelios le despertó de un sobresalto.
—Madre mía, menos mal que estaba soñando.
Iba a llamar a su madre al ver la luz en su habitación, pero se con-tuvo al oír
un carraspeo que le era familiar. Estuvo unos instantes atento intentando saber si
estaba despierto o soñando, ahora le sucedía lo contrario de antes, preferiría estar
soñando, aunque fuera una pesadilla.
Se levantó sin hacer ruido y sin encender la luz y se colocó detrás de la
puerta entreabierta mirando hacía la habitación de su madre. A los pocos
segundos vio como su madre desnuda salía acompañada de Cornelio que la
abrazaba con la mano derecha. No vio la navaja abierta que llevaba en la mano
izquierda. Cuando por el sonido de los pasos creyó que habían bajado todas las
escaleras, se acercó el rellano, oyendo como se abría la puerta y después de oír
otro asqueroso carraspeo de Cornelio escuchó lo que más daño le hizo.
—María, cariño, te quiero mucho, el próximo día espero que me invites tú,
verás cómo lo pasaremos mejor que hoy, venga, dame un beso.
Cuando cerró la puerta María, el violador se fue a retirar la escalera de la
ventana y después se prepararó un cigarrillo de picadura, que se fue fumando
tranquilamente hasta su masía, como si fuera Don Juan Tenorio después de una
conquista.
176
Haré que jamás puedas vivir sin mí
María, en el momento en el que cerró la puerta volvió en sí. Se fue a la
comuna como la vez anterior y se limpió varias veces seguidas hasta que se
cansó. Volvió a la cama con el rostro de Cornelio grabado en la mente pensando
por donde podía haber entrado, saltó de la cama y fue a inspeccionar todas las
ventanas, tampoco había muchas. Primero fue a la habitación de Francisco.
Menos mal», pensó al creer que dormía y ver la ventana cerrada.
Después fue a la habitación de al lado, encendió la luz y miró la ventana que
estaba con el pestillo de abajo cerrado, luego se fue a la habitación que quedaba
y vio que la ventana tenía la traviesa puesta, esto le hizo pensar y volvió a la
habitación anterior y entonces se dio cuenta de que en esa ventana la traviesa no
estaba puesta como siempre. Después se fijó en un poco de tierra en la repisa, y
ya no le hizo falta pensar más y adivinó el plan de Cornelio. Cerró la ventana
con la traviesa.
Francisco, que no podía parar de llorar, cesó solo en el momento en que su
madre entró en la habitación y miró la ventana. Se hizo el dormido, no entendía
por qué su madre se iba a las demás habitaciones. Por su mente solo daban
vueltas los Cornelios, incluso pensó en lo que más le aterraba, que Cornelio hijo,
su violador, hubiera contado a su padre lo que él hacía con sus hijas cuando
jugaban a médicos. ¡Cómo podía ser que su madre fuera amiga de aquel cerdo!,
no lo podía soportar. Aunque no dejaba de pensar en la escopeta de su padre y
matarlos a los dos, padre e hijo, sabía que no lo haría porque no era lo
suficientemente valiente. Cuando se le iba la rabia del pensamiento, las
circunstancias se apoderaban de él, se lo comían vivo y solo podía pensar
desesperadamente.
A las dos menos cuarto de la madrugada Francisco no paraba de llorar, se
sentía traicionado por su propia madre que era a quien más quería y a quien más
necesitaba. Le producía tanto dolor su propio violador como que su madre fuera
amiga del padre de él al que, además, consi-deraban una mala persona.
María tenía todos sus planes rotos. Ya no sabía qué hacer, solo, de momento,
instalarse en la casa del pueblo aquel mismo día. Igual encontraba un huerto para
llevar en Montort y podría continuar con algo que le gustaba y sacar rendimiento
para ganarse la vida. ¡Cómo iba a trabajar ella sola en el huerto de la masía al
que tanto cariño tenía con aquel hijo de puta al lado!
177
Alma Retsem Klol
A las siete de la mañana ya estaba llenando los sacos sin la ayuda de
Francisco. Le había dejado que durmiera un poco más, ya lo llamaría a la hora
de desayunar.
Francisco que se durmió a las seis y media de la madrugada, cansado y
aterrado por lo que la vida le podía deparar, se despertó una hora más tarde con
la pesadilla de que ahora le violaba Cornelio padre. Sudado, angustiado y
asustado, no sabía si había sido un sueño o había pasado realmente.
Como si hubiera encontrado una solución a sus problemas, se levantó, se
vistió, pasó por el dormitorio de su madre y vio que no estaba. Casi ni se aseó y
fue directamente al comedor, abrió el cajón del bufete y sacó la cajita donde
estaba la llave del armario de la entrada donde guardaban la escopeta. Con ella
cargada y dos cartuchos en el bolsillo dejó todo igual que estaba, no fuera que su
madre viera que había cogido el arma. Con ella colgada, la culata casi le tocaba
en el tobillo, antes de salir entró en la cocina, abrió un armario, sacó la botella de
anís y se arreó tres tragos que le dieron un calentón en todo el cuerpo,
especialmente en la cabeza, que hizo que no se acordara de dejar la botella otra
vez en el armario. Salió a toda prisa, saludó a Tarzán para que no ladrara al
marcharse y se fue directo por entre los diferentes cultivos para no pasar por el
camino. Sin que nadie le viera, saltó a la cuneta y se situó detrás de unos
matorrales esperando a que pasara el carro de Cornelio. A los pocos minutos
escuchó los ejes desengrasados y el chirriar de las ruedas de hierro que iban
chocando con las piedras. Cornelio, espatarrado de pie en la parte delantera del
carro sujetando las riendas y fumándose un cigarrillo, se acercaba. Cuando el
carro le había sobrepasado un par de metros, Francisco se levantó con la
escopeta empuñada y apuntó a Cornelio por la espalda.
—¡Pum!
Los perdigones rozaron la cabeza de Cornelio sin lastimarle. La mula galopó
asustada por el disparo. Rodando por el suelo del carro y acojonado, el hombre
se levantó agarrándose a los barrotes de la baranda y sujetó fuertemente las
riendas hasta conseguir que el animal se calma-ra. Aun con todo este trajín,
Cornelio no dejó de cagarse en la puta que lo parió y decir que le había
reconocido.
178
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—¡Hijo de puta!, ¡te he visto, cuando te pille te mataré!, ¡asesino trai-dor!,
¡ahora vengo y si tienes cojones me disparas a la cara, cabrón!
Francisco, que se había caído de culo al disparar, estaba más acojonado que
Cornelio. Las últimas palabras de este hicieron que cogiera la escopeta y se
escapara a toda prisa sin rumbo. Cuando vio que nadie le seguía se detuvo al
borde del pequeño precipicio formado por el desnivel de la boca del túnel del
tren donde más de una vez había jugado con algún niño del pueblo a escondidas
de sus padres. Como no sabía si Cornelio le estaba persiguiendo, sin pensarlo, se
deslizó trepando por la inclinada pared de piedra y hormigón que aguantaba el
terraplén de la boca del túnel, escondido, Cornelio no podría encontrarle.
Dejó la escopeta en la primera abertura que encontró que parecía la capilla
de un santo y que servía para proteger a las personas del paso del tren. Se
adentró unos metros más hasta confundirse con la oscuridad. El silencio que
reinaba en el túnel solo se rompía por las gotas de agua que caían del techo y se
estrellaban, algunas, en algún pequeño charco, que eran las que hacían más ruido
de agua, y otras que choca-ban en los railes. Al caerle una se detuvo y agradeció
el frescor del agua en su cabeza empapada de un sudor frío que empezaba a
recorrer todo su cuerpo. Se sentó porque ya no podía más, el anís estaba
haciendo su efecto, tenía el estómago revuelto y sentía una angustia que le hizo
tumbarse y apoyar la cabeza en el rail. El oscuro techo curvado del tú-
nel daba vueltas sobre su cabeza a una velocidad cada vez mayor. La noria se
detenía cuando las náuseas se apoderaban de él, que ladeaba la cabeza y
vomitaba bilis ya que no había comido nada, entonces se calmaba un poco hasta
que volvía a funcionar la noria y echaba otra poca de bilis. Era incapaz de
levantarse en aquel estado, entre la angustia y las náuseas, no podía ni pensar en
todo lo que le pasaba.
En la masía de Pujolet, María, que llenaba los sacos de verduras y hortalizas
a toda prisa, tenía la sensación de que concentrándose con el trabajo mantenía la
mente en blanco y de esta manera parecía que se olvidaba de lo que había
pasado, como si se tratara de una pesadilla. El disparo de la escopeta a aquellas
horas de la mañana la había asustado, después los gritos de Cornelio aún la
asustaron más, reconocía su voz pero no entendía lo que decía, solo podía pensar
en que aquel disparo le tenía que haber dado en la cabeza. Después del susto,
automática-179
Alma Retsem Klol
mente, como un impulso de un sexto sentido, pensó en su hijo.
«¡Francisco!».
Fue corriendo hacía la masía y se tranquilizó un poco al ver la puerta cerrada
sin llave, como ella la había dejado. Entró y escuchó un tiempo breve, al no oír
nada, empezó a gritar desde la escalera.
—¡Francisco! ¡Francisco!
En unos segundos había recorrido todas las habitaciones del piso superior,
bajó y revisó la planta baja, el comedor, las habitaciones que utilizaban para
trasteros, la comuna y, finalmente, entró en la cocina y allí vio la botella de anís
abierta y lo que se había bebido supuestamente su hijo, a quién no paraba de
llamar cada vez con más fuerza.
Salió de la masía y continuó llamando por los alrededores. Enseguida cerró
la puerta con llave, soltó a Tarzán para que la acompañara y se dirigió a toda
prisa hacía donde le parecía haber escuchado el disparo y los gritos del violador.
Cuando estuvo cerca, al no ver ni escuchar nada, instintivamente pensó en lo
más peligroso, que era la vía del tren.
Mientras andaba no paraba de gritar el nombre de su hijo y de decirle a
Tarzán que lo buscara. Al llegar a la boca del túnel, por encima de la pared de
piedra y hormigón, se tranquilizó al ver que no había nadie en lo que abarcaba su
panorama encima de la vía en dirección a la estación. De todas formas, anduvo
por encima de la pared alejándose de la boca, hasta encontrar poco desnivel y
por allí descendió hasta los raíles para asegurarse de que no estaría Francisco
escondido en el túnel. La asustó el ruido de un tren que parecía acercarse por el
otro lado, y más se asustó al ver que Tarzán se había ido y corría en dirección a
la boca del túnel como si hubiera encontrado a Francisco. Sin dejar de gritar
«hijo» y «Francisco» se acercó a la entrada. El ruido del tren, que ya había
entrado en el túnel por el otro lado, se oía cada vez más alto y la asustaba más.
Corriendo como una loca entró en el túnel, el cambio a la oscuridad hacía que no
viera nada, solo la luz del tren que cada vez se acercaba y silbaba más. Cuando
se había adentrado una veintena de metros, sus ojos se acostumbraron a la
oscuridad y vio la sombra de Tarzán meneando la cola de alegría, lamiendo la
cara de Francisco y ladrando. Necesitaba volar para llegar antes que el tren y
voló al trope-zar con un tornillo que sobresalía más que los demás. Por suerte
para Francisco, que había abierto los ojos ante los ladridos y las lameduras 180
Haré que jamás puedas vivir sin mí
de Tarzán, sin saber donde se encontraba quedó aterrado al oír los chillidos
del freno del tren y el golpe que le daba el cuerpo de su madre al caerle encima
que, aprovechando el impulso de la caída, había puesto su mano derecha entre
las piernas de Francisco mientras la izquierda la utilizaba como parachoques de
su cuerpo, pero no pudo evitar el golpe de su cara con el rail y la cabeza de
Francisco que, al notar que su cuerpo también volaba, aunque aterrorizado,
volvió en sí. A los dos cuerpos revueltos al lado del tren, que aún no había
podido parar, embarrados por la humedad del borde del túnel, se les había unido
Tarzán, a quién le parecía un juego y no dejaba de ladrar alegremente.
El tren se detuvo una veintena de metros delante de donde Francisco estaba
tumbado. Un revisor y un empleado de Renfe bajaron deprisa y se acercaron.
María estaba intentando reanimar al niño que estaba angustiado y que con su
aliento de anís en fermentación por el vómito que casi mareaba a María.
Aprovechando un pequeño charco de una gotera María remojaba la cara y la
cabeza sudada de su hijo. El revisor con la linterna y su compañero se
interesaron por el estado de los dos.
—¿Señora, están bien?
—Sí, no se preocupen, el peligro ya ha pasado.
—¿Se han hecho daño? —preguntaron al tiempo que intentaban ayudarles a
levantarse.
El maquinista, que aún no se había repuesto del susto bajó con las manos en
la cabeza y se dirigió a ellos, mientras le reprochaba a María que estuvieran en el
túnel.
—¡Por el amor de Dios, señora! ¿No sabe que está totalmente prohibido
andar por las vías del tren y más aún por los túneles? Aún me están temblando
las piernas, menos mal que he empezado a frenar una veintena de metros antes
de llegar donde estaba el chico.
María habló con el revisor y el empleado, mientras se sentaba apoyada a la
pared del túnel con Francisco reposando la cabeza en su falda estirada.
El maquinista se dirigió al revisor y a su compañero.
—Venga, los sacamos fuera y nos vamos, que ya llevamos suficiente retraso
hoy.
El revisor se le acercó a la oreja.
181
Alma Retsem Klol
—Podemos marcharnos, el niño tiene ataques epilépticos, donde está no le
puede pasar nada, necesita cinco minutos para que se le pase el ataque y,
después, ya saldrá.
—Venga pues, subamos y nos vamos a toda máquina.
El maquinista se despidió de la señora.
—Señora, hoy hemos vuelto a nacer los tres, su hijo, usted y un servidor,
imagínese como estaría si hubiera pasado por encima de su hijo o de los dos.
—Muchísimas gracias señor, perdonen mi imprudencia.
—No olvide que está prohibido andar por las vías y, sobre todo, por los
túneles.
—No se preocupe que jamás en la vida volveremos a atravesar un túnel, al
menos este.
Cuando el tren se alejó y su ruido fue soportable, María levantó a Francisco
que se sostenía a duras penas, y lo sacó fuera de la oscuridad.
Al ver su estado buscó un pequeño desnivel donde poner de pie al niño y se
lo subió a la espalda. No supo si fue el terror, la desesperación, el susto, salvar a
su hijo, el final feliz o lo que fuera, pero resultó que en dos minutos estaba
delante de la masía como si en la espalda hubiera llevado una pluma en lugar de
a su hijo, que empezaba a recobrar la memoria y la conciencia. Abrió la puerta y
se volvió a coger a Francisco al que había dejado sentado en la mesa que tenían
debajo de la higuera, lo subió a su habitación y lo tendió en la cama.
Medio borracho, semiconsciente, Francisco le pidió a su madre que bajara
rápido a cerrar la puerta. Viendo lo asustado que estaba su hijo, María bajó
rápido y la cerró. Desde la entrada le gritó para que no tuviera miedo.
—¡Francisco, ya está la puerta cerrada!
Calentó un poquito de agua, cogió el alcohol, la Mercromina, dos trapos
limpios y subió a limpiar las pequeñas heridas de Francisco y de ella misma.
Cuando acabó de limpiar y sanar las pequeñas heridas de Francisco, viendo
aún su estado, solo le daban ánimos para tranquilizarle. Antes de curarse sus
propias heridas recordó el armario donde estaba la escopeta al subir la última vez
las escaleras. Ahora, empezaba a pensar en todo lo que había sucedido, tanto en
la noche como en la mañana. Dejó 182
Haré que jamás puedas vivir sin mí
sus heridas sin limpiar y bajó las escaleras, entró en el comedor y abrió el
cajón donde estaba la cajita en donde guardaba la llave del armario de la entrada.
«Virgen Santísima», pensó al ver que la escopeta no estaba en el armario.
Empezó a atar cabos, pero no perdió el tiempo y subió de cuatro zancadas las
escaleras y entró en la habitación de Francisco, donde también estaba Tarzán
tendido al pie de la cama, pues María le había dejado entrar para que Francisco
se sintiera más protegido.
—Hijo mío, ahora abre los ojos y mírame, después ya dormirás.
¿Dónde está la escopeta?, ¿la has cogido tú? Dime.
Francisco movía la cabeza diciendo que sí.
—¿Y dónde está, hijo?
—Creo que la he dejado en el túnel.
—El disparo de esta mañana, ¿lo has hecho tú? Dímelo, hijo, no tengas
miedo.
Francisco volvió a decir que sí con la cabeza.
—¿Has herido a alguien?
Ahora dijo con la cabeza que no.
—Le has disparado al cerdo de Cornelio, ¿verdad, hijo? Eran las voces que
he oído después del disparo. ¿Estas seguro de que no le has dado?
Dijo que sí con la cabeza.
—Sin la escopeta no podemos estar en la masía en estos momentos.
Escúchame un momento, hijo, te dejo con Tarzán, cierro la puerta y me voy
al túnel a buscarla.
A Francisco no le hacía ninguna gracia quedarse solo, pero no dijo nada
porque también quería tener la escopeta en casa.
María cogió un saco, puso un hacha pequeña dentro y se fue a toda prisa al
túnel. En el primer hueco protector de los obreros del ferrocarril que estaba a
unos quince metros de la boca, allí estaba la escopeta derecha reposando en la
pared como si Francisco la hubiera dejado tranquilamente en lugar de tirarla sin
ningún cuidado.
«Menos mal que los del tren no se han fijado en la escopeta», pensó María.
La cogió, la abrió, sacó el cartucho bueno que guardó en el saco y el vacío lo
tiró allí mismo. La guardó y se despidió del túnel y aquellos 183
Alma Retsem Klol
amargos momentos para siempre, quedándose unos instantes delante de la
boca reviviendo tanto el dolor como el final feliz por lo que hubiera podido
pasar.
Al llegar a la masía gritó desde la entrada para que Francisco estuviera
tranquilo. Llamó a Tarzán y lo ató en su casita, entró y cerró la puerta. Subió a la
habitación y le dijo a su hijo que estuviera tranquilo, que ella no se iría hasta que
se encontrara bien, que había encontrado la escopeta y que la había guardado en
su lugar para defenderse del cerdo de Cornelio por si aparecía por allí.
Francisco con la mano tapándose la boca indicó a su madre que iba a
vomitar.
Ella cogió el orinal de plástico de debajo de la cama y aguantándole con la
otra mano la frente le decía que vomitara, que así se le pasaría el malestar más
pronto.
El chico realizó unos buenos esfuerzos con su tórax y garganta con el
resultado de una poca bilis que aún olía a anís. Su madre le hizo en-juagar la
boca con agua y limón y beber un poco. Después de este último arranque por
limpiar el estómago, se tranquilizó y durmió hasta las tres de la tarde.
—¡Mamá!
—Ya subo, hijo —dijo María.
—Ya me encuentro bien.
La madre preparó un caldito muy suave cargado de tomillo. Lo subió a la
habitación e hizo que el chico se lo bebiera casi todo. Cuando estuvo bien,
Francisco se vistió y bajó a la cocina. Se sentaron uno frente a otro en la mesa.
—Igual tienes hambre, ¿no, hijo?
—Un poquito, pero solo me apetece un poco de pan tostado.
Después de comerse las dos rebanadas con aceite y sal, María pidió al chico
que le contara todo lo que había hecho, qué había visto, por qué se había
emborrachado, todo.
Francisco empezó titubeando y como si quisiera no darle mucha importancia
a los hechos. Aprovechó la embriaguez para decirle que no se acordaba
exactamente de algunas cosas. María no sabía qué hacer para que su hijo le
contara la verdad. Se estaba poniendo muy nerviosa hasta que no pudo más y
pegó un manotazo encima de la mesa y le dijo: 184
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—¡Francisco, me cuentas la verdad sin esconderme absolutamente nada, o te
juro que no nos vamos a vivir al pueblo mañana o pasado mañana, nos
quedaremos en la masía! ¿Por qué le has disparado a Cornelio?
Francisco jamás había visto a su madre de aquella manera, el enfado ejercía
tanta presión en él, que no podía pensar en otra cosa que no fueran los hechos
reales. No sabía cómo decirle a su madre que aquella noche la había visto
desnuda y que se abrazaba con el cerdo de Cornelio.
—Es que esta noche… no sé si estaba soñando o era verdad lo que veía con
mis ojos… pero me ha parecido ver a Cornelio y…
—Dímelo todo. ¿Qué más has visto?
—Antes de verlo, lo he oído toser y echar un escupitajo, después ha sido
cuando le he visto a él que te abrazaba a ti que ibas… vaya que le acompañabas
a la puerta y se ha ido, entonces tú has subido y has entrado en mi habitación,
después creo que has ido a las otras habitaciones.
—Antes has dicho que él me abrazaba, que yo iba, y no has acabado de decir
como iba, hijo.
—Me ha parecido que ibas desnuda.
María estaba haciendo un gran esfuerzo para no llorar, tenía los ojos acuosos.
—¿Para ver lo que has visto, te habrás levantado de la cama, verdad?
—Sí, cuando habías bajado he ido al rellano de la escalera y he oído que él te
decía que la próxima vez lo invitarías tú y tú le has dado un beso.
—Le he dado un beso sí, pero no has oído lo que él me ha dicho antes de que
yo se lo diera.
—Sí, te lo ha pedido él antes.
—Después te contaré yo la verdad, hijo. Ahora continúa y explícame lo de la
escopeta, por qué le has disparado.
—No sé que me ha pasado, mamá, pero pensar que tú eres amiga de este
hombre, me ha entrado una rabia en el cuerpo que solo he pensado en matarle y
me he acordado de la escopeta de papá. También pensaba en el hijo de Cornelio,
que cada vez que me encuentra en el pueblo se burla de mí, me dice que soy una
nena y que soy una mariquita y todos los demás se ríen de mí.
185
Alma Retsem Klol
María se levantó de la silla sin poder detener las lágrimas y se abrazó con
todas sus fuerzas a su hijo y entre sollozos le dijo:
—El hijo debe ser tan desgraciado como su padre. Tranquilo, que todo se
arreglará y estos cerdos de los Cornelios no nos molestarán ja-más.
María se calmó un poco y preguntó al chico por qué se había emborrachado
con anís.
—No lo sé, mamá, creo que pensé que si bebía tendría valor para pegarle un
tiro y si no, pues no.
—Y cuando has llegado al túnel del tren, ¿por qué te has tumbado en los
raíles, vaya, en medio de la vía?, ¿querías que te matara el tren?
—No lo sé mamá, me encontraba tan mal y tenía tanto miedo que no sé si lo
he pensado, pero ayer por la noche sí que pensé en tumbarme en la vía del tren y
que pasara por encima de mí.
—¡Por el amor de Dios, hijo! Jamás vuelvas a pensar en una cosa así.
Todo tiene solución menos la muerte. ¿Confías en tu madre, hijo?
—Sí, mamá —le dijo Francisco al oído y le dio después un beso dulce, tierno
y, sobre todo, alentador.
—Pues si confías en mí, todo irá bien, ya lo verás. Ahora siéntate y
escúchame con atención. Tú sabes que los hijos al mundo los traen las mujeres
cuando están embarazadas.
Francisco afirmó con la cabeza.
—Sí, vale, y para estar embarazada las mujeres ¿sabes lo que hacen con los
hombres?
María veía que su hijo sentía vergüenza. «Creo que siento más vergüenza yo
que tú, hijo», pensó.
—Un día nos lo contó a mí y a Peret Benito, el del zapatero.
—¿Y qué os dijo que hacían?
Se puso un poco rojo y contestó a su madre.
—Nos dijo que follaban.
—Más o menos, pero follar se dice de manera vulgar, diríamos que un
hombre y una mujer se aman. Ahora que me acuerdo, y tú también te acordarás,
hace unas tres semanas que vino a trabajar Juan el de la Paca y traía una perrita
perdida que le había seguido.
—Sí.
186
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—¿Te acuerdas que estaban enganchados Tarzán y aquella perrita?
Pues esto es lo que hacen los hombres y las mujeres cuando quieren tener
niños. A los gatos también les has visto como lo hacen.
Moviendo la cabeza contestó Francisco que sí.
—¿Sabes lo que es un violador, hijo?
Francisco miraba a su madre como si supiera algo sin decir nada.
—Por lo que veo, algo sabes. Un violador es un hombre que hace esto que
decíamos, digamos que folla a una mujer, sin que esta mujer quiera, o sea, que la
obliga porque tiene más fuerza y porque muchas veces lleva un arma, sea un
cuchillo o una pistola, lo que sea. La violación es un delito muy grave, si lo coge
la Guardia Civil, lo meten en la cárcel.
¿Entiendes lo que te digo?
—Sí, mamá —contestó Francisco pensando en su violador.
—Pues este cerdo de Cornelio es un violador, y cuando esta noche tú nos has
visto, su mano izquierda me apuntaba a la barriga con una navaja. Lo que has
oído que él me decía, como si fuéramos amigos antes de abrir la puerta, me lo
decía con la navaja pinchándome el cuello, mira.
¿Ves aquí? —María enseñó una pequeña herida y luego acabó de contarle
como él había entrado en la masía y que creía que ella estaba sola, al decir las
hijas que estaba Francisco con su hermana en Barcelona.
Con lo más difícil de contar, contado, María se tranquilizó un poco.
Francisco se había quedado con que la guardia civil podía meter en la cárcel
a Cornelio.
—¿Mamá, porque no se lo dices a la Guardia Civil y así lo meten en la
cárcel?
—Eso, hijo, es más complicado, porque tendría yo que poder demos-trarlo y
si no hay testigos… testigo es alguien que hubiera visto algo, no sé, por ejemplo
como cogía la llave o como subía por la ventana, y aquí, en la masía, como no lo
hubiera visto un conejo o una lechuza, no sé.
—Puedo decir que lo vi yo, mamá.
—Sí, pero tú no tienes edad para testificar, y siendo hijo mío, quizás menos.
María se levantó y quitó la cafetera del fuego, se sirvió un café y se lo tomó,
después sacó la botella de anís del armario y le preguntó a Francisco si quería un
poco.
Este hizo unas muecas de asco y unos ruidos con la garganta.
187
Alma Retsem Klol
—Solo de verlo me dan ganas de vomitar.
María le dedicó unas risas burlonas y cuando terminó el café se puso un
chorrito de anís en la taza y se lo bebió de espaldas a Francisco para que no le
vinieran ascos.
—Esta noche aún dormiremos en la masía ¿no, mamá?
—Sí hijo, y piensa que será la última noche de nuestras vidas que
dormiremos aquí.
María no paraba de darle vueltas a su futuro, no sabía qué decisión tomar,
pero de momento ir al pueblo era la manera más rápida de huir del peligro. Se
puso a preparar las tres maletas que tenían y dos bolsas, como si se fueran de
viaje.
* * *
Cornelio, tumbado en el carro, cagaba leches por la boca mientras intentaba
sujetar las riendas de la mula asustada por el disparo. Cuando se detuvo el
animal, bajó y miró hacía las matas. Pensó en ir hasta ellas pero su valentía solo
salía por la boca. Estaba cagado, aún recordaba los perdigones silbándole, buscó
un espacio donde apartar el carro del camino, dejó al animal atado y se fue
dando una vuelta considerable para no pasar cerca de donde le habían
supuestamente disparado. Al llegar a la masía cogió la escopeta, la metió dentro
de un saco y esta vez sí pasó por delante de las matas, vigilando como un halcón.
Sabía que tenía más de un enemigo, pero no dejaba de pensar en María, aunque
no quería creerlo. ¿Cómo podía atreverse ella? Al llegar al carro continuó con la
tarea que tenía aquella mañana. Durante toda la jornada dio vueltas al asunto y
acabó pensando que era María y que aquella misma noche lo averiguaría, ¡qué se
había creído la zorra esta!
A las doce de la noche, después de haber dado la misma excusa que el día
anterior de las trampas de los conejos, dijo que iba a quitar dos que le quedaban
un poco retiradas y que se habían quedado del día anterior.
A las doce y media llegó detrás de la masía de Pujolet. Sigilosamente, cogió
la escalera que estaba debajo del algarrobo tal como la había dejado. Llevaba
una pequeña linterna que no utilizó porque la luna, casi llena, iluminaba
suficientemente. Colocó la escalera debajo de la venta-188
Haré que jamás puedas vivir sin mí
na. El deseo sexual hacía que no pensara en el disparo de la mañana y que
solo pensara en el cuerpo de María entre sus brazos, sometido a sus deseos. Tocó
la persiana con los dedos para levantarla y empujar la ventana.
María aguardaba detrás con la escopeta a punto para disparar. Ha-bía
pensado que si lo mataba lo enterraría por allí para que nadie pudiera encontrarlo
jamás. Estaba dispuesta a todo. Los cuarterones de la ventana los había dejado
abiertos para poder ver su cara y disparar a bocajarro. La persiana se iba
levantando despacio y en silencio, cuando la tuvo a media altura, Cornelio la
anudó como pudo con la cuerda para que no le estorbara al entrar. Iba dando
empujoncitos, hasta que se dio cuenta de que estaba cerrada. Aquello le puso de
una enorme mala leche. Al notar que los cuarterones estaban abiertos,
instintivamente, sin pensar, rompió un cristal para meter la mano y en menos de
un minuto abrirla y quitar el pasador de la traviesa de hierro que la blindaba.
Francisco, desde la puerta de la habitación suya donde María le había
ordenado que estuviera, con la voz gritando silenciosamente y mirando por el
pasillo hacia la habitación donde estaba María, después de oír el cristal decía:
«¡Mamá, mátalo, dispara!».
Mientras la mano de Cornelio buscaba a tientas abrir la ventana, Ma-ría,
movida por la venganza, el odio y el terror, disparó sin pensar.
—¡Pum!
El pánico se apoderó de ella, mandó a Francisco, que al oír el disparo había
ido hacia la madre, que volviera a su habitación. La mano de Cornelio había
desaparecido instantáneamente de la ventana.
«¡Virgen Santísima, como lo haya matado…!». Se acercó tímida y
sigilosamente a la ventana y pudo oír el ruido de los movimientos de Cornelio, la
abrió y asomó la cabeza mirando antes de nada si la escalera estaba de pie.
Al verla al lado de Cornelio y que este que parecía que no podía levantarse
pero que lo intentaba, empuñó la escopeta a la que le quedaba un cartucho para
disparar. Apuntó bastante lejos de Cornelio para no tocarlo, pero gritó como si
quisiera matarlo.
—¡Ahora sí que te voy a matar, hijo de puta!
—¡Pum!
189
Alma Retsem Klol
Antes de que sonara el disparo, Cornelio parecía un atleta en las olimpiadas,
con el tobillo roto y dos costillas que casi no le dejaban respirar, desapareció por
el cantón izquierdo de la masía, pasando por delante de ella y sin parar hasta que
estuvo en el camino principal.
María se había tranquilizado un poco al ver que no lo había matado,
encendió la luz de la habitación y vio el agujero del disparo que había en la
persiana después de haber roto el cristal en mil pedazos.
«Menos mal que he disparado alto, no le ha tocado ni un perdigón», pensó.
Ella y Francisco, bajaron la persiana agujereada y cerraron los cuarterones al
tiempo que se aseguraban de dejarla bien cerrada. Bajaron a la cocina y abrieron
la ventana que tenía una reja de hierro y mandaron callar a Tarzán, que con el
primer disparo había empezado a ladrar y aún no había parado.
Después escucharon detrás de la reja por si oían algún ruido hasta que,
cansados, decidieron ir a dormir los dos en la cama de María.
Esto hizo que Francisco estuviera tranquilo y conciliara el sueño.
María no pudo pegar ojo en toda la noche, tenía miedo de que Cornelio
avisara a la Guardia Civil y dijera que ella le había disparado, pero más miedo
tenía a que los esperara a los dos por la mañana con su escopeta. Estaba aterrada,
tenía tanto miedo que cambió todos los planes.
A las siete de la mañana estaban los dos delante de la casa de Rosita, que se
estaba levantando y al oír la moto que paraba delante de su casa en el corralón,
se asomó a la ventana.
—¡María, Francisco! ¿Qué hacéis aquí a estas horas?
—Después te lo cuento, Rosita, dejamos las maletas aquí en la puerta y
vamos a buscar dos bolsas más, que no hemos podido traer, y veni-mos otra vez.
—Vale, ahora bajo y las meto en la entrada.
Volvieron a la masía para hacer el último viaje. Ya todo colocado en la moto,
tanto María como Francisco se despidieron con el pensamiento de la masía y de
su padre y marido.
Antes de subir Francisco en la moto, se acercó a Tarzán y lo abrazó llorando
y dejando que el perro le lamiera toda la cara.
190
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—¡Venga, Francisco!
—Adiós, Tarzán —dijo el chico con lágrimas en los ojos.
A las ocho volvían a estar en casa de Rosita.
—Rosita, dejo a Francisco aquí, yo arreglo dos asuntos y vuelvo enseguida
—dijo María.
Al cabo de media hora volvió a casa de Rosita. Había quedado con Sisco el
de la Pepita que hacía de taxista, para que los acompañara a la estación de
Tarragona a las nueve y media. Después había ido a ver al albañil que arreglaba
la casa que ya no ocuparían para cancelar los tratos con él.
Rosita les obligó a que desayunaran con ellos y esperaran tranquilamente al
taxi.
Mientras desayunaban, María les contó que tenía que ir a Córdoba, pues su
hermana estaba enferma, así entenderían el porqué de su marcha precipitada. Al
terminar, sacó la llave de la masía del bolso y la dejó encima de la mesa.
—De Tarzán se ocupará usted de encontrarle un dueño, ¿verdad, Juan?
—Sí, mujer, tú tranquila, que si no lo encuentro lo tendremos en el huerto de
aquí delante, con los míos.
—Ahora usted, Rosita, cuando mi hija se haya llevado todo lo que haya
querido, haga usted lo que quiera con lo que quede.
Francisco, que se había levantado de la mesa y estaba en la puerta, entró
corriendo.
—Mamá, Sisco de la Pepita está aquí.
Todos se levantaron para despedirse.
—Juan, coja toda la comida que haya quedado en la masía, que no se
estropee, y del huerto aproveche todo lo que haya. ¡Ay!, se me olvidaba la moto,
si no la quiere mi yerno, se la queda usted.
Después de darle dos besos a Juan, se abrazó a Rosita y se despidieron las
dos llorando.
—Bueno, hija, ya escribirás, saluda a tu hermana y a tu cuñado de mi parte y
que se recupere muy pronto.
—Pobre de ti, Francisco, si no nos mandas una postal de Córdoba a Juan y a
mí.
María no quería que se supiera que estarían en Madrid.
191
Alma Retsem Klol
La furgoneta de Sisco el de la Pepita había recorrido pocos metros cuando
María exclamó:
—¡Para un segundo, Sisco, que se me ha quedado una cosa por decir a Juan!
María bajó de la furgoneta y fue hacia Juan y Rosita que seguían en la puerta
de su casa.
—¿Qué se te ha quedado, hija?
—Me quedaba decirle que en el armario de la entrada de la masía tengo la
escopeta de mi marido, que en paz descanse, la llave está en el primer cajón del
bufete del comedor, si no la encuentra rompa el armario.
—Venga sube y vete tranquila, por la escopeta, no te preocupes que hoy
mismo me encargaré de hacer lo que sea.
—Gracias, Juan, adiós.
Antes de las diez, estaba María en una ventanilla del Banco Central de la
Rambla de Tarragona, donde sacó treinta mil quinientas pesetas que eran todos
los ahorros que tenía. Subió otra vez a la furgoneta de Sisco y fueron a casa de
los dueños para que María se despidiera y co-brara lo que le debían de dos
semanas. Les contó lo mismo que a Rosita y a Juan. Después se fueron a la
estación y María llamó a Madrid a su hermana Jacinta, avisándola de que iban a
vivir con ella unos días. Le había puesto como excusa que les habían querido
entrar a robar por la noche dos veces consecutivas en pocos días, que se habían
asustado mucho y que habían decidido marcharse. Más tranquila por tener ya
avisada a su hermana Jacinta, llamó a su hija a la que le contó lo mismo.
—Hija, si estás toda la mañana en casa, te volveré a llamar antes de irnos.
Después de tener los dos billetes, volvió a llamar a Alicia.
—Hola, mamá. ¿A qué hora os vais?
—Nos vamos a la una de la noche, salimos de la estación de Sants, a la que
llegamos más o menos a las cinco de la tarde, o sea, que si quieres nos podemos
ver.
—Sí, mamá, a las cinco estaremos Floren y yo en la estación.
A la una de la noche Francisco y María se despidieron de Alicia y Floren en
la estación de Sants de Barcelona.
192
Capítulo XI
Madrid, diciembre de 1987.
Se acercaban las Navidades, hacía tres años que Francine vivía con Alfonso.
Su posición económica había cambiado su vida. Ya no se dedicaba a la
prostitución, pero el negocio lo continuaba llevando a medias con Patricia, que
también había dejado de ejercer.
Francine había puesto el suficiente dinero para que Patricia pudiera
manejarse y habían ampliado la actividad. Gestionaban cinco pisos alquilados en
los que tenían prostitutas, les funcionaba a la perfección y ganaban mucho
dinero.
Alfonso estaba preparando la cena de Nochebuena que celebrarían en su casa
en el barrio de Aravaca. Ya conocía a Alicia y a las niñas y, compinchado con su
suegra, querían darle una sorpresa a Francine.
A las nueve y media de la noche. Alfonso tenía a Alicia, Floren, Marta y
Judit en la habitación de los invitados que estaba al lado del comedor. Mientras
todos preparaban la sorpresa para Francine, a Judit se le ocurrió que podría
esconderse con Marta debajo de la mesa y agarrarse una a cada pierna. A todos
les pareció una broma formidable. El ruido de la llave en la puerta indicó que
llegaban Francine y Patricia, cargadas de bolsas de un supermercado cercano.
María, avisada por Alfonso, salió de la habitación donde estaban su hija y su
yerno y se fue al comedor donde las dos niñas ya se habían colocado debajo de
la mesa tapa-das por el gran mantel.
Después de los saludos, dejaron las bolsas en la cocina ojeando el pavo en el
horno y los entremeses que estaban preparados a punto para 193
Alma Retsem Klol
ponerse en la mesa; al tiempo que saludaban a la cocinera que había
contratado Alfonso.
—Hola, Asunción, ¡madre mía qué pinta que tiene el pavo!
—Y no digamos los entremeses, qué hambre me está entrando, es que la
señora Asunción quiere que perdamos la línea —dijo Patricia.
Francine, al volver al salón, preguntó a Alfonso por qué había abierto el ala
de la mesa si cabían todos de sobra.
—Cariño, celebraciones tan importantes como las de hoy implican espacio
sobrado.
—Pero tanto le quitan intimidad.
—Intimidad, a ver, siéntate en tu sitio, aquí, y dime si no estás cómo-da y
ancha. Sí, que te sientes.
Un poco extrañada por la insistencia de Alfonso, Francine se sentó en la
silla. Él le dijo en tono burlón.
—Ponte cómoda, cariño.
Con cara de no acabar de entender, Francine…
—¡Ahhh!
Patricia, que tampoco sabía nada, se asustó del grito de Francine, tanto como
ella. Las niñas tuvieron compasión y soltaron los tobillos de su tía, ella, aunque
veía a Alfonso y a María que se reían, instintivamente se había retirado un metro
de la mesa arrastrando la silla hacía atrás con los pies. El mismo susto y la risa
de su madre y Alfonso hicieron que se riera sin mirar debajo de la mesa. Las
niñas levantaron el mantel.
—¡Ahhh! —Ahora el grito era de alegría.
Las dos niñas se lanzaron al cuello de Francine.
—¡La madre que os parió! Qué alegría, mis gamberritas que me dan sustos
de infarto. Decid a vuestros papás que ya pueden salir.
—Alicia y Floren no han venido, están en Barcelona.
—Venga, mamá, qué quieres, que me den otro susto de muerte. Venga salid,
que ya sois mayorcitos para jugar como las niñas.
Alicia y Floren salieron de la habitación y Francine, después de darse mil
besos y abrazos con su hermana, le dio un par de besos y un abrazo a su cuñado.
—Bien, ya veo que os compenetráis bien con Alfonso, esta me la pagáis y
Alfonso será el primero. Entonces, ¿habéis cambiado fin de año por
Nochebuena?
194
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Te cuento, las niñas, como ya sabes, tienen vacaciones, yo también hasta
el día cuatro, el lunes que viene no, el otro, y Floren trabaja lunes, martes y
miércoles que viene, o sea que él se va el domingo por la ma-
ñana y volverá el miércoles por la tarde porque trabaja de mañana y, aunque
tú no nos invites, nos ha invitado tu novio, que ha sido el que te ha querido dar
esta sorpresa.
Francine miró a las niñas y dijo:
—¿Sorpresa? Un susto de muerte es lo que me han dado estos dos angelitos
tuyos. Gamberras, esta me la pagáis.
—Señor Alfonso.
—¿Asunción, cuantas veces le tengo que decir que no me llame se-
ñor?
—A mi edad la memoria ya empieza a fallar. ¿Verdad, María?
—Y que lo diga, Asunción.
—Bueno, pues nada, que paséis una buena Nochebuena. María, al pavo le
faltan diez minutos o un cuarto de hora.
—Vaya tranquila, no se preocupe.
Alfonso acompañó hasta la puerta a Asunción y le puso una muy buena
propina en el bolsillo.
—¿Le llamo un taxi, Asunción?
—No, tranquilo, ya le dije que viene un sobrino a buscarme y he quedado en
la plaza en la parada del autobús, que ya ha venido otras veces. Siempre le digo
que si me paga no volveré más.
—Y yo siempre le digo lo mismo. Que no le pago nada, que lo que le hago es
un regalo, un detalle, como quiera llamarlo…
—Es que no sé por qué me quejo, siempre se sale con la suya.
—Claro que sí. Asunción, ya la llamaré para Fin de Año por si puede venir
de invitada, ya que no se ha quedado por Nochebuena.
—No se preocupe…
—No me preocupo, pero si no viene se tiene que acercar un día, antes de que
se vayan los de Barcelona. Venga, feliz Nochebuena y recuerdos a su familia.
Se despidieron con dos besos.
Asunción, para Alfonso, era como una más de la familia por los años que
había estado de criada en vida de su esposa. Hacía un año que estaba jubilada.
195
Alma Retsem Klol
Después de pasar una Nochebuena inolvidable, se quedaron todos a dormir
en casa de Alfonso y Francine, tal como estaba planeado.
Por la mañana el día de Navidad, aprovechando que hacía un día soleado y el
frío era soportable, se fueron a dar una vuelta por el Retiro. Alfonso ya había
reservado mesa en un restaurante cercano.
Mientras paseaban, Patricia y María iban con las niñas que se montaban en
todos los columpios que encontraban. Alfonso y Floren iban de cuñados y Alicia
y Francine tenían mucho que contarse.
—A ver, nena. ¿Dime qué te parece Alfonso?
—Un señor de pies a cabeza. Eso sí, supongo que te gustaría que tuviera
veinte años menos. ¿O no?
—Supongo que sí, pero me conformo con como es. Una cosa, las niñas te
habrán hecho muchas preguntas sobre mí.
—Algunas, sobre todo Judit, Marta parece que lo entiende un poco más, por
algo es mayor. Pero como te digo, hace tiempo que lo saben y ya te habían visto
un año atrás, y desde entonces te juro que nunca más han dicho el tío Francisco,
siempre dicen la tía Francine.
Hasta me atrevería a decir que te prefieren así, también tiene su ló-
gica.
—Claro, son chicas.
—Una cosa, antes de que se me olvide, lo que me comentaste el mes pasado
por teléfono, de que estabas mirando para operarte.
—Nada, Alicia, aún no me he decidido, miré algo pero de momento creo que
esperaré cuatro o cinco meses. Hacerlo lo voy a hacer, esto lo tengo claro.
—¿Te da un poco de miedo, verdad?
—No te diré que no le tenga respeto, pero el miedo lo pierdo con las ganas
que tengo de ser una mujer de los pies a la cabeza.
—Es lo único que te falta, no sabes la envidia que me das, eres tres veces
más guapa que yo, tienes un cuerpazo de modelo y el pelo ni te digo, tienes más
y más bonito que el mío.
—No digas tonterías, si te cuidaras estarías mejor que yo. Piensa que eres
diez años mayor y que has tenido dos hijas.
—Vale, pues me conformo.
—Mira a mamá qué bien se lo pasa con tus hijas, tendríais que venir más a
menudo.
196
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Si estuviéramos más cerca. La vida está muy cara, pero te diré una cosa si
me prometes que no le comentarás nada a Alfonso.
—Te lo prometo, dime.
—Es que nos ha dicho que no te digamos nada.
—Venga, cuenta.
—Nos ha pagado los billetes y encima nos ha dado dinero, vamos, que
estamos de vacaciones pagadas.
—Antes de que os vayáis yo también te daré dinero. Que te calles, será con
la condición de que vengáis más a menudo.
Alicia estaba tan agradecida y se sentía tan querida por Francine que le dio
un abrazo que le salió del corazón.
Las dos se secaron las lágrimas y una enfrente de otra, viéndose llorar,
reaccionaron a carcajada limpia.
* * *
Dos meses más tarde, las cosas seguían viento en popa para Francine. Para
Alfonso también, pero había algo que era superior a sus principios, el negocio de
la prostitución no le gustaba porque pensaba que en cualquier momento podrían
tener algún problema grave. Un día en que estaban comiendo Alfonso, Francine
y Patricia en un restaurante cerca de la casa de la pareja, comentó:
—Escuchadme un momento. Ya sabéis que me gustaría que cambia-rais de
negocio y, aunque me llaméis pesado, os comentaré lo que me dijo un amigo que
es abogado con mucha experiencia y muy bueno.
¿Sabéis qué me dijo?
Francine y Patricia se miraban con cara de aburrimiento pensando en darle la
razón y al mismo tiempo, largas, como otras veces. Alfonso, que se dio cuenta,
continuó dirigiéndose más a Patricia.
—Lo primero que me preguntó, es de quién son los pisos. Le dije que eran
de alquiler, se puso las manos en la cabeza y arremetió contra mí por dejar que
Francine tuviera este negocio de esta forma. Por eso te miro a ti, Patricia, porque
los pisos están todos a tu nombre como inquilina. Si fueran de tu propiedad y los
alquilaras a quién fuera, tú te lavas las manos con lo que hagan tus inquilinos.
197
Alma Retsem Klol
—¿Qué tengo que hacer, comprar cinco pisos o, mejor, comprar diez?
—No te rías. Me preguntó cuánto tiempo tenía el negocio, le dije la verdad,
que tiene unos dos o tres años. Me dijo: «No pasará un año sin que no hayas
tenido algún problema en el que intervenga la policía y en el momento que se
meta, prepárate porque te lo quitarán todo. Y después se meterá Hacienda, que
seguramente te joderá más».
—Pero Alfonso, a ti no te pasaría nada.
—Mira, Patricia, ni a mí ni a Francine, solo a ti, pero Francine es socia tuya,
sabéis las dos que siempre os he dicho que el negocio este a mí no me gusta por
muy bien que lo hagáis y por muy bien que os vaya. Así que, al menos, hacedlo
sin asumir riesgos.
—Según tú, ¿cómo se tendría que hacer? —preguntó Francine.
—Muy sencillo, la persona que tenéis en cada piso como encargada es la que
tiene que ser la inquilina, aunque el alquiler lo paguéis vosotras. Haciéndolo
todo en negro, como lo hacéis.
—¿Y si algún día alguna te dice que el negocio es suyo?
—Que se lo quede, adiós muy buenas y que le vaya bien. Bueno, tampoco
hace falta que le deseéis que le vaya bien, os buscáis otra persona y otro piso y
aquí no pasa nada. Aunque vuelvo a repetir que yo dejaría el negocio este y
montaría otros que fueran totalmente legales.
Aprovechando que Alfonso recogía la cucharita del café que se le había
caído, ellas se dedicaron unas miradas y muecas de aburrimiento y resignación
que indicaban que no era la primera vez que las advertía y aconsejaba y que
sabían que tenía razón. Patricia le dedicó una sonrisa picarona a Alfonso.
—Alfonso, no te enfades, que me estoy riendo en broma. Te juro que en
menos de un mes lo hacemos tal como tú dices.
—Creo que es lo mínimo que podéis hacer. ¡Se acabó, no se hable más!
Tomaros un whisky, yo tomaré un orujo.
Aquella misma tarde decidieron ponerse las dos manos a la obra.
Alfonso se había ido a su casa, mientras Francine y Patricia recorrían todos
sus pisos burdel y a cada encargada la ponían al corriente de lo que harían en
cuestión de días. Evidentemente, todas estaban de acuerdo con las condiciones
que les imponían Patricia y Francine.
198
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Al cabo de quince días, tres de los pisos los tenían fuera de peligro, ya no
figuraba el nombre de Patricia como titular. En dos o tres días más tendrían el
negocio camuflado. A las diez de la mañana del jueves, Patricia acababa de
desayunar tranquilamente, cuando sonó el timbre de la puerta.
Automáticamente pensó en una vecina del rellano, se puso bien el cinturón
de la bata, se paso los dedos por los ojos por si había alguna legaña y también
con las manos se arregló el pelo. Iba a abrir la puerta sin poner el ojo en la
mirilla, pero instintivamente después de la primera vuelta de llave para abrir
miró. Una ducha de agua fría en aquel mes de marzo le hubiera hecho menos
impresión que la que le hizo ver los dos uniformes de la Policía Nacional.
Continuó con la segunda vuelta de llave, quitó el pestillo de la cadena y accionó
la manecilla hacía abajo.
—Buenos días, ¿la señora Patricia Conde Herrera?
—Sí, soy yo. ¿Qué es lo que pasa?
—¿Usted es la propietaria, mejor dicho, la inquilina del piso número 23
primero A de la calle San Lorenzo?
—Sí, aunque lo tengo prestado a una amiga desde hace poco tiempo.
Pero, ¿qué es lo que pasa?
—Esta madrugada han apuñalado una chica brasileña en él y a otra chica,
española, le han dado un puñetazo y tiene una contusión cerebral.
—¿Saben cómo están ahora las chicas?
—Están las dos fuera de peligro, aunque la chica de la puñalada aún está en
la UCI.
—¿Y al agresor?, ¿lo han detenido?
—No y va a ser difícil porque ninguna de las dos lo conocía.
—¿Qué tengo que hacer yo?
—Acompañarnos a la comisaría de Arganzuela, en la Ronda de Toledo 26.
Allí le tomaremos declaración como dueña del inmueble, bueno, inquilina, y
también acudiremos al piso con usted.
—Me dejan que me aseé y les acompaño a donde digan ustedes.
Patricia no les dio tiempo a que entraran en su piso y les cerró la puerta en
las narices.
—Señora Patricia, cinco minutos.
199
Alma Retsem Klol
—Cinco minutos, no se preocupen —contestó y se fue corriendo al teléfono
a llamar a Francine.
—Diga… Hola Patricia… ¡No me jodas! —exclamó Francine al oír las
primeras palabras de su amiga.
—Bueno nos han pillado, me han pillado. Tú estate tranquila y, sobre todo,
no le digas nada a Alfonso que se va a enfadar.
—Eso déjalo de mi cuenta, dices que primero te llevarán a prestar
declaración a la comisaría de Ronda de Toledo 26. Vale, si necesitas lo que sea
me llamas, del abogado ya me ocupo yo. Adiós, cariño, tranquilízate.
Francine no tuvo que llamar a Alfonso porque estaba en el comedor leyendo
El País.
—No si…, ¿por qué crees que os lo decía?
—Cariño, ha pasado, ahora no es momento de reproches.
—Tienes razón, pero si me hubierais hecho caso antes, me callo…
Alfonso fue en busca de su cartera y se colocó al lado del teléfono.
Después de llamar a tres números, consiguió hablar con su amigo abogado.
—Sí, Alfonso, déjalo en mis manos, dame el número de tu casa, así no
pierdo tiempo buscando y cuando lo tenga solucionado, te llamo…
A los diez minutos sonó el teléfono.
—Alfonso, soy José Luis, todo controlado, el mejor abogado que tengo para
estos casos llegará antes a la comisaría que Patricia. Más o menos le he contado
lo que hay y él ya ha llamado por si llegara antes que la chica para que no
declare sin su abogado.
Patricia se sorprendió cuando la policía la hizo entrar en una habitación
donde había una mesa y cuatro sillas y le dijeron que su abogado estaba a punto
de llegar, que había llamado. Sabía que todo era cosa de Francine y Alfonso.
Después de hablar con el letrado, se tranquilizó mucho, sobre todo cuando le
dijo que era casi imposible que pudiera ir a la cárcel y, que no diera ninguna
pista de la encargada, que era mejor no encontrarla porque no declararía a su
favor si no todo lo contrario. Patricia le dijo al abogado que le dijera a Francine
que se ocupara ella de que el otro piso, que aún estaba el alquiler a nombre suyo,
lo desalojaran inmediatamente.
200
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Patricia, ¿te ha quedado claro todo lo que te he dicho? Pues adelante y
tranquila. Con respecto al otro piso ahora mismo me pongo en contacto con
Francine, y de las dos chicas heridas también me ocuparé para que no nos
puedan complicar las cosas. Ahora hablaré con la policía para saber qué harán
contigo, según lo que me digan, esperaré a que acaben o me marcharé, y por la
tarde me pondré en contacto.
Serafín, que era como se llamaba el abogado, la dejó sola durante diez
minutos que fue el tiempo que estuvo hablando con la policía.
—Ya estoy aquí, Patricia, pensaba que no te pondrían una fianza pero al final
el juez ha decidido que sí.
—¿Cuánto dinero, Serafín? —le preguntó un poco nerviosa.
—No me lo han dicho, pero no te pongas nerviosa que no pueden meterte
una fianza muy elevada. Es lo que creo y espero. Tu amiga Francine viene ahora
mismo, le he dicho que trajera medio millón.
Mira, ya vienen para que declares. Voy a entrar contigo que tengo derecho, si
no te hubieran puesto fianza te hubiera dejado sola para avanzar algún trámite.
A las dos del mediodía salieron de la comisaría Patricia y el abogado y se
reunieron en un bar con Alfonso y Francine. El letrado se despidió, después de
darles unas explicaciones de lo que probablemente pasaría, remarcando que, por
suerte, no había ningún muerto que, de haber sido así, Patricia se hubiera pasado
al menos tres o cuatro días en la cárcel.
Los tres que quedaron pasaron de barra del bar a una mesa para comer unas
tapas y hablar tranquilamente de lo sucedido. Patricia poco había hablado con
Alfonso y no le miraba por miedo a que se enfadara con ella.
Alfonso notó que las dos estaban pegadas una a la otra para que él no
entendiera lo que estaban hablando. Este hecho le hizo pensar si no tendrían
algún local grande y él no lo supiera. Aprovechó el pequeño mosqueo para
dirigirse a las dos. Primero llamó a Francine, que la tenía al lado.
—A ti también, Patricia, si os estorbo, solo hace falta que lo digáis.
Francine no entendía aquella reacción de Alfonso y se enfadó un poco con él,
pero Patricia se levantó del taburete y se interpuso entre los dos dirigiéndose a
Alfonso cara a cara. Francine se levantó y fue al servicio.
201
Alma Retsem Klol
—Por favor, Alfonso, déjame que te diga una cosa, mira, si estamos
hablando así es porque aún estoy asustada y porque además estoy ca-breada por
la mala suerte, porque esta semana lo habríamos arreglado todo. Otra cosa, si he
hablado poco contigo es por vergüenza y que no me eches en cara lo que nos
dijiste el último día que hablamos del negocio.
Al ver que Patricia se sinceraba con él, Alfonso se ablandó y le dijo que
pensaba si no tendrán algún otro local más peligroso y que ahora estuvieran las
dos asustadas por eso.
—¿Crees que Francine te escondería nada de nuestros negocios?
—No, por favor, no le digas nada de esto, dile que simplemente estaba un
poco enfadado.
Francine regresó en ese momento.
—Qué, ¿ahora os contáis secretitos vosotros?
Patricia, al ver el retintín con que Francine se dirigía a ellos, especialmente a
Alfonso, se levantó disculpándose porque iba al servicio.
Cuando regresó a la mesa, viendo que ellos dos estaban ya bien, quiso
terminar de comer.
—A ver, parejita de tortolitos, como el susto ya pasado, estoy notando que
aún tengo hambre. —Levantó el brazo para llamar al camarero—. Ponga unos
chipirones, calamares, una de gambitas y tres cervezas más.
Después de comer, Alfonso, en lugar de ir a su casa y llamar por te-léfono a
su amigo abogado como tenía intención de hacer, paró un taxi y se fue directo al
despacho de su amigo José Luis Zambrano.
Ellas continuaron el asunto de asegurar su negocio, también buscarían a la
encargada desaparecida, Isabel Chávez Valdés, con el fin de hacerla desaparecer
más aún.
El taxi se detuvo delante del portal donde en el primer piso tenía el gabinete
de abogados José Luis Zambrano. Estaba abierto. Alfonso, sin mirar qué puerta
era, se dirigió al primer piso por las escaleras. En el rellano había tres puertas,
cada una con una placa grande. «Notario no, doctor tampoco, aquí, abogados»
fue leyendo.
—Mooc…
Empujó y se encontró con una guapa secretaria que no le dio tiempo a decir
buenas tardes primero.
202
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Hola. ¿Qué desea, señor?
—Hola, buenas tardes. ¿Está el señor José Luis Zambrano?
—¿De parte de quién?
—De Alfonso.
La secretaría se levantó y le dio el aviso al señor Zambrano, que se disculpó
con un cliente y fue al encuentro de Alfonso.
Después de saludarse efusivamente, le dijo que le quedaba un cuarto de hora
y le recomendó que le esperara en el bar que había al lado mismo del portal, que
bajaría nada más acabar a tomarse un café.
Así lo hizo Alfonso, entró en la cafetería La Castellana, se sentó en una de
las cuatro mesas que estaban vacías, se levantó al ver un perió-
dico abandonado en la barra y le dijo al camarero que estaba dispuesto a
servirle que, si no le importaba, esperaría diez minutos a un amigo.
Cuando entró el abogado el camarero se acercó.
—¿Qué desea el señor José Luis?
—Dos gin-tónic de Larios.
José Luis había pedido sin antes mirar si estaba su amigo Alfonso.
El camarero señalo con el índice y le dijo:
—Se lo llevo a la mesa donde está aquel señor leyendo el periódico.
—¡Coño!, ahora sé por qué dicen que los camareros sois más listos que el
hambre.
—¿Así que usted lo dudaba?
—Dudarlo, dudarlo, no, pero tampoco creía que lo fuerais tanto, Ambrosio.
—Si se atreviera a darme un caso de estos difíciles, ya le digo yo que no le
haría quedar mal.
—¿No dirás en serio eso?
—Tanto como en serio…
—La semana que viene tienen un cursillo Magdalena y el nuevo que empezó
esta semana, Dionisio, al que todos le llaman Dioni. ¿Le conoces?
—Sí, creo que sí.
—La parte principal del cursillo son los casos que tienen que resolver. Te
dejaré dos libros y tú tendrás que defender a los acusados. Si lo haces parecido a
mis abogados, te invito a comer aquí enfrente, en el Alicia.
203
Alma Retsem Klol
—En el Alicia en el País de las Delicias. Acepto. ¿Y si lo hago muy mal?
—Con que me invites a un desayuno aquí, me vale.
El señor Zambrano ofreció la mano y se dieron un apretón.
—Trato hecho —respondió Ambrosio.
José Luis se fue a la mesa de Alfonso.
—Alfonso, ya he terminado. ¿Qué vas a tomar? —dudó y luego continuó—.
No sé por qué te lo pregunto si ya he pedido dos gin-tonic.
—Estupendo, creía que ya no te acordabas.
—Gracias, Ambrosio.
Tomaron un trago cada uno, después Alfonso preguntó:
—Bueno, tú dirás. ¿Cómo está el asunto?
—Mira, Alfonso, yendo todo bien, que creo que puede ser, se podría acabar
todo con una multa de tres o cuatrocientas mil pelas, incluso menos, y de ir muy
mal podría ser de uno a dos millones. De todas formas, aún no he podido hablar
con Serafín y hasta mañana no le veré. Tú tranquilo, que en cuanto sepa algo
más concreto te llamo enseguida.
—Tanto Patricia como Francine, mi novia, han tenido un buen susto, sobre
todo Patricia, evidentemente. Te pido que le digas a Serafín que las acojone tanto
como pueda y tú, por supuesto, también, me gustaría que dejaran este negocio.
Después de darle unas cuantas vueltas a todo el entramado, hablaron de sus
vidas hasta que se les acabó el tiempo.
A las once de la mañana del día siguiente, sonó el teléfono en casa de
Alfonso y Francine.
—Diga —respondió ella.
—Hola, buenos días. ¿Está Alfonso?
—¿De parte de quién?
—José Luis, soy el abogado y amigo de Alfonso, ¿usted es Francine, su
novia?
—Sí, la misma y no me trate de usted.
—Pues mucho gusto de hablar contigo, y lo mismo te digo, no me trates de
usted. Dile a Alfonso que el próximo día que nos veamos le acompañas y nos
vamos a comer juntos.
—No te preocupes que se lo diré, te paso a Alfonso.
—José Luis, buenos días, dime.
204
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Buenos días, mira, acabo de hablar con Serafín y lo tiene todo controlado,
podéis estar tranquilos. ¿por qué no te pasas a finales, jueves o viernes de la
semana que viene con tu novia y nos vamos a comer juntos? Me dijiste que era
muy joven, pero Serafín me ha dicho que es una tía de bandera, palabras
textuales, «una tía fuera de serie, está como un tren y es guapísima, seguro que
ha sido o es modelo».
—Pues ya se lo preguntaré, pero creo que no ha sido nunca modelo.
Oye, que la tengo al lado y te ha oído, dice que nunca ha sido modelo, que ya
le hubiera gustado, ¡ja, ja, ja! Sí, vale, no te preocupes te llamo yo la semana que
viene, adiós.
Cinco meses más tarde estaban todos contentos porque había terminado el
juicio, por la sentencia y, sobre todo, Alfonso estaba muy contento porque
Francine le había dicho la noche anterior que Patricia y ella dejarían el negocio
inmediatamente. Patricia era la más feliz del grupo, aunque no podía celebrarlo
porque los nervios aún los tenía a flor de piel.
—Escuchad un momento, os invito a comer a todos en el primer restaurante
que encontremos abierto —dijo Alfonso.
—Es que no podías tener una idea mejor. ¿Verdad, Francine? —dijo José
Luis.
—Será una gran idea porque mira, creo que todos están de acuerdo
—contestó la aludida.
Durante la comida solo se habló del juicio y de cómo se hubieran podido
complicar las cosas y en lugar de costarles lo que les costó, que fueron dos
millones trescientas mil pesetas, les podía haber costado hasta más de cinco
millones y, con un poco de mala suerte, algún que otro año de cárcel, esto solo a
Patricia
Al terminar la comida decidieron que aquella misma semana no dejarían ni
rastro del negocio. El plan de Alfonso había hecho su efecto gracias a la
exageración tanto de José Luis como de Serafín.
Aquella misma noche, Francine, aprovechando la alegría y el relax de
haberse quitado el peso del juicio de Patricia de encima, viendo que Alfonso
estaba muy contento, después de hacer el amor, le dijo algo que hacía varios días
que tenía ganas de comentarle.
—Estás hecho un león, cariño.
—Tu ríete, que ya verás cuando tengas mis años.
205
Alma Retsem Klol
—Que te lo digo de verdad, amor mío, mua. Oye, Alfonso, hace días que te
lo quería decir, pero con el puto juicio…
—No me dirás que te he dejado embarazada.
—¡Ja, ja, ja! qué tonto eres… Estás hecho un león, pero tampoco te pases.
¿No sabes lo que te quiero decir?
—¿Algo del nuevo negocio?
—Frío, de hecho te lo comenté hace mucho tiempo y reconozco que lo he
tenido un poco aparcado, pero ahora pienso ir hasta el final, y lo más pronto
posible. Me refiero a operarme y a olvidar que un día fui un hombre. Es broma,
lo del olvido, la operación es verdad, ¡ja, ja, ja! Ayer mismo recibí una carta de
la clínica… ahora no me acuerdo del nombre, que está en Málaga y dicen que es
la mejor que hay en España.
—¿Ayer recibiste una carta? Pues no la vi, creo que abrí yo el buzón…
—Sí, hombre, la recogí en casa de mi madre, la tengo en el bolso, mañana la
verás. Espero otra carta de una clínica de Barcelona y decidi-remos, aunque creo
que me iré a Málaga. Tenía miedo de que en el juicio le hubieran metido un
paquete a Patricia y nos hubiéramos quedado sin un duro.
—Nena, si te hubieras quedado sin un duro…
—Que sí, que ya sé, no me hagas caso, son cosas mías.
—¿Cuándo piensas hacer esto?, ¿ya?
—Este año, según lo que me digan, claro, la semana que viene quería ir a
Málaga y hablar con el doctor que me operaría. Supongo que me acompañarás.
—Claro que te voy a acompañar. Es que…
—Vale, Alfonso, no te enfades, es que tenía pensado que si tú no venías, me
acompañaría mi madre y, de paso, ella vería a su hermano que hace cuatro años
que no se han visto.
—Empieza por ahí y no me preguntes si te quiero acompañar.
Francine al ver que Alfonso se había enfadado un poco, le hizo cuatro
caricias y lo llenó de besos.
—Va, cariño, por favor no te enfades que no hay ninguna intención en lo que
he dicho…
—Vale, que no me enfado. ¿Te puedo pedir una cosa?
—Alfonso, por favor…
—Es que me da vergüenza pedirte esto.
206
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Al final voy a enfadarme yo.
—Me gustaría que te operaras dentro de, al menos, un par de años.
Francine se quedó en silencio y extrañada, como si no le entendiera.
Alfonso se apresuró a explicarse.
—Veo que no me entiendes, te lo voy a decir claro y sin pelos en la lengua.
Me gustaría disfrutar de tu sexo, concretamente de tu pene, al-gún tiempo más.
Ella se quedó aún más extrañada que antes, pero ahora por haberlo entendido
perfectamente. Encendió la luz de la mesita de la noche.
—¿Por qué enciendes la luz?
—Para que nos veamos las caras y quizás, para ver que no estamos dormidos
ni soñando. ¿Alfonso, no te estarás cambiando de acera? Es broma, cariño.
—¡Ja, ja, ja! pues creo que no, pero vete a saber, igual sí me estoy in-
clinando y no quiero reconocerlo, ja, ja, ja… Ahora te hablaré seriamente, mira,
soy incapaz de mirar a un hombre y sentir algo relacionado con sexo, en cambio,
cuando pienso en ti sexualmente, el primer instinto que me viene a la mente es
jugar con tu pene, estoy convencido que de tener tú, vagina, no sentiría tanto
placer. De todas formas, aunque te haya dicho esto, quiero que te operes lo antes
posible porque es tu ilusión y tu vida. Y ahora, a dormir, mañana hablaremos con
toda tranquilidad.
Después de darse un cálido beso se desearon buenas noches.
A las diez de la mañana, mientras desayunaban, planificaron el viaje a
Málaga para que Francine pudiera asesorarse con toda tranquilidad.
Durante la charla, Alfonso no hizo ninguna mención a su atracción por los
genitales de Francine, más bien todo lo contrario, le sugería que se operase lo
antes posible.
Dos días más tarde llegaron a Málaga los tres. A María la dejaron en
Estepona en casa de su hermano Antonio y su cuñada Antonia que ha-cía medio
año que vivían solos, desde que se había casado su hija pequeña. Alfonso y
Francine argumentaron que ellos estaban por negocios en la capital de la Costa
del Sol y que dentro de tres o cuatro días pasarían a recogerla.
En cuatro días resolvieron todo lo relacionado con la operación, solo faltaba
que Francine decidiera la fecha. Su intención era operarse 207
Alma Retsem Klol
en cuatro o cinco meses, es decir sobre el mes de febrero del siguiente año.
La última tarde la dedicaron a pasear por los rincones más bonitos de
Málaga. Al día siguiente fueron a recoger a María. La sorpresa fue que esta
había decidido quedarse unos días más y que después los tres se irían a Madrid,
donde su hermana y su cuñada pasarían una semana.
—¿Sabes qué estoy pensando, cariño? —dijo Alfonso.
—No tengo ni idea, ¡quién sabe! —contestó Francine.
—Que podríamos pasar cuatro o cinco días más por Andalucía.
—¿Te puedes creer que hace unos minutos estaba pensando exactamente lo
mismo?
—Entonces, eso quiere decir que nos quedamos.
—Sí, pero no aquí. Bueno nos quedaremos a comer y nos iremos
enseguida… Hacia…
—¿Sevilla?
—Frío, frío.
—¿Córdoba?
—Frío, frío.
—¿Granada?
—No tanto, pero frío.
—¿Jaén?
—Frío, ja, ja, ja. Te daré una pista para que lo adivines de una vez. No es
Cádiz.
—¿Almería?
—Vaya entusiasmo con que lo dices.
—Es que me hacía mucha ilusión ir a Córdoba, es la única que no he
visitado.
—Iremos donde tú quieras, pero Almería será la primera. Hago el itinerario y
si no te gusta lo cambiamos y no pasa nada. Mañana es sá-
bado. Pasamos todo el día en Cabo de Gata. Por la tarde, con un poco de
suerte, veremos la puesta de sol en los desérticos parajes almerienses.
El calor ya ni te digo, pero a lo mejor hasta te podrás bañar.
—¿Te bañaras conmigo, cariño?
—El baño es opcional, continuamos, el domingo podemos visitar la
Alhambra en Granada, comer allí y después a Córdoba, dormimos y por la
mañana visitamos la Mezquita tranquilamente y allí nos plantea-208
Haré que jamás puedas vivir sin mí
mos si alargamos la ruta yendo a Sevilla o nos volvemos a nuestro Madrid.
—Me parece perfecto. Ahora sé el nuevo negocio que Patricia y yo podemos
montar, una agencia de viajes. Pero tendrás que ser socio tú.
—Ja, ja, ja. ¡Qué graciosa!
—Ahora en serio, lo que has dicho es perfecto, pero dos días en Sevilla
serían la guinda de este viaje.
—Ya está, jueves o viernes en Madrid.
En el hotel Ciudad de Sevilla se levantaron tranquilamente Francine y
Alfonso a las once de la mañana.
—Venga, gandulita, que ya tendríamos que estar en Despeñaperrros.
Pídeme un café.
—Huuaa… cinco minutos más y te pido lo que quieras.
—Si cuando salga de la ducha que serán cinco minutitos, no estás
levantada…
Alfonso salió de la ducha y Francine dormía como una marmota. Se vistió y
puso el despertador pegado a la oreja de ella. Bajó las dos grandes maletas al
garaje donde tenían el coche. Al pasar por recepción pi-dió que les subieran café,
leche, algo de repostería y pagó la cuenta. De regreso en la habitación se
encontró a Francine que se tomaba el café con leche y un cruasán relleno de
crema.
—¡Qué bien!, la bella durmiente ha despertado.
—Sí, pero creo que solo se me ha despertado el apetito, porque te juro que
me metería en la cama antes de meterme en la ducha. Igual ha sido tu bromita
del despertador, que cuando ha sonado lo tenía pegado a la boca. Me como esta
pequeña ensaimada y voy al baño, en diez minutos estoy, cariño.
—Dime una cosa, ¿cuál ha sido la ciudad o el lugar que más te ha gustado de
este viaje?
—Todo precioso. La Mezquita, que no había visto, me ha fascinado, pero si
tuviera que elegir el día más bonito, me quedo con el viernes y el sábado, cuando
llegamos a Cabo de Gata.
—Me encanta que te gustara tanto Cabo de Gata. Te lo propuse de una
manera repentina, me salió un poco del alma. Al principio no quería ir porque
estuve igual unos veinte años yendo una o dos semanas cada año con mi mujer,
que le encantaba.
209
Alma Retsem Klol
—Me lo tenías que haber dicho cuando estábamos allí, me hubiera gustado
compartir algo contigo y con tu mujer.
Francine se levantó y le dio un abrazo a Alfonso que lo agradeció desde el
alma.
A las ocho de la tarde estaban a cuarenta kilómetros de Madrid. Alfonso paró
el coche en el arcén y le pidió a Francine que condujera ella porque un dolorcillo
que tenía desde hacía más de una hora en todo el hombro y parte superior del
brazo le iba en aumento. Ella, asustada, cogió el volante y solo pensaba en llegar
lo antes posible. Alfonso, para tranquilizarla, le dijo que posiblemente había sido
un mal esfuerzo al bajar las maletas al coche aquella mañana. A las nueve y
media entraron en el garaje de su casa en Aravaca.
—¿Cómo estás, cariño? Si aún te duele vamos a la clínica o llamo al médico
que venga y te visite, sabes que pagamos un suplemento y que te tiene que
atender un médico en casa.
Sin sacar las maletas, Francine llamó a la clínica Monacal que pertenecía a la
sociedad médica en la que estaban los dos.
—Espere un momento, por favor.
A los pocos segundos la recepcionista del hospital volvió a hablar con
Francine
—Oiga, por favor, si me da su número de teléfono la llamará el doctor dentro
de cinco minutos.
Después de hablar con el médico, le paso la información a Alfonso que
estaba más tranquilo porque se encontraba mejor.
—Cariño, si tienes que ir al baño o hacer lo que quieras, dentro de quince o
veinte minutos tenemos la ambulancia aquí.
—Vuelve a llamar y diles que mañana iré a la clínica, si es que no quiere
venir el médico.
—El médico no viene porque dice que tiene que hacerte un electro-
cardiograma que es lo más fiable en estos casos y en media hora habre-mos
salido de dudas. Me ha preguntado si te has mareado o has tenido nauseas y le he
dicho que no.
Francine preparó un pijama, una bata y ropa interior de Alfonso y se sentó a
su lado. A los dos minutos oyeron la sirena de la ambulancia que estaba delante
de su puerta esperando a que subieran.
210
Capítulo XII
Tarragona, marzo de 1996.
Elio se despidió en el piso de Adela y Antonia después de tomarse una
cerveza. Antonia lo acompañó hasta la puerta.
—Adiós, Antonia.
Levantó la voz con alarde de simpatía y como si quisiera mandarle un
mensaje de tranquilidad, se volvió a despedir de Adela desde la puerta.
—Adiós, Adela.
—Adiós —respondió ella simulando vergüenza desde el comedor.
Elio no daba crédito a lo que le estaba pasando, no podía pensar en otra cosa
que no fuera el beso y el achuchón con Adela. Salió del edificio y cogió el coche
que había dejado en zona azul y fue directamente a Montort, al bar de Berto,
para hacer un poco de tertulia antes de ir a cenar, el ego se le salía por las orejas,
el ego de machito.
Patricia cantando cerró la puerta y entró en el comedor donde la esperaba
Francine.
—¡La función comenzó, na na na!
Después animó un poco a Francine su amiga, dándole un abrazo.
—Venga, tonta, alégrate que esto, de la forma en que lo llevas, lo acabas en
menos de un mes.
—Ahora entiendo por qué dicen: «Subir cuesta poco, lo difícil es
mantenerse» y yo digo que empezar ha sido fácil, continuar, lo veo muy difícil,
no sé por qué digo estas tonterías, si tengo prohibido comerme el tarro.
211
Alma Retsem Klol
—¡Claro que sí, tía, joder!, a ver si resulta que te gusta más de la cuenta…
—Patricia, por favor, no continúes…
Patricia se apresuró a decirle que era una broma y que no pasaría más,
aunque sabía que Francine solo podía entenderlo como una broma que no le
gustó escuchar.
—Francine, perdóname.
Esta le puso la mano en la boca y Patricia dejó de hablar al instante.
Las dos se disculparon y se dieron un abrazo.
—El siguiente paso es hacer que tú lo vuelvas majareta diciéndole que ya no
quiero verle, pero que estoy locamente perdida por él.
—Tranquila, que mi parte funcionará a la perfección, es muy sencillo lo que
tengo que hacer. Tú te escondes que no te vea, yo le digo que te has ido a
Sevilla, cuando vuelvas ya no tendrás novio. Pero te es muy difícil mantener una
relación con un hombre casado y con hijos, no puedes destruir un matrimonio,
eres tan buena chica… y tienes tanto dinero, estás tan enamorada. ¡Y para
celebrar el comienzo, me voy a buscar el mejor vino que tengan en la tienda o
bodega de enfrente! Está abierta —dijo después de mirar por la ventana.
—Date prisa que cerrarán. Sube también leche que para mañana queda poca.
Cuando Patricia volvió al piso, encontró a Francine manoseando el móvil,
después de observar su cara y ver que estaba sería y preocupada le dijo sin
pensar y también con cara de preocupación.
—¿Qué pasa, Francine? Perdona, Adela.
—¡Ay, Antonia! Me ha llamado. Adivina…
—¡No jodas!, te ha llamado, supongo que no le habrás contestado…
—¿Tú qué crees? Soy tonta, pero…
—Vale, cariño, no te enfades conmigo.
—Cambio de planes, la cena de esta noche la guardamos para maña-na, me
visto y nos vamos a cenar y después al cine, o al revés, eso si te apetece.
—Pues sí, con la condición de que primero vayamos al cine.
—Acepto, pero tendremos que acelerar el ritmo.
—Eso tú, que pareces Sara Montiel, yo ya estoy arreglada, ya me ducharé
mañana.
212
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—A ver si nos echan del cine o del restaurante por guarras, bueno, por
guarra.
—Ja, ja, ja, venga, tía, espabila.
Durante la cena Francine decidió cambiar los planes para no esconderse
tanto.
—Toma, niña, apúntate el móvil del cerdo este —después de dictarle los
números, continuó con el plan—. Mañana, antes del mediodía, le llamas para
saber cuándo vendrá. Si viene el lunes me marcho mañana por la noche a Madrid
y cuando haya terminado me lo dices y volveré.
Antes pasaré por Barcelona para hablar con Canelón y ver cómo tiene lo del
chalet.
Elio estaba alrededor de una mesa del bar de Berto haciendo la habitual
tertulia de los domingos antes de ir a comer.
—Ni no ni no ni no…
—¡Anda, qué musiquita tan chula! Cuando sea importante también me
compraré un telefonillo de estos.
—Tú no tienes categoría para estas cosas.
—Míralo, el señor ejecutivo, pero si eres más ceporro que yo.
—Diga. Antonia ¡ah sí!, dime… Ahora salgo a la calle que tengo poca
cobertura… ¿Me oyes mejor?… Sí, yo también te oigo mejor, dime… ¿Cuán-do
empezaré? Pues mira quería empezar mañana mismo, como os dije, pero el
carpintero no tendrá el marco hasta el martes… El miércoles a las ocho en punto
de la mañana estaremos en el piso, el viernes estará todo acabado… Sí, el
carpintero también me ha dicho que si no termina el viernes lo acabaría el
sábado por la mañana… Oye, Antonia, ¿le pasa algo a Adela? Es que la llamé
ayer y hoy la he vuelto a llamar y no me contesta.
—No sé nada, me extraña que no te conteste y no entiendo por qué me ha
dicho que te llame yo. Tranquilo, que ya lo averiguaré. El miércoles a las ocho.
¿Vale, Elio?… Hasta entonces.
Antonia guardó el móvil en el bolso y continuó paseando con Adela por la
Rambla hasta llegar al Balcón.
—Pobrecito, cómo lo tienes, no tienes piedad. Cuando me ha preguntado si
te pasaba algo el tono de su voz era de súplica, suplicaba saber de ti.
—Yo también le supliqué y seguramente mi madre también le suplicó a su
padre. No me hagas caso tía, pero es que estaba pensando 213
Alma Retsem Klol
en mi madre y en aquellos momentos tan amargos, tampoco es malo que
busque más motivación para tener más fuerzas a la hora de la verdad.
—Claro que sí, el odio debe ser la energía que necesitarás en los momentos
clave.
—Antonia, ayer te lo quería decir y se me fue de la cabeza, tenemos que ser
más prudentes y cuando estamos solas nos tenemos que esforzar más en
llamarnos Antonia y…
—Adela.
—Muy bien. El martes por la tarde, tampoco quiero viajar de noche, si puedo
me iré a Madrid y si el viernes terminan procuraré estar aquí, aunque igual
vengo el sábado por la mañana, bueno, ya veremos. Pasaré por las zapaterías,
por las tres. El contrato con la nueva marca, de momento, solo lo probaremos en
Vallecas y según nos vaya lo ampliare-mos o no, lo dejaré en manos de Blanca y
cuando terminemos la función nos ponemos manos a la obra.
—Suponiendo que no se alargue esto más de tres meses, porque no podemos
empezar la temporada de invierno más tarde de octubre. Yo de ti procuraría
dejarlo atado estos días que estarás en Madrid, y si tienes que alargar la estancia
no pasará nada.
—¿Sabes qué estoy pensando? Aunque me sabe mal dejarte tantos días sola,
podría ir mañana a Madrid y estar toda la semana…
—No se hable más, vamos paseando hasta la estación y cogemos el billete.
El miércoles a las ocho y cinco minutos de la mañana, Antonia abrió la
puerta del piso.
—Buenos días, chicos, perdonad mi estado, pero es que no me ha sonado el
despertador y menos mal que tenía la puerta abierta de la habitación, que si no,
ni oigo el timbre. Toma, Elio, te doy la llave por si tenéis que subir algo más.
Mientras, voy a lavarme la cara.
—Tranquila, Antonia, haz lo que tengas que hacer que nosotros nos
apañamos. Se quedan Juan Manuel, que ya le conoces, y el chico, que se llama
Fermín, vigílalo que es un poco gamberro.
—No me lo creo. Fermín, tienen más cara de gamberros ellos que tú.
¿Verdad que tengo razón?
—Más que un santo, que se dice.
214
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Venga, tío, sube todo lo que hemos dejado en la acera. Tú defiéndelo que
ya verás el Fermín como las gasta. Vamos, Juan Manuel, que te enseño lo que
hay que hacer y me voy a dejar las baldosas a Pepe. Después os traeré el marco.
Antonia, la llave la tiene Fermín.
—Muy bien, venga, hasta luego. —Antonia entró en el baño pensando en la
cara que puso Elio varias veces al querer preguntarle por Adela, aunque al final
no lo hizo.
Al salir Elio a la calle, Fermín le dijo:
—Anda que no está buena la tía.
—Pues verás cuando llegue la otra.
—¡Qué bien!, una para Serrat y otra para mí. Tampoco me mires así,
¡ja, ja, ja!
Antonia, ya arreglada y pintada, se fue a la habitación donde estaban albañil
y peón para ofrecerles un café. Mientras se lo preparaba, Fermín repitió el
comentario:
—Tío, no veas cómo está esta tía de buena y de guapa.
—Cuando veas a su amiga, te caerás de culo.
—Tú también, estás igual que el jefe.
A las doce llegó Elio con el marco. Llamó a Fermín para que le ayudara a
subirlo.
—Menos mal que estamos en un primer piso.
—Y menos mal que el marco pesa poco.
—También es verdad.
Estaban entrando en el piso con el marco, cuando Fermín le dijo a Elio:
—Oye, Elio, me muero de ganas de ver a la otra tía, es que Serrat me ha
dicho lo mismo que tú.
—Tío, no hables tan alto que te oirán, ¡joder!
—Tranquilo que no hay nadie, no soy tan gilipollas, Antonia ha salido a
comprar y Adela está en Sevilla. ¿O no se llama Adela la otra?
—Sí, Adela, eres como una puta fisgona, lo sabes todo.
—Y sé cuando volverá, pero ahora por llamarme puta fisgona no te lo diré.
—Tranquilo, me lo dirá Mediterráneo.
—Ja, ja, ja, él no lo sabe, solo lo sé yo, el más tonto.
—O me lo dices o te arranco la cabeza.
215
Alma Retsem Klol
—Vale, mira me has roto un botón, ahora se lo diré a mi madre. Vendrá el
sábado, Dios mediante.
—Si no hubieras sido tan capullo no te hubiera roto el botón, venga, toma
quinientas pelas y te vas a buscar tres cervezas. Si no tienen frescas en la tienda
que hay al otro lado de la calle subiendo hacía la Rambla, compras en el bar,
latas.
—Te perdono lo del botón, no se lo diré a mi madre, ¡ja, ja, ja!
Elio se moría de ganas de hablar con Antonia y saber algo de Adela, al final,
y debido a que no podía esperarla más tiempo por compromisos de trabajo,
pensó que con la excusa de habérsele olvidado cualquier herramienta
imprescindible, volvería después de la jornada de trabajo, así estarían solos y
podría averiguar algo de su amiga, a quién no podía sacarse de la cabeza.
Antonia estaba haciendo buenas migas con los dos chicos con el ob-jetivo de
husmear en la vida de Elio. Había comido con ellos en un restaurante de menús
para currantes, cercano. Satisfecha al conocer detalles de Elio, mientras volvían
al piso le sonó el móvil. Al ver que quién la llamaba era Adela, se despidió de
los chicos.
—Escuchad. Tenéis llave del piso, ¿verdad?
Fermín se metió la mano en el bolsillo del pantalón y le enseñó la llave a
Antonia mientras se alejaban de ella, diciéndole a Juan Manuel.
—Tranquilo, Mediterráneo, el polvo de la siesta se queda atrás, tenemos…
unos doscientos cincuenta metros para encontrar sustituta.
—Estás de suerte, acabo de ver cuál será la tuya.
—Yo también, la de la derecha de los leotardos negros, esa será.
—La que yo digo es la que tienes en el bolsillo.
Fermín saco la mano con la llave enseñándosela a Juan Manuel.
—¿Qué quieres decir?
—Sin la llave, ja, ja, ja.
—¡Qué cabrón!, y yo pobre de mí pensando que me decías algo relacionado
con la Antonia esa.
Antonia contestó al teléfono.
—Hola, cariño, hace dos días que no me llamas, menos mal que en el móvil
puse Adela, te juro que te iba a llamar Francine, dime, chata.
¿Cómo tienes lo de las zapaterías?
216
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Bien, pero eso ya te lo contaré, soy yo la que quiero saber cómo lo tienes
tú. ¿Qué?, ¿sabes algo?
—Nada, pero estoy convencida que hoy o mañana me hablará porque he
notado en un par de ocasiones que me iba a preguntar por ti, pero estaban los
otros dos y él querrá profundizar tanto como pueda, si no, ya lo verás. ¿Tienes
algo que hacer hoy que sea un poco especial?
Vale, pues hoy o mañana te llamo, siempre y cuando sea antes de las doce de
la noche, un coito puede tener efectos secundarios, sobre todo el de acordaros
inmediatamente de mi madre.
—Qué graciosa, déjate de tonterías y escucha, me ha llamado Canelón y me
ha dicho que tiene todo lo del chalet en regla, que ya es nuestro, bueno, mío, que
mañana te dará las falsas escrituras porque este fin de semana no estará en
Barcelona, las metes en… ya sabes.
—Nena, que ya sé quitar y poner dos tornillos, eh. Oye te he dicho que no sé
nada que me haya dicho él, sé un poco más y sabré más esta tarde, pero no por
su boca. ¿Me entiendes? Los dos obreros me cuentan cosas interesantes, sobre
todo el chaval, el peón.
—Bueno, Antonia, te dejo que estoy a punto de hablar con Blanca, hemos
quedado para comer juntas. Después pasaré a visitar a mamá.
No te preocupes que le daré recuerdos de tu parte, mañana por la ma-
ñana quiero ir a visitar a Alfonso.
—Para tu madre, doce rosas rojas y seis claveles blancos y para Alfonso, un
manojito de margaritas y una sola rosa en el centro.
—Te dejo. No sé porque me dices lo de las flores, mira, ya estoy llorando,
tonta, y no quería hacerlo hasta más adelante. Haré todo lo posible por llegar el
viernes por la tarde, si no puedo, iré el sábado, esta vez no tengo ganas de viajar
de noche. Venga, tonta, hasta mañana si me llamas.
—Adiós, cariño, mua.
A las ocho de la noche Antonia abrió la puerta del portal a Elio y después la
del piso.
—Hola, Antonia, perdona que te moleste a estas horas, pero es que necesito
la maquinita de cortar baldosas mañana a primera hora y la otra que tengo la
están utilizando.
—Pasa, estás en tu casa, Elio —«Y muy pronto hasta será de tu propiedad»,
pensó Patricia—. Me iba a tomar una cerveza. ¿Me acompañas?
217
Alma Retsem Klol
—No, de verdad que no puedo, pero te propongo que bajes conmigo y te
invito en el bar de enfrente, así podré invitarte, tomarme una cerveza
tranquilamente y, de paso, vigilar el coche que lo tengo justo delante en doble
fila. Con tantas cosas no me podrás decir que no me acompañas.
—Tienes razón, cojo la chaqueta y bajo, lo digo por si quieres adelan-tarte
que no tengas el coche que estorbe.
—Te espero, total, serán dos segundos más.
—Pues venga, vamos, ya estoy.
Bajaron por las escaleras, llegaron al bar y se sentaron en la primera mesa
que estaba debajo del ventanal desde donde Elio veía su furgoneta con los cuatro
intermitentes encendidos.
Habían hablado de lo típico durante el trayecto, del tiempo. Cuando
estuvieron sentados y con las dos cervezas Elio fue directo al grano.
—Bueno, Antonia, no tienes miedo de estar sola en una ciudad desconocida,
porque Adela no debe estar, por lo que veo.
—Adela no está, pero he quedado con Juan Manuel que vendrá a hacerme
compañía hasta que vuelva Adela.
—Estarás bien, podrás tener música en vivo y en directo, por supuesto, ja, ja,
ja.
Antonia también respondió con unas tímidas risas y continuó con el tema.
—Lo que decías de Adela, está en Sevilla y supongo que vendrá el sábado o
el viernes. No sé si tú sabes lo del chalet de Montort, si te ha comentado algo.
—Sí. ¿Qué pasa?, ¿que lo compra?
—Si no lo entendí mal, lo ha comprado. Lo que pasa es que no sé desde
donde llamaba pues a cada momento se cortaba la comunicación y, además,
muchas palabras no se entendían. Estos móviles a veces son como una mierda, la
verdad.
—Tienes razón, pero es porque hace relativamente poco tiempo que han
empezado a funcionar. ¿Qué hace? Un año o un poquito más…
—Más o menos, pues eso que te decía, que tendrás algún trabajillo en el
chalet, supongo. Al menos Adela me dijo que quería tapar, bueno, cubrir una de
las dos terrazas que tenía y hacer una barbacoa en el jardín, esto de inmediato,
me dijo.
218
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Pero a lo mejor da el trabajo a otro contratista que no sea yo.
—Eres el único que conoce, ¿por qué tendría que hacer esto Adela?
Después de una sonrisa ingenua y picarona a la vez, Elio comentó como
quién no quiere decirlo:
—¡Yo que sé! Hay muchos albañiles. A lo mejor está enfadada conmigo por
algo, ¡yo que sé!
Antonia decidió saltar a la yugular de Elio, la presa se había acercado tanto a
la trampa que solo le faltaba un pequeño empujoncito.
—Antonia, pido otra cerveza.
—¡Uy!, bueno, pide, esta la pago yo. Piensa que con otra cerveza pierdo la
vergüenza.
—Ni hablar, he dicho que invitaba yo, faltaría más.
Elio se levantó de la silla, con dos pasos se colocó delante de la barra, pidió
dos cervezas y las llevó él mismo a la mesa. Antonia dio un buen trago directo
de la botella y pasó al ataque.
—Que conste que te he avisado, ahora, bromas aparte, te voy a preguntar con
toda confianza, a ver, me refiero a que si te pregunto algo que no me quieras
decir o que te molesta, te ruego que me lo digas claro y tan amigos.
—No me asustes, ¿qué es lo que me quieres preguntar? —dijo Elio
sabiéndolo y deseándolo con toda su alma.
—Sin rodeos ¿Entre Adela y tú ha ocurrido alguna cosa que yo no sepa? No
es de mi incumbencia, pero es que la conozco mucho y jamás se había
comportado así de rara conmigo. Me dijo que te llamara yo, se marcha de un día
para otro, vuelve cuando habéis terminado la obra, porque, según tú, el viernes
habréis acabado.
—Sí, el viernes acabamos al mediodía o a media tarde.
—Vale, pero deja la obra, contéstame a lo que te pregunto, porque veo la
cara que pones y sé que ha pasado algo.
Como aquel que no quiere contar sus intimidades por vergüenza y al mismo
tiempo pedir confidencialidad, Elio se desmelenó ante Antonia.
—Mira, Antonia, te voy a contar, el sábado, cuando vine a tomar las medidas
del marco del armario, el momento en que nos quedamos solos que tú habías
salido a comprar cervezas y no sé qué más, sin darme cuenta, te lo juro, nos
encontramos dándonos un beso apasionante. Al llegar tú, se acabó y me dijo que
la perdonara, que esto no volvería a 219
Alma Retsem Klol
suceder jamás. Yo le dije que también me perdonara ella, pero se empe-cinó
en que toda la culpa había sido suya.
—En esto le doy la razón a ella, los hombres tenéis, la mayoría, el sexo como
primordial y con una chispita ya os quedáis ciegos y no po-déis ver otra cosa.
Moviendo la cabeza con cara de resignación Elio se desplomó ante Antonia.
—Jamás me había pasado algo parecido con una mujer, no me la puedo
quitar de la cabeza. Ya sé que estoy casado, pero te juro que no puedo, estoy
enamorado como un adolescente, si supiera donde vive en Sevilla, mañana
mismo iría a verla.
—Ahora lo entiendo. Creo que ella debe estar igual que tú. Con esto no te
quiero decir que quiera nada contigo, pero, no sé, no sé. No sé si debería
decírtelo, ayer rompió con su novio y te juro que no estaban para nada mal, si no
todo lo contrario, no lo entiendo. Yo solo puedo decirte que si quieres cualquier
cosa no dudes en decírmelo. Sobre todo, Elio, si llegáis a hablar de lo vuestro, tú
y yo jamás hemos tenido una palabra.
—Antonia, tranquila, tú y yo jamás hemos tenido más de dos palabras. Ya
que me das toda la confianza, o me la cojo yo, como lo quieras llamar, te quiero
preguntar, más bien consultar, una cosa. Dices que el sábado estará aquí y resulta
que es el día que quería venir yo personalmente a pintar, porque en un par de
horas lo hago, además, le dije a Juan Manuel que hiciera el yeso un poco más
fuerte por este motivo, pero si tú me dices que es mejor que no venga, hago venir
a otro.
—Eso yo no lo sé. Pero tú tienes que hacer lo tuyo, además, algún día u otro
os tendréis que ver. De todas formas, te prometo que si yo sé algo te llamo y te
pongo al corriente. Vete tranquilo que antes de que llegue nos acabaremos de
poner de acuerdo en el tema del espionaje.
—Ja, ja, ja, debes pensar que soy un gilipollas, con la edad que tengo.
—El amor tiene eso, que siempre es joven, además, tú eres joven,
seguramente no tienes los cuarenta, eso de jóvenes y viejos era antes.
—Cuarenta y cuatro el año que viene, las dos sillas, esto quiere decir que ya
uno se empieza a cansar —acabó diciendo mientras se levantaba y se reía.
220
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Antonia también se levantó y le dijo que se fuera, que ella se quedaba porque
había visto unas tapas que le decían «cómeme, cómeme», y no tenía ganas de
hacerse ningún plato por sencillo que fuera. Esperó a que arrancara la furgoneta
de Elio, y al primer movimiento del coche le faltó tiempo para tener el móvil en
la mano y llamar a Adela.
Después de ponerse al corriente las dos, una de los negocios y la otra del
amor, se despidieron quedando en que Adela seguramente llegaría el viernes
muy tarde, supuestamente en el Talgo de las tres de la madrugada.
El sábado, a las diez de la mañana, Elio llamó al piso. Llevaba consigo un
par de brochas y un bote de pintura blanca, el color de la habitación.
Antonia le abrió la puerta, le hizo pasar al recibidor, cerró la puerta y,
hablándole muy bajito, se disculpó por no haberle llamado dándole unas obvias
excusas.
—¿Verdad que no harás mucho ruido, Elio?
—En absoluto, además en una hora, no mucho más, habré terminado. Eso sí,
por la tarde volveré otra horita y ya no volveremos a ensu-ciarte el piso.
—Si no vas a necesitar nada, me vuelvo a la cama, cuando estés te vas sin
decir nada. ¿A qué hora volverás por la tarde?
—Cinco y media, seis —dijo con una notoria apatía, inseguridad y desánimo.
Antonia le dedicó una sonrisa y una mirada de ayuda. Le cogió de la solapa
de la camisa para acercar la oreja a su boca.
—Vendrás a las siete, yo no estaré. No te diré que la cosa está para tirar
cohetes, pero tampoco tienes que estar tan desanimado. Piensa que tanto el
ánimo como el desánimo se contagian, así que, alegra la cara, hombre. Me creías
capaz de no decirte nada de lo que más te interesa.
Con estas palabras hizo salir a Elio una sonrisa del alma. Al cabo de una hora
y media, el hombre cerró la puerta del piso de golpe.
A las dos las amigas salieron a buscar un restaurante. Mientras co-mían
planificaron el comienzo de la gran aventura.
—Adela, solo hemos hablado de lo más sencillo, enrollarte un tío. Yo no me
he acordado pero tú no me has preguntado nada del chalet.
—Pues dime tú, hija mía.
221
Alma Retsem Klol
—Tienes todos los documentos en tu mesita de noche, también dos juegos de
llaves de la verja, el garaje, entrada del chalet y la puerta principal. Las escrituras
son falsas, los papeles auténticos están en manos de Canelón que me dijo que un
día de esta semana hablará contigo y que necesitaba pasta.
—Como esto se alargue más de tres meses, será la ruina.
—Tía, te estás volviendo tacaña.
—Es broma, tonta, pero déjate, que si en lugar de durar tres meses, dura seis
o siete, igual hablamos en lugar de diez kilos, de más de veinte y, la verdad, no
tengo ganas de ganar ni un duro, pero poder perder veinte kilos…
—Tan segura tuviera yo la lotería como de que no vas a perder ni un duro.
¡Ay, tacañona! —dijo Antonia mientras le hacía una caricia a su amiga con la
mano pellizcándole la mejilla.
A las siete de la tarde y un minuto Elio estaba delante del piso de Adela.
Parecía haber salido de la tienda de ropa y de la perfumería, nadie hubiera dicho
con aquel aspecto que iba a pintar.
—Ding, dong.
—Sí, ya voy.
Adela abrió la puerta sin tener ensayado qué papel tenía que hacer.
Al encontrarse delante de Elio no se le ocurrió otra cosa que…
—Hola, Elio. ¿Qué tal?, ¿cómo estás? —Le dio dos besos tan cariñosos que
con lo cagado que él iba, se quedó como un flan.
—Hola, Adela, yo bien. ¿Y tú qué?, estarás cansada del viaje, ¿no?
—Pues, un poco… pero con el sueño de esta noche me he recuperado
bastante. Oye, no me dirás que vienes a pintar tan elegante.
—Tenía que venir a pintar, tal como quedé esta mañana con Antonia, pero
esta tarde se me han complicado las cosas con un cliente y me era imposible
venir. Total, que al final no ha habido cita con él y, como ya estaba en Tarragona,
he decidido dejar lo del piso listo, tengo el mono de trabajo en la habitación, en
media horita acabo. ¿Y Antonia?, ¿no está?
—No, se ha ido hace cinco minutos, tenía que pasar por dos o tres tiendas.
Eso quiere decir que hasta que no cierren no volverá, ja, ja, ja.
Acabo de vestirme y voy a verte. Si necesitas algo, me llamas.
—No necesito nada, gracias.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
Adela se vistió con la falda más corta que tenía, después se perfumó con el
perfume francés que tenía para las grandes ocasiones y se fue a la nevera para
coger dos cervezas y tomarlas con Elio.
—¿Aún no terminas?
—¡Joder, no te había oído!, pero te juro que me iba a girar en el momento en
que me has hablado. No sé qué perfume llevas, pero seguro que es de los caros,
huele que no veas, creo que no había olido nunca algo tan bueno. Cinco minutos
y ya puedes abrir la cerveza.
Dio dos pases y se fue a la cocina a limpiar la brocha, tapó el bote, se quitó el
mono y lo dejó todo preparado para irse.
—Ves, ya está, ahora solo falta el carpintero que al final no ha podido y
vendrá la semana que viene, y todo listo. Cuando acabe te traeré la factura.
—Vamos al comedor, al menos nos podremos sentar que aquí no hay ni una
silla. Igual te entretengo y tú tienes prisa.
—No, que va, los sábados cenamos tarde, aún no son ni las ocho.
— Mientras pensaba «¿no sabes cómo me podrías entretener?» y miraba las
largas piernas vestidas con medias negras transparentes que estaban delante de
él, erguidas, mientras el resto del cuerpo estaba agacha-do buscando un cenicero
en el último cajón, que estaba casi en el suelo en el mueble del comedor.
—Al menos este está limpio, pensarás que somos un poco, bastante, guarras,
ja, ja, ja —dijo Adela.
Encendieron el cigarrillo y se sentaron en el sofá, uno al lado del otro. Entre
las piernas y el escote liberado por un botón menos, Elio estaba como una moto.
Adela dijo:
—Ahora que me acuerdo. Había un chalet en tu pueblo que me interesaba y
la semana que viene será mío, si no se tuerce nada. Creo que tendré las llaves
dentro de dos días. Cuando las tenga me echarás una mano para ver como está,
me refiero a que no haya alguna cosa para arreglar urgente, lo demás que quiero
hacer no importa que pase un tiempo. Me lo lleva todo un abogado de Barcelona
al que conocí casual-mente. Te quería preguntar si conocías a los albañiles,
bueno a la empresa que construyó el chalet, si sabes si trabajaban bien.
—Es una empresa de Tarragona, no les conozco, pero lo poco que sé es que
no trabajan mal.
223
Alma Retsem Klol
Se creó un silencio que iban alargando entre sorbos de cerveza y caladas de
cigarrillo, hasta que Elio se atrevió a romperlo después de cruzarse alguna
mirada muy deseosa con Adela que, con la postura que había adquirido, con su
rodilla tocaba su pierna, que en ningún momento él había retirado, si no todo lo
contrario. Aquel contacto directo e insignificante le parecía un abrazo. Indeciso,
con la voz muy baja de tono, casi tartamudeando y sin mirarla dijo:
—Adela, no sé si hago bien o mal pe… pero lo que pasó el otro día…
Ella se encomendó a Dios, cerró los ojos después de ponerle la mano en la
boca mientras que con la otra en el cuello le acercaba su cara hasta que los labios
se tocaron, convirtiéndose las palabras en besos tan apasionados que, para Elio,
parecía que todo el mundo se hubiera para-lizado y no existiera nada más que
aquel momento. Pasados quince o veinte minutos, medio desabrochados, ella se
levantó y cogiéndole la mano hizo que él la acompañara hasta la puerta del piso
sin dejar de besarse. Cogió la llave del bolso que tenía en el mueble del
recibidor, la introdujo en la cerradura y le susurró al oído:
—Es por si viene Antonia a molestarnos. —Se dedicaron unas sonrisas y se
fueron a la habitación.
Después de dos polvos como dos soles, vieron que el reloj marcaba las nueve
y media.
—¡Joder, qué tarde! —dijeron los dos casi a la vez.
—Adela…
Ella no dejó que continuara hablando, le volvió a tapar con la mano la boca y
se acercó a su oreja para susurrarle con toda la sensualidad que sabía expresar:
—Por favor, Elio, no sé lo que ha pasado, lo que está pasando y, mucho
menos, lo que va a pasar, pero te pido que no digamos ni una palabra.
Se volvieron a besar una y otra vez mientras se iban vistiendo. Elio cogió el
mono, el bote de pintura y la brocha y volvió a la habitación para despedirse con
un beso interminable.
Antonia estaba sentada en el bar de enfrente tomándose tranquilamente una
cerveza. La luz del comedor indicaba que aún no podía subir al piso. Pagó y al
volverse vio que la luz se había apagado. Se dio prisa 224
Haré que jamás puedas vivir sin mí
por salir para poder encontrarse con Elio. Este estaba a cuatro pasos del
portal cuando oyó que alguien hacía:
—Psss…, psss…
—¡Ah, hola, Antonia!, ya decía yo que oía alguna cosa.
—No te entretengo, que es tarde, supongo que al menos habréis hablado,
porque hace casi una hora que he subido y me he encontrado con la puerta
cerrada. He llamado al timbre, eso sí, no he insistido y me he tomado una
cerveza ahí enfrente, donde estuvimos el otro día.
¿Dime algo, sí o no?
—Antonia, te juro que no hay palabras.
—¡Uy, qué mal te veo!, mejor dicho, ¡qué mal os veo! Adiós, guapo.
—Adiós y tranquila, ya hablaremos tú y yo.
Antonia subió al piso, abrió sin ningún inconveniente, llamó a Adela sin
obtener respuesta, fue directamente al baño y llamó para no asus-tarla al abrir.
—Sí, estoy aquí —respondió Adela.
Antonia entró en el baño y dijo:
—Hola, cariño. ¿Quieres que vaya a buscar algo para cenar? Si no tienes
ganas de salir.
Francine apartó la cortina de la ducha y con cara de asco, le mostraba como
se limpiaba y se frotaba las partes íntimas con la esponja llena de jabón.
—No, guapa, no vayas a buscar nada, tengo muchas ganas de salir.
—Vale, no he dicho nada.
Cuando Adela terminó de ducharse se fueron a cenar y luego tomarse unas
copas que, sobre todo a Adela, le hacían mucha falta. A las tres de la madrugada
salieron del último pub para dar la fiesta por terminada.
—Por fin en nuestro hogar, creo que ya no estamos para estos trotes, solo
pienso en la resaca que tendré mañana, bueno, hoy cuando me levante —dijo
Antonia.
—Es que tú, tía, cuando ves el Chivas te conviertes en una esponja.
¡Joder si llegas a ser tú la que necesitas unas copas!
—Eso es porque me pongo en tu piel, me solidarizo contigo.
—¡Con la botella te solidarizas tú, borracha!
—¡Joder cómo eres!
—Es que yo se beber como un hombre, que no te enteras, ja, ja, ja.
225
Alma Retsem Klol
—Dejemos las tonterías y hablemos de la estrategia a seguir, aunque me
vuelvas a llamar borracha, me apetece una cerveza.
—Saca otra para mí, ahora soy yo la solidaria.
Sentadas en el sofá se tomaron las cervezas y se fumaron un par de
cigarrillos. Antes de caer en la cama repasaron la estrategia.
—Lo único que sé con certeza es que ya no puedo estar que si sí, que si no.
Aunque tú ya sabes lo gilipollas que son los tíos, que a veces prefieren un penco
difícil que una exquisitez fácil.
—Es verdad, son tan tontos que les gusta creer que son ellos los que manejan
el mundo a su antojo.
—Pensando en Alfonso, no puedo creer que no haya excepciones.
—Faltaría más que a estas alturas no hubiera muchas excepciones como la de
Alfonso: inteligente, maduro, es la combinación perfecta. Y
buena persona, aunque lo de buena persona diría que va en consonan-cia con
la inteligencia.
—Dejando excepciones aparte, estoy de acuerdo, son muy tontos; está mal
que lo diga yo, ja, ja, ja pero es así. Antonia, que a ti también se te están
cerrando los ojos y nos hemos desviado del tema. Espero que esta mañana o al
mediodía me llame o me mande algún mensaje, si lo hace haré lo posible para
que venga, lo demás te lo imaginas y piensa dónde irás por la tarde tu solita.
—Te equivocas, porque solita no pienso ir a ninguna parte, el marido de
María Auxiliadora trabaja hasta las dos de la madrugada, así que la llamaré para
ir a dar una vuelta con ella. Otra cosa, antes de que me quede dormida, si no te
llama él, ¿me dejarás que me ocupe yo de que te llame?
—Por supuesto, eso lo daba por hecho.
—Vale, como no decías nada… Levantamos la sesión.
—Buenas noches, cariño. —Se dieron un beso y un abrazo como si se
despidieran para un largo viaje.
Elio intentó llamar a Adela a las doce, a la una, a las dos y después de comer
a las tres y media, pero solo había podido escribir el número, a la hora de llamar,
se había rajado cada vez. La última vez fue en el bar de Berto.
—Elio, ¿qué te pasa? Parece que estés un poco atontado, es la tercera vez
que te pregunto qué quieres y no me contestas.
226
Haré que jamás puedas vivir sin mí
«Si lo supieras», pensó Elio.
—Perdona, Berto, es que estoy pendiente de una llamada que, por desgracia,
no se producirá, ponme un cubata de ron, café ya he tomado.
El corazón le dio un vuelco cuando oyó la música de una llamada y se quedó
casi sin respiración cuando vio que era Antonia quién le llamaba. En dos
zancadas se plantó en medio de la calle, mirando de reojo antes de contestar
hacia su casa, no fuera que su mujer estuviera en el balcón o en la ventana.
—Dime, Antonia, qué quieres… Sí, estoy solo, en la calle delante del bar de
Berto, puedes hablar tranquilamente.
—Tranquilamente no —dijo Antonia—, porque si se entera Adela igual me
mata. Puede que me meta donde no me llaman. ¿Te ha llamado ella?… No, pues
llámala tú, si me equivoco lo siento mucho, pero te digo lo que realmente pienso,
otra cosa es que la cague… Elio, te tengo que dejar porque creo que ha vuelto al
comedor, yo estoy en el balcón, adiós, ya hablaremos.
Antonia cortó la llamada y le dijo a Adela que la tenía enfrente.
—Lo ves, tonta, todo solucionado.
No pasaron dos minutos antes de que Elio la llamara. Adela le dedicó una
media sonrisa y una mueca a la vez a Antonia y se fue a contestar a su
habitación.
—Dime, Elio, cariño.
—Hola, Adela, tenía muchas ganas de hablar contigo para saber cómo estás.
—Tengo muchas ganas de verte, Elio. Por favor, ven ahora a verme, si
puedes, claro, te estoy esperando.
—Ahora mismo voy, Adela, no creo que tengas más ganas de verme que yo a
ti.
—Elio, antes de subir al piso me llamas. Si Antonia no se ha ido a la playa le
daré una excusa y nos iremos a un hotel. Hasta ahora y, por favor, no corras con
el coche.
Salió de la habitación y se dirigió a Antonia.
—Nena, espabila, en media hora lo tengo aquí.
—No te preocupes, no necesito más de diez minutos para desaparecer, me
llevo el coche y dos horitas las pienso pasar en la playa.
—Lárgate lo antes posible, porque me das envidia.
227
Alma Retsem Klol
—Si hay poca gente, me pondré en topless, después te enseñaré los pechos
morenitos.
—Guarra indecente.
Elio se fue a su casa, se lavó los dientes y se puso medio kilo de desodorante,
después le puso la excusa de unos clientes a Olga, su mujer, y se marchó como
una flecha en busca de Adela.
A las nueve de la noche se levantaron de la cama Elio y Adela. Ha-bían
dialogado muy poco.
—Perdona que me vaya tan deprisa, Adela, pero son más de las nueve. Me
han pasado estas casi cinco horas como si hubieran sido cinco minutos.
—A mí también, amor mío. Una cosa, Elio, por favor, ni una palabra a
Antonia de lo nuestro, si la cosa va a más cuando me parezca se lo cuento.
Estaba él tan entregado que estuvo a punto de decirle que Antonia lo sabía.
Ante aquel amor tan puro y en el que estaba tan atrapado, le parecía injusto una
mentira, aunque fuera de poca importancia. Un poco por el tiempo, que era
tarde, y un poco por miedo a cagarla, no dijo nada.
* * *
A los dos meses, Adela y Antonia se instalaron en Montort en el chalet. Adela y
Elio estaban tan enamorados que solo deseaban compartir sus vidas como una
pareja cualquiera. Elio estaba cegado por ella y aún más cegado por su dinero.
Antonia se había ocupado de hablarle de eso y de los negocios de Sevilla, que
eran lo más importante, una pequeña inmobiliaria de la que ella también era
socia, aunque con una participación económica muy por debajo de la de Adela.
Habían comenzado con las reformas del chalet, esto hacía que se pudieran
ver con toda tranquilidad, aunque la mayoría de veces aprove-chaban para su
intimidad el piso de Tarragona.
Durante un mes en Montort, la relación de ellas dos con Berto y Luisa se
había convertido en una buena amistad. Adela sabía que Juan el de la Paca había
fallecido dos años atrás y que Rosita era muy mayor, pero que estaba bien. Aún
no había coincidido con ella en la calle y no quería 228
Haré que jamás puedas vivir sin mí
hacerlo, porque sabía que lo pasaría mal por no poder abrazarla y decirle
quien era. Un día, después de haberse tomado un cortado en el bar de Berto,
salió casi corriendo a buscar pan y al volver, antes de doblar por la calle
principal para coger el callejón, se cruzó con Rosita que bajaba de la calle de
enfrente. La mirada de aquellos ojos azulados la identifi-caban y después del
«buenos días, señora» no había duda. Ella le había dedicado unos «buenos días»
casi indescifrables por la emoción y una sonrisa que parecía más una especie de
mueca. Antes de llegar a la calle del bar se detuvo en el umbral de la puerta de
un patio que la escondía un poco, sacó el pañuelo del bolso y se secó las
lágrimas, hizo cuatro respiraciones acompasadas y se dijo a sí misma: «Ya está,
todo controlado» y volvió al bar donde Luisa la notó extraña.
—¿Te pasa algo, Adela? Es que te veo mala cara y cuando una es tan guapa,
enseguida se le nota.
—He llorado un poco, me acaban de llamar desde Sevilla que un primo mío
ha tenido un accidente y está muy grave, después, por la tarde, llamaré a ver que
pasa. Si a las dos no estamos Antonia y yo aquí, nos guardas zarzuela para la
noche que si no es en el bar nos la comeremos en el chalet. Hazme otro café, por
favor, y me pones media copita de whisky que necesito un trago.
Se lo tomó de un golpe y se fue rápido en busca de Antonia que la estaba
esperando en el piso de Tarragona.
—¡Antonia!
—Estoy aquí, en el comedor.
—Vale, es que pensaba que aún no habrías salido de la peluquería.
¿Qué ha sido ese golpe?
—No te asustes, es María Auxiliadora que dijo que si no venía ayer por la
tarde vendría hoy por la mañana, creo que ya acaba.
Adela fue a saludar a María y regresó.
—Nena, hoy me voy a lanzar de todas, cuando se vaya María hablamos.
María Auxiliadora abrió la puerta del comedor y se despidió.
—Adiós, María, acuérdate del lunes.
—No se preocupe, antes se olvidaría usted que yo, ja, ja, ja.
Después se oyó el golpe de la puerta al cerrarse.
—¿Qué pasa el lunes o es cosa vuestra?
229
Alma Retsem Klol
Es cosa nuestra, pero por ser tú te lo voy a contar. Esta mañana me he podido
arreglar con el autobús, pero aunque sean dos, tres o cinco meses, me voy a
comprar un coche de segunda mano baratillo y le he dicho a María, que vi que
llevaba un coche bastante «cacharra» que, como probablemente, no me quedaré
aquí mucho tiempo, el coche lo pondré a su nombre y después se lo daré el día
que me vaya.
—Bien hecho, podríamos incluirlo en nuestro presupuesto.
—No, esto es un regalo mío a María.
—Lo que tú digas. A lo que íbamos, el próximo día que hables con Elio le
comentas que sabes todo porque te lo he contado yo. Lo que le tienes que decir
lo dejo en tus manos, bueno, en tu boca.
—Pobrecillo, cómo va a sufrir por esta pobre chica que tengo delante.
—Calla y escucha que tendrás que saber lo que le diré esta tarde. Es una
jugada para avanzar tiempo, cada vez veo más difícil hacerlo antes de cinco
meses, por decir un plazo, si me pongo a pensar que la cosa puede durar un año,
es que me puede dar algo.
Acabaron de hablar a la una del mediodía. Antonia miró el reloj y después de
un resoplido dijo:
—¡Joder!, tendré que coger un taxi, el autobús acaba de salir.
—Toma las llaves del coche, no está en el garaje, está en la Rambla, a veinte
metros de la esquina en dirección al mar, a la izquierda. A las dos viene Elio,
hemos quedado para comer juntos. La tarde te la puedes imaginar, sonrisas y
lágrimas. Pasas por el bar de Berto que Luisa te dará la zarzuela que nos la
comeremos esta noche o mañana, ya veremos, es que he quedado así con ella.
—Pues yo igual como en el bar. Berto me recuerda a Alberto, entonces
pienso en mi Alberto. Hoy he hablado con él y hemos quedado en que cogerá un
día de vacaciones el miércoles que viene y nos encontraremos en Zaragoza,
iremos a un hotel y haremos una maratón en la cama. Mi novio es un poco
ignorante. Me ha dicho que una no, que haremos al menos cinco o seis
maratones. Cuando le he dicho que una maratón son unos cuarenta y dos
kilómetros me ha dicho que eran muchos, que haríamos alguna menos.
Después de parar de reír, Adela le confesó que aquella misma maña-na había
pensado hacer esto mismo con su novio Óscar.
230
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Antonia se fue a la Rambla, montó en el Laguna y se dirigió deprisa a
Montort y allí al bar de Berto para poder ver a Elio antes de que se marchara
para comer con Adela.
Cuando estaba a un kilómetro del pueblo miró el reloj y pensó. «Si ya se ha
ido es igual». Al dejar la carretera y subir por la primera calle donde estaba el
bar, en el mismo cruce, se encontraron el Laguna y la furgoneta de Elio. Los dos
cristales de las ventanillas del conductor se bajaron a la vez.
—Qué susto me has dado cuando he visto el coche de Adela.
—¡Claro, como que te vas a comer con ella!
—¿Cómo lo sabes?
—Aparca el coche aquí debajo, doy la vuelta y vengo, tranquilo, se-rán dos
segundos.
Enseguida el Laguna paró detrás de la furgoneta en la calle sin asfal-tar que
había por detrás de la urbanización que estaba pegada al pueblo.
—No, no bajes del coche, Antonia. A ver, dime. ¿Qué pasa?
Recodado en la puerta del Laguna con media cabeza dentro, escuchó con
toda atención a su celestina Antonia.
—Hola, Elio, ya sé que vas justo de tiempo, solo dos segundos. ¿Ha pasado
algo entre tú y ella… no sé, un enfado…?
—No, que va, todo lo contrario.
—Hoy me ha dicho que está más que loca por ti y que tiene miedo de lo que
puede pasar. Después me ha dicho algo que no he acabado de entender,
textualmente: «creo que la he cagado». A continuación me ha dicho: «corre,
lárgate, que no sea que venga un poco antes de la hora, ya hablaremos. Sobre
todo no se te ocurra decirle que tú y yo estamos compinchados, piensa que si he
hecho todo esto, es tanto por ti como por ella, especialmente, por ella que es mi
amiga, como si fuera una hermana».
—No te puedes imaginar lo contento que iba y, ahora, con eso que dices de
que la ha cagado…
—No me has entendido, lo de la he cagado es algo suyo, mira no te lo quería
decir porque… cosas mías, déjalo. Cuando me decía que estaba más que loca por
ti, estaba llorando a lágrima viva, jamás la había visto así por un tío y créeme la
he visto enamorada y mucho… más de una vez.
231
Alma Retsem Klol
—Con esto me dejas un poco más contento y tranquilo. Antonia, adiós,
guapa, ya te contaré.
Con un acelerón las ruedas de la furgoneta resbalaron en la tierra y dejaron el
Laguna cubierto en una nube de polvo.
A las dos de la tarde y diez minutos, Adela abrió la puerta del piso.
—Hola, cariño, pasa.
—Hola, amor mío, he tenido hace un momento un susto de muerte, he estado
a punto de parar la furgoneta y llamarte.
—No me des estos sustos —dijo ella mientras permanecían abrazados.
—Con lo de muerte me he pasado. Al salir del pueblo, en la segunda curva,
me he cruzado con un Laguna, que no he podido ver bien la ma-trícula, pero por
lo poco que he visto me ha parecido que era el tuyo y, como a veces soy bastante
despistado, he pensado que igual habíamos quedado en el pueblo o en otro sitio,
hasta que no te he visto, no he creído que era otro coche.
—¡Joder, tonto!, me habías asustado de verdad. Pues te diré que el coche era
el mío, lo ha cogido Antonia, o sea, que después me tendrás que subir tú, si es
que quieres.
—Ya decía yo que tu coche no se me escapa. Qué tonta, si te llevaría hasta el
fin del mundo y además, tú lo sabes.
Elio quiso salir de las dudas inculcadas por Antonia y fue directo.
—Adela, dime si pasa algo entre tú y yo. Te veo un poco triste y tengo miedo
de que me quieras dejar.
Con una tímida y agradecida sonrisa ella le contestó bajito y pegada a su
oreja.
—Si de verdad pudiera hacerlo, ya lo habría hecho.
—¿Esto quiere decir que hoy no me dejarás, verdad?
—Hoy no te dejaré. Vamos a comer, que es tarde, después volvemos y
hablamos.
—¿Solo hablar?
—Hablaremos de sexo.
—¡Ja, ja, ja! era bastante joven cuando ponían un programa que se llamaba
igual en la tele, de la doctora Ochoa. Tú serías una niña.
Se fueron al primer restaurante que encontraron abierto. Elio entró primero y
dio una ojeada por si había dentro alguien conocido, salió a 232
Haré que jamás puedas vivir sin mí
la calle y con un guiño y un movimiento de cabeza, indicó a Adela que
entrara.
—Fíjate, estamos de suerte, hay varias mesas vacías y la que queda más
escondida también está vacía ves, allí, en el rincón.
—¿Podemos comer en aquella?
—Sí, por supuesto, ahora les tomo nota —dijo amablemente el camarero.
Adela fue a sentarse en la silla que quedaba de cara al pequeño salón para
que Elio quedara más escondido.
—No, aquí me siento yo, cariño.
—Si entra alguien que te conozca, te verá enseguida.
—Siéntate y te cuento, tú no sabes que cada maestrillo tiene su librillo.
—Pues no, no había escuchado nunca esta frase.
—Lo más lógico es que a esta hora ya no entre nadie más en el comedor,
pero si entrara un conocido mío, primero y muy importante, ya lo sabría y
además tengo pensada la mentira que le diría. Segundo, si estuviera de espaldas,
o sea donde tú estás, podría entrar alguien que al cabo de un rato me reconocería
al verme por detrás y yo no me daría cuenta.
Lo más grave en este caso sería que me viera haciéndote una caricia, o
dejándote probar de mi plato o yo probando el tuyo, entonces ninguna excusa
serviría. En esta vida siempre hay que controlar la situación.
—¡Qué boba soy!, yo que te creía un poco tonto y tengo al tío más listo de
Tarragona.
—Y parte del extranjero.
Después de unas risas y unas acarameladas caricias, el camarero les llevó el
primer plato. Acabaron de comer a las tres y media, entre la botellita de vino que
se habían bebido y un buen Chivas después del café, se fueron al piso más
contentos que unas pascuas.
En el ascensor tuvieron poco tiempo porque iban al primer piso, en el rellano
continuaron. Adela se apresuró a abrir la puerta y en el recibidor empezaron a
desabrocharse llegando a la cama solo con las bragas y los calzoncillos. Entre
gemidos y mordiéndole la oreja susurró a trompicones de voz:
—Elio, arráncame las bragas de un tirón, no puedo más, hazme toda tuya…
233
Alma Retsem Klol
A los pocos minutos finalizó el primer asalto. Elio se había ido desli-zando
suavemente de encima del cuerpo de Adela y estaba a sus anchas con el corazón
a cien, encima de la cama sintiéndose como un jabato después de haber ganado
la batalla. Adela, extasiada y calmada a la vez, pensaba: «En esos momentos,
que me tengo prohibido pensar».
Levantó la colcha y se puso debajo, después le pidió a él que también se
tapara para no coger frío. Lo abrazó, lo llenó de besos y a continuación, entre
sollozos, se puso de espaldas. Tuvo que esforzarse un poco más con los sollozos
porque el jabato no se enteraba.
—¡Adela! ¿Estás llorando?, ¿qué te pasa? Por favor, dímelo. ¿He hecho algo
mal?
Ella cogió dos pañuelos de encima de la mesita, se secó las lágrimas, se sonó
la nariz un par de veces, se levantó de la cama y cogió el batín que tenía encima
de una silla.
—¿Quieres que te traiga una bata?
—No, cariño, tráeme la camisa que estará por algún sitio de la habitación.
—Tienes que ser un poco más ordenado, cariño, te la has dejado en medio
del pasillo.
—¡La camisa solo!, hasta la piel me he dejado en el pasillo, creo. —Se rieron
un poco y con la habitación a oscuras, se sentaron en la cama tapados arriba y
con la colcha de cintura para abajo.
Ella colocó un cenicero en medio de los dos y se fumaron unos cigarrillos,
mientras Adela desembuchaba todas sus preocupaciones y dudas ante él,
preocupado, pero menos dubitativo.
—Por favor, dime porqué llorabas. ¿Te arrepientes de estar conmigo?
Ella Fumó una calada que le llegó a los tobillos y expulsó un chorro de humo
que, atravesando los rayos de luz que se colaban por las cinco o seis rendijas de
la persiana, pareció la luz de un proyector de cine.
—Mira, cielo, me pasa más de una cosa, y cuando se me juntan todas te juro
que no puedo. ¿A qué hora te tienes que ir?
—Por mí tranquila, dentro de dos horas llamaré y diré que tengo para dos o
tres horas más.
Ella le dio un beso de agradecimiento y continuó hablando.
—Hasta el día de hoy, por mí parte nadie sabía nada, esta mañana se lo he
contado a Antonia y me ha dicho que no se ha sorprendido, esto 234
Haré que jamás puedas vivir sin mí
quiere decir que había notado alguna cosa y las mujeres para estas cosas
somos muy listas. No creo que te diga nada, pero si te hace algún comentario
con toda confianza, le dices lo que te parezca.
—Mejor que me lo hayas dicho, no por nada, pero más vale saberlo.
—Hace un mes y tres días del primer beso que nos dimos. No sé si te
acuerdas.
—Faltan un par de horas y tres minutos.
—¡Joder, tío!, es que siempre me ganas.
—Ja, ja, ja, tengo la boca seca. ¿Me invitas a una cerveza, verdad cari-
ño?
—Tráeme una Coca-Cola. No estoy segura pero creo que quedaban una o
dos, si no se las ha bebido Antonia.
Elio le llevó la Coca-Cola y le dijo que solo había una cerveza en la nevera.
Bebieron un trago largo, encendieron unos cigarrillos y Adela continuó
desahogándose y adelantando tiempo. El gas de la Coca-Cola le hizo expulsar
aire por la boca casi eructando. Se tapo con la mano.
—Perdón, ¡joder con el gas!, un poco más y me pongo a volar como un
globo.
—Tranquila, te hubiera cogido y no te hubiera soltado hasta llegar a la luna y
allí pasaríamos la mejor luna de miel de la historia de la huma-nidad.
—Luna, nos faltaría la miel.
—La miel eres tú. —Elio empezó a lamerla con encendida pasión.
Al poco tiempo Adela, entre carcajadas, le suplicó que parara, que lo dejara
para un poco más tarde que ahora quería acabar de decirle lo que hacía un
momento, había empezado.
—Vale, vale, me estoy quieto.
—Mejor, o me tomo toda la Coca-Cola que queda en la lata, ja, ja, ja.
Ahora de verdad, muy en serio —hizo una pequeña pausa y continuó.
—Hoy hace un mes y doce días, como tú también recuerdas, y aún no sé
cómo pasó. La verdad es que para mí fue algo muy especial y sorprendente.
Quise pensar que se trataba de una tontería o un calentón, como quieras llamarlo,
pero hoy estoy sin novio, sin él que te juro que es el hombre que quería que fuera
el padre de mis hijos. Tengo un negocio fenomenal en Sevilla que, sin darme
cuenta, estoy trasladando a esta 235
Alma Retsem Klol
ciudad. Hace tres días, estando en el bar de Berto, entró tu mujer con tu hija
pequeña y el niño, que son preciosos, tu mujer también. Hubo un momento en el
que la mujer de Berto pareció que me la quería presentar, sin pensarlo, me
levanté y me fui al servicio, al salir y ver que ya no estaban me tranquilicé, pero
continué sintiéndome mal y aún me siento así. No puedo ni quiero destrozar tu
familia y espero que tú estés de acuerdo conmigo, de lo contrario lo pasaremos
mal los dos. He perdido la cabeza y tengo que encontrarla como sea. Hay una
última cosa, no quería decírtela porque es cosa totalmente mía, bueno un poco
tuya también, pero la responsabilidad toda mía y, como tal, lo solucionaré yo
sola.
—¿Qué es eso, cariño? No me asustes.
—No te asusto más, creo que estoy embarazada, normalmente tengo unas
menstruaciones perfectas, este mes se me esta retrasando mucho.
Me acuerdo de un día que se me olvidó tomar la píldora, bueno no fue así
exactamente, pero la cuestión es que no me la tomé y fueron aquellos días en que
creo que tanto tú como yo no pensábamos en otra cosa que no fuera estar
pegados. Te digo cómo ocurrió, era la hora en la que me acuesto, que es cuando
la tomo, al sacarla del plástico donde estaban colocadas se me cayó al suelo,
justo en aquel momento me llamo Antonia al móvil y, como de costumbre, se
enrolló como una persiana, y como la caja ya la había cerrado, pues me despisté.
De esto me di cuenta porque a los dos días me la encontré al levantarme, justo al
lado del pie, de no haberla visto, estaría tan tranquila hasta el día del parto.
—Ja, ja, ja, tranquila, que si soy yo el padre…
—¿Quién va a ser si no?
—Digo que te darías cuenta antes del parto, porque el más pequeño de los
tres que… soy el padre, iba a decir que he tenido, pesaba tres kilos setecientos
ochenta gramos.
—Ja, ja, ja. Creo que sí, que me daría cuenta antes. Dejemos las bromas, la
verdad es que no sé cómo aún puedo hacerlas, supongo que un poco es debido a
lo nerviosa que estoy.
Elio, tierno como el pan recién hecho, la abrazó y entre caricias, más caricias
y casi lágrimas en los ojos, le dijo:
—Jamás te dejaré sola, a lo mejor pensarás que estoy loco. No quiero que
estés embarazada porque tú no quieres, pero sería el hombre más feliz del mundo
si tuviera un hijo contigo.
236
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Ella, tan tierna como él, lo abrazó con todas sus fuerzas.
—Estás loco, loco de remate no sabes cómo te quiero y lo bien que me haces
sentir, pero tranquilo, que de haberme quedado, ya te he dicho que lo soluciono
yo solita. Abortaría, porque no te podría implicar y porque sin pareja no quiero
tener un hijo.
Elio se puso triste y serio al mismo tiempo.
—O sea que no te intereso como pareja.
Se iba a soltar de su cuerpo, cuando ella se le aferró para evitarlo diciéndole
con lágrimas en los ojos.
—¡Claro que te quiero como pareja!, ¿o es que no lo entiendes? Tienes una
hermosa familia. Otra cosa sería que tú no fueras feliz con tu mujer, y eso no es,
creo que eres muy feliz con ella.
Después de un largo suspiro y de despegar de la lengua del paladar, Elio la
miró a los ojos rogando.
—Por favor, Adela, te lo suplico, no abortes, sé que no te lo puedo pedir…
Se abrazaron, se acariciaron y no pararon hasta el final.
—¡Virgen santa! ¿Sabes la hora que es? —exclamó ella.
Se levantaron de la cama y se vistieron a toda prisa.
Durante el trayecto con la furgoneta de Elio no dejaron de hacerse caricias.
Al llegar al pueblo, la dejó en el chalet donde Antonia tenía la mesa a punto para
cenar.
Adela entró en el comedor y Antonia cogió los dos platos de zarzuela, en los
que había una buena ración en cada uno y se los pasó por delante de la nariz.
—Los caliento, huele… si llegas cinco minutos más tarde me encuentras
devorando mi plato, tengo un hambre…
—Yo también tengo mucha hambre.
Se zamparon la cena en dos minutos, tomaron el café, el whisky y Adela puso
a su amiga al corriente. Después, fue Adela quién la puso al corriente de lo que
había hablado en el bar con Luisa durante un buen rato en el que había poca
gente.
—No te quejes de la contrarreloj, que con lo que me has dicho la cosa no
puede funcionar mejor —Antonia levantó la copa de whisky y continuó hablando
—, brindemos. ¡Ah!, se me olvidaba, como no me hagas madrina del niño, no te
hablaré jamás.
237
Alma Retsem Klol
Se rieron y continuó Antonia con lo que había investigado de la vida de Elio.
—¡Joder con Luisa!, se ha destapado hablando de Elio, no le tiene mucha
simpatía que digamos, dice es un chulillo, tonto, mal educado, vanidoso y se
cree el rey porque tiene cuatro duros. Cuando le dije que nos caía muy bien dijo:
«haber empezado por ahí, Antonia, si lo sé, no te digo nada». Enseguida le dije
que lo que yo quería era conocer a la gente y, sobre todo, a las personas que
tengo más cerca y que para mí, después le dije para nosotras, ella era, aunque no
hiciera años que nos conociéramos, una amiga con la que teníamos toda la
confianza y que aunque Elio nos caía bien, alguna cosa habíamos notado que no
nos acaba de convencer. También dijo que a Adela no le diría nada, pues parecía
que babeaba cuando hablaba, que le consideraba un tío de puta madre y que
hasta había dicho hacía dos días que si Elio estuviera soltero… después añadió
que era broma, pero noté que era de aquellas bromas que se dicen de aquella
manera y me dijo que no le dijera nada de Elio. Insistí en que me contara más
cosas y continuó hablando más suelta que antes: que cómo puede aguantarlo su
mujer, que es un machista de mierda, que con ella no hace chistecillos ni
comentarios es-túpidos porque más de una vez le he dejado como un trapo sucio
que, sin ir más lejos, el sábado de la semana pasada que solo había una mesa,
cuando fue a recogerla y limpiarla un poquito y él dijo como si hubiera esperado
para que se picara: «Sabéis el último que me han contado, es que es buenísimo.
¿Sabéis en que se parecen las mujeres y las hormigas?», sin dejar que terminara
Luisa le dijo: «Sé en que se diferencian los hombres de las hormigas, no lo digo
porque supongo que ya lo sa-béis», él continuó: «Se parecen en que les tapas el
agujero y se vuelven locas». Le hizo gracia, pero soltó una de lo vagos e
incapacitados que son, de que no hacen otra cosa que pensar en ellos mismos,
cosa que no hacen las hormigas que todas trabajan sin alardear de lo trabajadoras
que son. Siguió Luisa diciendo que es un gilipollas de los grandes y que tiene
mucha amistad con su mujer Olga que le ha dicho que está hasta los
mismísimos… y que sabe que en alguna bronca le ha levantado la mano, que
alguna vez le ha dado algún bofetón y no quiere pensar en si ha pasado de ahí.
Que la mujer le disculpa un poco, porque dice que es lo que ha mamado de su
padre, que es un cerdo. Me contó 238
Haré que jamás puedas vivir sin mí
que vivían en una masía cerca, a unos dos kilómetros más o menos, donde
está el bosque más grande de por aquí y cuando se jubiló el padre, compró una
casita pequeña que es donde vive ahora, por la calle de detrás de la iglesia. Las
hijas cree que se buscaron chicos que fueran de lejos para perderle de vista, que
Elio ya se había casado, y que el padre mató a su mujer, que era un santa. Ahora
está bastante mal, incluso se le va bastante la cabeza, tendrá demencia senil, pero
que a nadie del pueblo le da lástima verlo así. Tiene a una chica sudamerica-na y
otra de aquí que lo cuidan desde hace un par de meses. Bueno esto es todo sobre
los Elios. Adela, he intentado contártelo como me lo ha contado Luisa.
—Algo me ha contado de su padre, la verdad es que tengo muy pocas ganas
de verlo. Imagínate que tuviera que darle dos besos.
—Cierras los ojos y la mente.
—Sobre todo la mente, porque solo de pensar en este hombre se me aparecen
imágenes y recuerdos muy asquerosos, como los carraspeos seguidos del
escupitajo, que aún me retumban en la cabeza. Dejemos esto, que me remueve
las entrañas. Repasemos lo más inminente que tenemos ahora. Sé que me lo
apunté en la agenda, te acuerdas de qué día quedamos con Andreu, el ayudante
de Canelón, el lunes o el…
—Sí, el lunes a las diez en el piso. Me dijo que estuviéramos levantadas, que
por la tarde a las tres tenía que estar en Barcelona.
—A las dos quiero estar en Barcelona, remarcó. Sí, ya me acuerdo.
—Te acuerdas de lo que dijo que traía, todos los pisos que creo que son
veintitrés o veinticuatro, la constitución de la empresa, con el espacio para hacer
socio a Elio…
—Esto el lunes lo sabremos, ahora te contaré el plan para la semana que
viene.
Adela pasó dos horas contando el nuevo plan a Antonia que, aparte de
escuchar y alentar, también aportaba ideas.
—Después de cómo te funcione este plan, que funcionará bien, en un mes,
mes y medio como mucho, estarás casi casada.
—Tía, que casi son las tres y media y mañana teníamos que arreglar un poco
el jardín, que da pena.
Antonia se arrodilló delante de Adela con las palmas de la mano levantadas y
pegadas besando la punta de los dedos.
239
Alma Retsem Klol
—¡Te lo suplico!, mañana no, te juro que en esta semana te lo arreglo yo
solita, es que para mí si un domingo no te puedes levantar más tarde de las diez,
se jode el domingo. ¿Te acuerdas de lo que te dije de Alberto? Lo de Zaragoza,
me dijo que seguramente sería este martes, o sea que tu plan mejor que lo hagas
a partir del miércoles. Si quieres le digo a Alberto que lo dejemos para más
adelante.
—Ni se te ocurra, hazlo este martes y yo me largo el miércoles o el jueves,
tampoco discutiremos por un par de días.
El lunes a las diez en punto llegaron al piso de Tarragona y se encontraron
con Andreu llamando por el portero automático.
—Me parece que no te abrirá nadie. ¿Hace mucho que llamas?
—Es la segunda vez que lo intentaba.
—Es que ya vivimos en el chalet de Montort.
—¡Haberlo dicho y voy allí!
—Preferimos el piso, oye nos podemos tomar un cortadito y una pasta aquí
delante y, de paso, te invito.
—Cinco minutos.
A las diez y media se sentaron alrededor de la mesa del comedor.
Andreu abrió la maleta que llevaba a tope de papeles y documentos y
empezó a ordenar escrituras.
—Veintidós, veintitrés y veinticuatro, esto son las escrituras de todos los
pisos que tenemos alquilados, hemos procurado que estén lo más cerca posible
unos de otros. Hay un bloque en el que hemos podido alquilar cinco, están todos
entre la Rambla Vella y la Rambla Nova. Aquí están las escrituras del chalet de
Montort, las falsas, claro, piensa que el chalet de Montort es un trapicheo del
amigo Roberto…
—Alcázar, tengo ganas de decirle «hola Roberto Alcázar» continuamente,
hasta que se cabree.
—No nos entretengamos en tonterías, venga mírate las direcciones de todos
y, de paso intenta aprendértelas, entendido…
—Sí hombre sí, no te enfades.
Como disculpa, Andreu le guiñó el ojo. Apartó todas las escrituras a un lado
de la mesa y empezó con el papeleo de la nueva empresa.
—Atentas, sobre la nueva empresa que teníais que ser socios los tres, Arnau,
el abogado, me ha dicho que ha preferido que la empresa solo 240
Haré que jamás puedas vivir sin mí
seáis tú y él y que le digas que con Antonia te has entendido, quedándose ella
unos pisos de Sevilla que serían en teoría su parte.
—Bien pensado, creo que es algo que a él le puede parecer más per-
sonalizado y sólido.
—Perfecto —añadió Antonia.
—Estos papeles son la constitución de la nueva empresa, tal como quedaste
con Arnau, la fecha es la de dentro de quince, no, veinte días, y estos papeles de
aquí son los impresos que debe rellenar él. Después tendrás que llamar a Arnau e
ir los dos a Barcelona ante el notario el señor Inocencio Gálvez Fuensanta. No sé
por qué, pero la mayoría de notarios tienen unos nombres que no veas, bueno,
este es tan raro que ni existe, ja, ja, ja.
—Qué gracioso, Pedrín.
—No empecemos, que te llamaré Norma Duval.
—Qué cabrón, tú no ¡eh!, bueno tú también, pero me refería a tu jefe.
Después dicen de las mujeres y los hombres sois el doble de chismosos.
—Ja, ja, ja, bueno a lo nuestro, habéis entendido todo, verdad, pues ahora
viene la última y más delicada de las cosas.
Quedaron las dos un poco sorprendidas hasta que Andreu le dedicó una
sonrisa a Adela. Ella miró a su amiga y le dijo.
—¿Lo has entendido ya?
—Creo que sí —dijo Antonia con el pulgar y el índice rozando dirigido a
Adela—. Muy bien lo has acertado. ¿Cuánto quieres?
—Me ha dicho Antonio que con un kilo y medio llegaremos bastante lejos.
Adela se levantó y fue directa al falso cajón de la mesita de noche,
desatornilló lo cuatro tornillos y sacó dos sobres, volvió a cerrar la caja, mejor
dicho, el cajón fuerte, y se los entregó a Andreu.
—Toma, son dos kilos, cuéntalos…
—No hace falta, vale, vale ya lo cuento… Correcto, ni uno más ni uno
menos. Con el abogado no tenemos ningún problema, me refiero a si le debemos
dinero, pero el falsificador lo quiere todo al momento. Ya me entendéis, ¿no?
Toma el pan y deja el real, de hecho es lógico, me imagino que debe tener
algunos clientes con no muy buenas referencias.
Bueno, chicas, ha sido un placer es la una, buena hora, creía que pasaríamos
más tiempo.
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Alma Retsem Klol
—¿Por qué no comemos los tres?
—No, hoy no, la verdad es que me encantaría comer con dos chicas tan
guapas y que están tan buenas, aunque solo sea para que todos los tíos que haya
en el restaurante piensen que todos los tontos tienen suerte.
—Ja, ja, ja —se rieron las dos.
Adela le contestó cuando paró de reír.
—Andreu, te olvidas de decir también espléndidas, no todos los días deben
darte dos kilos dos chicas tan guapas.
—¡Ostia es verdad!, y generosas, de hecho este es uno de los motivos por los
cuales no me quedo a comer con vosotras, no me gusta andar con tanto dinero.
Me han atracado un par de veces, la primera vez me quitaron la cartera, bueno el
dinero de la cartera, pero la segunda vez me registraron hasta el último rincón
del cuerpo.
—El ayudante de un detective, sin pistola, esto no puede ser.
—Tengo una, pero es de agua mezclada con otros componentes.
—Qué gracioso. Y seguro que como más te gusta disparar es a bocajarro.
—Sí, sobre todo a boca, el jarro me da lo mismo.
Antonia se reía de Andreu y Adela, se sumó a la fiesta.
—¿Qué pistola tienes, un nueve largo?
—Ahora que me acuerdo, no sé si es una pistola o un trabuco. Ja, ja, ja, es
broma lo del trabuco, me da vergüenza deciros la verdad, es una pistola de
juguete.
Acabaron de reírse y Andreu se marchó a Barcelona.
* * *
Antonia llegó a la estación de Tarragona, donde la esperaba Adela, el miércoles a
las diez de la noche. Bajó del tren con su pequeña maleta y enseguida se vieron
porque había poquita gente, se dieron dos besos y fueron a la cafetería,
decidieron comer algo allí, para ir directas a la cama al llegar al chalet.
Mientras se comían un trozo de tortilla de patata cada una, Adela preguntó:
242
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Nena, no sé si te ha ido bien, pero tienes unas ojeras como si te hubieras
tirado a un regimiento entero.
Antonia estaba tan cansada que no podía ni reírse.
—Un regimiento no, pero al más bravo de todo el regimiento, seguro.
Estoy tan cansada que no puedo ni hablar, mañana te lo cuento de pe a pa.
¿Te vas mañana?
—No, he cambiado de días, me iré el sábado y el martes estaré en Zaragoza.
¿Estaba bien el hotel?
—Sí, muy bien, lo único que mi novio es tan poco delicado, que el hotel se
llama La Pilarica. Le dije que haber cogido el de enfrente que se llama el Oasis
de los Monegros, que no suena tan mal el nombre para entregarse a los placeres
de la vida y no el de la Virgen, que ni tú ni yo somos peregrinos que hayamos
venido a hacerle una ofrenda. Ja, ja, ja.
—Antonia no podía parar de reír, cuando se calmó siguió contando.
—Ya paro, ya, ja, ja, ja. Es que mi novio es tan tonto que después de haberle
dicho esto, antes de ir directo a la estación que íbamos justos de tiempo, más él
que yo, que un poco más y pierde el tren, hemos puesto un par de velas a la
Pilarica. «Ahora me quedo más tranquilo dijo», sí, sí, lo dijo de corazón, no sé
de donde le saldrá la vena religiosa a ese.
Los dos días que había estado sola Adela en Montort había pasado muchas
horas con Elio, que no le repetía otra cosa más que quería vivir con ella, que no
había nada en la vida que pudiera separarles, a no ser que ella quisiera. Pero en
la despedida de cada encuentro, Adela siempre le daba el puntillazo diciéndole
«no sé como acabará esto, pero si un día te dicen que me he marchado y que no
voy a volver, piensa que yo lo sentiré más que tú». El siempre le repetía lo
mismo:
—Iré a Sevilla y buscaré casa por casa, piso por piso, hasta que te encuentre.
El sábado, Elio fue al piso de Tarragona después de haberla llamado muchas
veces al móvil sin obtener respuesta, como allí no había nadie se marchó al
chalet. También llamaba a Antonia, que tampoco contestaba.
Elio presionó el timbre del chalet y, con la mente en blanco, esperó ante la
verja que alguna ventana o la puerta se abrieran. Las ventanas con las persianas
subidas le aliviaban, al menos sabía que no se habían 243
Alma Retsem Klol
ido. Por fin respiró al ver que se entornaba la ventana del comedor y
asomaba la cara de Antonia que le decía.
—Pasa, Elio, ahora te abro.
—Te he estado llamando al móvil.
—¿A mí?
Antonia se fue a la habitación corriendo, sacó el móvil del bolso y volvió
rápidamente al comedor donde ya estaba Elio.
—Tienes razón, se me ha parado por falta de batería, ahora mismo lo cargo.
Se fue a la habitación, lo enchufó y volvió con cara de preocupación.
Se miraron sin pronunciar palabra hasta que Elio no pudo más.
—¿Y Adela? —dijo.
—¿Y Adela? —repitió Antonia que, tras una pausa, añadió:
—No me dirás que no sabes nada tú de ella.
Muy tristemente contesto él:
—Sé algo, pero jamás podía pensar que hiciera esto.
—Al menos sabes más que yo, que no sé nada aparte de esta nota que me ha
dejado —leyó— «Antonia, no puedo más, me voy, cuando tenga las cosas claras
te llamaré, de momento no existo, besos». Esto es todo.
¿Os habéis peleado? No creo, pero, vaya esto pasa en las mejores familias
que se dice.
Elio, desesperado como si asistiera a su propio funeral y con lágrimas secas
que duelen más que las húmedas, dijo con un nudo en la garganta.
—Te lo digo de verdad. Creo que nos amamos desmesuradamente, y creo
que esto la asusta tanto que no puede con ello. —Hizo una pausa, se inclinó
hacía adelante y apoyó la cabeza en sus manos acodadas en sus rodillas—. Ayer
mismo le dije a mi mujer que quería separarme, estuvimos hablando de Adela.
Al principio no quise decirle que había otra mujer pero fue ella quién me dijo
que la había y que además era Adela.
—¡Madre mía, alucino con los pueblos!
—Y que lo digas. Igual alguien nos ha visto algunos días juntos por
Tarragona. Total, que solo pude decirle la verdad absoluta, creo que no va a
ponerme las cosas difíciles, de hecho le dije que le daba la casa para ella y los
hijos y que le pasaría una buena pensión para los niños, tengo 244
Haré que jamás puedas vivir sin mí
la suerte de tener una buena posición económica, entre comillas, vamos, que
no me gano mal la vida. He dado el primer y más importante paso en todo esto y
mira, sabes qué te digo, Antonia, que esta tarde mismo me voy a Sevilla pase lo
que pase… es que no puedo hacer otra cosa.
Antonia reaccionó deprisa para quitarle la idea de presentarse en Sevilla,
pero tampoco quiso perder la emoción de hacerle sufrir un poco.
—No creo que esté en Sevilla, aunque ayer estuvo más de media hora
hablando con su ex. No puedes ir a Sevilla sin saber si está allí, piensa que tiene
familia en Navarra, en Valencia, en Burgos, familia cercana, tíos y primos. Solo
puedo decirte que en cuanto sepa algo, aunque ella me diga que no te lo diga, te
juro que te avisaré. Estate tranquilo, que lo que sí sé seguro es que no ha tomado
ninguna decisión, de haberla tomado, fuera la que fuera, lo sabrías, también te
digo que si fuera que no, ya me entiendes, da la batalla por perdida. Supongo que
la conoces lo suficiente como para saber que tiene lo que se dice mucho, pero
que mucho carácter.
—Entonces, ¿qué hago?
—Haz lo que puedas, nada, ja, ja, ja, es broma, hombre. Aunque la verdad es
que no puedes hacer nada.
Cada media hora enviaba un mensaje tanto escrito como de voz. No sabía
qué hacer, el sufrimiento del amor lo trastornaba. Tan pronto paseaba por la
playa como entraba en un bar y se tomaba algo fuerte. Estaba tan abatido que ni
pensaba, solo sufría. El domingo lo pasó tan mal como el día anterior, a las diez
de la noche llamó a Antonia.
—Dime, Elio… No, absolutamente nada… Estate tranquilo que te dije que
en cuanto supiera lo más mínimo, te llamaría.
—Sí, ya lo sé, pero te llamo para decirte que no puedo más, si no fuera tan
tarde, te juro que me apañaría con Serrat para dejar el trabajo preparado para dos
días y ahora mismo me marchaba para Sevilla. Te juro que mañana a las diez o a
las once me voy directo y, si no la encuentro, al menos se me habrá pasado el
tiempo sufriendo menos.
Antonia que había pensado que podía pasar esto, le contestó rápidamente
para ser más creíble.
—Te equivocas, Elio, no está en Sevilla, lo he averiguado esta maña-na. He
ido al garaje de Tarragona y no está el Laguna, o sea que a Sevilla 245
Alma Retsem Klol
en coche te juro yo que no va. Mira, Elio, para que estés más tranquilo, te
prometo que mañana llamo a todos los números que sé de amigos y familiares y
te digo algo.
—Gracias, Antonia, solo hablando contigo me tranquilizo, supongo que es
porque de alguna manera me siento más cerca de Adela. Vale, hasta mañana y
muchas gracias por dejar que te moleste tanto, adiós, adiós.
Antonia, se fue hacía su mesita de noche, cogió su otro móvil y llamó a
Adela.
—Dime, cariño. ¿Qué te pasa? Que de una forma u otra tienes que joderme,
¿verdad?
—Seguro que quién te debe estar jodiendo es tu novio, guarra.
—Ja, ja, ja… Cómo lo sabes, mira, tía, no sé si cada vez van más salidos
estos tíos, o es que cada vez descubren cosas nuevas, ahora mismo lo tengo en el
lavabo dándose una duchita de agua fría que dice que esto le permitirá meterme
otro polvo tranquilamente y bien, es que en el primero se ha ido como una
estrella fugaz, te juro que he estado a punto de contarle lo de Alberto y tú el otro
día en Zaragoza, igual Óscar aún no sabe que existen unas pastillas que hacen
milagros.
—Es que mi Alberto, si fuera tan inteligente como golfo, sería Eins-tein por
lo menos. Dejémonos de tonterías y a lo nuestro.
Después de conocer la situación, Adela decidió cambiar solo un poquito la
estrategia.
—Adiós, cariño, mañana al mediodía te llamo.
Al día siguiente a las once en punto de la mañana, Elio llamó a Antonia.
—Antonia, ya sé que me dirás que estoy como una cabra, pero dentro de diez
minutos estaré rumbo a Sevilla.
—Diga lo que te diga, sé que no me harás caso, pero espera un poco porque
solo me quedan dos números a los que llamar, no sea que estuviera en Burgos o,
más probablemente, en Navarra.
—Espero media hora y me llamas, gracias, guapa.
A la media hora pasada de largo, sonó el móvil de Elio que estaba montado
en el coche a punto de arrancar y salir disparado.
—Dime.
—Oye, Elio, supongo que aún no habrás salido… ¿Que saldrás ahora
mismo?… Pues no salgas, porque no vas a encontrarla en Sevilla, hace 246
Haré que jamás puedas vivir sin mí
apenas unos segundos me ha llamado. Esta noche llega a las diez y media a
Tarragona, a la estación de trenes, claro. Sabes qué, Elio, aunque ella después me
mate, en lugar de ir yo a esperarla puedes ir tú, si es que puedes, claro. No te
digo nada más porque no me ha dado tiempo, me ha colgado y ha vuelto a
apagar el móvil porque la llamo y nada. Quedamos así ¿eh?, si hubiera algún
cambio te llamo. Supongo que te quedas más tranquilo.
—No sé, ya te lo diré esta noche, de momento me he ahorrado unos cuántos
kilómetros. Ya me dirás algo si hay algún cambio, yo aún no me acabo de creer
que pueda verla esta noche. Venga, adiós, Antonia.
Estaba Elio como si fuera a una de sus primeras citas con Adela, per-fumado,
engominado y planchado como si fuera un dandi, de hecho así se sentía, eso sí,
un poco preocupado. Entró en el bar de Berto.
—Oye play boy hace días que te pones como un cromo, pero hoy te has
pasado, hasta yo te metería un polvo —dijo Berto.
—Es que hoy, aunque sea lunes, tengo una cita que cambiará mi vida y,
como bien puedes comprender, debo de estar a la altura.
—¿Qué quieres decir, que es muy alta o qué?
Tanto uno como otro bromeaban con cierto retintín. Sonó el móvil de Elio.
—¡Uy!, que se jode la cita.
—Sí, dime Antonia —dijo mientras salía a la calle para hablar con
tranquilidad.
—Elio, no vayas a Tarragona, acaba de llamarme diciéndome que vendrá
mañana seguramente, no me ha dado tiempo a decirle nada, eso sí me ha dicho
que mañana hablaremos. No sé si se ha referido a que viene mañana o a que
hablaremos por el móvil, o sea que a esperar hasta mañana, esta tía está como
una cabra, bueno, Elio, hasta ma-
ñana.
Entró en el bar mirando a Berto.
—Tenías razón, cabrón, ya no tengo cita.
—A quién se le ocurre tener una cita un lunes.
—Ponme un cubata de ron, fuertecillo, a las penas puñaladas.
A las diez y media de la mañana, Antonia cogió la llamada de Adela.
—Tía, para ya de una vez, eres un poco cansina, si alargas un día más, este
tío coge el coche y se pone a buscarte pueblo por pueblo.
247
Alma Retsem Klol
—Calla, tonta, ya sabes ¿eh?, hotel el Oasis de los Monegros, habitación
314. Te acordarás, supongo.
—Piensa que a las tres o cuatro de la tarde lo tendrás ahí. Adiós, espabilada.
—¡Uy!, me parece que lo de tonta no te ha gustado, bueno, lo arreglo.
Adiós, lista, adiós cariño.
Sin perder tiempo Antonia llamó a Elio.
—Dime, Antonia… ¿Dónde estoy? Pues cerca del pueblo, en dos minutos
estoy en el almacén de mi casa. ¿Sabes algo?… Vale, al chalet.
No tuvo ni que llamar a la puerta, Antonia lo esperaba en el umbral.
—Pasa, vamos al salón.
—Estoy como un flan, hasta me tiemblan las piernas.
—Si te digo todo lo que hemos hablado, igual estamos aquí más de una hora,
o sea que te lo voy a contar un poco telegráficamente. Ayer venía de Sevilla por
Madrid hasta Tarragona, como tenía previsto. Al llegar a Zaragoza empezó a
pensar cosas sobre ti, que si destruiría tu familia, que a lo mejor tú no la querías
lo suficiente, que si tú le dijeras que no, no lo superaría, vamos, que lo veía todo
negativo, también me ha hablado de tus hijos, que si no la quisieran se volvería
loca y algunas cosas más que no me acuerdo. Tenías mucha razón con lo que
decías el otro día. Igual he hecho mal en decírselo, pero la he visto tan
desesperada, sobre todo pensando que tú no la vas a querer lo suficiente, que le
he dicho que te habías separado de tu mujer. Tranquilo por esto, que siempre le
diré que se lo dije en este momento porque la notaba muy deprimida y
destrozada.
—Aunque no es algo oficial, en el sentido de que casi nadie lo sabe aún,
estoy separado de verdad, la semana que viene me marcho de casa.
Tranquila, has hecho bien.
—Me quitas un peso de encima. Pues eso, cuando le he dicho esto se me ha
puesto a llorar y entre suspiros y lágrimas dijo que te quería como nunca había
querido a nadie, que te lo daría todo, que si llega a saber esto no se hubiera
bajado en Zaragoza. Escucha bien, está en el hotel el Oasis de los Monegros,
habitación 314. Le he preguntado si vendría hoy y me ha dicho que estaba
cansada, que seguramente dormiría en el hotel, que tenía la habitación hasta
mañana, pero si se le pasa por la cabeza volver hoy, esta vuelve y ya está, sin
ningún proble-248
Haré que jamás puedas vivir sin mí
ma. Antes de que se me olvide, el otro día pensaba que no tenía el coche en
el garaje, por eso te dije que no estaba en Sevilla, lo siento Elio, pero te juro que
miré en el garaje y no lo vi.
—Antonia, por favor —miró el reloj—, a las doce, estaré duchado y
arreglado, a las tres y media estoy en la puerta de la habitación. Me voy volando.
—Elio, te he dicho esto porque sé que estás desesperado, pero yo de ti
esperaría a que llegara mañana, si se enfada mucho porque te he dicho donde
está, invéntate algo para que no me mate. Buen viaje, no corras.
Nada más irse el hombre, Antonia llamó a Adela.
—Dime, cariño, me pongo guapa.
—Y deprisa, porque este tío igual ya está atravesando los Monegros.
Esto no, pero que antes de las cuatro lo tienes aquí seguro… La guinda de la
tarta… Cada día estás peor…
—Ahora mismo voy a buscarlo, el tiempo le pasará más feliz, maña-na nos
vemos, supongo que llegaremos después de comer, no quiero llegar tarde, hasta
mañana, cariño, reza por mí.
—Santa María Madre de Dios ruega por… ja, ja, ja. Hasta mañana, cariño.
Adela salió del hotel y se fue directa a una joyería que había visitado el día
anterior. Al cabo de veinte minutos salió con un ticket de compra que era la paga
y señal después de decidirse por el más caro y bonito.
Después se dio un paseo haciendo tiempo para comer y se encontró delante
de la Basílica de la Virgen del Pilar, la Pilarica. Entró, se puso el periódico que
llevaba debajo de las rodillas y habló con la imagen.
—Mira, Pilarica, no sé si vengo a hablar contigo o con mi madre, la verdad
es que para mí ha sido mucho más que una madre. Tú me has hecho pensar en
ella, como hago siempre que pienso en ti. Cuando ya estábamos en Madrid igual
llevábamos cuatro, que digo, llevaríamos…
unos diez u once años, organizaron un viaje en la parroquia donde íbamos,
bueno más bien donde iba ella, encontrarías absurdo que te enga-
ñara, ¿verdad? Pues pasó que el día de la excursión mi madre estaba con una
gripe que le dio mucha fiebre. Faltaba media hora para salir el autocar y estaba
ella con la maleta preparada, en su vida había estado en el Pilar de Zaragoza, su
Virgen querida, era la primera vez. Se puso el 249
Alma Retsem Klol
termómetro y menos mal que lo vi, tenía 39 grados y quería ir de todas
maneras. Al final, la pude convencer, eso sí le juré que a la semana siguiente ella
y yo nos iríamos todo el sábado y parte del domingo a Zaragoza para estar todo
el tiempo a tu lado. Y así fue, se lo pasó en grande. Me hubiera gustado saber lo
que te contaba y lo que te pedía, porque supongo que no solo te rezaba.
Recuerdo que le encantó haber estado en el oficio del domingo y comulgar ante
ti. Me están cayendo lágrimas de emoción recordando lo feliz que estaba aquel
día. Después vinimos casi cada año. Alguna vez pasaban dos años y siempre la
vi igual de entusiasmada y alegre como el primer día. Espero que la quieras tanto
como ella te quería. Su devoción me extrañó un poco, porque de joven a mi
madre no la veía yo muy devota, aunque tenía muchas frases hechas
relacionadas con la religión, no recuerdo con qué la relacionaba, pero decía: «Lo
que la Virgen te da, nadie te lo quitará». Perdóname, Virgen, porque creo que
hablo más con mi madre que contigo. Hoy, precisamente, creo que no hablarías
conmigo y si lo hicieras, sé que no estarías de acuerdo. De todas formas, solo te
pido que me comprendas un poquito, así te costará menos perdonarme que creo,
o quiero creer, que lo harás. Bueno, Virgencita, te pondré dos velas, una de parte
de mamá y otra de la mía. Si a esta no le haces mucho caso lo entenderé pero de
la vela de mamá, sé que te llegará el calor de su llama.
Hizo la señal de la cruz y se levantó y puso las dos velas. Salió, se dio una
vuelta por las cercanas tascas, entró en la que vio que había menos gente, se
sentó y se tomó unas cuantas tapitas y pinchitos de esos que con la vista te
comerías el mostrador entero.
A las dos y media salió de la tasca. En cinco minutos estaba en la puerta del
hotel. Subió a la habitación y se arregló para Elio.
A las tres, aproximadamente, fue al servicio, allí corto en varios trozos la
cebolla. Cuando ya lloraba como una magdalena la escondió en el cubo de la
basura. El rímel le bajaba por las mejillas que se iban enne-greciendo, sus ojos
miel claros y acuosos delataban por qué y por quien lloraban.
Se oyeron dos golpes con los nudillos de una mano sobre la puerta de la
habitación. Su corazón empezó a palpitar más deprisa, se puso la mano en el
seno izquierdo, miró su rostro en el espejo, pensó que parecía lo que quería
parecer y abrió la puerta sin pensar más.
250
Haré que jamás puedas vivir sin mí
El ramo de rosas rojas aterciopeladas tapaba la cara del enamorado Elio.
Como si ella no pudiera pensar que era Elio, susurró con voz des-preocupada.
—Creo que se ha equivocado.
Al oír esto Elio apartó el ramo de su cara con un movimiento rápido y
simétrico.
Como si hubiera visto un fantasma pegó un chillido parecido a un grito de
terror que al momento cambió por otro grito de sorpresa y alegría tirándose a los
brazos de él que la recibía como un anhelo imposible.
Entre el abrazo y las rosas entraron a trompicones, cerrando la puerta de una
patada y apagando la luz con un culetazo de ella en el interruptor, hasta llegar a
la cama, donde recogieron la espera de tantos días de angustia y reflexión. Había
sido la primera vez que hacían el amor con luz en la habitación que venía de la
ventana que tenía la persiana no bajada del todo.
Sus cuerpos, cansados por la excitación y el desosiego, empezaron a
tranquilizarse y ella no tenía en la cara ninguna pizca de rímel, pintalabios o
maquillaje, porque todo se lo había comido Elio, que aún rebaña-ba y no había
forma de que se separara del cuerpo de Adela.
—Cariño —dijo Elio—, me disculparás un minuto, verdad, es que tengo que
hacer pis, desde Bujaraloz que en cada estación de servicio decía, aquí voy a
parar, pero tenía tanta prisa que, ya lo ves, estoy a punto de reventar.
—Date prisa, vuelve a la cama que no la podemos dejar que se enfríe.
Mientras Elio meaba, ella recogió todas las rosas, alguna estaba caí-
da, y las colocó en el tocador, pensando que luego las pondría en un jarrón, y
volvió a tumbarse en la cama. Aquellas flores le hicieron pensar en la gran
cantidad de ellas que había visto alrededor de la Virgen hacía escasas horas. Sus
ojos ya no recordaban la cebolla, pero se volvieron a humedecer ahora limpios
de rímel. En aquel momento se dio cuenta de que había poca, pero demasiada luz
para su gusto. Se iba a levantar para bajar un poco más la persiana, pero no tuvo
tiempo, Elio había terminado con la crecida del Ebro y se había tirado en la cama
cogiéndola en el momento en que se iba a levantar.
—¿Dónde vas? No te escaparás de mis garras nunca.
251
Alma Retsem Klol
Al girar la cabeza hacia él, Elio se desconcertó al mirarla a los ojos.
—¿Qué te pasa, amor?, ¿qué has visto que te preocupe? —dijo ella sonriendo
al instante.
—Ahora nada, cariño, pero tus ojos tristes me han recordado a alguien.
—A cuántas habrás hecho llorar, pendejo.
—Más que me has hecho llorar tú a mí… me has recordado a alguien que no
podría decir ni aunque me mataran.
Después de un pequeño forcejeo amoroso, ella se levantó y bajó la persiana
quedando la habitación casi a oscuras. Se entregaron el uno al otro con todo tipo
de caricias y mensajes de amor eterno, fidelidad, hijos, familia. Había tanto amor
que no se podría gastar ni aunque vi-vieran cien años más. Ya calmados y
relajados, hablaron tranquilamente pegados el uno al otro.
—No hace falta que me digas quién te ha dicho donde estaba, solo una
persona lo sabía.
—Por favor, no te enfades con Antonia, que creo que no encontrarías otra
amiga como ella.
—Tienes razón, en el momento en que te he visto, por un instante he
pensado, «Antonia, me has traicionado», ahora, sin embargo, le daría un abrazo
y la llenaría de besos.
Después de mirar el reloj, Adela exclamó:
—¡Madre mía!, son las siete y parece que sean las cinco de la tarde.
—El amor hace que el tiempo desaparezca.
—Es porque ya me gustaría que fuera de noche para poder estar dentro de la
cama contigo, porque te irás.
Elio, al oír la frase final, la miró muy seriamente y dijo:
—Sí que me iré, pero no sin ti.
En un acto de extrema bondad, ella le suplicó que no se quedara, que hiciera
las cosas con tranquilidad y bien. Él le repitió mil veces que estaba separado y
que su mujer estaba al corriente de todo, que para nada ella sintiera que
engañaba a alguien, en este caso a su mujer, claro. Dejado el tema de la partida
de Elio zanjado, pidió ducharse primero ella.
—Cariño, ya que no te puedo convencer para que te vayas, aunque pienso
que nos podríamos marchar ahora los dos, en lugar de mañana por la mañana…
vale, vale, no he dicho nada. Me ducho y salgo un mo-252
Haré que jamás puedas vivir sin mí
mento que tengo que comprar una cosa para Antonia, cuando tú acabes de
ducharte puedes bajar a recepción y esperarme, me gustaría pasear por Zaragoza
como no lo hemos podido hacer por Tarragona.
Al volver al hotel, se encontró a Elio que la esperaba delante de la puerta. Se
cogieron de la mano y dieron un buen paseo. Cada vez que pasaban por delante
de un restaurante con aspecto lujoso miraban los platos y los menús que
ofrecían. Ella le dijo que lo invitaba, él no quiso de ninguna manera y ella no
insistió más de la cuenta.
Elio decidió el restaurante al ver uno que sin duda era el mas lujoso.
A las doce en punto de la noche, el camarero ya les había servido el postre. A
indicación de Elio, fue en busca de una botella de cava Juvé y Camps.
—Lo siento, señor, pero no tenemos ese cava que nos pide, lo único que
puedo decirle es que lo vamos a tener, la semana pasada nos lo pi-dió otro señor
y lo tenemos pedido pero aún no ha llegado. Le sugiero un champán, que es
carillo, no le diré lo contrario, pero que todo el mundo dice que lo encuentra
muy bueno, vale tres mil pesetas la botella.
—Tráigalo, también es bonito un brindis de vez en cuando con champán,
parece más romántico, ¿verdad?
—Estoy de acuerdo con usted.
Después del clic de las copas y un beso a distancia de cubierto, ella le dijo:
—Por nosotros, porque podamos estar siempre juntos, por tus hijos y por los
dos que algún día tendremos tú y yo. Por suerte, lo que te comenté al final se
quedó en un susto. Lo que no te he dicho es que después me notaba unas
molestias y fui al ginecólogo, me hizo una ecografía y me dijo que estaba bien,
que podía haber pasado algo porque tenía un ovario un poco inflamado, pero que
no me preocupara, que estaba perfectamente.
—Pensarás que soy un egoísta y posesivo, pero me hubiera encantado tener
un niño contigo.
—Pues prepárate, porque mi ginecólogo me dijo que descansara un par de
meses de la píldora, hace tres días que no la tomo, o sea que a partir de dos días
tendrás que usar un preservativo, de momento estamos jugando con fuego, pero
te veo tan entusiasmado con ser padre de 253
Alma Retsem Klol
mis hijos que, si pasara lo que puede pasar, pues que sea bienvenido, no
adelantemos acontecimientos. Te propongo otro brindis, son las doce y tres
minutos, comenzamos un nuevo día, el veintinueve de mayo, que para mí es una
fecha muy importante, tiene que ver con el negocio que tengo que empezó hace
unos años tal día como hoy y fue también en una cena que empezó el veintiocho,
pero en la que el brindis, como hoy, se hizo pasadas las doce. Ahora el brindis es
por ti y por mí, por nadie más.
Después del correspondiente sorbito, ella puso la mano en el bolso y le dijo
que cerrara los ojos. Le puso el regalo tapado con la servilleta que tenía al lado
de la mano derecha.
—Ya los puedes abrir.
Elio abrió los ojos, al no ver nada, puso cara de sorprendido. Instintivamente
levantó la servilleta y casi se le cae el regalo al suelo.
—Qué susto, casi se me cae, si no es porque ando bien de reflejos…
Pero, ¿por qué me regalas nada? Me haces quedar mal a mí.
Con el índice levantado delante de los labios ella le pidió que se ca-llara. Él,
con el gesto del pulgar y el índice pegados se cerró la boca con cremallera. Con
impaciencia abrió la cajita rectangular y alargada.
Cuando vio el estuche de aquella textura sedosa agradecida al tacto,
sorprendente a la vista y ansiosa por ser descubierta, exclamó:
—Si lo de dentro es la mitad de bonito que lo de fuera, será espectacular.
Abrió impaciente pero con mucha delicadeza, como si dentro pudiera haber
algo de cristal de extrema fragilidad. Se quedó con la boca abierta sin pronunciar
palabra, con la mano temblando de manera que parecía que cogiera algún ser
vivo, lo sacó de la caja. Al verlo ella dio un suspiro y dijo:
—Qué susto me has dado, al verte con la boca abierta al abrir la caja he
pensado, igual no hay nada. Era el regalo de Antonia ja, ja, ja, bueno, dime algo.
Si no te gusta lo podemos cambiar.
—Un Rolex… me haces sentir como un abusón, no puedo aceptar este regalo
tan caro, no sé lo que vale exactamente, pero sé que vale bastante más de medio
kilo, que digo, ¡igual vale algo más de un millón!
—Hablar hoy de dinero, queda feo. Para mí, esto es como la firma de nuestro
compromiso. ¿Te parece bien?
—Me parece que jamás estaré a tu altura.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Qué tonto. Perfecto. ¿Te va bien la cadena, verdad? Me hubiera dado un
poco de rabia que no te lo pudieras poner hoy, ya ves que tengo ojo. Te queda
precioso.
Elio se levantó y le enseñó el regalo de cerca, tanto que le dio un beso
interminable.
—¿Te quieres casar conmigo, Adela?
—Daría todo por estar ya casada contigo, Elio.
—Ponemos fecha.
—La que quieras, ya no tengo miedo de ir deprisa, al contrario, no podría
soportar ir despacio como si nos tuviéramos que conocer más.
—Por favor dos cafés y dos whiskys, un Chivas Antiquarium de doce años, y
a mí el que usted me sugiera. El champán francés ha sido excelente.
—Pues el whisky que le voy a traer, no es tan caro como el Chivas, pero le
juro que le va a gustar más, si no es así, el suyo lo pagará la casa.
Cuando se fue el camarero:
—Pensarás que soy un crío, pero no puedo evitar mirar el reloj, igual sin
exagerar ya lo he mirado más de cien veces.
—Tampoco se trataba de que miraras más el reloj que a mí.
—A ti no te miro, a ti te contemplo.
—Menos mal que siempre sabes hacerme sentir muy, muy especialmente
bien.
—Esta noche volverá a ser uno de los días más importantes de nuestra vida.
—¿Qué más va a pasar? No me asustes.
—Será la primera noche que pasamos juntos. ¿Te parece poco?
Ahora fue ella la que se levantó, le dio un beso y cuando volvió a sentarse
izó el vaso de whisky y volvió a sonar el clic del cristal.
—Para que nuestras noches sean todas tan emocionantes como la que nos
espera.
Después del sorbito, Elio la miró fijamente a los ojos, alargó las dos manos
por encima de la mesa, y se cogieron.
—Adela.
—Dime, rey.
—Acabo de tener una idea que, aunque pienses que es una locura, yo la
encuentro genial… igual tiene un poco de culpa este whisky, que aun-255
Alma Retsem Klol
que no soy un entendido lo encuentro fabuloso, recuérdame que le pregunte
al camarero la marca. Eso, la idea, suerte del whisky porque sin él estoy seguro
que me daría vergüenza contártela.
—Dime, amor mío, que me tienes intrigada, vaaa —suplicó ella.
—¿Estás preparada? Vale, como hoy es una fecha en nuestras vidas que
jamás olvidaremos, lo que no haremos es casarnos dentro de un año en esta
fecha, he pensado, agárrate, dentro de un mes exactamente, o sea el veintinueve
de junio nos casamos, aunque tengamos que hacer un simulacro de boda y
cuando tengamos todos los papeles en regla, porque no sé como funcionan estos
trámites, pero seguramente que en un mes igual no da tiempo, celebramos
nuestra boda.
—Pero cielo, como me puedes decir que te daba vergüenza, si lo encuentro
una idea fantástica, fenomenal, excelente. Te juro que si hoy estuviéramos libres
los dos, haría como en las películas americanas que todos se van a Las Vegas o a
México y se casan, nosotros lo haríamos en Zaragoza.
—Aún no había terminado con la idea, solo faltaba un pequeño detalle.
—No te pases conmigo, tengo el corazón que me va a mil, no sé si aguantará
otra sorpresa como esta.
—Es la última y nos vamos a la habitación 314, mañana miramos en todas
las administraciones de alrededor y compramos este número, seguramente no lo
encontremos porque números tan bajos no venden, si es así compramos la
terminación que más se parezca.
—Menos mal, es buena idea pero no ha sido sorprendente. No te enfadas,
¿no cariño?
—¡Cómo voy a enfadarme!, pero esto no era el pequeño detalle.
—Ya decía yo…
—El detalle sería que en las participaciones en lugar de poner la fecha 29 de
junio, pusiéramos 29 de mayo, una vez enviadas, o incluso en el momento de
enviarlas, agregamos una nota en un papel aparte, diciendo que hay un error de
imprenta en la fecha, que en lugar de mayo tendría que decir junio, de esta
manera tú y yo tendríamos la fecha mágica de nuestra relación hasta en el día de
nuestra boda.
—Otra idea así, y te juro que hoy celebramos nuestra primera noche en un
hospital de Zaragoza. No sé como te las puedes ingeniar para te-256
Haré que jamás puedas vivir sin mí
ner estas ideas, bueno, sí que lo sé, es que no solamente eres buen tío y
superguapo con un cuerpo Danone y un arma letal, ja, ja, ja. Lo del arma letal
me ha salido así, ja, ja, ja. Eres un tío superinteligente además humilde, no
puedes imaginarte lo que yo haría por ti, te lo juro amor, te amo, no me dejes
nunca que no lo superaría.
—Te iba a decir esto último que dices tú, de verdad, si me dejaras creo que…
Antes de que terminara la frase ella le tapó la boca con la mano.
—Por favor, no digas eso ni en broma, solo dime lo que sientes.
—Es muy fuerte, te amo más que a mis hijos.
Con el amor transpirando por cada poro de su piel, se levantaron casi
corriendo al ver que solo estaban ellos en el local. Elio pagó la cuenta que había
dejado hacía un buen rato el camarero, dejando mil pesetas de propina. Muy
educadamente, pidió disculpas.
—Oiga, perdone que le hagamos cerrar tarde, pero le juro que no nos hemos
dado cuenta de que estábamos solos.
«Con esta tía que llevas, cabrón, también yo me olvidaría del tiempo», pensó
el camarero, que respondió también con mucha educación y cortesía:
—Estén ustedes muy tranquilos, es de los días que cerramos pronto.
—Siendo así, le pediré un favor.
—Usted dirá.
—¿Me podría apuntar en un papel el nombre del whisky que me ha
recomendado? No lo he dicho para quedar bien, es que es buenísimo.
—Ahora mismo se lo apunto.
El camarero se fue detrás de la barra y cogió la botella a la que le quedaban
dos dedos de licor, la envolvió y la puso dentro de una coqueta bolsita de
propaganda del restaurante «El mirador del Ebro».
—Tenga, señor, obsequio de la casa, le queda para un traguito.
—Muchísimas gracias —Elio hizo el gesto de ofrecer otra propina y el
camarero se opuso.
—Por favor, señor, no le acepto otra propina ha sido usted muy gene-roso.
—Muchas gracias, le prometo que si volvemos a Zaragoza, que más tarde o
más pronto lo haremos, no nos olvidaremos de comer o cenar aquí.
257
Alma Retsem Klol
—Será un placer tenerlos de nuevo, que pasen una buena noche.
«Que si no la pasas bien, es que eres gilipollas, cabrón, qué tía».
La pareja salió del restaurante y se fueron cogidos de la mano, abrazados,
casi bailando, dándose besos a cada portal, mandándose men-sajitos propios de
tener la cama cerca. Por suerte tenían el hotel a cinco minutos. Antes de entrar,
Adela dijo:
—Creo que es muy tarde.
—Que si es tarde, creo que está saliendo el sol, ¡ay no!, es mi reloj que
reluce más que el sol.
—Ja, ja, ja, qué tonto.
A las doce del mediodía sonó una llamada desde recepción:
—Dígame.
—Buenos días. Señora Adela, quisiéramos saber si va usted a quedarse más
días… Muy bien, gracias, en este caso debería abandonar la habitación tan
pronto como le sea posible… No, no se preocupe, tómese el tiempo necesario,
ahora mismo le preparo la factura, hasta luego.
Montados en el Peugeot de Elio habían decidido ir tranquilamente por la
carretera nacional en lugar de por la autopista. Eran casi las dos de la tarde,
como no habían desayunado pensaron los dos a la vez en lo mismo.
—Me da la sensación de que estoy haciendo el viaje de luna de miel
—dijo Adela.
—A mí también. Y, hablando de miel, que me encanta, me has hecho pensar
en comida. Mira, hotel Pepa. ¿Te parece bien parar ahí? Tengo un hambre que
me muero.
—Jolín, qué poco románticos sois cuando tenéis hambre los hombres,
aunque sin este hambre brutal, la verdad es que seríais menos interesantes, ja, ja,
ja.
—Después dicen que somos los hombres quien solo pensamos en estas
cosas.
—¿Qué cosas? Yo solo hablo de comida.
Con el coche ya parado enfrente del hotel Pepa, Elio se abalanzó con la
cabeza directo a la entrepierna de Adela.
—La comida que te daría, ahora mismo, ñam ñam…
—Ja, ja, ja, quita tonto, pensarán que me he meado, guarro.
Al entrar al restaurante, no hubo ningún camionero, que había bastantes, que
no se percatara del cuerpazo de Adela. Elio, observador de 258
Haré que jamás puedas vivir sin mí
esta circunstancia, sacaba pecho sintiéndose el hombre más afortunado del
planeta y al ver alguno más descarado de la cuenta se miraba el reloj y pensaba:
«Y si supierais que este Rolex me lo ha regalado ella, os morirías de envidia».
Terminaron de comer y prosiguieron el camino. Al llegar a Fraga eran las
cinco de la tarde, pararon y se tomaron unas cervezas. Ella compró dos cajitas de
madera con chocolate relleno de fruta para Antonia, que sabía que le gustaba
mucho.
A las siete llegaron al chalet de Montort. Saludaron a Antonia y Elio se
marchó rápido para contactar con sus operarios, especialmente con Juan Manuel
que había hecho de encargado. Después tenía que hacer lo más difícil, a pesar de
tenerlo más que a medias, ir a su casa, hacer la maleta y contar a sus hijos lo que
pasaba. Estaba mentalizado de que haciéndolo todo rápido, antes se irían los
malos rollos que conlleva una separación.
A las diez llegó con su maleta y alguna bolsa y se instaló en el chalet.
Adela no dejó de consolarlo ni un solo momento. Él nada más que hacía
referencia a sus hijos, especialmente a Laura, que se había comportado como una
clásica adolescente en estos casos, con total rebeldía y enfado, no tanto Nuria
aunque no se había puesto de su parte ni mucho menos. El niño, Marc, parecía
ser el menos afectado.
—Tranquilo, cariño, todo esto, por la experiencia que tengo de primos,
amigos y amigas, es una entre mil la separación que no se pasa mal con los hijos,
si te sirve de consuelo, todos acaban aceptando la relación…
—Perdona que te corte, cariño, ¿y Antonia?
—Está como una cabra, pero te juro que yo en su caso hubiera hecho lo
mismo. Me ha dicho textualmente: «Sería lo último que haría en la vida,
aguantar bajo el mismo techo una luna de miel, ni harta vino». Ha cogido cuatro
cosas, se ha montado en su Renault 19 y se ha ido al piso.
Aparte de amarse cada minuto que pasaba, empezaron los planes sobre la
familia y sobre los negocios.
—Lo de los niños será un poco complicado, esta semana te instalas aquí
definitivamente y vamos paso a paso. Sabes, había pensado en un principio que
mejor irnos a Tarragona, por eso de los pueblos peque-
ños, pero luego me dije, los niños cuanto más cerca mejor, que te vean 259
Alma Retsem Klol
a menudo y la semana que viene los tenemos todo el fin de semana. Tú no te
preocupes que yo me ocuparé de ellos. De tu mujer tendrás que ocuparte tú solo,
pero si eres listo esta semana puedes tenerlo arreglado. Le dices a ella que se
busque un abogado, el que quiera, cuando lo tenga le propones que sea el de los
dos. Piensa que tenemos que ir a contrarreloj si quieres llegar a la boda dentro de
un mes.
—Cada vez lo veo más difícil, pero lo conseguiremos. —Elio se abrazó a
ella.
—Mañana iré a Barcelona por lo del negocio, primero llamaré a mi abogado,
no sé si será cuestión de mucho tiempo. Ya te contaré. Acuérdate de hacer unas
cuantas fotocopias del DNI.
Tras tres semanas, en teoría faltaba una semana para la boda, aunque a
contrarreloj por poco no la ganaron, la genial idea de Elio sobre la fecha de la
boda, tendría el mismo valor si trasladaban la equivocación de mayo a junio a de
mayo a julio, y así lo decidieron.
260
Capítulo XIII
Madrid, mayo de 1987.
Alfonso y Francine salieron de la habitación 523 con el alta médica en la
mano. A la salida del hospital se reunieron con Patricia y María que los estaban
esperando. Después de saludarse cogieron un taxi y se fueron todos a casa de la
pareja.
Después de comer, Francine las mandó a su casa.
—Mamá, no quiero que te quedes, Alfonso solo necesita reposo unos días,
cinco o seis, y a partir de estos podrá hacer vida normal. Fíjate qué sonrisa se le
pone cuando oye esto.
—María, su hija tiene razón, un riñón es como una muela, quedan más. Al
menos uno. Ja, ja, ja.
—Días atrás no te reías tanto —replicó María.
—Tienes razón, yo diría que estaba un poco no, muy acojonado.
—¡Mírala!
—Que es broma, hombre, que ya sabemos que eres un tipo muy valiente —
dijo Patricia.
—Ahora tampoco te pases —acabó diciendo Alfonso a Patricia.
* * *
Habían sido más de ocho años, cinco de los cuales fueron los más felices de sus
vidas tanto para Alfonso como para Francine. En el último, Alfonso había
superado un cáncer, al menos lo parecía, hasta que 261
Alma Retsem Klol
volvió a rebrotar afrontando otra operación quirúrgica de la que no salió con
vida del quirófano.
1992, las cuatro gotas que habían caído dieron al día un toque más añadido a
la tristeza. Cuatro gotas que cayeron justo en el momento de dar sepultura a
Alfonso lo que hizo que se marcharan rápidamente después de haber cerrado el
nicho. Alicia, Floren y las niñas se despidieron en el mismo cementerio de
María, Francine y Patricia, porque sus compromisos laborales les impedían
quedarse, a excepción de Judit que se ofreció a pasar unos días con su tía, cosa
que esta le quitó de la cabeza prometiéndole que, más adelante, se quedaría para
pasárselo bien y no para consolarla, dejando claro que necesitaba y quería estar
sola.
* * *
Alfonso sentía tanto amor por Francine que tuvo la necesidad de transmitírselo y
también de revivirlo.
Madrid, 15 de mayo de 1992
Querida Franci:
Ya sabes que a mí me gusta más llamarte así y no Francine, la sílaba
«ne» final siempre te he dicho que le da un toque francés y nos hace pensar
en París, en el amor, el romanticismo, sabes que tenemos un viaje pendiente a
París que seguramente tendremos que adelantar pero bueno, esto es otra historia,
Franci.
Cuando me veías escribir supongo que creías que escribía mis memorias,
como te dije, te engañaba para que me dejarás más tranquilo, simplemente quería
dejarte una carta de despedida, qué menos. Lo de mis memorias, a quién le
podrían importar aparte de a ti, a nuestra familia y los cuatro amigos; además,
¿qué he hecho yo en la vida de lo que pueda estar orgulloso?, solo una cosa, ser
muy feliz, pero le doy más relevancia al destino que a mí.
Mi gran felicidad la debo a mi mujer y a ti. No vayas a creer que me olvidé
de mis abuelos, por descontado, mis padres y, especialmente, de mi madre. Estoy
convencido de que en una situación similar a la tuya, me hubiera defendido
como tu madre te defendió a ti. Un beso a tu madre que también ha contribuido y
bastante en mi felicidad, y a la que 262
Haré que jamás puedas vivir sin mí
he querido mucho. Para que no se me olvide, también un beso para Patricia
que siempre será más que una amiga para ti y a quien también he querido
mucho.
De mi mujer te dejaré que puedas compartir el viaje de París, aún me
acuerdo cuando me dijiste que te hubiera gustado acompañarnos en algún
momento en Cabo de Gata, aunque me hizo mucha ilusión, siempre me he
preguntado si mi mujer hubiera querido compartirme, no lo sé. Quiero pensar
que sí; claro que, desde donde, espero equivocarme, pronto estaré yo, el más
allá.
Ahora te voy a hablar del día en que te conocí. Ha sido algo que me ha
turbado, sobre todo al principio, incluso ahora mismo me da la sensación de que
me estoy ruborizando, me hace gracia, tengo que parar de escribir porque me
estoy riendo, sin hacer ruido, a carcajada limpia.
Ya está, ya se me ha pasado. Pues eso, hacía tiempo que deambulaba por la
vida, más que vivía, aunque vivir de los recuerdos cercanos tampoco lo tengo
como una etapa vacía, también era feliz, entre comillas, claro, comillas que con
el paso del tiempo se iban convirtiendo en pa-réntesis que no tengo claro aún si
no me dejaban entrar o no me dejaban salir. Seriamente pensé en varias
ocasiones en encontrarme con mi esposa, supongo que no tuve nunca el
suficiente valor, tampoco dudo de que me faltara más convencimiento, digamos,
que no era mi hora y punto. La cuestión es que en aquellos momentos mi amigo
Luis Zambrano, que aún sigue siendo un golfo empedernido, me obligaba a salir
de casa, me organizaba fiestas sorpresa y me traía bomboncitos que muchas
veces se comía él, casi siempre, la verdad. Un día, pocos días antes de conocerte,
me había organizado una de estas fiestas en un club privado con dos amigos más
que yo también conocía un poco y que eran de su misma calaña, con todos los
respetos a la calaña. Había cuatro o cinco chicas y dos travestis que, por cierto,
eran tan guapas como las chicas. Se me acercó uno de ellos, sin yo saberlo, y
aquello que pasa, me sentía a gusto con él, para mí, ella. Total, que insistió tanto
en querer estar conmigo que fue una de aquellas veces que decidí, por qué no,
satisfacer a mi cuerpo. Había notado algo en la mirada de mis amigos y
especialmente en la mirada y media sonrisa de mi amigo Luis. Ya en la
habitación, poniéndome cada vez más, al meter mi mano impaciente en su sexo,
me sorprendió tanto encontrarme aquel pene grande y erecto 263
Alma Retsem Klol
que lo primero que me vino a la mente fue la vergüenza ante mis amigos y
ante mí mismo. En consecuencia, me vestí a toda prisa, le pagué y bajé
rápidamente, no pensaran que había tenido algo con el travesti.
Una vez en el club, en la pequeña sala privada les expliqué que eso no era lo
mío y ya está, todo arreglado con cuatro risas de ellos y un poco de indignación
mía. Mi amigo, que era un poco incorregible, me hizo unas cuantas confidencias
cuando nos quedamos solos al acompañar-me con su coche a mi casa que,
sinceramente, me dejaron un poco más tranquilo, digamos, por decir algo. Me
decía: «¿De verdad, Alfonso, que nunca te has acostado con un travesti? Pues
tienes que probarlo, sobre todo a este que quería estar contigo, a veces tienes la
sensación de que te estás amando a ti mismo, que te lo digo yo». Le hacía y no le
hacía caso cuando me contaba sus sensaciones. Lo que sí sabia yo, él no lo sé, es
que llevaba tres o cuatro whiskys de más o cinco o seis cubatas, dependiendo de
la elección de día aquel. Al cabo de una semana o dos, no recuerdo exactamente,
me encontraba solo en el mismo club preguntando por Tania, que era como se
llamaba o como se hacía llamar, supongo. Por suerte o por desgracia, ahora me
atrevo a decir por suerte, no estaba, se había ido unos días antes. El encargado
del local muy amablemente me dijo que me pasara en otro momento por allí que
seguramente podría saber donde estaba, que me lo diría, le dije que ya pasaría
pero, al final, no pasé, porque al día siguiente leí en el periódico tu anuncio y el
resto no hace falta que te lo cuente. También muchas veces pienso que si yo no
hubiera tenido el dinero que he tenido, jamás hubiera podido estar contigo, pero
me da lo mismo, es por demás pensar en lo que podía haber pasado en otras
circunstancias, solo sé que me has hecho muy, pero que muy feliz, y todo lo que
te dejo, que es todo, espero que lo utilices para ser igual de feliz que yo.
Otra cosa por la que tengo que darte las gracias es por tu operación, la más
importante de tu vida, la del cambio de sexo, por supuesto. Si hubiera sido un
poco más consecuente, jamás te hubiera pedido que no te operaras, espero que
cuando yo no esté sea lo primero que hagas. Te remarco que te incité para que te
operaras hace unos tres o cuatro años, me decías que estabas en ello, me dabas
unas excusas que me convencían. Con el paso del tiempo que me di cuenta de
que me engañabas para que yo no me sintiera culpable de habértelo pedido.
Gracias otra 264
Haré que jamás puedas vivir sin mí
vez, igual me hago un poco pesado, ya sabes que cuando somos mayores
pasa esto.
La gran sorpresa me la diste en el último viaje nuestro, para mí el penúltimo.
El día que fuimos a la última representación del Moulin Rouge, menos mal que
me habías alertado un poco de lo que podía pasar y, digamos que gracias a tu
alerta y a tener un corazón como un caballo, no me dio un ataque fulminante. Tu
sorpresa fue extraordinaria, solo alguien muy especial me podía hacer aquel
regalo, y cuando me acerqué a ti, solo faltaba el perfume, igual todo me
transportaba, cuanta emoción cuando cerraba los ojos abrazado a ti, abrazado a
ella.
Ha sido un regalo de la vida y tuyo tan importante como mi propia vida. He
vivido estos años, llámame pesado si quieres, tan feliz, que al enfrentarme a lo
que me espera solo pido sufrir lo menos posible. A tu lado me siento como el
niño enfermo que tiene a su madre que le quita todos los miedos. No creas que
no estoy asustado. Lo del riñón en el año, creo, ochenta y siete, podríamos decir
que se quedó en un susto, prácticamente he hecho vida normal hasta el día de
hoy. Pero esto es otra historia. Dentro de una semana me abrirán, según vean,
cortarán, quitarán, yo que sé, después quimioterapia, según lo que hayan visto.
Con mucha suerte me alargarán la vida un año o dos, yendo mal ya no saldré
del hospital. Tengo miedo de morir, y quien no. Pero, sobre todo, tengo miedo de
no volver a verte jamás. Por este motivo me gustaría terminar hoy mismo esta
carta, despedida, como quieras llamarla. Si te contara todo lo que tengo ganas de
decir, necesitaría que me alargaran la vida unos diez años, por lo menos. Estoy
convencido de que te relataría cada minuto a tu lado. Te imaginas que te diga
tantas veces que te quiero como minutos que hayamos vivido. Ahora sí que creo
que me he pasado, pero, ¡qué coño!, voy a intentarlo te quiero, te amo, te quiero,
te amo, te imaginas leer estas dos palabras, con un cálculo aproximado en
minutos, unos dos o tres millones de veces. Era una broma, supongo que no te
habías creído que sería capaz de hacerte esto. En el amor, creo que es tan
importante lo que se hace como lo que no se hace, cosas mías.
Antes, cuando me he acordado de tu madre y de Patricia, también me
acordaba de Alicia, Floren, Marta y Judit cómo no, lo que pasa es que tenía
pensado que en las olimpiadas de Barcelona 92 pasaríamos un 265
Alma Retsem Klol
par de meses con ellos junto con tu madre. Hubiera sido fabuloso. Estoy
convencido de que estaré en otra dimensión, no sé cual, pero creo que es
desconocida. ¿Qué gracioso soy, verdad? Pues eso, a tu hermana, Floren y las
niñas, diles que también las he querido mucho. Estamos en el mes de marzo del
92, por eso sé que cuando las olimpiadas ya no estaré y, de estar, vete a saber
cómo. Cariño, aunque no pueda dejar de hablarte de la muerte, sé que tú lo
entiendes, en ningún momento quiero entristecerte ni hacerte portadora de mi
sufrimiento, si no que, simplemente, es lo que hay, por eso ahora te hablaré de la
vida.
No sabría decirte con exactitud si el tiempo me pasa despacio o volando, me
refiero a partir de la enfermedad, sí, desde cuando me detec-taron el cáncer el día
12 de septiembre de 1989. Me jodió que fuera septiembre, ya sé que es una
tontería pero es uno de los meses que más me gusta, para esto tengo solución,
me buscaré otro mes y santas pascuas. A lo que iba, voy despacio o volando, no
sabría decir con exactitud por qué creo que pasa, no a velocidad media, que sería
lo normal y lógico si no de las dos maneras, lentamente y a la velocidad de la
luz.
Quizás sea un poco producto del miedo, no diré que no, porque esta
sensación de lenta velocidad la tengo cada vez más aferrada, como tengo el final
más asumido. Desde el 89 hasta enero o febrero del 92 he ido tirando, que se
dice, pero en estos momentos pasa el tiempo con una pregunta sin contestación.
La velocidad es la pregunta constante, la len-titud es la respuesta que no existe
hasta que llega, acabando con la existencia. Te das cuenta, tengo humor porque
tengo amor, el tuyo, por eso hago estos juegos con las palabras. Lo del funeral
sabes como quiero que sea, en la iglesia de mi antigua parroquia y en el
cementerio junto a ella. No sé porque te cuento algo que te he dicho cien veces,
perdona, y si alguna cosa no es como te he pedido por el motivo que sea, estate
muy tranquila, continúo siendo una persona sencilla. Supongo que en el más allá
aún seré más sencillo. ¿No crees?
Bueno, cariño, ahora sí que me despido de verdad, me iré amándote como
empecé a amarte el primer día que estuve contigo, no se puede pedir más. Solo
quiero que seas tan feliz como puedas, estoy convencido de que lo serás.
Hasta siempre, Francine, siempre te amaré.
266
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Madrid
Hola Francine, estoy solo en casa, la verdad es que tengo ganas de estar a tu
lado, verte, oírte, olerte, hoy más que nunca porque no sé si volveré a estar aquí.
No pienses que te estoy recriminando que no estés en casa, por favor.
No sé por qué te vuelvo a escribir, igual son los nervios que me obli-gan a
hacer algo.
Hacía muchos días que no escuchaba tu peculiar, seductora y encantadora
risa. Fue ayer por la tarde, desde el baño de arriba, escuché que había llegado
alguien. Era Patricia que no sé lo que te diría o contaría, que te pusiste a reír, tu
risa me produjo tanta alegría, que acabé llorando, tranquila, llorando de
felicidad. Cuando haya pasado un tiempo y algún día me traigas cuatro flores,
aunque sea bajito, ríete y me lo dedicas, recuerda algo nuestro en que te hayas
reído, que han sido muchísimas cosas. El tono, volumen de voz, según tú veas la
gente que tengas más o menos cerca, tampoco lo hagas demasiado en silencio, a
ver si no te oiré.
He pensado en decirte tantas cosas bonitas, tantas, que parece que sea
mentira, porque tengo la mente en blanco, no consigo retener nada en la cabeza
que no seas tú, tu cara, tu pelo, tus manos, tu mirada, tus movimientos, tu
sonrisa, tú solo tú. Sin palabras, sin risas, me da la sensación de que estamos tú y
yo solos sin hablar y sin necesidad de hacerlo. Esto me preocupa, a ver si ya me
habré muerto y no me he enterado.
No, me acabo de pellizcar y estoy vivo, ja, ja, ja, vivito y coleando.
Escucho la puerta que se ha cerrado, eres tú que acabas de llegar y dices:
«¿Cariño, dónde estás?». Te contesto que estoy en el despacho escribiendo,
ahora bajo, solo me falta poner fin. ¿Sabes qué? Que no le voy a poner fin, que
sea la sabia naturaleza la que lo haga, o sea que voy a despedirme a la francesa.
Tengo tantas ganas de verte hoy como las tenía al principio de nuestra
relación. Ahora bajaré a tu lado y convertiré el tiempo en felicidad, cada
segundo, cada minuto, cada hora, todo en instantes. Te juro que me tiemblan las
piernas de pensar que has llegado y que voy a verte ahora mismo, nunca has sido
mi mujer, continuas siendo mi novia, menos mal que has sido una novia liberal.
Francine, te quiero.
267
Alma Retsem Klol
* * *
Las súplicas tanto de su madre como de Patricia no hicieron cambiar de opinión
a Francine, que quiso estar sola en su casa. Sentía que quería y debía despedirse
de Alfonso, tenía la necesidad de vaciarse. Al pensar en las memorias, decidió
que no saldría de casa hasta que se las hubiera leído y así aprovecharía también
para despedirse como si aún estuviera hablando con él.
Estaba cansada y abatida, pero no conseguía dormir, tampoco tenía ganas de
hacer nada, a las diez de la noche llamó a Patricia y a su madre y les dijo lo
mismo. Que no la llamaran por la mañana, que ya las llamaría ella. Se tomó un
zumo con dos pastillas y se fue a la cama.
Al día siguiente, como si hubiera llegado de una regresión, abrió los ojos y
hasta que no escuchó el timbre de la puerta de su casa no reaccionó. Encendió la
luz, miró el reloj, se puso la bata y bajó a la puerta sabiendo que era Patricia.
—Ya voy, pesada.
—Encima pesada.
—No me molesta mi madre, y me tiene que… que es broma, aunque sea
verdad.
—Pues no es verdad, espabilada, tu madre hace más de una hora que te
intenta llamar, hasta me ha llamado a mí por si sabía algo. Llámala.
—Niña, mi madre llamará a otro número.
—Seguramente, me dijo que comunicaba cada vez.
—Imposible —dijo Francine en el momento en que descolgaba el teléfono
del comedor desde el cual había hecho la última llamada—. ¿Lo ves? El teléfono
estaba bien, joder, cómo puede ser esto si la última llamada que hice ayer, fue
precisamente a ti desde esta misma butaca y el mismo teléfono.
—No sé lo que quieres decir.
—Joder, tía, que estoy escuchando, que estará el supletorio de la cocina, el
del despacho o el de la habitación mal colgado. Sin haber yo utilizado ni tocado
ninguno.
Después de revisar los teléfonos y llamar a su madre para que estuviera
tranquila, volvió al salón donde aguardaba Patricia.
—¿Te encuentras bien? Estás pálida.
268
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Era el supletorio de la mesita de noche de Alfonso. No estaba simplemente
mal colgado, estaba descolgado completamente, el auricular al lado del teléfono.
—Si dices que te has tomado dos pastillas, igual en la primera llamada de tu
madre…
—No continúes, a mi madre el teléfono siempre le ha hecho la misma señal
de comunicar, se lo he preguntado.
—Te habrá llamado alguien antes.
—No te puedo contestar, pero tampoco era la primera vez que me tomaba
dos pastillas.
—Entonces, ¿qué piensas que es?
—¿Qué o quién?
—Francine, no me asustes, que a mí estas cosas… ahora sí que me quedaré y
te haré compañía un par de días o tres, si quieres.
—Aunque sea un poco raro todo esto, de momento tampoco adelantemos
acontecimientos. No quiero que te quedes, lo que sí puedes hacer es ir al
supermercado y me traes cuatro cosas, ahora mismo te hago una pequeña lista.
También, durante estos dos o tres días en que igual no salgo de casa, hazme el
favor de ir cada día a ver a mi madre, gracias cariño. —Se levantó y le dio un
abrazo.
Cuando Patricia se fue Francine se duchó, se arregló un poco y después de
tomarse un café y dos galletas se fue al despacho para empezar con las memorias
de Alfonso. No encontraba la llave de escritorio. Buscó en los últimos
pantalones y americanas que se puso él sin éxito.
Cansada fue a la cocina y cogió un cuchillo fino y fuerte con el fin de
intentar forzar la cerradura del cajón.
«Déjame que eche un vistazo otra vez a los demás cajones», pensaba, pues le
sabía mal romper la cerradura.
Abrió el primer cajón que era el que estaba más vacío, solo había dos
bolígrafos bonitos pero sin tinta, unos llaveros y chorradas de estas que jamás se
tiraban y que cuando las ves piensas, lo voy a tirar. Se volvió a quedar sin
aliento. «¿Cómo puede ser esto? Si recuerdo que antes he tenido incluso ese
mismo llavero en la mano».
Revisó todo el cajón, cosa fácil, y no vio otro llavero igual, era imposible
que antes no hubiera visto el que tenía la llave del escritorio.
269
Alma Retsem Klol
Como quien cierra los ojos ante una cosa que no le gusta ver, así hizo ella
con su mente. Sin pensar cogió la llave y abrió el escritorio, después tiró de la
manecilla del cajón todo lo que pudo sin que se saliera del mueble. En lugar de
coger la carpeta que estaba a la vista, cogió la bonita caja que había en el rincón
de la izquierda del fondo del cajón, después de contemplarla unos instantes, la
abrió y sacó la aún más bonita botellita que contenía, desenroscó el tapón y la
olió hasta llenar su nariz del exquisito perfume, después pensó si había sido
buena idea por parte de ella, hacer lo que hizo el día en que él se había dejado el
cajón abierto, como seguramente le hubiera pasado más de una vez. Aquel día
no pudo resistir la tentación de fisgonear el cajón secreto, eso sí, no leyó nada de
sus memorias, pero aquel perfume no pudo contenerse de olerlo, con el trabajo
que le costó encontrarlo, Solo en una de las diez o doce perfumerías mejores y
más expertas de Madrid pudo conseguirlo, con la anécdota de que solo les
quedaba otro envase igual y que al decirle a la dependienta lo contenta que
estaba, esta le recomendó que comprara el que quedaba porque seguramente no
tendrían más, por el elevado precio y porque vender dos al año no era rentable
para el due-
ño. Ella le respondió que era para regalo y la dependienta le dijo:
—Muy buen regalo, ya puede estar contenta la agraciada.
Francine cogió la botellita del perfume del cajón y fue directa al fregadero de
la cocina, la abrió y vació las cuatro gotas que quedaban, después pasó el frasco
por agua unas cuantas veces y le dio con un poco de jabón hasta que desapareció
el olor. La botella que había comprado ella se había quedado en el cajón de la
mesita de noche de la habitación del hotel de París, no por descuido.
«Lo ves, cariño, la guardo como recuerdo, pero su perfume en mi piel solo
era para ti, o para nosotros, para nadie más», pensó.
Después cogió la carpeta de las memorias y se la llevó al salón, se acomodó
en el sofá, apagó la tele que funcionaba como perro de compañía y la abrió. Se
quedó sorprendida al ver que las memorias solo eran cuatro folios. Empezó a
leer, enseguida vio que era una carta de despedida. Quería saborear cada palabra
de Alfonso, pero no pudo, la curiosidad y las ganas de seguir queriéndole
hicieron que la leyera de un tirón. Después, iba saboreando cada instante, como
hizo Alfonso, en las mil veces más que la leyó. Siempre con la misma ilusión
introdu-270
Haré que jamás puedas vivir sin mí
ciendo algunas nuevas sensaciones y emociones que le llegaban a la mente.
«El amor hace que todo sea nuevo». Recordaba constantemente esta frase
que siempre decía él. Estaba alegre cada vez que leía sobre el viaje de París,
alegre porque él no le había hecho ninguna alusión en su momento que no fuera
otra que un simple, aunque efusivo, agradecimiento, sin hacer otras referencias
que fueran más allá de lo que iban.
Estuvo cinco días sin salir de casa, su juventud le iba recordando que ya
había vivido bastante de los recuerdos, que la nostalgia, aunque estaba cerca,
debía guardarla en el rincón que tenemos reservado para ello en nuestro corazón
y, de vez en cuando, sacarla a pasear por bonitos lugares.
Un viernes por la tarde habló con su madre, sobre todo para que estuviera
tranquila. María le había hecho jurar que al día siguiente comerían juntas. Estaba
pensando si llamaba o no llamaba a Patricia, quien había insistido en que
salieran a cenar aquel viernes con su novio aunque tuviera que sacarla a rastras
de casa. Suponía que si le decía que había quedado para comer con su madre
mañana, la convencería. Al final, no cogió el teléfono y fue a despedirse de
Alfonso con todo el amor que guardaba de él. Alfonso se lo había puesto difícil.
* * *
Aproximadamente medio año antes de su muerte, había fallecido un amigo de
Alfonso de Barcelona. Había ido al funeral solo porque Francine se quedó
cuidando a su madre que estaba enferma. En el funeral se emocionó mucho
cuando Martina, la hija del difunto, leyó un poema de un gran poeta catalán,
Miquel Martí i Pol, que estaba impreso en el recordatorio. Al despedirse de la
viuda y la hija, les dijo que, aparte de ser amigos, también admiraba muchísimo
a su padre y esposo por su senci-llez, alegría y su predisposición a siempre
compartir las alegrías y penas de los demás.
—¿Qué voy a deciros que no sepáis? —dijo a las dos apenadas mujeres.
—Es verdad, Alfonso, pero en estos momentos agradecemos mucho tus
palabras, como te las agradecería Josep.
Los tres, con lágrimas en los ojos, se despidieron.
271
Alma Retsem Klol
Alfonso lloraba por la pérdida de su amigo y también por la pérdida, que
veía próxima, de su propia vida.
A treinta metros del crematorio, en dirección a la salida del cementerio, al
ponerse la mano en el bolsillo de la americana tocó el recordatorio con las
manos, dio media vuelta y volvió. Por suerte aún no ha-bían entrado en la sala
donde los diez o doce familiares más próximos veían la entrada de la caja. Se
acercó Martina, que fue la primera que lo vio que le dijo:
—¿Te has dejado algo, Alfonso?
—No, bueno sí, me he olvidado de pediros una cosa.
Martina llamó a su madre que estaba con sus hermanos y cuñados.
Cuando estuvieron las dos junto a él, sacó el recordatorio de la americana, lo
abrió y les dijo a los dos:
—Cuando has leído este poema tan bonito, me he emocionado tanto que,
automáticamente, he pensado en que me gustaría que lo llevara mi recordatorio
el día que me muera, eso sí, traducido al castellano porque si no, los míos no lo
entenderían.
Se hizo un pequeño silencio, como si no entendieran a Alfonso hasta que este
continuó:
—Os quería pedir si me dejaríais que mi recordatorio lleve el mismo poema
que tu marido, tu padre y mi amigo.
La viuda reaccionó de forma sencilla y natural igual que la hija.
—¡Ah!, es que no te entendíamos, no tienes que pedirnos permiso para esto,
a Josep le gustaría mucho. ¿Verdad Martina?
— I tant que si —respondió la hija en catalán.
—Tu recordatorio, al menos que pasen cien años —le dijo la viuda.
—Ni que sean algunos menos.
Se rieron disimuladamente, se volvieron a despedir y Alfonso hizo alusión a
la invitación que les había hecho antes.
—Lo que os he dicho antes, dentro de dos meses os llamaré para que me
digáis, sí o no, la fecha. ¿Entendido?
—No te preocupes, que así será. Lo prometido es deuda.
—Así me gusta.
Jamás volvieron a verse, por las circunstancias de la vida, en este caso,
tristes. Pero el amor de la amistad estaba allí, intacto, como tiene que ser.
272
Haré que jamás puedas vivir sin mí
* * *
Al no llamar a Patricia, sabía que tenía que arreglarse y salir aunque tuviera
mucha pereza. Tenía tiempo de sobra y dedicó una despedida a Alfonso que más
que una despedida era un adiós, hasta siempre.
Fue hacia el escritorio, leyó la carta unas cuantas veces y la depositó en su
cajita, después se fue a la habitación, donde tenía el bolso, sacó el único
recordatorio que había quedado, porque no quiso quedarse con los sobrantes y
volvió al escritorio.
Hablamos de ti, pero sin dolor
Sencillamente hablamos de ti, de cómo
Nos dejaste, del sufrimiento lentísimo
Que iba consumiéndote, de tus cosas
Hablamos, también de tus gustos
De lo que amabas y de lo que no amabas
De lo que hacías, decías y sentías
De ti hablamos, pero sin dolor
Y poco a poco reaparecerás tan nuestro
Que no hará falta que hablemos de ti
Para recordarte, poco a poco serás
Un gesto, un gusto, una mirada
Que fluye sin decirlo ni pensarlo.
Había besado el recordatorio al abrirlo y lo besó al cerrarlo. Había perdido la
cuenta de las veces que lo había leído. Lo colocó en la cajita encima de la carta
de despedida, la tapó, la colocó dentro del cajón y con un empujoncito suave con
la mano lo cerró.
Transcurrieron cuatro meses aproximadamente de la muerte de Alfonso.
Francine se volcó más que nunca en la operación quirúrgica más importante de
su vida, el cambio de sexo. Estaba programada para finales del mes de
noviembre de 1992. Llevaba varios días con dos tratamientos preoperatorios,
estaba ansiosa por ser, de todas, todas, ella.
Aquel mismo día, como tantos que iba a ver a su madre, entró en el piso y se
la encontró tendida en mitad del pasillo cerca de la puerta del comedor.
273
Alma Retsem Klol
—Mamá, mamá.
Se le ensancho el corazón cuando vio que estaba viva. La levantó y la colocó
en su butaca habitual como pudo, por suerte, María era bajita y más bien
delgada. Cuando se dio cuenta de que su madre no podía mover el brazo, ni la
pierna izquierda, no dudó en llamar a una ambulancia.
Al llegar al hospital Patricia ya estaba esperando en la sala de urgencias.
Cuando vio a María en la camilla tuvo que hacer un gran esfuerzo para no llorar
delante de ella, que le sonrió como siempre.
—Venga, María, que esto no será nada, ya lo verá.
María sonrió de nuevo al entrar en urgencias, donde solo pudo pasar
Francine, e hizo que Patricia volviera a su silla en la sala y se desahoga-ra
llorando como una Magdalena.
Al cabo de diez días, María salió del hospital en silla de ruedas, la cual ya no
abandonaría jamás.
Durante el tiempo que Francine había hecho vida en el hospital conoció a
Óscar Latorre, un abogado que también tuvo a su madre en condiciones
parecidas. Compartir algunas comidas y cenas en la cafetería del centro sanitario
les había acercado el uno al otro. Óscar estaba separado y era padre de una
encantadora niña que se había hecho también muy amiga de Francine. Con
Óscar se veía a menudo, él estaba muy enamorado de ella, ella también estaba
enamorada, pero no las tenía todas con respecto a la aceptación de Óscar sobre
su sexualidad, constantemente pensaba en que se tenía que haber operado justo
al morir Alfonso y que ahora ya estaría todo resuelto. Pero las cosas son como
son y no hay más. Esto último solía pensar Francine cuando se cansaba de
comerse el tarro especulando sobre hechos consumados.
El cambio de sexo lo había dejado aparcado de momento, y muy aparcado.
Hasta después de un año largo desde la muerte de su madre no se desplazaría a
Málaga acompañada de su inseparable amiga Patricia. Medio año más tarde de la
operación, llevaría a cabo su ajuste de cuentas.
274
Capítulo XIV
—Moooc. —Sonó el portero automático de la casa familiar de Elio.
—Olga, soy Elio.
Elio empujó la puerta de la calle y subió las escaleras que llegaban hasta la
primera y única planta.
—Hola, pasa. No, no hacen falta besos, creo que ya nos hemos dado todos
los que nos teníamos que dar.
—Vale, como quieras, aunque creo que cuanto mejor nos podamos llevar,
mejor para nuestros hijos.
—Por supuesto, pero la hipocresía no es un valor, si no un defecto, y los
defectos se pueden comprender, pero jamás hay que reivindicarlos, a mi
entender.
—Olga, si quieres se pueden poner en contacto nuestros abogados y si te
parece no hace falta ni que hablemos. Lo digo porque parece que no tienes ganas
de hablar conmigo.
—En esto tienes razón, no tengo ganas de hablar contigo, pero sí tengo ganas
de dejar las cosas claras de nuestros hijos y de nuestra separación. Hasta que no
te fuiste de casa, no pensé en ello, ahora no pienso en otra cosa, posiblemente lo
deseo tanto como tú, vamos al comedor y nos sentamos, que de pie nos
cansaremos.
Sentados en la mesa del comedor, Elio le volvió a mencionar al abogado.
—¿Cuándo crees que tendrás abogado? Es para agilizar las cosas al máximo.
275
Alma Retsem Klol
—Esta semana lo tendré, igual mañana o pasado, pero si quieres hablar solo
hay tres cosas a discutir, dinero, casa y la custodia de los hijos.
Dinero, me das la mitad de lo que tengas, igual que me das la mitad de las
tres parcelas que tienes compradas en la urbanización, la casa la dejas para tus
hijos, la custodia de los hijos para mí y la paga que dicta-minen los abogados o
el juez en caso de no entendernos. Creo que esto es todo, cuando tenga abogado,
si quieres, te llamo.
—Sí, llámame. Una cosa, lo de la casa me gustaría que fuera mía y que tú
pudieras vivir sin ningún problema hasta que Marc tuviera dieciocho años, ya sé
que la casa está a nombre de los dos pero piensa que le tengo un cariño especial
porque prácticamente la construí yo solo.
—Es verdad, pero el solar nos lo dio mi padre, nuestra boda la pagó mi
padre…
Elio la cortó para replicarle.
—Tienes razón, pero desde que nos casamos el único que ha trabajado he
sido yo.
Olga le respondió después de muchas carcajadas.
—Si quieres te doy las gracias por los dieciocho años de vacaciones que me
has ofrecido, porque llevar una casa con tres hijos, igual para ti es como estar en
un balneario.
—Tampoco es eso, pero piensa en el dinero que yo he aportado y en el que
has aportado tú.
—El tema económico, veo que ya lo tienes claro, ahora, si quieres, podemos
hablar de lo que se llama la relación de pareja. Te he aguantado muchas cosas,
que para ti seguramente son insignificantes, pero para mí han sido humillantes.
Tus cenas de negocios siempre hasta las tantas de la madrugada, tus borracheras
acompañadas de tu mala leche, mi silencio casi siempre por nuestros hijos y no
te olvides de las agre-siones físicas, que a esto se le llama malos tratos y es
violencia de géne-ro. No hables aún, espera un momento que termino y después
dices lo que quieras. A pesar de esto, que no es ni poco ni sin importancia, te
aseguro que hasta el último momento he pensado en continuar nuestro
matrimonio, incluso a pesar de mis padres, especialmente mi padre, que no
quiero ni pensar si supiera que más de una vez me has levantado y dejado caer la
mano. Esto es todo, sin querer entrar en detalles porque no acabaría en poco
tiempo, ya puedes decir todo lo que quieras.
276
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—No entiendo que tratándote tal mal no te separas de mí.
—En esto te doy la razón, hay cosas que no se entienden, pero te recuerdo
que te he dicho hasta el último momento, y ya hace días que ha pasado.
—Me parece que siempre que me he pasado un poco, tú sabías que tenía
problemas gordos, que no los quiero utilizar como justificante, pero me
desbordaban. Siempre te he pedido perdón y lo hacía de corazón, tú lo sabes.
—A ver, no sé cómo decirte lo que te quiero decir porque es un poco
complicado. Quizás no tenía que haberte hecho ningún reproche y simplemente
dejar las cosas claras del divorcio. Lo que te he dicho es lo mí-
nimo que te podría decir, piensa que en ningún momento te he mencionado
alguna violación que seguramente para ti se tratará de amor. Solo te pido que no
te quieras sentir como una persona normal y corriente, simplemente que pienses
un poco en tu vida hasta este momento, a partir de ahora a mí no me interesa. Si
quieres decirme algo lo dices, tú y yo ya sabemos nuestra relación matrimonial,
ahórrate reproches porque no acabaríamos nunca y probablemente no nos
pondríamos de acuerdo.
—Sé que no he sido perfecto, ni mucho menos, pero tampoco me veo como
un cerdo como me pintas tú, y déjame decirte que tú a mí siempre me importarás
porque eres la madre de mis hijos.
—Quién te tienen que importar son tus hijos, la madre, gracias, pero es algo
que te puedes ahorrar.
—Vale, ya me ha quedado claro lo que sientes por mí, al final pensaré que es
lo mejor que podía hacer.
—Antes de que se me olvide, ¿me das las llaves de casa?, por favor.
Elio, sin pensar, sacó las llaves del bolsillo y apartó dos de las anillas del
llavero.
—Toma, no se me hubiera olvidado. La llave del almacén me gustaría que
me la dejaras hasta que tenga preparado otro sitio.
—Claro, con la condición de que lo hagas sin prisas, pero lo antes posible.
—Sí, no te preocupes.
—Pasado mañana seguramente tendré abogado, si quieres le digo que se
ponga en contacto contigo, si te parece. Yo también tengo ganas de dejarlo todo
solucionado lo antes posible.
277
Alma Retsem Klol
—Una cosa, Olga, los niños, hasta que no tengamos todo en regla, me
gustaría tenerlos cada quince días, el fin de semana si te parece bien.
—Vale, a no ser que el abogado me aconseje otra cosa. ¿Me entiendes? De
todas formas lo sabremos esta semana.
Se levantaron de la mesa y con pocas palabras se despidieron y gran frialdad
por parte de Olga que se sentía engañada, frustrada, decepcionada, en una
palabra, hundida. El orgullo le ayudaba a ir saliendo a flote de las profundidades
del desengaño ayudada por el odio ante la estafa, más bien, ante el estafador.
Cabizbajo, Elio subió a la furgoneta y fue en busca de Adela que le esperaba
en el chalet.
Al oír la puerta, ella fue en su busca.
—¿Tan mal te ha ido, cariño?
—La verdad es que no me esperaba que mi ex tuviera tanto resentimiento,
me reprochara todo y no valorara nada que todo lo que tiene es gracias a mí.
Elio no quiso profundizar en lo más desagradable de la conversación, lo
referente a los malos tratos y a su mal comportamiento en general, para él
justificable e insignificante pero maximizado por su ex para joderlo por la rabia
que sentía de que la hubiera abandonado.
—Mira, cariño, no debe extrañarte este comportamiento, si esto que le pasa a
tu ex me pasara a mí, la verdad es que no sé cómo reaccionaría al perder una
persona como tú, igual te mataba, o sea que puedes estar contento de que no sea
así.
—No sé lo que haría sin ti, con dos palabras me convences de que mi vida
solo depende de ti.
Francine cargó las pilas de Elio en aquel momento de malestar no solo con
ayuda terapéutica, también con muestras de cariño y sobre todo de amor. Él se
levantó de la cama deprisa porque tenía trabajo y se había hecho tarde.
—Tengo que ir a Valls antes de que cierren y después a Tarragona.
¿Por qué no me acompañas?
—¡Cómo me gustaría! Pero he quedado con Antonia en Tarragona.
¿Sabes qué?, cuando estés allí me llamas y nos quedamos a cenar con
Antonia. ¿Te va bien?
278
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Como no me va a ir bien, me va de cojones, bueno, de perlas. Queda más
fino.
A las diez de la noche cenaron los tres cerca del piso. Antonia, como no,
contribuyó también a dar ánimos a Elio.
—Esto es normal, tú lo que tienes que hacer es entenderlo y portarte como
un señor, ¡ah! y los niños lo mismo, si no ya lo verás.
—Paciencia, que no es lo mío, pero no tengo otra solución. No sé lo que será
más difícil, si mi ex o mis hijos.
Elio, dirigiéndose más a Antonia hizo mención del primer fracaso:
—Era lo único que quería que me respetase, la casa. La construí
prácticamente yo solo, cuando aún no tenía la empresa, trabajando sábados,
domingos, vacaciones y me sale con que el solar se lo había dado su padre, que
es verdad, no digo que no. Nada, que lo único que me hacía gracia tener como
mío, a joderse, porque claro, el malo soy yo.
Adela se levantó y se fue al servicio, Antonia aprovechó para hacerle un
comentario de lo que había escuchado el día anterior vía telefónica entre el
abogado y Adela.
—Cambiando de tema, Elio, ahora que Adela no nos escucha. ¿Cómo tenéis
lo del negocio?
—Estamos esperando a reunirnos con el abogado para ir al notario.
Tenemos que determinar alguna cuestión, ayer teníamos que hablar, pero
solo hablamos de mi separación.
—Te digo esto porque ayer por la tarde Adela hablaba con su abogado. Juan,
José o Pedro, no sé. Dijo: «Te lo vuelvo a repetir, la empresa estará al 50 % y la
aportación de Elio se hará cuando tenga solucionado el divorcio, piensa que
dentro de un mes o mes y medio me caso, ocú-
pate de llevar mis asuntos que para eso te pago, no para que te metas en mi
vida, espero que entre esta semana y la que viene quede este tema zanjado». Y
cortó la llamada. Después yo, como quien no le da importancia y no quiere ser
fisgona le dije simplemente: «Te veo muy cabrea-da, ¿te pasa algo?», dijo:
«Nada, el abogado que parece gilipollas, igual tiene miedo de que me arruine, no
entiende que Elio sea mi socio sin hacer la misma aportación, a él qué le
importa», así se acabó. Callemos, que ya viene.
—Al menos que algo me salga bien —dijo Elio bajito y con una ambiciosa
sonrisa.
279
Alma Retsem Klol
—¿Estas sonrisas? Ya me estaréis criticando.
—Cómo no, somos españoles. Criticando con envidia o por envidia, como
quieras.
—Por tonta no me tendrás envidia, no, porque tú lo eres más que yo.
Con las carcajadas se levantaron de la mesa, y se fueron directos al piso, allí
Antonia le entregó a Elio una gran carpeta en la que estaban las veinticinco
escrituras de los inmuebles de Adela en Tarragona. Con las escrituras en la mano
él le dijo a Antonia:
—Oye, guapa, no crees que me falta algo tan importante como las escrituras,
o más.
Después de un titubeo, ella reaccionó con una carcajada.
—¡Ja, ja, ja! tampoco hubiera pasado nada, simplemente hubieras vuelto otra
vez al piso o te las habría llevado yo mañana mismo.
Abrió un cajón del mueble del comedor y sacó una cajita en la que había
veinticinco llaveros con dos llaves cada uno y una tarjetita plasti-ficada con la
dirección del inmueble.
—Toma, las llaves de tu reino.
A las doce llegaron Elio con su furgoneta y Adela con su coche al chalet.
Antes de acostarse, se fumaron un par de cigarrillos y al tiempo iban dejando
las cosas claras tanto del divorcio de Elio como del negocio conjunto. Hablaron
de los niños y de la poca ayuda que recibiría por parte de su ex. Adela le consoló
diciéndole que los hijos necesitan mucho tiempo y que la rebeldía es algo natural
en la adolescencia, que solo era cuestión de esperar y paciencia y, sobre todo, no
tenían que sentirse obligados a convivir con ellos, un poco como si les importara
poco y que eso sería una fórmula para contrarrestar su rebeldía. Elio, con mucha
tristeza, hizo mención a su padre.
—Aunque sea por desgracia, el único que no nos traerá problemas será mi
padre porque el pobre cada día está peor, cada vez tiene menos momentos de
lucidez mental, según el médico, seguramente en cuestión de meses no tendrá
lucidez en ningún momento.
—Ya sabes, cariño, que tengo ganas de conocer a tu padre, pero creo que no
será bueno que pudiera entender que te separas, quizá sería peor.
—Claro que sí, simplemente es porque me acuerdo de él.
280
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—¿Cómo no te vas a acordar? Eso sí, eh, el día que nos casemos será el día
que iremos a ver a tu padre esté como esté. Si está con lucidez, le decimos que
soy tu amiga y le daré un par de besos con todo el cariño, y si no está bien le
daré otro par de besos igualmente. A ver, si las cosas fueran muy bien, me refiero
que no tuviéramos malos rollos con tu ex y sobre todo con tus hijos, a tu padre
me gustaría verlo ya, pero eso sabes que será imposible.
—Por desgracia, sí.
—Lo de tus hijos, hay una cosa que creo que ayudará a que se acer-quen a
nosotros, sobre todo a ti. ¿No sabes lo que es? No te haré pensar porque no son
horas, y seguro que no lo adivinas. Antes de un año, quiero tener un hijo tuyo, o
una hija.
—Te hago lo que me digas ahora mismo.
—Quita, pesado.
—Aún tomas la píldora, ¿verdad cariño?
Adela abrió el bolso que tenía al lado y agitó la caja haciendo la mú-
sica de un sonajero con las pastillas.
—Con un hijo nuestro, mis hijos tendrán un hermanito o hermanita, ya me
los imagino jugando los tres con él.
—Verás como eso será lo que nos unirá a ellos y a nosotros. Oye, cariño,
¿mañana tienes que madrugar?
—No, esta tarde lo he dejado todo organizado, aunque tengo que hacer varias
cosas me puedo levantar a las diez perfectamente o más tarde.
—Lo digo porque si hablamos del tema económico, igual estamos hasta las
tantas. Tengo sed.
—¿Una cerveza o una Coca-Cola? Yo una cerveza, el bacalao estaba un poco
salado.
Los dos sentados en el sofá con bebidas y el cigarrillo encendido sentían la
calma del silencio de la madrugada en la piel, transmitiéndoles mucha felicidad.
—Si te parece bien, primero me gustaría hablar del divorcio. Una vez que
haya un entendimiento entre tu ex y tú, lo demás es pan comido.
Como veo que la casa te gustaría tenerla a ti por cuestiones puramente
sentimentales, solo hace falta decirle que cuánto quiere por el solar y su parte.
Seguro que hay entendimiento. Una vez tuya pedimos, bueno, 281
Alma Retsem Klol
pides, una hipoteca para conseguir efectivo, con las parcelas que tienes
hacemos lo mismo, se trata de conseguir el máximo de dinero, el que se pueda,
tampoco haremos milagros, pero si podemos conseguir sesenta millones en
efectivo, a tu empresa le podemos dar un valor de muchos millones y de esta
forma mi abogado no me daría la paliza cada momento. Piensa que mi abogado,
aparte de asesorar, también tiene una parte sobre los beneficios de la empresa y
seguramente piensa que los negocios no se tienen que mezclar con los
sentimientos, los catalanes sois más precavidos que los andaluces, más serios y
más tacaños,
¡ja, ja, ja!
—Adela, por favor, por mí, te lo juro, no quiero estar contigo al 50 %, si me
toca un 10 % o un 12 %, lo que sea, eso…
Adela le tapó la boca con la mano y le dijo con cariño, energía y
convencimiento:
—Elio, amor mío, no sigas que ya nos conocemos. Lo sabes desde el primer
momento en que decidimos ser un matrimonio o pareja, como quieras llamarle.
Lo del negocio, la empresa, ha surgido así y punto. Te advierto que trabajo no
vas a tener poco, eso sí, te prometo que hasta que no vengamos del viaje de
novios el trabajo no empieza.
Abrió la carpeta y la caja de las llaves.
—Apúntate bien las direcciones que un día de estos los revisaremos todos,
solo he estado en cinco, no, seis de los veinticinco que hay. ¿Conocerás todas las
calles, no, cariño? La lástima es que de habernos conocido un par de meses
antes, estos pisos estarían a nombre de los dos, aunque me dijo el abogado que
estando inscritos en la empresa como parte de ella, quedan automáticamente
como posesión de la empresa, o sea, de los socios que somos tú y yo y nadie
más.
—¿Con Antonia no tienes nada?
—Muy poco, tenemos el negocio separado, aunque seamos muy amigas,
tanto ella como yo, somos muy independientes. Lo único que tenemos aún a
medias son tres locales que están en una zona en la que el Ayuntamiento desde
hace unos dos o quizás tres años, anda detrás de un proyecto para hacer
viviendas, que si no fuera por un pez gordo que tiene unas tres o cuatro hectáreas
allí o algo parecido, ya estaría hecho hace tiempo, pero se ve que el tío quiere
sacarle todo lo que pueda al Ayuntamiento. En esto tengo que felicitar a Antonia,
lo teníamos casi 282
Haré que jamás puedas vivir sin mí
vendido por un precio razonable y una semana antes, a través de un conocido
suyo, se enteró de que aquello podría valer cuatro veces más tranquilamente. No
veas el mosqueo que pilló el comprador, que iba de negociante y no era más que
un especulador de tantos que seguramente tenía línea directa con algún político.
Si vendemos esto, nos tiramos un año de vacaciones viajando de un sitio a otro.
¿Te apuntas?
—¿Dónde hay que firmar?
—¡Uy que ojillos…! Firmar. Creo que donde te apuntarías ahora mismo sería
a la cama y solo para dormir, ¡ja, ja, ja! Venga, a la cama y ma-
ñana continuamos.
Un mes después Adela estaba contenta porque el tema del divorcio había
funcionado bien, eso sí, pagando. Elio había aceptado todo lo que el abogado de
Olga había pedido. La casa se la había quedado él, desem-bolsando treinta
millones de pesetas de la cuenta que tenía junto con Adela en la que el dinero era
de ella porque los trámites hipotecarios estaban en proceso.
Elio y Adela estaban delante de la puerta del banco de Sabadell en la oficina
de la Rambla Nova de Tarragona.
—Cariño, ¿no te hace ilusión tener la primera cuenta bancaria a nombre de
los dos?
—Ni te lo puedes imaginar, aunque me hubiera gustado que el reparto fuera
más equitativo.
—No seas pesado, cariño, tú tranquilo que ya será más equitativo, de
momento tendremos la primera libreta a nombre de los dos, cuando tengamos la
hipoteca de tu casa, ponemos el dinero aquí y así ya estaremos en paz.
—¿En paz?, tendrás tú al menos catorce o quince millones más que yo.
—Por esta calderilla no nos vamos a pelear.
—¡Ah no!, claro que no, por mí ya está bien. De puta madre.
—Así me gusta. La semana que viene abriremos una libreta con el nombre
de la empresa y de sus dos socios, que será la que utilizaremos para trabajar. Esta
que hacemos ahora será, más adelante claro, solo para los beneficios, que serán
nuestros ahorros. Si te parece bien lo haremos en este mismo banco, a no ser que
quieras otro.
—Aquí mismo, supongo que trabajaremos en más de un banco.
283
Alma Retsem Klol
—Claro que trabajaremos en más de un banco o caja, me refería a que si
ahora mismo quieres que hagamos la nueva libreta, la de nuestra empresa, en
otro banco que trabajes tú o caja.
—No, de momento lo hacemos aquí.
A las doce salieron del banco con una libreta de ahorros que Elio ja-más
habría soñado. Más de treinta millones a los que añadirían dentro de días la
hipoteca de su casa de treinta y tres millones. Alucinaba al pensar que tenía más
de cincuenta millones de pesetas en efectivo de un negocio que le pertenecía el
cincuenta por ciento. La sorpresa fue la visa oro que le dio Adela con un regalo
incluido, aparte de un fondo de veinte millones.
—Dices que lleva un regalo incluido la visa, ¡joder, tía! ¿Cuándo montamos
otro negocio tú y yo?
—Que esto tampoco será cada día. Venga, arranca, que yo te indico donde
vamos.
El Laguna de Adela dio la vuelta a la Rambla y ella lo iba guiando hasta que
se plantaron delante del concesionario de BMW.
—Adela, no me dirás que…
—No te hagas ilusiones que es de segunda mano.
Entraron en el concesionario y Elio se fijó en un modelo de los que más le
gustaba.
—Fíjate en este, igual es un kilómetro cero, está matriculado.
—Buenos días. ¿Qué desean? —les dijo el vendedor, después de hacer un
guiño a Adela sin que lo viera Elio.
—Cariño, pregúntale si es un kilómetro cero.
—¿Por qué? Si tampoco vamos a comprar este modelo.
—¿No te gusta?
—Sí, no me gusta lo que debe valer.
El vendedor se puso manos a la obra en el juego que había preparado con
Adela.
—Es cuestión de diez minutos, lo acaban de abrillantar. Mientras voy a
enseñarles este que veo que le gusta mucho, a mí también me encanta.
He oído que decían si es un kilómetro cero, que va, está matriculado hace
aproximadamente dos días, vienen a recogerlo esta tarde.
Elio, sentado en el asiento del conductor, escuchaba, preguntaba, tocaba…
estaba fascinado. El vendedor le gastó la última broma.
284
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Como veo que es bastante entendido en coches, voy a buscar las llaves y
verá como suena el motor.
—De verdad que no hace falta, a ver si viene el dueño y se enfada.
—Tranquilo que el dueño no viene, de paso voy a preguntar si el vuestro está
listo. No es este, pero también es un modelo guapo, solo tiene medio año.
Volvió el vendedor con un fajo de documentos dando golpes de americana y
corbata al aire.
—No, no se levante, tenga, póngalo en marcha, dele a la palanca del capó
que lo levanta. Ponga el freno de mano y salga que verá el motor.
—¡Joder… y cómo sueña!, ciento sesenta caballos, madre mía…
Adela le dijo consolándolo:
—El próximo será este, cariño.
El vendedor cerró el capó y le pidió que parara el motor.
—No, no salga del coche, tenga por favor, ponga la documentación en la
guantera. ¿Son de Tarragona?
—De un pueblo cercano, Montort.
—¿Montort? Creo que el dueño del coche es de ese pueblo. Ya verá, mire la
documentación. Igual me he confundido…
—Cornelio Sánchez…
Se volvió loco, salió del coche y casi mata a Adela a besos y abrazos.
Después se dirigió al vendedor.
—¿Te habrás divertido, eh?
—Un poquito ¡ja, ja, ja! Antes de irse solo tiene que firmar.
—Elio, el regalo también te lo haces un poco tú, que quede claro, no es solo
mío. Piensa que tendrás el coche más bonito del pueblo.
—Eres la hostia, ahora entiendo por qué tantas preguntas de coches el otro
día.
—Ahora te dirán lo que tienes que firmar. He dado una pequeña entrada, el
resto les he dicho en tres años. Verás en la documentación que, aparte de tu
nombre, también está el nombre de la empresa, Eliade, para desgravar, por eso
no he querido pagarlo al contado, así salimos ganando un buen dinero. Esto
mejor te lo contará Juan, el abogado.
—¿Antonia lo sabe?
—¿A ti qué te parece?
—Claro, qué pregunta.
285
Alma Retsem Klol
—Sabes, quería ir a casa, pero voy a llamar a Antonia y me quedaré a comer
con ella, tú disfruta haciendo los primeros kilómetros, no corras.
Elio no cabía en su piel, solo pensaba en llegar al bar de Berto y poderlo
enseñar a sus amigos y, de paso, matar de envidia a sus detracto-res, que algunos
tenía.
—Nos vemos por la noche, aprovecharé esta tarde para mirar lo de la caja
fuerte, acuérdate de hacerle un hueco mañana o pasado.
—Mañana por la mañana o por la tarde te prometo que empezaré a colocarla.
Adela llegó a la puerta del piso.
—Antonia, soy yo, no llevo las llaves —dijo después de llamar.
—Pues ya podrías ser el fontanero —contestó su amiga mientras abría la
puerta.
—O el butanero.
—Mejor el bucanero, acabado de llegar de un viaje de tres meses en alta mar,
¡ja, ja, ja!
—¡Ja, ja, ja! Tía, no, eh, no me jodas ahora, que te conozco, no me estarás
diciendo que te vas a Zaragoza y me abandonas dos días.
—Tranquila, que Alberto desde que estuvo follando en el hotel La Pilarica,
esta cambiado, para él será como si lo hiciera en la basílica al lado de la Virgen,
o sea que no será el bucanero que necesito. Tranquila que no hay viaje a
Zaragoza. Dice que le dan respeto estas cosas, pero yo creo que lo que tiene es
miedo de que lo castigue la Virgen.
—¡Ja, ja, ja! bueno, basta de tonterías. No veas cómo está el niño con su
impresionante BMW último modelo. Una cosa que he pensado, a ver que te
parece, sabes lo de la boda que no podrá ser este mes porque es justo, pero no
quiero pasar del mes de julio. Me imagino que querrá hacerme un regalo
extraordinario, ahí es donde entras tú, le dices que un regalo impresionante para
mí solo hay uno, la boda…
—Eso está hecho, además creo que va a ser facilísimo.
—Dios te oiga, me ha dicho que igual pasaba a enseñarte el coche hoy.
—Aquí le espero. ¿Dónde comes?
—Si me invitas, contigo.
Tal como le había dicho a Adela, a las seis de la tarde Antonia recibió una
llamada de Elio.
286
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Dime, Elio, sí, estoy en el piso.
—No te muevas que ahora subo.
Elio ni esperó al ascensor, con dos zancadas se plantó ante la puerta del piso.
Al abrir Antonia, Elio la cogió del brazo, cerró la puerta y sin darle tiempo para
hablar, la arrastró hasta el balcón.
—Adivina cuál es.
Antonia miró dos segundos a la calle, alargó el brazo con el índice apuntando
y exclamó:
—Virgen Santísima, aquel negro de allí, vaya preciosidad. Supongo que me
darás una vuelta, aunque solo sea a la manzana.
—A la manzana, venga. Cámbiate en dos segundos que te llevo.
Después de haberle enseñado las pijadas del coche, se la llevó hasta la playa
Larga donde se sentaron en uno de los chiringuitos a tomar una cerveza.
—Tranquila, que el próximo día te dejo que lo conduzcas.
—¡Uy, no!, deja, que si te lo rayo, igual me matas.
—Está a todo riesgo, por eso te lo dejaría, ¡ja, ja, ja!
—Esto me suena a machismo. Que sí hombre, que yo también te lo digo en
broma.
—Aparte de enseñarte el coche, también te quería ver para que me digas algo
con que pueda sorprender a Adela.
—Es que los tíos a veces sois un poco cortitos. Te diré dos cosas, una, es
normal que no la sepas, pero la otra no puede ser que no. Te tenía por un tío muy
listo, me haces dudar. A ver, dime. ¿Qué es en lo que más piensa Adela ahora
mismo?
Después de dudar unos segundos Elio dijo:
—En la empresa.
—Menos mal, no eres tan tonto, te has acercado bastante. Sí, en la empresa,
pero de una sociedad limitada, de solo dos socios… y que estos dos socios solo
pueden ser el uno hombre y el otro mujer.
—¡Ah, la boda…!
—Menos mal, continuarás siendo listo para mí. ¿La otra? La otra es
insignificante al lado de la boda, aunque es algo que le apasiona, que son las
joyas antiguas, piensa que tiene una colección que igual vale más de cien
millones, igual bastante más, tiene un collar, por el que no hace mucho, este
invierno, un tío le daba cuarenta y cinco millones al conta-287
Alma Retsem Klol
do. Si no es porque lo viví, te juro que no me lo creo, Por cierto, hace menos
de una semana que me dijo, el día de la boda me pondré el collar de la duquesa
de Alba, era de una duquesa, lo de Alba lo dice en broma.
—Me tendrás que ayudar, porque le voy a regalar una joya y la boda, todo.
—Perdona que te corte, tenéis algo los dos sobre una fecha importante, el
otro día me dijo algo de esto y, la verdad, no acabé de entenderlo bien.
Después de la explicación de la fecha, quedaron en que a la semana siguiente
ella le ayudaría en todo.
Al día siguiente, tal como habían acordado, fueron a recoger la caja fuerte
que había comprado Adela y la instalaron en el garaje muy bien camuflada,
dentro de un armario empotrado.
—Queda bien aquí, esto solo lo sabremos tú y yo. Cada vez me gusta menos
trabajar con dinero negro, pero en este negocio a veces es la única solución y si
no lo haces tú, lo hace otro —dijo ella.
—Hoy ya no tengo tiempo, mañana por la mañana iré a buscar la madera
para que quede bien camuflada y la colocaré.
Por la noche, Adela le recordó que en dos días, el sábado, sus hijos estarían
con ellos el primer fin de semana. Le comentó también que estaba muy nerviosa.
—Pues no estés nerviosa, porque este fin de semana no vienen, vendrán la
semana siguiente, cosas mías, tú no te preocupes que todo saldrá bien. Sabes, te
comenté que la mayor, Laura, estaba muy rebotada, pues ahora resulta que la
más complicada será Nuria. Parece que Laura lo entiende más.
—Paciencia y más paciencia, ya sé que tendré que aguantar unas cuantas
impertinencias, pero… no creo que haya otra solución. ¿Quién te estará
llamando a estas horas?
—Dime, guapa, no tranquila, no has interrumpido nada especial.
Adela se acercó al móvil.
—Oye, guarra, yo de ti me buscaría un novio en Tarragona. Eso de no comer
caliente a menudo te está afectando mucho, veo que no te quitas el sexo de la
cabeza. También podrías ir más a menudo a Sevilla a ver a tu novio, es que al
final te veo poniéndole los cuernos. Además, me gustaría saber el trajín que os
lleváis entre manos tú y mi novio.
—Dile que a ella, se lo vamos a contar.
288
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Sí, ya puedes hablar que no te oye.
—Seguro…
—Sí, esta sentada en el sofá. ¿Verdad que no escuchas lo que dice Antonia,
cariño?
—¿Qué dice?
—Que acabes de una vez que quiere ir a la cama para devorarme, ¡ja, ja, ja!
—Tengo lo de la joya y un sitio, una librería donde hacen unas
participaciones superguapas.
—Mañana nos vemos, adiós, buenas noches.
Elio le contó a Adela una mentira que tenían preparada sobre unos muebles
que tenían que ayudar a transportar a María Auxiliadora.
Al día siguiente, mientras Antonia y Elio se paseaban por Tarragona, Adela
estaba preparando una jugada más para impresionar a Elio: dos libretas de ahorro
de Caja Sur de Sevilla hechas por Conrado Borrego con una cantidad de ciento
setenta millones la una y ochenta millones la otra. Debía esconderlas en un lugar
donde las encontrara Elio. Se sentó en el sofá donde siempre se sentaba él,
después de una buena ojeada, se inclinó por un estante que estaba enfrente, un
poco a la derecha y donde instintivamente acostumbraba a fijar la vista. Apartó
dos libros de la estantería y colocó las libretas juntas en medio, de forma que se
vieran un poquito, pero muy disimuladamente.
«Por fin, ahí está bien», pensó. Luego se volvió a sentar para corro-borar que
quedaba bien camuflado el plan.
Cogió el móvil que sonaba en el bolso y contestó:
—Sí, diga… hombre si es mi amigo Caneloni. Menos mal que llamas, te juro
que estaba pensando en hacerlo yo en este preciso instante y, la verdad, no era
para saludarte precisamente.
—Dame tres segundos antes de meterme la bronca. Ayer hablé con Arnau,
está todo preparado, en quince días todo se habrá solucionado.
Por tu parte, prepara entre cuarenta y cincuenta kilos, se trata de una masía
guapísima con una extensión de no recuerdo exactamente, pero de más de treinta
hectáreas y está relativamente cerca de tu pueblo, en Torredembarra, a menos de
dos kilómetros de la playa. Todo lo que ha-bíamos planeado antes estaba bien,
pero era un poquito más complicado.
—Oye, guapo, me hablas de la masía como si tuviera que disfrutarla.
289
Alma Retsem Klol
—En cierto modo también vas a disfrutarla. ¿O no? Piensa que Arnau a dado
dos millones para que le guarden la compra durante quince días, a mí me
tendrías que dar tres o cuatro kilos, Mañana por la maña-na iré a Tarragona. Si
no se me tuerce nada a las doce estaré allí.
A las doce del mediodía estaban en el piso los tres reunidos. Antonia
comentó:
—Me imagino que con la charla que mantenéis, si no tenéis ganas de remojar
la garganta vais a tenerla, en la nevera, solo hay una cerveza.
Vosotros continuad.
Se levantó y bajó al bar a buscar cervezas y algo para picar, los otros
continuaron limando detalles.
—Apúntate bien esta dirección, calle Aribau nº 26 3º A. Acuérdate, el
miércoles a las once ante el notario, tenía que ser esta semana, lo sé, pero ya
sabes el cambio de planes para hacerlo mejor y menos complicado. El notario no
haría falta, pero es para dar más credibilidad.
—Toma, espero que sea el último sobre que te doy, me dijiste tres o cuatro
kilos, te he puesto cinco, o sea que ni un duro más.
—Tacaña, ja, ja, ja…
—Encima esto, acuérdate que nos debes una comida a mí y a Antonia. Hoy
no, un día que no te tenga que dar dinero, de todas formas la acabaré pagando
yo.
—Vaya concepto que tienes de mí. Toma, para que veas que también te doy
sobres. Ábrelo. Hay tres copias, en esta copia he marcado una cruz en lápiz
donde tenéis que firmar tú y él, lo hacéis y mañana pasaré yo o Andreu,
procuraré ser yo, y os invito a comer en Cambrils, vais a saber lo que es comer
pescado.
—Míralo.
—Sin comentarios, los guardas para después de comer.
—Vale, me acordaré.
—Oye, llama a tu amiga que igual la ha atropellado un autobús. Con las
ganas que tengo de tomarme una cerveza fresquita.
En ese momento entró Antonia.
—Hola, ya estoy aquí, ahora mismo traigo las cervecitas y unas tapitas que
os chuparéis…
—Deja las cervezas en la nevera y ven aquí.
Una vez juntos retomó la palabra Adela.
290
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Ahora repasaré todo lo que hay planeado y tú, guapo, oído, vale.
Empiezo, empresa él y yo solos, nada de otro socio. Esta documentación la
firmamos esta noche y mañana la tendrás aquí mismo. Esta tarde Elio y yo
iremos a hablar con los dueños de la masía de Torredembarra que nos enseñarás
ahora, nosotras te seguimos con el coche.
—¿Tenéis el coche aquí? Si no, vamos y vuelvo a Tarragona, tampoco me
vendrá de una hora. Continúa.
—Pues eso, le explico a Elio que por cuestiones de tiempo nos debemos
espabilar y que por cuestiones financieras tener una gran hipoteca nos beneficia
muchísimo a la hora de la declaración y cuando se traspa-se de su nombre al de
la empresa Eliade, me gusta el anagrama, fíjate Antonia…
—Esto lo dejáis para después y no ha sido obra mía, si no de Arnau, venga
que pasa el tiempo.
—Eso, que con el traspaso continuamos ganando mucho dinero, Arnau se lo
contará con pelos y señales. A continuación, ingreso veinte o treinta millones en
la cuenta conjunta de Elio y una servidora, para que vean que pueden hacerle la
hipoteca a un buen cliente.
—Muy bien, acuérdate de la dirección de la empresa que es el local que
alquilamos en la calle Estanislao Figueras nº 18.
—¡Cómo no voy a acordarme de la sede del negocio!
—No he dicho nada.
—Una pregunta, Canelón. ¿Al final cuanto crees que va a costar la masía?
—Arnau aún estaba negociando, creo que puede quedar en ciento setenta, la
gran ventaja es que la hipoteca te la pueden hacer de doscientos kilos
tranquilamente, de todas formas, si no te ha llamado, cosa que no me extrañaría,
lo llamas tú.
—Hombre, claro, no voy a ir sin hablar con él; el otro día hablamos de todo
menos de dinero, es que…
Se tomaron el aperitivo y las cervezas y se fueron a ver el lugar donde estaba
la finca y su espectacular masía.
Después de comer Adela llamó a Arnau.
—Dime, Adela.
—¿Cómo que dime?, esta tarde iré a ver la masía con Elio, espero que no
estés de vacaciones.
291
Alma Retsem Klol
—Primero acuérdate de llamarme Juan, segundo, habíamos quedado que
iríais mañana… ¡Ah! que has hablado con Canelón, vale y, tercero, si tienes
problemas con el banco a la hora de hacer la hipoteca, tengo un amigo que es
director en una oficina del Santander, he hablado con él y ningún problema.
Conclusión, no estoy de vacaciones, estoy currando como un…
—Así me gusta que no pienses en vacaciones, lo del banco intentare-mos
hacerlo aquí, el precio veo que igual no me lo dices.
—Ciento sesenta y cinco kilos ni uno más, ni uno menos, recuerda que la
hipoteca la debes hacer por veinte kilos más, que no habrá problemas porque es
una ganga lo que hemos encontrado, ya me dirás cómo va. Sobre todo, acuérdate
del miércoles a las once en Barcelona, te lo habrá dicho Canelón, supongo.
—Sí ya me lo ha dicho. Muy bien, hasta el miércoles. Perdona, ¿cómo se
llama el señor de la masía que no me acuerdo?
—Apúntatelo.
—No hace falta, se lo digo a Antonia.
—Saturnino, y si no está, preguntáis por el encargado, o el masovero,
Ramón.
—Muy bien, gracias, adiós. Venga, Antonia, que tengo que pasar por el piso
y coger dinero para ponerlo en la caja fuerte para que él lo vea y después, lo
ingresaré en la cuenta conjunta para facilitar la operación de la hipoteca de la
masía.
Al salir del piso, Adela pidió a Antonia que la acompañara hasta el coche por
miedo a llevar tanto dinero.
Al llegar al chalet de Montort, fue directa a la caja fuerte, depositó el dinero
y llamó a Elio. Por suerte no estaba muy lejos, a las cinco de la tarde llegó al
chalet. Antes de las seis estaban delante de la entrada de la masía. A las ocho de
la tarde estaban de regreso. Elio estaba fascinado con la masía y la finca.
—Mañana mismo vamos al banco, piensa que si no lo podemos hacer en
menos de tres semanas perderemos lo que ha dado el abogado, aunque esto no
debe preocuparnos, nos lo tenemos que pensar bien.
—Tu abogado es muy listo, una finca de unas treinta hectáreas, la masía que
parece una mansión de película, la pequeña vivienda del ma-292
Haré que jamás puedas vivir sin mí
sovero y a dos kilómetros de la playa con un caminito que va directo, en
cuatro o cinco años, te juro que vale más del doble.
—Lo malo de esto es que no será una inversión, será nuestro peque-
ño palacio.
—Perdona que cambie de tema, aquellas libretas que buscabas esta
mañana…
—No, cariño, no las encuentro, y sé que las escondí en un lugar que dije aquí
no me puedo olvidar. Antes de removerlo todo tengo la esperanza de que en un
momento de tranquilidad me vendrá a la mente el lugar donde están.
—Tranquila, que las encontraremos.
—Escucha, Elio, lo que te he contado sobre la hipoteca, no hagas demasiado
caso, el día que quedemos con Juan, que no sé si vendrá para tramitar, no creo,
porque hemos quedado el miércoles en Barcelona ante el notario, te contará lo
interesante que es tener una hipoteca en una empresa ante Hacienda, o sea a la
hora de la declaración, en esto te juro que no tengo ni puta idea.
—Lo mismo te digo.
—No tengo ganas de preparar nada para cenar, ¿te parece bien si comemos
algo en el bar de Berto?, hace días que no he ido y a esta hora hay poca gente.
Si quieres voy yo a buscar algo.
—Me parece bien, eres un sol, cada día me conoces más.
El lunes a las nueve de la mañana: Adela se presentó en el banco donde
tenían la cuenta conjunta de la empresa que estaban tramitando.
En la ventanilla preguntó si podía hablar con el director. El empleado,
después de colgar el teléfono, le dijo que se podía sentar y esperar, que acababa
con una visita. Ella le dio las gracias y le dijo que también quería hacer un
ingreso de veinticinco millones que llevaba en el bolso.
—Tranquilo que lo contarás rápido, lo llevo todo en billetes de diez mil y son
nuevos.
Justo al terminar de contar y hacer el ingreso en la libreta de ahorros, el
director abrió la puerta de su despacho.
—Hola, buenos días, Adela, pase, siéntese. Usted dirá en qué la puedo
ayudar.
293
Alma Retsem Klol
—Sabe que tengo una cuenta junto con mi novio, socio y futuro marido, en
lo de futuro marido igual no está al corriente y tampoco creo que le interese
demasiado, ¡ja, ja, ja!
—Felicidades.
—Gracias, ¡ja, ja, ja! dejemos la sociedad familiar y centrémonos en la
sociedad limitada. Hace muy pocos días se nos presentó la ocasión de comprar
una masía cerca de Torredembarra, por cierto dimos tres millones para que nos
guardaran la palabra un mes o menos, no lo recuerdo exactamente porque en esto
intervino el abogado que nos lleva el papeleo de la empresa que fundaremos mi
novio y yo, precisamente pasado mañana junto con nuestro abogado vamos al
notario. Creo que me enrollo demasiado. La cuestión es que queremos firmar
una hipoteca en la que usted tendrá la última palabra, porque la finca nos cuesta
unos ciento sesenta y cinco millones y nosotros quisiéramos doscientos, si puede
ser, claro, son ustedes quienes deberán hacer la valora-ción.
—Esto no es problema, se hace un peritaje y veremos las posibilida-des.
—Eso es lo que me imaginaba. Otra cosa que no le he dicho es que la
hipoteca la contratará solo mi marido, perdón, mi novio, que con el tema del
divorcio entre medio creo que tardará un tiempo a ser oficialmente mi marido,
dirá qué pesada la tía no, ja ja. Lo de que vaya la hipoteca a nombre de mi socio
es para que haya menos complicaciones que poniendo una empresa que aún no
esta formada, especialmente porque el tiempo es importante.
—Tienes razón, siempre se piden más papeles. La he tuteado sin darme
cuenta, perdón, espero que no le moleste.
—Al contrario, me gustaría que siguiera tuteándome, siempre y cuando yo le
pueda tratar también de tú, ¡ja, ja, ja!
—De tú, por favor, faltaría más.
—Siempre queda bien decir que te tuteas con un director de banco,
¡ja, ja, ja!
—Si algún día voy con algún amigo por la calle y nos cruzamos o nos
vemos, también quedaré bien cuando le diga que a aquella chica tan guapa la
conozco. Igual incluso le digo que somos amigos, impresiona un poco más.
294
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Gracias por el cumplido. La lástima es que el dinero no tiene ni amigos ni
parientes, ¡ja, ja, ja!
—Eso es un poco como el amor, al menos eso dicen.
—Esto se va complicando, ¡eh!, es broma.
—Eso de tutearnos igual no ha sido buena idea, es broma también,
¡ja, ja, ja!
—Me vuelvo a centrar solo en el dinero, ¡ja, ja, ja! En un principio teníamos
que venir mañana o pasado mañana, pero este fin de semana teníamos que
comprar unas parcelas en una urbanización y el dueño quería una buena parte de
dinero en negro. En una de las parcelas hay un chalet pequeñito que no está mal,
por esto sube tanto. Total, que el tío nos pidió mucho más por el morro, cuando
teníamos el trato hecho de una semana antes. Evidentemente, después de
mandarlo a la mierda, con perdón, no ha habido trato. Pues eso, que tenía este
dinero en casa y no me gusta tenerlo y al estar aquí he aprovechado para saber
qué es lo que tenemos que hacer, porque me imagino que tendríamos que venir
con los dueños y las escrituras una vez peritado, digo yo, no sé.
—Es más o menos así: primero se hacen los peritajes, en estos casos de tanto
dinero son tres, después se reúne el consejo del banco para dar el sí a la hipoteca
y, finalmente, todos al notario donde se acaba el trajín.
—Todo esto que has dicho, ¿cuánto tiempo es?, suponiendo que sea rápido,
muy rápido.
—Te seré sincero, muy rápido imposible, rápido un mes y medio, con mucha
suerte, un mes… y días, una semana, diría yo.
—Vamos que menos de un mes imposible.
—Ten en cuenta que hay que añadir no tener mala suerte con las vacaciones.
—No creas que no he pensado en ello. Te voy a preguntar algo un poco
indiscreto, sin ninguna mala intención. Sabes que estamos mane-jando mucho
dinero y espero que aún manejemos muchísimo más, ¿tú crees que podría
encontrar otro banco que me solucionaran los trámites de la masía en quince días
o tres semanas, como mucho?
—Seré claro… me comprometo en hacerlo todo en un mes, también te digo
que vayas a los bancos que te parezca, faltaría más, y si encuentras uno que te lo
haga en quince días o tres semanas, lo haces allí y tan 295
Alma Retsem Klol
amigos. No pienses que no me jode perder clientes como vosotros, pero no
puedo decirte por no perderos que se puede hacer en dos o tres semanas y
después estar un mes, así igual os perdería de clientes, cosa que entendería
perfectamente. Intento ser lo más rápido y franco posible.
—Te creo y te lo agradezco, supongo que cerráis a las dos. —Francisco
asintió con la cabeza.
Después de un pequeño silencio continuó Adela.
—Consultaré un par de bancos o tres, los que pueda hoy, y te prometo que
antes de tomar una decisión volveré para hablar contigo, si por el tiempo no
puedo pasar hoy, pasaré mañana.
—De acuerdo, Adela. Yo, por mi parte, intentaré consultar con mis
superiores esta mañana si es posible, o esta tarde.
—Es que la prisa, aparte de ir de luna de miel tranquilos, es el negocio que
tenemos detrás, que es una cadena a nivel nacional que se llama Casas Rurales
de España Cinco Estrellas que se dedica al turismo de élite y poder aprovechar
parte del verano nos valdría la pena.
Sonó el teléfono de la oficina y Adela aprovechó para levantarse.
—Perdona un segundo. Sí, dime… diles que esperen un momento que en
seguida les atiendo.
—Veo que tienes mucho trabajo, no te molesto más.
—No lo hagas por la visita, podemos hablar hasta que nos dé la gana.
Adela le contestó con una sonrisa picarona.
—Que yo también tengo trabajo, bueno hasta hoy o mañana.
Adela salió del banco y se fue al piso para hablar con Antonia y poder
encontrar la fórmula, más bien la forma de exponerla, para acelerar el plan.
Durante el trayecto la había llamado y estaba esperando en el portal.
Fueron en busca del coche, se montaron y cuando Adela había puesto el
motor en marcha, miró a Antonia que no entendía nada. Giró la llave parando el
motor.
—Cambio de planes, bájate.
—¿Estás bien, cariño?
—Sí, perfectamente, vamos a tomar algo y te cuento.
Sentadas en una cafetería en la que entraban por primera vez, Adela esperó a
que el camarero les hubiera servido el café con leche con los 296
Haré que jamás puedas vivir sin mí
correspondientes cruasanes. Comió el suyo en un santiamén, bebió dos
sorbos y encendió un ansiado cigarrillo.
Antonia la miraba sorprendida y expectante.
—Tampoco me mires como si te tuviera que contar un plan del FBI.
Mira, lo que tenías que hacer de ir a tres o cuatro bancos para tener la
tarjetita del director para presionar a Francisco, no lo haremos, iré directamente
al grano, si me dice que no quiere saber nada ya se me ocurrirá algo, y en caso
de no salir en el tiempo esperado, se retrasa la boda. Me jode, pues sí, pero no
quiero darle más vueltas. Iré al banco y sacaré tres, quizás sea poco, cinco, ¿qué
te parece?
—Lo acabas de decir tú misma.
—¿Yo?
—Tres o cinco saca cuatro.
—Qué lista, que haría sin ti, además, el cuatro es mi número de la suerte, a
veces parezco tonta.
—Qué va…
—Qué graciosilla. —Miró el reloj—. ¡Madre mía! Venga, vamos, me
acompañas hasta la puerta del banco y después iremos al piso a esperar que sean
las tres, que es cuando cierran, de todas formas se lo preguntaré.
Cuando Adela tuvo los cuatro kilos en el bolso fue a preguntar por el director
en el momento que este salía del despacho. Antes de que Adela hablara le dijo
él.
—Voy a tomarme un café, que no he tenido tiempo hasta ahora.
—No habrá sido culpa mía.
—¡Qué va! Los pesados que han entrado después de ti que se han hecho los
dueños del tiempo.
—¿Te puedo acompañar a tomar el café?
—Será un placer.
«Eso espero», pensó Adela.
Al salir a la calle Antonia, que no se había percatado de que Adela salía con
el director, con una sonrisa iba a decirle: «Qué rápido, Adela».
Se quedó en la palabra «qué» en el momento en que vio la expresión seria de
ella. Pasó de largo, a los pocos metros se giró y los acompañó con la vista hasta
la cafetería. Dio media vuelta y se dirigió a la puerta del banco, cruzó la calle y
buscó un asiento para depositar su trasero desde el que podía ver la sucursal y la
cafetería.
297
Alma Retsem Klol
A los veinte minutos salieron y se despidieron en la puerta del banco. Con
dos movimientos de pupilas Adela vio a Antonia y le indicó con la cabeza que la
siguiera.
—Cariño, que no me había dado cuenta de que salías con el director.
—Ya lo he visto. Aunque tampoco hubiera pasado nada, mejor así. Te
cuento, más o menos te lo imaginas ¿no?, la prisa de la boda, dejarlo más o
menos arreglado, y que yo tengo un plan para él a ver lo que le parece.
Hemos quedado a las tres y algo en aquella esquina, lo que no sabe es si se
podrá quedar o no a comer, en todo caso nos tomaremos algo y sin rodeos iré
directa al grano.
Se fueron al piso a descansar y a esperar que el reloj diera las tres.
A las tres y diez minutos Adela cruzó el semáforo y vio Francisco que
llegaba en aquel momento.
—Hola, Adela, no te veía.
—¿Qué?, ¿podrás quedarte a comer?
—A comer no, pero tenemos media horita.
—Estupendo, con diez minutos hay suficiente. Me dispensas un momento,
que ya que tú no quieres comer conmigo, llamo a una amiga que aún no lo haya
hecho.
Se dedicaron una sonrisa mientras llamaba a Antonia para que la esperara
para comer juntas.
Ya sentados en la mesa de una cafetería tranquila de clientes por la hora
pidieron dos cervezas. Adela esperó a que el camarero se las hubiera servido y
miró a Francisco, que preguntó.
—Tu dirás, ¿qué plan tienes?
—Es sencillo, otra cosa es que funcione o no. Mira, no sé si lo sabes, pero
acabo de sacar cuatro kilos, antes no te lo había dicho —Francisco esbozó una
media sonrisa y ella añadió— ya me lo imaginaba. Pues estos cuatro kilos son la
madre del cordero y tú tendrás la última palabra.
Antes de nada esto es una cosa entre tú y yo, que quede claro. Yo ahora
mismo te doy el dinero para que lo utilices de la forma que creas más
conveniente para tener firmada la escritura en dos semanas, dos y media como
mucho.
Francisco iba a hablar y ella no le dejó.
—Por favor, no digas nada hasta que termine. Si lo haces en este tiempo te
quedas con todo el dinero que haya quedado, de no ser así me 298
Haré que jamás puedas vivir sin mí
devuelves el dinero sobrante y a lo mejor aplazo la boda, espero que no,
toquemos madera. Otra cosa importante que ya sabes pero que te repi-to, que la
hipoteca que irá a nombre de mi futuro esposo se acerque lo más posible a los
doscientos kilos. Ahora sí que ya puedes. Perdona, creo que antes te he
comentado que al final no había recorrido ningún otro banco esta mañana.
Francisco contestó con un movimiento afirmativo de cabeza y ella le dio vía
libre.
—Por fin ya puedes decir todo lo que quieras y más.
—Nunca me había encontrado con una situación similar…
Al verlo bastante dubitativo Adela retomó la palabra.
—Soy consciente de que esto igual te parece ilegal, ya no digamos, mafioso.
Lo único que pretendo es ganar tiempo. Sé que tú tendrás que hacer algún
soborno siendo intermediario mío y pudiendo dar las explicaciones que yo te
estoy dando… A ver, que en ningún momento te quiero presionar, haz lo que
tengas que hacer. Eso sí, en caso de que no quieras hacerlo, cosa que ya te digo
que entendería, mañana mismo retiro todo el dinero y haría exactamente la
misma propuesta al director de cualquier otro banco.
Se produjo un silencio en el que Francisco solo movía la cabeza afir-
mativamente. Después de la pequeña estocada de retirar su capital del banco
Adela intentó aliviarlo.
—A ver, Francisco, igual es que cuatro millones es poco dinero, si quieres
puedo llegar hasta seis, más no quiero.
Enseguida se apresuró Francisco a decir.
—No, no, qué va, ¡pero qué dices!, cómo va a ser poco dinero, al contrario,
es mucho dinero, pero también tan poco tiempo es difícil…
Adela se puso seria.
—Por favor no continúes por ahí, el trato es el trato, agradezco tu bondad
pero te vuelvo a decir que para mí es muy importante el tiempo y como mucho,
si aceptas, te dejo que me invites a comer donde tú quieras.
—Esto sería lo mínimo, supongo que dejarás que me lo piense.
—Tienes la suerte de podértelo pensar hasta mañana a las nueve que es
cuando debéis abrir, supongo. Si ahora fueran las once de la mañana no te daría
más de una hora.
299
Alma Retsem Klol
—Bueno, Adela, que te he dicho media horita y ya ves, mi mujer me mata.
—Si esta tarde sabes algo te agradecería que me llamaras, otra cosa es que
quieras consultarlo con la almohada. Un último favor, te agradecería que te
quedaras con el dinero ahora, a mí no me gusta andar con tanto si no voy con el
coche directo al banco o al lugar que tenga que ir, he tenido un par de sustos en
Sevilla. Si quieres, mañana lo recojo en la puerta de tu casa, espero que no.
—De ser que no te lo traería al banco.
Adela inclinó la silla para tener todo el campo de visión y con un controlado
disimulo le entregó el sobre que él, con el mismo disimulo se puso en su cartera.
A las ocho de la tarde, cuando Adela estaba en el chalet, recibió una llamada
de Francisco que le decía que aceptaba el trato.
300
Capítulo XV
La pareja se levantó en el chalet de Montort. Aquella mañana Elio había
quedado con Antonia para dejar todo solucionado con respecto a la boda y a la
famosa joya.
Elio se despidió de Adela:
—Cariño, me voy, no creo que venga a comer, acaso podrías venir tú.
—No, lo dejamos que tengo trabajo. Me tiene que llamar desde Sevilla
Yolanda, mi secretaría, para aclarar todo con una pequeña inmobiliaria y, por
cierto, ¿no habrás visto por casualidad aquel par de libretas de ahorro que te
comenté? Me las traje de Sevilla por descuido, las saqué del bolso para no
perderlas y sé que las dejé en un sitio que dije aquí me acordaré y no hay forma,
lo he mirado todo.
—Tú no te preocupes que esta noche te encuentro las libretas como me llamo
Elio…
—Están las dos juntas, de esto sí que me acuerdo, lo digo porque una la
necesito para enviarla a Sevilla, que está a nombre mío y de Yolanda.
Tengo un acuerdo con la entidad por el que ella no puede hacer ninguna
operación sin la libreta, precisamente esta norma me la sugirieron la misma caja.
—Te juro que esta noche no me voy a dormir sin haber encontrado las
libretas.
Después de atender a sus empleados en las diferentes obras, Elio se encontró
con Antonia que estaba delante de una joyería en la parte alta de la ciudad a
punto de llamarle.
301
Alma Retsem Klol
—Hola, Antonia, perdona el retraso, pero ya te puedes imaginar lo que es
atender cuatro obras. Hay que explicarlo todo cien veces y, aún así, te lo hacen al
revés, mira que les digo muchas veces, es muy fácil trabajar, llegar a fin de mes
y poner la mano. Encima creen que los ex-plotas. Gilipollas, bueno, el gilipollas
soy yo, no sabes lo bien que viviría si hiciera como ellos, las ocho horas y a
casa…
—Se hace tarde, y como buen jefe que veo que eres, sabrás que el tiempo es
oro.
—Pero Sigma es un tesoro, déjalo, cosas mías, es un anuncio bastante viejo.
Antonia apretó el timbre y rápidamente sonó la apertura de la puerta.
La dueña de la joyería al verles se dirigió a una estrecha y pequeña puerta y
llamó a su marido que, al instante, asomó la cabeza.
Después del saludo, el señor se dirigió a Antonia.
—Pasen a este mostrador, por favor.
Abrió un gran estuche y les dijo.
—Todas estas joyas están certificadas por su procedencia, estas otras, como
pueden ver algunas son muy bonitas como estas dos, pero no tienen una
procedencia exacta.
Abrió una carpeta de piel muy fina de la que sacó unos sobres preciosos que
iba abriendo y enseñando su contenido de uno en uno
—Piensen que cada certificado de estos vale más de cien mil pesetas.
Aquí está la crónica histórica con el nombre del historiador o historiadores y
debajo está la acreditación notarial, como pueden ver, esto son más obras de arte
que joyas.
Antonia, después de ver el precio de un medallón que valía casi tanto como
el BMW, expresó toda su admiración y emoción. Elio, cómo no, se interesó por
el medallón.
—Mal gusto, veo que no tienen, aunque el buen gusto acostumbra a tener
buen precio y este medallón es un ejemplo, de todas, es la tercera, no, cuarta más
cara. Perteneció a una familia de la nobleza catalana, los Montcada.
Después de susurrar entre ellos, Elio se decidió.
—Está decidido, nos quedamos el medallón.
—Será te quedas, ¡ja, ja, ja!
302
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—¡Ja, ja, ja! bueno sí, me quedo.
—Aquí solo lo han visto fotografiado —el dueño miró su reloj y continuó—
son las doce, dentro de cuarenta o cincuenta minutos, antes de cerrar, lo tendrán
aquí y podrán verlo, tocarlo y acabar de decidir.
—Si es como es aquí y como usted dice, ya está decidido, antes de que
cierren pasaremos, y de no poder hacerlo, pasaríamos a primera hora de la tarde.
—Ustedes tranquilos, pasen cuando les vaya bien. Una cosa muy importante
que no les he dicho, estas joyas son una verdadera inversión.
—Si todo va bien, me refiero al tiempo, pasaremos antes de que cierren.
—Aquí estaremos, buenos días.
Salieron de la joyería y fueron directamente a una librería muy cerca de la
Rambla, al pasar por la plaza del Ayuntamiento, ella buscó un banco donde no
diera el sol, se sentaron y abrió el bolso.
—Antonia, cierra el bolso, vamos a aquella mesa, me muero de sed.
—Como quieras, era para ganar tiempo, pero no vendrá de dos minutos.
Pidieron dos cervezas, Antonia volvió a abrir el bolso y sacó un papel donde
había apuntado una serie de cosas.
—Fíjate, vuestros nombres, lugar de la ceremonia y hora, esto ya lo sabemos
y ¿dónde se celebrará el banquete?
—Ya puedes apuntar, Restaurante Club Náutico de Salou, mañana por la
tarde he quedado para hacer la reserva. Después de asesorarnos mucho
preguntando a bastantes personas, sobre todo, a profesionales el único
inconveniente que resaltaban es que es un poco caro, algunos decían muy caro.
—Aquí debajo la fecha, como puedes ver 29-05-1996 a continuación una
tarjetita normal y corriente, simplemente que sea de color para que se pueda ver
mejor, en la que pondremos: «Por un error de imprenta y por ir muy ajustados de
tiempo, no hemos corregido la fecha de la participación en la que está
equivocado el mes que es julio en lugar de mayo. Pedimos disculpas». ¿Te
parece bien?
—Me parece perfecto.
—Y detrás verás que hay un texto que ahora mismo no te voy a leer, al
menos que sea una sorpresa hasta que estén hechas.
303
Alma Retsem Klol
Elio se puso insistente hasta llegar a ser tan pesado que Antonia no tuvo otra
opción que dejarle leer aquella especie de poesía antes de advertirle.
—Como no puedo evitar que la leas, no voy a decirte algo que te interesaría
muchísimo.
Él, volvió a insistir tanto como antes y acabó diciéndole.
—Si tú no me dices esto, yo tampoco te diré algo muy importante que
descubrí ayer, tú misma.
Al escuchar la palabra descubrí, automáticamente ella actuó con la misma
impaciencia que el.
—Me rindo, te diré que esta poesía la ha escrito Adela para ti.
—Entonces, ¿sabe lo de la participación?
—Calla y déjame terminar de hablar, soy tonta pero no tanto como tú te
crees. A Adela le gusta escribir, digamos, cosas bonitas, a mí no.
Me puse a escribir una carta a mi novio y llegó ella al piso en aquel momento
y yo haciéndome la tonta le dije, nena, dime cuatro palabras bonitas para mi
novio, que no sean muy complicadas, que ya sabes que es limitadillo. Se puso a
reír y en dos minutos escribió cuatro frases bonitas y después me enseñó lo que
había escrito pensando en ti. Te lo voy a leer porque me emociona.Antonia leyó
con mucho sentimiento el poema que había escrito Adela.
—Fíjate, hasta se me ha puesto la piel de gallina, me imagino que la última
frase te pone tonto.
—Y que lo digas, vaya frase, no creo que se me olvide jamás.
—Mira el reloj, corre, que cierran.
A las dos y media entraron en un restaurante muy satisfechos por tenerlo
todo resuelto, tanto las participaciones como la joya.
Ya sentados en la mesa, Antonia actuó sin mostrar impaciencia.
—Ahora te toca a ti contarme esto tan misterioso que has descubierto.
—Lo siento, pero voy a tenerte un rato en vilo porque primero te contaré el
plan que tenemos para este fin de semana en el que tú eres muy protagonista, te
ha tocado.
—Que yo no me caso, a ver si voy a tener más quebraderos de cabeza que
los novios. Venga cuéntame, tendré que hacerlo de todas formas.
—No te hagas la remolona, ¡ja, ja, ja!
304
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—¡Encima!
—Piensa que el plan es obra de tu amiga. Te cuento, este fin de semana es la
primera vez que mis hijos vienen a nuestra casa, me refiero para pasar el fin de
semana con nosotros y, como ya sabes, a ella le da mucho corte encontrarse de
golpe con mis hijas. Aquí entras tú. El viernes cenamos todos en casa, pero
Adela habrá tenido un contratiempo muy importante y se habrá marchado a
Sevilla, ya buscaremos una excusa de peso, el sábado por la mañana iremos
todos a Port Aventura y ella, habiendo hecho un gran esfuerzo se reunirá con
nosotros a la hora de comer, será un encuentro, digamos, más informal, por
supuesto que este tiempo en Sevilla estará en el piso, claro, porque tú estarás con
nosotros rompiendo el hielo con mis hijos. A ellos les enseñaré la participación
de nuestra boda antes que a ella. ¿Qué te parece?
—Muy buena idea, lo que no me gusta es que yo tenga que hacer de niñera
de los señoritos, es broma, tonto.
—Te contaré eso tan misterioso, para que dejes de sufrir. Ahora, de verdad,
te juro que ayer cuando lo descubrí, vamos que me pinchan y no me sacan
sangre.
—Tío, si te enrollas más, acabaré perdiendo el interés que quieres despertar
en mí, me cuesta poco pasar de la impaciencia al aburrimiento, te lo advierto.
—Encontré dos libretas del banco de Caja Sur de Sevilla, una con ciento
setenta millones y la otra con unos ochenta millones. Sé que tiene dinero, ¡pero
tanto, tía! Pues esta mañana me ha comentado que buscaba las libretas y ahora
me arrepiento de no haberle dicho donde estaban, pero me ha dado vergüenza
que supiera que las había mirado.
—Parece mentira que no la conozcas —Antonia puso cara con sonrisa
burlona tratando a Elio de ingenuo y continuó— mira, si ella ya ha encontrado
las libretas, tú como si nada y si no es así, te las ingenias, que no creo que sea
muy difícil encontrarlas delante de ella. Otra cosa, si te preocupa que tenga tanto
dinero vas a estar pero que muy preocupado, yo no te voy a decir nada porque
creo que si ella se enterara, se enfadaría conmigo y con razón, y si no te lo ha
dicho es porque ella pasa del dinero, a ver, pasa, que no es una persona
interesada como la mayoría que tienen dinero.
305
Alma Retsem Klol
—¿Me estás diciendo que lo de estas libretas que he visto es calderilla, más o
menos?
—Tanto como calderilla no, pero no hace mucho estaba haciendo trámites
con una constructora de Sevilla y ella me hablaba de un dinero que a través de
un inversor y agente de bolsa que lo rentabilizaba con acciones y una buena
parte jugaba en bolsa. Yo diría que este dinero, puede tratarse igual de
trescientos kilos, si no es más. Lo que no sé es como tiene lo de esta
constructora, porque te hablo de antes que tuviera intención de instalarse aquí. Si
quieres saber más, solo tienes que preguntarle a ella sin miedo. ¡Te preocupa que
pueda pensar que eres un interesado! ¡Ja, ja, ja!
—Se lo preguntaré cuando tengamos arreglado todo el papeleo de la empresa
que, por cierto, tenía que hablar contigo.
—¿Aún no tenéis la empresa formada? De hecho estaba pendiente de qué
tipo de sociedad hacíais, ella quería una sociedad limitada, pero como
manejaréis un volumen de dinero muy elevado, el abogado le sugería hacer una
sociedad anónima, me dijo que de hacer esto me diría algo, igual ha decidido
otra cosa. O lo está tramitando sin decirme nada porque ni se acuerda, la semana
pasada le di tres fotocopias del DNI.
—Me encantaría que fuéramos socios, lo último que hablamos de la
empresa, fue que tendríamos un 45 % ella y un 45 % yo y el otro un 10 % que
podría ser el mismo abogado, algo habían hablado los dos, pero si dices que te
pidió fotocopias del DNI… Prepárate, porque igual esta semana te llama para ir
a Barcelona.
—Como sé que no piensa en nada más que en la boda y que a veces también
es un poco despistada, hoy mismo la llamaré. Pero si hace una sociedad
anónima, segurísimo que es por cuestiones del abogado. Me refiero a que igual
tiene más ventajas o igual permite más chanchullos, de todas formas, hasta que
no lo vea no lo creo, ya verás como tengo razón y la empresa seréis tú y ella
solos.
El viernes de la misma semana había llegado tan deprisa, como la
contrarreloj con que afrontaban la boda.
Elio estaba muy satisfecho con sus hijos, se habían comportado muy bien
ante Antonia en aquella primera cena de presentación. Ella se cuido de hacer
quedar bien y, al mismo tiempo, excusar a Adela que por cuestiones familiares
había hecho un precipitado viaje, pero que haría 306
Haré que jamás puedas vivir sin mí
todo el esfuerzo del mundo para reunirse con ellos el sábado en Port
Aventura, donde comerían juntos y se conocerían.
Mientras estaban cenando, Adela llamó a Elio.
—Dime, cariño, muy bien, María Auxiliadora nos ha preparado una
suculenta cena. Dice Antonia que la ha ayudado.
—Ya veo que se ha puesto celosilla. Bueno, cariño, un beso para Laura,
Nuria y Marc, diles que mañana, si no se tuerce nada, a las dos de la tarde, creo
que estaré antes, me reuniré con vosotros en Port Aventura, te llamaré antes de
llegar. Pásame a María Auxiliadora.
—Dime, Adela. Sí, no te preocupes, tendrás la cena preparada y me quedaré
hasta que terminéis de cenar. Vale, hasta mañana.
Antonia, enfadada, se encaró con Elio para exponerle los reproches hacia
Adela.
—Oye, Elio, si te vuelve a llamar, le das recuerdos de mi parte, le dices que
le doy las gracias por preocuparse por su amiga y que se puede ir a freír
espárragos también.
Con sonrisas y alguna carcajada, acabaron la cena. Antes de que se
levantaran los niños de la mesa Elio les pidió que esperaran. Se fue al coche y
sacó un paquetito donde había las bonitas participaciones y una cajita envuelta
en papel de regalo con un bonito lacito donde estaba la preciosa joya.
—A ver, hijos, escuchad un momento. Como habéis oído, mañana cenamos
aquí y espero que me ayudéis a hacerle un par de regalos a Adela, el primero es
el de la boda. ¿Veis las participaciones? Ella aún no lo sabe. Tú, Laura, que eres
la mayor, le entregas esta participación que es para ella, tú, Nuria, le entregarás
el sobre con el resto de participaciones que son para los invitados y el niño
pequeño de la casa, le entregará este regalito.
El niño no hizo ninguna alusión ni se quejó, al contrario de sus hermanas que
le dijeron a su padre que se las entregara él, y que ellas no hacían cursiladas.
Insistió tanto a sus hijas que al final, aunque compradas por un regalo, aceptaron
ser ellas las portadoras de las participaciones.
A las dos menos cuarto de la tarde Adela llegó a Port Aventura. Después de
pasar por taquilla lo primero que hizo fue llamar a Elio que le dijo que estaban
delante de la atracción de los troncos del Far West de 307
Alma Retsem Klol
donde no podían sacar a su hijo. Al llegar, revisó la laberíntica cola hasta que
vio a Elio que también la buscaba con la mirada. Levantaron los brazos y ella fue
haciéndose camino entre las personas y la valla metá-
lica para que se respete el turno. Después de decir gracias cien veces se dio
un beso con Elio y saludó a Marc a quién lo único que le importaba era volver a
subir y mojarse en la bonita y atrevida atracción.
—¿Tú debes de ser Marc, verdad?
—Sí, y tú Adela.
—Sí. ¿Me das un beso?
—¿Dónde están tus hermanas y la gamberra de mi amiga Antonia?
—Están en el Dragón Khan, a mí me falta crecer dos centímetros para que
me dejen subir.
—Pero, ¿te gustaría subir?
—Claro que me gustaría.
—Pues si solo te faltan dos centímetros, te juro que esta tarde tú y yo nos
montamos en el Dragón Khan.
—Conmigo no contéis, no sabéis el sacrificio que supone para mí los
troncos. El Dragón Khan solo de verlo me marea.
Adela acercó la boca al oído de Elio y le susurró que estaba impaciente por
saludar a las chicas, dio media vuelta y se dirigió al famoso Dragón Khan.
Había mucha cola, como en casi todas las atracciones, al cabo de un buen
rato localizó a Antonia y a las chicas que estaban bastante cerca de iniciar su
segundo viaje. Se apresuró para llegar a tiempo y llegó justo en el momento en
que les tocaba subir.
—¡Antonia!
—Adela, corre, ven. Chicas, Adela, venga que nos esperan, os saludáis
luego.
Aprovechando las prisas para colocarse, Antonia se ocupó de que Adela se
sentara en el medio de las dos niñas. Al acabar el impresionante viaje se
encontró con una mano cogiendo el antebrazo de Laura y la otra cogiendo la
mano de Nuria.
—Ahora ya podéis saludaros tranquilamente. Laura, la mayor, Adela.
Después de darse dos besos, Antonia repitió los mismos gestos y las mismas
palabras con Nuria. Se dirigieron hasta la salida compartiendo el susto, los
mareos, la excitación y la liberación de adrenalina.
308
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Perdonad un momento, os lo digo a las tres, tenéis que hacerme un favor,
vuestro hermano me ha dicho que le faltan dos centímetros de estatura y le he
prometido que esta tarde subiría con él, que de los dos centímetros me ocuparía
yo y pienso hacerlo, pero lo que no creo es que tenga valor de volver a subir, por
no decir aquello que tienen los hombres.
—En catalán coyons —dijo Antonia.
—¿ Collons? —corrigió Laura y Nuria se rió.
—Pues eso, que no voy a subir nunca más en mi vida al cacharro este.
El favor es que las tres, o al menos una de las tres, suba con Marc aunque
tenga que pagarle.
—¿Cuánto me das?
—A ti una… ¿Lo has entendido, verdad?
—¿Y a ellas qué?
—A ellas lo que me pidan.
—A nosotras nada, lo único que no le dejarán subir.
—Eso ya lo veremos, he quedado con tu padre que estarían en los troncos o
en la cantina, igual piensa comer allí. ¿Vosotras sabéis si hay algún sitio que se
coma mejor que en otro?
—Todas las veces que hemos venido nos hemos comido un bocadillo, menos
la vez que vine con el instituto que comimos pizza.
Los seis se sentaron en una mesa doble del restaurante La Cantina.
Cuando tuvieron escogido el menú, Adela abrió su bolso y le dio un regalito
a cada uno de los chicos.
—¡Qué pasada! —dijo Marc, al ver la última Game Boy que había salido al
mercado.
No menos contentas estuvieron tanto Laura como Nuria al ver que les había
regalado un bonito móvil a cada una, pues ya llevaban un cierto tiempo pidiendo
tanto a su padre como a su madre.
—Laura, Nuria, ¿os gustan? Sí, pero hay un pequeño problema, no he
consultado con vuestro padre, si él no estuviera de acuerdo, sintiéndolo mucho,
os regalaría otra cosa.
Las dos miraron a su padre esperando el consentimiento ya que en ningún
momento se planteaban un no. Elio hizo un gesto de resignación ante las miradas
de sus hijas y dijo mirando a Antonia:
—Imagínate que les digo que no, las tres en contra de mí.
309
Alma Retsem Klol
—Creo que no tienes otra opción que decir que sí, yo en tu lugar lo haría.
Mientras comían, Marc hizo alusión a sus hermanas que por la tarde se
montaría en el Dragón Khan.
—El año que viene puede, pero este año como no te metan en una máquina
de tortura de estas de la Edad Media, que te ataran pies y manos y te estiraran
hasta que dieras la talla, lo veo difícil.
—Marc, tranquilo que esto que dice tu hermana no es lo que yo había
pensado. Enséñame qué zapatos llevas. Estas sandalias no sirven, cuando
acabemos de comer nos iremos a una zapatería y compraremos unas deportivas,
las que tengan la suela más alta, y a continuación pondremos lo que sea en la
parte del talón, maderitas, cartones, papel, con esto puedes ganar seis o siete
centímetros.
—¿Hay tiendas aquí dentro? —preguntó Antonia.
—Si no la han cambiado de lugar había una cerca de la entrada —contestó
Laura.
A las ocho y media de la tarde todos estaban agotados de subir y bajar de las
atracciones y, sobre todo, de hacer colas que se hacían eternas. El único que no
estaba cansado era Marc, al que esperar media hora para subir al Dragón Khan
no le importaba. Las niñas estaban enfadadas porque se querían marchar e
intentaban convencer a su hermano sin éxito, hasta que su padre, que estaba
impaciente por la cena y por los regalos para su prometida, las ayudó.
—Niñas, que parecéis más pequeñas que él. Venga Marc, que si esperamos
media hora más es cuando hay más gente a la salida.
—Pues si no me dejáis una vuelta más al Dragón Khan, me dejáis subir a los
troncos.
—Hecho, con una condición, que si hay más de dos minutos de cola, a casa.
¿Aceptas?
—Acepto —contestó resignado.
A las diez de la noche estaban todos duchados, aseados y alrededor de la
mesa que María Auxiliadora tenía preparada con un aspecto muy apetitoso.
—Niños, no empecéis, primero lo primero, Laura.
Laura se levantó y cogió el paquete donde estaban todas las participaciones
de la boda y se lo entregó a Adela.
310
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Muchas gracias, no esperaba ningún regalo.
Rompió el envoltorio y exclamó:
—¡Oh!, ¡qué preciosidad!
Después de leer la poesía, miró a Antonia y le dijo:
—A ti te voy a matar. Bueno pues ya sabéis que estáis todos invitados.
¿Cuántas hay?
—Ciento treinta, dijimos que no seríamos más de ciento veinte, creo.
—Sí, perfecto, no faltará ni una. —Ladeó la cabeza, movió los ojos, levantó
los hombros y mirando a Elio susurró la fecha.
Nadie se enteró de nada a excepción de Elio que le respondió:
—Tranquila. Ahora tú, Nuria.
La niña se levantó de su silla y entregó a Adela un sobre muy bonito que era
el doble de grande que las participaciones y contenía una cartu-lina con los
mismos dibujos y los mismos relieves. Después de las exclamaciones de
sorpresa y alegría la novia leyó en voz alta: Compromiso de amor
Cada día que despierto a tu lado
Es el despertar de un dulce sueño.
Abro los ojos y pienso, no estoy soñando.
Estoy viviendo un cuento de hadas.
Los sueños son cortos y maravillosos.
Haz que este sea tan largo que perdure
Hasta el fin de nuestros días…
Yo haré que jamás puedas vivir sin mí.
Yo, Elio Sánchez Rebollo,
Yo, Adela Matínez Fernández,
quiero vivir junto a ti, Adela
quiero vivir junto a ti, Elio
hasta el fin de mis días.
hasta el fin de mis días.
29 de mayo de 1996
—29 de mayo de 1996, perfecto, todo solucionado. Es el mejor regalo de mi
vida.
311
Alma Retsem Klol
Se levantó y le dio un beso a Elio y después uno a cada niña.
—Elio, el compromiso lo firmaré después, porque ahora me tiembla la mano.
—Hasta a mí me tiembla y ni me caso ni nada, imagínate si me casara.
Todos se rieron del comentario, las muecas y los ademanes de Antonia.
—Ahora solo falta la guinda del pastel. Marc, te toca a ti.
—Esto será… aunque encuentro que el paquete es muy grande para lo que
yo pienso, pero será el anillo de compromiso, o los anillos.
—Ábrelo y lo sabrás, que estamos todos impacientes —dijo Antonia.
Lo abrió, y al ver lo que era no pronunció ni una exclamación ni ninguna
palabra. Leyó la acreditación y puso el medallón en la mano contemplándolo
estupefacta, parecía no dar crédito a lo que estaba viendo y admirando. Después
se dirigió a Elio.
—Aunque te has pasado, será la única joya que lleve el día de la boda, es
increíble, fantástica, como… qué tonta, a ti te voy a matar.
—¿A mí?, ¿por qué? —dijo Antonia con cara inocente.
—Primero el poema de la participación y ahora esta joya. No me di-rás que
no te lo ha dicho ella.
El silencio y la cara de circunstancias y satisfacción al mismo tiempo le
servían de contestación. Volvió a dirigirse a Antonia.
—Mira, tía, te salvas porque esto es un tesoro en lugar de una joya.
Vaya amiga.
—Esta sí que es buena, tu novio pobrecillo no tiene ninguna culpa, míralo
que carita de inocente que sabe poner.
Después de las risas continuó dirigiéndose a Adela.
—En lugar de estar agradecida, ya lo veis. Si quieres te hago una lista de lo
que me gusta para que se lo digas a mi novio, lo único que a mí no me pasaría lo
que a ti, porque mi novio que ya lo conoces bien, no a pasado de invitarme a
comer mejillones con mayonesa que le vuelven loco.
Todos se rieron, Adela, que pensaba en las veces que había comido
mejillones con Alberto no podía parar de reír, contagiando a Antonia que
tampoco podía parar.
—¡Papá! —dijo Laura nerviosa—. Si no comemos… me voy dentro de
media hora, me esperan.
—Y a mí —dijo Nuria.
312
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Sí, a comer todos.
Cuando acabaron de cenar, a los niños antes de que se fueran, pues que no
dormían esa noche en el chalet, Adela les prometió un regalo fabuloso.
—Supongo que vuestro padre ya os ha dicho que esta es vuestra casa, ni más
ni menos y, si no tenéis llave, pensad que es culpa de vuestro padre.
—La semana que viene la tendréis, os lo juro.
—Otra cosa, la boda sabéis que es casi dentro de un mes, para ser exactos el
sábado veintinueve de julio de 1996. Nuestro regalo para vosotros es una
habitación a cada uno, entre esta semana y la que viene escogeréis los muebles
que os gusten y también un ordenador para cada uno vaya, si es que queréis.
—Vaya semanita me espera con estos tres comprando muebles y
ordenadores. ¿Antonia, me echarás una mano, verdad?
—Cómo no, para que están los amigos, para hacer de chacha.
María Auxiliadora, que estaba sentada en la mesa como todos, le contestó.
—La chacha soy yo.
—Pero tú cobras, guapa.
Volvieron a reír todos.
Los chicos, al irse con sus mochilas, dijeron adiós y le dieron un beso a su
padre que les dijo:
—Despedíos de Adela, ¿no?
—Adiós, un beso a todos. —Adela les mandó un beso desde la otra punta de
la mesa.
Antonia se levantó diciéndoles:
—A mí no me lo tiréis, o me dais un beso de verdad o no hago más de
niñera.
Al final, los niños acabaron dando un beso a cada una. Al poco tiempo
Antonia y María Auxiliadora se fueron a Tarragona y la pareja se quedó sola.
—No te puedes imaginar lo contenta que estoy de conocer a tus hijos y de lo
guapos que son. Bien, muy bien, alguna aspereza de Nuria que es la más
adolescente, pero sin importancia. Laura ya es una mujercita, muy madura para
su edad. Con el móvil me he ganado algún punto.
313
Alma Retsem Klol
—Cómo lo sabes. ¿Y yo?, ¿no me he ganado ningún punto?
—Más que los que lleva Frankenstein en la cabeza.
—Menos mal.
Adela se deshizo en elogios a Elio por las participaciones, la fecha del
compromiso, que era su fecha, y después el medallón pues las joyas antiguas
eran una pasión para ella.
Elio no cabía en su piel de la satisfacción que sentía y por ver lo contenta que
estaba Adela.
Estaban agotados del día aventurero que habían pasado. Al dejarse caer en la
cama, Elio necesitaba fundirse con ella.
—Cariño, estoy muy cansada, pero tengo muchas ganas de que me hagas
tuya.
Mientras se estaban entregando, ella le susurró al oído lo feliz que era.
—Me estoy acercando mucho a ti, Elio, amor mío, de verdad creías que para
ti hoy no habría un regalo especial, pues sí lo hay. Aunque le falta el lacito, creo
que te va a gustar, espero dártelo en el momento en que llegues a la meta.
—Amor mío, estoy cruzando la meta.
Se abrazó tan fuerte a él como pudo y le dio el regalo de su vida.
—Llegar a la meta el primero tiene premio, la medalla de oro ahora mismo te
la cuelgo, estoy embarazada, vamos a tener un hijo.
Abrazados con todas sus fuerzas y complacidos, Elio se volvía loco de
alegría, felicidad y amor.
—Este regalo sobrepasa todos los límites, jamás yo te podría hacer un regalo
como este.
—No seas tan modesto, cariño, piensa un poco y verás que es un regalo
mutuo. Tú me lo hiciste primero y yo, simplemente, lo he transfor-mado y
pienso entregártelo cuando esté terminado, aunque jamás será solo tuyo al 50 %.
Si es un macho como su padre se llamará Elio.
—Si es una mujer como su madre, Adela.
—A dormir, cariño, mañana iré a la playa con Antonia y creo que también
viene María, comeremos, espero que vengas, el baño te lo perdono.
—Iré a comer con vosotras, aprovecharé la mañana para dejar dos obras
preparadas para que me dejen tranquilo al menos dos o tres días.
314
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—En cuanto al embarazo ni una palabra hasta que no esté al menos de más
de un mes, que será cuando me haga la primera ecografía. Solo lo sabemos tú y
yo, a Antonia se lo diré dentro de quince días que será cuando vaya al
ginecólogo, iré a uno de aquí, al mío de Sevilla le llamaré para que me dé dos
consejos para el viaje de novios, a no ser que vaya antes a Sevilla, que tendría
que ser, pero con el trajín que tenemos…
315
Capítulo XVI
Era el día de la constitución de la empresa, miércoles 10 de julio de 1996. A
las ocho de la mañana sonó el móvil de Adela.
—Sí.
—Adela, soy Juan, el abogado.
—Ahora mismo me levantaba… ¿Cómo, que no me levante?… ¡No me
jodáis tíos!… Sí, estoy sola sino, no te hablaría así… ¿Qué es lo que pasa?
—El notario está enfermo, me llamó ayer a las nueve de la noche y me dijo
que estaba con treinta y nueve de fiebre, te quería llamar, pero pensé que igual
hoy se encuentra bien. Lo acabo de llamar y está igual o peor. O sea que con
suerte el viernes, que yo lo dejaría para el lunes para estar seguros, aunque
llamaremos por si acaso el viernes. Le dices a tu novio que el notario ha tenido
que ir al entierro de su madre en Huelva.
—Me tendrías que llamar el jueves. Por lo que veo lo dejamos para el lunes,
con la condición de que si tu notario está mal buscas otro, que tampoco será tan
difícil.
—No te enfades, eso mismo es lo que había pensado yo. Lo dejamos para el
lunes a la misma hora. ¿De acuerdo, guapa?
—Sí, feo.
—Gracias.
—De nada. —Cortó la llamada y sin pensarlo llamó a Elio y le contó cómo
estaba el asunto, a continuación llamó al cerebro de la trama, Antonio Canelón.
—Dime, guapa.
317
Alma Retsem Klol
—Te digo, feo, que es broma tonto, que eres muy guapo. Antes de nada
hazme el favor de cuidar a tu notario que no se muera.
—No te preocupes, que el cabrón no se morirá, se pondrá bien para continuar
dando por…
—Pobrecillo, como tratáis los jefes a los empleados.
—Y aún así te la clavan cuando pueden.
—No te enrolles más y escucha. Quiero tener la cartilla aquella de la que te
hablé de Sevilla a nombre de los dos, con una suma de ochenta y nueve
millones, con pocos movimientos y que sea de la Caja de Andalucía. Sobre todo
el número de la libreta se lo dices esta noche o como mucho mañana por la
mañana. Si no puede ser de la Caja de Andalucía, que sea de otra, pero que no
sea de algún banco que haya aquí.
—Faltaría más, es que nos tienes poca confianza tía, por no decir otra cosa.
—Será el miedo, cuando la tengas se la traes a Antonia antes del sá-
bado, porque con esto del notario creo que mañana o pasado me iré a Sevilla,
otra cosa, al señor Conrado, cuando te entregue la libreta, dile que entre el lunes
y el martes quisiera tener los cincuenta kilos preparados. Es igual cuarenta y tres
que cincuenta y cuatro, pero que los tenga a principio de la última semana.
—Ya sabes que él te hace los fajos idénticos y solamente te falsifica el billete
de arriba y el de debajo de cada fajo y, por cierto, muy mal falsificado, que solo
pasa a la vista y de un poco lejos. Piensa que cuando hablamos con él nos dejó
muy claro que lo del dinero era sagrado, vaya que no falsificaba ni una peseta.
Me costó mucho pero le pude convencer para hacer esto.
Por la noche en el chalet, la pareja intentaba buscar un poco de sosiego a los
días que pasaban y los que les quedaban hasta el día de la boda.
—¿Estás cansado, cariño? Al menos tienes el aspecto de estarlo, pero te pido
que no te rindas, ¡anímate que faltan pocos días! No veas el cabreo que he
pillado hoy con el notario, mañana sin falta tendrías que pasar por el banco de
Sabadell, no te rías, ya sé que no me sale muy bien la «elle», ¡ja, ja, ja! y le dices
al director, a Francisco, que no sea el lunes.
También sería mala pata que tuviéramos que ir el mismo día a los dos
notarios, o si no déjalo, sería mucha casualidad, ya lo arreglaríamos 318
Haré que jamás puedas vivir sin mí
como fuera. Pasado mañana voy a Sevilla. Me ha llamado Yolanda, mi
secretaría, y me ha dicho que hay algún problema con unos vendedores, que
ahora se quieren tirar para atrás cuando teníamos prácticamente todo atado. Por
suerte, también me ha llamado el de urbanismo del Ayuntamiento y me ha dicho
que el proyecto está aprobado. Eso sí que ha sido un pelotazo. Le tengo que dar
las gracias a Antonia, ella me convenció de que no teníamos nada que perder,
pero te juro que yo no las tenía todas, conmigo. Si sale, nos vamos dos meses de
vacaciones, de luna de miel, de verdad pienso estar una semanita de la playa al
hotel y del hotel a la playa, en lugar de hotel podríamos decir…
—Cama.
—Tengo miedo de que te canses de mí.
Elio se deshacía como la mantequilla en la sartén. Su ego afloraba por cada
poro de su piel con una ternura y satisfacción que no podía ni quería disimular.
—Aprovecharé para ir a mi ginecólogo, y si me dice que tenemos que ser
prudentes en las relaciones…
—Solo con estar a tu lado, lo tengo todo y, además, lo sabes.
Mientras se estaban abrazando y acariciando apasionadamente escucharon
dos bocinazos que les eran muy familiares.
—Anda ya tiene que venir la pesadita de mi amiguita. De todos modos,
mejor que haya venido porque así repasaremos si hace falta algo de Sevilla.
Quedamos en que vendrías, pero no podrá ser por el notario, tengo el
presentimiento de que esta semana te llamará Francisco.
—Ojalá, el día de la boda, si ya tenemos la masía, durmamos allí.
—Aquella habitación es preciosa, la grande, te acuerdas con aquella cama de
película, estilo revolución francesa, digo yo, porque no me acuerdo de cómo se
llama el estilo.
—Ni yo tampoco.
Adela se levantó para abrir la puerta a su amiga.
—Mua, mua, hola chicos. ¿Qué?, ¿no teníais muchas ganas de verme?
Al entrar en el salón le respondió Elio.
—Te juro que hace dos minutos, antes de que escucháramos el cla-xon
hemos dicho, hace días que no vemos a Antonia.
—Así me gusta, hasta te voy a dar un beso, si no, para qué están los amigos
si no para acordarse de ellos.
319
Alma Retsem Klol
—Nena, siéntate que te caerás de culo, no te he llamado porque por teléfono
pierde emoción. Aquellas naves que te empeñaste en que no vendiéramos ya son
del Ayuntamiento prácticamente, pasado mañana me pasaré por allí.
—¿Ves cómo la tonta tenía razón?
—Igual no eres tan tonta, ¡ja, ja, ja! Dejémonos de tonterías que esto es muy
serio. Tú tranquila, que de momento no tenemos que hacer nada. El del
Ayuntamiento me ha dicho que al menos no empezarán con los propietarios
hasta dentro de dos meses.
—Tú entérate de todo lo que puedas sobre el money, lo demás poco nos
importa. Bien pensado, podría ir yo a Sevilla.
—No lo dirás en serio, ¿no?
—Mañana me voy a Sevilla contigo, que tengo ganas de ver a mi novio,
sobre todo para ver el traje que se ha comprado, ya sabes tú el gusto que tiene.
Adela no pudo evitar reír a carcajada limpia.
—Antonia, por favor, ya sabes que me encantaría, pero no te puedes venir,
piensa que queremos dejar la oficina en toda regla. Con el traje de novia me
tienes que ayudar. Quedamos mañana en la tienda grande por la mañana y por la
tarde en la otra. El sábado estaré aquí, creo que por la mañana, al menos lo
intentaré.
—No sé por qué me hago ilusiones si yo ya sabía esto, es que… Al final
hablaremos y hablaremos, sobre todo tú y me marcharé sin decir lo que yo te
venía a decir que no es que no sea importante.
—Vale, ya me callo, habla cariño.
—La guasa te la guardas, ¡ja, ja, ja! Están todas las participaciones enviadas,
el autocar está preparado, llegarán el viernes a las nueve o diez de la noche, solo
había dos matrimonios que no podían a esa hora que llegarán a las dos o tres de
la madrugada. En el hotel tenemos reservadas veintiocho habitaciones, solo
tienen que quedar dos para los que vienen después, de madrugada. Recuerda que
se tiene que pagar una buena parte antes, se ve que con estas reservas de tanta
gente de golpe, no se la juegan.
—¿Ves como no puedes venir a Sevilla? Elio, la acompañas tú con la tarjeta
y lo pagas todo.
—Mañana por la mañana no, por la tarde quedamos, yo te llamo.
320
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Vale, aunque sea tarde, allí siempre te atienden. Otra cosa, guapa, ¿te has
acordado de Rocío la de Triana y de tu prima Gordi? —dijo Antonia.
—¡Te juro que he repasado la lista mil veces porque sabía que me dejaba a
alguien!, no sabes el peso que me acabas de quitar de encima.
—Por suerte, me llamó Juanito el Pechuguita.
—Dámelas. Estas dos me las llevo para Sevilla y se las doy o se las hago
llegar por alguien.
—Chicas, se está haciendo tarde. Tengo hambre y vosotras no sé, pero sed
seguro, porque con lo que habláis ¡ja, ja, ja! es broma.
—Si ya te digo yo que todos son iguales —dijo Antonia.
—¿Queréis que vaya al bar de Berto y subo lo que tenga para cenar?
—Retiro lo de todos son iguales…
Cuando se quedaron solas se dieron un abrazo casi de victoria.
—Mañana voy a Sevilla.
—Sobre todo no te olvides de Rocío, la Gordi y le das un besito al
Pechuguita.
—Calla, tonta, ¡ja, ja, ja…!
—Y si no encuentras vuelo, ¿que harás?
—El primer Talgo a Madrid y después el AVE a Sevilla. Tú ocúpate de
tenerlo superocupado, acuérdate de que Arnau o Canelón te van a traer la libreta
que yo me traeré de Sevilla y a lo mejor también te traen los fajitos. ¿De
acuerdo, tía? ¡Ostia no me acordaba!
Adela se levantó del sofá y cogió un papel del banco con los datos de la finca
y la hipoteca de la masía.
—Toma, cariño, apunta todos los datos, no corras que hay tiempo, apúntatelo
todo bien y mañana llamas a Arnau o a Canelón que espabi-len con la póliza del
seguro, lo dejo en tus manos, aunque yo también les llamaré, tranquila.
Cuando llegó Elio con tres raciones de tortilla de patata y dos bandejitas con
pulpitos y chipirones se instalaron en la mesa que estaba preparada.
Durante la cena solo se habló de la boda y los preparativos. Antonia hizo
referencia a que ella también tenía que ir a Sevilla antes de la boda.
—Por favor, Antonia, te he dicho que todo lo que te tengas que comprar para
la boda te lo pago yo, pero no se te ocurra dejarme cinco o seis días antes de la
ceremonia.
321
Alma Retsem Klol
—Tranquila, Adela, con la cara que pones te aseguro que no me voy a
Sevilla, pero te recuerdo que te casas tú y no yo.
—Me ha quedado claro, si quieres te vas mañana mismo a Sevilla. No te
pongas nerviosa, por favor, que bueno, que yo tampoco, vale, que yo en ningún
momento te dije que la semana pasada no te fueras a Sevilla a ver a tu madre,
que ya sé que se cayó, pero tú misma me dijiste que ni ella te lo quería decir.
Mientras discutían las dos, Adela le hizo dos gestos a Elio que los entendió a
la primera. Se levantó de la mesa.
—Chicas, hago café.
Cuando al café le faltaban dos minutos para que subiera Elio acercó la oreja
a la puerta del comedor para saber si la discusión se había terminado. Entró en el
salón con la bandejita con tres tazas, la leche y el azúcar.
—Ahora mismo traigo el café para las señoritas. Así me gusta, que os
queráis, haz el amor y no la guerra —dijo esto al verlas abrazadas y oír que
Adela le decía con toda la ternura:
—Te juro que no vuelvo de Sevilla sin ver a tu madre.
Ya calmadas las dos, mientras Antonia se sonaba la nariz y se secaba dos
lágrimas, Adela se dirigió a Elio.
—Igual te crees tú que es la primera vez que nos peleamos la tonta esta y yo.
Acabaron los tres riéndose.
—Cariño, lo que tenía para mañana lo he dejado en manos de Antonia,
cambio de planes, ella se quedará hoy a dormir y mañana prontito me voy con
ella a Tarragona y cojo el primer tren a Barcelona, el puente aéreo aún funciona
bastante bien, creo, así gano un día.
—Mañana a la hora que digas te llevo al aeropuerto yo, cariño.
—Con el trajín que tenéis los dos…
—Me callo.
—Más te vale, porque hoy la señora está… —sugirió Antonia a Elio, Cuando
se iban a dormir, Adela llamó a Elio. Cogió un folio en blanco y firmó arriba,
luego le hizo anotar su nombre, DNI y firmar en medio.
—Tú aquí, sí.
—Es la primera vez en la vida que firmo en blanco.
322
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Con tono sarcástico y sorprendente gesticulación facial ella le contestó:
—Y te aseguro yo, que en estas condiciones también será la última.
—Me callo —dijo Elio dirigiéndose a Antonia.
Ella le respondió:
—Calla y firma.
—Sois un par de cabrones, me tratáis como la mala de la película. ¡A dormir
todos!
A las once de la mañana del día siguiente Adela llegó a Madrid para hacer
escala. En vez de eso se fue a descansar a su casa. A las ocho de la tarde llamó a
Elio y le contó el ajetreo del transporte.
—Acabo de llegar, Elio, todo el puto día entre Barcelona y Madrid. Si
hubiera ido en el Talgo y luego el AVE estoy convencida de que gano dos o tres
horas.
Después de hablar hasta que se cansaron, ella se despidió porque había
quedado con sus primas.
—Cariño, te dejo porque vendrán mis primas y aún no me he duchado, al
menos podré dejar arreglado hoy, creo, todo lo de la boda con la familia y los
cuatro amigos. Te quiero mucho cariño, mua, mua. Va, venga cuelga tú, te digo
que cuelgues tú…
A continuación llamó a Arnau, a Canelón y a Antonia dejando todo
controlado, después miró el teléfono y cuando iba a descolgar para llamar a
Óscar, pensó unos segundos y decidió ducharse, ponerse cómo-da, mirar la tele y
descansar ella solita que es como más lo haría.
A las nueve de la mañana partió Adela para Sevilla en el AVE. A las doce y
media del mediodía llamó a Elio desde una cabina de la misma estación de Santa
Justa.
—Diga.
—¿Cómo que diga? Me estoy volviendo loca por hablar contigo, esperando
oír un hola, cariño… ¿Que de donde llamo? Madre mía, te juro que al final me
volveré loca, te llamo desde la primera cabina que encuentro porque me he
quedado sin batería. Esperaba que me contestaras como si te llamara desde el
móvil y habrás pensado ¿quién coño puede ser este número? Y yo, tonta de mí,
esperando oír la alegría tuya de escucharme, tengo pocas monedas, ahora hablaré
como un telegra-ma. Acabo de salir del ginecólogo, estoy de tres semanas,
quizás un 323
Alma Retsem Klol
mes, estoy perfectamente, tengo la foto de nuestro tesoro, nif, nif. No te rías
tonto, tú también deberías llorar.
—Me cuesta llorar, ya lo sabes, pero te juro que estoy temblando y con la
piel de gallina, estoy mirando alrededor que no me vea nadie porque me estoy
notando la cara de bobo que se me ha quedado.
—¡Ja, ja, ja! no me hagas reír, te quiero, cariño. Antes de llamarte he
pensado, no se lo diré por teléfono esto se lo tengo que decir haciendo el amor,
pero no puedo retenerlo escuchando tu voz. En el ginecólogo, cuando he ido a su
consulta para decirle que iba, digamos, de urgencia, pensar que me hubiera
explorado como tantas veces, ¡joder que se me acabarán las monedas!, pues eso,
que pensar que me tocaría y me miraría un hombre, inconscientemente, sin
pensar, me he marchado de la consulta y en la primera cafetería que me ha salido
al paso he pedido el listín telefónico, las páginas amarillas y he llamado a la
primera ginecó-
loga que he encontrado y acabo de salir ahora mismo, jamás había tenido una
sensación así, me ha dado reparo que me mire y más que me toque otro hombre.
—No llores, cariño, empezaba a estar bien y ya me has vuelto a poner la piel
de gallina y si te digo como me acaba de mirar una señora que ha pasado por
delante, me imagino la cara de bobo que tendré.
—¡Ja, ja, ja, cómo sabes alegrarme! Te diré otra cosa que me ha dicho la
ginecóloga que nos incumbe a los dos, creo, ¡ja, ja, ja! Cuando le he dicho que
me casaba el sábado próximo y que me iba de luna de miel, no me ha hecho falta
preguntar nada, enseguida me ha dicho que cuanto más, mejor. Después me ha
dado todas las explicaciones y al acabar me ha vuelto a remarcar, «estás
estupendamente, de sexo todo el que quieras, lo malo es el cigarrillo». Ya sabes,
después de la boda no me verás fumar ni uno, ni beber alcohol. Lo malo no hacía
falta que me lo dijera la ginecóloga. Si puedo iré esta tarde, solo me quedan un
par de cositas y si no puedo salir del aeropuerto de Sevilla te juro que voy a
Barajas en el AVE, si no pudiera estar hoy en Barcelona te llamaría. ¿Vale,
cariño?
Adela accionó la palanca que sujetaba el auricular.
Al acabar de hablar con Elio tuvo que esperar veinte minutos para montarse
en el AVE de vuelta a Madrid. A las dos de la tarde, observando el bonito paisaje
que le ofrecía la Sierra de Cazorla, el estómago la avisó de que era hora de
comer. Se levantó, cogió el bolso y solo tuvo 324
Haré que jamás puedas vivir sin mí
que atravesar su vagón para encontrarse en el restaurante. No sabía que
tomar. Buscando una mesa en la que sentarse vio a cuatro ejecutivos que parecía
que se estaban poniendo las botas. «Alguna empresa pagará», pensó y se sentó
justo detrás suyo.
Le crecía el apetito viendo cómo comían. Cuatro tíos bien trajeados, bien
comidos, bien bebidos, no pasados pero sí alegres. Además, aquella belleza de
mujer sola, que había escogido la mesa de su lado habiendo otras vacías les
había dicho «que aproveche» con una sonrisa.
Mientras ojeaba la carta que estaba en la mesa, no podía dejar de sonreír ante
los comentarios e ironías pícaras que se dedicaban entre ellos. Lo que más gracia
le hizo fue el sorteo que estaban haciendo para ver cuál rompía el hielo. Como
suele pasar, le tocó al más tímido dirigirse a ella, el único que estaba deseando
no hacer el sorteo. Pero como en esta vida, cada maestrillo tiene su librillo, el
más tímido tenía más de una estrategia pensada y le vino al pelo una de ellas.
Mientras una guapa y simpática camarera tomaba nota de lo que Adela
pedía, Pedro, que era como se llamaba el tímido, se acercó dirigiéndose a Adela.
—Perdonen que las interrumpa, me llamo Pedro.
Alargó la mano y ella le contestó:
—Mucho gusto, Adela.
—Vaya casualidad, para mí es un nombre precioso, mi madre se llama
Adela.
Después de una sonrisa, continuó:
—Le quería decir que si va a beber vino, la invitamos nosotros. En la
cubitera hay blanco, el de al lado es tinto y en la otra cubitera está el mejor cava
que tenían. Modestamente creo que los vinos están a la altura de su imagen.
—¿Y a qué altura está mi imagen?, si no es mucho preguntar.
—Del uno al diez, un diez y pico.
—¡Ja, ja, ja! el pico será el que tienes tú, en el buen sentido de la palabra.
«Suerte que me he tomado dos copas de Vega Sicilia», pensaba Pedro que se
dirigió a la camarera que estaba esperando la decisión de Adela.
—A ti también te pondría una buena nota, eh. Supongo que podemos hacer
esto de invitarla a vino y cava. ¿Verdad?
—Cómo no, también la pueden invitar a comer.
325
Alma Retsem Klol
—Coño, esto no estaba previsto, esta sugerencia sintiéndolo mucho te baja la
nota.
Los tres se reían dando envidia a los de la mesa que estaban a la ex-pectativa.
Pedro se dirigió a todos.
—Ahora, si no la invitamos a comer, toda la caballerosidad se me va al
carajo.
El más cachondo de los cuatro, sevillano, cómo no, contestó a Pedro
dirigiéndose a todos.
—Habéis visto, el hijo puta, se está ligando a este monumento de mujer, que
tendría que estar entre una de las siete maravillas del mundo y no se le ocurre
otra cosa que decir si no la invitamos, ¡será tacaño y ma-món!, invítala tú, hijo
puta, que no has tenido ni el detalle de presentarla a los amigos y, digo yo, que
los amigos estamos para todo, para lo bueno y para lo malo y para ti veo que
solo para lo malo, para pagar, mamón.
—Hay que ver, la envidia no tiene enmienda, ni amigos ni parientes
—exclamó Pedro.
—Perdona, Pedro, esto de la enmienda de la envidia no lo he escuchado
nunca, en cambio aunque, no lo recuerdo muy bien sé que se dice, la no sé qué,
no tiene enmienda.
Después de las risotadas de todos, el sevillano dio orden a Pedro para que
volviera a la mesa a terminar de comer.
En todos los grupos siempre está el más listillo y en este también lo estaba.
Genaro el que menos expresiones había hecho hacia los atribu-tos de Adela,
como si el tío estuviera por encima de los demás y de ella.
Se había puesto unas gafas negras de sol y no dejaba de mirar a Adela.
En el segundo plato y el postre, se retrasaron a fin de poder compartir el café
con ella. Ya presentados, explicaron sus orígenes, sus profesiones, la convención
empresarial de la que venían y a donde iban, ahora le tocaba el turno a ella.
Relacionando la mentira que estaba viviendo, no se le ocurrió otra cosa que otra
trola divertida.
—Entre cuatro hombres, me entristece que ninguno me haya dicho, tu cara la
he visto en alguna parte.
Genaro, el listillo, que estaba situado casi enfrente de ella, no dejó pasar la
oportunidad de colocarse en la pole position, levantó el brazo como se hace en
clase cuando el profesor ha formulado la pregunta, y salió al quite quedándose
con los demás como acostumbraba a hacer 326
Haré que jamás puedas vivir sin mí
siempre, pues para algo era el listillo. Levantando poco el tono de voz para
ser oído con más atención dijo:
—Desde que has entrado en el comedor no paro de darle vueltas, porque no
te he visto una sola vez, te he visto varias veces y no te lo digo por decir, por
adularte y halagarte y todo eso, ya me entiendes.
Una cosa sí, estoy jugando con ventaja sobre los demás, desde que me he
puesto las gafas, que me las he puesto porque me duele un poco la cabeza, pues
eso, he aprovechado para mirarte con toda curiosidad y un poquito de descaro,
espero que no te moleste.
—A las mujeres nos gusta que los hombres nos miren, quizás no todos, pero
sí todos los guapos e interesantes.
—Eso lo dirás por los cuatro.
—Por los cuatro, y todos con notable.
Genaro reaccionó deprisa para evitar que la conversación se convir-tiera en
una tertulia.
—¡Ya está! Ya lo tengo, Adela, hace menos de una semana que he visto tu
cara en una revista, y si no es la tuya te mandaré la foto porque, no, es que eres
tú. A mí mujer le mandan una revista que se llama Ven-ca creo, que es para
comprar lo que quieras y te lo mandan por correo.
Hay mucha ropa y te he visto anunciándola, o sea, haciendo de modelo y
juraría que anunciabas, la última vez que ojeé la revista, un bañador.
El sevillano, a quién le gustaba cachondearse especialmente de los
enteradillos, contestó a Genaro:
—Tío, te has pasado, hay que ver lo que desarrolla tu mente para ligar, eso
sí, a un monumento. Pero yo te gano. La he visto por la tele haciendo de azafata
diría yo, vamos estoy convencido, en Crónicas Mar-cianas y recuerdo un día
que el Sardà ese, le tiró un piropo de esos un poco bastos, pero, claro, cuando lo
dice esa gente hace gracia, le dijo,
«¡Madre mía, Adela, estás tan buena que un día de estos te voy a dedicar un
programa a ti sola!».
Todos se rieron, Adela más, que no podía aguantar la gracia del sevillano y la
cara y risa sin gracia de Genaro, dirigiéndose a Pedro que le caía pero que muy
bien dijo:
—No veas como me gustaría a mí, eso que dices del Sardà, anda que no
hubiera buscado un rollito con algún famosillo de esos que andan por Crónicas.
327
Alma Retsem Klol
Después se dirigió al sevillano y finalmente a Genaro que insistía en su tesis.
—Me ha gustado más lo tuyo, José Manuel, pero quién ha dado en el clavo
has sido tú, Genaro, y si me dices de qué color era el bañador, te invito a cenar
en Madrid. «No te esfuerces que no lo vas a adivinar, capullo», pensó.
—Creo que era rosa —dijo Genaro que pensaba que la tenía en el bote,
porque de haberlo adivinado, cosa que no creía, hubiera sido un buen puntazo y
el hecho de seguirle ella la corriente quería decir algo, en definitiva, lo dicho,
que creía que la tenía en el bote.
—Menos mal, cuando has empezado con ro… ya me veía rascándome el
bolsillo, era rojo.
—Te juro que he dudado entre rojo y rosa.
El sevillano volvió a atacar a Genaro.
—Para, Genaro, parece que estés buscando que por acercamiento te invite a
una tapita y una cervecita.
—Cállate, sevillano, que ya sabes que no me vendo por un plato de lentejas y
para que veas que soy un galán, Adela, hoy paso la noche en un hotel cerca de la
Puerta del Sol y al lado está el restaurante La Soña-da.
—Menos mal, Genaro, que Adela es una mujer de mundo y está a la altura
de las circunstancias, pero si llega a ser una de esas chicas refina-das, te descarta
por «salío». ¡Coño que tú no la invitas a cenar, la invitas a pensión completa!
Primero La Soñada y después te da el punto del hotel, aunque buscar un puntito
puede ser un poco difícil, sobre todo para ti, porque aquí el único que no ha
perdido el punto, es el mamón ese de Pedro. Se nota que hay feeling entre los
dos, pero permíteme, Adela, que te de un consejo de amigo. Con Pedro nada de
nada, hay pocos tíos de esos y, tú, que eres una persona afortunada, has dado con
uno de ellos, Pedro es un buen tío, ya sabes, quiere a su hijita, quiere a su mujer
y, además, no la engaña y no lo digo por decir, también te voy a decir que no
eres tonta ¡eh!, que te has fijado con el más apañado.
Ahora, tú tampoco no te vayas a creer que eres el Clooney ese.
Genaro, un poco mosca por el sevillano y también porque veía que Adela
tenía feeling con Pedro, se lanzó al ataque porque faltaba menos de media hora
para llegar a la capital.
328
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—José Manuel, para un poco, que a mí Adela aún no me ha dicho si acepta
mi invitación.
—Ya sabes que la aceptaría con mucho gusto, pero voy directa a Barcelona,
cogeremos el primer avión. ¿Verdad Pedro?
—Si no hay ningún contratiempo, a las ocho como mucho nueve podemos
estar en Barcelona, mi… casa…
—Pedrito, que te estás desmadrando, ahora coge el móvil y di te-lé-
fo-no. Un momento. Adela te voy a hacer la última oferta, este señor y un
servidor, Federico, que supongo que te habrá dicho hola, ese es capaz de…
—Sí, me ha dicho hola mucho gusto.
—Pues te ha dicho mucho, cuando te despidas ya te digo yo que no te dice
adiós solo. Ha dicho tres palabras, contigo se ha desmelenado, es que eres tan
guapa y estás tan… guapa…
—¿Me dejas hablar un momento?
José Manuel no dejaba de hablar y hablar haciendo hincapié y bromitas
acerca del mutismo de Federico, que se cruzó de brazos sin mirarlo ni escucharlo
hasta que el sevillano se dio cuenta.
—Hostia tío, no te enfades, habla.
—Seré breve.
—Eso ya lo suponemos.
Genaro, que estaba un poco picadillo, le replicó al sevillano.
—Es que el chaval, si no dice la última, revienta.
Aprovechando el pique volvió a refregarle a Genaro que Pedro se llevaba el
gato al agua.
—Mira, chaval, estoy pensando que en lugar de ir a Zaragoza, me voy con
Pedro… y Adela, claro, a Barcelona así no voy solo.
Adela le replicó.
—¿Pero que no vais tú y Federico a Zaragoza?
—Sí, pero con lo que habla es como ir solo. Que es broma Federico, habla,
habla.
—Mira, José Manuel, tú solo hablas gracietas y tonterías, pero la cuestión es
hablar. Genaro no habla tanto pero déjale, además, el tío es listo y todo lo sabe.
Tengo que hablar con un tío que todo lo sabe y Pedro que le gusta hablar, pero el
chaval es timidillo y por eso calla, en cambio yo no hablo porque no me sale…
Espera, sevillano, que no he acabado.
329
Alma Retsem Klol
Miró a Adela y continuó:
—De Pedro la verdad no lo sé, pero tanto Genaro como tú, sevillano, os
queréis ligar o más bien dicho os la queréis llevar al huerto y solo tenéis narices
de hablar y hablar y bromita por aquí, bromita por allá, insinuaciones simpáticas
y resulta que el que menos habla es el que se va a ir con ella.
—El que menos habla eres tú, chiquillo. Y te recuerdo que si te refieres a
Pedro, resulta que el hijo puta es el más guapetón —con una risita se dirigió a
Adela—. También es verdad, que hay chicas que prefieren a los tíos inteligentes.
—Tranquilo, sevillano, que a ti tampoco te encontrarán en la lista de los
listos. Hasta la frase ha quedado bien.
—El hijo puta del mudo… cómo habla. A mí tampoco me ha quedado mal la
frase.
Después de reírse todos, Adela sobre todo que no podía evitar aquella risa
tan peculiar, agradable y contagiosa que llevaba tres meses sin utilizar para no
darla a conocer.
—Bueno, sevillano, ya vale, déjame terminar lo que había empezado.
Pues a un servidor, cuando le interesa una chica, simplemente habla con ella
y sale de dudas, creo que ya somos mayorcitos para marear la perdiz y que se la
coman otros.
—¿Te acuerdas? Hará unos tres o cuatro meses en aquella discoteca de
Barcelona que te tomaste un par de cubatas y me dijiste: «¿Ves aquella tía de la
barra, la que está más buena? Hombre, pues aprende, sevillano, antes déjame las
llaves de tu coche». Te dejé las llaves y te dije:
«Coloca la mantita que llevo en el maletero, en el asiento que utilices como
cama, yo de ti utilizaría la de matrimonio que es el de atrás». La verdad, me
quedé flipado cuando te acercaste a ella y con dos palabras y cuatro sonrisas te la
llevaste al huerto. Yo pensaba mira el hijo puta, qué cojones le habrá visto la tía
esa que está tan buena, o qué coño le habrá dicho el mamón ese, total que al
cabo de media hora no mucho más, se me acerca la tía, yo había aprovechado su
taburete cuando se había ido con Federico, y me dijo «tu amigo te espera en el
coche». Le respondí: «¿No me lo habrás matado? Con lo buena que estás igual el
mamón te ha comido goloso y se ha atragantado». La tía se puso a reír y cuando
me levanté se volvió a sentar en su taburete. Serían las tres de 330
Haré que jamás puedas vivir sin mí
la madrugada más o menos, tenía ganas de acabar la noche un poco más
tarde, pero como soy un buen pescador me dije, hoy no pican y cuando no pican,
ni que les ponga la mosquita esa que para ellas es caviar, nada, que no pican. Me
fui en busca del triunfador de la noche que aún estaba el mamón sentado en la
cama de matrimonio. Antes de abrir la puerta pegué dos golpecitos al cristal para
que viera que era yo y no se asustara, entré en el coche y le dije: «Pero tío,
¿cómo no le has metido dos polvos a la tía esa?». No me dejó terminar de hablar
y me dijo: «arranca el coche y nos vamos donde quieras, pero arranca. ¿Cuánto
dinero llevas encima?». Le dije que quince o dieciséis mil y me contesta: «¿Me
dejarás la mitad no? Mejor, las fundimos todas y mañana te pago la mitad». Le
dije «¡pero si hoy has sacado veinte mil pelas! ¿Dónde las has gastado?». El
silencio habló más que tú, Federico, una cosa tengo que decir en tu favor, yo, en
tu caso, hubiera acabado la noche enfadado conmigo mismo y con mi puta
desgracia. Aunque no eres andaluz me hizo gracia la frase andaluza que
utilizaste: «A las penas puñaladas».
Acabamos la noche a las seis de la madrugada con una buena tajada en un
local de esos de acogida para hombres sin suerte.
—Contando un día mío oscuro te has quedado ancho, cabrón, un día malo lo
tiene cualquiera, con eso digo que no soy un chivato. ¿Entendido?
—Bueno hombre, tampoco te enfades, mira Adela cómo se ha reído.
Adela, cuéntanos algo de eso de las modelos que no has contado «na».
—Si nos hubiéramos conocido diez años antes os hubiera contado muchas
cosas, pero ahora solo me queda un contrato que finaliza a finales de este año y
seguramente será el último, es como los futbolistas, tenemos una vida
profesional corta. Las grandes modelos se pueden retirar con mucha pasta pero
las demás tenemos que continuar trabajando para comer.
A continuación les contó cuatro anécdotas de algunas pasarelas y les habló
de las más famosas que conocía, y no pudo contar más porque el AVE llegó a su
destino.
En la estación todos con la maletita, menos Adela que iba ligera de equipaje,
se despidieron.
Genaro no pudo evitar disparar el último cartucho a bocajarro, la cogió del
brazo y la apartó dos pares de metros del resto.
331
Alma Retsem Klol
—Toma, guapa, esta es mi tarjeta, detrás está mi móvil, ya que no has
aceptado mi invitación…
—No he podido, Genaro, voy a Barcelona y si hay retraso, a la cena me ha
dicho Pedro que me invitará, tampoco lo he perdido todo.
—Te has perdido lo que viene después de una buena cena.
—Eso no lo sabes.
—La que no lo sabe eres tú, yo sí lo sé, pero te recuerdo que si el retraso
continúa después de cenar, me llamas y vengo a recogerte en taxi y no olvidarás
esta noche en tu vida, suponiendo que seas una chica a la que le guste el sexo.
—No te puedes imaginar cómo me gusta. Y te advierto que Pedro no será el
primer hombre de mi vida que me da calabazas.
—Por si acaso no pierdas la tarjeta y, por favor, júrame que lo que te diré
ahora no se lo contarás a Pedro.
—Te lo juro.
—Pedro es homosexual, por favor, no se lo digas.
—Tranquilo que no le diré nada, además te lo he jurado.
Adela se agachó un poco para que le diera dos besos Genaro, quien
aprovechó para susurrarle al oído:
—Después de comer una buena cena, te comería a ti toda entera.
—No sé si estarías a la altura de mi cuerpazo.
—El palmito que me falta te advierto que, buscando un poquito, enseguida lo
encontrarías.
Adela no pudo evitar la risa que hizo que todos se giraran hacia ella.
—Si hay retraso largo, igual me lo pienso y te llamo.
—No te arrepentirás.
—¡Sevillano, que está nuestro tren en el andén!, ¡corre que va a salir!
—Adiós, Adela, Pedro, cuídala, Genaro, hasta el mes que viene.
Genaro se quedó a la espera de un tren, mientras que Adela y Pedro se
subieron a un taxi que les llevó a la casa de ella y esperó a que cogiera la maleta.
A las seis aproximadamente esperaban la respuesta de la empleada de una de las
taquillas de Iberia.
—Hay billetes a las nueve y media.
—Después de las nueve y media, ¿a qué hora es el siguiente vuelo?
—A las doce y quince.
—¿Y hay billetes?… Pues reserve dos.
332
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Adela se acercó a Pedro que estaba a una docena de metros mirando una de
las pantallas de salidas y le pidió el DNI y el dinero.
—¿A qué hora saldrá?
—A las doce y cuarto.
—¿Hasta las doce y cuarto? No puede ser.
—Esto mismo le he dicho yo a la chica.
Volvió con el DNI de Pedro a la ventanilla donde la chica emitió los dos
pasajes y se los entregó.
—Toma, Pedro.
—Por lo visto tendré que pagarte la cena, y con mucho gusto, que conste.
—Ya que tú pones la cena, yo pongo lo demás.
Pedro se sorprendió pero no hizo ningún gesto que lo evidenciara.
—¿Quieres dejar las maletas aquí o nos las llevamos?, ¿qué te parece?
—¿A dónde vamos?
—Como tanto la tuya como la mía son pequeñas, nos la llevaremos.
Salieron a la calle y cogieron un taxi, ella pidió al taxista que les llevara al
hotel o motel más cercano. Al cabo de media hora estaban los dos en la
habitación de un hotel cerca del aeropuerto.
—Madre mía, no sabes cómo me apetece una duchita y un descanso en la
cama, aunque has dicho que lo pagas todo tú, la habitación la pagamos a medias.
¿Vale?
—¿Te molesta que te invite una chica, Pedro?
—Por favor, Adela, que no es eso, no te preocupes que no voy a insistir más,
¿te parece si me ducho yo mientras te preparas ropa de la maleta?
—Sí, dúchate tú primero, si quieres que te frote la espalda solo tienes que
decírmelo.
—¡Ja, ja, ja! vale, si no llego con mis brazos te aviso.
Mientras Pedro se echaba el gel, Adela se le presentó en la bañera por detrás
aprovechando que tenía los ojos cerrados para que no le entrara jabón. Al notar
la mano de ella que le frotaba la espalda, tembló un poco de susto, pero no dijo
palabra y continuó con los ojos cerrados como si no se hubiera dado cuenta de
nada, hasta que notó las manos por delante y los pechos que le apretujaban por
detrás. Después de la ducha, se secaron y se tumbaron en la cama. Adela no
dejaba de acari-333
Alma Retsem Klol
ciarlo. Él estaba más pasivo que activo y, sobre todo, pensativo, daba la
sensación de estar incómodo o arrepentirse.
Ella le susurró al oído:
—Te veo preocupado, no te lo has pasado muy bien. ¿Verdad, cariño?
Me da la sensación de lo que decían tus amigos es verdad, creía que lo
decían en broma.
—Es verdad, es la primera vez que engaño a mi mujer y me gustaría creer
que ha sido la última, porque la quiero mucho. Lo de que no me lo he pasado
bien lo dices por decir algo, porque tú sabes lo bien que lo hemos pasado, creo.
—Sí, pero te veo tan pensativo. Si te sirve de consuelo yo también tengo
novio y no le engaño en cada ocasión que se me presenta. Te aseguro que hoy es
un día especial para mí y sería largo de contar. Espero que con lo de ser la última
vez que engañas a tu mujer, no te re-fieras a que no me vas a meter otro polvo,
porque te advierto que tengo una tarjetita con un teléfono y que con una llamada
tengo a todo un machote aquí en dos minutos, me imagino que sabes a quien me
refiero.
—Supongo que al listillo de Genaro, y me imagino que lo de llamarlo lo
dices en broma, porque me jodería mucho encontrarme a Genaro aquí, para mí
es un poco, bastante, imbécil y que conste que no lo digo por nada que tenga
relación con esta tarde, en los trabajos es donde más se conoce a la gente.
—Con eso que dices me obligas a hacerte chantaje, o te pones en forma
inmediatamente o vendrá el imbécil a comerme toda entera como me ha dicho.
—No, eso no, te lo suplico, pídeme lo que quieras.
—Date la vuelta que te haré un masaje en la espalda y en ese culito que
tienes tan bonito.
Mientras le daba el masaje desde los pies al cogote, le dijo dulcemente al
oído.
—No te sientas obligado, Genaro jamás se acostaría conmigo, bueno yo con
él, sí, ya sé que muchas cosas las decimos en broma, pero esto te lo digo de
verdad.
Al ver que el volvía a sentirse incómodo y por su posición iba moviendo su
culito apartándolo de la cama, ella le dio la vuelta y se colocó 334
Haré que jamás puedas vivir sin mí
encima y después de darle unos dulces y pegajosos besos le dijo suave-cito.
—Y por tu mujer no te preocupes, si quieres después te hago un justificante.
—¡Ja, ja, ja! mira que eres mala.
—¿Mala?, ¿por qué? Lo que te diré ahora sí que te lo digo con toda
sinceridad. Me lo estoy pasando que ni te lo puedes imaginar. Piensa que
después de que hayamos llegado a Barcelona no volveremos a vernos en la vida.
Pedro aceptó los consejos de Adela y apostó por la diversión, el placer y,
porqué no decir, el amor. A las diez de la noche terminaron con la segunda
entrega de aquel día que intentaban convertir en toda una pequeña y corta vida
conjunta.
Relajados y entregados permanecieron en silencio, esperando que sus
corazones y sus pulmones se tranquilizaran.
—Pedro, ¿has llamado a tu mujer diciéndole a qué hora llegarás?
—No, no he llamado, bueno sí he llamado pero le he dicho que aún no sabía
nada de qué vuelo podría coger.
—¿Y ya lo sabías?
—Sí.
—¡Ay, pillín…!
—Al final voy a pensar que eres mala de verdad, intento dejarme seducir y tú
pinchando en la llaga de la culpabilidad y de la presun-ción.
—¿Ves la hora que es? Aún me debes una cena.
—¿Por qué no cenamos en el hotel? Estaremos más tranquilos.
—Te hago una proposición. Ya sé que tienes muchas ganas de ver a tu mujer
y a tu hija.
—Espera un segundo —pidió Pedro. Se levantó de la cama y hurgó en el
bolsillo pectoral del interior de la americana, sacó un papel que des-dobló dos
veces y se lo enseñó. Adela no pudo reprimir la cara de sorpresa, alegría y
suerte.
—¡Madre mía qué bonito! ¿Está de muy poco, verdad?
—Es de la semana pasada y está de un mes y muy poquito más.
La miró con todo detalle y le dio un abrazo cálido y fuerte.
—No sabes la envidia que tengo de tu mujer.
335
Alma Retsem Klol
Él cogió la ecografía y la volvió a colocar en el interior de la americana.
—¿Me disculpas un minuto, verdad? Es que me estoy meando.
Sin hacer ruido, ella se levantó de la cama y le robó la ecografía, la puso en
su bolso y se tumbó de nuevo en la cama.
Al salir del baño dijo.
—¿Qué hacemos?
—Te estaba haciendo una proposición, a ver qué te parece. Llamo al
aeropuerto e intento cambiar el vuelo para salir mañana por la mañana, a partir
de las ocho, si nos lo cambian cenamos aquí en el hotel tranquilamente y
después dormimos los dos juntitos, con la condición de que yo lo pago todo
incluida la cena. Te pido por favor que me dejes invitarte y te pido por favor,
más aún, que compartamos la noche.
Con una actitud de lanzarse y de no querer pensarlo él contestó.
—Llama al aeropuerto.
Adela se vistió en un periquete y se dio dos cepillazos a la cabellera.
—Vístete tranquilamente y esperas un poquito que cuando acabe subo a
arreglarme algo más, si tardo y quieres bajar a recepción bajas, mua, hasta ahora
cariño mío.
Se fue a recepción suponiendo que igual tendrían algún número de Iberia que
contactaría más directamente para el cambio de vuelo. A los diez minutos volvió
a la habitación y al ver a Pedro que hablaba por el móvil le puso cara de
resignación ladeando varias veces la cabeza.
—Sí, Genaro… ya se ha ido hace diez minutos, porque resulta que en este
vuelo solo había un pasaje y, claro, uno es caballero y se lo he cedido.
—Y con tanto tiempo que has tenido, no te las has tirado, esta me la apunto.
Adela estaba escuchando lo que decía Genaro.
—Hombre, Genaro, tampoco te pongas así, escucha un momento, te paso al
sevillano que al final en lugar de ir a Zaragoza se ha venido conmigo y con
Adela y ahora se arrepiente, porque dice que ya estaría en Zaragoza.
—Y como es normal tampoco se ha comido una rosca el capullo ese.
—Te lo paso.
Adela cogió el móvil y dijo agravando la voz.
336
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Sí.
—José Manuel, hay que ver lo buena que estaba Adela y al final ni para
Pedro ni para ti, sois unos capullos, si tú supieras lo que me ha dicho la tía a mí,
es que no sé por qué no me he pasado por el aeropuerto.
Adela no pudo aguantar más y desató su peculiar risa.
—¡Joder, tía!, esto no se hace. Dile a Pedro que esta sí que me la apunto de
verdad, cabrón.
—Genaro, de verdad que ha sido un placer escuchar tu voz. ¡Ah! y aquello
que me has dicho, te juro que no es verdad, como mucho —se dio la vuelta para
que Pedro no pudiera escuchar y dijo flojito— bi-sexual, adiós, Genaro, te pasó a
Pedro.
—Bueno, Genaro, ahora vamos a cenar, pero te prometo que si en el tercer
asalto me gana por K. O., te llamo.
—¡Que te den, cabrón!
—Ha colgado.
Terminaron de ponerse guapos, ella se maquilló con todo el esmero que pudo
y bajaron a recepción para dejar la llave y buscar un restaurante. Le preguntaron
al recepcionista, un señor de mediana edad muy atento y agradable.
—Hay poco movimiento ahora, les acompaño a la puerta y así les indicaré
mejor, está cerca.
Salieron a la calle y les indicó el restaurante.
—Pueden subir por el centro de esta pequeña avenida, ven, allí casi enfrente,
la primera calle, cuenten una, dos, tres, la cuarta, que es un poco más estrecha
que las demás tiene un restaurante en la esquina, ese no, cogen la calle y a unos
no sé, diría que sesenta o setenta metros a la derecha, está el restaurante que les
recomiendo.
—¿Cómo se llama?
—No se lo digo, se lo toman como una sorpresa.
Sin que les viera el recepcionista, se dedicaron una mueca de extra-
ñeza.
—Muchísimas gracias, ha sido usted muy amable.
—Es mi deber, a su disposición. Perdonen, otra sugerencia, si encon-traran,
que no creo, el restaurante cerrado, les sugiero el del hotel. Tenemos un comedor
más íntimo, pequeño y nuestra carta no tiene nada que envidiar a la de este
restaurante.
337
Alma Retsem Klol
—Ya que usted es tan agradable, le prometo que si está cerrado comeremos
en el hotel.
—De acuerdo, que lo pasen bien.
—Gracias, hasta luego.
Pasearon por el centro de la avenida cogidos como dos enamorados
primerizos.
—¿No tendrás miedo de que nos vea alguien…?
—Sería el colmo, encontrarme un conocido aquí, eso tú que eres famosa.
—¿Te has creído lo de ser modelo?
—Pues sí.
—Pues es una mentira como una casa, eso sí, es un poco más gorda que lo
primero que tú me has dicho, que ha sido otra mentira.
Pedro se quedó pensativo, sin caer en la cuenta, ella dijo:
—Tu madre. No me creo que se llame Adela.
—¡Ja, ja, ja! es verdad, se llama Lola.
Abrazándose, riéndose y saboreando el paseo y el momento, llegaron delante
del restaurante y los dos pensando lo mismo cruzaron la calle para leer mejor el
rótulo de encima de la puerta que iluminaba con bonitas letras rojas que decía La
pasión madrileña. Después de recrearse con el nombre del local se miraron con
la inspiración del mismo y se dieron un beso acorde con él.
Antes de entrar, ella le preguntó si había llamado a su mujer, el le contestó
que sí, que ya estaba tranquilo, aunque no satisfecho.
—Intentaré satisfacerte en lo que nos queda de noche, te recuerdo que los
grandes amores son los inacabados. Todos, o casi todos, tenemos alguno que nos
acompaña en nuestro viaje, como una maleta que vamos abriendo y cerrando de
vez en cuando. Te diré una cosa que no te he dicho. Tengo novio y tiene una hija,
divorciado, y espero casarme con él, o al menos vivir juntos, este año o a
principios del próximo. Le quiero mucho, aunque hoy he de reconocer que me
olvido un poco. Mal de muchos, consuelo de tontos, ¡ja, ja, ja! La verdad es que
no sé por qué te he metido este rollo. Vienen tres parejas, entremos, no sea que
nos quedemos sin mesa.
En el local Adela fue directamente al teléfono y llamó a Elio para contarle la
situación en la que se encontraba. Le remarcó que le traía un 338
Haré que jamás puedas vivir sin mí
regalo que le emocionaría mucho, el le pidió alguna pista y ella le dijo como
pista que no era un suvenir.
Al llegar a la mesa donde Pedro estaba con el rostro iluminado por dos velas
rojas, con la mecha también roja a tono con el nombre del local, ella le echó en
cara no haber escogido una mesa que quedaba más arrinconada. Él le contestó
que no se había fijado y se levantó y fue directo al que parecía el maître.
—¿Sería mucha molestia que nos pudiéramos cambiar de mesa?
—En absoluto, siempre y cuando no esté reservada.
El maître, después de hacer una consulta en el mostrador, cambió el cartel de
otra mesa a la suya y asunto concluido. Por su parte habían decidido no hablar de
sus vidas ni de sus compañías, solamente de ellos y del momento.
* * *
A la una menos cuarto, el avión de Iberia en el que viajaban tomó tierra catalana.
En el momento en el que el avión dejó de moverse, él le recordó que quería
saber aquello que le había prometido que le diría en cuanto aterrizaran.
—¿Te lo digo aquí, o te lo digo antes de despedirnos?
—Aquí, porque lo primero que haga al llegar al aeropuerto es llamar a mi
mujer que podría ser que me espere. Hoy es sábado y al no trabajar igual se
viene con su hermana que ayer le hacía compañía.
—Me hubiera gustado tomar un café con leche contigo y despedirnos, el
último beso, por si después no quieres darme otro.
Se dieron un beso largo y ella le dijo al oído.
—He sido un hombre, un travesti y ahora soy una mujer.
—¿Me tomas el pelo? No entiendo porqué me dices eso.
—Acuérdate del último orgasmo que hemos tenido a las nueve de la mañana.
Con pocas palabras llegaron a las cintas a recoger las maletas. Pedro llamó a
su mujer que le dijo que estaba en el aeropuerto esperándolo en la puerta con el
grupo que se forma delante de cada llegada.
Los dos estaban tristes, más Adela, que pensaba que no tenía que haberle
dicho nada.
339
Alma Retsem Klol
Cuando ya tenían los dos el equipaje, Pedro miró hacía la puerta que se abría
y se cerraba y en un momento en que estaba cerrada la cogió del brazo y la
arrastró a un rincón donde las miradas no llegaban.
—Adelo o Adela, es broma. Adiós, Adela. Que seas muy feliz, me siento
muy afortunado porque te hayas fijado en mí, eres una mujer maravillosa.
—Lo mismo te digo, que seas muy feliz y que tengas una niña o un niño
precioso.
Sus labios se despegaron lentamente, como si su saliva se hubiera convertido
en pegamento.
Salieron casi los últimos por las puertas inquietas, ella iba delante de él, el
grupo que esperaba empezaba a estar bastante disuelto. La mujer de Pedro se
había fijado en Adela y abrazándole, le hizo un comentario:
—Hola, cariño, qué ganas tenía de que llegaras, he visto que delante llevabas
una tía impresionante, me ha parecido que le mirabas el culo,
¡ja, ja, ja!
—Sería por inercia, cariño.
El taxi en que viajaba Adela se detuvo delante del piso de Tarragona.
Subió y llamó a la puerta.
—Madre mía. ¿De dónde vienes?, ¿quién te ha hecho esto? Me imagino que
Óscar.
Adela se asustó pensando que Pedro le había hecho algún chupetón.
Rápidamente se miró al espejo del recibidor y se tranquilizó.
—Qué susto me has dado, tonta, creía que llevaba algún chupetón.
Ahora que lo dices, te haría juego con esas ojeras que te llegan al suelo.
—Cuando te cuente todo te daré envidia de esas ojeras, pero tendrás que
esperar. Déjame tu móvil que voy a llamarle.
—Creo que está con los críos en la casa de muebles, estará ocupado.
—Mejor.
Acto seguido llamó con el móvil de Antonia a Elio.
—Hola, Antonia, dime cariño. ¿No sabrás algo de mi amor?
—Hola, amor… aunque me tendrás que aclarar eso de llamar cariño a la
tonta esa.
Después de las carcajadas, ella se deshizo en arrumacos orales igual que él y
le dijo que estaba muy agotada y que incluso creía que tenía 340
Haré que jamás puedas vivir sin mí
fiebre. Que se quedaría a descansar y que se iba a dormir porque llevaba más
de veinte horas sin hacerlo. Quedaron en que cuando ella despertara le llamaría.
Él le contó que los niños estaban supercontentos con las habitaciones y que por
la tarde, si acababan con los muebles, irían a por los ordenadores.
—No sabes cómo me siento de feliz con que tus hijos me quieran…
El regalo… tendrás que esperar a que despierte, además, para este regalo
tenemos que estar tú y yo completamente solos y en la cama completamente
desnudos… ¡ja, ja, ja! No es ningún juguetito sexual, y no insistas que no te lo
diré ni te daré ninguna pista, bueno sí, te daré una pista, no es un suvenir ¡ja, ja,
ja! Adiós, amor mío, te quiero mucho.
—Qué pesada, tía.
—Si te lo hubieras pasado como yo, te juro que también estarías un poco
pesada y un poco tonta. Ahora no te cuento, lo haré cuando coma-mos. Dame
todo lo que te ha traído Canelón y ya lo coloco en la maleta.
Antonia se fue al armario de su habitación y volvió al comedor con una bolsa
y un sobre.
—Toma, nena, esta es la cartilla de Caja de Andalucía, esto son los falsos,
creo que hay cincuenta y esto son las tiras de papel para sujetar los fajitos que
tengas que hacer con el dinero de verdad. Hasta hay una barra de pegamento
porque me dijo que sería más fácil para ti que colocarlos con la tira preparada.
Lo puso todo en la maleta, antes había ojeado la cartilla en la que Conrado se
había lucido poniendo los ingresos más valiosos a nombre de la empresa
Dragados y Construcciones S. A. Tenía la cantidad de ochenta y nueve millones
de pesetas, no estaba mal. Cerró la maleta y le preguntó a Antonia si tenía el
ordenador encendido. Cuando dijo que sí, le dijo si estaba preparada para recibir
una noticia muy emotiva y que, además, debería de mantener en secreto uno o
dos días.
Con un tono y posado de a ver qué me contarás ahora respondió Antonia.
—Venga, cuéntale a tu amiguita.
Ella se sacó la ecografía del bolso y le pidió un abrazo.
—Abrázame, estoy embarazada, mira tu sobrinito qué hermoso.
Se abrazaron con tantas ganas que se emocionaron, luego se rieron las dos de
su propia comedia. Colocó la ecografía encima de la mesa y 341
Alma Retsem Klol
le dio las instrucciones de lo que tenía que imprimir, primero escribir claro y
después recortar y pegar en la ecografía para luego intentar escanear o hacer una
fotocopia que, posiblemente, saldría mejor.
Apuntar el nombre de Adela y algunos datos de la eco lo consiguió.
Lo del escáner le resultó difícil debido al poco manejo informático que
poseían tanto la una como la otra. Decidieron pegar los datos de Adela encima
de la eco y buscar una fotocopiadora.
—Mira qué suerte, lo bien que te ha ido el pegamento de Conrado.
—Ahora date prisa, cariño, que es tarde y sábado y me gustaría descansar un
par o tres de horitas. Mientras tú haces lo de la fotocopia y vas a la farmacia a
buscarme esto de las ojeras, me ducho y te espero. Si tardas y estoy durmiendo
solo me despiertas si lo de la fotocopia ha quedado muy mal, ya sabes, solo hace
falta que quede aceptable.
—¿A qué hora despierto a la señora?
—Antes de las cinco. Podrías aprovechar para mirar un restaurante cerca que
no hayamos ido nunca y reservar. Déjalo comes tú y me traes cualquier cosa
ligera porque será demasiado tarde. Luego espero que me ayudes en todo esto
del dinero, en los fajitos y en la colocación en la caja fuerte.
A las siete de la tarde tenían la caja fuerte preparada con los fajitos falsos
escondidos en el fondo y recubiertos con los buenos.
A las ocho llegó el BMW último modelo al chalet. Elio abrió el maletero y
los chicos empezaron a coger paquetes y más paquetes, todos muy contentos
porque su padre había complacido sus caprichitos a cambio de mostrarse
cariñosos con Adela. También habían incluido que después de cenar irían a
dormir a casa de su madre, ya que Adela estaba agotada del viaje. Después de
los saludos, besos y caricias le preguntó, aprovechando un momento en que los
niños estaban mirando la tele, si tenían que decirles lo del embarazo.
—Tengo ganas de decírselo a mis hijos, solo por el escándalo que me
montaron por culpa de mi ex el día que te fuiste a Sevilla. Me dijeron todo y más
y cuando se metieron contigo, ahí sí que no pude más y les solté…
—Elio, cariño, tienes que ser prudente y pensar en tus hijos más que en tu ex,
que ya lo haces, de momento solo se lo diremos a Antonia y a tus hijos se lo
diremos una vez estemos casados, antes de irnos de viaje.
¿Te parece bien?
342
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Menos mal que tienes serenidad, pero te juro que me quedo con unas
ganas que no te lo puedes imaginar.
Después de la cena los niños se fueron a su casa y se quedaron solos los tres.
Mientras tomaban café, ella cogió la mano de él y le dijo a Antonia.
—Nena, tenemos que darte una noticia los dos.
—¡Virgen Santísima! Qué alegría.
Se levantó para darles dos besos a cada uno.
—Esta tía está loca, Elio, igual se ha convertido en una vidente y sabe lo que
vamos a decirle.
Elio siguió la broma de Adela.
—Te queríamos decir que queremos hacer un negocio entre las dos parejas,
contigo y tu novio. Espero que digáis que sí.
Antonia le respondió:
—Míratelo, el otro…
—Que sí tonta, como dicen aquí vas a ser tieta.
Ya calmados los tres de las felicitaciones, la alegría, los besos, abrazos y
correspondientes bromitas, Adela le dijo a Antonia que tenía que enseñarle una
cosa a Elio, que estaba cansada, que quería irse a dormir pronto y que esperara
un momento mientras se lo enseñaba.
—Que sí, cariño, haced lo que sea y luego me voy.
Cogió el bolso y a Elio de la mano y se lo llevó al garaje enfrente de la caja
fuerte, quitó la madera de camuflaje y abrió la caja enseñándole todo el dinero.
Elio se volvía loco, su cerebro se convirtió en una máquina de contar billetes.
—No sabes el miedo que he pasado, transportando todo ese dinero negro en
la maleta, es gente que conozco y uno de los dos que he tratado se ha ofrecido
acompañarme hasta aquí. Ahora es cuando pienso que me la he jugado, es que
son casi ochenta kilos.
Elio removía los fajos, como si fuera el señor Scrooge, el avaro de Charles
Dickens. Cuando cogió uno de los malos, ella se lo quitó de un manotazo lleno
de mala leche.
—Con el trabajo que me ha costado ponerlo así de bien, es que te mato.
—No, no me mates, ya me estoy quieto.
343
Alma Retsem Klol
—Toma, este te lo doy, si quieres te lo puedes gastar en un regalo para mí,
¡ja, ja, ja!
Le entregó uno de los fajos, evidentemente bueno.
—Es que me haces unos regalos que me haces sentir un inútil a tu lado.
—No me digas eso, cariño, mira que tengo otra cosa, que como hagas un
comentario parecido… Piensa que mañana, ¡ay! mañana no, pasado, el lunes,
seremos igual de inútiles. Te recuerdo que cuando vengamos del viaje, estaremos
muchos días ocupados, sobre todo tú, porque yo dentro de tres o cuatro meses ya
veremos como me encuentro. A callar que aún no toca hablar de negocios, ¿o no
te acuerdas? Toma, cariño, esto es un regalo para ti que quiero que guardes en la
caja. Como te dije por teléfono, la operación con el Ayuntamiento, mejor no
puede pintar.
—¡Coño!, una libreta de Caja de Andalucía a nombre de los dos. Ahora
entiendo el papel en blanco que te firmé el otro día. ¡Madre mía, ochenta y
nueve millones! Si no me muero hoy de un infarto no me moriré nunca.
Se abrazó a ella como si estuviera loco.
—No me aprietes tanto, que me ahogas, cariño. Esto más que nada lo hago
porque con la masía estamos muy liados, estás liado, ya me entiendes, y es por si
me pasara algo a mí, esperemos que no, tómatelo como un seguro. Escucha con
atención que esto también debes saberlo, he cambiado el número de la
combinación, lo tengo apuntado en el bolsillo de esta chaqueta, aparte lo tengo
apuntado en mi bolso.
Ella cogió el papelito del bolsillo de la chaqueta que estaba colgada en el
armario y se lo leyó:
—Sobre todo, acuérdate de tus años en los dos últimos dígitos, que en lugar
del noventa será el cuarenta y cuatro.
—Estoy deseando el regalo de la cama estando desnudos que me dijiste.
—Vamos a echar a la tonta de Antonia y a la cama.
Cuando regresaron al salón, Antonia estaba con el bolso en la mano y
levantada.
—Bueno, papaítos, portaos bien.
Cuando se despidieron las dos en el porche de la entrada, Antonia le dijo al
oído.
344
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Estoy en celo, me voy a Salou a ver si encuentro un Pedro, me conformo
con un Pedrito.
—Si lo sé no te cuento nada, sobre todo no bebas ni te metas en ningún lío,
prométemelo.
—Que me voy a la cama, tonta.
—¡Uf, qué susto! Te prometo que tú y yo, cuando todo haya terminado,
haremos una gorda.
—Esta me la apunto. Adiós, cariño, hasta mañana.
—Ya te llamaré. Adiós, guapa.
—Esto de guapa, ¿es por el susto que te he dado?
—Pues adiós, fea.
Cuando la pareja estaba desnuda en la cama, calentando el ambiente ella
encendió la luz y sacó un sobre envuelto en papel de regalo y se lo entregó.
—Este es el último regalo, espero que te guste tanto como los otros.
Al ver la ecografía Elio se deshizo en besos y abrazos tan cariñosos que solo
faltó que se le hubieran saltado cuatro lágrimas.
—Los otros regalos son insignificantes al lado de este, solo me gustaría que
tú fueras tan feliz como yo.
—¿De verdad crees que puedes ser más feliz que una madre primeriza con
una vida dentro, fruto del hombre de su vida?
Después de jugar con la eco, que si era aquel puntito, que si sería niño o
niña, que se llamaría tal o cual, acabaron haciendo el amor con toda la ternura y
suavidad que requería el acontecimiento.
El domingo, Adela lo aprovechó para descansar y preparar los papeles para
el lunes que se convertiría en uno de los días más importantes de sus vidas.
Elio, empachado de pasta, se había levantado a las ocho de la maña-na, se
había aseado y había ido a la panadería para llevarle a Adela rica y tierna bollería
para el desayuno. Después lo dedicaría a pasear y a refregar el ego que le
producía ser un pequeño magnate.
El lunes, Antonia se había dormido y les había retrasado un poco, pero
llegarían a la hora porque el BMW de Elio volaba por la autopista.
Cuando atravesaron el área de descanso Las Medas Antonia hizo alusión.
—¡Oh!, fijaos qué chulo, cuando volvamos podríamos parar y tomar algo
aquí.
345
Alma Retsem Klol
—Mira, cariño, parece que llevemos a la niña pequeña que empieza a
descubrir el mundo ja, ja, ja.
—Qué capullos.
A las diez en punto llegaron en el portal número 26 de la calle Aribau de
Barcelona.
—Creo que me dijo aquí y que sobre todo fuéramos puntuales.
Adela se sacó la agenda del bolso y despejó la duda.
—Sí, mirad arriba la placa. Notario Inocencio Andanza Contador, 3º
A, y número del portal veintiséis. Subamos, Juan ya se espabilará.
Adela le dio el protagonismo a Elio para que llamara él a la puerta.
Una muy elegante secretaria de mediana edad les abrió la puerta y después
de un educado saludo les hizo pasar a una especie de habitación recibidor donde
les comunicó la situación y el estado de la oficina.
—Disculpen el desorden y la precariedad que verán. Antes de que se vayan
les daremos una tarjeta con la dirección de la nueva oficina que es la que
figurará en los trámites. Posiblemente la semana que viene estemos ya allí.
Ustedes deben ser Adela y Cornelio y vienen con Juan Malhivern Miralles.
—Creía que estaría aquí, habíamos quedado a las diez en punto y nos recalcó
la puntualidad, ¿no le habrá pasado algo? —dijo Adela con cara de
preocupación.
—Pasar algo, le puede pasar como a cualquiera, pero si lo dice por la
puntualidad, puede estar muy tranquila.
El ayudante del detective Canelón, Andreu Coll, era el notario Inocencio
Andanza Contador.
A los diez minutos de espera, la secretaria les llamó y los hizo pasar a un
despacho en el que solo había un ordenador en una mesita arrinconada, un sillón,
una mesa con seis sillas y una estantería casi vacía con cuatro archivos, carpetas
y cuatro libros de leyes.
Se sentaron mientras la secretaria preparaba la documentación. Estaba en
ello cuando entró el notario.
«¡Virgen Santa!», pensaron tanto Adela como Antonia, que no daban crédito
al ver al canoso bigotudo y enfadado Andreu. ¡Si ellas no lo conocían!
—Hola, buenos días, soy el notario Inocencio Andanza.
346
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Después de darles la mano pidió los DNI a los protagonistas, ojeó los
documentos, sus carpetas y continuó dirigiéndose a su secretaria y también a
ellos.
—¿El abogado es Juan Malhivern?
—Sí —contestó la secretaria con una cara que justificaba el retraso de Juan.
—¿Falta algún documento del registro mercantil o algo más?
—Está todo, lo trajo la semana pasada.
—Perdonen que no les haya pedido disculpas porque no me acordaba de
ustedes. Teníamos cita el miércoles pasado, perdonen las molestias y gracias por
aceptar hacerlo hoy, espero que este retraso no les haya ocasionado ningún
problema pero hay cosas que pasan por delante de todo.
—Nos dijo Juan, el abogado, que falleció su madre que vivía en Huelva —
contestó tímidamente Adela.
—Sí, así es la vida. Gracias —contestó después de que los tres expre-saran
sus condolencias.
El notario se dirigió a la secretaria en otro tono después de mirar el reloj.
—Estoy en el despacho pequeño revisando las últimas voluntades del padre
de los Cantero Molina, que son los que vienen después. ¿Verdad?
—Sí, a las once y media.
—Diez minutos, si no ha llegado el señor Malhivern, empezaremos sin él, si
les parece.
Adela miró a Elio e hizo el gesto de afirmación con la cabeza, al que Elio
respondió de la misma forma.
El notario volvió a dirigirse a la secretaria, entregándole una carpeta.
—Por favor, mira si Alfredo aún está aquí.
Con toda la energía que poseía volvió a aparecer la secretaria a los veinte
segundos.
—Aún está aquí.
—Entrégale la carpeta y dile que traiga todas las copias selladas, todas.
Cuando esté en el registro de la propiedad que me llame.
Otra vez más demostró su eficiencia la secretaria.
—Si es por Hoteles Costas, lo tengo todo preparado.
347
Alma Retsem Klol
—Los apartamentos de Lloret.
—Sí, todo.
—Muchas gracias Remei, dáselo a Alfredo y… que no hace falta que me
llame.
Sonó el timbre de la puerta y la secretaria se dirigió a Adela que estaba
llamando al abogado.
—No hace falta que llame, es el que está llamando.
Efectivamente, Juan entró en el despacho cargado de excusas que iba
expulsando a modo de disculpas. La secretaria fue a llamar al notario.
—Voy a llamarle. Juan, me ha dicho que si te retrasas otra vez, te dé siempre
la última visita… es broma, no ha dicho nada.
—¡Ja, ja, ja! Ya lo sabía.
—Es broma, pero tú ríete.
En aquel momento apareció Don Inocencio.
—Es tarde, Remei, comencemos… ¿Ya has llegado? Perdón, no te ha-bía
visto.
Juan que aún no había saludado a sus clientes, les hizo un gesto discreto por
la presencia y preparativos del notario que tomaba asiento.
Leyó los nombres del DNI de los protagonistas dirigiéndose a ellos y
continuó.
—Las actividades de la empresa Eliade S. L. son la inmobiliaria y la
construcción El capital es de cincuenta y ocho millones trescientas ochenta y
siete mil pesetas. Las propiedades son: la empresa de construcción Cornelio
Sánchez, la parcela…
Después de leer un buen número de páginas casi a la velocidad de la luz que
detallaban cada una de las propiedades: la empresa, las tres parcelas y la casa de
Elio con las respectivas hipotecas, los veinticinco pisos y los tres locales de
Adela, los invitó a firmar toda la documentación, recalcándole a su secretaria.
—Repasa bien que no se dejen ninguna firma. Disculpen un instante.
—Se levantó y se fue a otro despacho. Regresó a los cinco minutos.
Mientras esperaba que acabaran de firmar, llamó a Juan y en voz baja le hizo
unos comentarios sobre el proceso notarial y también sobre la contabilidad que
quedaba detallada en el registro mercantil.
Cuando terminaron de firmar, el notario les hizo las últimas referencias sobre
el tiempo de la tramitación.
348
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Bueno, señores, Remei les dará una copia de lo que acaban de firmar, esta
copia es simplemente para que, entre hoy y mañana, la repa-sen por si hubiera
algún error, el viernes la empresa será oficial, o sea, que podrán trabajar con toda
legalidad. Cuando estén hechas las escrituras, llamaremos a su abogado y se las
entregaremos, supongo que les han informado que estaremos…
—Sí, ya tienen una tarjeta con la nueva dirección.
—Bien, Remei. Señores, ha sido un placer.
Les dio la mano a todos y abandonó el despacho.
Todos se levantaron para irse mientras Remei y Juan intercambiaban
palabras y papeles. Cuando los tres ya estaban en la puerta, Juan se entretuvo
con Remei y le dijo:
—Hasta que yo no os llame, no quitéis la placa del portal porque estaremos
en la cafetería de delante, procuraré que no pasemos mucho tiempo. La placa de
la puerta del piso la podéis quitar cuando queráis.
Adiós, guapa, ya nos veremos.
Se reunió con los otros que le esperaban delante del ascensor.
—¿Tenéis mucha prisa? Entonces tomaremos algo enfrente.
Ya en la cafetería, el abogado abrió su elegante cartera de piel tipo maletín
que tenía encima de una silla vacía de su lado y sacó un sobre grande y se lo
entregó a Adela.
—Toma, ábrelo, es la póliza del seguro de la masía de Torredembarra.
—Toma, cariño. La masía es de este señor. ¿No habrás hecho el seguro a mi
nombre?
Antes de entregárselo a Elio, Adela ojeó la tarifa del seguro.
—Madre mía, te has pasado tío, deberás tener una buena comisión, más de
medio kilo.
—Perdona, Elio, déjame la póliza un segundo.
Cogió la póliza y se la puso entre las dos manos a modo de romperla por la
mitad y continuó dirigido a Adela.
—Tú mandas, dime que no la quieres y mañana tendrás el dinero de lo que
vale en tu cuenta, le decís al banco que os haga la póliza y punto, ya me dirás lo
que te pide.
—Tampoco te pongas así, pero te aseguro que la del banco no es más cara
que esta.
349
Alma Retsem Klol
—¿Quieres que mañana te haga una póliza por cien mil pelas, incluso
menos? Dime.
Adela se dirigió a Elio.
—Dile algo tú, cariño, que además esto es tuyo.
—Deberá contarnos las prestaciones de la póliza y después decidimos.
—Menos mal que hay alguien sensato y listo.
Adela se calló mostrándose un poco picada con el abogado que tomó la
palabra.
—Antes de nada, pensad que vuestra idea, otra cosa es que se cum-pla, era
de anular en dos o tres años la hipoteca ¿verdad? Pues yo si fuera el propietario,
no me dolería tenerlo todo bien asegurado por si en un futuro continuáis sin
cancelarla, entonces se cambia la póliza y no hay ningún problema. Hay una
póliza especial, bueno una póliza no, es la misma, un apartado, que hace subir
mucho el valor. ¿Sabéis el cuadro del comedor? Es precioso y os lo han vendido
por doce millones, piensan que han hecho el negocio del siglo porque su abuelo
lo había adquirido por algo menos de cincuenta mil pelas. Si queréis mañana
mismo os lo compro por veinte millones. Lo hice valorar por treinta millones, en
Francia te darían de cincuenta a sesenta millones, y no solo lo he comprobado
por Internet, tengo una amiga marchante que desde que le pregunté por este
cuadro y este pintor no me deja en paz y que de todas maneras ella lo tiene que
ver. Yo, por si las moscas, no le he dicho donde está.
—Este cuadro hay que sacarlo de allí en cuanto sea nuestro y cuando
volvamos del viaje lo vendemos por cincuenta kilos y punto. Otra cosa es que
fuéramos entendidos en pintura. Los cincuenta kilos para la hipoteca. ¿Para qué
queremos un cuadro, cariño?
—Totalmente de acuerdo.
—Si una cosa así me hubiera pasado a mí —dijo Juan que después se dirigió
a Antonia.
—A ti tampoco te gusta la pintura.
—Me gusta como a todo el mundo en general mirar un cuadro, pero no tengo
ni idea de pintores, estilos, épocas, aparte de los cuatro más famosos, vamos, que
soy una ignorantilla.
—Bueno, pues no sabéis lo que os perdéis.
350
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Después de que hubieran aceptado aquella póliza del seguro de la masía,
Juan les metió un rollo impresionante, sobre todo a Elio, acerca de los beneficios
fiscales que podían obtener de Hacienda en el momento de introducir aquella
masía como propiedad de la empresa.
Juan pidió la cuenta al camarero aludiendo que tenía un poco de prisa.
—Ya que estamos en mi pueblo, invito yo.
—Es lo mínimo aunque ya veremos quién lo acaba pagando —dijo con
sarcasmo Adela.
—Descubro que puedes ganar, limpios, cuarenta y cinco o cincuenta
millones de pesetas, te invito a una cerveza y encima me tratas de aprovechado.
Está bien…
—¡Ja, ja, ja! es que el mundo empresarial está lleno de desagradeci-dos.
Adela no se levantó porque lo tenía al lado, le dio un beso y le susurró al
oído.
—Me gusta cuando te cabreas.
—Bueno, señores, tengo que dejarles. Cuando me avisen de la notaría te
traeré la escritura, Adela.
A los dos minutos de que Juan se fuera, ellos hicieron lo mismo. Elio
propuso que aquello deberían celebrarlo aquel mismo día.
—Espero que hoy me llevéis a un buen restaurante, que podría ser de
pescado de ese bueno, de ese que tiene cáscara.
—Mira la niña, ahora quiere una mariscada.
—Pues no se hable más. Es la una. Soy partidario de coger el coche y la
autopista hasta Cambrils.
—De acuerdo. ¿Está contenta la niña?
—«Ti mamá, to mu contenta».
Por la noche, la pareja descansaba de un día caluroso y agotador y
planificaba con calma todo lo que les faltaba por hacer, tanto para la boda como
para la puesta en marcha de la Eliade S. L.
—Sobre todo, guarda las facturas de todo, muebles, ordenadores, ropa, lo
que sea y mañana haremos otra visa en el banco nuestro porque ya has oído lo
que nos ha dicho Juan sobre el dinero negro, y la visa es una forma de tener
todas las facturas para tener la contabilidad con-trolada. Todo lo que incluye la
boda ha dicho Juan que se puede intro-351
Alma Retsem Klol
ducir en gastos de la empresa, así que lo pagaremos todo con la visa, los
vestidos, el banquete, el hotel de los invitados, los dos meses de vacaciones,
bueno, lo dejaremos en un mes y medio, porque tu empresa, la de los dos, vale,
igual tienes poco tiempo para prepararles dos meses de trabajo. Que no nos
fastidien la luna de miel.
—Tranquila, tengo el acuerdo con ellos de que si surgen algunos
contratiempos, se tomarán los días de vacaciones que haga falta. Aparte está
Juan Manuel, que será el jefe y es un tío superresponsable, ya lo conoces.
—Cada día me doy más cuenta del olfato que tienes para los negocios,
estaremos dos meses. Más tampoco, acuérdate de la barriga y de que empezaré a
parecerme al muñeco Michelin, ¡ja, ja, ja!
—Ahora me acuerdo de que mañana tengo que ir a la agencia de viajes. No
preguntes que te dije que sería una sorpresa.
—¿Te acuerdas de lo que ha dicho Juan? Que procures cobrar todo lo que
tienes empezado antes de irte de vacaciones, recuerda que la cartilla, de
momento, es un seguro por si me pasara algo a mí. En cuanto a los proyectos en
las parcelas tuyas, tú mismo dijiste que los cimientos podrían servir para que tus
obreros trabajen, vale, así nosotros si que no trabajaremos, que trabaje el dinero.
No quería decírtelo para no preocuparte, pero con el dinero negro tengo mucho
miedo, sobre todo con el de esta última operación a través de una empresa
subcontratada con el Ayuntamiento de Sevilla. Sabes, cuando Juan y yo hemos
estado un ratito hablando en la calle antes de entrar en la cafetería, me ha
contado de un conocido mío de allí que la semana pasada pagó una multa de,
escucha bien, cariño, sesenta y ocho millones de pesetas, y esto tampoco te lo
pierdas, por no obstruir en la justicia le han rebajado unos doce millones, creo.
Juan me ha dicho esto de otra forma que no me acuerdo pero a mi manera, ya me
entiendes lo que quiero decir.
—Sí, ya te entiendo, vaya pasada, joder no me extraña que tengas miedo.
—Lo mejor es que a él no le han pillado por cagarla, le han pillado por una
empresa que había hecho tratos y que se fue al agua por desfal-cos creo, vamos,
follones, investigaron y de rebote le pillaron.
—¿Tienes que ir mañana a Tarragona?
352
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—El miércoles, pero si te conviene que vaya…
—No, no creo que venga de un día.
—Era para ir al banco a entregar el seguro.
—Mira, te meto prisas y ni me acordaba. Mañana iré al banco y de paso
preguntaré cómo está el asunto de la masía. No sabes, te vuelvo a repetir, las
ganas que tengo de pasar la noche de bodas tú y yo solos en la habitación de la
masía, si no puede ser lo haremos cuando volvamos de viaje.
—El problema será si esa gente, los dueños de la masía, no quieran esperar
dos meses. Entonces, ¿qué hacemos?
—Seamos positivos, primero, esto se arreglará antes de la boda, segundo, el
viaje sorpresa del que tú tienes que ocuparte espero que no lo hayas adquirido, y
si lo has hecho, tú mismo, el dinero como la comida no se puede tirar.
—Oye guapa, soy tonto pero no tanto, tengo apalabrado un viaje excepcional
que por mucho que insistas no sabrás nada hasta que bajes del avión, hasta el
jueves de la semana próxima.
—¡Uy…!, ya sabía yo que mi chico es más listo que un lince. Si lo de la
masía se retrasa tendremos que retrasar el viaje. Mañana iré a ver a Francisco y
me la jugaré un poco, le diré que si no se hace esta semana, que lo dejamos, que
ocasiones no faltarán.
El martes 16 de julio de 1996 Adela salió del banco de Sabadell con una
sonrisa de oreja a oreja, el lunes o martes de la semana siguiente se reunirían con
el notario y tendrían la masía. Llamó a Elio para darle la noticia.
—Cariño, ya puedes ocuparte del viaje, recuerda no menos de un mes y
medio, más de dos, tampoco.
—Está todo controlado, solo tengo que llamar a un número y decir sí,
adelante. ¿Estás cerca del banco aún? Pues me tendrías que hacer un favor.
—Dime, cariño.
—Tendrías que hacer una transferencia a Proyectos Salvador Valiente
Guerrero, el número de la cuenta es el…
Adela entró otra vez en el banco y aprovechando que solo había un cliente le
hizo señas a Francisco que estaba revolviendo un cajón de archivos.
353
Alma Retsem Klol
—Cariño, no continúes, empiezas por el nombre y sigues con todos los
números, te paso al señor director del banco, mira si tienes categoría, ¡ja, ja, ja!
Por la noche, Adela convenció a Elio para que uno de los tres proyectos, el
más grande de todos, un chalet impresionante en una parcela también enorme,
fuera su nueva residencia. En cuanto estuviera cons-truido el chalet de Adela lo
venderían o alquilarían, lo que les pareciera.
—Sabes, cariño, que yo había pensado eso que dices del chalet ese, del más
grande el que esta mejor situado. Hasta se ve un trocito de mar, el proyecto tiene
piscina y barbacoa, el garaje tiene casi cien metros cuadrados. La parte alta de
esta urbanización tiene buena vista.
—Del garaje olvídate, nada de materiales ni herramientas, ni se te ocurra.
—¡A la orden!
—No te rías que estoy hablando muy en serio. Otra cosa, tendremos tanto
trabajo que nuestra nueva casa tendrías que hacerla construir a uno de tus amigos
empresarios del pueblo, al que le tengas más confianza.
—Y de paso le propongo pagarle la mitad, por ejemplo, o menos, en negro.
—Buena idea.
La agenda de Elio estaba repleta, a cada día le faltaban horas, por suerte
estaba Antonia que les ayudaba a los dos, sobre todo a Elio, que en el último
sábado anterior a la boda, entre los cuatro empleados suyos más jóvenes y los
tres o cuatro amigos más fiesteros le habían convencido de hacer una despedida
de soltero.
A las siete de la tarde, Elio estaba tecleando los números de la combinación
de la caja fuerte, solo le faltaba teclear otra combinación para que la caja quedara
bloqueada.
Subió a toda prisa al salón porque Adela había quedado con Antonia en
Tarragona.
—¡Ostia, menos mal que aún no te has marchado!
—Por los pelos, cariño, creía que te habías ido tú, te estarán esperando tus
amigos.
—Quería coger un poco de dinero en metálico de la caja y resulta que la
combinación que me diste, no hay forma y es la cuarta vez que lo 354
Haré que jamás puedas vivir sin mí
pruebo, si insisto la quinta vez y no se abre se quedará dos horas bloqueada.
—Esto es imposible, a ver, dame el número que te di.
Adela leyó el número en voz alta y moviendo la cabeza dijo en forma de
interrogante.
—Diría que este número es correcto, vamos, que buscaré el que dejamos en
el bolsillo de la cazadora, que será más fácil que buscar en mi bolso.
—En la cazadora también he buscado para comprobar y no he encontrado
nada en ningún bolsillo.
Delante del armario, Adela hurgaba en uno de los bolsillos de la cazadora
donde sabía que no estaba la combinación porque ella misma la había puesto en
una chaqueta que estaba al lado.
—Juraría que lo puse aquí. Cariño, el milloncito que cogiste el otro día, no
me dirás que te lo has pulido.
—Pulido no, cariño, he comprado las cosas de los niños y he dejado, que
creo que te lo dije, dinero a José Luis, a Pedrito y doscientas cincuenta mil a
Xavi.
Ella aprovechó la explicación de Elio para coger el papelito de la chaqueta e
introducirlo con la mano en la cazadora.
—Que no te estoy pidiendo explicaciones, cariño, calla no digas nada, creo
que lo tengo, mira, sí.
Después de comprobar el número se dieron cuenta de que Adela se había
equivocado en un cinco en lugar de un seis.
—Cariño, por mi culpa te estarán esperando tus amigos.
—No te preocupes que no se irán sin mí, ¡ja, ja, ja!
—En eso tienes razón.
Con calma y serenidad, ella le dictó todos los números uno a uno.
—¡Bien! Qué susto, creía que no se abría.
Adela le recalcó que no se entretuviera, al ver que manoseaba los fajitos.
—Estoy mirando si hay algún fajito que no esté completado, solo quiero
coger dos o trescientas mil pelas.
—Toma, tonto, llévate un kilo. Pero recuerda que usando la visa nos dijo
Juan que lo pasaría todo como gastos de empresa. Es igual, cariño, venga coge
un kilito y lárgate, tampoco te pases gastando, que es broma.
355
Alma Retsem Klol
Cuando volvió a estar la caja cerrada y Elio a punto de desaparecer, ella
revolvió en su bolso, sacó su agenda y se la enseñó al tiempo que se reía.
—¡Ja, ja, ja! mira que tonta, cariño, fíjate en el número, lo ves, igual que el
tuyo, menos mal que el de la cazadora lo anoté bien, o sea que si hubiera abierto
la caja yo, me hubiera pasado lo mismo.
—Necesitas unas vacaciones.
—Las que me vas a regalar tú dentro de una semanita… qué ganas tengo. Me
imagino que llegarás a las tantas, recuerda que estará Antonia en casa.
Elio se montó en su flamante BMW con ropa y zapatos modernos y caros, su
cabeza engominada y su cartera con los billetes que se asomaban, era el rey del
mundo.
A las doce de la noche estaban las dos solas sentadas delante del televisor en
el salón del chalet. Adela hacía zapping.
—A ver, tía, pon el canal anterior. Es Telma y Louise, acaba de empezar.
—¿Es buena? Me suena el título pero nunca la he visto, creo.
—Es buenísima, verás como te gustará, imagínate que somos tú y yo.
A las siete de la mañana llegó el rey del mundo de una cacería de caza mayor
impresionante, como hacen los reyes, se había agotado la munición, pero no el
vino.
El lunes por la noche Elio aún tenía la cabeza como un bombo por la gran
resaca. Adela intentaba que se tomara dos pastillas para la jaqueca sin suerte.
Francisco, el director del banco de Sabadell había llamado el lunes por la
mañana para que el martes a primera hora estuviera en el banco Elio para firmar
la hipoteca y, a continuación, hacer la tramitación notarial de la compra de la
masía.
—Al menos tómate una, cariño. Si te la tomas te contaré como ha quedado la
hipoteca que no te he contado nada para no molestarte y solo te he dicho que
mañana vamos al notario.
—Bueno, de acuerdo, como usted quiera, doctora… Ya me siento mejor.
Cuenta, amor mío.
—Qué tonto. Te cuento, ha salido de coña y justito, pero dentro del tiempo
esperado, la cantidad doscientos veinte y la mensualidad a diez 356
Haré que jamás puedas vivir sin mí
años alrededor de los dos millones que, más o menos, es lo que nos dijo la
semana pasada. También dijo que estaba acojonado por el tiempo, no las tenía
todas consigo, en cambio esta mañana estaba más alegre que unas castañuelas.
Ya casi lo tenemos todo.
Se dieron besos y abrazos y Adela lo mandó a la cama como si fuera un niño.
El martes a las once de la mañana, después de haber firmado la hipoteca,
Elio estaba a punto de convertirse en el propietario de una maravillosa masía con
terreno suficiente y bien situada en el litoral de la Costa Dorada, parecida a una
pequeña mansión.
Cuando acabó el notario, señor Álvaro Lucas Campuzano, se levantaron y en
una pequeña salita, los vendedores entregaron las llaves principales y pulieron
pequeños detalles de la finca y de la masía no relevantes en la escritura.
Al despedirse los vendedores dejaron un aire triste en la sala. El hermano
mayor, que era el que llevaba la voz cantante, después de haberles dado todas las
llaves, casi con lágrimas en los ojos, les dijo.
—Si surgiera algún contratiempo o problema, ya saben el número pero les
recuerdo que el masovero, el señor Ramón, al que todos llaman y llamamos
Ramonet, prácticamente lo sabe todo. Nosotros no creo que, a no ser lo que les
decía, volvamos a ver la masía. Esperamos que la disfruten y que la quieran
como nosotros la queremos. Adiós, buenos días.
Se fueron con una despedida digna de un funeral.
En un momento en que Adela y Francisco se encontraron un poco distantes
de Elio que acababa de despedir al último de los hermanos y hablaba con Juan,
su abogado y el de Adela, este le dijo casi susurrando a la oreja.
—Has ganado la apuesta.
—Diría que has sido tú el que ha ganado la apuesta, bueno, yo también. Doy
el dinero por muy bien empleado.
—¡Je, je! —Sin apenas sonreír fue lo único que dijo Francisco.
—Mientras ellos hablaban he visto que en el recibidor hay una má-
quina de café.
—Me podrías invitar.
—Faltaría más.
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Alma Retsem Klol
Ella le hizo un guiño a Juan sin que la vieran ni Francisco ni Elio que lo,
tenía de espaldas.
Sacó Francisco los dos cafés y ella quiso aprovechar para hacerle una
consulta. Al oír voces que se acercaban por el pasillo pensó que ya iría a verlo al
banco aquella misma mañana o al día siguiente.
—Adela, tengo que dejarte que hoy aún tengo mucho trabajo, dentro de un
cuarto de hora me esperan unos clientes.
Fue a reunirse con Elio y Juan pero se los encontró a punto de entrar en la
salita.
—Vaya, morro, se viene a tomar un café y a los demás…
—Es que me ha invitado el director del banco, la clase es la clase. A ti puede,
pero creo que a Elio no le apetezca un café.
—Solo me apetece un agua de Vichy.
—Cuídalo, que tengo ganas de ir a la boda el sábado.
—Por la cuenta que le trae. Si hoy está aún tocado, imagínate como estaba el
domingo, es que no sabe que tiene cuarenta y tres tacos y se va de fiesta con los
de su edad y con unos cuantos que trabajan para él que tienen entre veinte y
treinta años.
—No me lo recuerdes, que me entran ganas de despedirlos a todos,
¡ja, ja, ja!
—Ayer estuvo todo el día en la cama, y supongo que hoy se levantó porque
teníamos que venir aquí.
—Seguramente que no lo hubiera hecho, pero esta tarde voy a trabajar. Entre
hoy y mañana tengo que dejarlo todo preparado para organizar un mes, mes y
medio, lo que pase de ese tiempo ya saben, cogen vacaciones. Tengo que dejarlo
arreglado esta tarde, si puedo.
—Empiezas a tener buen color de cara, cariño, ahora ya tengo esperanzas de
que el sábado estarás en plena forma, ¡ja, ja, ja! Recuerda que tienes medio día
de trabajo con Antonia, tú solo la tienes que acompa-
ñar a pagar el restaurante, las flores, la ropa, el hotel de los invitados y
alguna cosa más que me dejo, ¡ah sí!, toda la reforma de la oficina que ha
quedado muy guapa, después pasamos a verla.
—Es que…
—Serán dos minutos, aparcamos en doble fila y solo hacer una rápi-da
ojeada.
—Vale.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
Elio se dirigió a Juan:
—Dile a ella eso que me has dicho.
Adela se adelantó a Juan.
—Si es lo que me comentaste el otro día recuerdo que te dije que sí, olvídalo,
dentro de dos, tres o exactamente cuatro días, nos casamos, comprenderás que si
no hemos puesto el negocio en marcha para estar tranquilos, menos vamos a
preocuparnos de tener tanto dinero en juego, porque me dijiste que se trataba de
más de treinta millones.
—Se trata de más de el doble, tengo un socio que pone lo mismo que tú. Yo
pongo dieciséis kilos porque no puedo poner más. Es una subasta que hay en
Barcelona de cinco o seis inmuebles, después te lo digo exactamente.
El silencio, la seriedad y solemnidad con que hablaban Juan y Adela imponía
gran respeto al posible negocio.
—Adela… tengo que saber lo que harás, dentro de dos, máximo tres horas.
Con un cabreo repentino le contestó Adela.
—Dos es justo para pensar, pero si me das tres horas esto ya es otra cosa…
—Esto es el sábado, si lo sé no digo nada, te lo juro.
—Encima el enfadado eres tú.
—No, que no estoy enfadado.
—Es igual. Elio, lo que podríamos hacer ahora mismo es ir a ver la ma-sía y
nos olvidamos hasta que vayamos a pasar la noche de bodas el sába-do. Espero
que nos acompañes, al menos las tres horas que nos has dado.
Tal como había dicho Adela, pasaron por la oficina en la que acababan de
poner el rótulo Inmobiliaria Eliade S. L. Como el rey y la reina de un imperio se
abrazaron ante la puerta contemplando el nombre, después entraron y se
presentaron a los tres operarios que hacían los últimos retoques.
A la una y pocos minutos llegaron los tres y Antonia, a la que habían
recogido después de que la llamara Adela a la gran mansión. Ante la verja y la
gran puerta de hierro que le daba majestuosidad a la finca, Antonia exclamó
dirigiéndose al abogado.
—¿Cómo me ha dicho usted que debo llamar a los señores, condes, duques o
marqueses?
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Alma Retsem Klol
—Que graciosilla la chica del servicio, ¡ja, ja, ja!
Elio dio un repaso a todas las llaves, a los tres juegos, después de examinar
el que tenía una tarjetita en cada llave le pasó la bolsita a Adela que también las
examinó junto a Juan y Antonia.
Entraron y dieron un pequeño paseo por el jardín. Antes de entrar a la masía
como dueños fueron a ver a Ramonet, el masovero y todos juntos, entraron en la
casa y escucharon con atención todas las explicaciones que este les daba.
Adela le remarcó que, de momento, lo esencial era que solo tenían que pasar
la noche del sábado al domingo, como mucho el domingo también.
Al despedirse del masovero, Adela le indicó que durante tres días tuviera los
perros atados y que no hiciera caso si los oía, que antes de la boda irían a
cualquier hora del día o de la noche.
En un momento en que Juan y Antonia hablaban fascinados del bonito jardín
y se deshacían en elogios tanto por los árboles como por los arbustos y flores,
Elio aprovechó para preguntar y, de paso, animar a Adela a no dejar escapar la
oportunidad que les brindaba el abogado.
—Oye cariño, ya sé que es cosa tuya y no me quiero meter para nada, pero
yo de ti cogería todo el dinero que hay en la caja fuerte…
—A ti, me parece que aún no se te ha pasado la resaca, primero, si lo
hacemos lo haremos a nombre de nuestra empresa, o sea que nos incumbe por
igual y, segundo, de dinero negro ni hablar. Esas subastas son oficiales y aunque
se tiene que pagar en metálico cuando hay sumas grandes, hacen
investigaciones, pregúntale a Juan, verás lo que te dice.
Si tú dices que adelante, así será.
—Se está haciendo tarde, supongo que me llevaréis a la estación.
—Ojalá te hubieras ido al terminar con el notario, con las ganas que tenía de
irme tranquilita de vacaciones. Antes de llevarte a la estación podríamos ir a
comer.
—Cerca de la estación.
—Igual te crees que Torredembarra es tan grande como Barcelona.
Mientras se acercaban a la puerta donde había dejado el coche para ver mejor
la finca, paseando, Adela se acercó a Antonia con el fin de que Juan y Elio se
emparejaran.
360
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Juan, yo de esto no entiendo nada, pero, cuando hay una subasta gana el
que más da, ¿no?
—Sí, por supuesto, pero cuando se manejan estas cifras, entre los más
grandes acostumbran a hacer pactos, no deja de ser un mundillo mafioso, pero
no mafioso en el sentido de que te puedan estafar o en-redar, si no en el de que
no se introduce cualquiera. ¿Me entiendes?
—Sí, ya te entiendo. Más o menos, vaya.
—Si tuviera más tiempo, te juro que contrato un préstamo de veinte kilos y
en menos de un mes he doblado el capital.
—Otra cosa que no entiendo es que se tenga que pagar en metálico cuando se
trata de tanto dinero.
—Hace cuestión de un año, o dos, más no, que se puede pagar con una
transferencia del banco en el mismo momento de hacer la adquisi-ción, antes
solo se aceptaba metálico, supongo que se encontrarían con cheques falsos u
otras historias. En nuestro caso no se puede hacer una transferencia del mismo
banco porque la subasta es el sábado.
—¿Sábado?
—Se hacen bastantes en sábado, en domingo no tantas, pero también se hace
alguna, eso desde siempre, no me preguntes por qué. Hay una pequeña sala con
taquillas tipo caja fuerte muy bien vigiladas por policías y mil cámaras.
Posiblemente el sábado haga uso de una de ellas, me gustaría que pudieras venir,
tiene su punto. La próxima.
—¿Quieres decir que la vas a convencer?
—No, hombre no, con lo de poder venir tú, me refería para ver como
funciona una subasta oficial, si no lo has visto nunca. Estoy seguro de que si
Adela, o Adela y tú, eso es cosa vuestra, no os decidís, encontraré inversores y si
no los encuentro, adiós muy buenas, no sería ni la primera y supongo ni la última
que me perdería. Pero piensa que tengo veinte números, bueno veinte de tanto
capital no, pero doce o trece números sí, para llamar y ofrecerles esta inversión.
Dos naves industriales de la zona Franca tres locales en el centro de Barcelona
de más de ciento cincuenta metros cuadrados y otro inmueble que no sé si es un
pequeño ático o apartamento en un lugar de la Costa Brava. Sabes cuanto vale
todo esto, así por encima, sin ser especuladores, pues yo por trescientos kilos no
te lo daría.
—¡Joder, tío, cuatro oportunidades así y a vivir de rentas!
361
Alma Retsem Klol
—Ni que lo digas, aunque tampoco estas oportunidades surgen cada día.
Subieron al coche de Elio y se acercaron a la estación. Juan compró un
billete para el tren que salía a las cuatro de la tarde. Entraron en el primer
restaurante que encontraron de paso en la calle.
Durante la comida, no se habló de otra cosa que no fuera la dichosa subasta.
—Más de setenta millones, qué digo, casi ochenta has dicho, si esto no lo
tenemos ahora mismo en la cuenta.
Elio se apresuró a decirle a Adela que pasaban un poco de los ochenta
millones.
—Lo último que cobré de las obras que tengo lo puse en nuestra cuenta del
Sabadell igual que la cuenta mía de La Caixa, te lo dije, lo pasé todo a la nuestra,
dejé una pequeña cantidad porque me cobran alguna cuota.
—Elio, chicas, dentro de veinte minutos sale el tren. Adela, si dentro de dos
horas no me has llamado me busco la vida.
—Tío, por favor, al menos deja que nos lo pensemos hasta la noche y
mañana a primera hora te llamo.
—¡Uy!, que no puede ser, tía. Venga va como durmiendo no creo que lo
decidas, te doy tiempo hasta las diez de la noche.
—Doce.
—¡Ostia puta!, como los feriantes ni para ti ni para mí a las once, y no sé
porqué.
—Mira que eres duro de pelar, no te vendrá de dos o tres horas, hombre.
—Otra cosa que no os he dicho, tenéis que entregar casi ochenta kilos,
pensad que esto es para ir a por todas, no sea que surja alguien que puje de
sorpresa, aunque lo más probable es que os salga la apuesta por entre cincuenta,
sesenta como mucho. ¿Me entendéis, verdad? Si os decidís pensad en las
fotocopias del contrato de la empresa NIF, vuestros DNI y sobre todo fotocopia
de la extracción bancaria. Voy al servicio y me marcho volando.
Tal como había dicho, salió volando y mientras lo hacía, dijo.
—Si sabes algo antes de las once me lo dices, no esperes a las once, adiós a
todos.
362
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Dieron un pequeño paseo hasta llegar al coche que aprovecharon para
planificar el tiempo. Adela le preguntó a Elio cómo se encontraba su cuerpo
después de la primera comida en más de dos días.
—He comido poco, pero creo que me ha sentado muy bien. La comida,
tranquila que el sábado estaré en plena forma.
—Pobre de ti como no lo estés. Piensa que nos quedan dos días porque el
viernes quiero tenerlo todo bajo control, ir tranquila a la peluquería, a la
esteticista, a la primera sesión de fotos, etc.
—Mira, cariño, esta tarde y mañana aprovecharé para dejar todo lo de la
empresa listo, por la tarde he quedado con Antonia para acompa-
ñarla al restaurante, al hotel, a las tiendas de ropa, al fotógrafo, a la flo-rista y
al chofer del Rolls Royce…
—¿No te dejas algo, diría yo, bastante importante?
—Las sorpresas, diría yo, que para algo se las llama sorpresas.
—Vale, me callo. Déjalo todo pagado, el sábado no nos tenemos que
preocupar de nada que no sea pasárnoslo bien, utiliza la segunda visa si agotas la
primera.
—Todo controlado.
Antonia se sumó a la planificación.
—Tú, todo controlado, pero piensa que mañana como no nos pongamos
pronto, no terminamos.
—Si queda alguna cosilla, el viernes por la mañana se termina.
Subieron al coche y Elio las dejó en Tarragona, antes de que bajaran
mencionó la subasta.
—Cariño, lo de la subasta lo hablamos por la noche… Es que como él ha
dicho que si se lo podíamos…
—No se hable más, lo que tú digas, cariño, venga, decídete.
—Yo no, decídelo tú.
—¡Joder, yo que creía que me casaba con un tío valiente y ahora resulta que
es un cobardica!, ¡ja, ja, ja…! No, no digas nada, pero como veo que tienes un
poquito de interés lo haremos a mi manera. Ahora mismo le llamo y le digo que
adelante, y si por la noche antes de las once nos arrepentimos, le llamo y le digo
que hemos cambiado de planes. Lo único que puede pasar es que Juan pille un
cabreo, nada más.
Después de despedirse la pareja con un beso, ella le pidió que no corriera
tanto con el coche.
363
Alma Retsem Klol
—Te prometo que no voy a correr, pero la culpa es tuya, si en lugar de este
carro me hubieras comprado un dos caballos…
—¿Has visto, Antonia? Qué novio más gracioso que tengo, cuando termines
me llamas, si Antonia no sube al chalet te llamo para que vengas a buscarme y
cenamos aquí en Tarragona. Adiós y no corras.
Las chicas subieron al piso y sentadas en el sofá pulieron algunos detalles.
—¿Quedaste con María Auxiliadora para hoy?
—Sí, estará a punto de llegar, diez minutos —dijo Antonia después de mirar
el reloj.
—¿Por qué no eres amable, haces una cafetera y después preparas dos
Chivas con hielo?
—Lo de los Chivas lo veo un poco difícil porque si queda para medio whisky
es mucho, pero no te preocupes que la criada lo tiene todo controlado.
Cogió un recipiente en el que cabían varios cafés, una taza grande y una
botella de agua vacía y se fue, a los diez minutos estaba de regreso sirvió el café
y preparó dos vasos con los cubitos y el whisky, que también había subido del
bar.
—Eres la mejor criada que jamás he tenido.
—Qué más quisieras tú que tener una criada como yo.
—¡Ay que mi criadita se ha picado!
—Mira que eres gilipollas cuando te pones, no hay quien te gane.
—Dame un abrazo tonta, ¡ja, ja, ja!
Mientras se abrazaban y reían llamaron a la puerta.
—Mira, para que no se enfade la criada irá a abrir la puerta la señora.
—Hola, María, pasa.
—Llegas en el momento justo, el café está caliente.
Cuando acabaron explicaron a María lo que tenía que hacer entre el jueves y
el viernes.
—Seréis, dices, tres y tú cuatro, encontrarás otra mujer, si no para el jueves
para el viernes por la mañana…
—Las mujeres que tú quieras. Dos que no podían y hoy me han llamado
diciendo que les había fallado un trabajo, que estaban disponibles.
—Si quieres las coges a las dos, cuanto antes acabéis, mejor. Prefiero 364
Haré que jamás puedas vivir sin mí
que tú estés más pendiente de que lo hagan bien que de trabajar, tú de jefa.
Sobre todo, que pasen el paño por todas las puertas, manecillas, interruptores,
muebles, mesas, sillas en fin, todo. Los baños y la cocina súper a fondo,
cuberterías, vajillas, vasos, copas que no quede ninguna pieza sin frotar y aquí en
el piso igualmente todo. Toma, son quince mil, compras el material que te haga
falta, ya pasaremos cuentas cuando acabéis.
—Muy bien, señoritas, el jueves empezaremos a las nueve de la ma-
ñana en el chalet y cuando terminemos, aquí.
—¿Vas en coche? —le preguntó Antonia.
—A pie, bueno, en bus.
—Pues ya te puedes llevar tu coche, te lo limpié ayer por dentro y por fuera,
las dos rayaditas que te he hecho son pequeñitas, hasta que no las repares te lo
tomas como un recuerdo mío.
María la abrazó y le dio un millón de gracias.
El miércoles a las nueve de la mañana Adela entró en el banco de Sabadell
dispuesta a vaciarlo.
Contó al director la operación que tenían entre manos con pelos y señales.
Cuando vio la cara que puso el director, Francisco al decirle que lo único que
quería dejar en la cuenta era una cuota de la hipoteca de la masía, reaccionó por
inercia y se sacó de la manga un buen ingreso, pensando, o más bien sin pensar
pero creyendo que ya lo solucionarían sus compinches.
—Vaya cara que me has puesto, a ver si no voy a poder sacar mi dinero…
—¿Yo?, qué va, jamás le hemos robado un duro a nadie que no sea legal, ¡ja,
ja, ja!
—Que lo he dicho en broma, eh, ¡ja, ja, ja! Ya sé que nos daréis nuestro
dinero. Mañana, esto no es broma, me llegará un talón que vence dentro de diez
o doce días, es de Sevilla, del banco…, no lo digo porque no estoy segura, es de
veintisiete millones, es un talón conformado y nominal, claro, se llama así, creo.
—Sí, conformado.
—Este dinero lo sacaríamos el viernes a las diez o a la hora que tú digas. De
hecho he venido hoy por si quisieras que lo hiciéramos en dos o tres veces,
porque se trata de mucha pasta.
365
Alma Retsem Klol
—Me disculpas, dos minutos.
Francisco se levantó y fue al despacho de al lado e hizo una llamada.
Al poco rato volvió a estar en frente de Adela.
—El viernes a las once horas… y cuarto estará preparado. Si quieres me
puedes decir la cantidad exacta.
—La cantidad exacta es todo, menos tres plazos de la hipoteca porque para la
segunda ya estaremos aquí, por desgracia se habrán acabado las vacaciones.
Bueno, Francisco, hasta el viernes.
Salió del banco y fue en busca de Antonia que estaba pendiente de la llamada
de Elio. Le contó lo del banco mientras tomaban un café esperando a Elio que
acababa de aparcar casi delante del bar.
—¡Tías buenas!
—Qué susto, tonto.
—Un café y marchando, son casi las once. Piensa que tenemos que ir a cinco
tiendas.
—Sobre todo, tía, pasad a buscar mi vestido y procura que no lo vea.
—Pobre de él que lo vea. Con que lo pague tiene suficiente.
Después de ir a buscar los trajes de ella y de él, pasar por la floristería y
también el fotógrafo, se reunieron los tres a comer.
—¿Os quedan muchos sitios por ir?
—Nos faltan tres tiendas de Tarragona y después el restaurante, el hotel de
los invitados y pasar por la agencia de viajes, que es lo que haremos primero.
—Niña, échale un vistazo al viaje.
—De eso nada. Yo no he visto tu vestido bueno, mentira, algo sí que he
visto.
Adela se miró con mala cara a Antonia que ponía una expresión de no
entender nada, hasta que Elio terminó la frase.
—He visto el precio, ¡ja, ja, ja!
—Ya me estabas echando a mí la culpa, ¡eh, tía!
Acabaron de comer y Antonia y Elio continuaron con la tarea como
comerciales recorriendo tiendas. Cuando se quedó sola, Adela llamó al abogado
y le contó lo que había acordado del talón nominal y conformado del BBV de
Sevilla.
—No te preocupes, el viernes te traigo una carta certificada con la dirección
del piso y el talón dentro, si hubiera mucha complicación 366
Haré que jamás puedas vivir sin mí
siempre puedes decir que aún no ha llegado. Cambiando de tema. ¿Te ha
llamado Colombo?
—¿Colombo? Ah, vale, para mí es Roberto Alcázar y el otro Pedrín, no, no
me ha llamado.
—Pues le llamas tú y quedáis, porque hay un pequeño cambio de planes en
lo de la masía. A las diez el viernes estaré en el piso. Si puede ser tendríamos
que hablar un momento tú y yo solos, hay algunos detalles que no podemos
pasar por alto.
—No me asustes, creía que lo teníais todo controlado.
—Tú tranquila, no es para alarmarte, solo son cuatro detalles para dejarlo
todo aclarado el viernes. Hasta el viernes, guapa.
Cortó con el abogado y antes de coger el coche decidió llamar a Canelón.
—Hola, guapa, tú y yo tenemos telepatía. ¿Lo sabías? Acabo de aparcar el
coche y te iba a llamar en este preciso instante.
—Pues yo iba a coger el coche en este preciso instante.
—¿Ves como tengo razón? Sin hablar podemos entendernos.
—Para ya de decir bobadas, Roberto Alcázar. ¿Dónde estás?
—En Torredembarra, concretamente en la carretera de Barcelona.
—Mira qué bien, ahora mismo iba a la masía para dejar la nevera preparada
para el sábado por la noche.
—Ven a buscarme e iré contigo. Tengo el coche en una o dos calles antes de
llegar a la estación de RENFE viniendo por la parte de Barcelona.
—Pues dentro de un cuarto de hora o veinte minutos estoy ahí.
Antonio Canelón miró el reloj y cruzó la carretera por un paso ce-bra con
semáforos y se puso a andar en dirección a Tarragona, no había andado cien
metros cuando levantó el brazo para que Adela le viera.
—Hola, guapa.
—Sube, guapo.
El coche avanzó hasta encontrar un cambio de sentido, dio la vuelta y paró
delante de un supermercado.
—¿Me acompañas, Roberto Alcázar?
—Qué pesadita con lo de Roberto Alcázar. Mejor que nadie nos vea juntos.
367
Alma Retsem Klol
—Tienes razón. Tardo diez minutos. Voy a comprar el mejor whisky que
tengan, te tomarás uno conmigo, ¿vale?, también compraré una bolsa de hielo.
Los dos, en el amplio y ceremonioso salón comedor de la masía con un
Chivas Antiquarium veinte años, degustaron y deleitaron su paladar con aquel
reserva mientras contemplaban el famoso cuadro que, gracias a la afición del
abogado por la pintura, sabían que valía cuatro veces más de los doce millones
que habían pagado por él.
—¿Te gusta el cuadro?
—Hombre, desde que sé lo que vale me gusta un poco más. ¿Quién se lo
llevará, el abogado o tú?
—Me lo llevaré el viernes. Arnau se ocupará de que su amiga marchante
encuentre un buen comprador, que no será muy difícil.
—Hay unos muebles preciosos. ¿Has visto la cama del dormitorio, digamos,
nupcial? Ven, verás qué pasada.
—¡Joder tía!, qué cama más guapa. No puedo reprimir apartar la especie de
mosquitera y tumbarme de un bote.
—Oye, guapo, que tengo que estrenarla el sábado, aunque estoy pensando
que uno de mis héroes favoritos era igual que tú, era Roberto Alcázar.
—¡Ah! —dijo Antonio sin poder ocultar de nuevo que no le gustaba lo de
Roberto Alcázar.
—¿Solo me dices «ah»?
—Sube a la cama, Norma Duval, y hazme una de aquellas bajadas de
escalera que sabes hacer.
Adela se tiró a la cama igual que había hecho él.
—¿No sería más emocionante que hicieras tú una subida?
—Si en lugar de estos vaqueros tan apretados, llevaras falda te aseguro que
la bajada mía habría sido espectacular, como mínimo la tendrías en los tobillos.
—¡Ja, ja, ja! no seas mentiroso, que cuando te dije que de pequeño y joven
era un chico, me mirabas diferente, te costaba hasta mirarme a los ojos. ¿Dime, a
los otros les has contado quien soy en realidad?
—Por quien me tomas, es más, jamás he oído ningún comentario tanto de
Arnau como de Andreu que, aparte de mí, también has tratado mucho con ellos,
que no resalten cuando hablan de ti lo buena y guapa 368
Haré que jamás puedas vivir sin mí
que estás. No te diré que muchas veces me entran ganas de decirles que eres
un travesti, sobre todo cuando se les cae la baba hablando de lo imponente que
estás.
—Como me estás poniendo con estos halagos, Roberto Alcázar, piensa que
si mi héroe me falla me lo haré con su ayudante.
—Creo que no hará falta que venga Pedrín con la porra.
Canelón dio media vuelta y se colocó encima de ella que no ofreció ninguna
resistencia si no todo lo contrario.
A la media hora estaban desnudos encima de la cama saboreando el clásico
cigarrillo de después y haciendo los también clásicos comentarios que Adela
cortó con cariño.
—Dejémonos de tonterías y vamos a trabajar.
Se vistieron y aclararon detalles para el cercano final de la operación, y sobre
todo, la destrucción de pruebas. Al final le entregó uno de los tres juegos de
llaves de la masía. El detective inspeccionó las tres únicas llaves que necesitaba,
después dieron un paseo por todos los rincones de la masía. A las siete de la
tarde se despidieron delante del coche de él.
—Recuerda que tú y yo pasaremos cuentas dentro de un par de meses. Más o
menos lo dejaremos repartido sobre un cálculo aproximado, pero quedará el
cuadro, la joya y si hubiera algún imprevisto, esperemos que no.
—Oye, Antonio. ¿Te irás sin decirme por qué te molesta tanto que te llame
Roberto Alcázar? Simple curiosidad.
—Has hablado con el capullo de mi ayudante, te lo diré, te lo juro, dentro de
dos meses.
Se dieron un par de besos y se despidieron.
Cuando Adela llegó al chalet, llamó a Elio para saber a qué hora llegaría a
casa. Aprovechó para hacer la maleta con todas sus cosas ya que la noche del
viernes la pasaría en el piso de Tarragona, donde habían acordado que el padrino
con la limusina la recogería el sábado por la mañana para ir al Ayuntamiento
donde harían el simulacro de boda civil.
A las nueve llegó Elio cansado de ir de un sitio para otro, pero satisfecho por
tener todo controlado.
—Hola, cariño, estoy más cansado que si hubiera trabajado doce horas
seguidas a pico y pala.
369
Alma Retsem Klol
—Te creo, amor mío, venga una ducha y nos vamos a cenar donde sea, no
quiero dejar la cocina demasiado sucia, recuerda que mañana a partir de las diez
mejor que no estés en casa, hay zafarrancho. Antes de que se me olvide, hace
media hora que me ha llamado mi prima Lucía y me ha dicho que vienen ocho
invitados más, no sé si te lo comenté, aquellos que no podían venir resulta que
pensaban que la boda era la semana que viene, que era cuando no podían venir ni
uno de los cuatro matrimonios, menos mal que los ha llamado mi prima.
Acuérdate de llamar mañana al restaurante, ocho personas es una mesa más.
—Mañana llamaré. ¡Ostia puta! —Elio salió corriendo de la casa directo al
coche.
A los pocos segundos volvió resoplando y quejándose de su irres-
ponsabilidad. Le entregó el grande y abultado sobre que llevaba en la mano.
—Madre mía, no hace falta que me cuentes por qué has salido como un rayo.
—No te pierdas que tenía el coche abierto. Hay cuatro millones y medio casi,
es la última certificación que me quedaba, los achuché un poco para que me
pagarán antes de la boda, la verdad, no confiaba co-brarlo antes. Lo metemos en
la caja, ¿no?
Adela pensó unos segundos antes de contestarle.
—Pues no, tienes que cobrar algo más mañana o pasado.
—No creo.
—Esto será lo que nos llevaremos para el viaje, te aseguro que será un viaje
que no olvidarás en la vida. ¿Te quieres quedar algo tú del sobre? Toma, esto no
pasa por la caja, lo metes en tu maleta, en la grande y mañana me llevaré la mía
y la tuya a la masía, vamos a colocarlo.
Una vez bien colocado el dinero en un compartimento de la maleta, Elio se
dio una ducha y se fueron a cenar.
El jueves a las diez de la mañana llegó el escuadrón de limpieza. Adela había
reservado uno de los cajones del mueble del comedor para colocar todas las
fotos con los respectivos clichés, un álbum y un carrete por revelar.
—Bueno, chicas, supongo que María os ha contado todo lo que hay que
hacer, sobre todo cocina y baños a la perfección. Se trata de eso 370
Haré que jamás puedas vivir sin mí
¿veis? —Cogió una gamuza y uno de los productos de limpieza y frotó
muebles, la puerta, la manecilla y después en la cocina hizo otra demostración,
finalmente les remarcó los cubiertos, vajillas, en fin que no quedara ningún vaso
y ningún plato, copa, taza.
—Prefiero que tardéis una hora más que menos, pero que lo hagáis bien,
supongo que vendré antes de que hayáis acabado, después al piso.
Adiós, María, adiós chicas.
Llevó las maletas a la masía, después compró cuatro cosas más que faltaban
como café, frutos secos, leche, bollería industrial y algunas bebidas más y volvió
tranquilamente al chalet.
Les faltaba una hora para terminar, viendo ella lo bien que lo hacían y dando
alguna indicación, a las dos menos cuarto acabaron.
—¿A qué hora iréis al piso?
—Cuatro, cuatro y media, tenemos que comer.
—¡Chicas! —gritó Adela antes de que subieran al coche.
—¿Qué pasa, Adela? —dijo María.
—Os pago la comida y la hora si no vais a vuestra casa.
La más veterana de todas no dio tiempo a que ninguna dijera nada más.
—¡Hecho!
Le dio diez mil pesetas a María Auxiliadora y le dijo que antes de ir a comer,
fuera al piso y le pidiera las llaves a Antonia por si ellas se re-trasaban a la hora
de comer.
Volvió a entrar al chalet y repasó sus enseres y demás cosas personales con el
fin de tenerlo controlado, después cogió todas las fotos y las puso en una bolsa
de viaje que se llevaría al piso, quedaba la foto enmarcada. La sacó del marco y
la iba a doblar cuando se le ocurrió otra idea, la volvió a colocar en el marco y la
puso en el maletero del coche, quedaría muy bien tener la foto suya en la masía.
Subió al coche y fue en busca de Antonia, ya en el piso llamó a su novio.
—Dime, amor mío.
—Qué cosas más bonitas me dices. ¿Te has acordado de llamar al
restaurante?
—Sí, cariño, me han dicho que ningún problema, que estos ocho cubiertos
los pagamos el día de la boda.
371
Alma Retsem Klol
—Estupendo, estoy en el piso esperando que Antonia salga de la ducha para
ir a comer, si vienes te esperamos.
—No, cariño, estoy en Reus en el polígono industrial, a punto de entrar en el
restaurante donde me esperan Juan Manuel, Pepe, Pedrito y el electricista. Esta
tarde estaré liado con Juan Manuel. Tranquila, a las nueve estaré en casa. Claro
que me acuerdo de la última cena que tenemos de solteros. Bueno, la
penúltima…
—¿Penúltima? No, es la última, en todo caso si es la penúltima será
casualidad, a las cinco tengo peluquería y esteticista, a las siete masajista y
después prepararlo todo para el sábado, y tú acuérdate de que tendrás a tus hijos,
no creo que te sobre tiempo para venir a cenar con Antonia y conmigo. Ojalá
puedas venir, adiós cariño, hasta la noche.
Antonia estaba delante del ordenador preparando las mesas y el orden en que
situaban a los invitados.
—¿Por qué le has dicho que estaba en la ducha?
—Pues para que no se enrollara contigo, a veces pareces tonta, ¡ja, ja, ja!
¿Qué estás mirando?
—Ya está, solo me falta imprimir. ¡Hecho!
A los pocos segundos le entregó los tres folios que completaban las mesas.
—¿Dónde estáis tú y Alberto?
—Aquí, ves, en la mesa del Pechuguita.
—¡Ja, ja, ja!
Cuando pararon de reír, Antonia activó las teclas para ir a Internet y enseñar
lo que había mirado antes.
—Mira, fíjate qué pisos, que decoración más bonita, moderna y sencilla.
—Sí, me gusta por todo lo que dices, sobre todo por práctica a la hora de
limpiar.
Antonia preguntó qué era lo que estaba mirando con tanta atención.
—El anuncio que ha salido, lo estaba leyendo y al final ponía; si no has
apuntado lo que te interesaba, acuérdate la próxima vez que leas esto, adiós. A
los dos segundos se ha borrado todo el anuncio, qué cu-rioso.
—Tía, que son más de las tres.
372
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Es verdad, venga, vamos a comer, una cosa muy importante, en el
ordenador que no quede nada nuestro.
—No hay nada, de todas formas lo repasaré esta noche. ¿No habrás hecho
nada tú que yo no sepa?
—Nada de nada.
—Pues así, ningún problema. Tranquila, lo repasaré de todas formas.
Se fueron a comer, después volvieron al piso donde María Auxiliadora y su
equipo daban los últimos toques de limpieza.
—Señoras, hemos terminado.
—Fíjate, que bien nos trata el servicio, señoras, ¡ja, ja, ja…! María diles a tus
trabajadoras que te esperen en el bar de enfrente, serán cinco minutos.
María fue al recibidor donde estaban y les pidió que la esperaran en el bar.
La más veterana añadió:
—Dile a tu jefa que nos pague la cervecita, o mejor el cubatita.
Las cuatro se marcharon riendo sin esperar la respuesta de María que regresó
al salón.
—¿De qué os reíais tanto?
—Ah, nada, tonterías, que Juanita ha dicho que te preguntara si les pagabas
la cervecita o mejor el cubatita.
—Anda con la abuela, es la que lleva más marcha de todas, por una cerveza
o lo que sea no vamos a quedar mal.
—Déjalo, que yo no te hubiera dicho nada, están supercontentas con el
precio de la hora.
—Bueno, María, ya sabes que hoy es el último día. Volveremos, yo dentro de
un mes y medio, dos como mucho y Antonia volverá cuando haya regresado yo,
tenemos tu teléfono, te llamaremos a la vuelta. ¿Vale, guapa?
Adela le pagó lo convenido, después Antonia se acercó a ella y le dio un
sobre que contenía cien mil pesetas.
—Toma, cariño, esto es de las dos.
—Muchísimas gracias, pero no tenéis que darme nada, tú ya me has regalado
el coche.
—Tampoco es un gran coche, chica, sabes lo que costó.
—Al lado del mío es un Ferrari.
373
Alma Retsem Klol
Al ver llorar a María, Antonia hizo lo mismo y Adela no pudo evitarlo.
—Venga lárgate de una vez, mira lo que has hecho, parece que estemos en un
velatorio.
A los dos minutos de haberse ido María, sonó el timbre. Creyendo que se
habría olvidado algo Adela abrió sin pensar.
—¡Qué susto! Andreu, ¿que pasa?
—¿Cómo que, qué pasa? ¿Estás sola?
—Sí, bueno con Antonia, pero pasa.
—Ahora lo entiendo todo.
En aquel momento sonó el móvil de Adela. Miró la pantalla y le dijo.
—Adivina quien es. Dime, Banachek…
—Adela, hola, esta tarde irá Andreu a llevarte el talón con la correspondiente
carta certificada de Sevilla, el vencimiento es dentro de quince días, o sea que
siendo el último día, te lo puedes olvidar o te la puedes jugar y, a lo mejor siendo
viernes, no hacen ninguna comprobación hasta el lunes, o hasta el vencimiento,
en todo caso te llamarían a ti el mismo viernes desde el banco, no sé
exactamente cómo lo hacen. Te lo tenía que llevar mañana Arnau, pero ha
pensado que igual estás todo el tiempo pegada a Elio, en fin, que así es menos
arriesgado, por eso irá Andreu. Te hablo tan deprisa porque le he dicho que te
llamaría y se me ha olvidado porque mi hija se ha caído en el colegio y nos
hemos asustado… nada, está bien, dos puntitos debajo de la barbilla. Supongo
que estarás en el piso ahora, o al menos estará Antonia.
—Sí tranquilo, estamos en el piso, te paso a Antonia que quiere pre-guntarte
algo.
Canelón, sorprendido por lo que quisiera preguntar Antonia esperaba la
pregunta. En lugar de ella se puso Andreu.
—Hola, jefe, has fallado por cinco minutos, tan solo hemos tenido tiempo de
ponerte a parir, de todas formas, yo tenía que haber llegado más tarde pero ya
sabes lo rápido que soy.
—Tú también, tela…
—Sí hombre, ahora seré yo el que la caga.
—Ja, ja, ja, no ha pasado nada, lo dejamos. Pásame a la vedette del Moulin
Rouge.
374
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Que te estoy escuchando Roberto… ja, ja, ja. Menos mal que me has
mandado a Pedrín, espero que no se le haya olvidado la porra, por si tuviera que
defenderme.
A Andreu no le cuadraba tanto cachondeo hasta que vio que Adela salía al
balcón para hablar íntimamente con su jefe.
Antonia, que salía del baño de darse una ducha rápida, entró en el salón.
—Nena, me he dejado el albornoz por aquí. ¡Ah!
Andreu se dio la vuelta tan rápido que apenas vio a Antonia que solo llevaba
bragas. Permaneció de espaldas y con la mano tapándose los ojos.
—No he visto, ni veo nada.
Ella que se había vuelto al pasillo, regresó despacio al salón asoman-do solo
la cabeza.
—Ja, ja, ja, no te des la vuelta, pero te puedes quitar la mano de la cara.
Ahora te giras y miras si está mi… sí, ya lo veo, está en el sofá, lo coges y me lo
lanzas aquí. ¿Ves mi mano?
Andreu cogió el albornoz y en lugar de tirarlo hacía Antonia se puso a imitar
la voz y el tono de las frases del doblador de Robert de Niro en El cabo del
miedo.
—Hoola… sé que estás aquíí… sabes lo que tengoo… si no vienes a
buscarlo, vendré yoo… Veen, no me hagas enfadaar…
Después de un silencio al parar de reír, Antonia dijo la última frase.
—Empiezo a excitaarme…
Adela entró y a los pocos segundos se estaba riendo con todas las ganas del
mundo. Mientras intentaba parar les recriminaba.
—Que sois mayorcitos para jugar ja, ja, ja, que no le diré nada a tu novio,
tonta, ja, ja, ja.
Después de dirigió a él.
—Mucha bromita y mucha tontería tú, pero que no te das cuenta que te está
pidiendo a voces que le lleves el albornoz… ¡y te lo tengo que decir!
—No hace falta.
Andreu salió corriendo hacía el pasillo con el albornoz en la mano, mientras
Antonia chillaba y se tapaba los senos. Al alcanzarla alargó la mano que sujetaba
el albornoz y giró la cabeza para no verla.
375
Alma Retsem Klol
—Toma, aún subirá la policía y me encerrarán por violador con estos gritos.
Antonia se puso el albornoz, le dio dos cachetes cariñosos a Andreu y luego
dos besos.
—Eres un cobarde, pero no te hagas mala sangre, eres como la inmensa
mayoría de hombres.
—A ver, Adela, a mí ya me gustaría ser como mi jefe, pero no soy un
«echao palante», ni un salido, soy un señor aunque solo sea el segundo.
Adela, que no había contado nada a Antonia no creía que Canelón se lo
hubiera dicho a Andreu, pero por si acaso, acabó la broma.
—No sé porqué sales con tu jefe.
—Tonterías mías, ja, ja, ja. —Miró con una sonrisa sarcástica a Adela que
hizo una mueca de no entender nada.
—Bueno, chicas, el cobarde se va como los cobardes, sin el trofeo.
Un beso sí me darás, ¿verdad, Antonia?
—¿Solo Antonia, y a mí qué?
—El ayudante solo puede ir con ayudantes.
—Sobre todo si es un cobarde, ja, ja, ja. Venga, dame un par de besos,
seguramente no nos volveremos a ver nunca más. Que tengas mucha suerte.
—Lo mismo digo, mucha suerte, Adela.
Después se despidió de Antonia que le dijo al oído.
—Si algún día nos volvemos a ver espero que ya te hayas hecho un hombre
valiente, ja, ja, ja. Toma. —Le dio un beso en los labios.
Después de acompañar a Andreu hasta la puerta, Adela le metió prisa a
Antonia para que se cambiara en un santiamén.
—Venga, niña, no te peines tanto que la boda no es hoy.
—Ya estoy, tía, qué pesadita, estás nerviosa, ¿eh?
—Para qué voy a engañarte, un poquito. Mira mis manos. —Adela le enseñó
los guantes de látex que se había colocado y le remarcó que se acordara de
ponérselos.
—No te preocupes que me los pongo y te aseguro que no me iré sin repasar
lo más manoseado estos días.
—No creo la policía llegue a buscar huellas, pero ante la duda, precaución.
En casa, con la excusa de que me hacen alguna obra de arte para la boda, no me
los quitaré para nada, obra de arte en las uñas.
376
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Ya imaginaba que te referías a las uñas, soy cortita pero no tanto.
—Vale. ¿Tienes algo que hacer hoy con Elio?
—Ni hoy ni mañana creo, pero seguro que me llamará para ir con los niños,
alguna cosa les faltará.
—Es posible, toma la carta con el talón. Mañana a las diez, más o menos, me
llamas y me das la noticia de que ha llegado una carta certificada. Yo digo que
siendo de Sevilla solo puede ser el talón, a continuación te diré que me lo traigas
volando. Eso harás y, con las prisas, ha-brás cogido un sobre por otro. Tendrás
que buscar un sobre que se parezca un poquito a este y le metes cualquier
papelucho de propaganda. Una vez en casa te echo la bronca, te enfadas y dices
que vas a buscarlo, te digo que no hace falta, que ya iré más tarde a ingresarlo yo
y después volvemos al piso los tres para que Elio vea el talón y asunto
concluido. Después de todo esto que te he dicho te inventas algún recado para
pasar el resto de mañana juntas hasta la hora de comer.
Después cogió el móvil y llamó a Elio.
—Hola, cariño, dentro de media hora estoy en casa.
—Espero que te acuerdes de la cena de esta noche, como no me lleves a un
restaurante romántico, tú mismo, es broma, tonto. Escucha, y eso no es broma,
procura no ensuciar mucho la casa, si vienes sucio te cambias en el garaje. Tú
ríete.
—Que sí, es broma. Hasta ahora mismo, cariño.
A las ocho se reunieron en el chalet. Elio se estaba duchando mientras ella
preparaba y repasaba la lista de los invitados.
—¿Qué haces con tanto papeleo y con guantes? Pareces una enfermera.
—Si quieres puedes aprovechar y te miro la próstata, ja, ja, ja.
—No gracias, estoy bien, ja, ja, ja.
—Me ha dicho la esteticista que no me los quite ni para dormir, llevo un
tratamiento en las uñas que es protector y al tiempo endurece-dor. No me mires
así, que para dormir me los quitaré y para cenar también.
—¡Ah no!, ja, ja, ja, estaba distraido pensando en nuestra futura casa, en
lugar de hacerlo otra empresa, cómo tenemos los planos en regla podemos
empezar la construcción nosotros en el caso de que se les complicara alguna
obra y así no tendrían que gastar días de vacaciones.
377
Alma Retsem Klol
Después evidentemente lo haríamos con otra empresa que nos permitiera
utilizar dinero negro.
—Tienes razón, cariño, no te preocupes que lo de la construcción es cosa
tuya, mientras no tengamos nuestro gran chalet viviremos en verano en la masía
y en invierno aquí donde estamos y cuando esté terminado empezaremos con la
casa rural, en invierno siempre y con turismo de élite si no, no.
—¡Ay no me acordaba!, esta mañana me han hecho una transferencia que
tengo en la Caixa, sí la que tenía yo solo que pusimos a nombre de los dos, creo
que hay seis o siete millones, los he sacado para ponerlos en el banco de
Sabadell.
—Dámelos que mañana los ingreso yo misma a primera hora.
—Creo que es mejor que la libreta del Banco de Sabadell no se quede tan
vacía.
—Tienes razón, cariño. Haremos esto, si no ha llegado el talón que
seguramente, vaya estoy convencida, no llegará mañana. Aunque podemos
hacerlo igualmente porque el talón vence dentro de quince días y yo no me
acordaba de que las visas las tenemos allí. Antes de que se me olvide, supongo
que lo de la caja fuerte no se lo has dicho a nadie.
—Por mí no lo sabe nadie y por ti supongo que lo sabe Antonia.
—Claro que lo sabe Antonia, pero si tú se lo hubieras dicho a alguien no la
dejaríamos con tanto dinero. Acuérdate de atornillar bien la madera que la tapa,
antes de irnos de viaje, que si no fuera porque ella se queda en el chalet mientras
estamos de viaje no dejaríamos tanto dinero.
—Lo hago ahora en un momento.
—Mira la hora que es, lo haces mañana, ahora pon el coche en marcha y
llévame a un buen restaurante.
—He reservado mesa en el mejor restaurante de Cambrils.
A las dos de la madrugada llegaron al chalet con ganas de continuar con la
fiesta un poquito más.
—La cena y la copa han sido de película, espero que la cama también sea de
película. Haré que jamás olvides la última noche que pasamos juntos.
—¿Dices la última?
—La última, sí, de solteros, tonto.
378
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—¡Ah, qué susto!
El viernes, a las diez sonó el despertador en el chalet. Como zombis saltaron
de la cama. Entre bostezos y estiramientos se incorporaron tranquilamente hasta
que el móvil de Elio actuó como segundo despertador.
—¿Quién coño será? Es que ni el sábado me… ¡ostia creía que era sábado!.
Es Antonia… dime, Antonia, claro que está.
—¿Qué quieres, pesada? Es que no puedes llamar un poquito más tarde, por
suerte para ti ya nos estábamos levantando… ¿Que tengo el móvil apagado?,
ahora me entero… ¿Que tengo una carta certificada?
Pues ábrela… Que sí, que la abras… es el talón de Sevilla, pues ahora
escucha con atención a las once te vas al Banco de Sabadell y esperas a que
lleguemos… Sí, qué lista eres, vienes con el talón. Hasta luego.
Le devolvió el móvil a Elio y se pusieron las pilas.
A las once se reunieron con Juan delante del banco. Este les dijo que el socio
con el que hacían el negocio le había obligado a ir con uno de sus coches y con
dos guardaespaldas suyos que llevaban vestimenta de guarda jurado.
—El coche es este que está con los cuatro intermitentes con el conductor. El
que está detrás nuestro es el otro, los dos llevan pistola, esto sí que lo sé.
Adela salió del banco.
—Me ha dicho que dentro de quince minutos entremos.
Juan se acercó al guardaespaldas y le comunicó que iban a tomarse un café.
Cuando volvían al banco Antonia le dio el sobre a Adela que lo abrió y
exclamó:
—¡Tía, qué es esto!
Antonia se quedó muda unos segundos, hasta que se dio cuenta de su
confusión. Después de la bronca de Adela y sus excusas decidió ir a buscar el
talón.
A las once y media, Elio y Adela vieron como Juan y el maletín se alejaban
en el coche custodiado por los dos guardaespaldas.
—¿Te imaginas que fuera una estafa? —dijo Elio a Adela.
—Si no conociera a Juan…, de hecho, sin Juan, no me hubiera arriesgado
con tanto dinero, a no ser que fuera yo la que llevase el peso de la 379
Alma Retsem Klol
subasta. Además has visto el recibo que tenemos del otro socio que Juan nos
ha dado cuando ha tenido el maletín con el dinero que le has entregado en el
coche.
—Es por decir algo, mira quién viene.
—Tía, te he dicho que no hacía falta.
—Después de la bronca que me has metido, toma, ahora se lo doy a Elio.
Después de mirar el talón, se lo entregó a Adela y miró el reloj.
—Tengo que estar en el Ayuntamiento a las doce y faltan quince minutos. Ya
sabía yo que tenía que haber cogido el coche.
—Acuérdate de que yo te he dicho que tenías que ir deprisa para ir al
Ayuntamiento.
—Que sí, cariño, ha sido culpa mía.
—Si quieres voy yo y te traigo el coche, no tengo nada que hacer hasta la
tarde.
—Pobrecita, ahora me sabe mal haberla reñido, ja, ja, ja.
—¡Serás zorra y bruja!
—Venga idos, que a Elio le espera el alcalde y tú me traes el coche.
Podríamos comer los tres juntos hoy, si tú no puedes, nada, quedamos a las
seis en casa. ¿Vale, cariño? Hasta la tarde.
Mientras Antonia le llevaba el coche del pueblo, ella se dedicó a vaciar las
dos cuentas conjuntas y la cuenta de la visa que tenían en La Caixa, luego volvió
al banco de Sabadell, ingresó el talón y dejó la cuenta con diez mil pesetas
dejando a Francisco muy sorprendido porqué también había vaciado otra cuenta
y las de las visas. Cuando salió con la bolsa que abultaba considerablemente
volvió a encontrarse con el abogado y los guardias jurados que ya conocía y que
enseguida desapa-recieron con el botín.
A las dos estaban ella y Antonia en el piso.
—Te veo muy pensativa —dijo Antonia.
—Es que le estoy dando vueltas a una cosa, tengo miedo, ya te lo contaré.
Ahora vamos al chalet y lo dejamos todo arreglado.
—Arreglado y limpio.
—Nunca mejor dicho. Venga, vamos, estamos en la recta final.
Escondió los más de diez millones de pesetas que se había reservado en el
piso y se fueron a toda prisa al chalet. Al llegar al pueblo pasaron 380
Haré que jamás puedas vivir sin mí
por la calle central para saber si Elio aún estaba en el Ayuntamiento, al ver
que era así, continuaron.
—Nena, te quedas aquí en la puerta o en la ventana del salón pero no dejes
de vigilar, serán cinco minutos.
Al cabo de dos minutos Adela subió al salón en busca de Antonia.
—Es que tengo mala pata, seguramente habrá atornillado bien la pared del
armario esta mañana cuando tú has cogido el coche o antes de ir del
Ayuntamiento, da lo mismo, el caso es que podía haberlo atornillado esta tarde,
de hecho la culpa es mía por ser tan precavida. Pon la llave en la puerta por si
viniera sin que nos enteráramos y bajas a ayudarme, tranquila que por la puerta
del garaje nunca entra, de todas maneras pondremos los dos cerrojos.
Ni la una ni la otra eran demasiado expertas en el bricolaje, por suerte la
tarea tampoco era excesivamente complicada, cuando consiguie-ron encontrar
un destornillador la cosa fue más sencilla de lo que creían.
Adela tecleó el código de seguridad y exclamó.
—¡Mierda puta!
—¿Qué pasa tía? Qué susto.
—¿Que qué pasa? Tú misma, lee aquí.
—Cuatro horas, esto quiere decir…
—Esto quiere decir dos cosas, una que ya ves, que la caja no puede abrirse
hasta dentro de lo que dice y la otra es que el señor ha intentado abrirla cinco
veces sin éxito. Sí, dame un cigarrillo.
Subieron al salón y se fumaron el cigarrillo tranquilamente, un poquito más
tranquila Adela abrió el cajón donde estaban las instrucciones de la caja fuerte.
—Menos mal, ahora mismo llamaré. Si falla el teléfono tendremos trabajo
esta tarde, algo inventaremos. Hay dos números en el manual, llamaré al que
pone «emergencia».
Después de llamar, pedir auxilio y dar la dirección y su número de móvil, se
encendió otro cigarrillo y esperó impaciente la llamada del técnico que le había
prometido el recepcionista del número de emergencias.
Mientras esperaban, Antonia se dedicó a borrar huellas de los cuatro vasos y
platos de la cocina que estaban por lavar, del salón y de la habitación.
381
Alma Retsem Klol
—He repasado todas las manecillas de todas las puertas.
—No hacía falta, pero bueno, mejor así. ¡Calla, calla! Sí, dígame. Del
Vendrell viene, dos horas. Unas veinte mil dice, sí vale, claro, escuche un
momento por favor, mire, para mí es muy importante el tiempo, voy al grano, si
dentro de una hora usted está aquí le pago cincuenta mil pelas… Última oferta le
pago sesenta mil, si quiere le doy cinco minutos para que se lo piense. Que
viene, pues muchas gracias. Una hora, ¡joder!
—¿Tienes hambre? Yo también, venga vamos a la gasolinera que hacen
menús y sirven muy rápido.
Cuando iban a subir al coche la llamó Elio.
—Dime, cariño… Qué pena, yo que pensaba que me decías que ve-nías a
comer con nosotras, ahora mismo íbamos… ¿Cómo dices?… ¿Que si tengo que
abrir la caja? No, la joya la tengo en el piso, sí la cogí el último día que abrimos
la caja tú y yo, si te lo dije. Es igual. ¿Por qué lo dices?… ¡Ah! porque has
atornillado hoy la pared del armario, muy bien hecho, amor mío. ¿A qué hora
crees que llegarás al chalet?… Pues antes me llamas por si hay cambio de
planes… Tus hijos dijiste que iban a dormir al chalet después de cenar… ¡Ah!
que no lo sabes seguro… Pues nada si cenan, vienes a Tarragona con ellos y
cenamos todos juntos con Antonia y a lo mejor con una prima mía, su marido y
sus hijas que son de la edad de Laura y Nuria. Me han llamado hace cinco
minutos diciéndome que a las diez si no tenían ningún contratiempo estarán
aquí, le he dicho que les esperaríamos. Vale, adiós, cariño.
A las cuatro menos cuarto llegaron al chalet, habían comido en la gasolinera
que estaba a cuatro kilómetros. Adela entró para recoger todo y dejar solamente
la caja fuerte a la espera del técnico. Antonia vigilaba desde la calle, sabían que
llevaba un coche de color gris oscuro metalizado y que se llamaba Daniel.
Antonia levantó el brazo al ver el coche que salía de la curva que había antes
de entrar en la recta y un poco empinada calle del chalet. El cristal de la ventana
del conductor se bajó al tiempo que el coche se detenía.
—¿Daniel?
—Sí. ¿Adela?
—No, pero sí, ja, ja, ja. Soy Antonia. Te llevaré hasta Adela. Puedes aparcar
el coche aquí mismo, el chalet es este, el del porche.
382
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Apenas se saludó con Adela que ya estaba en el garaje delante de la caja
fuerte.
—¿Tienes los papeles de la caja aquí?
Después de observar el modelo sacó una especie de catálogo de su cartera, a
continuación ojeó los papeles de Adela.
A los cinco minutos la caja estaba abierta con un pequeño movimiento de la
puerta. Sin ver lo que había el técnico se apartó diciendo.
—Ya está, asunto solucionado.
Adela se acercó para comprobar que todo estaba tal como lo había dejado la
última vez. Enseguida vio que estaba correcto, sin cerrarla subió al salón con el
técnico que le iba dando consejos para que no le sucediera otra vez lo de la
combinación. Firmó el recibo de las veinte mil pesetas y se lo entregó a Adela
que dio al técnico las sesenta mil contantes y sonantes.
—Muchísimas gracias.
El técnico no tuvo tiempo de decir nada más porque a los dos segundos
estaba en la calle, como si lo hubieran echado de una patada.
—Ya se ha ido —dijo Antonia.
—Te pones así como yo en el sofá y miras atentamente la calle.
—A la orden, capitán.
Adela bajó con una bolsa de viaje al garaje, cogió todo lo de la caja fuerte la
cartilla conjunta de la caja sur de Andalucía y el centenar largo de fajos buenos y
falsos. Dejó la caja abierta y atornilló tal como estaba la tabla que era la pared
del armario que camuflaba la caja.
Al entrar al salón tiró la bolsa a los pies de Antonia.
—No te separes ni un segundo de ella, así me gusta, que te la cuelgues al
hombro, piensa que hay casi cincuenta kilitos o más, no lo he contado. Más y no
vamos a contarlo ahora. ¿Tú no tienes que coger nada que tengas aquí, verdad?
—No, y he repasado la habitación, cocina y salón.
En otra bolsa, Adela colocó todo lo personal. Después abrió un cajón donde
tenía todas las fotos que eran poquísimas y dos carretes por revelar y lo puso en
la bolsa.
Con las bolsas y dispuestas a montarse en el coche, antes de abrir la puerta,
Antonia recordó:
—No querías entregar dos kilitos, creo que dijiste…
383
Alma Retsem Klol
—¡Ostia puta! No me lo hubiera perdonado, menos mal que estás en todo.
Sacó dos millones de la bolsa y para no perder tiempo en buscar un sobre se
los dio a Antonia que se los puso en el bolso y esperó las instrucciones.
—Sabes donde vive y sabes quien es, por más seguridad le preguntas si es
Rosita Miró Martí, le dices…
El coche se detuvo en la amplia calle de la que salía una estrecha y cerrada
callejuela que era donde vivía Rosita. Antonia había andado cuatro metros
cuando se giró al oír la voz de Adela.
—¿Qué quieres?
—Dame tu bolso y espera en el coche.
—Estás como una cabra, tía —dijo en broma.
Adela avanzó decidida para no dar tiempo a su cerebro a que pensara y se
encontró delante de la puerta que era igual que treinta años antes, el mismo color
gris que delataba el tiempo que hacía que no había visto una capa de pintura, los
mismos clavos que aún seguían oxidados y el mismo picaporte, una mano con
los dedos hacia abajo que sujetaba una bola que chocaba contra otra media sujeta
a la puerta. Sin darse cuenta había hecho lo que hacía cuando tenía diez o doce
años, darle al picaporte, aunque esta vez solo le dio un toque. El ruido la
despertó de sopetón, se puso tan nerviosa y emocionada al imaginarse a Rosita
abriéndole la puerta, que escapó corriendo hacía el coche sin volver la vista
atrás.
—¿Qué te ha pasado? Estás temblando y llorando.
—No sé que hago, ve tú, Antonia, tengo tantas ganas de darle un abrazo, hay
tantas cosas…
Antonia vio un periódico detrás del coche, cogió el bolso que Adela le había
quitado y dijo:
—Cambio de planes.
Buscó una página que no tuviera ningún titular que revelara el día, después
dobló bien con los dedos la parte superior de la hoja y rompió una pequeña
porción donde estaba la fecha del periódico.
—¿Tienes un bolígrafo, cariño? Yo no tengo.
Adela abrió el bolso y después de una búsqueda sacó un bolígrafo y se lo dio.
384
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Antonia empezó a rayar encima del periódico hasta que el bolígrafo pintó,
después, cogió el dinero, lo envolvió en la página que había preparado y escribió
el nombre con mano trémula en una zona blanca del paquete. Salió del coche y
se adentró en la callejuela hasta el final.
—Pom, pom.
—Ya va.
—Hola, buenas tardes. ¿Es usted Rosita Miró Martí?
—Sí, señora.
—Pues le traigo este paquete y le cuento de donde se lo mandan.
— Pasi, pasi.
Entró un metro de la puerta a la oscura entrada.
—Mire, Rosita, ve, aquí pone su nombre. Yo soy de Sevilla y hace tres meses
que trabajo en una residencia donde conocí a una señora mayor a la que cuidaba.
La señora tenía un cáncer y sabía que le quedaba poco tiempo de vida. Un día
hablando con ella le dije que venía a Tarragona a pasar unos días porque tengo
un hermano que vive aquí. A la semana siguiente de mi regreso, me entregó este
paquete con su nombre y me dijo que el pueblo que era Montort y me explicó
donde estaba la calle y la casa relacionándolas con la iglesia, me dijo que le diera
esto y que no le dijera nada más que muchas gracias de parte de ella.
Rosita que revolvía en la hoja de periódico casi sin darse cuenta, notó
enseguida que allí había un montón de dinero.
— Verge Santísima.
—Me dijo que no le dijera nada más, solo que le diera un beso y un abrazo
de su parte. Aunque yo le diré que esa señora se llamaba María.
Rosita con lágrimas en los ojos le dio las gracias y se abrazó a ella como si
fuera un ángel enviado de Dios.
Cuando regresó al coche, este arrancó inmediatamente y se dirigió al final
del pueblo y entró en un camino que atravesaba un bosque.
Cuando Antonia acabó de contarle la historia que había inventado para
Rosita, Adela paró el coche y le dio un abrazo en el que las dos acabaron
llorando emocionadas, sobre todo Adela que no paró hasta que el coche arrancó
y pasó por delante de la pequeña masía donde Elio lo había violado por primera
vez y pasó de la emoción del cariño, a la rabia del dolor y del miedo, en una
palabra, al odio, que aumentó cuando pasaron delante de la masía donde habían
vivido. Solo le llegaba a la 385
Alma Retsem Klol
mente el recuerdo de su madre despidiendo al violador. Después pasó por
delante del túnel abandonado, donde tenía un vago recuerdo de salir de allí con
el ruido y los pitidos del tren entre la penumbra y la luz rodeado de los brazos de
su madre.
Detuvo el coche donde lo había detenido el día en que llegó a Tarragona y
por un sendero lleno de maleza a uno y otro lado, llegó al vértice de la pared que
protegía la boca del túnel de aquella vía férrea abandonada. Después de mirar
dentro, giró la vista al otro lado de la vía, vio la estación y visualizó la vereda
por donde tantas veces había ido en busca de su hermana y su cuñado.
Antonia a quién ella había pedido que no saliera del coche, la había seguido
a distancia. Adela se dio cuenta de ello cuando decidió regresar al coche.
—Antonia, espera.
—¿Cómo estás, cariño?
—No lo sé, pero creo que bien.
—Habías dicho que no pasarías.
—Sí, pero ver la casa de Rosita me ha llevado hasta aquí.
—Supongo que has encendido todo el odio que llevas dentro con gasolina.
—Con dinamita, aunque ahora mismo no te podría hacer una definición de
cómo me siento. Me provoca más odio su padre que él. Cómo me gustaría que
estuviera cuerdo y, hasta tal como está, si lo tuviera delante ahora mismo le
recordaría lo cerdo y asqueroso que es, creo que le daría de ostias y todo para
que se sintiera como se había sentido mi madre indefensa.
Apoyadas al coche se fumaron un cigarrillo, tiempo que Adela aprovechó
para calmarse un poco y pasar por unos instantes del odio al amor recordando a
su madre, a su padre, a su hermana y a su cuñado, a Rosita y Juan el de la
Paca… Subieron al coche y siguieron el camino hasta salir a la carretera que iba
a Tarragona.
Dejaron las bolsas en el piso y Adela volvió al chalet en busca de Elio.
Llegaba con media hora de retraso pero Elio tampoco había llegado.
Entró en el chalet y aprovechó para desconectar la clavija del teléfo-no,
seguramente no se enteraría nadie.
386
Haré que jamás puedas vivir sin mí
A los diez minutos llegó Elio. Entró en el chalet y se tiró en el sofá al lado de
Adela resoplando, expresando su cansancio y ganas de descansar.
Adela le enseñó donde tenía el traje preparado en su habitación, donde
estaban los anillos, donde estaban los trajes de los niños. Después le pidió que no
se duchara y se fueron cada uno en su coche hasta Tarragona. Allí ella aparcó y
se montó en el de él y se fueron a la masía, antes dieron un paseo romántico por
la playa cercana.
Había pocos bañistas y pasearon cogidos de la mano hablando de la boda, del
viaje, del niño que esperaban y, sobre todo, del amor que los envolvía en aquel
sueño.
—¿Qué te parece si nos metemos en el agua y después nos duchamos en la
masía?
—Perfecto, pero yo no llevo bañador.
—Pobrecito, pues tú esperas aquí mientras yo me pego un chapuzón en
topless, con bragas, venga, quítate la ropa y quédate en calzoncillos.
Después del baño, como tenían el coche cerca, aprovecharon para quitarse la
ropa interior mojada y se dieron otro paseo.
—Al final mis hijos han dicho que vendrán mañana a las diez.
—Comeremos juntos en Tarragona los tres y mi prima, por ser la última cena
de solteros será una mesa animada, lástima tus hijos. Espero que no vengan
mucho más tarde de las diez, mañana a las ocho tengo la esteticista y la
peluquería.
En el momento en que bajaban del coche delante de la masía sonó el móvil
de Adela.
—Hola, Lali, cariño, no me digas que has llegado a Tarragona… Valencia,
aún no habéis llegado a Valencia… vale, no te preocupes. Tenéis el plano y la
dirección… Hasta luego.
—¿Quién era, tu prima, verdad?
—Sí, cariño, una cena de diez se acaba de convertir en una cena de tres.
Jennifer, la mayor de mi prima se ha mareado y han parado cuatro veces hasta
que se ha dormido. Espero que mañana se encuentre bien la pobrecita, por ella y
por ellos.
Antes de entrar en la masía Adela exclamó:
—¡Antonia!
—¿Qué pasa? Qué susto.
387
Alma Retsem Klol
—Ja, ja, ja, perdona por el susto.
Volvió a coger el móvil y llamó a Antonia para que no encargara mesa en un
restaurante que habían decidido.
—Menos mal, estaba a diez metros de la puerta. Le he dicho que para tres no
hace falta que reserve nada. Venga abre que nos duchamos en un momento y
después vamos a cenar con la pobre Antonia que he notado que le hacía mucha
ilusión cenar con mi prima, son muy amigas.
En la habitación se tumbaron en la cama y empezaron a jugar hasta que ella
le pidió que guardara todas sus fuerzas para el día siguiente.
—Cariño, espero que mañana para ti sea el día más especial de tu vida, un
día que no puedas olvidar jamás, abrázame… ahora esperas dos minutos que yo
me duche y después entras tú, no, los dos juntitos no, que te conozco, pájaro, ja,
ja, ja.
Salió de la ducha y se vistió deprisa, cuando él se duchaba aprovechó para
cogerle el móvil y sacarle la tarjeta, después sacó la del suyo, cogió sus
pantalones y hurgó en todos los bolsillos, después inspeccionó su cartera en la
que llevaba más de cien mil pesetas, le dejó diez mil y el resto se lo metió en el
bolsillo, luego abrió la cremallera de una carterita muy mona de piel y de marca
que llevaba siempre colgada del hombro, en la que encontró más de medio kilo.
También le dejó cuatro billetes pelados, el resto lo puso en el bolso porque
abultaba considerablemente.
Cuando salió Elio de la ducha, Adela descubrió lo tarde que era.
—¿Has visto la hora, amor? Corre vístete que nos vamos volando.
Ya en el coche camino de Tarragona llamó a Antonia.
—Joder, lo que faltaba, el otro día me pasó lo mismo, estuve tres horas sin
que funcionara el móvil, es de la compañía, el de Antonia tampoco funcionaba y
que recuerde tú tienes la misma, déjamelo, cariño.
Lo tienes apagado, ponlo en marcha, yo aguanto el volante.
Elio introdujo el pin y se lo devolvió.
—Ves, cariño, lo que te decía, igual que el mío, como si no tuviera ninguna
conexión, ves, sin cobertura.
Al llegar delante del piso, solo bajó del coche Adela y desde el portal llamó a
Antonia.
—Corre, nena, que vamos a cenar.
—Vaya mierda eso de los móviles —dijo Antonia después de haber saludado
a Elio.
388
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Aparcaron el coche donde pudieron y entraron en el primer restaurante que
les gustó. Mientras cenaban repasaron todo lo que tenían que hacer el día
siguiente.
—Corre, cariño, son las once casi.
Salieron del restaurante deprisa hasta llegar al coche, allí apoyaron sus
cuerpos en la puerta del acompañante y se dieron un beso interminable hasta que
Antonia puso fin.
—¿Es verdad que mañana os casáis? Pensaba que os estabais despidiendo.
—Envidiosa, ja, ja, ja.
Antonia se acercó y le dio un beso a Elio.
—Adiós, guapo, duerme tranquilo que mañana todo saldrá de perlas.
—Antonia, gracias por tu ayuda.
—Venga, vete de una vez, aún voy a llorar.
—Hasta mañana, cariño, a las diez nos llamamos supongo que ya
funcionarán los móviles, si aún no funcionan, los fijos.
Cuando el coche estaba fuera del alcance de sus ojos las mujeres, en medio
de la Rambla de Tarragona, se dieron un abrazo de victoria.
—Te recuerdo que tenemos un poco de prisa.
—Solo serán diez minutos.
—Ni un minuto más ¿eh? —replicó Antonia.
Acariciadas por la brisa salada del mar, apoyadas al Balcón del Mediterráneo
su vista se perdía en la oscuridad encontrando la calma que producía el tranquilo
mar que la luna había abandonado aquel día.
Con el recuerdo de niño jugando en la playa con su madre, abandonó el
balcón dejando que las lágrimas acariciaran sus mejillas.
Al llegar al piso lo primero que hicieron fue recoger todo lo que se llevaban.
Prepararon la cinta, que dejaron encima del vídeo, después Adela dejó una nota
que ella misma había escrito, al lado de la cinta en la que contaba el como y el
porqué de todo.
Hola, Elio:
Hasta aquí espero que haya llegado tu felicidad, por nada del mundo te
mereces ser una persona feliz, no voy a decirte quién soy ni quién dejo de ser,
espero que no seas tan tonto como para no adivinarlo, solo tienes que pensar en
algunas asquerosas fechorías que has cometido.
389
Alma Retsem Klol
Te darás cuenta de que a tu padre no he querido ni podido verlo, porque
aparte de removérseme las tripas seguramente no hubiera podido evitar escupirle
en la cara y llamarle todo lo que se le puede llamar a un cerdo. Creo que incluso
lo hubiera hecho estando en el estado que ahora mismo está, pregúntate porqué
tus hermanas no vienen a verle.
Supongo que empiezas a darte cuenta de lo que te está pasando, es-tás
arruinado y con una deuda que espero que nunca puedas afrontar, puedes acudir
a la policía para que me busquen pudiéndote sentir como un simple estafado,
pero antes mira la cinta que hay en el vídeo, no dura demasiado. Espero que te
gustes, te imaginas lo que pasará si vas a la policía, te lo digo para evitar que no
lo hayas entendido. En cada casa de tu pueblo recibirán una copia, los dos
travestis con los que te lo pasaste pipa, como se ve en la película, te acordarás
que se sumaron a tu fiesta casi gratis, en esta vida todo se paga y lo que no se
paga se debe, y tú debes tanto que no se puede pagar solo con dinero. En el caso
de que vayas a la policía, espero que se fijen en las rayas que te tomas. La gente
que vea la película, se lo pasará bien con tu ridícula polla, cada vez que has
hecho el amor conmigo no sabes el esfuerzo que tenía que hacer alguna vez para
no vomitarte encima. Dejemos los detalles porque nunca acabaríamos, uno de
ellos, para que hagas memoria, el día que nos encontramos en Zaragoza en el
hotel Oasis de los Monegros, cuando acabamos de hacer tú el amor y yo la
guerra fría, me asustaste al decirme, tus ojos me recuerdan a alguien y no se
quién, tuve que decirte que lloraba de felicidad. Deseo que recuerdes cada
minuto a mi lado como una pesadilla.
La venganza he querido hacerla en nombre mío y también de mi madre a
quién el cerdo de tu padre violó. No quería decírtelo pero me sale por la boca
como la rabia me salía en su momento. Te digo que te-nía la necesidad de
hacerlo yo, porque me hubiera podido divertir haciendo que cada dos por tres te
pegaran una paliza, aunque te hubiera matado hubiera sido poco por lo que te
mereces. Solo espero que no juegues a ladrones y policías, no soportaría volverte
a ver.
Adiós, cerdo, hasta nunca.
390
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Después de haber leído la nota diez veces, la rompió en mil pedazos e hizo
otra más sencilla.
Hola, Elio.
No vas a verme nunca más en la vida, me das mucho asco, ni te lo puedes
imaginar. Esto ha sido una venganza, la cinta que hay en el ví-
deo la miras, si acudes a la policía la verán toda tu gente. Allá tú con lo que
hagas, a mí me importa una mierda.
Dicen que la venganza se sirve fría, en mi caso podríamos decir que te la he
servido muy caliente para dejarte congelado el resto de tu vida.
¡Qué te den toda tu miserable vida! Con la única pena que me voy, es con la
de no poder verte la cara en este momento.
A las doce de la noche se dispusieron a abandonar la casa. Antes de abrir la
puerta, Adela cogió el móvil al que ya le había colocado la tarjeta y antes de
llamar se dirigió a Antonia.
—Cambio de planes, lo siento, cariño, estoy acojonada, tengo mucho miedo.
—No entiendo nada.
—Hola, Andreu, cambio de planes suponiendo que pueda ser, si no pudiera
ser cambiaría la nota.
—Dime, guapa… diría que sí, pero esto también lo puedes dejar en una nota,
vale, no te enfades pero te podías espabilar un poco antes…
diría que sí pero yo no soy tan experto. Te llamo dentro de cinco minutos.
Mientras estaba contando el cambio de planes a Antonia sonó el mó-
vil.
—Dime, Andreu… no vuelvas con lo mismo que me lo podía haber pensado
antes, eso ya lo sé.
—Dentro de dos minutos o tres te llamo y te digo algo.
—Patricia, no me mires así por favor.
—Te imaginas que abra la caja fuerte por algo, que se dé cuenta de que le has
vaciado la cartera del bolsillo y la cartera de mano, Francine.
—No entiendo cómo este miedo no lo he tenido antes. Pero si tú también
tienes miedo, te diré que tenemos protección, sí créetelo. Menos mal, es Andreu,
dime.
391
Alma Retsem Klol
—Yendo todo bien, esto puede terminar a las tres, no te quejes, que has
tenido la suerte de que conociera un programador informático. Y
más suerte de que encima fuera primo mío, solo te diré que está trabajando
en ello.
—Vale, Andreu, me irás llamando.
—Cada media hora procuraré informarte.
—Antonia, acércame la nota que hay al lado de la cinta y siéntate a mí lado
que me ayudarás.
Con el papel y el bolígrafo en la mano, Francine se puso a escribir.
Hola, Elio:
Soy Adela y mi amiga Antonia que nos despedimos de ti. Te habrás dado
cuenta de que todo ha sido un engaño. A nosotras, Antonia y yo, nos han
ofrecido una buena suma para interpretar este papel para jo-derte tanto como
pudiéramos. Dentro de poco estaremos en nuestro país, ahora te dejamos una
nota de parte de nuestro jefe. Chao, Elio.
Han pasado muchos años, Elio, pero hasta este momento no he notado que
tanto las heridas producidas por ti, como por tu padre, empiezan a cicatrizar. Te
hubiera podido matar, tanto a ti como a él y asunto concluido, pero no me
hubiera sentido satisfecho como me siento ahora, matándote te hubiera hecho un
favor. En el caso de tu padre, ha tenido la suerte de estar como está, aunque si lo
hubiera tenido delante te juro que le hubiera escupido en la cara. Por si no lo
sabías, te diré que el violó a mi madre, es un cerdo como tú. Piensa porqué tus
hermanas no venían a tu boda, por tu padre, para no verlo, a lo mejor a ti
tampoco te querían ver, eso no lo sé. A partir de hoy no sé que harás con tu vida,
me importa una mierda, solo te pido que no busques a ninguna de las chicas y
menos a mí, es una adver-tencia. Cuando termines de leer esta nota te diriges al
vídeo y colocas la cinta en él, no dura mucho pero tiene intensidad, la cinta me
costó más de diez millones de pesetas. Que vea la luz solo depende de ti, si vas a
la policía la cinta la verá todo el pueblo que conocerá tus aficiones como la coca,
el alcohol y los travestis. Lo que también creo que les haría mucha gracia es ver
la ridícula polla que tienes, de ti depende.
392
Haré que jamás puedas vivir sin mí
No podría decir que me siento satisfecho de lo que hago, pero jamás hubiera
creído que la venganza me cambiaría el odio por placer. No hace falta que te
cuente que lo único que tienes en estos momentos tuyo es la masía junto con la
hipoteca y un seguro que cubre todo lo que pueda pasar que es falso. Me parece
que estoy abusando del placer que produce la venganza.
No me busques, cerdo, piensa en tus hijos. Hasta nunca.
Repasaron la nota infinidad de veces, tampoco tenían otra cosa que hacer. A
las dos y cuarto sonó el móvil de Adela.
—Dime, Andreu. Menos mal, Antonia abre el portal.
Antonia no volvió al salón, esperó que subieran los dos detrás de la puerta.
—Pasad.
—Antonia, Pau, Pau, Antonia.
—Hola, Pau, qué primo más guapo que tienes.
—¿Más guapo que yo?
Adela que se había levantado les recriminó.
—Dejaos de tonterías que es muy tarde. Hola, Pau, yo soy Adela.
—Hola —dijo el chico tímidamente.
—Andreu, no es más guapo que tú…
—Lo ves, Antonia, lo has dicho porque no me perdonas lo del otro día del
albornoz. ¿Aún estás resentida?
Mientras Antonia se reía, Adela volvió a dirigirse a Andreu.
—Andreu, que no te enteras, no es más guapo tu primo, es mucho más
guapo. Me quejo de la bromita y yo continúo, por suerte Pau ha venido con
ganas de trabajar.
Al cabo de diez minutos Pau dijo a Adela que estaba junto a él:
—Creo que ya está.
—Qué rápido, alucino viendo la velocidad con que manejas el ordenador, ya
sé que eres un profesional, pero…
Antonia estaba en la puerta de la habitación en el pasillo hablando con
Andreu.
—Te veo muy tranquilo, Andreu, será porque debes saber que estamos
protegidas. Me ha dicho Adela que tenemos un guardaespaldas o algo parecido.
393
Alma Retsem Klol
Andreu movió la cabeza con cara de incredulidad diciendo que no.
—¿Cómo que no?
—Eso no es así, pero podéis estar tranquilas, el que está vigilado es él, Elio.
Hace poco más de una hora que está durmiendo, lo está vigilando Canelón, tenía
que estar yo, pero al llamarme Adela hemos cambiado los papeles. Pienso que he
salido ganando.
—¿Por qué?
—Pues porque ahora mismo estaría yo en la masía en lugar de mi jefe que ha
ido cuando Elio se a dormido.
—Preparando trabajo para los bomberos.
—Ni más ni menos, aunque creo que tampoco van a tener tanto, porque
cuando puedan entrar en la masía tiene que estar todo quemado.
—¡Eh!, vosotros dos, callaos un momento —dijo Adela que recibía las
últimas indicaciones de Pau.
—Aquí están las instrucciones, ¿ves qué sencillas son?
—Perfecto, Pau, sencillísimas.
—Aquí las páginas donde escribiremos el texto, una, dos, tres, cuatro, cinco
y seis, ves, cuando entras en la página seis, el texto desaparece.
Después de varias comprobaciones realizadas por la misma Adela, pasaron a
redactar el texto.
Pau se retiró del ordenador y se fue al pasillo y Antonia ocupó su lugar.
Cuando acabaron de una dictar y la otra teclear, Adela llamó a Pau.
—Ya está, Pau, mira por favor si todo está correcto.
—Está perfecto, lo dejamos así. Si por lo que sea se fuera la luz, ningún
problema y si dices que utiliza el ordenador, aún más sencillo, estas
instrucciones son simplemente para tener más seguridad.
—Muchas gracias, Pau, supongo que para lo que cobres te has entendido con
tu primo.
—Sí.
Adela aprovechó que Andreu no lo veía y le entregó unos cuantos billetes
que ella misma le puso en el bolsillo mientras con la otra mano le indicaba
silencio, después le dio un par de besos.
Andreu y Pau se fueron en busca del coche del segundo que estaba
relativamente cerca, el primero volvió a reunirse con ellas que tenían todo
preparado para salir pitando.
394
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Toma, Andreu, estas son las llaves del coche, las otras cuando aparquemos
en el paseo cerca de la estación.
—En esta bolsa están todos los documentos y carnés que se deben destruir,
todo. En esta otra está la joya con su documentación, dinero bueno y falso, el
Rolex tiene una grabación debajo. Olvídate del Rolex, me lo llevo yo.
—Acordaos de ir separadas a Madrid, después continuáis el plan que os dijo
Canelón.
Se montaron en los respectivos coches y se dirigieron a Torredembarra donde
dejaron el coche y entregaron las llaves a Andreu, que se fue a la masía donde lo
esperaban Arnau y Canelón. Ellas se fueron a la estación para coger el primer
tren que fuera a Barcelona.
395
Capítulo XVII
A las siete de la mañana la Guardia Civil llegó al chalet acompañada del
encargado de la masía. Elio había pasado la noche durmiendo a trompicones por
los nervios de la boda.
—¿Señor Elio?
—¿Qué pasa, Ramonet?
—Una desgracia, señor, la masía está ardiendo, los bomberos están apagando
el fuego, como ya no podíamos hacer nada he subido con la Guardia Civil a
avisarle porque no funciona ninguno de los dos teléfonos suyos que tengo.
—Justamente hoy que me caso. Me visto en dos segundos y voy a la masía,
por lo que dicen tampoco podré hacer nada.
La Guardia Civil y el encargado se dieron la vuelta, Elio se vistió y se fue a
toda prisa sin pensar en nada más que en el fuego.
A las ocho menos veinte llegó a la masía que aún ardía, solamente hacía diez
minutos que los bomberos habían conseguido sofocar las grandes llamas, el
negro y abundante humo que levantaba una gran columna que indicaba que toda
la edificación era un brasero. Después de rellenar todos los partes de la Guardia
Civil, dio las ordenes oportunas al encargado y viendo que los bomberos
empezaban a tenerlo controlado fue al encuentro de Adela.
A las diez de la mañana dejó el coche en doble fila con las cuatro luces de
emergencia y no llamó desde el portal porque estaba abierto, en dos zanjadas se
plantó delante de la puerta del piso. Le sorprendió 397
Alma Retsem Klol
que estuviera abierta, y más que el cerrojo tuviera una vuelta de llave que
hacía que no se pudiera cerrar.
—Adela, Antonia, tenéis la puerta… ¿Adela, Antonia?
Su mente viajaba a la velocidad de la luz sin control, casi como su cuerpo
que iba de puerta en puerta. Cuando se cansó de dar vueltas por el piso de
habitación en habitación, desesperado, se sentó en el sofá con las manos en la
cabeza. Abrió los ojos y se sintió como si despertara de una pesadilla al leer una
nota dedicada a él, que estaba en la mesita que tenía delante.
Hola, cariño, en una boda no puede faltar una broma ni una sorpresa. Espero
que la broma no la encuentres demasiado pesada y que la sorpresa te guste.
Hasta luego, cariño.
Adela
La broma la tienes preparada en el ordenador, allí encontrarás un papel con
los pasos que tienes que seguir.
Casi no había terminado de leer la nota y ya estaba sentado delante del
ordenador que estaba encendido. Accionó el ratón tal como indicaban las
sencillas instrucciones y fue pasando las páginas hasta llegar a la última en la
que el texto era muy corto.
«No me busques, cerdo, piensa en tus hijos. Hasta nunca».
Intentó volver a leer el texto varias veces, hasta que se dio cuenta de que el
texto se había borrado, no existía.
Como un muerto viviente se dirigió al salón, cogió la cinta de vídeo y la
introdujo en el reproductor, enseguida aparecieron las imágenes en la pantalla de
la tele que estaba preparada.
Cuando acabó la película, sacó la cinta y la tiró al suelo, le dio varios
zapatazos hasta romper la carcasa para extraer la grabación. Con la cinta en la
mano se dirigió al servicio, levantó la tapa del inodoro y tiró la cinta en él,
después de haberla roto en mil pedazos. Cuando vació la cisterna salió del piso.
Cogió las llaves que estaban en la parte interior y cerró la puerta de golpe.
Empezó a subir escaleras hasta llegar a la azotea, abrió la puerta y salió a la gran
terraza, asomó la cabeza a los dos patios de luces, después se asomó a la calle y
se puso de pie encima de la pared mirando fijamente al asfalto.
398
Capítulo XVIII
30 de julio de 1996.
El domingo a las cuatro de la tarde llegaron al piso de Francine ella y
Patricia. Estaban totalmente abatidas, especialmente la primera que no sabía
describir los síntomas para definir su estado físico; cansancio, agotamiento,
estrés, nerviosismo, pánico. Acabó pensando que tenía un poco de todo.
Patricia acabó de ducharse y no sabía si intentar dormir o esperar a que la
venciera el sueño. Decidió lo primero pensando que Francine no podía hacer otra
cosa que dormir por como ella la veía.
—Sé que no estás bien Francine pero supongo que querrás dormir.
—Aparte de que mi mente parece una noria que va rodando llena de
pensamientos no podría hacer otra cosa que estar en la cama. Dormir es otra
historia.
—Dormir no será otra historia, yo también siento un nerviosismo,
intranquilidad o excitación, no sé, que no me dejará dormir, pero mira la cajita,
pienso tomarme una y si despierto antes de siete horas me tomo otra, y pienso
que tú deberías tomarte dos ahora mismo.
—Qué haría sin ti —dijo Francine dedicándole una forzada pero tierna
sonrisa—, mira cómo estoy que no se me ha pasado por la cabeza algo tan
simple en estos momentos como un tranquilizante. Tengo la mente muy ocupada,
tan ocupada que no se entera de su cuerpo. — Miró a su amiga con una sonrisa
lejana—. Tengo la sensación de que en estos momentos ha vuelto a mí la
conciencia, como si desde el primer día en que me puse manos a la obra en hacer
justicia, que es venganza posible-399
Alma Retsem Klol
mente, hasta el día de hoy, ella haya estado en paradero desconocido, de
vacaciones, de baja, espero que no haya tenido ningún intento de suicidio por
depresión.
Patricia al instante le recriminó.
—Esto último bórralo, cariño, me da repelús.
—Borrado. Pues eso, de baja no creo porque la siento muy fuerte y testaruda,
la verdad, no me está ayudando demasiado. Se te están cerrando los ojos.
—Es que me he tomado la pastilla y tú deberías tomarte dos y dejar la
conciencia tranquila, dale tiempo, piensa que ha regresado en un momento
tempestuoso. Te recuerdo que mañana tenemos el remate final de esta pesadilla
que ha durado cuatro meses.
Francine se tomó las dos pastillas se fue a su habitación igual que Patricia se
fue a la suya que era la de su madre. No había pasado un minuto que se
encontraron las dos en el pasillo.
—¿Qué haces? —dijo Francine.
—Lo mismo que tú. ¿Dónde?
—En la cama de mamá. Así estaremos las tres juntitas y no tendremos
miedo.
A las ocho de la tarde del lunes Francine despertó y vio a Patricia que
asomaba por la puerta. Mientras se desperezaba su amiga la abrazó.
—Buenos días, cariño. ¿Cómo estás?
—Aún no lo sé, pero creo que no estoy mal.
—Cómo me alegra oírte decir esto. ¿No hueles nada?
—Eres un sol, me apetece mucho un café.
—Tendremos que dejar el remate final para mañana.
—No sé la hora que es pero me lo imagino.
—Las nueve de la noche.
—Supongo que del lunes, ¿no? Aunque si me dijeras que estamos a martes o
miércoles me lo creería.
Mientras se tomaban el café decidieron lo que harían al día siguiente
llevando la voz cantante Patricia.
—A ver qué te parece. A las diez o más llamo a la pizzería y pido una gran
ensalada para las dos y una cuatro estaciones para ti y una para mí, pero la mía…
—Sin atún —respondió Francine.
400
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Muy bien. Postre dos tartas al whisky y un par de botellas de vino, aunque
no deberíamos pasar de una.
—Cariño, vino tenemos.
—Sí, lo sé pero tienen uno que a mí me gusta mucho.
—Vale, vale.
—Después de comer miramos un poco la tele y a la una, no más tarde,
vamos a dormir, si no tenemos sueño, pastilla que te crió y ponemos los
despertadores a las ocho y media… vale, a las nueve y media, nos arreglamos
rápido y nos vemos después de comer, cada una por su lado, aquí, sea la hora
que sea, acuérdate de las gafas.
—Y tú, acuérdate de coger las llaves, por si llegaras antes que yo.
—Siempre te dejas algo, Telma.
—Es verdad Louise porque además llegaré antes que tú.
Alrededor de las seis de la tarde del martes uno de agosto Francine llegó a su
casa. Antes de abrir llamó creyendo que Patricia estaba dentro.
—Patri, cariño, Patri. «Qué raro que no esté, hay luz en el comedor».
Patricia la estaba esperando en el centro del comedor con la luz encendida
para que ella no se asustara por el hecho de que no contestaba, porque formaba
parte de la broma.
Francine imaginaba lo que hacía Patricia. Abrió la puerta del comedor tras
ver su silueta a través del borroso cristal de la puerta.
—¡Ahhh!
—¡Ahhh!
El chillido de las dos a la vez, duró varios segundos, después un silencio
acompañado de una mirada observadora estupefacta e incrédula que se fue
transformando poco a poco hasta que sus labios recobraron una media sonrisa
que iba creciendo tanto que explotó primero en Francine y luego en Patricia no
pudiendo parar en unos minutos.
Cuando la risa orgásmica de Francine paró y después la convencional de
Patricia hizo lo mismo, se abrazaron y se calmaron.
—Ahora sí que estamos en casa, no sabes cómo me siento de bien después
de escuchar tu risa que creía que la habías perdido.
Ya tranquilas y sentadas en el sofá hablaron del cambio estético que se
habían hecho y se repetían que para reconocerse tuvieron que hacer un esfuerzo,
y que estaban convencidas de que se habían cruzado por 401
Alma Retsem Klol
las calles que recorrieron por la mañana y mediodía sin haberse dado cuenta.
Patricia, era tan rubia como Francine antes del cambio, sin embargo ahora su
pelo era totalmente negro, brillante y completamente liso y sus gafas grandes de
secretaria del Un, dos, tres la hacían irreconocible, igual que a Francine en la que
su exuberante melena rubia permanenta-da se había convertido en una melena
muy a lo chico, castaña tirando a morena y también muy lisa, con gafas no tan
grandes como las de Patri, rectangulares y un poco extravagantes.
Francine se levantó del sofá y preparó dos gin-tonics sin la rodajita de limón
porque no tenían.
—Lo siento, Patri, no hay limón. A mí me encanta una buena rodaja, pero lo
siento más por ti que te gusta exprimirlo, más que la rodajita.
Se quedó unos momentos mirando a Patricia que tenía una sonrisa muy
pícara en su rostro que la estaba delatando.
—¿Será posible?
Patri se sacó una bolsita con tres limones del bolso diciéndole.
—Ahora dime que soy una borrachina y que por eso me he acordado.
—Es lo que te iba a decir. ¿No crees que tú y yo en otra vida hemos sido
hermanas?
—Más que hermanas, hemos sido gemelas.
Después de unos tragos continuaron repasando todos los detalles del más
grande al más pequeño.
—Vayamos repasando lo más inminente y después nos centramos en todo.
—¿Qué nos queda por destruir aquí a nosotras?
Los cuatro documentos los pusieron encima de la mesa del comedor tal como
hicieron con los zapatos y la ropa que era la que habían llevado puesta. Continuó
hablando Francine.
—El Rolex, necesito una lima pequeña para borrar la inscripción.
—Bajo a la ferretería y la compro.
—Sí, cariño, gracias, pero antes todo en la mesa.
—¿Falta algo?
—Que yo sepa dos cosas, al menos dime una.
—Estoy pensando… todo lo más grande lo han destruido ellos.
402
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Francine sacó un botecito del bolso y un pequeño estuche y se los mostró a
Patricia.
—Anda es verdad, se nota que has aprendido de Caneloni, estás en todo,
pero en este momento te diré que falta otra cosa por destruir.
Después de unos momentos, pensativa, contestó.
—Los bolsos.
—Supongo que me hubiera dado cuenta pero… tu también has aprendido
mucho de Pedrín, ja, ja, ja. Venga dame tu pegamento y tus bonitos ojos.
—Los ojos los he utilizado bastante, pero el pegamento está casi lleno.
—El mío está casi vacío. Creo que he tenido mucha suerte por haber
contratado a Canelón, ¿no crees?
—Yo también he pensado siempre que está en todo, pase lo que pase, porque
puede pasar, lo…
—Ahora no, Patricia…
—Tienes razón, me callo, perdona, cariño.
Patricia le alargó el pegamento que era como llamaban a un líquido especial
que les había suministrado Canelón y que, efectivamente, te-nía una dosis de
pegamento que utilizaron siempre que tenían algún trámite en bancos o algún
papeleo con el fin de no dejar ninguna huella, el efecto del pegamento era de tres
a cinco horas.
Después le pasó el estuche de las lentillas, que usaron en muchas ocasiones y
que si alguien se dio cuenta, en ningún momento pensó que no fueran sus ojos
que cambiaban con la intensidad de la luz. Los ojos de Francine pasaron del
color marrón claro miel a un marrón bastante oscuro y los de Patricia de un color
azulado a un color gris completamente.
Ya estaba todo en la mesa a punto para ser destruido.
—¿Verdad, que está todo, Patricia?
—Tú no has cogido algo del bolso y lo has guardado en un cajón del mueble
del comedor y es algo que en algún momento has dudado o dudas de guardar o
destruir.
—Al final pensaré que te estás convirtiendo en una Colomba, ja, ja, ja.
Aunque hemos vuelto a hablar de la película, voy a destruirla.
Abrió el cajón y sacó la película, la cinta de vídeo.
403
Alma Retsem Klol
—En un principio quería guardarla aquí entre las cuatro pelis que hay, con la
etiqueta pegada de Lo que el viento se llevó. Creo que no tendría estómago para
volver a verla, de paso hago caso a Canelón, la des-truyó después de pasarla a
dos CD, o sea que tienen una copia Roberto y otra Pedrín. No le voy a dar más
vueltas, destrucción.
—Bueno, ángel de Charlie, dime si me dejo alguna cosita más.
—Esto me suena, no sé, diría con algo de pique.
—Qué tontina. Venga piensa, o es que de tanto que has pensado, es-tás
agotada.
Las dos se rieron.
—Nena, me bajo a la ferretería, aparte de la lima ¿necesitamos algo más?
—Cambio de planes… no te asustes. Bajo contigo, mientras tú vas a la
ferretería además de lima compras unas tijeras grandes para la ropa y otras
fuertes y que corten mucho, de podar, porque lo que no es ropa lo dejaremos casi
triturado. Si se te ocurre alguna otra herramienta, que no creo, la compras. Yo
mientras voy al súper y compro bolsas de basura que solo queda una y cuatro
bebidas que queda poca. De comer hacemos como ayer, que nos lo traigan, y
cuando acabemos nos encontramos en la tienda de bolsos.
A las nueve llegaron las dos al piso, a las diez bajó Patricia con dos bolsas de
basura con todo destruido en mil pedazos. A las diez y media volvió a subir
cargada con la cena. Después de cenar tranquilamente apagaron el televisor y
dejaron para el día siguiente repasar los puntos más delicados de sus
colaboradores y solo hablaron de su futuro inmediato hasta que el sueño las
venció.
A las ocho de la mañana Francine abrió la puerta del piso cargada de cosas
de la pastelería de enfrente: bollería, dos envases de medio litro de café recién
hecho y un litro de leche caliente. Al ver que Patricia aún no se había levantado
le dejó el café en la mesita de noche.
—Mmmm… cómo huele a café, qué ganas tengo de levantarme.
No se había dado cuenta de que el café estaba a su lado. Se levantó
rápidamente, se puso la bata para ir al baño, al ver luz en el comedor pensó que
Francine estaba allí.
—La madre que… y yo que pensaba que el olor del café venía de los
vecinos.
404
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Ja, ja, ja ja. Mira que eres tonta. Necesito un poco más de café.
Cogió a Patricia de la mano y se la llevó a su habitación, al ver el café aún
humeante se volvieron a reír las dos.
Desayunaron tranquilamente y continuaron conversando de lo que les faltaba
por hacer.
—Ayer llamé a mi médico de la mutua y quedé en que mañana iría a buscar
el alta. Tú Patricia, mejor que vayas la semana que viene.
—Es lo que nos aconsejó Canelón. De quién fue esta idea, tuya o de él.
—Mía, ya te lo dije. Mi ventaja fue que no tuve que acudir cada dos por tres
como tú a firmar las bajas. Soborné a mi médico, de aquella manera, después de
meterle un rollazo, pero lo soborné. Tú en cambio has hecho unos cuantos viajes
relámpago para firmar las bajas. Te ha ido bien, verdad, la espalda ya no te
duele.
—Qué graciosa. Te estás animando. Qué alegría que ya no estés depre.
—Estamos curadas, dame un abrazo. Una cosa, sé que me llamarás pesada,
pero te lo remarco, no se lo digas nunca a Alberto. Yo no puedo hacer lo mismo
con Óscar porque ya sabes que se ocupó de recogerme las bajas e ir a la farmacia
con las recetas de los medicamentos, cosa que tú has hecho solita.
—Niña, que eso lo hemos hablado bastante. ¿Quieres que te repita todo lo
que le tengo que contar a Alberto?
—Perdóname, es que, yo qué sé.
—Que te perdono, tonta.
—Gracias y como me has perdonado voy a calentar el café y la leche y nos
acabamos los cruasanes y esta ensaimada que hace rato que no le quitas los ojos
de encima.
—Eso digo yo. Supongo que comeremos tarde.
—Hasta las tres no comemos.
Acabaron con todas las existencias, se fumaron un cigarrillo y se
repantingaron otra vez en el sofá.
—¿Canelón nos recomendó alguna cosa más, Francine?
—Sí, es lo que faltaba, con ella todo lo que está en nuestras manos estará
hecho. Dijo que las fotos de los últimos tiempos las tuviéramos escondidas en un
lugar seguro hasta que hubieran pasado dos o tres años.
405
Alma Retsem Klol
—Esto ya lo haremos cada una por su cuenta.
—Cariño ahora ya me puedes preguntar si tengo miedo a la policía.
Tengo mucho miedo y supongo que tú también tendrás un poco, pero sabes
que haría todo lo que estuviera en mis manos para que no te pasara nada.
—Si tengo miedo es por ti, Francine. Pero, sinceramente, creo que Canelón
lo ha trabajado todo muy bien, tengo poco miedo, de verdad.
—Que digas esto me tranquiliza mucho, cariño.
—Piensa que todo lo que ha sido falso está destruido. El ordenador del piso
se lo llevó Arnau después que lo hubiera visto Elio. Lo de la caja fuerte se lo
llevó todo, ahora no recuerdo si el abogado o el mismo Canelón, aunque solo
quedaban cuatro papeluchos sin importancia y lo mejor de todo han sido los
carnés de identidad en que las fotos no éramos ni tú ni yo, aunque el mío hubiera
dado igual, por que no lo he utilizado.
—Esto del carné me da mucha tranquilidad, aunque mi cara la verán en todas
las cámaras de los bancos en los que hemos tenido las cuentas, especialmente el
banco de Francisco.
—Nena, ¿tú te conoces cuando te levantas y te miras al espejo?, te juro que
yo esta mañana he pensado, ¡coño, esa soy yo!, te lo juro.
Después de reírse consultaron el reloj y se miraron seriamente la una a la otra
y volvieron a reír al ver que eran casi las seis de la tarde.
—¿Sabes qué, Patricia?, nos arreglamos tranquilamente, nos tomamos una
cerveza y salimos a dar una vuelta hasta la hora de cenar, nos hacemos un
banquete y pasamos la última noche aquí en lugar de despedirnos esta tarde
como teníamos pensado. Recuerda que Canelón nos aconsejó que estuviéramos
un mes sin vernos a no ser que hubiera alguna cosa especial.
—Me parece estupendo. Una pregunta, cariño, con Canelón cuándo te verás.
—Me dijo que antes de cuatro meses no nos veríamos y tengo un número
desde el que tengo que llamar de fuera de Madrid en el caso de que pasara algo,
toquemos madera.
—Tranquila que no pasará nada.
—Así me gusta.
406
Haré que jamás puedas vivir sin mí
* * *
Habían transcurrido casi dos meses, el otoño aún era caluroso. La última semana
de septiembre, decidieron poner punto y final y retomar la relación como si nada
hubiera sucedido en sus vidas, especialmente en la vida de Francine.
A las once de la mañana del último miércoles del mes Francine se fumó un
cigarrillo en un banco situado debajo de una gran encina. Cada vez que
escuchaba el ruido de un coche a sus espaldas se le aceleraba el corazón, que
volvía otra vez a coger su ritmo cuando veía que el coche que llegaba a la casa
rural de la sierra no era el de Patricia.
Su corazón volvió a desbocarse con tanta intensidad y emoción que pensó:
«Ahora sí, esta vez no te equivocas, ya me has engañado bastante».
Al ver que tampoco era se enfadó con su corazón. Pasó las piernas por
debajo del respaldo del banco y apoyó sus brazos encima del mismo dejando
caer su cabeza en ellos y soltó: «Toma, engáñame, ahora, listo», pero no se
tranquilizaba. Se puso la mano en el pecho y le dijo suavemente y con cariño:
«Por favor para ya, a ver si te me habrás vuelto loco».
Patricia se acercó a ella sigilosamente mirando donde ponía los pies para no
hacer demasiado ruido. Cuando estaba a cuatro metros una ramita seca cubierta
de hojas sonó al pisarla.
A Francine el mismo vuelco del corazón lo dio su cabeza que giró más de
noventa grados, sus piernas no sabían si ir por la derecha o por la izquierda,
pero, aunque a trompicones salieron, en dos segundos del hueco del banco.
Entre gritos chillidos y suspiros se dieron un abrazo interminable seguido de
mil besos también interminables. Cuando se calmaron, empezaron con la risa
también interminable.
—Cariño, ¿tú crees que tenemos la edad que nos indica el DNI?
—Qué va, estará equivocada la edad, porque esto solo lo hacen niñas de
catorce o quince.
—Vamos a dejar la maleta a la habitación y nos cambiamos para dar un
paseíto antes de comer.
—Espera un segundo, antes tengo que pedirle disculpas a mi corazón, que le
he reñido pensando que se había equivocado y, como casi 407
Alma Retsem Klol
siempre, se equivoca menos que yo. Perdóname, cariño, no te habías vuelto
loco, mua, te quiero. Pobrecito, él te ha reconocido aunque hayas venido con el
coche de Alberto.
Después de presentarse en recepción dejaron la maleta en su cuarto y se
pusieron ropa deportiva. Volvieron para informarse de las peque-
ñas rutas que podrían hacer.
—Hola, señora Dolores, ¿podría indicarnos alguna ruta bonita y que nos
permitiera llegar antes de las tres a comer?
—Tranquilas, que rutas pequeñas hay muchas y bonitas.
Les entregó dos folletos con las rutas bien destacadas y salió a la calle para
orientarlas mejor. Delante de la casa, cuando Dolores les iba a indicar, vio que se
acercaba un coche y esperó unos segundos hasta que lo reconoció.
—Venga señor Torcuato, que no tenemos todo el día.
—Vengo aquí a relajarme… es que los dueños en todas partes son iguales.
Después de saludarse y hechas las presentaciones el señor Torcuato les
aconsejó varias rutas para los dos días que ellas tenían habitación.
—Todas estas son preciosas, pero si dicen que mañana tienen todo el día para
hacer una bonita excursión no se pueden perder la Gruta del Lobo y mucho
menos la Roca de los Cuatro Vientos, a la que estoy convencido de que volverán
algún día.
—Señor Torcuato, piense que nosotras no somos muy buenas excur-sionistas
y menos montañeras.
—Más bien somos urbanitas, y muy urbanitas…
—No te de vergüenza, Patricia, dilo, urbanitas de sofá.
—¡Ja, ja, ja! estén tranquilas el primer paso para superar una enfermedad es
el reconocimiento y lo acaban de hacer.
—Torcuato, en las enfermedades crónicas el primer paso también es el
reconocimiento.
—Por supuesto, y más que las otras, aunque esto de urbanitas de sofá, no
llega ni a enfermedad, podríamos decir que es un trastorno temporal.
—Qué bien que no sea una enfermedad.
—Última pregunta, Torcuato, ¿no será demasiado fuerte para nosotras la
Roca de los Cuatro Vientos?
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—No voy a engañarlas, dadas sus cualidades montañeras, les podría resultar
un poco excesivo, pero se puede reducir casi a la mitad si cogen el coche y bajan
a la carretera en dirección a Bolandas del Monte. Si lo deciden se lo contaré
después. Desde donde estamos hay unas cinco horas andando tranquilamente,
comen en la Roca de los Cuatro Vientos y mejor que no bajen más tarde de las
dos y media, pero tampoco tengan miedo, porque una vez en la pista, en caso de
que empezara a oscurecer ya no se pueden perder.
—¿A qué hora tendríamos que salir según usted?
—Si salen a las siete, ningún problema de tiempo, incluso a las ocho, pero
más tarde no se lo aconsejo. Escuchen un minuto más, ahora voy a decirles algo
que pueden hacer y que, aparte de pasarlo bien, no olvidarán en su vida. Yo cada
año lo hago dos o tres veces y cada vez des-cubro algo nuevo.
—Torcuato, que somos primerizas en el mundo de la naturaleza.
—Tranquilas, chicas, todos somos primerizos en cada día que nos da la vida.
—Es muy filosófico, pero bueno, cuéntenos esto que hace dos o tres veces al
año tan fascinante.
—Lo que hago es muy sencillo, lo fascinante es el resultado. Abre-viando,
que es gerundio, porque si me dan mucha cuerda no podrán dar un paseíto antes
de comer. Cojo mi mochila, la grande, pongo todo lo que quiero comer por la
noche y el desayuno del día siguiente, dejo el coche aquí mismo, a veces solo
llevo comida fría, otras veces me la caliento con un camping gas y también
utilizo termos, todo depende del sentido culinario que quiera, el resto de la
mochila es para ropa según la época, un impermeable siempre, después el saco
de dormir y si es un día de invierno que puede resultar muy frío alguna vez he
utilizado una tienda de estas pequeñas. Esto es todo. Verán que lo fascinante es
pasar la noche en absoluto silencio, soledad, calma, paz y el amor llega pronto.
Lo último y muy importante, en esta época que aún hace calor no se olviden de
un repelente de mosquitos.
—De verdad que nos ha dejado con la boca abierta, lo malo es que no
estamos preparadas y no me refiero a la parte de esfuerzo físico sino material.
No tenemos absolutamente nada, ni mochilas grandes, ni sacos, nada.
409
Alma Retsem Klol
—¿Les gustaría hacer esto que os he dicho, esta noche o mañana por la
noche?
Las dos se miraron con entusiasmo y una media sonrisa. Torcuato no
necesitó que dijeran sí y llamó a Dolores desde allí mismo donde estaban.
Asomando por la puerta apareció la mujer.
—¿Qué?, ¿me habéis llamado?
—Sí, guapa, ven, necesitamos tus servicios.
—Espera dos minutos que tengo dos ollas en la cocina, ahora vengo.
Torcuato iba contando cosas relacionadas con la Roca de los Cuatro Vientos
hasta que apareció Dolores.
—Torcuato no te pases con las señoritas, a ver si tendremos que buscarlas
por el monte esta noche. Vosotros diréis.
Habló Francine que era quién había hecho los tratos de la habitación con
Dolores.
—Mire, Dolores, antes de nada queremos saber si en lugar de dos noches
podemos pasar tres porque a la Roca de los Cuatro Vientos queremos ir mañana,
o sea, pasar la noche mañana y como seguramente el viernes estaremos cansadas
nos iremos el sábado por la mañana o después de comer, eso sobre la marcha.
Patricia asentía con la cabeza.
—Habitación tengo, lo único que puede pasar es que os tuvierais que
cambiar a otra que sería un poco más pequeña, pero está bien no os preocupéis.
Torcuato tomó la palabra dirigiéndose a Dolores.
—Yo me he comprometido con ellas que mañana al mediodía tendrán todo el
material que les haga falta.
—Torcuato, lo único que necesitarán es una mochila grande, aunque si no la
tienes también se apañaran con la mediana y una pequeña. La grande la dejé ayer
a dos chicos y no sé cuándo me la devolverán.
—Yo tengo mi mochila grande en el coche, voy a buscarla.
Dolores se las llevó a un pequeño almacén donde abrió dos grandes armarios
repletos de material, ropa, calzado, de todo.
Torcuato dejó su mochila allí y les dijo que cuanto terminaran la excursión se
la entregaran a Dolores que él ya la recogería, ellas le dieron las gracias y les dio
el último consejo.
410
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Si cogen botas o otras zapatillas, lleven también las suyas porque si les
hicieran daño lo pasarán mal, y los pies casi que son tan importantes como la
cabeza.
—Chicos, tengo que ir a la cocina que se está haciendo tarde, ¿por qué no las
ayudas tú y así dejáis las mochilas preparadas?, solo les faltará la comida que se
quieran llevar. Cuando hayáis terminado, cierras y me traes la llave.
—Torcuato, nos sabe mal que le estemos estropeando esta mañana tan
bonita.
—Son tan bonitas como esta mañana, o sea que están en paz conmigo. Si nos
damos prisa aún les acompañaré a la Cascada del Elefante y en hora y media
estaréis de vuelta para comer, yo seguiré hasta las tres cascadas dónde me
comeré un suculento bocadillo con una cervecita y con mucha suerte igual veo
algún cangrejo, que hay pocos.
* * *
Jueves último de septiembre, Roca de los Cuatro Vientos.
A las dos montañeras les faltaban menos de cien metros para llegar a la cima.
Sus pies, poco acostumbrados a las caminatas largas, empezaban a resentirse,
igual que todas sus articulaciones.
De pronto Francine se puso a correr dando voces.
—Corre, Patricia, corre, ¿no lo ves? El sol que se va, corre.
Apenas sin aliento llegaron a la cima.
Patricia en aquel momento llevaba la mochila grande y solo veía que
oscurecía tanto que se perdería despedir el sol desde la cima. El cuerpo de
Francine ya sobresalía de la pared rocosa y miraba al horizonte. Primero se
dirigió a Patricia:
—Jo, cariño, no puedes perderte despedir el sol un día como hoy desde un
lugar inolvidable.
Después avanzó unos metros hasta el llano de la cumbre, se arrodilló hacia
poniente y con los brazos extendidos hacia norte y sur imploró.
—¡OH! sol de vida, ¡OH! sol de amor, te invoco para que retrocedas y
vuelvas a brillar, no dejes que esta pobre desdichada que aún no ha llegado a la
cima se vaya hoy a dormir sin verte brillar. Brilla, sol de vida, brilla, sol de amor.
Brilla, brilla, brilla para mi amiga del alma.
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Alma Retsem Klol
Patricia corrió los últimos metros emocionada porque veía como el sol volvía
a brillar. Llegó hasta Francine que aún permanecía de rodillas, los brazos en cruz
y los ojos cerrados. Los abrió y dio gracias.
—Gracias, gracias, gracias sol de vida y de amor por cumplir mi sue-
ño y el de esta pobre infeliz.
La nube acababa de destapar por completo al astro que brillaba con toda su
intensidad y estaba a punto de posarse como una mariposa encima del horizonte.
Se cogieron de la mano y empezaron a correr hasta cerca del precipicio sin
parar de reír con todas sus fuerzas. Se sentaron y vieron como el astro iba
desapareciendo por detrás de las lejanas montañas. Agitan-do el brazo y la mano
decían:
—Adiós sol de vida, adiós sol de amor, vuelve pronto. Gracias, gracias.
Las dos en un precioso silencio y contemplación hacia el punto del horizonte
en que el sol las había abandonado parecían no querer romper aquel momento.
El chillido de dos águilas que pasaron junto a ellas las asustó y volvieron en sí.
—Francine tengo sed, te parece si nos tomamos dos cervecitas y nos
fumamos un cigarrillo.
—Sí, cariño, pero antes, levántate que invocaremos a los cuatro vientos.
—No me asustes, me entra miedo de pensar que voy a pasar la noche con
una bruja.
—Qué, tonta, venga vamos que te voy a convertir en bruja y así no tendrás
miedo, tendrás poderes.
Entre risas Francine la llevó al centro de la mole rocosa. Una al lado de la
otra cogidas de la mano con los brazos en cruz y mirando al norte.
—Viento del norte, te invoco para que nos ofrezcas tu brisa sobre nuestra
piel y nos acompañes en esta noche con tus armoniosos silbidos.
Después hicieron lo mismo frente a los otros tres puntos cardinales.
—Ahora lo que tú quieras, Patricia.
—Por fin, la cervecita, el cigarrillo con las brisas de los cuatro vientos, ¡Oh,
qué maravilla!
Sentadas al lado de las mochilas se tomaron las cervezas y se tumbaron
apoyando las cabezas en los sacos de dormir fumándose un cigarrillo.
412
Haré que jamás puedas vivir sin mí
Después de un pequeño silencio, Patricia hizo dos sonidos gutura-les que
alertaron a Francine.
—Ejem, ejem. ¡Uy, prepárate, Francine! —dijo—. Limpieza de garganta.
—Ja, ja, ja, eres como un zorro, me conoces todos los gestos, sonidos,
miradas, ademanes, etcétera, etcétera, pero me da igual. Prepára-te porque hoy
no bajamos de la Roca de los Cuatro Vientos sin que te haya preguntado todo.
Hasta ahora solo hemos hablando de planes de futuro y dos pinceladitas de
nuestro pasado inmediato.
Francine le cogió la mano y la puso entre las dos suyas encima de su vientre.
—Cariño, estoy un poco rarilla cuando voy a ese pasado inmediato que
dices, pero no me iré de esta cima sin desembuchar todo, todo y todo lo que tú
quieras y más. Espero que no hayas pensado en algún momento que no te dijera
algo mío por personal e íntimo que sea.
—No me digas eso, cariño. —Se pusieron de costado y se abrazaron.
—Haremos una cosa, Patricia, a partir de ahora hablaré hasta que decidamos
comer, después continuaré hasta que el sueño nos venza, y si queda algo, mañana
después de haber visto la salida del sol.
—Empieza ya y no te enrolles tanto, brujita, mua.
Encendieron otro cigarrillo y Francine comenzó.
—Primero el tema que más nos preocupa, principalmente a mí: la policía.
¿Sabes que la semana pasada tuve noticias de Canelón? Te cuento, acababa de
entrar en casa y llamaron a la puerta, fui a abrir y encontré una carta que habían
tirado por debajo, abrí y no había nadie, cerré y leí la carta.
Hola, Francine:
Soy Canelón, estoy delante de tu casa, mira sin mover las cortinas, cuando
me hayas reconocido mueves la cortina, abres y cierras, mi saludo será rascarme
la cabeza, después me marcharé y acabas de leer la carta tranquilamente. No
podemos bajar la guardia porqué la policía está investigando, pero creo que de
momento no han encontrado nada.
Si todo continua como es de esperar dentro de un mes aproximada-413
Alma Retsem Klol
mente te traeré tu parte, al final, como todo salió bien, decidimos que lo que
tú habías pagado lo repartiríamos entre todos o sea que nos quedamos con
cuarenta y cuatro millones cuatrocientas mil pelas. Espero que durante el mes de
octubre no estés ninguna noche fuera de tu casa porque pasaré sin ningún aviso
telefónico.
Un abrazo Norma Duval de parte de Roberto Alcázar y Pedrín.
Ahora me quemas y me hechas por el retrete.
—Me gustaría verlos a todos.
—Sobre todo a Pedrín, zorrilla.
—No me hagas hablar que…
—Eso, continúo, el mes que viene no te vayas de viaje muchos días, que lo
de menear dinero de aquí para allá espero que se haya terminado, te tocan
veintidós millones.
Patricia iba a interrumpirla.
—Por favor, Patricia, pensaba que te había quedado claro, primero, te dije
que yo no quería absolutamente nada, y aún gano algo, segundo, sin ti jamás me
hubiera atrevido, y tercero y último, ya hablamos de esto, o sea, cogerás el
dinero y si no lo quieres lo tiras, tú misma.
—Por favor, cariño, no te enfades, cogeré el dinero.
Se dedicaron una sonrisa y Francine continuó.
—Me he dejado una cosa de la carta, dijo que no podría afirmarlo con toda
seguridad pero que ha tenido la sensación de que le han seguido algunos días.
«Ojalá hayan sido falsas intuiciones mías» dice. Por eso es que no podemos
bajar la guardia, sobre todo en los contactos telefónicos. También había alguna
cosa más en la carta que no lo recuerdo exactamente, pero lo más importante es
lo que te he dicho. Digamos que la parte más difícil para mí es la policial que, de
momento, va bien, esperemos que acabe así.
—Claro que sí, tiene que acabar así.
Patricia le hizo caricias y Francine continuó.
—Ahora te voy a hablar solamente de mí, tú hazme las preguntas que
quieras, venga, empieza.
—Joder tía, las tenía más o menos ordenadas en mi cabeza pero ahora no sé
por cual empezar.
—Pues por la primera, venga, espabila.
—¿Volverías a hacer lo que has hecho?
414
Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Vamos bien. Diría que esta es la última pregunta, según las ordenaría yo,
aunque pensándolo conscientemente podría ser la pregunta clave así que te voy a
contestar.
—De hecho esta pregunta la dejaba para el final, pero dándome prisas me
has puesto nerviosa.
—Te la voy a contestar filosóficamente: las personas que intentamos vivir
nuestra vida nunca repetimos las cosas aunque a los ojos de los demás sean las
mismas, te explico, no sé qué escritor, filósofo, poeta o sabio dijo que jamás
puedes bañarte dos veces en el mismo río, porque jamás encuentras la misma
agua. Las personas que viven la vida, digamos, normalmente, o sea con las
reglas establecidas por la sociedad que tenemos, siempre se bañan en el mismo
río, un poco aburridito ¿no?, pero bueno no vamos a profundizar mucho porque
podríamos pasar-nos media vida aquí en la Roca de los Cuatro Vientos y la
filosofía hay que ponerla en práctica, ¿me entiendes, verdad?
—Más o menos, yo debo ser de las que se baña en el mismo río siempre. Ja,
ja, ja.
—Tú no eres de esas, tonta, lo que pasa que aún no te has dado cuenta.
Continúo. Sin filosofía ya tendremos tiempo para debatir las dos. No volvería a
hacer lo que he hecho porque entre otras cosas, la venganza no te hace sentir
mejor, pero lo hecho, hecho está. Lo que no tengo claro del todo y posiblemente
ni puedo decir con certeza es que no lo haría, porque ya lo he hecho, la verdad es
que tampoco me quiero en-gañar a mí misma porque cuando me sale la vena
guerrera el odio aflora y no quiero pensar, pero pienso que me quedé corta. El
otro día estaba viendo la tele y una escritora decía algo que me hizo mucha
gracia, quizás no sea una comparación muy equitativa, pero en algo se parece,
decía: con la edad llegas a apreciar mucho más una simple caricia, mirada, una
atención, más que un buen polvo, pero claro, eso igual lo ves así cuando te has
hinchado de follar. Volviendo a la pregunta, no lo volvería a hacer. También te
digo que Óscar me ha ayudado muchísimo, lo he pasado bastante mal hasta no
hace mucho, las primeras noches pasé terror, terror, llegué a pensar que me
volvía loca.
Patricia la interrumpió:
—Me siento mal por que no me llamaras.
Patricia se había puesto muy triste.
415
Alma Retsem Klol
—Por favor, cariño, no estés triste. Por el otro miedo que no es de tanto
terror no te llamé. Si no he tenido, incluso en horas tempestivas, el móvil en la
mano viendo tu nombre veinte veces y a punto de llamarte no lo he tenido
ninguna, no te sientas triste, después de mí eres la persona más querida de mi
vida, esto no se te debe olvidar.
Patricia le cogió las manos y las puso una en cada una de sus mejillas y las
iba llenando de besos, caricias y lágrimas que brotaban del corazón. Después de
un largo silencio que hablaba de paz y amor comenzó el sonido de sus fosas
nasales desbordadas por los ríos acuosos de sus lágrimas dulces.
Se miraron a los ojos y empezaron a reír mientras Francine se pelea-ba con
un paquete de pañuelos que intentaba abrir.
—Toma, tonta, suénate.
Ya restablecidas se dieron un beso en los labios alargando otro silencio que
fue el estímulo para que Francine retomara el discurso.
—Pues eso, lo he pasado muy mal, con unos sueños y sobre todo pesadillas
que siempre me preguntaré si eran sueños o realidades y unos ataques de pánico
tales que me he visto internada en un psiquiá-
trico. Si no hubiera tenido a Óscar te hubiera llamado estas veinte veces que
te he dicho, y en esto, sí te digo que tú no me hubieras podido ayudar como
Óscar, que ya sabes que se mueve por esos mundillos espiri-tuales que dice él.
La verdad es que creo que lo estoy superando. Sabes que a mí, igual que a ti,
nunca me han interesado esas cosas.
—Ya me has demostrado que estás muy a gustito en este «mundillo»
con tus invocaciones al sol, que encima te ha obedecido, y a los cuatro
vientos.
—Ja, ja, ja, qué tontica. También he ido a un psicoanalista, aún voy, he ido a
una sanadora, a una vidente y a alguna que otra terapia de grupo… sí, sí, las
terapias del mundillo este de Óscar. Ahora mismo estoy aprendiendo a meditar,
espero que un día quieras acompañarme a alguna clase. Cuando se lo conté al
psicoanalista me dijo que muy bien, que era algo que me ayudaría un poco,
bastante o mucho, pero que en ningún caso podría perjudicarme.
—¿A todos les has contado tu historia?
—Solo al psicoanalista, y no se la conté ni el primer día ni el segundo,
también le hablé de ti, por supuesto. Me dijo que te contara todas y cada 416
Haré que jamás puedas vivir sin mí
una de las pesadillas, que no hay que dejar al cerebro a sus anchas, que se le
va la olla.
—Ja, ja, ja, pienso cómo debe estar el mío.
—Aparte de las pesadillas también está mi conciencia, y ¿sabes qué pienso?,
que tampoco puedo dejarla a sus anchas, aunque con ella debo ser más sutil, la
tengo que tratar con mucha delicadeza y escucharla de verdad y en absoluto
silencio, aún así, le cuesta mucho darme la razón, diría que con la meditación, se
acerca un poco más a mí, creo que llegaremos a entendernos, qué remedio nos
queda.
—¿Sabes qué hora es, Francine?
—No tengo ni idea, igual son las dos, hace rato que estamos con la luz de las
estrellas. ¡OOOH! ¿Has visto, Patricia?
—Qué preciosa… Además he pedido un deseo al instante, que no quepa
duda de que se cumplirá.
—Pues yo voy a pedirlo ahora, una cosa, en tu deseo. ¿Estoy yo? Perfecto,
pues el mío es que antes de un mes estemos aquí los cuatro.
—Estupendo, este hubiera sido mi segundo deseo, pero como solo se puede
pedir uno. Nena, tengo frío, tengo hambre, tengo sueño y tengo ganas de que
acabes de contarme una o dos pesadillas, recuerda que te lo ha dicho el «psico».
—No te rías tonta, no me has dicho la hora.
—Las dos de la madrugada.
—¡Anda ya!
—Tienes razón, faltan diez minutos. Una cosa, cariño, mientras me cuentas
voy preparando la cena, hacemos otra cervecita y unos saladi-tos, ¿vale?
—¡Vale! Qué haría sin ti.
Se tomaron la cerveza los cacahuetes y alguna cosita más como era el surtido
de ibéricos.
—Francine, un poquito de pan.
—Pan, otra cerveza, la ensalada y el estofado de filete de ciervo con
verduritas y guisantes a continuación con la botella de Ribera del Due-ro que nos
beberemos entera. Venga que lo prepararemos entre las dos.
A las tres y media de la madrugada acabaron de tomarse el café y pasaron a
su inseparable Chivas para los eventos. Patricia iba a recogerlo todo para
tomarse el whisky y fumarse el cigarrillo tranquilamente.
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Alma Retsem Klol
—Estate quieta, niña, coge los vasos y la botella de agua que yo cojo los
sacos y ropa que nos haga de almohada.
Colocaron los sacos para poner los pies hacia el este y así poder ver el sol al
salir, cosa que ellas mismas dudaban. No se tumbaron por miedo a quedarse
fritas. Francine dio un buen trago seguido de una buena calada.
—Aguanta un poquito, que será corto, después de mi último relato jamás
volveremos a hablar de esto, como si no hubiera existido.
—Sabes, estaba pensando hace un rato en lo que acabas de decir.
—Diría que se acerca algún mosquito, voy a buscar el protector.
—No, déjame a mí, así me despierto un poco.
Cuando volvió a los sacos no encontró a Francine en su sitio.
—Francine, Francine…
—Xisst, escucha miedica —xirrittx, sonaba el chorrillo.
—Ja, ja, ja, toma, haré lo mismo.
—Date prisa que creo que me ha picado un mosquito en el culo.
—Te lo mereces por asustarme.
Sentadas en los sacos, meadas y untadas con el protector de mosquitos
Francine daba el punto final.
—La primera pesadilla que me dejó aterrada fue verme acorralada en un
pasadizo entre el padre y el hijo, los dos con una sonrisa burlona, psicópata y tan
maliciosa, como provocadora. Si me esfuerzo un poco los veo con toda claridad;
él tiene la edad de ahora, el padre tiene la cara de cuando yo era jovencito,
cuando pasó. Se van acercando mientras yo estoy inmóvil e incapaz de hablar o
gritar, pero no creo que pueda estar más aterrada. He tenido otros sueños
parecidos a este. Evidentemente, el terror es el mismo. El otro, la otra pesadilla
es la boda, donde estoy con él ante el cura o el juez, esto no me queda claro, pero
sí la boda.
Detrás veo invitados, estamos de pie mirando al frente y en el momento en
que nos giramos uno cara al otro su parte derecha de la cabeza está
completamente abierta, su sonrisa y su mirada son inexpresivas, cuando me doy
cuenta me retiro un poco y él me coge del brazo y con la otra mano me da un
navajazo, que es cuando me despierto con las dos manos en el cuello y gritando
como si me hubiera degollado. Es tan real que me cuesta volver en sí, y lo hago
muy lentamente, es como si lo tuviera allí en la habitación.
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Haré que jamás puedas vivir sin mí
—Tenía una última pregunta, y ahora mismo no la recuerdo.
—La sueltas ahora o callarás para siempre.
—Te haré otra y después callaré para siempre.
—¡Huaaa!, la última porqué otra no la aguantaré.
—¿Crees que hubiera sido mejor que le hubieras dicho todo lo que te habían
hecho él y su padre y descargarle todo tu odio en su puta cara y después
largarnos, evidentemente con la ayuda de Canelón y sus compinches, no me
refería tú sola cara a cara con él.
—Joder, tía, cómo puedes ser tan lista, esta sí que no me la esperaba,
¿sabes que el psicoanalista me dijo algo muy parecido? La otra pregunta es
que no sabemos si el final hubiera sido el mismo.
—Claro.
—Como este cielo que es tan claro como oscuro. ¿Te parece si ponemos
punto y aparte en nuestras vidas?
Se abrazaron y a los cinco minutos se rompía el silencio por los silbidos de
los cuatro vientos y de sus ronquidos.
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