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Ramsés II

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El antiguo Egipto vivió su último periodo de


esplendor gracias a un faraón que, según
todos los indicios, poseyó singulares
cualidades como militar, diplomático y
gobernante: Ramsés II, justamente llamado el
Grande. Después de sus victorias contra los
hititas, que le permitieron consolidar sus
dominios en Palestina y Siria y con ello la
frontera oriental, el dilatado reinado de
Ramsés II (aproximadamente entre 1301 y
1237 a.C.) fue una etapa de paz y prosperidad
que tendría su reflejo en portentosas
realizaciones arquitectónicas; los templos de
Abu Simbel y la sala hipóstila de Karnak
figuran entre las muchas joyas de su legado.
Estatua de Ramsés II en el templo de Lúxor

Nieto de Ramsés I e hijo de Seti I, se cree que


Ramsés II no había sido el primogénito del
faraón, sino que tenía un hermano mayor
cuyo nombre no ha perdurado. En cualquier
caso, Seti I quiso asegurarse en vida su
sucesión designándolo heredero y
vinculándolo al poder en calidad de
corregente. Al joven príncipe Ramsés le fue
otorgado un palacio real y un importante
harén, y debió de acompañar a Seti I en las
campañas militares emprendidas para sofocar
las rebeliones en Palestina y Siria. También
secundó a su padre en la guerra contra los
hititas que habían ocupado los territorios de
Siria.
De modo que, cuando en el año 1301 a.C.
llegó al trono, Ramsés poseía ya una vasta
experiencia militar, a pesar de su extrema
juventud. En la ceremonia de coronación,
además de recibir el cetro y el látigo (las
insignias sagradas destinadas a introducirle en
el rango de los grandes dioses), le fueron
otorgados cuatro nombres: «toro potente
armado de la justicia», «defensor de Egipto»,
«rico en años y en victorias» y «elegido de
Ra». A partir de ese momento su vida fue la
de un rey-dios, hijo de dioses, objeto de culto
y adoración general. Fue un faraón tan
absoluto como su padre y llegó a identificarse
con Dios más que los gobernantes anteriores;
la distancia que lo separaba del pueblo era
aún mayor que la del antiguo faraón Keops.
Ramsés II comenzó su reinado con el traslado
de la capital desde Tebas hasta Tanis, en el
delta, a fin de situar la residencia real cerca
del punto de mayor peligro para el imperio, la
frontera con Asia. La primera de sus
campañas militares tuvo como objeto someter
Palestina, a fin de obtener una base de
operaciones que le permitiera invadir Siria, tal
como había hecho su padre con dudoso éxito.
Ramsés II en la batalla de Kadesh

Al año siguiente, los hititas allí instalados le


dejaron avanzar hasta el río Orontes, a los
pies de las murallas de Kadesh, donde fue
cercado por el ejército enemigo. Creyendo
haber ganado la batalla, los hititas intentaron
el asalto al fortín del faraón para repartírselo.
En medio de la confusión, Ramsés cargó
contra ellos y transformó la derrota en una
relativa victoria. Su hazaña en Kadesh (1300
a.C.) se cantó en una de las muestras más
brillantes de la poesía épica egipcia: el Poema de
Kadesh, profusamente grabado en los templos.
El faraón necesitó al menos otras tres
campañas para aplastar los sucesivos conatos
de rebelión y consolidar su poder en Palestina,
hasta que en 1294 a.C. se enfrentó de nuevo
a los hititas y les arrebató las ciudades sirias
de Tunip y Qatna. Sin posibilidades reales de
ampliar sus dominios, en el año 1278 a. C.
Ramsés II firmó un tratado de paz, el primero
del que se tiene noticia histórica, con el rey
hitita Hattusil. Dicho tratado se vio reforzado
merced a los sucesivos matrimonios de
Ramsés con dos hijas del rey.

Templo de Ramsés II en Abu Simbel

Consolidadas las relaciones entre ambos


imperios y apaciguados los problemas de
fronteras, la gestión de Ramsés dio a su
reinado la imagen de esplendor legada a la
posteridad. Dada la prosperidad del país, se
supone que fue un administrador competente
y un rey popular: su nombre se encuentra en
todos los monumentos de Egipto y Nubia. Su
instinto lo llevó a convertirse en el «rey
constructor» por excelencia: engrandeció
Tebas, completó el templo funerario de Lúxor,
erigió el Ramesseum, terminó la sala hipóstila
de Karnak, hizo importantes reformas en el
templo de Amenofis III y mandó excavar en
roca los impresionantes templos de Ramsés II
y de Nefertari en Abu Simbel.
El soberano contrajo matrimonio en varias
ocasiones. Su primera esposa y quizá la
favorita fue Nefertari, que murió
tempranamente. Otras reinas fueron Isinofre,
que le dio cuatro hijos (entre ellos Merenpta,
el sucesor), y las princesas hititas Merytamun
y Matnefrure. Al igual que otros faraones,
poseía además un vasto harén, y se dice que
en su larga vida llegó a tener más de cien
hijos.
A su reinado corresponde, según sostienen
algunos historiadores, el primer «éxodo» de
los judíos. Ramsés II el Grande tuvo, por otra
parte, un destino extraño: su existencia fue
tan larga que sobrevivió a muchos de sus
descendientes, entre ellos a su hijo favorito
Khaem-uaset, reputado mago y gran
sacerdote de Ptah. Al parecer, murió casi
centenario; su momia, descubierta en 1881,
es en efecto la de un hombre viejo, de cara
alargada y nariz prominente. Fue sin duda el
último gran faraón, ya que sus sucesores,
Merenpta y Ramsés III, se vieron obligados a
llevar una política defensiva para mantener la
soberanía en Palestina; posteriormente, la
decadencia interna habría de terminar con el
poder de Egipto más allá de sus fronteras.

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