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¡Hola, querida Amelia! ¡Pero estás aquí, solita, el día de Nochebuena, como una pobre solterona!

Me da pena verte sola, completamente sola, en un café, la víspera de Navidad. Esto me produce
tanto disgusto como una vez que vi en París una boda en un restaurante; la novia leía un
periódico festivo, mientras el novio jugaba al billar con los testigos.

¡Oh! –pensé-. Con semejante principio, ¡qué marcha llevarán y qué final les espera!

El novio, jugando al billar la tarde de la boda. Y la novia, leyendo un periódico festivo.


¿Comprendes? ¡No era eso, precisamente, lo que debían hacer! Voy a decirte una cosa, Amelia.
Ahora creo que habrías hecho muy bien en conservarle. Yo fui la primera que te dije: ¡Perdónale!
¿Te acuerdas? Ahora podrías estar casada y tener tu casita. ¿Te acuerdas de las últimas
navidades, qué feliz fuiste pasándolas en el campo en casa de los padres de tu prometido? ¡Cómo
gustabas de la felicidad del hogar! Casi llegaste a tener ganas de dejar el teatro. ¡Oh sí, Amelia,
créeme! La casa es lo mejor que hay –después del teatro, claro- y los hijos, ¿ves? ¡Ah, no! ¡Tú no
comprendes estas cosas!

Mira lo que le compré a mis pimpollos. ¡Mírala!

Es para Luisa. ¿Ves? Cierra los ojos y vuelve la cabeza. ¿Eh, qué tal? Y esta pistola, para Maïa.

Pero ¿tienes miedo? ¿Has creído que quería matarte? ¿Eh? ¡Palabra que creo que lo has pensado!
Si fueras tú quien me quisiera matar a mí, me extrañaría menos, pues al fin y al cabo, soy yo
quien se ha atravesado en tu camino, y sé que no puedes olvidarlo, a pesar de que, por mi parte,
soy por completo inocente. Tú crees aún que mis intrigas te han alejado del Gran

Teatro; pero yo no he intrigado. ¡No, no! Te lo aseguro. ¡Nada he hecho contra ti! Pero ¿a qué
decirte nada, si tú crees que soy yo?...

¡Estas son para mi marido! Con tulipanes bordados por mí. Yo detesto los tulipanes; pero él los
adora, no puede vivir sin ellos.
¡Mira qué Piececitos tiene Bob! ¡Y si vieras qué andares tan elegantes! Tú no le has visto nunca
en zapatillas.

¡Mira, mira!

Y cuando se enfada patalea así: « ¡Estas condenadas, que no aprenderán jamás a hacer bien el
café! ¡Oh! ¡Y no han cortado como es debido la mecha de la lámpara! »

Luego, es la corriente de aire que sube del suelo y le enfría los pies. « ¡Dios mío, qué frío hace, y
esas idiotas que no cuidan bien la estufa! » (Frota las zapatillas, restregando la suela de una
contra el empeine de la otra.)

Luego, al llegar a casa, busca sus zapatillas que la criada ha metido debajo del armario... Bueno;
que no está bien burlarse así del marido. Después de todo es muy gentil y está muy bien en su
papel de marido. A ti te hacía falta un marido así, Amelia. ¿Por qué te ríes? ¿Qué? ¿Qué?
¡Además sé que me es fiel, sí, lo sé! Él mismo me lo ha contado... ¿De qué te burlas? Cuando
estuve en mi tour por Noruega, esa apestosa de Federica trató de seducirle. ¡Figúrate qué
infamia!

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