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DIOS
La oración auténtica es un asunto peligroso, pero correr ese riesgo es la mejor
manera de conocer nuestros verdaderos deseos y el sentir de Dios.
Cuando vamos a los Salmos, algo que resulta evidente es la honestidad casi
temeraria de las oraciones. A diferencia de los salmistas hebreos, la mayoría de
los pueblos antiguos se acercaban a sus dioses con ansiedad y respeto, porque sus
deidades eran seres cambiantes y caprichosos. Si querían tener una cosecha
abundante, el parto sin complicaciones de un bebé, o la protección de sus
enemigos, oraban y hacían sacrificios, pero nunca había ningún razonamiento del
amor y la fidelidad divina en los cuales confiar. La esperanza no era nada segura
(Vea 1 Reyes 18.20-29).
Puede parecer paradójico insistir en la necesidad de desear fe; pero tal vez no nos
corresponda a nosotros entender cómo orar antes de hacerlo. Más bien, como
vemos en los Salmos, tal vez debamos orar sinceramente y luego confiar en que
los deseos con que llegamos, no serán siempre los deseos con los cuales
terminaremos. “Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de
tu corazón" (37.4).
Las oraciones cautelosas nunca ponen a prueba la fortaleza de nuestra fe, sin
embargo, las oraciones valientes sí. Si Dios se pareciera a las deidades
malhumoradas e impredecibles de antaño, oraríamos diciendo lo que pensamos
que Él quiere escuchar. Pero puesto que Dios es tan misericordioso como dice la
Biblia —lo suficiente para hacer de su Hijo nuestro compasivo Sumo Sacerdote
que recibe todas nuestras oraciones (incluso las egoístas)— entonces si pedimos
pan, ¿esperaremos recibir una piedra? (Vea Mt 7.9).
Orar por los deseos de nuestro corazón deja al descubierto nuestras infidelidades.
Pero, como nos enseñan los Salmos —y como lo declara el evangelio— Dios es
misericordioso con nosotros y recibe con interés nuestras oraciones tal como son.
Y por medio de ellas, Él hará de nosotros lo que debemos ser.