Está en la página 1de 5

SINCEROS CON

DIOS
La oración auténtica es un asunto peligroso, pero correr ese riesgo es la mejor
manera de conocer nuestros verdaderos deseos y el sentir de Dios.

En la novela The Handmaid’s Tale (El cuento de la criada), Margaret Atwood


pinta una imagen inquietante de un mundo donde la libertad humana ha sido casi
abolida. Después de que se establece un régimen totalitario en la ficticia ciudad
de Gilead, se elige una casta especial de mujeres conocidas como “criadas” con
el propósito de dar a luz niños para familias ricas e influyentes. Pero a los
esposos se les prohíbe involucrarse románticamente con sus criadas.

Uno de ellos, conocido como el Comandante, invita secretamente a su criada,


Offred, a su casa para hablarle de una manera prohibida por su estricta sociedad.
“Debe querer algo de mí”, piensa ella. “Tener necesidad de algo es una debilidad.
Es esta debilidad, cualquiera que ella sea, lo que me tienta. Es como una pequeña
grieta en una pared, hasta ahora impenetrable . . . Quiero saber lo que él
necesita”. Por su petición (y por el riesgo de que Offred rechace su invitación), el
Comandante ha arriesgado su poder. El deseo lo hace vulnerable.

Porque el Dios de Israel es tierno y fiel, su


pueblo ora de modo diferente. No sienten
ninguna necesidad de disimular sus
palabras.
Y es en este sentido que el libro de Atwood, aunque secular, puede enseñarnos
algo sobre la naturaleza de la debilidad. Ésta es inherente al deseo, y eso es lo
que hace que el deseo sea intimidante —y sin embargo necesario— para nuestra
vida. Algunos de nosotros somos demasiado egocéntricos para reconocer que
tenemos necesidad de Dios. ¿Quién aboga por venir a su presencia para arrancar
con avidez sus favores? ¿No han sido las oraciones más santas las más privadas
de deseos? ¿No es mejor prescindir de largas listas, y orar más bien, diciendo:
“Hágase tu voluntad”?

Dependencia del amor de Dios

Cuando vamos a los Salmos, algo que resulta evidente es la honestidad casi
temeraria de las oraciones. A diferencia de los salmistas hebreos, la mayoría de
los pueblos antiguos se acercaban a sus dioses con ansiedad y respeto, porque sus
deidades eran seres cambiantes y caprichosos. Si querían tener una cosecha
abundante, el parto sin complicaciones de un bebé, o la protección de sus
enemigos, oraban y hacían sacrificios, pero nunca había ningún razonamiento del
amor y la fidelidad divina en los cuales confiar. La esperanza no era nada segura
(Vea 1 Reyes 18.20-29).

Por el contrario, el Dios de los Salmos es “misericordioso y clemente, lento para


la ira, y grande en misericordia” (Sal 103.8). Su amor es grande e invariable, y su
perdón amplio y generoso. “Como el padre se compadece de los hijos, se
compadece Jehová de los que le temen” (v. 13). Porque el Dios de Israel es
bueno y fiel, su pueblo ora de modo diferente. Por ejemplo, no aplacan a Dios
con lisonjas vanas. Por el contrario, expresan abiertamente su enojo a Dios,
hablándole en tono acusador de su aparente ausencia: “¿Por qué estás lejos, oh
Jehová, y te escondes en el tiempo de la tribulación? (10.1). Tampoco fingen ser
buenos cuando sus gargantas están llenas de venganza. “Hija de Babilonia . . .
dichoso el que tomare y estrellare tus niños contra la peña” (137.8, 9). Por otra
parte, a pesar de ser un libro de alabanza y acción de gracias, los salmistas
presentan más lamentos que cualquier otro tipo de oración. Reverencian a Dios,
pero —de manera extraña y sorprendente— su reverencia les da libertad para ser
sinceros.
Como una colección de oraciones y alabanzas que es, el libro de los Salmos es
también una antología de quejas y turbación. En otras palabras, la experiencia
humana se ha infiltrado en el canon sagrado, lo que demuestra que Dios nunca es
sorprendido por nosotros. En su libro Getting Involved With God Rediscovering
the Old Testament (Cómo involucrarse con Dios redescubriendo el Antiguo
Testamento), Ellen F. Davis contrasta los Salmos con los demás libros de la
Biblia. Ella dice: “Todo el resto de la Biblia presenta a Dios hablándonos a
nosotros . . . Solamente los Salmos están formulados con palabras humanas a
Dios”. Como tales, los Salmos ilustran la necesidad que tenemos de entrar en la
presencia de Dios con nuestras oraciones tal cuales son, incluyendo nuestros
deseos: “Señor, delante de ti están todos mis deseos, y mi suspiro no te es oculto”
(38.9). A Dios no lo molesta nuestra condición humana. De hecho, prefiere
cualquier cosa antes que el fingimiento.

Preparación del camino para la alabanza

El deseo es normalmente la expresión más sincera y vulnerable de lo que somos,


y especificar nuestras necesidades, expresar lo que sentimos es una de las
acciones más valientes, especialmente en la presencia de Dios. Examinar
nuestros deseos es sacar de nuestro corazón las intenciones ocultas. Es identificar
el verdadero objeto de nuestros afectos. De esta manera, responder a la
pregunta: ¿Qué quiero? deja al descubierto nuestras contradicciones espirituales.
Porque, por más atemorizante que pueda ser la verdad, muy cerca de la
transparencia está la transformación. “Bienaventurado el hombre . . . en cuyo
espíritu no hay engaño” (32.2).

Puede parecer paradójico insistir en la necesidad de desear fe; pero tal vez no nos
corresponda a nosotros entender cómo orar antes de hacerlo. Más bien, como
vemos en los Salmos, tal vez debamos orar sinceramente y luego confiar en que
los deseos con que llegamos, no serán siempre los deseos con los cuales
terminaremos. “Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de
tu corazón" (37.4).

A Dios no le molesta nuestra condición


humana. De hecho, prefiere cualquier cosa
antes que el fingimiento.
Traer nuestros deseos ante Dios es una manera de expresar necesidad y de ser
vulnerables. Al terminar de orar, nos vamos con la confianza de que nuestra
inteligencia y nuestro trabajo laborioso podrán proporcionarnos lo que nos falta.
En vez de eso, tenemos que aventurarnos completamente a la garantía de la
provisión de Dios. “Algunos confían en carros, y otros en caballos; mas nosotros
en el nombre del SEÑOR nuestro Dios confiaremos” (20.7 LBLA). Dios ayuda a
los indefensos, por tanto tenemos que llegar a estar necesitados para llegar a ser
bienaventurados. Necesitar de Dios puede ser un acto de dependencia, y al
reconocer delante del Él, sin restricciones, nuestras necesidades, anhelos,
confusiones y dolor, nos formamos el hábito de encontrar al Señor. El deseo,
expresado con sinceridad y transformado por el Espíritu, prepara el camino para
la alabanza.

Deseo de valentía para la oración sincera

Las oraciones cautelosas nunca ponen a prueba la fortaleza de nuestra fe, sin
embargo, las oraciones valientes sí. Si Dios se pareciera a las deidades
malhumoradas e impredecibles de antaño, oraríamos diciendo lo que pensamos
que Él quiere escuchar. Pero puesto que Dios es tan misericordioso como dice la
Biblia —lo suficiente para hacer de su Hijo nuestro compasivo Sumo Sacerdote
que recibe todas nuestras oraciones (incluso las egoístas)— entonces si pedimos
pan, ¿esperaremos recibir una piedra? (Vea Mt 7.9).

Orar por los deseos de nuestro corazón deja al descubierto nuestras infidelidades.
Pero, como nos enseñan los Salmos —y como lo declara el evangelio— Dios es
misericordioso con nosotros y recibe con interés nuestras oraciones tal como son.
Y por medio de ellas, Él hará de nosotros lo que debemos ser.

También podría gustarte