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EL RACIOCIONIO, LA AUTOCONCIENCIA Y EL PENSAMIENTO SON HABILIDADES INNATAS QUE SE

USAN DESDE EL MOMENTO DE NACER

El aprendizaje y sus mecanismos siempre han sido objeto de interés a niveles científico y
pedagógico por su trascendencia en el desarrollo del pensamiento, de la conciencia y de la
adquisición o transformación del conocimiento. No deja de ser sorprendente e inquietante las
habilidades cognitivas en etapas tempranas de la vida del ser humano en su relación con el medio
que le rodea y las diversas interacciones con otros seres humano, por lo que es evidente que al
nacer se está de manera innata hábil para el raciocinio, el análisis del yo y el pensamiento.

Los bebés al nacer tienen comprensión y reconocimiento del rostro humano, mediante el sonido y
las imágenes que provienen del ambiente explota la asociabilidad imagen-sonido, distinguen
objetos e inclusive, mantienen un incipiente desarrollo de la lógica, conllevando todo lo anterior a
determinar que el aprendizaje no es caótico en los bebés sino una sinergia entre habilidades
innatas y el desarrollo de estas. El desarrollo cognitivo es posible definirlo como un proceso por el
que un bebé va adquiriendo conocimientos sobre lo que le rodea para desarrollar así su
inteligencia y capacidades. Comienza desde el nacimiento y se prolonga durante la infancia y la
adolescencia.

En las etapas tempranas del nacimiento, los bebés fortalecen dichas capacidades mediante
procesos biológico-cognitivos que involucran actividades tales como enfocar la vista, estirarse,
explorar y también aprenden sobre las cosas que los rodean. Es pues el desarrollo un proceso de
aprendizaje relacionado con la memoria, el lenguaje, el pensamiento y el razonamiento. Aprender
el lenguaje va más allá del solo hecho de balbucear o llamar a los padres. Escuchar, entender y
saber los nombres de personas y cosas son parte del desarrollo del lenguaje. Durante esta etapa,
los bebés también forman lazos de afecto y confianza con sus padres y otras personas como parte
de su desarrollo social y afectivo. La manera en que los padres abrazan, cargan a su bebé o juegan
con él definirá la forma en la que el niño interactuará con ellos y con los demás.

El aprendizaje temprano deja de ser entonces un constructo caprichoso de pedagogos y maestros


toda vez su tangibilidad y eficacia desde que se han desarrollado los diversos estudios del cerebro
del bebé, sus fundamentos neurológicos, así como su potencial. Conforme se incrementa el
avance de la ciencia, se decanta la idea de que hay una proporcionalidad entre el desarrollo
cognitivo y las uniones neurológicas que lo desarrollan, explicada mediante las estimulaciones
recibidas: a mayor estimulación, mayor número de conexiones neuronales y desarrollo cognitivo.
Se sugiere que la edad de mayor experimentación y estimulación se ubica antes de los ocho años y
con mayor rendimiento, antes de los tres años.

Educar tempranamente supone, por tanto, aprovechar los momentos en los que psicológica y
biológicamente se está en las mejores condiciones de establecer circuitos neurales. Consiste en
ofertar una rica y organizada estimulación que haga posible alcanzar a cada niño, según sus
condiciones personales, unos niveles de madurez neurológica, unos aprendizajes y un desarrollo
óptimos. La educación temprana, al lograr niveles más altos de rendimiento, dota al niño de mayor
seguridad, autoestima y aceptación social.
Se cita que el desarrollo cognitivo al nacer no necesariamente se refiere a habilidades de
aprendizaje sino a instinto de supervivencia debido a que se ha demostrado que, todos los
mamíferos presentan una secuencia comportamental definida que conduce al inicio y
mantenimiento de la lactancia. Es decir, una serie de acciones instintivas que le dirigen al inicio y
mantenimiento de la lactancia. Cada especie tiene su propia secuencia, pero se ha constatado que,
sorprendentemente, lo determinante es la actividad del recién nacido (cría), que es la que provoca
una actitud protectora por parte de su madre.

Saber sobre estos temas es una excelente decisión, pues es a partir de la lógica que los niños
desarrollan muchas de sus capacidades intelectuales. Cuando los niños desarrollan el pensamiento
lógico, activan el uso de la razón, del sentido común; aprenden a argumentar y cuestionar la
información que se les suministra; asimilan de forma más óptima el aprendizaje de las ciencias
como las matemáticas; y, en general, sus capacidades intelectuales se elevan. Aunque se estima
que el pensamiento lógico comienza a desarrollarse en los niños a partir de los 5 o 6 años, se ha
demostrado que su estimulación, incluso a partir del primer año de edad, surte efecto. Por eso, los
ejercicios y actividades que se vinculen al análisis resultarán de suma relevancia. Mientras que en
cuanto a la conciencia del yo, en los primeros 3 meses se ha observado que no sucede pero la
continua estimulación vuelve a ser la clave para comprender y desarrollar esta habilidad, la cual
termina de adquirirse alrededor del primer año de vida.

Es ampliamente aceptado que la genética circunscribe y caracteriza unas condiciones de desarrollo


cerebral, es decir, un punto de partida y de posibilidades de aprendizaje; pero sin una adecuada
educación o estimulación, estas se ven limitadas en sus frutos. Por esta razón, fomentar en los
bebés el mayor número posible de conexiones, circuitos y redes de su cerebro mediante prácticas
de aprendizaje, rodearle de afecto que le proporciona seguridad y aportarle modelos adecuados
que imitar es simplemente estimularle tempranamente.

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