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Autofiction en question
En las fronteras de la autobiografía
Este artículo persigue tres propósitos, que, por afán de claridad, enumero a
continuación:
3. Indagar si en estos relatos, como el título sugiere, hay o puede reconocerse un "más
allá" de la autobiografía. Dicho a manera de pregunta, ¿hasta qué punto éstos
pueden o quieren superar los límites o limitaciones del pacto autobiográfico y
romper por tanto sus fronteras significativas?
1. La "explosión" autobiográfica
Aunque no voy a tratar del enorme auge y desarrollo de la autobiografía española en los
últimos 25 años ni de sus posibles causas, los libros, a los que me voy a referir, no se
podrían explicar fuera de ese contexto, pues son una expresión más, singular si se
quiere, de la susodicha "explosión" autobiográfica.(1)
Cuadro 1
personnage
Pacte
Romanesque 1a 2a
ROMAN ROMAN
= 0 1b 2b 3a
AUTOBIO. AUTOBIO.
" ¿El protagonista de una novela puede tener el mismo nombre del autor? Nada
impide que así sea y es tal vez una contradicción interna de la que podríamos sacar
efectos interesantes. Pero, en la práctica, no se me ocurre ningún ejemplo."(7) Sin
pretenderlo, Lejeune llama la atención sobre esa posibilidad, pero, a continuación, al
pensar que la casilla está vacía, determina que es mejor ignorarla.
"Al despertar, la memoria del narrador, que rápidamente toma el nombre del autor,
cuenta una historia en la que aparecen y se entremezclan recuerdos recientes (nostalgia
de un amor loco), lejanos (su infancia, antes de la guerra y durante la guerra), y también
problemas cotidianos, avatares de la profesión (...) ¿Autobiografía? No. Es un privilegio
reservado a las personas importantes de este mundo, en el ocaso de su vida, y con un
estilo grandilocuente. Ficción, de acontecimientos y de hechos estrictamente reales; si
se quiere, auto-ficción..."(8)
estos años, ha mostrado que, antes que Doubrovsky lo penetrase, el terreno ignoto
había sido explorado por muchos otros, sin la ayuda de neologismo alguno. Es
decir, pone en entredicho la posible novedad de la llamada autoficción. Según
Lecarme, a lo largo del siglo XX habría ejemplos señeros de este tipo de relatos
(Malraux, Celine, etc.), y desde los años setenta serían cada vez más frecuentes
(Barthes, Perec, Sollers, Modiano, etc.)(10)
Además, J. Lecarme arriesga una definición, que podemos considerar canónica: "l
´autofiction est d´abord un dispositif très simple: soit un récit dont auteur,
narrateur et protagoniste partagent la même identité nominale et dont l´intitulé
générique indique qu´il s´agit d´un roman."(11) Esta definición tiene la virtud de
señalar de forma muy estricta la originalidad y posibilidades de la autoficción como
forma narrativa. Sin embargo, en su rigor, deja fuera algunos aspectos formales
innovadores y ciertas claves receptivas singulares de la autoficción, que a mi juicio
la hace más interesante.
Frente a esta definición restringida, otra más general y vaga. Vicent Colonna, en su
tesis de doctorado inédita, amplía tanto el valor conceptual del término que en su
imprecisión, se convierte en otra cosa: "Relato en el que el acento está puesto en la
invención literaria de una personalidad o de una existencia, es decir una especie de
ficcionalización de la sustancia misma de la experiencia vivida."(12) A Colonna, por
tanto, no le preocupa la cuestión de la identidad declarada del autor y su personaje ni
sus posibilidades expresivas ni especulativas.
De las otras, las que él considera falsas autoficciones, casi prefiere no hablar por no
considerarlas serias, y añade en nota a pie de página: "son autoficciones sólo por la
aduana (novelas), en realidad, se tratan de autobiografías vergonzosas."(13) Al no
nombrar ninguna, demuestra su desprecio a un grupo numeroso de textos, y de paso
resta importancia al paratexto en la constitución de los géneros y de la historia literaria.
Dicho de otro modo, el autor, aunque sabe que todo lo que cuenta es literalmente
falso, hace como si fuese verdadero, y el lector, aunque sabe que los hechos
novelescos son irreales, los aceptan como reales. Este tipo de acuerdo entre autor y
lector ha adoptado formas más complejas, pero en buena parte funciona así y las
informaciones peritextuales facilitan u homologan este pacto. Cuando en la portada de
un libro encontramos el subtítulo genérico de cuento o novela el pacto se hace explícito.
Esto en lo que se refiere al inicio o clave general de la recepción de un texto narrativo
ficticio. En el final de la recepción, esta posición inicial de escepticismo o incredulidad
se modifica, si el relato alcanza el aprecio del lector.
Al principio, éste acepta separarse de la realidad, se cree las "mentiras" del narrador, de
manera que las lee "como verdaderas." Al final, vuelve a la realidad desde la irrealidad
del relato, pero lo real no será ya como antes, pues, si la narración está lograda, se habrá
transformado o enriquecido con la ficción o mostrará otra visión o dimensión.
La novela parece que no conoce en nuestro siglo límites, sin embargo no ha sido
frecuente, en realidad resulta raro, que el protagonista o personaje de una novela tenga
el mismo nombre propiodel autor que firma el libro. Parece que contradice el principio
de ficción, pero hay que admitir que nada impide, incluso dentro del género, concebir
una novela de esas características.
Por el contrario, el género autobiográfico permite en este sentido menos libertad, es más
estricto y cerrado, ya que no puede en principio jugar con los principios de identidad y
referencialidad, sin que se pongan en entredicho los pilares del género. De igual modo,
una autobiografía o un relato autobiográfíco, que esté subtitulado como novela o
clasificado como ficción, parecerá en principio una contradicción o un contrasentido
que el lector, pasado el momento primero del desconcierto, trata de resolver en una
dirección u otra.
La autoficción supone la alteración de las claves de ambos géneros, pero sobre todo del
autobiográfico, que es menos flexible, o lo ha sido menos tradicionalmente, a las
mezclas y cambios que el novelesco. Como podemos ver en el cuadro 2, la autoficción
se caracteriza por el desplazamiento a éste de elementos de los pactos limítrofes. Más
que un género nuevo cabe hablar de un híbrido de géneros narrativos preexistentes
(novelas en 1ª persona y autobiografías), pero ni totalmente nuevo, como ya se dijo
7
Cuadro 2
En sus dos consideraciones extremas, la autoficción puede entenderse, bien como una
autobiografía camuflada o vergonzosa, que intenta prestigiar el texto colocándole
encima la palabra "novela", para que no haya duda de su pertenencia a la literatura.(20) O
bien relacionarla con la novela en 1ª persona, con un estatuto vacilante entre lo ficticio y
lo factual, según el cual, aunque puede haber una propuesta de comprobación exterior,
su lectura es siempre ambigua.
c) una tercera clase de hechos que podrían ser y no ser autobiográficos, y su atribución
es prácticamente insoluble para el lector. La suma de estas tres clases de elementos
determina una ambigüedad plena en los relatos. El lugar de éstos con respecto a los
otros relatos es el espacio central del campo autoficcional, equidistante de los dos
grandes pactos literarios, el autobiográfico y el novelesco. (Cfr. infra, cuadro 3)
En cualquier caso el problema puede ser cómo delimitar el contenido ficticio o real de
este tipo de relatos, pues en cada caso puede significar algo distinto: ¿qué clase de
novela puede ser la que afirma que narra hechos estrictamente reales, como dice
Doubrovsky? ¿En qué reside la ficción cuando no se delimita con precisión? Para unos,
puede tratarse sólo del marco ficticio donde insertar lo vivido; en otros, la mezcla,
indisoluble practicamente para el lector, de hechos inventados y sucedidos; en otros, en
imaginar lo que pudo haber sido y no fue en su vida personal o en fantasear lo que será
de su vida en un futuro más o menos lejano, etc., que se perciben como imposibles de
haber sido vivido por el autor.
Como he dicho antes, estos relatos se presentan como novelas, pero esta denominación
no siempre está presente, de manera que su rasgo genérico más sobresaliente radica en
encontrarse fuera de los dos grandes pactos literarios. O al mezclar ambos en
proporciones diferentes y cambiantes, convierten la denominación de novela en algo
ambiguo e impreciso.
En estos casos, la denominación del género literario es para autor y editor una cuestión
problemática, incluso conflictiva, pues no siempre existe acuerdo entre los intereses de
9
ambos. Un caso curioso, por inusual, lo constituye el libro de Paco Ignacio Taibo,
Todos los comienzos, que, a pesar de incluirse en una colección de Argos Vergara,
titulada Biblioteca personal, quiso ser bautizada como novela por su autor, aunque la
editorial prefería el de memorias. Finalmente, la solapa trasera del libro recogió la
disputa y dejó abierta la cuestión, reforzando, no se sabe con qué intención, la
especificidad autoficcional de la novela.
Con frecuencia, las autoficciones insertan breves prólogos o notas delante del relato y, a
veces, comentarios en la contraportada que invitan, advierten o amonestan al lector de
cómo deben ser leídos sus libros, es decir, según qué claves genéricas. Estas
indicaciones, sin embargo, más que a guiar, parecen orientadas a intensificar la
indeterminación del género y la confusión de planos en el lector. A manera de ejemplo
bastarán los que colocan en el comienzo de sus novelas J. Llamazares, Escenas de cine
mudo (1994), J.L. Coll, El hermano bastardo de Dios (1984) o los textos que Maruja
Torres coloca en el comienzo y en la contraportada de su novela Un calor tan cercano
(1997).
Los personajes que en el se mueven nunca vivieron, aunque hubieron podido hacerlo.
Las experiencias que se narran tampoco tuvieron lugar, pero sería algo arriesgado
afirmar que se deben sólo a la imaginación de la autora: son fruto también de los
sentimientos, las emociones que, en algún punto de aquel paisaje y en algún rincón del
tiempo, alguién sintió. Los sentimientos fueron y son reales."
En la contraportada, la autora se refiere de una manera confusa a la génesis del libro que
según ella cambió de tema y de tratamiento, convirtiéndose en lo que sería finalmente la
novela: "Poco a poco, sin embargo, igual que, en mi ficción, Manuela se ve obligada a
retroceder más de tres décadas para llegar a la etapa final de su viaje, para ponerse en
paz, yo sentí que era ésta, y no otra, la novela que tenía que escribir para saldar, a mi
vez, mis propias cuentas. Uno escribe, al menos yo lo hago, para dotar de sentido a lo
que no lo tuvo, y para inventar lo que a la vida se le olvidó. Para ordenar el caos. Por
eso Un calor tan cercano no es una novela autobiográfica, sino deseográfica, y sus
personajes, que no existieron -algunos sí: pero sólo me ofrecieron un vago punto de
partida, mezclándose y robándose las características con que les recuerdo-, hoy me
parecen más reales que aquellos a quienes realmente conocí."
Sin embargo, estas indicaciones paratextuales muchas veces quedan como advertencias
de la peculiaridad de las novelas que se van a leer, pero creo que su efecto sorprendente
o ambiguo se diluye en la lectura, si el texto no redunda de manera integrada o
calculada en dicha vacilación. Son pocas las novelas de las citadas al comienzo, que
consiguen prolongar esa indeterminación más allá del comienzo. Entre éstas cabe
señalar las de Azúa, Muñoz Molina y Marías, que con humor e ironía, llenan la
narración de falsas pistas o engaños que orientan y confunden, muestran y ocultan de
manera alternativa: lo que allí se cuenta es mentira y verdad, ficción y autobiografía en
proporciones y secuencias imprevistas e indeterminadas.
La evidencia de que no se trata de novelas sin más, es decir, de relatos ficticios, con
referencialidad tenue, se demuestra por los conflictos o efectos extratextuales, que
alguna de estas autoficciones engendran, similares a los provocados por los textos
declaradamente autobiográficos. El estatuto novelesco conlleva prácticamente una
declaración de irresponsabilidad, pues al tratarse de una novela lo que allí se enuncia
debe ser entendido como ficticio y excluye cualquier tipo de responsabilidad legal.
11
Esto es al menos lo que sucedió a Carlos Barral, cuando fue demandado judicialmente
por el señor García (señor Gracia en la novela), al sentirse injuriado por el autor en
Penúltimos castigos. El autor, que en aquel tiempo era senador, pidió a sus compañeros
parlamentarios que concediesen el suplicarorio para poder defenderse, pues estaba
convencido que, al tratarse de una novela, nada se le podría demandar judicialmente...
pero el suplicatorio no fue concedido y nos quedamos sin saber la opinión de la justicia
en un caso de demanda autoficcional. En cualquier caso el relato de Barral no es una
novela sin más, cuyo pacto ficticio le defendería en teoría de la indiscreción; ni se trata
de una autobiografía cuyo pacto compromete al autor. En este sentido, el de la
autoficción puede ser un pacto ventajista, o ideal para desconsiderados egoístas que,
utilizando el género para agredir a otros, no dan la cara emboscados en lo novelesco.
En realidad, estos relatos, pocas veces, infringen la ley, o al menos es difícil demostrar
que lo han hecho, pero esto tampoco impide el recelo del lector, que puede pensar que el
uso de la denominación "novela" es una estratagema para atacar a otros sin afrontar la
responsabilidad o para evitar los problemas legales.
Sin la referencia del nombre propio la autoficción no podría ser percibida como tal, ni
distinguirse de una novela en primera persona, autobiográfica o no. El nombre propio,
en estos relatos, es, amen de caracterizador frente a otras formas limítrofes, la única
forma de percibir el desafío, que plantean las autoficciones. Dicho de otro modo, sin la
referencia al nombre propio la ambigüedad de la identidad, incluso el problema de la
identidad personal en estas novelas, no podrían ser percibidos o expresados en su
paradoja o contradicción.
Por eso, aunque estimule la identificación, la evidencia del nombre concita también a la
sospecha, pues de hecho este elemento real, el nombre propio del autor, se desliza hacia
un plano claramente ficticio, o al menos hacia un territorio en vaivén constante entre
ambos planos (lo real y lo ficticio) y en esta circunstancia se cumple una
ficcionalización del nombre propio, la conversión de la propia persona del autor en
personaje novelesco, con sus mismos, parecidos o inventados, rasgos de identidad.
¿A qué identidad alude quien dice yo en el marco de un relato autoficcional? ¿Es éste un
mero ente de ficción o una proyección fantasmática del autor? O por el contrario, como
ya vimos antes, la mera presencia del nombre propio del autor o su posible
identificación extratextual, ¿le confiere un halo de realidad, como quería Lejeune? La
dualidad de la enunciación es evidente y tiene consecuencias trascendentales: de un
lado, lo ficticio o novelesco emborrona la evidente identidad autobiografica que
establece el nombre propio. De otro, y simultáneamente, la misma identidad nominal
confunde o mezcal el sujeto de la enunciación y el del enunciado, tan radicalmente
separados en un pacto novelesco.
Las novelas autoficcionales presentan, como cabía esperar, una casuística muy variada
en lo referente al nombre propio. Unas utilizan alguna forma de identidad nominal; es
decir, ya de manera parcial ya de manera plena (predominan las del primer modo) el
protagonista de la novela lleva el mismo nombre del autor. Son mayoría dentro de éstos
los que utilizan el nombre propio sin los apellidos y muchos se sirven del diminutivo
infantil cuando se trata de relatos de infancia: Gonzalito (Gonzalo Torrente Ballester);
Paquito o Francesillo (Francisco Umbral); Pepe Luis (José Luis Coll); o Julio
(Llamazares) o Manuel (Vicent) a secas. Menos frecuente son los que aparecen con su
nombre completo: Luis Goytisolo; Carlos Barral (coprotagonista de la novela, junto a
un narrador innominado, que desde la primera persona asume la función narrativa y
también parte de la personalidad del propio Barral, en un juego de dobles muy evidente,
que se puede considerar una constante del género) o "Juan Goytisolo, remoto e invisible
escritor y presunto homónimo del narrador-protagonista" de Paisajes después de la
batalla, según la clave grotesca de la novela.
En la novela Volver a casa, Millás toma como punto de partida su nombre propio doble,
Juan José, para contar una historia de desdoblamiento y perdida de identidad, habitual
en las novelas de este autor, pero con la particularidad de que el nombre y la
personalidad del escritor tienen un papel central: dos hermanos gemelos Juan y José
intercambian su nombre para recuperar sus originales identidades, que en la
adolescencia habían ya cambiado. José (es decir Juan) es un escritor de éxito en plena
crisis profesional y personal y escribe una novela titulada Volver a casa; Juan (es decir
José) es un gris empresario que siempre soñó con ser escritor, ignorante de la dureza del
oficio como le advertirá su gemelo.
Sin embargo, ¿un nombre propio del narrador-protagonista distinto al del autor decreta
la imposibilidad de autoficción? En general sí, pero cabe señalar una excepción: cuando
14
Por la variedad de registros y formas novelescas y por la diferente calidad literaria, estos
relatos forman un conjunto muy heterogéneo, pero pueden ser estudiados y agrupados
según predomine en ellos su relación con uno u otro de los pactos literarios
hegemónicos. Según se alejen o se aproximen hacia uno de los dos pactos, su clave de
lectura será más o menos ambigua.
Hay que destacar que todos los ejemplos citados cumplen los dos requisitos
autoficcionales y por tanto de manera general deben considerarse autoficciones. Ahora
bien pese a que su rasgo constituyente más destacado debería ser la ambigüedad, sólo
algunas novelas la consiguen completamente, pues unas tienden hacia su frontera
izquierda (la autobiografía plena) y otras hacia su margen derecho, hacia la ficción
novelesca. Es decir, sólo algunas conservan el inestable y confuso equilibrio entre lo
"vivido" y lo "ficticio" que hace vacilar al lector por la manera de alterar las
coordenadas convencionales. En esos casos los relatos permanecen equidistantes y
perfectamente mezclados entre los dos grandes pactos literarios.
Cuadro 3
P. PACTO AMBIGUO P.
Autobiográfico Noveles
15
co
CAMPO AUTOFICCIONAL
PERIFERIA CENTRO PERIFERI
A AUTOFICCIONAL AB
1. A = N = P 1. A = N = P 1. A = N = P
2.NOV. 2. NOVELA
PERSONAL PERSONAL 2.NOV.
PERSONAL
Así, a ambos lados del centro autoficcional se abren dos extensas zonas de límites muy
porosos con dicho centro y al mismo tiempo claramente delimitadas por los márgenes
que establecen el pacto autobiográfico y el pacto novelesco en los extremos del pacto
ambiguo. Establecido entre ambos, el campo autoficcional resulta de la implicación,
integración o superposición del discurso ficticio en el discurso autorreferencial o
autobiográfico en diferentes maneras y dosis.
Los relatos del centro autoficcional (que denomino así por encontrarse equidistante de
los dos pactos que lo flanquean) se caracterizan por forzar al máximo el fingimiento de
los géneros, su hibridación y mezcla. No son ni novelas ni autobiografías, o son ambas
cosas a la vez, sin que el lector nunca puede estar seguro, mientras las lee, en qué
registro se mueve, ni está facultado en ciertos pasajes para determinar donde empieza la
ficción y hasta dónde llega lo autobiográfico. Presentan en realidad una mezcla
indisoluble de los tres tipos de elementos antes señalados: autobiográficos, ficticios y
ficticio-autobiográficos.
Si tuviera que destacar unos ejemplos de autoficción, elegiría sin duda tres novelas de
identidad nominal expresa, muy diferentes en su tono, valor y estrategia autobiográficas,
como son La tía Julia y el escribidor, de Vargas Llosa, Paisajes después de la batalla,
de Juan Goytisolo, o Penúltimos castigos, de Carlos Barral. Y añadiría a éstas la novela
Todas las almas, de Javier Marías, que partiendo de manera consciente del modelo de
autoficción (aunque él no utiliza el término) se dedica a transgredirlo con la intención de
radicalizar el principio de ambigüedad que preside el género.
autobiografías y memorias:
"¿En qué medida la autoficción entra en colisión y competencia con los géneros
autobiográficos? Dicho sea a manera de dilema: a) ¿se trata de una forma narrativa
avanzada de hablar de sí mismo fuera de las constricciones del género canónico de las
autobiografías y de las memorias convencionales? Es decir, una manera de hablar del yo
y desde el yo sin énfasis, en consonancia con lo que ya había enunciado algún tiempo
antes Roland Barthes: "¿Por qué no hablaría yo de mí mismo, cuando ese mí mismo no
es sí mismo?" (R. B.,1978:184) O por el contrario: b) ¿se trata de escapar, una vez más,
al compromiso y al control del lector, de refugiarse en la ficción, por definición
incomprobable, como un desconfiado sabueso autobiográfico podría barruntar? La
primera pregunta plantea las posibilidades de renovación del discurso autobiográfico.
La segunda sugiere que quizá la autoficción podría ser un nuevo refugio para el
sempiterno pudor hispánico.
Poco más podría añadir ahora. Si acaso no plantearía esas dos preguntas a manera de
dilema, sino como dos posibilidades que se dan entre los numerosos textos
autoficcionales. También reconsideraría su carácter transgresivo en tanto que artificio
alterador de los principios genéricos y receptivos establecidos, pues su valor sorpresivo
o desautomatizador tiene el tiempo contado, toda vez que la novedad subversiva tiende
a ser asimilada pronto por los lectores e integrada en el sistema literario. Desde este
punto de vista la autoficción, o bien camina hacia la asimilación dentro del género
novelístico o bien se establece como una forma renovada de autobiografía, y ya no en
hostilidad o competencia con ella. Yo me inclino más por esta segunda posibilidad:
después de pasar por un periodo provisional como vanguardia autobiográfica, la
autoficción podría constituirse en una provincia de la autobiografía con estatuto
autonómico propio.
Ahora bien, ¿a qué se debe esta floración de novelas autoficcionales? ¿Cuáles son sus
posibles causas? Aunque no estoy en condiciones de dar una respuesta concluyente, me
permito indicar algunas posibles causas, sin atreverme a jerarquizarlas ni a considerarlas
definitivas en la medida que son conclusiones provisionales como corresponde a una
investigación todavía abierta.
La nuestra es, en palabras del sociólogo francés Gilles Lipovetsky,(34) una sociedad
individualista y descomprometida, en comparación con la de los años sesenta: una
sociedad que demanda cada vez más contenidos y productos personalizados, "a la
carta", con una presentación seductora, humorística y lúdica, en contraposición a las
reglas generales, impositivas y serias, que presidía el periodo precedente. Todo esto
configura una sociedad y un sujeto social de fuerte impronta narcisista o, mejor, neo-
narcisista: un narciso desapegado, descreído, distanciado; un narciso, atravesado por la
crisis del sujeto, escindido, sin énfasis y dubitativo.
Sobre el papel, la autoficción está capacitada para llevar a la práctica una manera de
contar la propia vida que integre lo realmente sucedido con lo onírico, fantasmático,
futurible o imposible (pero constitutivo del ser propio e íntimo o de sus proyecciones) y
por tanto idónea también para superar la tajante antinomia tradicional entre ficción y
realidad, tal como han mostrado P. Ricoeur(35) y P. J. Eakin.(36) Los conceptos de
identidad narrativa y de narratividad, desarrollados respectivamente por ambos,
permiten ampliar el concepto de autobiografía, de enriquecerlo, sin perder por ello lo
que parece consustancial al género.(37)
Por mor de la brevedad, me gustaría citar un fragmento de una de las novelas, que yo
considero un ejemplo claro de autoficción española, y que, creo, resume bien este
último aspecto de mi exposición:
19
"- Desde la muerte de Franco habrá notado cómo proliferan los libros de memorias, ya
es una peste, en el fondo, eso es lo que me ha desanimado, pensar que, si a mí me
aburren las memorias de los demás, por qué no le van a aburrir a los demás las mías.
- Ya, ahí está la cuestión estoy esperando a ver si se me ocurre una forma divertida de
enhebrar los recuerdos.
- O de desenhebrarlos."(38)
Sin duda, este fragmento del relato de Carmen Martín Gaite muestra muy bien el deseo
y la necesidad de algunos autores de innovar literariamente el género autobiográfico
(aunque de pasada exprese también alguna molestia con respecto al mismo). Incorpora
al relato un original modelo de narración dialogada, tan inusual en la normalmente
monológica y asertiva autobiografía, e introduce dentro de la esfera de lo vivido, su lado
incierto, conjetural y fantástico, en correspondencia con la lectura que la protagonista,
C. Martín Gaite, hace de la Introducción a la literatura fantástica, de T. Todorov.
de Jorge Semprún; El cuarto de atrás (1978), de Carmen Martín Gaite; Los helechos
arborescentes (1980), de F. Umbral; Paisajes después de la batalla (1982), de Juan
Goytisolo; El hijo de Greta Garbo (1982), de F. Umbral; Penúltimos castigos (1983),
de Carlos Barral; Todos los comienzos (1983), de Paco Ignacio Taibo; Dafne y ensueños
(1983), de Gonzalo Torrente Ballester; El hermano bastardo de Dios (1984), de José
Luis Coll; Historia de un idiota contada por él mismo (1986), de Félix de Azúa; La otra
Sonia (1987), de Sonia García Soubriet; Todas las almas (1989), de Javier Marías;
Bruna (1990), de Sonia García Soubriet; Volver a casa (1990), de Juan José Millás; El
palomo cojo (1991), de E. Mendicutti; Estatua con palomas (1992), de Luis Goytisolo;
Contra Paraíso (1993), de Manuel Vicent; El dueño
del secreto (1994), de Antonio Muñoz Molina; Una vuelta por el Rialto (1994), de
Marcos Ordoñez; Escenas de cine mudo (1994), de Julio Llamazares; Tranvía a la
Malvarrosa (1994), de M. Vicent; La plaza de la memoria (1995), de Antonio Prieto;
La propiedad del paraíso (1995), de Felipe Benítez Reyes. (M. Alberca, art. cit., p. 12)
4. 4. En 1998 se han publicado cinco novelas, entre otras, que son notables
autoficciones, lo que nos habla de la pujanza actual de este fenómeno: El año que viene
en Tánger, de Ramón Buenaventura; Ceremonia por un teniente abandonado, de
Fernando Arrabal, Negra espalda del tiempo, de Javier Marías, La foto de los suecos, de
Juan Cruz, y Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño.
10. 10. En la literatura española, como en la francesa, estas novelas no suponen una
novedad absoluta, pues se pueden encontrar numerosos ejemplos anteriores. Habría
numerosos ejemplos de autoficción en nuestra literatura con antelación al periodo
acotado, que, al pasar, sospecho, inadvertida su peculiaridad, eran colocados en el
"cajón de sastre" de la novela autobiográfica, o en la autobiografía sin más
contemplaciones. Es indudable que en la narrativa española del siglo XX se pueden
rastrear relatos en los que el recurso autoficcional resulta evidente ( autoficciones avant
la lettre). Estoy pensando, por ejemplo, en la obra literaria de M. Azaña, El jardín de
los frailes, en algunas novelas de Sender, singularmente Crónica del alba, en la trilogía
de A. Barea, en la novela Las Delicias, de Corpus Barga, en la trilogía de Azorín sobre
su personaje Antonio Azorín o en novelas de Unamuno, como Niebla o Cómo se hace
una novela.
12. 12. Vicent Colonna, L´autofiction. Essai sur la fictionalisation de soi en litterature.
Lille, ANRT, 1990. (microfiches nº 5650). (Cit. por J. Lecarme, "Autofiction: un
mauvais genre?", Autofictions & Cie, Paris, 1994, Ritm, nº 6, pág. 228)
13. 13. G. Genette, Ficción y dicción, Barcelona, Lumen, 1993, pág. 70.
16. 16. Ph. Lejeune, Pour l´autobiographie, París, Seuil, 1998, pág. 234.
17. 17. Ph. Lejeune, Le pacte autobiographique, París, Seuil, 1975, págs. 19-35.
20. 20. Manuel Alberca, "¿Es literario el género autobiográfico? Tres ejemplos
actuales", Mundos de ficción (Actas del VIº Congreso Internacional de la A.E.S.), I,
Universidad de Murcia, 1996, págs. 175- 184.
26. 26. No obstante soy consciente de que para algunos el anonimato del narrador-
protagonista podría poner en entredicho la pertenencia al género. Por ejemplo, J.
Lecarme, en sus distintos trabajos sobre el tema, descarta de raíz esa posibilidad.
27. 27. Philippe Lejeune, Moi aussi, París, Seuil, 1986, pp. 71-72.
28. 28. María Charles, En el nombre del hijo, Barcelona, Anagrama, 1990, pág. 72.
29. 29. Javier Marías ha consagrado algunas páginas a deshacer, y también en cierta
manera a prolongar, los equívocos supuestamente autobiográficos de esta novela en
algún artículo reproducido en Literatura y fantasma (Madrid, Siruela, 1993), así como
en todo el libro, "falsa novela" la llama el autor, Negra espalda del tiempo.
30. 30. Pío Baroja, Desde la última vuelta del camino (Memorias). Galería de tipos de
la época, IV, Madrid, Caro Raggio, 1983, págs. 365 - 384. (Agradezco a la Profesora
Amparo Hurtado, experta conocedora de las Memorias de Baroja, esta sugerencia)
33. 33. Cfr. los trabajos de J. Lecarme, citados en la nota 9, para la literatura francesa y
el de A. Stone, "Factual Fictions", Autobiographical Occasions and Original Acts.
Philadelphie, U. of Pennsylvania P.,1982, para la literatura en lengua inglesa.
34. 34. La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Barcelona,
Anagrama, 1986.
35. 35. Tiempo y narración. El tiempo narrado, III, México, S. XXI, 1996 y Sí mismo
como otro, Madrid, S. XXI, 1996.
37. 37. Philippe Lejeune, Pour l´autobiographie, París, Seuil, 1998, pág. 24.
38. 38. Carmen Martín Gaite, El cuarto de atrás, Barcelona, Destino, 1978, pág. 128.