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noes INSTITUTO DFALTOS ESTUDIOS JUAN PERON MOVIMIENTO ANO 4. NUMERO 30 . ABRIL DE 2008 INTIMIDACIONES, BOICOTS Y OTRAS FORMAS DE GALIDAD INSTITUCIONAL En |os tiltimos meses los argentinos hemos asistido a un nuevo y drastico viraje ideo- l6gico en el antiperonismo irredento: de una férrea postura “republicana” (0 “institu- cionat’) a una tenaz defensa de presiones corporativas intimidatorias. Como veterano de todas las cruzadas antiperonistas, no es algo que me sorprenda: todavia hoy, para algunos, la violencia tiene menos importan- cia cuando se aplica contra gobiernos, diri- gentes o militantes peronistas. En este tiempo hubo quienes asumieron una posicién contraria a las retenciones s6lo para expresar su indisposicién con el gobierno nacional. Podrian haber asumido posiciones industrialists, 0 federalistas, © ecologistas, 0 cualquier otra cosa. No pretendo entonces cuestionar reclamos basados en intereses sectoriales, coyuntu- rales pero legitimos. Todo ciudadano tiene derecho a peticionar a las autoridades. Lo que no es en absoluto legitimo es la forma en que esos raciamos fueron expresados. Bloquear las rutas, cortar absolutamente el paso de camiones (y hasta de ambulan- cias), ostentar armas y utilizar un lenguaje notoriamente agresivo, constituyen actos completamente refiidos con los més ele- mentales principios democraticos, que evo- can un pasado “gorila” que crefamos defini- tivamente superado, Algunos pretenden relativizar estos hechos afitmando que se trata de un método ya uti- lizado en el pasado por los piqueteros. Tal vez no €s ocioso recordar que no es compa- rable el reclamo por la creacién de puestos de trabajo, mejorar los salarios 0 el acceso a superiores condiciones de vida, con las demandas de sectores de medianos y al- tos ingresos que atraviesan un periodo de incuestionable prosperidad. Pero adema: nunca antes se habia intentado un cerco de esta magnitud sobre millones de habi- tantes. Comparado con el reciente “apriete” de algunas organizaciones de productores agropecuarios, los piquetes fueron fiestas infantiles. No veo que los sectores dirigen- tes sefialen suficientemente este pésimo precedente para la calidad institucional de la democracia argentina. El conflicto campo-ciudad es un clasico de nuestra historia politica. Pero, inversamen- te alo que se ha afirmado en algunos espa- cios, no siempre los duefios de la tierra tu- vieron posturas contrarias @ los gobiernos nacionales: después de Caseros, ls tan cri- ticada politica de Rosas de entregar tierras piblicas a sus partidarios fue ampliamente superada. Entre 1876 y 1898, nada menos que 41.787.000 heciareas fueron repar- tidas, gratuitamente 0 casi gratuitamente, entre familias de abolengo y favoritos del gobierno. Nuestra evolucién fue diferente, por ejemplo, de la de Estados Unidos, don- de las tierras fueron entregadas en mayor proporcién a colonos, lo que permitié una mayor divisién de la propiedad y ¢| aumen- to de la productividad agro-ganacera. Ello explica que atin hoy sdlo haya 4.000 due- fios de casi la mitad de la superficie desti- nada a la produccién agropecuaria en toda la Argentina. EDITORIAL La “tepresentacién de los hacendados' siempre fue desproporcionada en todos los gobiernos desde 1810 hasta 1946. Es cu- rioso que tantos historiadores hayan repu- diado las ideas corporativistas de la prime- ra mitad dal siglo XX, pero hagan la vista gorda cuando se trata de la representacién corporativa de muchos propietarios latifun- distas, que por supuesto siempre profesa- ron mayoritariamente el credo liberal. La llegada del peronismo introdujo un cam- bio fundamental en esta tendencia: no se interesé tanto por el reparto de la propie- dad de la tierra, rohusdindose a aceptar las inflamadas “reformas agrarias" que se proponian desde la izquierda, como por la distribucién de las ganancias del agro. Los antecedentes més relevantes fueron el congelamiento de los precios de los arren- damientos rurales y la creacién del Insti- tulo que centraliz6 el comercio de granos, el IAPI, que suscité entonces criticas muy similares a las que recibe la politica del ac- tual gobierno nacional. De hecho, atin se recuerdan los ya cldsicos planteos acerca de las “obras suntuosas” que habria cons- truido el gobierno peronista con lo “extraido” a los productores rurales. Lo cierto es que esta afirmacién es solo valedera para los afios 1947 y 1948 en los que la situacién excepcional del mercado internacional de la inmediata posguerra le permitié al [API obtener muy buenos precios, superiores a los que se pagaron en el mercado interno. Las ganancias volvieron, sin embargo, y en buena medida, al campo en forma de sub- sidios y compensaciones para el aumento de los salarios rurales, intereses y gastos sobre préstamos a cargo de productores turales, luchas contra las plagas (durante el gobierno peronista se erradicé la langos- ta, una de las plagas més dafiinas para el campo), fomento de la siembra y multipli- cacién de semillas, compensaciones a los productores de cafia de azuicar, aceites, molinos harineros, etcétera. Posteriormen- te, el IAPI arrojé pérdidas para poder soste- ner los precios de los productores rurales. A partir de 1952 el gobierno peronista fo- menté decididamente la cooperativizacion del comercio interno e internacional de gra~ nos, en sustitucién del propio organismo estatal y de la red de intermediarios, que extrafan mayores beneficios que los pro- pios agricultores. A pesar de todo, el sector de mayor riqueza agropecuaria fue siem- pre neoliberal y antiperonista. Siendo Mi- nistro de Economia, recuerdo que en 1975 los ganaderos realizaron husigas comer- ciales y hasta un largo lock-out de 18 dias, en el cual también se cortaron rutas, ¢ in- cluso sacaron las vacas a la calle Florida para protestar por el precio de la carne. Un comentarista de la época, Daniel Muchnik. afirmaba: “el agro era victima y artifice de una ironia. Su protesta se manifestaba en un momento en el que el sector habia lo grado mejor=s sustanciales’. La legitimidad del paro fue defendida hasta por el propio jefe de bloque de diputados radicales. Cuz. tro meses después, los militares derroca- ban al gobierno constitucional. Hoy han vuelto a la carga. Cegados por la buena prensa de clertos argumentos ab- surdos, algunos sectores de la sociedad razonan como si el dinero publico asignado a las politicas sociales solo fuera un des- pillarro demagégico de los gobernantes de turno. Mientras, mantienen una verborrdgi- ca condena contra la pobreza y la desigual- dad, una sélida disposicién a denunciar las carencias de hospitales y escuelas, y una agilidad envidiable para comparar destavo- rablemente nuestros servicios con los de otros paises donde la carga tributaria es proporcionaimente muy superior a la nues- tra. Con esa légica, es entendible la aver- sion de unos y otros contra cualquier tipo do impuesto. Queda por saberse cémo se redistribuye la riqueza sin que los mas ricos Paguen mds impuestos. Ademds, no oigo suficientes voces ilustradas que recuerden alla opinién pablica que mantener bajos los precios internos de alimentos y servicios es otra forma dis redistribucién de la riqueza. ‘Amén del hecho de que las retenciones se aplican sobre una ganancia que se explica fundamentaimente por la intervencién del Estado en e| pracio del détar. Lamayor parte de quienes hasta hace poco venfan pontificando sobre una supuesta baja calidac institucional, Iuego alimen- taron con na‘ta uno de los més desleales apriotes que ha debido soportar un gobier- no constitucional en las tltimas décadas. En su momento criticaron al peronismo or apoyar desde la oposicion huelgas de trabajadores que tienen el amparo consti tucional del cue carecen los boicots empre- sarios y cuyas consecuencias para el con- junto fueron minimas comparadas con las del titimo paro rural Algunos “opindlogos” suelen repetir cada tanto que el peronismo no deja gobernar ‘cuando este: en la oposicién, Hoy justifican su disposicisn a sacar provecho de una si- tuaci6n insostenible con argumentos opor- tunistas, todo en nombre de la ética republi-

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