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Desarrollo Artístico: Siglo XX- Segunda Guerra mundial

Arte moderno:
Producción,
apreciación y mercado
Daniel Alejandro Gallegos Jiménez

DAAD (División de Arquitectura, Arte y Diseño)


UNIVERSIDAD DE GUANAJUATO
Arte moderno: producción, apreciación y mercado

Resulta muy fácil pensar que los cambios pueden traer consigo consecuencias destructivas
o amargas. No importa el área de la que se hable, siempre existirán los conservadores.
Mentes cerradas a los cambios que claro, el único motivo para preservar las cosas tal y
como están es porque sólo a ellos les conviene. Cegados por su ambición, están condenados
a desaparecer eventualmente.

En el mundo del arte algo así sucedió al traspasar los límites impuestos por los
academicistas. Aunque claro, no es lo mismo traspasar los límites que violarlos. El
propósito principal de este ensayo es analizar los cambios en la producción, venta y
apreciación de la obra de arte en el siglo XX.

La lógica de la producción de los valores estéticos cambia con la llegada de nuevos


conceptos fundamentales en la filosofía que terminan por influenciar de manera directa al
mundo del arte. Esto terminará afectando de manera directa el comercio y la apreciación de
la obra desde el lado del espectador y la creación desde el lado del artista.

Dicha experiencia nace por un relativismo cultural en donde, efectivamente todo se vuelve
cultura. Comencemos por el lado del artista: si bien es cierto que la autonomía o
desprendimiento idealizado de una estética academicista trajo consigo una nueva
generación de objetos de arte es preciso entender que una parte del sector ha caído en un
chantaje o modismo, por así decirlo. Me refiero a la frase de “Lo que se dice sin importar
cómo se dice”

Es decir, el artista busca e incluso logra prescindir de la forma y concentrarse únicamente


en el discurso. Esto a su vez genera el relativismo antes mencionado pues, ¿Qué puede ser
arte? Esta normalización del producto en la esfera genera que casi cualquier cosa pueda ser
un objeto de arte.

Esto nos lleva a pensar que, lo más buscado es lo que vende y no lo que podría ser una obra
en términos de estética. Dicho materialismo lleva al artista a producir en función de el
posicionamiento en el mercado. Lo cual no resulta del todo malo, pues artistas como Andy
Warhol buscaron precisamente romper dicho estatus capitalista en el arte normalizando o,
en su defecto brindando un valor estético a objetos cotidianos.

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No se busca regresar a la sacralización del academicismo o regresarle el sentimiento, el
romance a la obra. Todo lo contrario. Se busca de sacralizar la mercancía en general.
Realizarlo de manera extremista, aunque eso implique su propia negación.

Indudablemente una de las innovaciones del artista moderno es otorgar ese valor a la
mercancía y posicionarla en un estado artístico. Es decir, la estetización del mundo es total.
El arte está presente en todas partes.

Este relativismo, llamado por Baudrillard “inestética trascendental; eutanasia del arte” es
una manera interesante de abordar la plusvalía en el mercado. Pues, irremediablemente esto
conlleva a un suspenso que no es excitante o intenso. Sino más bien neutral a la hora de
producir y admirar.

Hay una ruptura evidente, una separación con lo que es el objeto del arte. Se deslinda de un
idealismo canónico; la contraposición del sentido mimético, la forma. Esta vacuidad que se
establece al sentido de la producción estética como en su lógica de producto estético. Es
decir, un sentido de vacío pues se ha dejado la forma y se ha implicado en lo discursivo.

El arte contemporáneo es un producto ontológico. Pues llega como parte de un sentido


humano la demanda y el contenido. El hombre necesita y exige no tener relación entre: lo
que pienso, lo que veo y lo que soy. Y esto, indudablemente influyó tanto a aristas como
espectadores en la visión del mundo del arte en el siglo XX.

Existe entonces un proceso de identificación colectivo en donde el artista denomina lo que


es objeto de arte y el espectador se encarga de validar dicha afirmación mirando el objeto
como una obra. Bastaría con poner una caja de zapatos vacía o un urinario al revés en un
espacio destinado al arte (galería, museo) para que sea, en efecto, arte.

La desaparición o desprendimiento del sentimentalismo es lo que hace al arte moderno


tener un núcleo fuerte. Sin esta ruptura habría una paranoia radical de la estética. Una
constante negación que lo lleva irremediablemente a desaparecer. Así como el
academicismo desapareció.

Cierto es, que también podría resultar un tanto peligroso para sí mismo el tratar de repetir
esa desaparición. Aquí hay una cuestión un tanto complicada y se puede caer en una

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contradicción. Pues es real que, más allá del ciclo sólo se encuentra el reciclaje. Y no sólo
para los artistas productores sino también para el mercado.

Nacen los objetos fetiches en la esfera del arte y se comienza en el mercado a implementar
intereses institucionales y políticos. Tales como la especulación (es decir, comprar barato y
vender caro). El resultado puede ser visto como una ironía que provoca comunicación,
pero no un intercambio. Un valor fantasma, como Baudrillard lo llama.

Este valor general de la estética en la mercancía es lo que eventualmente generó lo que se


temía y predecía ya Walter Benjamin: la reproducción del objeto en medios de simulación
que terminaron por masificar la producción (como se ha dicho antes) de la obra de arte.

El espectador se ve envuelto en una experiencia forzada en donde mira sin observar


realmente. Rutinario, podría decirse. Cabe mencionar que también es importante el
razonamiento en función de la intención del artista y la intención del público receptor.

Es decir, entra lo que llamaremos “finalidad con fin” y “finalidad sin fin”.

En la primera nos encontramos con un objeto destinado a un propósito específico. Directo.


Como, por ejemplo, una pintura de un bodegón de frutas que terminará colgada en la cocina
de una casa de mediana clase con el único fin de armonizar el espacio. No hay más. Y el
artista y el espectador conciben dicho objeto como eso: decorativo. Están en una comunión
(inconsciente) en donde ven esa pérdida de valor estética para bien.

El segundo se refiere a un concepto más profundo. Donde el artista produce en relación con
sus intereses personales y necesidades de expresión. El fin específico es propio de cada
autor. Crítica, sátira, terror, etc. Y esta obra (pintura, fotografía, performance, ready made)
es recibida por el espectador tal y como “sale del horno”: no hay un conocimiento profundo
de la intención del artista. Es un objeto de arte que puede estar al alcance de su
entendimiento o no. Y ambas partes están de acuerdo con ello.

Para Baudrillard hay dos momentos claves:

● Primer momento: Este puede durar incluso varias décadas. Y se trata precisamente
de la ruptura o desaparición de la forma (y sólo sucede una vez)

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● Segundo momento: Lo llama “momento póstumo” este tiene un tiempo indefinido
pues ya no es original. Es una reproducción.

Este sentido de interpretación dl arte moderno como producto es importante para entender
el mercado actual del arte y las posibilidades que tienen los artistas a la hora de producir.
Entender lo que se va a crear incluso antes de hacerlo es lo que permite masificar y tener
una mayor escala de alcance en el mercado y un mejor lenguaje con el receptor.

La esfera de la comunidad artística ha sufrido evoluciones que fueron menester para su


desarrollo moderno. En el camino, han existido personas que niegan la adaptación de ideas
nuevas y procesos de creación y mercadeo.

El artista moderno tiene que vivir indudablemente la experiencia de la producción de


acuerdo con su tiempo. Debe comprometerse y crear en función del contexto histórico y
temporal que vive. Si pretende la negación de este fenómeno, será muy probable que se
olvide.

Preciso resulta entender entonces que el creador no se encierra en su obra, la obra tiene un
alcance mayor y el espectador ahora posee un poder de validación que antes no era tan
importante o al menos, no se tomaba en cuenta. Puesto que, sólo un sector podía hacer arte.
Ahora este concepto conservador se ha quedado atrás y el mundo vive las gracias del arte
moderno.

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Referencia de consulta

Baudrillard, J. (1998). La simulación en el arte. La ilusión y la desilusión estéticas.

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