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Sin duda alguna, la infección por Covid-19 es biológica, pero la pandemia es política. En
este sentido, el actual gobierno de Andrés Manuel López Obrador parece que no ha sido
eficaz en una ni en otra o, por el contrario, demasiado eficiente. El eslogan de “regresar a
una nueva normalidad” más que un aliento parece una amenaza. Parece que lo único que
cambiará es una política de restricción, control sobre la vida, la libertad y los derechos
humanos, en algunos casos (la mayoría) con el respaldo de la ciudadanía y, por otro, con
el uso de la fuerza pública, ahora también militarizada. El gobierno federal y los estatales
siguen cobrando impuestos, cortando la energía eléctrica; las empresas privadas siguen
recortando salarios y lanzando a miles al desempleo; la educación básica en México sigue
sin tener claro el rumbo de este ciclo escolar y; los héroes de este momento, los médicos,
contratados por honorarios serán despedidos en unos cuantos días o meses. Entonces,
ese es el problema, regresar a la normalidad, lo de nuevo sólo cabe en un oxímoron.
Durante estas semanas de encierro con motivo de la expansión en el país del virus
SARS-CoV-2, las autoridades han dejado ver que el uso del mismo les ha caído como
anillo al dedo. En este mes, el 11 de mayo, el presidente Andrés López Obrador formalizó
la militarización del país. Si ya lo había hecho con la Guardia Nacional, no le bastó, sino
que, en pleno confinamiento, actúo de manera velada, como todo hombre autoritario, para
dar a las fuerzas armadas un poder semejante al de los gobiernos del Partido
Revolucionario Institucional (PRI) de la época de Gustavo Díaz Ordaz y de lo peor del
Partido Acción Nacional, con Felipe Calderón Hinojosa. Esta situación no es nueva, pero
es parte de la Nueva Normalidad.
Qué mejor esquema se le presenta a este gobierno que militarizar las calles y, que la
gente se vigile a sí misma y a los demás. El virus se ha convertido en el motivo autoritario
para que el ideal panóptico de la autovigilancia y el espionaje sanitario se conviertan en la
óptima conjunción del ejercicio de poder del Estado y el sometimiento voluntario de la
ciudadanía ante el miedo tanatopolítico expresado en los medios de comunicación. Que
mejor manera de actuar con base en el discurso médico, epidemiológico, del Dr. Hugo
López-Gatell (quien ya se ha equivocado en sus datos algunas veces, como en el cálculo
de infectados y muertos- hasta hoy 8597-, y, se dice, que hasta una nueva aritmética
generó) que la cesión voluntaria de la libertad y los derechos humanos de la ciudadanía a
este gobierno. Otro elemento de la Nueva Normalidad, el sueño del Leviatán hobbesiano
y el Estado de excepción.
La nueva normalidad implica que, los niños, adolescentes y jóvenes regresen a clases y
se infecten con un posible rebrote del virus en los próximos meses o, que las madres de
familia sean quienes asuman el rol de docentes, ante el fracaso de los proyectos de
educación a distancia de la Secretaría de Educación Pública. Eso es más normalidad y de
nuevo, nada.
Regresar a la normalidad, ¿qué otra cosa podía pasar? Ese es el problema. ¿Nueva? Eso
es aún peor: mayor pobreza, violencia, militarización, desempleo, baja de salarios, sobre
explotación laboral, dentro y fuera del hogar, miedo, autovigilancia, espionaje del prójimo,
permiso para violar los derechos humanos y restringir la libertad… ¿Algún escenario
mejor para los ricos y poderosos de este país? Este gobierno de “izquierda” se acerca
más a la derecha. Peligro.
Picaporte
Caída del 8.8% del PIB y 1.4 millones de desempleados, situación similar a la de 1932,
con la Gran Depresión. ¿Eso no implica una verdadera pandemia llamada pobreza y
hambruna?