¿Cómo sería una vida sin preocupaciones? (Entendiendo por preocupación ese estado de desasosiego, inquietud o temor producido ante una situación difícil, un problema, etc.) Es el deseo que San Pablo hace manifiesto para la comunidad de Corinto: “Yo quisiera que ustedes vivieran sin preocupaciones”. Señalando como causante de las mismas la división que se suscita en nuestro corazón cuando surgen los apegos a los bienes de esta vida, olvidando los eternos, y buscamos agradar a los hombres, olvidándonos de Dios. El Apóstol señala que pueden ser causa de la falta de constancia y de distracciones en la vida cristiana.
La vida sin preocupaciones, es un anticipo de la vida eterna. Es adentrarnos en el descanso de Dios, donde los corazones divididos no tienen lugar, o se reparan o no pueden entrar. Así pues, nuestro peregrinar por este mundo, será una continua búsqueda de esa unificación de nuestro corazón. Algunas divisiones se curan eliminando apegos y evitando distracciones, pero otras requieren de un buen cardiólogo que restaure, casi por completo, el corazón. Es ahí, donde Jesús de Nazaret aparece causando admiración a su paso, hablando con autoridad y expulsando el mal.
Jesús, el Hijo de Dios, pasó por este mundo unificando corazones. Hoy lo encontramos en la sinagoga de Cafarnaúm enseñando. Empieza a unificar corazones que estaban divididos ante la incoherencia de vida de los escribas. Por eso le escuchan con atención y se suscita la admiración por su mensaje. Empiezan a reconocer la autoridad de sus palabras, ya que van acompañadas con la fuerza de su obrar. En este pasaje incluso se demuestra cuando logra unificar el corazón dividido de un hombre que esta poseído por un espíritu inmundo. Es lo que hace el mal en nosotros, divide nuestro corazón. Al punto que, aunque conozcamos a Dios, alimenta en nosotros un desapego de Él, nos lleva a la ausencia de Dios en nuestra vida: “¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quien eres: el Santo de Dios”. Sin embargo, la fuerza de su palabra lo libera de ese tormento: “¡Cállate y sal de él”. Un hombre que estaba sumergido en un mundo de miedos, desasosiegos e inquietudes (preocupaciones) alcanza la paz. Y ¿cómo la alcanza? Escuchando la Voz de Dios, que no es como la voz de Juan el Bautista, sino la Voz que viene con la fuerza transformadora de la Palabra. Por eso hoy el salmo nos invita a orar: Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Esa disponibilidad para escuchar, implica todo un proyecto de vida: 1. Acercarnos a Dios: “Acerquémonos a él, llenos de júbilo, y démosle gracias” … 2. Con humildad: “puestos de rodillas, adoremos y bendigamos al Señor” … 3. Con fe (creer y adhesión): “Él nos hizo… somos sus ovejas.” 4. Con cambios en nuestra vida, para no repetir la misma parte negativa de la historia: “No endurezcan el corazón… como sus padres, cuando dudaron de mí, aunque habían visto mis obras”.
Acercarnos a Dios, implica disposición para el conocimiento, la alegría y el discipulado. Conocimiento progresivo y gradual del misterio de Dios y de su voluntad en nuestra vida, es decir, CONFIGURACIÓN CON EL MISTERIO. Parece extraño que se señale disposición para la alegría, cuando es la emoción que más anhelamos experimentar los seres humanos; sin embargo, estamos en una sociedad donde las motivaciones que tenemos para despertar la alegría son tan efímeras, que ya muchas personas la perciben como algo tan pasajero, que no merece la pena ser experimentada, y mucho menos perseverar en mantenerla como una emoción predominante en nuestras acciones. De ahí que el salmista invite al júbilo acompañado de la acción de gracias para poder estar en el descanso de Dios. Lo que nos demuestra que el descanso de Dios no es un estado de pasividad inerte, sino de alegría activa permanente, es decir, de FELICIDAD. Y el discipulado, para mantenernos como peregrinos en este mundo, adquiriendo, del Maestro, las herramientas que necesitamos para poder entrar en el descanso de Dios, y ayudar a que este mundo sea un anticipo del mismo, es decir, ser CONTRUCTORES DEL REINO DE DIOS.
Con humildad, esto implica pequeños hábitos que nos ayuden a alcanzarla como virtud. Algunos de ellos son: silencio, servicio, paciencia, tolerancia, respeto, solidaridad. Incluir el cultivo de estos hábitos en nuestra rutina diaria, hacen que la soberbia disminuya considerablemente. Este es uno de los principales enemigos que podemos tener en este esfuerzo. Y por su puesto pedirle continuamente al Señor, su gracia, en la oración, para poder perseverar en el propósito.
Con fe, la virtud que nos permite adherirnos a Aquél en quien creemos. Esta adhesión nos hace criaturas nuevas. La visión y comprensión de la realidad que nos genera desasosiego, inquietud y temor, cambia considerablemente cuando la contemplamos con la mirada de Dios. Y es donde surge la paz en nuestro corazón y en nuestra vida.
Con cambios para no repetir la misma parte negativa de la historia. Tener en nuestra memoria la historia pasada, nos debería permitir no repetir los mismos errores que se han cometido, sino, por el contrario, buscar soluciones que nos permitan no repetir la misma historia como si fuese un eterno retorno, sino seguirla escribiendo de forma lineal, cada vez, con mejores acontecimientos y sin hechos que lamentar. La gran causa de los malos acontecimientos es la falta de fe, que lleva a la dureza de corazón. También influye la falta de fidelidad a Dios y a la misma humanidad, que nos lleva a buscar otros dioses, a escuchar otras voces, a cerrarnos a nuestra propia carne, apartándonos de la humanidad. El gran cambio que debemos propiciar es empezar a quitar las durezas de nuestro corazón, para que, siendo un corazón de carne, Dios pueda morar en Él, y encontrar la disponibilidad que necesita en la humanidad para acoger su Reino.
Este proyecto de vida es sólo para aprender a escuchar la voz de Dios. No es fácil, pero tampoco imposible. Contamos con la fidelidad de Dios a sus promesas, y con su gracia, que fortalece nuestros propósitos de cambio. Hagamos el esfuerzo, que Dios nos ayudará a alcanzar la meta. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo…