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LA FAMILIA FELIZ

Autor: Hans Christian Andersen


Había una vez una vieja casa construida junto a un frondoso
bosque. Sus
habitantes comían muchos caracoles, porque les encantaban. Pero
llegó un día en
el que se acabaron, y tuvieron que dejar de comerlos.
Lo que sí que había en el bosque eran muchos lampazos, las
plantas que comían
los caracoles. Y como no había caracoles para comerlas, estas
plantas estaban
invadiéndolo todo.
Pero no todos los caracoles se habían extinguido. Todavía
quedaban dos
caracoles blancos, la especie más noble de todos los caracoles.
Eran muy viejos y
habían permanecido bien escondidos, lejos de la casa en la que se
comían a sus
amigos, primos y hermanos.
Un día, los viejos caracoles blancos encontraron un pequeño
caracol común
perdido, y lo adoptaron con si fuera hijo suyo, porque ellos no
tenían a nadie más
y se hacían mayores. Pero el pequeño caracol no crecía. Al fin y al
cabo, no era
más que un simple caracol ordinario.
Un día, la mamá caracola creyó observar que su pequeño se
desarrollaba, y le
pidió a papá caracol que se fijara bien, a ver qué le parecía. El
papá caracol
confirmó que, efectivamente, el pequeñín empezaba a crecer.
Un día se puso a llover con fuerza.
-Escucha el rampataplán de la lluvia sobre los lampazos -dijo el
viejo caracol.
-Fíjate en las gotas de lluvia -observó la madre caracola-. Mira
cómo bajan por el
tallo y lo mojan. Suerte que tenemos nuestra buena casa, y que el
pequeño tiene
también la suya. La naturaleza nos ha tratado a nosotros, los
caracoles, mejor que
a los demás seres vivos, porque tenemos una casa desde que
nacemos, y para
nosotros plantaron un bosque de lampazos. Me gustaría saber
hasta dónde se
extiende.
-No hay nada fuera de aquí -respondió el padre caracol-. Mejor que
esto no puede
haber nada.
-Pues a mí me gustaría ver la casa vieja que hay más allá -dijo la
vieja caracola-.
Todos nuestros antepasados pasaron por allí, así que debe ser
algo excepcional.
-Tal vez la casa esté destruida -dijo el caracol padre-, o quizás el
bosque de
lampazos la haya cubierto.
-No seas tan negativo-dijo la madre-. ¿No crees que si nos
adentrásemos en el
bosque de lampazos encontraríamos a alguno de nuestra especie?
Nuestro
pequeño necesitará una compañera.
-Seguramente habrá por allí caracoles negros -dijo el viejo
caracol-, caracoles
negros sin cáscara, que son ordinarios y orgullosos. Podríamos
encargarlo a las
hormigas, que siempre corren de un lado para otro, como si
tuviesen mucho que
hacer. Seguramente encontrarían una compañera para nuestro
pequeño.

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-Yo conozco a la más hermosa de todas -dijo una de las hormigas-,
pero me temo
que no haya nada que hacer, pues se trata de una reina.
-¿Y eso qué importa? -dijeron los viejos-. ¿Tiene una casa?
-Tiene un palacio -exclamó la hormiga-, un bellísimo palacio
hormiguero.
-Muchas gracias -dijo la madre caracola-. Nuestro hijo no va a ir a
un nido de
hormigas. Si no tenéis otra cosa mejor, hablaremos con los
mosquitos blancos,
que vuelan a mucha mayor distancia, tanto si llueve como si hace
sol, y conocen
el bosque de lampazos por dentro y por fuera.
-¡Tenemos esposa para él! -exclamaron los mosquitos-. Allí cerca,
en un zarzal,
vive una caracolita con casa. Es muy pequeñita, pero tiene la edad
suficiente para
casarse. Está a cien pasos de hombre de aquí.
-Muy bien, pues que venga -dijeron los viejos-. Nuestro pequeño
posee un bosque
de lampazos, y ella, sólo un zarzal.
Y enviaron un recado a la señorita caracola, que necesitó ocho
días para hacer el
viaje. Y se celebró la boda. La pareja recibió como regalo la
herencia de todo el
bosque de lampazos.
Cuando acabó la fiesta, los viejos caracoles se metieron en sus
casas y se
quedaron dormidos para siempre. La joven pareja reinó en el
bosque de
lampazos. Tuvieron muchos hijos, a los que enseñaron prudencia
para no ir más
allá de sus dominios y así librarse de ser comidos por los
habitantes de la casa.
Y allí vivieron felices para siempre, rodeados de todo lo que
necesitaban para vivir.

EL ALUMNO MISTERIOSO

Autor: Iván

Era una tarde fría, acosada por la brisa y las grandes gotas de
agua que arrojaba
el cielo y ahí estaba Nito, sentado sobre una piedra, tratando de
memorizar los
números de la pizarra a través de la ventana.
Cada vez que lo observaban, muchos de los niños se preguntaban
que hacía ahí
sentado, pero nadie se preguntaba adónde iba después de que
terminaran las
clases.
Pasaban las semanas y Nito no se despegaba de los cristales. Los
profesores
continuaban con su clase y simplemente lo observaban de vez en
cuando, a lo
que el pequeño contestaba sonriendo, pues a pesar de todo era
feliz.
Cuando los niños salían al descanso, Nito deseaba poder correr
con los demás,
pero era imposible desde el otro lado de la verja del colegio.
Además había un
inconveniente, los niños nunca hubieran querido acercarse a
alguien como Nito,
un pequeño con los zapatos viejos y los pantalones remendados.
La tarde del seis de abril, Lucía, la profesora de geografía, escribió
en la pizarra
una pregunta pero nadie respondía. Nito trataba de hablar a través
de la ventana
pero no le prestaban atención. Continuó insistiendo hasta que la
profesora abrió la
ventana.
Hola. ¿Te puedo ayudar en algo?- le preguntó Lucía.
Es que yo sé la respuesta – respondió Nito con voz tímida-
¿Sí? Adelante entonces.
La respuesta de Nito sorprendió muchísimo a Lucía. ¿Cómo era
posible que ese
niño al que veía a diario a través de la ventana supiese la
respuesta mientras que
ninguno de los niños que asistían a su clase había sido capaz?
Al día siguiente, en clase de geografía, Lucía vio que el niño no
estaba en la
ventana. Preguntó a los demás si lo habían visto pero nadie supo
decirle qué
había pasado con él, por eso decidió salir a buscarlo al terminar las
clases.
En el pueblo una anciana le señaló un descampado donde solía
ver a unos niños
jugando, pensando que quizá ahí estaría Nito.
Cuando Lucía llegó a la cancha, sonrió al verle. Ahí estaba,
tratando de hacer algo
que a ella le costaba creer; Nito les estaba explicando a los demás
lo que ella
enseñaba en clase.
Y lo más interesante era la manera en que lo hacía: utilizando
pedazos de cartón y
viejos atlas con las páginas medio rotas.
Lucía, dejó salir sus lágrimas mientras se sentía orgullosa de lo
que hacía el
pequeño, que por otro lado era completamente admirable.
Nito la vio y se acercó a ella tímidamente:
Hola profesora, ¿le puedo ayudar en algo?
Ella contestó con los ojos llenos de lágrimas:
¿Me permite estar en su clase pequeño profesor?

EL CUENTO DE LOS TRES HERMANOS

Autora: J. K. Rowling

Había una vez tres hermanos que viajaban al atardecer por un camino solitario y

sinuoso.

Con el tiempo, los hermanos alcanzaron un río demasiado profundo para vadearlo

y demasiado peligroso para cruzarlo a nado. Sin embargo, estos hermanos habían

aprendidos las artes mágicas, y con el sencillo ondear de sus varitas hicieron

aparecer un puente sobre el agua traicionera.

Iban ya por la mitad del puente cuando encontraron el paso bloqueado por una

figura encapuchada. Y la muerte les habló. Estaba enojada porque le hubieran

sido escatimadas tres nuevas víctimas, ya que los viajeros normalmente se


ahogaban en el río.

Pero la Muerte era astuta. Fingió felicitar a los tres hermanos por su magia, y dijo

que cada uno de ellos había ganado un premio por haber sido lo suficientemente

listos como para engañarla.

Así el hermano mayor, que era un hombre combativo, pidió la varita más poderosa

que existiera, una varita que ganara siempre en los duelos para su dueño, ¡una

varita digna de un mago que había vencido a la Muerte!.

Así la Muerte cruzó hasta un viejo árbol de Sauco en la ribera del río, dando forma

a una varita de una rama que colgaba, y se la entregó al hermano mayor.

Entonces el segundo hermano, que era un hombre arrogante, decidió que quería

humillar a la Muerte todavía más, y pidió el poder de resucitar a los muertos. Así la

muerte recogió una piedra de la orilla del río y se la dio al segundo hermano, y le

dijo que la piedra tenía el poder de traer de vuelta a los muertos.

Entonces la Muerte preguntó al tercer y más joven de los hermanos lo que quería.

El hermano más joven era el más humilde y también el más sabio de los

hermanos, y no confiaba en la Muerte. Así que pidió algo que le permitiera

marcharse de aquel lugar sin que la muerte pudiera seguirle. Y la Muerte, de mala

gana, le entrego su propia Capa de Invisibilidad.

La Muerte se apartó y permitió a los tres hermanos continuar su camino, y así lo

hicieron, charlando asombrados sobre la aventura que habían vivido, y admirando

los regalos de la Muerte.

En su debido momento los hermanos se separaron, cada uno hacía su propio

destino.

El primer hermano viajó durante una semana más, y alcanzó un pueblo lejano,

acompañando a un camarada mago con el que tuvo una riña.

Naturalmente con la Varita del Sauco como arma, no podía perder en el duelo que
seguiría. Dejando al enemigo en el suelo el hermano mayor avanzó hacia la

posada, donde alardeó en vos alta de la poderosa varita que le había arrebatado a

la Muerte, y de cómo ésta lo hacía invencible.

Esa misma noche, otro mago se acercó sigilosamente al hermano mayor que

yacía, empapado en vino, sobre la cama. El ladrón tomó la varita y para más

seguridad, le cortó la garganta al hermano mayor.

Y así la Muerte tomó al primer hermano para sí.

Entretanto, el segundo hermano viajaba hacia su casa, donde vivía solo. Allí sacó

la piedra que tenía el poder de resucitar a los muertos, y la volteó tres veces en su

mano. Para su asombro y su deleite, la figura de la chica con la que una vez había

esperado casarse, antes de su muerte prematura, apareció ante él. Pero ella

estaba triste y fría, separada de él por un velo. Sin embargo había vuelto al

mundo, pero ese no era su sitio y sufría.

Finalmente el segundo hermano, impulsado por un loco anhelo desesperado, se

mató para reunirse finalmente con ella .

Así fue como la Muerte tomó al

segundo hermano para sí.

Sin embargo la Muerte buscó al

tercer hermano durante muchos

años, y nunca pudo encontrarlo.

Fue solo cuando tenía ya una

edad avanzada que el hermano

más joven se quitó la capa de

invisibilidad y se la dio a su hijo.

Y entonces saludó a la Muerte

como a una vieja amiga y fue

con ella gustosamente, e

igualmente, pasó a mejor vida.


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EL ÁRBOL DE LOS PROBLEMAS

Autor: ANÓNIMO

Un hombre contrató a un carpintero para que le ayudase a hacer reparaciones en

su vieja granja. El primer día de trabajo presentó muchos inconvenientes: su

cortadora eléctrica se estropeó, lo cual le hizo perder una hora de trabajo; además

su camión, ya un poco viejo, se negaba a arrancar.

Ante este percance, el hombre que lo había contratado decidió llevarle a su casa.

Casi no habló nada durante el recorrido, pero, al llegar a su casa, le invitó a

conocer a su familia.

Mientras se dirigían a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol,

tocando la punta de las ramas con ambas manos.

Cuando se abrió una puerta, ocurrió sorprendentemente una transformación. Su

cara bronceada estaba llena de sonrisas.

Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa. Posteriormente,

acompañó hasta el coche a su empleador.

Éste, antes de despedirse, preguntó al carpintero acerca de lo que le había visto

hacer en el árbol un rato antes.

--Oh, ése es mi árbol de los problemas --contestó--. Sé que no puedo evitar tener

problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a

la casa, ni a mi esposa ni a mis hijos. Así que, simplemente, los cuelgo en el árbol

cada noche cuando llego a casa. Luego, por la mañana, los recojo otra vez. Lo

divertido es --concluyó sonriente-- que, cuando salgo por la mañana a recogerlos,

no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior
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EL PESCADOR

Un banquero de inversión americano estaba en el muelle de un pueblito caribeño

cuando llegó un bote con un solo pescador.

Dentro del bote había varios atunes amarillos de buen tamaño. El americano

elogió al pescador por la calidad del pescado y le preguntó ¿cuánto tiempo le

había tomado pescarlos?

El pescador respondió que sólo un de poco tiempo.

El americano luego le preguntó ¿por qué no permanecía más tiempo y sacaba

más pescado?

El pescador dijo que él tenía lo suficiente para satisfacer las necesidades

inmediatas de su familia.

El americano luego preguntó ¿pero qué hace usted con el resto de su tiempo?

El pescador dijo, "duermo hasta tarde, pesco un poco, juego con mis hijos, hago

siesta con mi señora María, caigo todas las noches al pueblo donde tomo vino y

toco guitarra con mis amigos. Tengo una vida "placentera y ocupada".

El americano replicó, "Soy un MBA de Harvard y podría ayudarte. Deberías gastar

más tiempo en la pesca y con los ingresos comprar un bote más grande, con los

ingresos del bote más grande podrías comprar varios botes y eventualmente

tendrías una flota de botes pesqueros.

En vez de vender el pescado a un intermediario lo podrías, hacer directamente a

un procesador y eventualmente abrir tu propia procesadora.

Deberías controlar la producción, el procesamiento y la distribución.

Deberías salir de este pequeño pueblo e irte a La Capital, donde manejarías tu

empresa en expansión". El pescador preguntó, ¿Pero, cuánto tiempo tarda todo

eso?

A lo cual respondió el americano, "entre 15 y 20 años".


"¿Y luego qué?"

El americano se rió y dijo que esa era la mejor parte.

"Cuando llegue la hora deberías anunciar un IPO (Oferta inicial de acciones) y

vender las acciones de tu empresa al público. Te volverás rico, tendrás millones.

"Millones ... y ¿luego qué?"

Dijo el americano: "Luego te puedes retirar. Te mueves a un pueblito en la costa

donde puedes dormir hasta tarde, pescar un poco, jugar con tus hijos, hacer siesta

con tu mujer, caer todas las noches al pueblo donde tomas vino y tocas guitarra

con tus amigos".

El pescador respondió: "¿Acaso eso no es lo que tengo ya?"

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