Está en la página 1de 6

EL ARTE DE LA CONVERSACIÓN GOETHEANA

Por Marjorie Spock

PARTE I

El conversar, tal como lo concebía Goethe, es el arte de las artes. Ya el lugar mismo
de su obra en que menciona el tema nos deja vislumbrar la singular jerarquía que
ocupaba en su estima. Se encuentra en una escena clave de su cuento de hadas, La
Serpiente Verde y el Hermoso Lirio. Allí, los cuatro reyes entronados en el misterioso
templo subterráneo son despertados al amanecer de una nueva Era del Hombre
cuando la serpiente, que se ha hecho luminosa por el oro que había tragado,
penetra con su luz en su oscuro santuario, teniendo lugar el siguiente diálogo:

“¿De dónde es que has llegado hasta aquí?”, preguntó el rey de oro.
“De entre las grietas donde mora el oro”, replicó la serpiente.
“¿Qué es más glorioso que el oro?”
“¡La luz!”
“Y ¿qué es más vivificante que la Luz?”
“¡La conversación!”

A menos que comprendamos lo que Goethe quiere decir, podríamos sentirnos


desilusionados por la respuesta de la serpiente, que ciertamente no es la revelación
que uno esperaba. Puesto que la conversación, tal como la conocemos en el Siglo
Veinte, ¿es realmente más gloriosa que el oro? ¿Más vivificante que la luz?
¡Difícilmente! Asignamos este término a cualquier intercambio casual, a la mayor
parte del parloteo ocioso, inconsecuencial. Por supuesto, pensamos, que el término
debe haber bajado en el mundo desde la época de Goethe, sufriendo el más grande
de los menoscabos en su caída.

El caso se hace evidente cuando recordamos los salones de siglos pasados, en que
grandes pensadores se reunían para sostener charlas significativas. Estas ocasiones
eran de un orden completamente diferente de nuestras reuniones sociales. Eran
disciplinadas, mientras que las nuestras son caóticas y giraban en torno a un
propósito común, enriqueciéndose, más que agotándose mutuamente. Es imposible
imaginar a los participantes en un salón hablando todos a un mismo tiempo,
chachareando largamente sobre tantos temas diferentes como pares de
conversadores hay presentes. ¡No! La estrella del tema pendía por sobre los
miembros de la asamblea como por sobre un remanso (pool) tachonado de cristales
y los intelectos, como cristales centelleantes respondían cada uno a su turno,
poniendo en palabras las reflexiones que despertaban en ellos.

Pero las conversaciones Goetheanas difieren por lo menos en la misma medida de


las conversaciones de ese salón que de las conversaciones de los cócteles de hoy en
día. El propósito de las primeras es producir una plenitud de vida espiritual y no
constituirse en escenario para el despliegue de fuegos artificiales intelectuales. No
tienen nada en común con el juego formal dentro del salón de puntos luminosos
que chispean en el resplandor frío iluminado por las estrellas. En lugar de ello, se
esmeran por entrar en el ámbito temperado por el sol de los pensamientos vivos,
donde el pensador se usa a sí mismo enteramente como un instrumento del
conocimiento, donde – a la manera de su pensar – toma parte como un espíritu
creativo en el incesante proceso creativo del cosmos.
Pero esto significa que la conversación verdaderamente Goetheana tiene lugar una
vez traspasado el umbral, en el mundo etérico, donde los pensamientos son
intuiciones (ver “Filosofía de la Libertad” de Rudolf Steiner), quiere decir que se abre
camino hacia el ámbito de las Causas Primeras.

Los tipos menores de intercambio jamás hacen esto; se quedan en la simple


mentalización, en la especulación, argumentación, recuento de la experiencia,
ofrenda de una opinión, o en la entrega de un informe. En el mejor de los casos, no
son más que una discusión disciplinada y, en el peor de los casos, una divagación
asociativa descuidada.

Si bien la mayoría de estas formas menores de intercambio pueden aprovecharse


para fines útiles, el hecho de que se quedan de este lado del umbral las condena a
la esterilidad espiritual; dejan incompletos a la tierra y a aquellos que participan en
ellas. No pueden superar el aislamiento que aflige a cada hombre nacido desde
Adán.

Pero las verdaderas conversaciones tienen esa potencia. A medida que los
participantes se van esforzando por ingresar juntos al mundo del pensamiento vivo,
cada uno va armonizando su percepción intuitiva al tema. Y lo hace dentro de la
atmósfera especial engendrada por el acercarse al umbral del mundo espiritual: el
ánimo del escuchar sobrenaturalmente atento, de la apertura más receptiva a la vida
del pensamiento al cual están ingresando ahora tanto él como sus compañeros. En
tal actitud, la conciencia de todos los que comparten se modela de modo de formar
un único cáliz para contener dicha vida. Y, al compartir de ese alimento divino,
comparten también de la comunión, de la hermandad; viven la experiencia del Grial
del hombre moderno.

PARTE II

Encontramos que Goethe describe la conversación como el arte de las artes. Si lo es,
y nosotros aspiramos a que lo sea, ¿qué es lo que su práctica requiere de nosotros?
De seguro, no basta con un andar a tientas inspirado; debemos cultivar técnicas de
un orden muy especial.

Quizás, el primer pre-requisito sea tener conciencia de que el mundo espiritual más
allá del umbral tiene un deseo de ser conocido exactamente igual de intenso que el
deseo que nosotros tenemos de conocerlo a él. No tiene que ser tomado por asalto;
viene a nosotros dichoso de encontrarnos, muy similar a la forma en que un maestro
sabio y afectuoso responde a la calidez del interés por parte del alumno. Y nadie que
esté genuinamente deseoso por abordar a este maestro con la veneración adecuada
fracasará en su intento de posibilitar que él responda. El mundo espiritual no está
menos deseoso que nosotros de salir al encuentro de nuestro interés. Recordemos
la seguridad que Cristo nos da de ello: “Buscad y encontraréis. Llamad a las puertas
y se os abrirán”.

Así, la actitud del que busca se convierte en una vara mágica evocadora que, al igual
que la vara de Moisés, desata un flujo de vida espiritual. Uno debe saber que esto es
un hecho, tanto en el caso de uno mismo como en el caso de los demás. Luego, la
conciencia del grupo se convierte de hecho en un cáliz común para recibir la
iluminación que el mundo más allá del umbral considere apropiado ofrecer en cada
ocasión en particular.
Sin embargo, no basta un solo paso para poder pasar del pensamiento ordinario y
de la cháchara a la conversación Goetheana. Esta última requiere de la más amorosa
de las preparaciones. Primero, los pensamientos deben ser concebidos como se
concibe a los hijos, y luego cavilados en los espíritus de los que piensan. Con este
propósito, el tema de la reunión se establece de antemano. Cada miembro del
grupo convive con él como una inquietud que se desarrolla en su meditación. A
medida que se va acercando el día para congregarse, comienza a sentir la reunión
en ciernes como un festival de luz que, si tanto él como sus compañeros han hecho
bien su trabajo, los llevará a su iluminación por el mundo espiritual.

¿Qué significa específicamente trabajo, en este caso? Ciertamente que no se trata


de la producción de conceptos terminados, la acumulación de citas de fuentes de
autoridad, la repetición de un resumen de las lecturas realizadas. El pensar y el
estudio más comprometidos de una reunión anterior más bien sirven para el
propósito de despertar al alma al máximo de su actividad de modo que toda
percepción pueda llegar a la presencia del espíritu. Un trabajo de esta naturaleza es
un precalentamiento, un iluminar la conciencia para hacer del alma una morada, un
lugar hospitalario para la visión interior. Uno debe estar dispuesto a sacrificar el
pensamiento anterior, tal como uno lo hace en la segunda fase de la meditación, a
fin de despejar la escena para una nueva iluminación.

El principio aquí es el mismo que nos adelantó Rudolf Steiner cuando aconsejaba a
los profesores que prepararan meticulosamente sus clases y que luego estuvieran
dispuestos a sacrificar el plan preparado de acuerdo a los dictados de las
circunstancias, que pueden apuntar a un enfoque enteramente nuevo respecto de
su material. Si uno está bien preparado, decía él, encontrará la inspiración necesaria.
En verdad, este principio es común a todo el trabajo esotérico. Invitar al espíritu
activándose espiritualmente y luego mantenerse abierto para su visitación.

Aquéllos que vienen así preparados al lugar de reunión no traerán la calle con ellos
en la forma de todo tipo de parloteos distractivos. Después de todo, uno no se
acerca al umbral en un ánimo corriente; y, cuando se prepara una forma de
acercarse, la escena en la cual el encuentro tiene lugar se convierte en un entorno
de templo de los misterios. Lo que allí se hable, debe armonizar con la atmósfera
del templo. Las cortesías convencionales hacia la persona sentada junto a uno, los
comentarios sobre el clima, el intercambio de algunos pequeños temas del trabajo,
todo eso queda completamente fuera de tono y no concuerda.

Abstenerse de la cháchara significa aprender a vivir sin ningún sentido de la


incomodidad en una quietud expectante. Pero, entonces, la mirada especial y la
tolerancia frente al silencio es un sine qua non de la vida esotérica, a la cual
pertenece también la conducción de las conversaciones. Esto significa un giro en
ciento ochenta grados respecto de las formas acostumbradas. En el intercambio
social ordinario, las palabras deben fluir, o no hay evidencia de que exista una
relación; los silencios son signos de ruptura en las comunicaciones. Pero, a medida
que uno va creciendo en la conciencia respecto del umbral, las palabras por las
palabras mismas llegan a parecernos elementos que perturban la paz. La
articulación de palabras innecesarias constituye una intrusión y destruye la quietud
interior concentrada que sirve de matriz al despliegue de la vida de la intuición.

Luego, las conversaciones dependen en la misma medida de ser capaces de


preservar el silencio que de hablar. Y cuando se trata de lo segundo, de hablar, no
podemos encontrar mejor guía hacia el ideal que la que se nos ofrece en otro lugar
de la visión de Goethe. El poeta vio la necesidad como el criterio del arte (“He aquí
la necesidad, he aquí el arte”). Y podemos agudizar nuestro sentido de lo necesario
hasta el punto en que la conversación se desarrolla como un organismo viviente, en
que cada parte es esencial y se encuentra en equilibrio, en que cada individuo que
aporta se esfuerza al máximo para elevarse y mantenerse por sobre el nivel del
verter informe. Para lograr conversaciones verdaderas, debemos, en resumen,
construir con el material de la intuición. Y para lograr esta altura, todo aquello de
naturaleza personal, sensible, debe ser sacrificado. Sólo así puede la conversación
encontrar su camino a la necesidad.
Cuando lo logra, se torna en una conversación con el mundo espiritual y también
con nuestros hermanos en la tierra.

PARTE III

A pesar de que los grupos varían grandemente, generalmente se necesita una buena
cantidad de práctica para crecer hasta alcanzar la capacidad necesaria para la
conversación Goetheana. La mayor parte de los individuos hoy en día están tan
habituados a la discusión, que a penas si pueden concebir niveles más altos de
intercambio. Estamos condicionados a la tierra; el ámbito etérico se ha convertido
en un extraño para nosotros.

Existen varios medios para educarse en el pensamiento etérico. Uno de los


principales es, por supuesto, la meditación, tal como la enseña la Antroposofía. Otro
es el estudio incansablemente reiterado de la Filosofía de la Libertad, de Rudolf
Steiner, llevado a cabo con atención especial a la forma en que este libro, que
comienza en el terreno habitual del argumento filosófico – intelectual, de pronto lo
abandona para elevarse, alado, a regiones en que cada pensamiento vivifica y se
conforma en un hecho creativo libre. El mero hecho de seguir dicha metamorfosis
es recibir una infusión de fuerzas etéricas mediante las cuales nuestro propio
pensar es vivificado y nuestra mente se vuelve a la percepción intuitiva.

Una tal transformación se lleva a cabo empapándonos en los cuentos de hadas y la


gran poesía. Puesto que los ritmos y las imágenes se conjugan con la vida espiritual
y, a medida que uno los absorbe, se puede sentir como la propia vida se estimula
mágicamente.

Es completamente contrario al concepto verdaderamente moderno de la formación


de comunidad el depender de los guías en las conversaciones. Más bien, la creación
de una conciencia del Cáliz del Grial requiere de un círculo intacto de individuos
enteramente activos y responsables, cuyo único guía es el mundo espiritual. Si,
antes de reunirse, cada uno de dichos individuos trae vivo en sí mismo el tema de la
reunión y si luego, habiendo llegado hasta allí, suprime los pensamientos que ha
tenido, ofreciendo al mismo tiempo la vida que han engendrado en el espíritu, con
certeza el espíritu concederá una nueva visión a la reunión que se ha preparado
para recibirla. Y esto puede experimentarse una y otra vez. Basta con ser activo y
mantener despejado el camino, sabiendo que “allí donde dos o más se reunieren en
mi nombre, allí soy Yo, en medio de ustedes”.

La esperanza de esta Presencia puede verse fortalecida mediante el aprender a


escuchar a nuestro compañero exactamente en la misma forma en que uno
escucharía al mundo espiritual: evocadoramente, con reverencia, absteniéndose de
toda traza de reacción, haciendo de nuestra alma un lecho de siembra de las ideas
germinales de los otros.
Esto no significa que quien escucha entregue rendidamente la más mínima medida
de discriminación. Él sopesa lo que oye. Pero lo hace de manera renovada,
limpiándose a sí mismo de toda simpatía o antipatía, a fin de servir como una caja
de resonancia objetiva dentro de la cual las palabras del orador resuenan como
verdaderas o falsas.

De esta forma, el orador es llevado a oírse a sí mismo y a sopesar la propia


articulación de palabras. La corrección – en el sentido de un despertar – está allí sin
que los demás lo sometan a juicio.

Pero incluso esto no es suficiente. Escuchar en forma evocadora es un acto que


evoca al sol. Irradia la calidez y la luz del interés hacia la vida pensante que se
vivifica en el círculo y la anima hacia un verdadero brotar.

Una pregunta frecuente entre los que se interesan en la exploración de las


conversaciones es: ¿Cómo es que se escogen los temas?

Ciertamente, no en la forma arbitraria corriente. Uno no puede, como


probablemente pasaba en el salón, buscar y escoger el tema más atractivo
intelectualmente hablando, ni tampoco, como en los grupos de discusión de hoy en
día, pasar nuestro dedo por la lista de Temas Oportunos, tratando de apuntarle al
más oportuno. En lugar de ello, aquellas preguntas quemantes que han sido
albergadas en las almas de los participantes buscarán la luz, preguntas que han
surgido de las inquietudes del alma respecto de materias del espíritu y que, por lo
tanto, ya están llenas de vida y de fuego, y enraizadas en algo más profundo que el
intelecto. En base a su propia vitalidad, saldrán con fuerza a reclamar la atención de
la reunión.

Con frecuencia, los temas van acompañados de tal plenitud de vida que pasa por
una serie de metamorfosis y requieren de varias reuniones para su exploración. Los
temas de esta naturaleza son especialmente valiosos, puesto que tienden a
convertirse en inquietudes espirituales de toda una vida para todos los miembros, y
es fácil ver cuán indisolublemente las conversaciones sobre tales materias vinculan a
los que participan en la conversación.

PARTE IV

Para que una conversación pueda ser una obra de arte, su vida debe serle dada
desde dentro de un marco. De lo contrario, camina extraviada en lo amorfo.

El marco que hace que las conversaciones mantengan su forma está construido, en
parte, de elementos temporales, en parte de un ritual muy simple. Así, se verá que
es deseable fijar la hora exacta tanto del comienzo como del término de las
reuniones y de atenerse a ella puntualmente, y que todos aquellos que tienen la
intención de estar presentes comprendan que deben llegar con suficiente
anticipación para prepararse a inaugurar las actividades de la velada con un ánimo
de reunión. Estas constituyen reglas invariables de la práctica esotérica. El ritual
consiste en levantarse y decir juntos una o más líneas escogidas por su contenido
que orientan hacia lo espiritual, por ejemplo, “Ex Deo Nascimur (de Dios nacemos”;
“In Christo Morimur (en Cristo morimos)”; “Per Spiritum Sanctum Reviviscimus (por
el Espíritu Santo volveremos a la vida)”. Esta misma meditación u otra puede decirse
al final de la reunión, al igual que en el caso anterior, exactamente a la hora
predeterminada.
Podría temerse que las rígidas limitaciones de tiempo inhiban el libre
desenvolvimiento de la conversación. Estos temores son probadamente infundados.
La inspiración de un pintor no queda limitada por el tamaño de su tela. Más bien, los
límites sirven, en todas las formas del arte, como medios para despertar, para
agudizar la conciencia de lo que se puede lograr y la composición siempre se adapta
en forma intuitiva al espacio dado.

Para hacer una composición de una sola pieza, como debe ser, para alcanzar el
rango de arte, el círculo de la conversación debe tomar medidas extraordinarias para
conservar su unidad. También en este punto hay una vasta diferencia entre un
debate y una conversación. En aquél, son pocos los que van a sentir el más mínimo
escrúpulo por enzarzarse en apartes. Por más disruptivos y descorteses que éstos
puedan ser, delatando vanidad en su implicancia de que lo que uno está
murmurando al vecino es, por supuesto, mucho más interesante que lo que está
diciendo el hombre que tiene el podio, no son un desastre tan definitivo como
cuando tienen lugar en una conversación. Porque los debates se basan en el
intelecto y el pensamiento intelectual tiende a la separación en forma natural. Pero
las conversaciones son un orden de pensamiento en el cual los corazones
iluminados sirven a los órganos de la inteligencia, y la tendencia de los corazones es
hacia la unión. El grupo de conversación debe constituirse en círculo mágico; la más
pequeña fisura en su completud de Cáliz del Grial, permitiría que se escurriera la
preciosa sustancia luz generada por la reunión. Los participantes sensibles
experimentarán que los apartes y las interrupciones son nada menos que cortar la
unión de la reunión con el mundo espiritual.

Muchos individuos sienten que no existe conversación que pueda igualar la


inspiración de una conferencia de alto vuelo. Por ello, tienden a pensar que
conversar es una pérdida de tiempo, tiempo que estaría mucho mejor empleado en
leer conferencias o escucharlas.

Sin lugar a dudas, las conferencias desempeñan importantes funciones. Preparadas


con esmero, transmiten concentraciones de sustancia espiritual a los que las
escuchan, a los que se sientan, por decirlo así, a una cena que otro ha puesto frente
a ellos. Pero, para continuar con la analogía, los asistentes acérrimos a conferencias
comen siempre en restaurantes, sin aprender jamás el hermoso arte de la
preparación en casa.

Hay algo lamentablemente unilateral en esa forma de vivir. No solamente le hace el


quite a la responsabilidad y pasa por alto las oportunidades para el crecimiento
creativo, sino que significa quedarse infantilmente dependiente en la fase más
importante de la evolución humana, en momentos en que uno debiera estar
avanzando desde dejar que nos revelen la verdad a descubrir la verdad por medio de
la propia actividad.

Rudolf Steiner no era amigo de la dependencia en ninguna de sus formas. Raras


fueron las veces en que dio a las personas la solución de algún problema y, cuando
lo hizo, fue sólo cuando las presiones excepcionales de tiempo lo exigieron. Más
bien, mostró el camino para resolver los problemas por uno mismo. Y esto es lo que
nuestra época requiere de nosotros: que nos volvamos auto-activos espiritualmente,
aprendiendo a sacar el sostenimiento a partir del mundo espiritual para la
renovación de la tierra.

Se verá que las conversaciones Goetheanas son la escuela ideal para esta tarea de la
máxima importancia.

También podría gustarte