PARTE I
El conversar, tal como lo concebía Goethe, es el arte de las artes. Ya el lugar mismo
de su obra en que menciona el tema nos deja vislumbrar la singular jerarquía que
ocupaba en su estima. Se encuentra en una escena clave de su cuento de hadas, La
Serpiente Verde y el Hermoso Lirio. Allí, los cuatro reyes entronados en el misterioso
templo subterráneo son despertados al amanecer de una nueva Era del Hombre
cuando la serpiente, que se ha hecho luminosa por el oro que había tragado,
penetra con su luz en su oscuro santuario, teniendo lugar el siguiente diálogo:
“¿De dónde es que has llegado hasta aquí?”, preguntó el rey de oro.
“De entre las grietas donde mora el oro”, replicó la serpiente.
“¿Qué es más glorioso que el oro?”
“¡La luz!”
“Y ¿qué es más vivificante que la Luz?”
“¡La conversación!”
El caso se hace evidente cuando recordamos los salones de siglos pasados, en que
grandes pensadores se reunían para sostener charlas significativas. Estas ocasiones
eran de un orden completamente diferente de nuestras reuniones sociales. Eran
disciplinadas, mientras que las nuestras son caóticas y giraban en torno a un
propósito común, enriqueciéndose, más que agotándose mutuamente. Es imposible
imaginar a los participantes en un salón hablando todos a un mismo tiempo,
chachareando largamente sobre tantos temas diferentes como pares de
conversadores hay presentes. ¡No! La estrella del tema pendía por sobre los
miembros de la asamblea como por sobre un remanso (pool) tachonado de cristales
y los intelectos, como cristales centelleantes respondían cada uno a su turno,
poniendo en palabras las reflexiones que despertaban en ellos.
Pero las verdaderas conversaciones tienen esa potencia. A medida que los
participantes se van esforzando por ingresar juntos al mundo del pensamiento vivo,
cada uno va armonizando su percepción intuitiva al tema. Y lo hace dentro de la
atmósfera especial engendrada por el acercarse al umbral del mundo espiritual: el
ánimo del escuchar sobrenaturalmente atento, de la apertura más receptiva a la vida
del pensamiento al cual están ingresando ahora tanto él como sus compañeros. En
tal actitud, la conciencia de todos los que comparten se modela de modo de formar
un único cáliz para contener dicha vida. Y, al compartir de ese alimento divino,
comparten también de la comunión, de la hermandad; viven la experiencia del Grial
del hombre moderno.
PARTE II
Encontramos que Goethe describe la conversación como el arte de las artes. Si lo es,
y nosotros aspiramos a que lo sea, ¿qué es lo que su práctica requiere de nosotros?
De seguro, no basta con un andar a tientas inspirado; debemos cultivar técnicas de
un orden muy especial.
Quizás, el primer pre-requisito sea tener conciencia de que el mundo espiritual más
allá del umbral tiene un deseo de ser conocido exactamente igual de intenso que el
deseo que nosotros tenemos de conocerlo a él. No tiene que ser tomado por asalto;
viene a nosotros dichoso de encontrarnos, muy similar a la forma en que un maestro
sabio y afectuoso responde a la calidez del interés por parte del alumno. Y nadie que
esté genuinamente deseoso por abordar a este maestro con la veneración adecuada
fracasará en su intento de posibilitar que él responda. El mundo espiritual no está
menos deseoso que nosotros de salir al encuentro de nuestro interés. Recordemos
la seguridad que Cristo nos da de ello: “Buscad y encontraréis. Llamad a las puertas
y se os abrirán”.
Así, la actitud del que busca se convierte en una vara mágica evocadora que, al igual
que la vara de Moisés, desata un flujo de vida espiritual. Uno debe saber que esto es
un hecho, tanto en el caso de uno mismo como en el caso de los demás. Luego, la
conciencia del grupo se convierte de hecho en un cáliz común para recibir la
iluminación que el mundo más allá del umbral considere apropiado ofrecer en cada
ocasión en particular.
Sin embargo, no basta un solo paso para poder pasar del pensamiento ordinario y
de la cháchara a la conversación Goetheana. Esta última requiere de la más amorosa
de las preparaciones. Primero, los pensamientos deben ser concebidos como se
concibe a los hijos, y luego cavilados en los espíritus de los que piensan. Con este
propósito, el tema de la reunión se establece de antemano. Cada miembro del
grupo convive con él como una inquietud que se desarrolla en su meditación. A
medida que se va acercando el día para congregarse, comienza a sentir la reunión
en ciernes como un festival de luz que, si tanto él como sus compañeros han hecho
bien su trabajo, los llevará a su iluminación por el mundo espiritual.
El principio aquí es el mismo que nos adelantó Rudolf Steiner cuando aconsejaba a
los profesores que prepararan meticulosamente sus clases y que luego estuvieran
dispuestos a sacrificar el plan preparado de acuerdo a los dictados de las
circunstancias, que pueden apuntar a un enfoque enteramente nuevo respecto de
su material. Si uno está bien preparado, decía él, encontrará la inspiración necesaria.
En verdad, este principio es común a todo el trabajo esotérico. Invitar al espíritu
activándose espiritualmente y luego mantenerse abierto para su visitación.
Aquéllos que vienen así preparados al lugar de reunión no traerán la calle con ellos
en la forma de todo tipo de parloteos distractivos. Después de todo, uno no se
acerca al umbral en un ánimo corriente; y, cuando se prepara una forma de
acercarse, la escena en la cual el encuentro tiene lugar se convierte en un entorno
de templo de los misterios. Lo que allí se hable, debe armonizar con la atmósfera
del templo. Las cortesías convencionales hacia la persona sentada junto a uno, los
comentarios sobre el clima, el intercambio de algunos pequeños temas del trabajo,
todo eso queda completamente fuera de tono y no concuerda.
PARTE III
A pesar de que los grupos varían grandemente, generalmente se necesita una buena
cantidad de práctica para crecer hasta alcanzar la capacidad necesaria para la
conversación Goetheana. La mayor parte de los individuos hoy en día están tan
habituados a la discusión, que a penas si pueden concebir niveles más altos de
intercambio. Estamos condicionados a la tierra; el ámbito etérico se ha convertido
en un extraño para nosotros.
Con frecuencia, los temas van acompañados de tal plenitud de vida que pasa por
una serie de metamorfosis y requieren de varias reuniones para su exploración. Los
temas de esta naturaleza son especialmente valiosos, puesto que tienden a
convertirse en inquietudes espirituales de toda una vida para todos los miembros, y
es fácil ver cuán indisolublemente las conversaciones sobre tales materias vinculan a
los que participan en la conversación.
PARTE IV
Para que una conversación pueda ser una obra de arte, su vida debe serle dada
desde dentro de un marco. De lo contrario, camina extraviada en lo amorfo.
El marco que hace que las conversaciones mantengan su forma está construido, en
parte, de elementos temporales, en parte de un ritual muy simple. Así, se verá que
es deseable fijar la hora exacta tanto del comienzo como del término de las
reuniones y de atenerse a ella puntualmente, y que todos aquellos que tienen la
intención de estar presentes comprendan que deben llegar con suficiente
anticipación para prepararse a inaugurar las actividades de la velada con un ánimo
de reunión. Estas constituyen reglas invariables de la práctica esotérica. El ritual
consiste en levantarse y decir juntos una o más líneas escogidas por su contenido
que orientan hacia lo espiritual, por ejemplo, “Ex Deo Nascimur (de Dios nacemos”;
“In Christo Morimur (en Cristo morimos)”; “Per Spiritum Sanctum Reviviscimus (por
el Espíritu Santo volveremos a la vida)”. Esta misma meditación u otra puede decirse
al final de la reunión, al igual que en el caso anterior, exactamente a la hora
predeterminada.
Podría temerse que las rígidas limitaciones de tiempo inhiban el libre
desenvolvimiento de la conversación. Estos temores son probadamente infundados.
La inspiración de un pintor no queda limitada por el tamaño de su tela. Más bien, los
límites sirven, en todas las formas del arte, como medios para despertar, para
agudizar la conciencia de lo que se puede lograr y la composición siempre se adapta
en forma intuitiva al espacio dado.
Para hacer una composición de una sola pieza, como debe ser, para alcanzar el
rango de arte, el círculo de la conversación debe tomar medidas extraordinarias para
conservar su unidad. También en este punto hay una vasta diferencia entre un
debate y una conversación. En aquél, son pocos los que van a sentir el más mínimo
escrúpulo por enzarzarse en apartes. Por más disruptivos y descorteses que éstos
puedan ser, delatando vanidad en su implicancia de que lo que uno está
murmurando al vecino es, por supuesto, mucho más interesante que lo que está
diciendo el hombre que tiene el podio, no son un desastre tan definitivo como
cuando tienen lugar en una conversación. Porque los debates se basan en el
intelecto y el pensamiento intelectual tiende a la separación en forma natural. Pero
las conversaciones son un orden de pensamiento en el cual los corazones
iluminados sirven a los órganos de la inteligencia, y la tendencia de los corazones es
hacia la unión. El grupo de conversación debe constituirse en círculo mágico; la más
pequeña fisura en su completud de Cáliz del Grial, permitiría que se escurriera la
preciosa sustancia luz generada por la reunión. Los participantes sensibles
experimentarán que los apartes y las interrupciones son nada menos que cortar la
unión de la reunión con el mundo espiritual.
Se verá que las conversaciones Goetheanas son la escuela ideal para esta tarea de la
máxima importancia.