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EL NACIMIENTO DE JESÚS

Mateo 1: 21 “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él


salvará a su pueblo de sus pecados”.

Sin lugar a dudas el nacimiento de Jesú s significaba la esperanza de la


humanidad para encontrar al fin un perdó n de los pecados y que le
permitiera alcanzar la vida eterna. Con esto se dejaba atrá s una ley que le
hacía ver al hombre lo difícil que era el no pecar y se abría un nuevo periodo
llamado: “Periodo de Gracia”.

El Á ngel se le presentó a José y le hizo ver la importancia de que se


mantuviera con María, pues este estaba pensando en dejarla para no
deshonrarla. Pero el Á ngel le hizo ver el propó sito por el cual María había
sido escogida de entre todas las mujeres de su pueblo.

El nacimiento de Jesú s trajo consigo un propó sito muy grande, del cual
muchos somos participes y lo concretaremos muy pronto en el cielo, al pasar
una eternidad en presencia de nuestro Dios y Salvador.

Si el propó sito de que Jesú s naciera era la Salvació n de los pueblos.

¿Por qué hay muchos que aú n no lo reconocen?, la verdad es que el enemigo


les ha segado el entendimiento para que no les resplandezca la luz.
Pero hoy en día, todos aquellos que ya recibimos esa luz y que creemos
firmemente en ese propó sito con el cual nació , tenemos la tarea de llevar esa
palabra a las demá s personas, tratando de hacerles entender el propó sito por
el cual Jesú s vino a la tierra.

Que esta época sirva como una oportunidad para que nosotros prediquemos
de su Palabra, para que enseñ emos el verdadero propó sito por el que nació ,
que les hagamos entender que las fiestas que se hacen en este tiempo, nada
má s son algo secundario, que el primer objetivo del nacimiento de Jesú s es la
salvació n de los pueblo y si realmente queremos hacer valer ese nacimiento,
tenemos que entregarle nuestra vida, para que ese propó sito se cumpla.

Los propó sitos de Dios son llenos de amor y salvació n para la humanidad,
que nosotros como luz del mundo podamos quitar vendas de los ojos.
Debemos entender el principal propó sito de la venida de Jesú s, esto es: La
Salvació n de todos los Pueblos.

UN NACIMIENTO SIN IGUAL


Hola a todos, mi deseo en este día es que el Dios creador del universo, nos
bendiga de una manera muy especial, les habla Wilmary Loriana Noriega
Daza y quiero compartir una linda historia con todos ustedes, La historia de
cuando el ser má s grande de todo el universo vino a la tierra en la forma del
ser má s pequeñ o y humilde de todos los hombres.

La historia comienza con una joven virgen en un pueblo muy humilde y


pequeñ o llamado Nazaret.

En el Nuevo Testamento se nos relata esta historia de la siguiente manera:


“Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, pueblo de Galilea, donde vivía una
virgen llamada María, que era la prometida de José. Gabriel se le
apareció y le dijo: –¡Alégrate, muy favorecida! El Señor está contigo.
Confundida y turbada, María se esforzaba por entender el significado de
las palabras del ángel. –No temas, María –le dijo el ángel– porque Dios te
ha escogido para bendecirte maravillosamente.
Pronto quedarás encinta y tendrás un hijo, al que llamarás Jesús. El será
grande y lo llamarán Hijo del Altísimo…
–¿Pero cómo voy a tener un hijo si no soy casada ni jamás he tenido
marido? –El Espíritu Santo vendrá sobre ti –le respondió el ángel– y el
poder de Dios te cubrirá con su luz. Por lo tanto tu hijo será el Santísimo
Hijo de Dios… Entonces María dijo: Soy sierva del Señor y estoy dispuesta
a hacer lo que ordene. Conviértanse en realidad todas tus palabras.
Y el ángel desapareció”. (Lucas 1:26-38, LBD). 

El nacimiento virginal de Jesú s significa que, contrario al curso natural, Jesú s


fue milagrosamente concebido por el Espíritu Santo en el vientre de María.
En esa concepció n, la deidad y la humanidad se unieron y Jesú s surgió como
el hijo de Dios y el hijo del Hombre.
Toda la estructura de la fe cristiana se fundamenta en este hecho.
Si Jesú s hubiese nacido de un hombre y una mujer mortales, no habría sido
sin pecado ni el Hijo de Dios, como É l se atribuyó , sino simplemente un
hombre comú n y corriente sin poder para perdonar el pecado. En lo que a
nosotros respecta, nos veríamos privados de su cará cter singular, y
separados de Dios, perdidos en nuestros pecados para siempre, excluidos del
destino eterno que Dios originalmente nos preparó .
Por su nacimiento virginal, Jesú s posee una naturaleza dual.
É l es tan Hijo de Dios como Hijo del Hombre. Nuestras mentes finitas no
pueden comprender lo que esto significa, pero es verdad.
En esta «hipó stasis» o unió n de lo divino y lo humano en Cristo, el eterno
Hijo de Dios tomó sobre sí mismo la naturaleza humana -pero sin pecado- y
se hizo hombre. Como Hijo de Dios, su misió n fue ir a la cruz y pagar la deuda
por nuestros pecados, lo cual ningú n ser humano podía realizar. Como Hijo
del Hombre, su propó sito fue identificarse con todos los aspectos de nuestra
humanidad. Y por su naturaleza ú nica, Jesú s podía hacerlo sin pecar.
La naturaleza dual de Cristo es vital en el plan de Dios para la redenció n.
Finis Jennings Dake, en su comentario God’s Plan for Man (El plan de Dios
para el hombre), escribió : “No só lo fue importante que El tuviera dos
naturalezas, la divina y la humana, por causa del hombre, pero también por
causa de Dios, para que fuera un verdadero mediador entre Dios y el
hombre…. Como Dios, ostentar la dignidad de Deidad, y como hombre, puede
ser perfectamente comprensivo y conocer las necesidades del hombre”.
Solamente Jesú s puede salvar el abismo entre la santidad de Dios y la
pecaminosidad del hombre. Solamente a través de El hallamos el camino a
Dios y experimentamos su amor, su perdó n y la seguridad de la vida eterna.
Nuestro Señ or es ú nico, no solamente en su revolucionario nacimiento y
naturaleza, sino, ademá s, por la forma en que vivió y pensó . Como Hijo del
Hombre, Jesú s es el modelo de lo que Dios quiere que sea cada uno de
nosotros.
En su absoluta sumisió n a Dios el Padre, en su entrega total al Santo Espíritu
de Dios, en su obediencia incondicional a la voluntad divina, en su triunfo
total sobre la tentació n, en su vida sin pecado y ministerio de milagros, en
sus poderosas oraciones, Jesú s es el supremo ejemplo.
Como centro de esas maravillosas cualidades se encuentra el sin igual e
infinito amor de Cristo. El amor de Cristo es desinteresado, incondicional y
sacrificial.
Ese amor sacrificial le costó a Jesú s la vida.
Con 2000 añ os de adelantos en educació n, tecnología, filosofía y otras
muchas ramas de las ciencias, la humanidad jamá s ha producido ningú n otro
personaje ilustre que se pueda comparar con Cristo. Su divinidad y
humanidad no tienen paralelo entre los hombres.

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