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D.

Santiago González Muñoz


Universidad de La Sabana
Cine Colombiano
2019 - II

Vampirismo alegórico: Condición narrativa identitaria en Colombia

A medida que se indaga y se genera un interés casi autómata, de rigor personalizado en la adquisición
de conocimientos intrínsecos del contexto que suscite pasión y de las alternativas de representación,
quizá extrapolación de dichas investigaciones a un plano más tangible, resultan comprensiones
aparentemente objetivas de dicho proceso. En el ámbito audiovisual colombiano, haciendo un breve
barrido histórico reciente, lo anterior se materializa en torno a una temática como resultado del
entendimiento de la violencia, y sus respectivas causas y consecuencias, como la caracterización
central de las historias contadas; manifiesta en un sin número de producciones y estudios sobre
nuestra historia cinematográfica. Aquella temática, o más bien, recurso utilizado en un contexto
específico, es el del vampirismo como condición social, heredado a lo largo de los años, a raíz de la
hegemonía argumentativa de la violencia en el cine, y que tiene como punto de partida la película del
prolífico cineasta Luis Ospina, ​Pura Sangre​ de 1982.

En la década de los ochentas el cine nacional ya establecía su carácter tanto retrospectivo como
catártico y divulgador de reflexiones en medio de una realidad impregnada de violencia a manos del
fenómeno del narcotráfico y las guerrillas que desangraba en constancia al país. Sin embargo, uno de
los primeros tratamientos por los cuales se le rindió homenaje considerable al cine en el país fue el
amarillismo narrativo de lo que vivía una sociedad desamparada, testigo de atrocidades irreparables y
decadencia en últimas de la esperanza; o por lo menos, a eso era lo que se le buscaba apuntar. En una
entrevista hecha a Luis Ospina por Oswaldo Osorio (2005), el caleño repara en la realidad del cine:

Hay preconceptos de cómo los latinoamericanos deberíamos abordar la realidad: antes el


deber de todo revolucionario era hacer documental, no se podía hacer ficción porque esos
eran problemas burgueses e intelectuales que no le servían al pueblo; luego era que si se hacía
ficción había que hacer naturalismo, denuncia social, una especie de realismo. (p.119)

Se seguía, entonces, un determinismo narrativo a la hora de realizar o ahondar y afrontar el cine. Las
imágenes, tomas, escenas o secuencias estaban dictaminadas a una labor, si se toma con ligereza, sin
desprestigiar el hecho, periodística en cuanto no se conformaba una perspectiva diferente a la de
atestiguar y reflejar la sordidez de la sociedad en la que se desenvolvían procesos y efectos
contextuales en ancla social, político, económico y demás. La actividad, por ende, del cine
colombiano era abiertamente enfocada a la pasividad como ejercicio del espectáculo que era proyectar
tal realidad. Frente a esta actitud, en el contexto de la reivindicación del cine colombiano y
proliferación de ímpetu como cualidad narrativa con el surgimiento de ​Caliwood ​y su propuesta de
realización, se definió el carácter de aquello que necesitaba erradicarse: la ​pornomiseria​,
esclareciendo y denominando así la pasividad y amarillismo en el que se ha enfatizado hasta el
momento. Ya en la primera edición de ​Ojo al cine​, Andrés Caicedo (1974) establecía:

La preocupación central era la de testimoniar una realidad, mostrarla en su verdadera forma,


denunciarla, esto ya está superado. Importa ahora, la búsqueda de temas revelatorios de las
circunstancias objetivas, el análisis de las situaciones, la investigación que lleve al
descubrimiento de esa realidad deformada y de sus causas. (...) tomar una posición más
radical, inscrita orgánicamente en la lucha e integrada a los mecanismos de cambio de la
realidad que denuncia. (p. 30)

Dentro de este planteamiento es donde surge ​Pura Sangre ​(1982) y consigo el génesis del concepto
del vampirismo en la sociedad colombiana contemporánea. La trama de la película se define en la
necesidad de un magnate azucarero del Valle del Cauca, con una enfermedad que está por cobrar su
vida, de transfusiones de sangre continuas. Su hijo y asistentes se encargan de la sangre secuestrando
jóvenes y paralelamente, cometiendo barbaries sin escrúpulos que caen desde la drogadicción hasta la
necrofilia. Un retrato de una sociedad en decadencia por los intereses de los mejor establecidos. Sin
embargo, no es fortuita esa necesidad casi obscena e insaciable de sangre. Con prioridad se había
comentado del provecho que se sacaba de la violencia histórica que ha desangrado al país; el
vampirismo surge como una alegoría a esa caracterización del cine colombiano (o a lo que se había
estado habituando), a la pornomiseria que no solía recaer en más que una espectacularización de la
miseria, de la sordidez y decadencia de la sociedad. Se torna, entonces, en la respuesta alternativa a la
etapa de denuncia que, en perspectiva crítica, yacía ya en sus últimas instancias.

Con el establecimiento del vampirismo como un aspecto en contraparte al costumbrismo de las


narrativas regidas por el determinismo de la denuncia en forma de pornomiseria, con el paso de los
años, se ha retomado esta figura propuesta por Ospina, retratando y extrapolando su análisis a otros
contextos. El cortometraje de Jorge Navas, ​Alguien mató algo o la última inocencia,​ del 2000,
remonta la temática del vampirismo dentro de su carácter alusivo a la muerte y a la finitud de la vida
en relación a una postura existencialista de su propósito; la figura de dios disminuye a un simple
indigente cuya sangre es el único deseo de Heriberta, personaje principal de la historia. Por otra parte,
y en adición, se encuentra un cortometraje más reciente, ​Nadia d​ e Diego González Cruz en el año
2017; la trama trata sobre un ladrón que se encuentra a una joven secuestrada en una casa ajena y
cuando está por liberarla llega su raptor (quien parece ser su padre); Lo hieren de gravedad y llevan su
cuerpo a hundirlo en una laguna; lo que no esperaba el ladrón era que la joven estaba destinada a vivir
el trato que le daba su padre, asesinando a su salvador y de paso revelando su condición psicótica al
beber de su sangre. Esto puede comprenderse como una necesidad cíclica de retorno a aquello que ha
desangrado a la sociedad, la violencia; se ha tornado en un elemento intrínseco de la psique cultural
colectiva e identitaria del país.

La relevancia de la comprensión de los aspectos que se encuentran en el fondo de la condición social


y cultural de la sociedad colombiana, y su influencia esclarecida en las herramientas utilizadas en la
narración de historias desde el ámbito audiovisual, restablece constantemente el propósito de
exteriorizarlas. En el contexto de la violencia a raíz del narcotráfico y de los grupos subversivos, se
pasó del detenimiento en la decadencia y espera de cierto tipo de pesar hacia una alegoría de este
fenómeno entendido como pornomiseria con el vampirismo o sed cínica e insaciable de ese tipo de
contenidos y después a la caracterización extrapolada de la misma violencia como carácter identitario
del accionar y pensar social-cultural.

Referencias

● Caicedo, A., y Ospina, L. (1974). ​Ojo al cine​. Cali, Colombia: Aquelarre.


● Osorio Mejía, O. (2005). C ​ omunicación, cine colombiano y ciudad​. Medellín: Editorial
Universodad Pontificia Bolivariana.

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