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A medida que se indaga y se genera un interés casi autómata, de rigor personalizado en la adquisición
de conocimientos intrínsecos del contexto que suscite pasión y de las alternativas de representación,
quizá extrapolación de dichas investigaciones a un plano más tangible, resultan comprensiones
aparentemente objetivas de dicho proceso. En el ámbito audiovisual colombiano, haciendo un breve
barrido histórico reciente, lo anterior se materializa en torno a una temática como resultado del
entendimiento de la violencia, y sus respectivas causas y consecuencias, como la caracterización
central de las historias contadas; manifiesta en un sin número de producciones y estudios sobre
nuestra historia cinematográfica. Aquella temática, o más bien, recurso utilizado en un contexto
específico, es el del vampirismo como condición social, heredado a lo largo de los años, a raíz de la
hegemonía argumentativa de la violencia en el cine, y que tiene como punto de partida la película del
prolífico cineasta Luis Ospina, Pura Sangre de 1982.
En la década de los ochentas el cine nacional ya establecía su carácter tanto retrospectivo como
catártico y divulgador de reflexiones en medio de una realidad impregnada de violencia a manos del
fenómeno del narcotráfico y las guerrillas que desangraba en constancia al país. Sin embargo, uno de
los primeros tratamientos por los cuales se le rindió homenaje considerable al cine en el país fue el
amarillismo narrativo de lo que vivía una sociedad desamparada, testigo de atrocidades irreparables y
decadencia en últimas de la esperanza; o por lo menos, a eso era lo que se le buscaba apuntar. En una
entrevista hecha a Luis Ospina por Oswaldo Osorio (2005), el caleño repara en la realidad del cine:
Se seguía, entonces, un determinismo narrativo a la hora de realizar o ahondar y afrontar el cine. Las
imágenes, tomas, escenas o secuencias estaban dictaminadas a una labor, si se toma con ligereza, sin
desprestigiar el hecho, periodística en cuanto no se conformaba una perspectiva diferente a la de
atestiguar y reflejar la sordidez de la sociedad en la que se desenvolvían procesos y efectos
contextuales en ancla social, político, económico y demás. La actividad, por ende, del cine
colombiano era abiertamente enfocada a la pasividad como ejercicio del espectáculo que era proyectar
tal realidad. Frente a esta actitud, en el contexto de la reivindicación del cine colombiano y
proliferación de ímpetu como cualidad narrativa con el surgimiento de Caliwood y su propuesta de
realización, se definió el carácter de aquello que necesitaba erradicarse: la pornomiseria,
esclareciendo y denominando así la pasividad y amarillismo en el que se ha enfatizado hasta el
momento. Ya en la primera edición de Ojo al cine, Andrés Caicedo (1974) establecía:
Dentro de este planteamiento es donde surge Pura Sangre (1982) y consigo el génesis del concepto
del vampirismo en la sociedad colombiana contemporánea. La trama de la película se define en la
necesidad de un magnate azucarero del Valle del Cauca, con una enfermedad que está por cobrar su
vida, de transfusiones de sangre continuas. Su hijo y asistentes se encargan de la sangre secuestrando
jóvenes y paralelamente, cometiendo barbaries sin escrúpulos que caen desde la drogadicción hasta la
necrofilia. Un retrato de una sociedad en decadencia por los intereses de los mejor establecidos. Sin
embargo, no es fortuita esa necesidad casi obscena e insaciable de sangre. Con prioridad se había
comentado del provecho que se sacaba de la violencia histórica que ha desangrado al país; el
vampirismo surge como una alegoría a esa caracterización del cine colombiano (o a lo que se había
estado habituando), a la pornomiseria que no solía recaer en más que una espectacularización de la
miseria, de la sordidez y decadencia de la sociedad. Se torna, entonces, en la respuesta alternativa a la
etapa de denuncia que, en perspectiva crítica, yacía ya en sus últimas instancias.
Referencias