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Ypacaraì y el crucificado de Cerro Perô.

 
Escrito por Gabriel "Scooby" Rodriguez el 08/08/2020

En las décadas de los ’50 y ’60 del siglo pasado, sobre las calles Gral.
Díaz y Rodríguez de Francia, Don Patrocinio Ortiz tenía una despensa
en donde ofertaba bebidas espirituosas y menudencias de ganado
vacuno (churas).

Al lugar acudían troperos, faenadores, arrieros en general y atraídas


por la presencia de los rudos hombres, algunas damiselas a veces
aparecían a ofrecer sus femeninos y alquilables encantos.

En el antiguo predio de Don Desiderio Negrete (hoy Calama), una


canchita servía para los partiditos de fútbol que los niños del barrio
disputaban cada tarde.

Subido a las ramas de un Ybyrà rô, un mita’ì trasmitía las jugadas


iniciándose  en el oficio de la palabra en el que años después sería un
prodigio.

En el fondo del predio, en donde hoy se sitúa el patio trasero del


Supermercado Ypacaraì, un añoso árbol de Timbò se erguía imponente
detrás de la humilde choza de Doña Fabriciana, Tía o Abuela de
Francisco Alcaraz, alias Garrincha y de su hermano Candidì.
 

Sobre la calle Gral. Díaz, exactamente en frente del domicilio actual de


la familia Saldívar existía un viejo puente de madera, debajo
transcurrían las entonces cristalinas aguas del arroyo en donde
después de cada encuentro los niños se pegaban un chapuzón.

Quienes tengan más de 60 años recordaran los relatos de apariciones


fantasmagóricas bajo el mencionado puente, según los memoriosos,
una bella y escultural mujer rubia se dejaba ver por las noches en el
puente desde donde salía a caminar unos pasos completamente
desnuda.

Los habitués del almacén de Don Patrocinio Ortiz incluso intentaban


cortejar a la misteriosa Maja Denuda de Tacuaral, pero al extender los
brazos para tomarla por su cadenciosa cintura la misma desaparecía en
la nada.

La mayoría de los que en ese entonces disputaban del encuentro


deportivo  pueden dar testimonio de lo arriba mencionado, ellos saben
que lo relatado es verdad, aunque eran niños en ese tiempo.

Más de un caballero de la noche se llevó el susto de su vida al tratar de


abordar a la rubia desnuda y luego de tales encuentros sobrenaturales,
los troperos montados en sus caballos huían en ruidosa estampida.

Nada se sabe del origen de aquel espectro, tal vez alguna mujer perdió
la vida violentamente en las cercanías del lugar en donde toscos
hombres daban rienda suelta a bajas pasiones. Puede que la misma sea
un alma en pena buscando desesperadamente su salvación.
 

Una noche, un morador de la zona de la Cantera de Ypacaraì visitó el


local de Don Patrocinio.

En aquellos tiempos un esteral estaba situado frente a la cantera en


donde peces y mbusùes abundaban. La fauna silvestre era tan generosa
en su existencia que la única familia situada en las cercanías se
alimentaba casi exclusivamente de la sabrosa carne del Guazù’ì.

Es bueno recordar que antes de llamarse Ypacarai, nuestro pueblo era


conocido como Guazù Virà, justamente por la abundancia de la especie
de venados.

El extraño visitante de  la despensa era un cazador, se llamaba Adolfo


Colman, decía conocer como la palma de su mano todos los rincones
del Cerro Perô, de la cantera y todas las cercanías.

Luego de beber varios vasos de caña blanca e incluso rechazar la


erótica oferta de una dama, Colman dijo que el único propósito que lo
llevo al lugar era relatar lo sucedido tiempo atrás durante una de sus
jornadas de subsistencia.

Dijo que una tarde noche de verano alcanzo a divisar un enorme


Guazù; el animal se dejaba ver cada tanto y al estar en la mira del
cazador pegaba un salto que hacia desistir al tirador del gatillo, pues
con pocas balas debía ser certero y no desperdiciar munición.

 
El esquivo venado poco a poco lo internó en los recónditos recovecos
de la zona, la noche caía como telón de un acto concluido pero Adolfo
no podía desistir, tenía niños que alimentar.

Luego de caminar varios kilómetros, el guazú ingreso a una cueva


perdiéndose en la oscuridad del boquete abierto de manera natural en
aquella montaña de roca basáltica.

Adolfo Colman, el experimentado  cazador por fin  se sintió seguro de


acabar con su presa, encendió su Lampìun y con el arma descerrojado
ingresó con cuidadosos pasos a la cueva, que nunca había visitado y
del que no tenía conocimiento a pesar de haber crecido en la zona.

Tras ser alertado por el ruido del cascabel, eludió prudentemente un


nido de mbòi chinì y luego de avanzar varios metros en aquel pasadizo
pronto llego  al final del túnel. Del guazú no había ni rastro, se perdió
en la nada, la piel se le erizó pues para una escapatoria desesperada el
animal tendría que haberlo literalmente atropellado.

Intentando mantener la calma, levantó el lampìun a la altura de la


cintura para que la lumbre brindara su resplandor al lugar, al cabo de
unos minutos pudo visualizar algo a lo que sus ojos y sentidos no
daban crédito: Lingotes de oro apilonados como rajas, median más de
medio metro cada uno, alcanzo a contar 30 pero la cantidad era
superior según su percepción.

Antes de recuperarse del asombro, elevo la lampara a la altura de la


cabeza y lo que vio hizo que se cayera de espaldas.
 

Sobre el montón de  lingotes de oro cuidadosamente acomodados, un


esqueleto humano estaba clavado en una cruz hecha con los
quebrachos de la madera de los durmientes del ferrocarril cuyas vías
eran aledañas al lugar.

Lo dantescamente sorprendente de aquel macabro hallazgo es que


Colman relato que el esqueleto de quien encontró ahí su desgraciado
final, estaba cubierto por la piel disecada  como momificado y con el
rostro aun dibujando las muecas del tormentoso dolor que lo llevo al
final de sus días.

Imagen añadida por  Wunengzi  y publicada en Crucifixión


 

Tal vez la oscuridad, la falta casi total de oxígeno, lo aislado del lugar y
emanaciones químicas de la roca basáltica ayudaron a conservar casi
intacto a quien estaba clavado en una cruz sobre un gran montículo de
oro.

Intentando recuperar el aliento el cazador huyó despavorido, volvió a


su casa  guiado por su instinto y tras llegar  a su rancho no pudo
conciliar el sueño.

Al día siguiente se armó de valor y fue a buscar la ubicación de la


misteriosa cueva, lo busco durante semanas, meses y nunca más lo
encontró.

Atormentado por la oportunidad perdida, aterrorizado por lo que vio,


pero alentado por volver a dar con el tesoro, se frustro una y otra vez
al no poder ubicar ese lugar a pesar de haber recorrido desde niño
todos los senderos.

En ese tiempo ni siquiera el diario o periódico llegaba a Ypacaraì, la


única manera de dar a conocer una noticia era acudir al pueblo, al
mercado municipal, o a lugares frecuentados como el almacén de Don
Patrocinio Ortiz para comentar a viva voz cualquier suceso.

Solo los mayores de 70 u 80 años siguen recordando aquella historia


que en su momento estremeció a todo el pueblo, pero los rumores
fueron aplacados y censurados por el gobierno de entonces, quienes
vanamente siguieron las pistas de un tesoro cuyo valor podría pagar
100 veces nuestra deuda externa.
 

El  relato del cazador  Adolfo Colman es verídico, personas como Don


Patrocinio, algunos troperos y mujeres de vida nocturna fueron
testigos de aquella versión.

En coincidencia con la historia, el “Luisón de Tacuaral 3ra parte, el


acecho del cazador” hace referencia a un descomunal tesoro perdido
en la estación de Areguà. Durante la guerra grande y ante la
inminencia de la toma de la capital por fuerzas aliadas, López ordeno
la evacuación y que el tesoro nacional fuera conducido en los vagones
del tren, que debían llegar a Cerro León.

La carga nunca llego a destino, se perdió sobre la actual calle


Presidente González de nuestra ciudad.

El Mariscal temió que las fuerzas aliadas comandadas por el Conde


D’Eu, quien incluso llegó a la Estación Tacuaral, emboscaran el convoy
y se robaran lo único que sobraba del patrimonio metálico nacional.

Por eso, en la estación de Patiño ordeno que toda la carga fuera


trasbordada a 5 carretas Alza Prima, y que desde la estación se recorra
el antiguo sendero de los aborígenes Karios o Carios, llegando al km 34
y de ahí tomar el angosto camino que lleva hasta 4 vientos – Cerrito,
desde donde bajaron por la picada que hoy es la calle Presidente
González.

 
 

Que paso por el camino?, porque no llegaron a Cerro León?,a donde


fue a parar el tesoro?, tiene algo que ver con el hallazgo del cazador
Adolfo Colman?, toneladas de oro aún siguen ocultos bajo las piedras
del Cerro Perô en las cercanías de la cantera?.

Los misterios de Ypacaraì son indescifrables, según un amigo quien era


antiguo operador de máquinas de la cantera y que aún sigue con vida,
a veces antes de una tormenta un enorme Guazù acostumbra aparecer
a quienes frecuentan el lugar, como invitándolos a seguirle.

Pero nadie se anima a seguir sus pasos temerosos del misterio que
encierra el relato. Porque se abandonaría semejante riqueza?, porque
alguien sigue crucificado ahí a la espera de ser desclavado?, que
maldición sigue comprimida y aprisionada bajo las duras rocas de la
cantera?, tienen alguna relación con la cantidad de ahogados en el
manantial de la muerte que brota desde el fondo basáltico del lecho?.

Sera verdad?, será mentira?, tratándose de Ypacaraí tiende a ser


verídico, la Antigua Tacuaral es el Triángulo de las Bermudas
Mediterráneo y alli lo imposible sencillamente no existe.

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