Está en la página 1de 3

Bautismo

 del  Señor                                                    Prelatura  de  Juli  


(17.01.2021)                                                                                                                                                                                Mons.  Ciro  Quispe  

EL CORDERO DE DIOS
(Jn 1,35-42)

Al día siguiente, 35 Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus


discípulos. 36 Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de
Dios.» 37 Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. 38 Jesús
se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le
respondieron: «Rabbí - que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?» 39 Les
respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se
quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima. 40 Andrés, el
hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y
habían seguido a Jesús. 41 Este se encuentra primeramente con su hermano
Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, Cristo. 42
Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres
Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, "Piedra"."

Domingo, día del Señor, tal como significa el término, no consiste solo en participar
de la Santa Misa, la hora parroquial y hoy la hora virtual, y así liberarse del precepto.
Día del Señor significa también otorgar, el domingo o una parte de ella, al conocimiento
del misterio de la Divinidad, de nuestro Señor, que para nosotros los cristianos es uno
solo y al mismo tiempo Padre, Hijo y Espíritu Santo. En tiempos de Jesús, los judíos
acudían por precepto a la sinagoga. Aquellos lugares eran sitios sagrados destinados a la
oración (como hoy nuestros templos), pero también se asistía a la sinagoga para estudiar
la Torah (el Pentateuco o la Biblia), y para dialogar, discutir y así conocer nuevas inter-
pretaciones del texto sagrado. Es ahí donde el gusto por lo divino y por lo humano se
acrecienta. Nos divinizamos y el mismo tiempo nos humanizamos, y viceversa, no solo
con la liturgia sino también estudiando aquellas páginas sagradas, escritas hace miles de
años. Así se descubre el misterio de lo divino y el misterio de lo humano.

El cordero de Dios
Una breve explicación histórica. Desde tiempos milenarios, los judíos o hebreos,
igual que el resto de los pueblos de la antigüedad, ofrecían sacrificios a Dios. Del mis-
mo modo, lo hicieron nuestros antepasados, quienes sacrificaban una llama o un animal
similar en los cultos más importantes. Y el culto mantenía ciertos cánones estrictos que
hoy los conocemos como ritos, cuyas fases eran insoslayables. Nosotros heredamos, a
modo de ejemplo, el rito del pago a la tierra, ¿pero quién nos puede asegurar el estricto
orden de dicho ritual? Volvamos a nuestra meditación.
Para los hebreos el cordero era el animal por excelencia para el culto a la divinidad.
En noche más importante de su historia, Yavéh pidió que le sacrifiquen un “cordero, sin
defecto, macho, y de un año” (Ex 12,5) y la sangre de este animal, esparcido sobre el
frontis de sus puertas los protegería del ángel de la muerte. Por eso Israel, al amanecer y
al ocaso, sacrificaba al Señor un cordero, como parte de su liturgia cotidiana. Un poco
más de medio siglo después, gracias al profeta Isaías, la figura del cordero se asoció al
tema de la obediencia, de la humildad y del perdón de los pecados. De ese modo, se
juntó en la liturgia judía el cordero, la sangre y el perdón de los pecados. Tres elementos
inseparables que también constituyen parte esencial de nuestra liturgia.

1  
 
Bautismo  del  Señor                                                    Prelatura  de  Juli  
(17.01.2021)                                                                                                                                                                                Mons.  Ciro  Quispe  

Que quita el pecado del mundo


Esta frase valiosísima no se menciona en el evangelio de hoy pero sí un par versícu-
los anteriores (Jn 1,29). Y tenemos que leerlo e interpretarlo con cuidado. No dice el
texto: “el cordero de Dios que perdona los pecados…”; dice quita, muy bien traducido
del verbo airei. El cordero viene a quitar o a desaparecer el pecado del mundo. Aclare-
mos un poco. Por lo general tenemos un concepto muy genérico de pecado. Casi la ma-
yoría lo entendemos como una ofensa a Dios o una falta contra un mandamiento o
precepto, por lo cual debes que ser castigado pero ahí llega el perdón…
El «pecado del mundo» es un concepto mucho más gigante y completo. Veamos otro
detalles para entender mejor la Escritura. El texto no dice que viene a perdonar “los pe-
cados del mundo”. Todo lo contrario. Usa el singular. ¿Cuál es entonces el pecado del
mundo; El pecado que tiene que ser quitado, removido o desaparecido? Se trata de un
solo pecado. Son varias las interpretaciones. Pero hoy un pecado es el más atroz: la per-
dida de humanidad. Un intolerante, un vengativo, un perverso, un ladrón, un homicida
pierde o ha perdido su humanidad. Imagínate una familia deshumanizada, sin corazón.
Imagínate la convivencia en un mundo deshumanizado. Debemos alejar esta nueva pla-
ga de la humanidad. Desaparecer de nuestro mundo los odios, las venganzas, los resen-
timientos para fortalecer nuestra humanidad. ¿Quién lo puede hacer? Para Juan Bautista
no hay dudas. Par él, Jesús es el «cordero de Dios que quita el pecado del mundo?».
Dicho de otro modo, la figura clave para desterrar, quitar, esta deshumanización que
se va apoderando del hombre no es la figura del león sino del cordero. Para Jesús, el
hombre realizado, o sea la cristalización del misterio de la humanidad, radica no en el
poder ni en la ambición, tampoco en la prepotencia o el abuso, mucho menos en los
odios y antipatías, sino en la humildad, en la mansedumbre y en la obediencia tal como
lo simboliza de mejor manera la figura del cordero. Aquel que busca asemejarse a un
león irá deshumanizándose progresivamente, mientras que aquel que mira al cordero de
Dios irá humanizándose paulatinamente.

¿Qué buscan?
De nuevo. Atento a la pregunta del Maestro. Aquellos discípulos de Juan, escuchan-
do las palabras proféticas, siguieron a Jesús. Dice el texto, apresurándose a clarificar las
cosas, que Jesús hizo un alto cuando se dio cuenta que lo seguían (37) y los paró con
una pregunta punzante: «¿Qué buscan?» (39). Aquel día, al inicio de su misión y en el
primer encuentro con aquellos dos personajes, puso las reglas de juego de modo claro e
inmediato: Jesús no preguntó «¿A quién buscan?» sino «¿Qué buscan?».
¿Qué buscas? Es la primera palabra que Jesús dice en el evangelio de juan. «¿Qué
buscas al seguirme…. Para no desilusionarte?». Debe haber una compatibilidad entre lo
que buscas al acercarte al Maestro y lo que el Maestro te puede ofrecer. Pues, puede
suceder que buscas cosas que Jesús no prometió. Y así tu desilusión será luego tremen-
da. Si buscas en Jesús honor, reconocimiento, seguridad, comodidad, refugio, milagros,
liberación de problemas, vida sin dificultades, gozos… te vas a desilusionar tarde o
temprano. Tantas veces se oyó decir: «he suplicado tanto al Señor por un familiar cer-
cano… y el Señor no me escuchó». «Pedí tanto por estos favores, pero el Señor…».
¿Qué buscas cuanto te interesas por las religión? ¿Qué buscas cuando vas detrás de Je-
sús? ¿Conoces las promesas de Jesús? Porque sus promesas son muy distintas a nuestras
aspiraciones humanas demasiado humanas. El habló del último puesto, de la alegría que
se experimenta en el dar más que en recibir, que el servidor de todos es el más impor-
tante de todos, que aquel que es como un niño está cerca de él, que el perdón cura todo,

2  
 
Bautismo  del  Señor                                                    Prelatura  de  Juli  
(17.01.2021)                                                                                                                                                                                Mons.  Ciro  Quispe  

que no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos. ¿Qué estas buscan-
do? ¿Qué buscas en Jesús? ¿Qué buscas en la religión? De eso depende tu permanencia
o no.

Maestro, dónde vives


Entrar en la casa de una familia es entrar en su espacio intimo y sagrado. Es acep-
tar, implícitamente o explícitamente, sus modos y costumbres. Aquellos discípulos jó-
venes aquel día se quedaron con Jesús (39), cambiaron sus costumbres, aceptando las
costumbres del Maestro. Y no solo se trata de entrar en la casa del Maestro. Hay otro
verbo que es muy valioso y que el Maestro lo exige como requisito para entrar en su
casa: «ver». O sea el otro requisito indispensable, para estar con Jesús, es la contempla-
ción. Aquel que sabe contemplar la casa del otro o al otro, se queda a gusto.

3  
 

También podría gustarte