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Enrique
DUSSEL
De la Teoría a la Praxis
I - Imperialismo y Cultura
II - La formación de la conciencia
nacional (2 tomos)
III- ¿Qué es el ser nacional?
IV- Nacionalismo y liberación
Manuel Ugarte
6 volúmenes
Escritos Políticos
El Arte y la Democracia
El Porvenir de la América Latina
Mi Campaña Hispanoamericana
La Patria Grande
El Destino de un Continente
De la Teoría a la Praxis
Reflexiones estratégicas y tácticas
Índice VII
Índice
PRIMERA PARTE
CARTA A LOS INDIGNADOS
SEGUNDA PARTE
DEMOCRACIA PARTICIPATIVA,
DISOLUCIÓN DEL ESTADO Y LIDERAZGO POLÍTICO
TERCERA PARTE
MEDITACIONES DESDE COYUNTURAS POLÍTICAS
I. Un programa ejemplar de filosofía en la UACM. ......................... 99
II. Participación democrática y estado de rebelión. ........................ 102
III. ¿Estado de rebelión egipcia?. ................................................... 105
IV. Entrevista a Enrique Dussel por Blanche Pietrich. .................... 108
V. Los hermanos musulmanes. ...................................................... 113
VI. Samuel Ruiz (1924-2011). El profeta mexicano del siglo XX. ..... 118
VII. El Panóptico y la Democracia Participativa. ........................... 121
VIII. ¿Estado o Comunidad?. ........................................................ 124
IX. ¿Se puede tener absolutamente conciencia tranquila?. ............ 127
X. ¿Qué sentido tiene: «primero liquídense y después veremos»?. ... 131
XI. ¿Votar contra el enemigo principal?. ....................................... 135
XII. ¡Hace Cuarenta Años!. ........................................................... 139
XIII. ¿Y cuando todo se corrompe?. ............................................. 142
XIV. ¿Por qué la filosofía?. ........................................................... 146
XV. De un inmigrante y un exiliado político llamado Joshúa de
Nazareth. ................................................................................. 150
XVI. Soberanía, estado y petróleo. ................................................ 153
XVII. 5 de mayo 1818: nace Karl Marx. ........................................ 157
XVIII. Mediocracia y Hermeneútica. ............................................. 160
XIX. Estado de Derecho, Estado de Excepción, Estado de
Rebelión. .................................................................................. 163
XX. La política-espectáculo: lo populista y lo popular. ................. 166
XXI. El partido político y la organización de la base [I]. ............... 169
XXII. El partido político en función de la organización
de la base [II]. .......................................................................... 172
XXIII. Partido político y sus 130 mil comités de base [III]. ........... 175
XXIV. La ética y la normatividad política [I]. ............................... 178
XXV. Moralidad, legalidad y legitimidad política. ........................ 181
XXVI. La ética y la normatividad de la política [II]. ..................... 184
XXVII. Partido político y Gobierno: ¿identidad o diferencia?. ..... 187
Índice IX
XXVIII. La libertad de prensa: ¿de los medios o del pueblo?. ....... 190
XXIX. La «vida»: sí, pero toda la vida. ......................................... 193
XXX. ¿Liderazgo o carisma? ¿Puede un líder ser democrático?. .... 196
XXXI. Criterios del liderazgo democrático. .................................. 200
XXXII. ¿Qué hacer? Sobre los movimientos sociales y
el partido político. .................................................................... 204
XXXIII. ¿El voto es un documento público?. ............................... 208
XXXIV. Legalidad y legitimidad. .................................................. 211
XXXV. La vida, la ley y la fuerza. ................................................. 214
XXXVI. La doble campaña. ......................................................... 217
XXXVII. 1810: ¿El nuevo encubrimiento del Otro? (Hacia el
2010: a dos siglos del proceso de la Emancipación). .................. 221
XXXVIII. Los principios y la política. .......................................... 224
XXXIX. ¿Estado de Rebelión?. ..................................................... 228
XL. Juicio Político: ¿simplemente legal o también justo?. ............ 232
XLI. ¿Fue un año perdido? ¿Quién perdió? ¿... y quién ganó. ....... 236
XLII. ¿Puede la mayoría ser antidemocrática?. ............................. 240
XLIII. De la acción social al campo político. ................................. 243
XLIV. Justicia: ¿juicio político o juicio según derecho?. ............... 246
XLV. ¿Colombianización del proceso político?. ............................. 252
XLVI. ¿Venezolización de la política?. ........................................... 255
XLVII. ¡Rescatemos la patria!. ....................................................... 258
XLVIII. El Poder Ciudadano en la Constitución Bolivariana.
Articulación de la democracia participativa con la democracia
representativa. .......................................................................... 261
XLIX. Reforma universitaria del 2000 [I]
Autonomía universitaria. ........................................................... 266
L. Reforma universitaria del 2000 [II]
«Autoritarismo» y «Vanguardismo». .......................................... 269
Palabras preliminares 9
Palabras preliminares
E
ste volumen, escrito después del volumen 2 de Política
de la Liberación (26.2 de estas Obras Selectas), tra
ta de un grupo de ensayos que se sitúan en el nivel más
concreto de la estrategia y la táctica, en referencia a situaciones
más concretas, históricas, coyunturales. A partir de los principios
expuestos en la filosofía política de la liberación, ahora pueden
enfrentarse los hechos con interpretaciones que muestran la fecun-
didad de ese pasaje de la teoría a la praxis. Esos retornos a nive-
les más concretos son de diversos tipos.
En primer lugar, se dirigen a la juventud que sufre el embate
del sin sentido de la sociedad contemporáneas, falta de educado-
res que la conduzca a la claridad teórica de la crisis presente. Es
entonces una respuesta a la indignación de las nuevas generacio-
nes en todo el mundo.
En segundo lugar, muestra la importancia de imaginar institu-
ciones que puedan resolver las contradicciones que la misma cri-
sis va creando. Por ejemplo, cómo vitalizar una representación
fetichizada y que se ha alejado del pueblo que dice representar. Se
trata de toda la cuestión de la participación política del pueblo,
para repensar al sistema político estatal, puesto en jaque por un
cierto nihilismo de extrema izquierda (o derecha) que tiende a
disolver el Estado en vez de transformarlo en el muro de defienda
al pueblo del capital que intenta globalizarse dominadoramente
hasta los últimos rincones del mundo.
En tercer lugar, es necesario cobrar conciencia que la sobera-
nía tiene por sede al pueblo y no a las instituciones políticas crea-
das para servirlo, obedecerlo.
10 Enrique Dussel
Enrique Dussel
24 de marzo de 2014
Emérito de la UAM, del SNI y Rector de la UACM1
Primera Parte
I
Carta a los «Indignados»
1. Hardt, M.-Negri, A., Empire, Harvard University Press, Cambridge (Mass.), 2000.
Carta a los «Indignados» 23
Enrique Dussel
México, 22 de Julio de 2011
26 Enrique Dussel
Carta a los «Indignados» 27
Epílogo I
E. D.
México, 1 de agosto de 2011
30 Enrique Dussel
Epílogo II
E. D.
México, 8 de octubre de 2011
Democracia participativa, Disolución del Estado, Liderazgo... 33
Segunda Parte
Democracia Participativa,
Disolución del Estado y
Liderazgo Político
34 Enrique Dussel
Democracia participativa, Disolución del Estado, Liderazgo... 35
H
ay algunos temas que, a partir de la praxis política ac-
tual en América Latina, se debaten en el nivel teórico
de la filosofía política. Ese debate teórico, en el que
intervienen pensadores latinoamericanos y europeos, influye evi-
dentemente en la praxis política concreta, ya que los agentes polí-
ticos, los ciudadanos, militantes y representantes fundan explícita
o implícitamente sus prácticas políticas en sus fundamentos teóri-
cos. Así la democracia representativa liberal pasa por ser la defi-
nición misma de la democracia en cuanto tal; o la posición cuasi-
anarquista del proyecto de disolución del Estado pasa por ser la
posición obligatoria de un movimiento social o político de iz-
quierda; o el ejercicio del liderazgo político se lo enjuicia como
dictadura populista. Estos diagnósticos teóricos sumamente cuestio-
nables distorsionan las prácticas políticas, dispersan los esfuer-
zos de militantes guiados idealistamente por principios muy gene-
rosos (aunque no hay que olvidar el dicho popular de que «el
camino del infierno está empedrado de buenas intenciones»), o
niegan la posibilidad de funciones políticas necesarias. Empren-
damos, entonces, nuestra meditación1 sobre algunos de los temas
que inmovilizan actualmente las voluntades políticas y que les
impiden actuar más creativa, activa, conjunta y claramente.
Por lo general se piensa que hay ciertos términos que son anta-
gónicos, contradictorios, tales como:
1. Democracia participativa versus Democracia representati-
va
2. Fortalecimiento del Estado versus Disolución del Estado
3. Democracia versus Liderazgo político
1. Desearía que esta contribución sirviera como material para la discusión de los
grupos de debate de los «Indignados», con pretensión de verdad ciertamente, pero de
ninguna manera con la intención dogmática de imponer temas extraños, latinoamericanos.
Simplemente pienso que pueden ser útiles como humilde leña a ser consumida por el fuego
del debate comunitario.
36 Enrique Dussel
1. Véase Tesis 3 de 20 Tesis de Política (Dussel, 2006, en Obras Selectas, tomo 24,
Editorial Docencia, Buenos Aires, 2013); y en § 14.2, de Política de la Liberación (Dussel,
2009, en Obras Selectas, tomo 24, vol. 2, Editorial Docencia, Buenos Aires, 2013), ,
[259ss], pp. 59ss.
Democracia participativa, Disolución del Estado, Liderazgo... 39
1. J. S. Mill, 2009.
Democracia participativa, Disolución del Estado, Liderazgo... 41
ciona con todas esas cosas de manera muy distinta a como lo ha-
cen todos los demás seres. Por el desarrollo cerebral de su subje-
tividad, el ser humano es la única cosa que tiene mundo (al menos
en el sentido heideggeriano), pero, además, que tiene
intersubjetividad mucho más desarrollada que todos los restantes
animales superiores. Por otra parte, el mundo intersubjetivo hu-
mano constituye un todo de relaciones intersubjetivas y reales que
presupone una comunidad. Es decir, el ser humano singular nace
inevitablemente y crece culturalmente dentro de una comunidad.
La relación actual de cada singular con el todo comunitario es un
momento constitutivo a priori de su propia subjetividad. Por el
lenguaje el singular mantiene la comunicación dentro de ese hori-
zonte. La participación indica la actualidad de todas las prácticas
humanas en la que se pone como «parte» de dicho «todo». La
participación es una praxis comunicativa; es un ponerse en comu-
nicación con los otros. La participación, entonces, es el primer
momento relacional real del singular humano en su comunidad y la
constituye como tal. Es decir, si cada singular no entrara en comu-
nicación o no participara en acciones comunes, quedaría aislado
y como tal perecería; pero, al mismo tiempo, desaparecería igual-
mente la comunidad. La vida humana se vive comunitariamente (y
sin ese accionar comunitariamente no habría vida, porque el vi-
viente es el fruto de una inmensa cantidad de funciones cumplidas
que hace que sea imposible vivir solitariamente). El «ser-comuni-
tario» es la participación misma; es decir, es el ser actualmente
parte del todo que la parte siempre presupone y sin el cual no
puede vivir. Repitiendo: ser-parte efectiva del todo es partici-
par, momento sustantivo del ser humano como humano, como co-
munitario e histórico, cultural, político.
Por ello, la potentia o el poder político que reside en la comu-
nidad misma es siempre participación de los singulares en el todo
colectivo. Si la palabra potentia (además de fuerza) indica la
posibilidad con respecto a una actualidad futura (potencia de un
acto posible), la participación es exactamente la actualización de
la potentia como potencia (como fuerza y como posibilidad). Hegel
en su Lógica indica adecuadamente (y Marx utiliza estas distin-
44 Enrique Dussel
1. Y cuando esa sustitución se realiza en «el tiempo que resta mesiánico» (piénsese en
W. Benjamin o G. Agamben) significa colocarse en el lugar de la víctima ante el «pelotón
de fusilamiento», del que nos hablaba personalmente E. Levinas en Lovaina en 1972.
48 Enrique Dussel
1. Habrá que distinguir claramente entre la acción judicativa (el «juicio») del Poder
judicial de la acción fiscalizadora (la «observación» soberana) del Poder ciudadano. Por
otra parte, como el poder observacional puede culminar en la necesidad de un «juicio»
(por ejemplo, en la «revocación del mandato» de un representante, y aún de un juez del
Poder judicial hasta en la más alta instancia de la Corte Suprema de Justicia), habrá que
aclarar qué tipo de «juicio» es éste y quien lo efectúa (porque podría ser el mismo Poder
judicial con ciertas condiciones o por medio de una Suprema Corte Constitucional depen-
diente del Poder ciudadano, ya que no se puede pensar en un «juicio popular» inmediato o
en el «linchamiento»). La gobernabilidad de la representación debe siempre asegurarse en
equilibrio con la necesaria participación de la comunidad política. Las instituciones de la
participación ejercen la función de «auditorías» con fuerza de ley.
52 Enrique Dussel
Aclaraciones al Esquema 2.
Flechas a: indica la dirección ascendente de la institucionalización
participativa. Flechas pd: indica la dirección de participación que demanda
(las necesidades); flechas pc: indica la acción que controla (fiscaliza,
evaluativa) de la participación con respecto al poder representativo;
flechas d: indican la dirección representativa de la delegación del poder; de
1 a 8: se trata de los niveles del ejercicio del poder delegado en la repre-
sentación o ejercido en la participación. En la representación democrática
el poder delegado debería ejercerse como poder obediencial («el que
manda manda obedeciendo»). En la participación democrática el poder se
ejerce como poder soberano («el que manda10 manda mandando»).
1. Ibid.
2. Es decir, lo que para Marx era un postulado fue interpretado ingenuamente como
un proyecto o momento empírico histórico futuro. Marx de todas maneras nunca fue muy
claro y dejó abierta la puerta al equívoco.
3. Véase Dussel, 1983, pp. 159-222.
4. «Hacia la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel», Introducción (Marx,
1956, MEW, 1, p. 378).
5. Citando un texto de Hermes en la «Editorial del número 179 de la Gaceta de
Colonia», en Marx, 1956, MEW, 1, p. 90 (Marx, 1982, 1, p. 224).
6. Véase mi trabajo «Sobre la juventud de Marx (1835-1844), en Dussel, 1983, pp.
159ss; y en «Crítica de la Cristiandad y el origen de la cuestión del fetichismo», en Dussel,
2007b, pp.38ss.
7. Introducción de «Hacia la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel», en
Marx, 1956, MEW, 1, p. 379: «Die Kritik des Himmels verwandelt sich damit in die Kritik
der Erde […], die Kritik der Theologie in die Kritik der Politik».
8. El título de este trabajo varía, ya que en los manuscritos mismos de Marx tiene dos
títulos. Citaremos del MEW, 1, p. 201: Zur Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie.
60 Enrique Dussel
1. Aquí Marx anota precisamente las limitaciones del liberalismo, que autonomiza
completamente el campo político del campo económico-social. Pero a Marx se le evapo-
rará un tanto el campo político como político, en aras de su determinación material, social,
según la interpretación de Mészáros.
2. Marx está pensando en el comienzo de la Rechtsphilosophie de Hegel (§ 34:
«Der […] freie Wille»; Hegel, 1970, 7, p. 92), pero no imaginaba que la «Voluntad-de-
vida» (Lebenswille) (de un Schopenhauer o tal como los hemos propuesto materialmente
en nuestra Política de la Liberación (Dussel, 2009), vol. 2 [250ss] o en Dussel, 2006,
Tesis 2) es el momento material por excelencia (no formal) de la definición de poder
político: la vida humana misma (como potentia).
3. Cayendo así en un «voluntarismo» que no considera la determinación objetiva so-
cial, económica, material.
4. Marx, Introducción; en Marx, 1956 (MEW), 1, p. 402; CW, p.199.
5. Mészáros, p.532.
6. Ibid., pp. 532-533.
7. Y aún cabría la pregunta: ¿Disolución del Estado en general como proyecto histó-
rico-empírico o como postulado?
62 Enrique Dussel
1. Abensour, 2004.
2. En la que consiste la propuesta de Abensour.
3. Esta contradicción propuesta por Abensour, un tanto anaquista, es innecesaria y
ambigua, como veremos.
4. Ibid., p. 19. Por nuestra parte, como es evidente después de todo lo explicado, no
se trata de levantar la comunidad contra el Estado en general (sino contra el Estado
fetichizado, totalizado, despótico), sino de crear un nuevo Estado, más allá de la Moder-
nidad, del liberalismo y del anarquismo (aunque partiendo de la verdad de este último y
desarrollándolo en una democracia participativa sin dejar de articularla con su dimensión
representativa, por su parte redefinida).
Democracia participativa, Disolución del Estado, Liderazgo... 65
1. Ibid., p. 67.
2. «Introducción…»; en Marx, 1956, MEW, 1, p. 388 (Marx, 1982, 1, p. 499).
3. «Hacia una crítica…»; en Marx, 1856, MEW, 1, p. 252 (Marx, 1982, 1, 362).
4. Ibid., p. 276-277 (pp. 385-386).
Democracia participativa, Disolución del Estado, Liderazgo... 67
1. Téngase en cuenta que la superación del Estado burgués o del sistema liberal y
del capital o el sistema capitalista quedan como momentos de un proyecto empíricamen-
te realizable y necesario (no son postulados). En la situación pos-revolucionaria debería
instaurarse un nuevo Estado democrático participativo-representativo de otro tipo e igual-
mente sistemas ecológico, económico y cultural nuevos, no sólo más allá del capitalismo
sino que sería quizá necesario también superar igualmente al mero socialismo planificado
racionalmente según el criterio de aumento de la producción medida según criterios mer-
cantiles. ¿No es acaso el socialismo una racionalización cartesiana, una expresión extre-
ma de la cuantificación fetichista del mítico progreso de la Modernidad europea? Por el
contrario, la disolución radical de todo Estado y de toda política sí es un postulado.
2. Engels en Marx-Engels, 1977, p. 87. La gestión económica ocuparía el lugar de la
política.
Democracia participativa, Disolución del Estado, Liderazgo... 71
acción que domina al interlocutor?, es decir, ¿cómo puede el dominado aceptar una domi-
nación que lo niega y admitirlo con convicción subjetiva?, ¿convicción que para ser legíti-
ma debe proceder de la fuerza de una argumentación ejercida simétricamente por los
participantes de una comunidad?
1. Ibid., p. 194. Adviértase nuevamente que el «dominado» tiene sin embargo una
actitud positiva de «reconocimiento» hacia su dominador; es un msoquista que ama al
señor que lo domina.
Democracia participativa, Disolución del Estado, Liderazgo... 81
1. Ibid., p. 255.
2. Ibid., p. 256.
3. «La guerra de guerrillas», en Lenin, 1975, vol. 3, pp. 235ss. Aquí debemos, enton-
ces, cambiar la denominación de partisan por la de guerrillero. Lenin indica que no se
trata de inventar nuevas formas de lucha, «sino que sintetiza, organiza y hace consciente
las formas de lucha de las clases revolucionarias que aparecen de por sí en el curso del
movimiento» (Ibid., p. 235). Es decir, hoy debemos emplear el mismo método para descu-
brir y definir las nuevas formas de lucha que inventa el pueblo latinoamericano.
4. Lenin, 1975, vol. 3, p. 236.
5. Quizá no advirtiendo que Lenin repite que se trata de una lucha entre «dos partes
del pueblo», que denominaremos como la escisión radical en la comunidad política (de la
Arquitectónica) entre el pueblo en sentido estricto (como «resto» en Pablo de Tarso o
como plebs en E. Laclau: «The plebs […] can aspire to constitue a truly universal
populus»; Laclau, 2005, p. 94) y el «bloque histórico en el poder» que se vuelve el enemigo
interno en el mismo Estado y el territorio común (el «anti»-pueblo o el «no-pueblo» en las
categorías semitas anotadas en el vol. 3, la Crítica de la Política de la Liberación, en el §
31) a la lucha popular. Este «enemigo interno» no es el mero antagonista político de
Schmitt, sino que es un enemigo que necesariamente habrá que subsumir (no decimos «eli-
minar» físicamente como en la guerra, sino funcionalmente, como efecto de la transforma-
ción o revolución política: el zarista debía desaparecer como zarista, pero no como persona
física que podía reintegrarse como actor en el nuevo orden político, y ciertamente lo hicieron
en su mayoría formando parte de la burocracia dominante de la Rusia socialista posterior).
Democracia participativa, Disolución del Estado, Liderazgo... 83
Schmitt agrega que «su enemigo absoluto era [para Lenin], con-
cretamente, el enemigo de clase, el burgués, el capitalista occi-
dental y el orden social en todo país donde reinaba [el capital]».2
Por ello «la no regularidad de la lucha de clases ponía en cuestión
no sólo una frontera, sino, además, todo el edificio del orden polí-
tico. En Lenin, el revolucionario profesional ruso, esta realidad
nueva accede a la conciencia filosófica. La alianza entre el filóso-
fo y el guerrillero, en el caso de Lenin, libera fuerzas explosivas
nuevas e inesperadas».3
En efecto, Lenin en 1906, después de hacer una rápida síntesis
de los acontecimientos más importantes del último decenio, mues-
tra cómo los ataques armados en distintas regiones de Rusia son
criticados bajo la exclamación: «esto es anarquismo, blanquismo,
el antiguo terrorismo; estos son actos de individuos sueltos, desli-
gados de las masas, que desmoralizan a los obreros».4 Para Lenin
lo que desmoraliza «no es la guerra de guerrillas, sino la falta de
organización, de orden y de filiación de las guerrillas».5 Tratán-
dose de un nuevo «método de lucha» necesariamente no se sabe
cómo encuadrarla en la organización tradicional. Escribe:
«En la época en que la lucha de clases se exacerba tanto que llega
a convertirse en guerra civil, la socialdemocracia debe proponerse
Esto nos remite una vez más al Sunzi cuando observaba, des-
pués demostrar todos los cuantiosos recursos que se consumen en
una guerra ofensiva de ocupación de territorios enemigos:
«Por todo esto, el ejército [japonés] procura una victoria rápida y
no una guerra prolongada. El general que conoce la guerra es árbi-
tro del destino del pueblo, responsable del sosiego como de la in-
quietud de la nación».2
Mao percibía que los japoneses deseaban una guerra que al-
canzara una victoria rápida. Era necesario a la resistencia nacio-
nalista china entablar por el contrario una «guerra prolongada».
Es decir, «el hecho que merece particular atención es que una
guerra de guerrillas tan extensa y prolongada como ésta constituye
un fenómeno enteramente nuevo en toda la historia de las gue-
rras».3 A diferencia del partisan español del comienzo del siglo
XIX, ahora el movimiento guerrillero estaba perfectamente orga-
nizado bajo la dirección de un partido moderno, articulado a un
ejército regular y cumpliendo tareas estratégicas y tácticas pero
revolucionarias, es decir, la finalidad de dicha guerra no era
reinstalar a la monarquía borbónica como en España, sino organi-
zar un nuevo tipo de orden social, económico, cultural y político.
Era el «enemigo radical» que se infiltraba en la guerra de libera-
ción nacional con un proyecto posterior y mucho más profundo.
Esta Guerra de Resistencia (no ofensiva, que corresponde al
tema del libro VI de la obra de Clausewitz) estaba ahora integrada
en una lucha política bajo la dirección del partido, y, mucho más
1. Mao, op. cit., cap. 2, p. 77. Clausewitz escribió, en el capítulo 27 de su Libro VI,
lo siguiente: «La defensa, según nuestra concepción, no es otra cosa que la forma más
fuerte del combate. El conservar las fuerzas propias y el destruir las del enemigo —en
una palabra, la victoria— es el objetivo de este combate, pero al mismo tiempo no es su
objetivo final. Ese objetivo es la preservación de nuestro propio estado político» (Clausewitz,
1999, p.445). En el caso de Mao, evidentemente, es la transformación del estado político
existente.
2. En él debería igualmente incluirse otro trabajo publicado en el mismo mayo de 1938
titulado «Sobre la guerra prolongada» (Mao, 1968, vol. 2, pp. 113ss), igualmente original,
que se ha usado, por ejemplo, en la reciente guerra de Irak contra el ejército norteameri-
cano. En el capítulo 3, plantea los «seis problemas estratégicos» (Iniciativa, flexibilidad y
planificación en operaciones ofensivas dentro de la Guerra defensiva, con decisiones rápi-
das en la guerra prolongada; articulación con la guerra regular; creación de bases de
apoyo; transformación de las guerrillas para la guerra de movimiento; etc.). En los si-
guientes capítulos explica detalladamente estos seis problemas.
88 Enrique Dussel
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96 Enrique Dussel
Meditaciones desde Coyunturas Políticas 97
Tercera Parte
I
Un programa ejemplar de filosofía en la UACM1
II
Participación democrática y estado de rebelión1
III
¿Estado de rebelión egipcia?1
IV
Entrevista a Enrique Dussel por Blanche Pietrich1
1. «Absurdo plantear la disolución del Estado, hay un tiempo para criticar y un tiempo
para gobernar». Entrevista publicada en La Jornada (México), 3 de enero de 2011, p. 2.
Meditaciones desde Coyunturas Políticas 109
Poder obedencial
Apenas inicia la entrevista, el maestro aborda, entusiasta, el tema que
ha ocupado en semanas recientes, por derecho propio, las primeras pla-
nas de los diarios: las filtraciones de Wikileaks. «Es un fenómeno históri-
co mundial. Las trasnacionales que controlan el movimiento del dinero
—Visa y Mastercard— clausuran las cuentas a la organización Wikileaks
en represalia. Y al día siguiente más de 40 mil ciudadanos de buena
voluntad también las bloquean a ellas. ¡En menos de 24 horas organiza-
ron una acción que puede paralizarlas completamente! Esta es una ex-
presión de participación política en los medios de la revolución tecnológi-
ca. Son cosas muy nuevas que todavía no se han procesado en filosofía
política. Lo veo como una muestra de lo que Evo Morales llamó la
democracia obedencial».
Es, insiste, todo un salto: La revolución de los medios electrónicos
equivale al momento en que apareció la máquina de vapor y detonó la
revolución industrial. Esta es una revolución política, porque este medio
va a cambiar el proceso de la producción de decisiones políticas. Ahora
la gente puede ponerse en contacto y participar en la toma de decisiones
de una manera increíble e instantánea. Eso nunca había pasado.
En el primer tomo de su Política de liberación, historia mundial y
crítica, Dussel parte del origen de la filosofía que no es eurocéntrica ni
helenocéntrica, sino que nace en Mesopotamia, India, China, Egipto y
concluye con unas reflexiones sobre «el sentido que le ha dado Evo
Morales al poder, poder obedencial».
– ¿Por qué obedencial?
– Mirando hacia lo que significan los gobiernos de Evo Morales, Hugo
Chávez, Rafael Correa o Luiz Inacio Lula da Silva, es absurdo plantear-
les la disolución del Estado. Hay que tener una visión completamente
distinta de la política, aun revolucionaria.
Tiempo de gobernar desde la izquierda
– ¿Hacia dónde debe dirigirse la crítica, entonces?
– Tradicionalmente la izquierda hizo crítica al poder político como
dominación. Yo digo: el poder político no es de dominación, reside en el
pueblo, consiste en el consenso del pueblo. Las instituciones no son el
lugar del ejercicio del poder, se les ha delegado. Cuando las instituciones
creen que son la sede, ese es el fetichismo. Cuando un presidente dice,
como dijo Felipe Calderón, tengo el monopolio del poder, se equivoca,
110 Enrique Dussel
V
Los hermanos musulmanes1
1. Los que entregan el canal de Suez a Egipto, pero conservan el derecho a interven-
ción militar en caso de necesidad. Esta última disposición fue la causa de la ruptura defi-
nitiva con la «Hermandad».
2. Se puede pensar que es el primer pensador anti-colonialista árabe, en el momento
de la crisis del Imperio otomano, la que él considera como un ejemplo a mejorar para
lograr a unidad del mundo árabe-musulmán, ya presa del creciente colonialismo europeo
en el Mediterráneo. Su pensamiento es de gran actualidad, y será especialmente estudia-
do por la «Hermandad» musulmana. Es un pensamiento político pan-musulmán que nos
recuerda el proyecto bolivariano de 1826 para América Latina, de guardar la unidad de las
colonias españolas y portuguesas.
3. Véase Ramadan, 2002, pp. 134-171.
Meditaciones desde Coyunturas Políticas 117
VI
Samuel Ruiz (1924-2011)
El profeta mexicano del siglo XX1
H
a muerto el 24 de enero el santo profeta de Chiapas, digno suce-
sor de Bartolomé de las Casas. Este último comenzó su lucha en
favor de los pueblos originarios de América en el ya lejano 1514 en el
pueblito de Sancti Espíritu de Cuba. Fue obispo de Chiapas desde 1544
hasta 1547, en que fue expulsado por la oligarquía de los conquistadores
que ya dominaban esa tierra maya, por su lucha en favor de los pueblos
originarios. Algo más de cuatro siglos después, y como continuando la
labor de Bartolomé, fue nombrado en 1959 don Samuel Ruiz, a la edad
de 35 años, obispo de Chiapas (siendo el más joven del episcopado
mexicano de esos años). Había nacido el 3 de noviembre de 1924 en
Irapuato. Estudió primero en León; obtuvo su doctorado en hermenéuti-
ca bíblica en la Gregoriana de Roma. Era un hombre letrado, director del
seminario de León (como Miguel Hidalgo lo fue del de Valladolid). Asis-
tió al II Concilio Vaticano, participando todavía dentro de las filas del
episcopado conservador. Le tocaron tiempos de profunda renovación de
la Iglesia y las convulsiones políticas del 68. En ese tiempo cambiará
drásticamente su posición teórica y práctica. Será su comunidad indígena
maya la que lo confrontará con la miseria, la opresión, la dominación
política, económica, cultural y religiosa que la oligarquía chiapaneca ha-
bía orquestado como herencia de los conquistadores y de los terratenien-
tes contra ese pueblo originario. El joven obispo sufre una conversión
radical. Ya en 1968 fue uno de los cuatro oradores (sobre el tema de la
pastoral indígena) en la Conferencia de Medellín del Celam, donde mani-
festó su calibre latinoamericano. Brillará en América Latina como miem-
bro de una camada de obispos que optaron por los pobres del continente,
junto a Helder Camara, en Brasil; Leónidas Proaño, en Ecuador, y Óscar
Romero, en El Salvador. Será uno de los reformadores de la Iglesia,
fundamentando bíblicamente la revolucionaria teología de la liberación
que estaba naciendo. Pero aún más, la llevó a la práctica con su pueblo
VII
El Panóptico y la Democracia Participativa1
VIII
¿Estado o Comunidad?1
IX
¿Se puede tener absolutamente
conciencia tranquila?1
X
¿Qué sentido tiene: «primero liquídense y
después veremos»?1
lista. Hidalgo fue fusilado bajo el mandato de las Leyes de los Reynos de
las Indias, fue legal, pero al mismo tiempo fue un acto ilegítimo a los
ojos de los patriotas y futuros mexicanos.
«Primero liquídense» revela un acto violento, con intervención de la
fuerza pública que debe ejercerse, con el acuerdo de los ciudadanos,
contra los que se oponen a la ley (tal como los que no pagan impuestos
de sus gigantescas ganancias, de los criminales, de los pederastas, etc.), y
no contra los movimientos sociales que luchan dentro de la ley (y con
legitimidad) en favor de la vida de los afectados. El uso de la violencia
contra el propio pueblo necesitado, empobrecido, es un ejercicio ilegíti-
mo de la violencia del Estado, en cuyo caso su monopolio es tiranía,
despotismo antidemocrático.
El «después veremos» suena al diálogo de los franciscanos con los
sabios aztecas (tlamatinime) en el 1525 en la recién tomada y semi-
destruida México-Tenochtitlan. Una vez destruidos los ejércitos aztecas,
derrotada su elite guerrera, y conquistados, los franciscanos comenzaron
un «diálogo» con los sabios originarios. Poco duró el dicho diálogo;
«después» simplemente organizaron el adoctrinamiento sin respeto algu-
no por sus antiguas tradiciones. Dicho «diálogo» sólo pretendió encubrir
la mala conciencia de los españoles, dándole aspecto de buena. Era un
acto hipócrita ante los vencidos.
Lo que acontece es que el poco de sindicalismo democrático que hay
en México luchará contra la violencia del Estado (porque el monopolio
de la coacción legítima del Estado cuando va contra los justos requeri-
mientos de su propio pueblo se transforma en violencia de Estado, sim-
plemente, es manifestación de su fetichismo auto-referente2).
«Primero liquídense, después veremos» es la expresión, fría, indife-
rente e insensible ante el dolor de 44 mil familias, que la «razón de
Estado» (a favor de muy pocos), que para darse tiempo propone un
pretendido diálogo que la violencia negó desde su origen. El diálogo de-
bió cumplirse antes de la decisión; es decir, debió pensarse: «Primero
dialoguemos, y después veremos». Lo contrario envenena la conciencia
del reprimido, oprimido, que se torna en resentimiento que explota en el
estado de rebelión, o en lucha fratricida promovida por la decisión anti-
democráticas que pudo evitarse. La violencia de Estado es mala conseje-
XI
¿Votar contra el enemigo principal?1
E n los debates «por quién hay que votar», cuando ninguna candi-
datura llena los requisitos de un inequívoco compromiso a favor
de la justicia, se han esgrimidos argumentos por el «voto en blanco» o
por el votar al «mal menor». Deseo dar otra posibilidad de voto, a favor
de un voto más útil (ya que los otras das posibilidades se me aparecen
como votos inútiles o perdidos).
Leyendo una obrita denominada Teoría del partisan2 no muy co-
mentada, del gran pensador político Carl Schmitt, razonadamente procli-
ve al apoyo del liderazgo nazi en Alemania, al menos en el comienzo de
la década del 30 del siglo pasado, creo haber encontrado una veta
argumentativa no usada en el indicado debate presente.
Schmitt dio unas conferencias (que fueron editadas bajo el título indi-
cado) en 1962, al final de la dictadura franquista en España, refiriéndose
a los heroicos partisans, guerreros populares, que se enfrentaron a los
250 mil soldados napoleónicos que ocuparon la Península ibérica en
1808, que en proporción de 1 a 10 derrotaron al primer gran ejército
moderno. Karl von Clausewitz, cuestión que trata originalmente Schmitt,
escribió su gran tratado Sobre la guerra, a partir de esa experiencia de un
«pueblo en armas» (que dos siglos después hemos visto una vez más en
obra en Irak, y con el mismo resultado que Clausewitz anticipa: un «pue-
blo en armas» estratégicamente vence al ejército en regla normalmente.
El gran estratega alemán, emulando al tratado chino del Sunzi, enseña
que aunque débil en apariencia los partisan, por su conocimiento del
terreno, por el elemento sorpresa, por camuflarse en el mismo pueblo,
por ser menos costoso y por muchas otras razones, es invencible. Los
generales del Pentágono olvidaron de leer en la actual guerra de Irak la
segunda parte del libro de Clausewitz sobre la «defensa estratégica»
como modo de ataque. Hubiéranse evitado una derrota.
XII
¡Hace Cuarenta Años!1
XIII
¿Y cuando todo se corrompe?1
XIV
¿Por qué la filosofía?1
XV
De un inmigrante y un exiliado político llamado
Joshúa de Nazareth1
mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas, dicién-
doles: Mi casa será casa de oración, pero ustedes la han convertido en
cueva de ladrones» (Mateo 21, 13), claro que, al menos, no debió criti-
carlos por protectores de pederastas. Podemos decir, objetivamente, que
Joshúa era anticlerical, cuando el sacerdocio se ha burocratizado y trans-
formado en cómplice político del poder, este mismo también fetichizado.
Aquel mesías (en el significado de Walter Benjamín) profético (no
davídico o político) vivió toda su vida desde la experiencia «del tiempo
que resta» (en el sentido de Giorgio Agamben), como alguien con tal
responsabilidad por los pobres y las víctimas que en poco valoraba salvar
su vida que estaba empeñada en la luchar contra la injusticia y el dominio
de los poderosos (del templo, de la patria colonial y del Imperio). Por
ello, al final, fue acusado de «rebelar el pueblo» («rebela al pueblo con
su enseñanza»; Lucas 23, 5) contra el rey palestino Herodes, el hijo, y el
mismo Imperio romano. Al final es crucificado (la cruz era la silla eléctri-
ca política de aquella época). La cruz era la condena política contra los
terroristas que se levantaban contra la Ley sagrada del Imperio. Esa
acusación era nuevamente una acusación política, no religiosa (porque
Pilatos no la hubiera aceptado o no le hubiera dado importancia de haber
sido solamente una acusación religiosa).
Por ello, el exiliado político en Egipto terminó asesinado bajo acusa-
ción de rebelión política, y con un cartel sobre su cruz, nuevamente, que
nada indicaba de religioso: «Joshúa de Nazareth, rey de los judíos» (Mateo
27, 38), título político y no religioso que el mismo Joshúa aceptó («–
¿Eres tú el rey de los judíos? [...] – Tú lo estás diciendo» —respondió
Joshúa; Ibid. 11). Lo que más molestó a los traidores políticos y religio-
sos coloniales judíos, y al soldado del Imperio, era la prédica profético
política de Joshúa que, al dar fundamento a los pobres y humillados de
sus luchas contra la dominación, esos explotados se transformaban en
actores de la historia desde el postulado de un Reino de justicia fraterno.
¡Lo cierto es que dicho postulado terminará por transformar desde abajo
a todo el Imperio romano, y a otros posteriormente!
Navidad es una extraña festividad absolutamente fetichizada e inver-
tida en su sentido fuerte, político, profético, crítico. ¡El mercado y las
complicidades de los políticos, de los cristianos y sus jerarcas la han
desvirtuado!
Meditaciones desde Coyunturas Políticas 153
XVI
Soberanía, estado y petróleo1
plebiscito). En todos los casos la sede última del ejercicio del poder es la
soberanía popular.
2. El estado. Siendo el estado el macro sistema institucional de la
sociedad política, creación de la soberanía popular, no puede decirse de
manera estricta que «el Estado es soberano». El soberano es el pueblo,
y el estado es una institución a su servicio. Y como toda institución es
una mediación para el ejercicio delegado del poder soberano del pueblo.
El estado, en el mejor de los casos, podría decirse que ejerce delegada-
mente la soberanía popular, pero no en nombre propio, sino en el del
pueblo. El arrogarse el estado el poder ejercer la soberanía en nombre
propio (en aquello tan repetido de que «el estado es soberano», que
podría aceptarse en un sentido amplio) es lo que se denomina fetichis-
mo del poder.1 El poder político, que reside sólo en el pueblo, y que tiene
al pueblo como su única sede inalienable, cuando se atribuye a una insti-
tución, es decir, cuando el que ejerce delegadamente el poder pretende
cumplirlo en nombre propio (y no como representante) se produce la
inversión de su sentido en cuanto oculta la verdadera fuente del poder.
Una pura apariencia, un fenómeno tapa la esencia. Es un fetiche. Es un
«dios hecho de las manos de los hombres» (como indica Marx citando
un texto semita). Esta inversión es la corrupción suprema de la política.
El político cree ahora ser el soberano, porque pretende tener «el mono-
polio del poder». Ha usurpado un lugar que no le pertenece: el ser la sede
del poder soberano, que sólo ostenta el pueblo como un todo.
3. El petróleo. Los bienes existentes dentro de los límites del territo-
rio, en el cual se ejerce la soberanía del pueblo a través de las institucio-
nes creadas para su servicio, son patrimonio de la comunidad política en
su conjunto. Aquellas que quedan bajo el régimen de propiedad común,
administradas por el estado, son bienes públicos. El petróleo, como las
riquezas del subsuelo, el agua, la electricidad, etc. son igualmente públi-
cos en México.
El petróleo es un producto orgánico, fruto de millones de años de la
vida sobre el Tierra. Es una de las substancias más valiosas sobre el
planeta por sus múltiples usos, y no renovable. En primer lugar, simple-
mente quemarlo es un crimen, y las generaciones futuras nos lo deman-
darán. Aniquilarlo por combustión es como echar a la hoguera diaman-
tes, oro o billetes de banco vigentes. Por ello, en segundo lugar, sería
racional extraerlo en la menor medida posible, conservarlo en su mayor
cantidad, y sólo consumirlo cuando se haya cumplido con una exigencia
ético-política: en tanto se hayan inventado y se puedan usar sustitutos
energéticos en igual cantidad procedentes de medios renovables. En ter-
cer lugar, vender petróleo en bruto es igualmente irracional. Habría que
procesar y comercializar únicamente productos del petróleo con valor
agregado (plásticos, aceites, gasolina, etc.). Pueblos completamente sub-
desarrollados venden la pura materia prima. México no debería soportar
el ser insultado por su falta de inteligencia, de tecnología y de planifica-
ción al vender un gramo de petróleo en bruto.
Pero, y en cuarto lugar, aún es más irracional y falto de ética (lo que
indica la corrupción de los gobernantes) el conceder la propiedad del
petróleo mismo como pago de servicios a recibir. Como si no pudieran
pagarse los mejores servicios técnicos del mundo con el dinero obtenido
por la venta de los productos elaborados del petróleo mismo. No hay
ninguna necesidad de alienar la propiedad del petróleo. ¡Es de sentido
común!
Esta suma de decisiones irracionales sólo puede explicarse por el inte-
rés egoísta que no guarda ninguna relación con la justicia ni con la ética
por parte de los gobernantes. Es simplemente corrupción política, por-
que los que ejercen el poder institucional (senadores, diputados, presi-
dente, gobernadores, etc.), han olvidado que no son la sede del poder
político, sino simples representantes que ejercen un poder delegado en
nombre de la soberanía popular. Olvidándolo, piensan que pueden deci-
dir todo a espaldas del pueblo. Por el contrario, una «consulta popular» se
justifica plenamente en tan importante asunto. Pero no lo desean, porque
se les desarmaría «todo el juego». Si no estuvieran corrompidas las institu-
ciones (entre ellas el poder legislativo) recordarían que el estado poseen
sólo un ejercicio delegado, no siendo en sentido estricto soberano, y por
ello debería comprender la necesidad de esa «consulta al soberano».
Pero la corrupción no es sólo política, sino que es ético-subjetiva. El
ejercicio fetichista del poder los inclina también al desorden subjetivo, al
amor a la riqueza que se llamaba usura, a la apropiación indebida de bienes
del pueblo que se distribuyen a discreción ilegalmente entre los «amigos»
(de adentro del país y de afuera, porque al fin la burguesía es mundial).
Sería bueno llamar a una cierta cordura, a imponerse un cierto límite
de la simple honestidad ciudadana, y pedir que se «consulte al pueblo»
156 Enrique Dussel
XVII
5 de mayo 1818: nace Karl Marx1
XVIII
Mediocracia y Hermeneútica1
XIX
Estado de Derecho, Estado de Excepción,
Estado de Rebelión1
XX
La política-espectáculo: lo populista y lo popular1
I
La «política-espectáculo» define al ciudadano como espectador-mer-
cado, pasivo, consumidor, expectante ante la «mercancía-política» bien
empaquetada. Todo es virtual, como la imagen, como el objeto ficticio
que se crea por la propaganda.
El hambre real es una ilusión, porque no aparece en la imagen; sentir
hambre no es del orden de lo representable (R. Rorty); y, además, el que
dice sentir hambre enuncia un error, porque se refiere a algo que no es
del orden de lo que la imagen propone. La Coca-cola, «chispa de la
vida» según la publicidad, es para los solventes que sacian fácilmente su
hambre; sólo tienen sed, pero no la sed del que no llega el agua por estar
en la pobreza o por estar en el desierto perseguido por la «migra»; no es
la sed de los que están fuera del circuito del mercado.
Para la «política-espectáculo» las encuestas de opinión pública son
convenientes porque manifiesta la medición domesticada (por la propa-
ganda) del espectador-mercado. Quien logra mejor lugar en dicha esta-
dística mercado-técnica, y mayores porcentajes que el que enjuicia des-
de el Poder, o quien tiene mayor popularidad que el político-espectáculo,
se lo critica como «populista». Es decir, como mejor publicista alcanzó
mayor porcentaje, porque, en el fondo, siendo la propaganda para el polí-
tico-espectáculo una manipulación del deseo del espectador, lo considera
(al que tiene mejor porcentaje) como alguien que tiene menos escrúpulos
que el mismo político-espectáculo. De otra manera, es un «populista». Es
un hablador virtual que propone demasiado. Es un propagandista que ha
pasado los límites responsables del oficio y promete lo imposible.
El «populista», para el político-espectáculo, en la relación gobernan-
te-gobernado como propaganda, es el falsario mayor, el que habla sobre
lo que habría que guardar silencio, y por ello es, deslealmente (según las
Meditaciones desde Coyunturas Políticas 167
III
Habrá que saber discernir entre el insulto del político-espectáculo que
cataloga a su enemigo eventual de «populista» (como propagandista en-
cantador de serpientes, o del pueblo, pueblo a priori considerado de
baja capacidad crítica) del político realmente «popular», que sabe
articularse a ese pueblo hambriento que necesita políticos que lo repre-
senten. No se trata de una división entre «izquierda» (populista) y «dere-
cha» (en buena parte es una división anacrónica). Se trata de políticos
que despiertan la esperanza popular, dado el estado de postración extre-
ma del pueblo excluido y empobrecido, y de los políticos insensibles que
continúan salvando bancos nacionales y extranjeros, pagando deudas
externas e internas, antes que cumplir con el deber de volver los ojos a la
miseria del pueblo que los eligió para servirles. La situación es angustio-
sa. En la Babel de la inversión de la significación de las palabras, el
político-espectáculo lanza la confusión, porque en río revuelto ganancia
de pescadores poderosos. Al líder popular que intenta corresponder los
deseos justo del pueblo de los pobres se lo descalifica, porque inespera-
damente ha superado las expectativas, y, mucho más allá de las posibili-
dades de su partido político particular, ha despertado la esperanza de una
posibilidad real de un gobierno distinto. Es por ello que el político-espec-
táculo tiene que impedirle ejercer el Poder. Se sabe muy bien que el
peligro no está en el líder, sino en el despertar del inmenso pueblo deses-
peranzado, despolitizado, dividido, fraccionado, que pide rescatar el ho-
nor patrio, la riqueza nacional, los ahorros de decenas de años de millo-
nes de obreros que constituyen los fondos de sus jubilaciones.
Meditaciones desde Coyunturas Políticas 169
XXI
El partido político y la organización de la base [I]1
ventaja al partido «inflado» con una tal membresía sin función alguna.
Volverán a su casa de la entusiasta concentración multitudinaria a la
soledad desesperanzada del hogar, con una afiliación en el bolsillo. No.
La afiliación es una acción correcta, pero como resultado de la organiza-
ción de millares de «comités de base» en la que culmine, después de
hacerse cargo de los principios (los que evidentemente los «comités de
base» deberán mejorar, lo mismo que los estatutos, por ser sumamente
rígidos, de arriba hacia abajo, donde pasivamente el miembro del partido
no participa efectivamente en el mismo). La constitución de millares de
«comités de base» invertiría la corrupción de la parcelación del poder
por cuotas de tribus, y daría lugar a una auténtica democracia de la base,
que elegiría sus representantes reales a todas las instituciones internas del
partido. Por el momento, la burocracia del partido está «agarrada» desde
arriba a la brocha, sin comunidad de base que la haya realmente elegido.
Son representantes sin representados.
172 Enrique Dussel
XXII
El partido político
en función de la organización de la base [II]1
XXIII
Partido político y sus 130 mil comités de base [III]1
XXIV
La ética y la normatividad política [I]1
XXV
Moralidad, legalidad y legitimidad política1
XXVI
La ética y la normatividad de la política [II]1
XXVII
Partido político y Gobierno:
¿identidad o diferencia?1
XXVIII
La libertad de prensa:
¿de los medios o del pueblo?1
XXIX
La «vida»: sí, pero toda la vida1
XXX
¿Liderazgo o carisma?
¿Puede un líder ser democrático?1
hacer sombra al que en realidad tiene esa virtud. En este caso quita
fuerza al liderazgo y, a la larga, hace el ridículo, perdiendo la dignidad
que había alcanzado en actos del todo encomiables, pero que no desper-
taron en el pueblo esa adhesión emotiva (y racional) que el líder desplie-
ga de manera cuasi-natural.
En todos los casos los errores políticos pueden corregirse, y es de
ciudadanos y líderes reconocerlos y enmendarlos. Esa es también una
cualidad del lider democrático, reconocer sus errores.
200 Enrique Dussel
XXXI
Criterios del liderazgo democrático1
doy para que tú me des», fetichiza el poder del «rey» (el «rey de los
jitomates» en la Merced), que es el que protege injustamente a los intere-
ses ilegítimos de los suyos contra otros afectados. En ese caso el liderazgo
no cumple con el primer criterio (no promueve el aumento de vida de
todos los afectados), ni es democrático (excluye a ciertos afectados), y
ciertamente es eficaz, pero con una eficacia a corto plazo, destructora y
pervertida. Eso no es liderazgo, es «caciquismo».
204 Enrique Dussel
XXXII
¿Qué hacer?
Sobre los movimientos sociales y el partido político1
XXXIII
¿El voto es un documento público?1
XXXIV
Legalidad y legitimidad1
XXXV
La vida, la ley y la fuerza1
Marcos 10, 42). En este segundo caso, la voluntad del gobernante pre-
tende ser la sede del poder y la fuente de la ley. Pareciera que cumplir
con su voluntad es cumplir con la ley. Cuando se dice que hay que
cumplir la ley significa que hay que obedecer su voluntad. George Was-
hington se levantó contra el rey de Inglaterra. Miguel Hidalgo y Costilla
no obedeció al rey de España ni las Leyes de Indias, las únicas vigentes
en su momento. Luchó por la vida de los mexicanos y se opuso a la
autoridad y a la ley que los oprimían. ¿Fue un bandido, un anarquista o
un terrorista? ¿No está la «vida» sobre la «ley» cuando en caso de
extrema necesidad hay que hacer una huelga para que se recuerden sus
derechos conculcados o usar una calle como tianguis para vivir? ¿Es la
ley, la voluntad del gobernante, fundamento suficiente para privar de la
vida a los ciudadanos?
¡Estoy defendiendo principios y no criticando personas!, como en
otras ocasiones. Ciertamente, es racional reconocer que la vida tiene
mayor dignidad que la ley y la voluntad de un gobernante que no escu-
cha, porque si escuchara hubiera negociado pacíficamente la solución de
un conflicto sin el uso desproporcionado de la fuerza —la violencia es lo
contrario al dar razones para alcanzar acuerdos. Si se quieren alcanzar
acuerdos por la fuerza pareciera repetirse la política de los cruzados o la
Guerra Santa que por las armas pretenden convencer al contrario de su
creencia, lo cual es contradictorio porque, ¿cómo obtendrán el acuerdo
pleno y libre del oponente proponiendo con violencia sus razones? La
única manera de llegar a acuerdos políticos, democráticos, profundos,
de largo plazo, es a través de la discusión en la que los argumentantes
tienen simetría; es decir, son admitidos como iguales y libremente (no
bajo coacción). Esto es democrático. ¿Pueden las balas destruir los bue-
nos argumentos del oponente? Alguien dijo: «Las ideas no se matan»,
tampoco los derechos. ¿Puede la coacción ilegítima (porque
desproporcionada) del Estado fundar su acción en la ley cuando la está
destruyendo en su fundamento (porque la ley es el fruto de acuerdos a
partir de una discusión razonada del Poder Legislativo, es decir, de los
representantes de los ciudadanos, y no fruto de una voluntad despótica
apoyada en los revólveres de la policía)?
Es grave la situación. Nuevamente se usan las palabras contra sus
significados. La vida tiene dignidad absoluta y funda aún el valor de la
ley. No puede usarse la fuerza del Estado pretendiendo aplicar la ley
contra la vida del pueblo. ¡La historia —que tiene memoria, más de la
que algunos gobernantes suponen en su ignorancia— los juzgará!
Meditaciones desde Coyunturas Políticas 217
XXXVI
La doble campaña1
cio del poder se haya siempre fetichizado. Entiendo por fetichización del
poder el ejercicio del poder del Estado o de alguna institución de gobier-
no que pretende que es soberano, que ejerce la autoridad desde sí, que
es auto-referente, frecuentemente al servicio de una potencia extranjera
(España o Estados Unidos), o de las elites criollas. «Los que mandan
mandan mandando». Lograr que se ejerza de otra manera el poder, de
manera que dicho ejercicio delegado del poder sea un servicio responsa-
ble al pueblo mexicano, a la gente, para que «los que mandan manden
obedeciendo» (le llamo a este tipo de poder, en mi obra Política de la
Liberación,1 el «poder obediencial»), no es pequeño intento. Claro que
no es sólo devolver el poder al pueblo (el único y último soberano), sino
igualmente reformar el Estado (lo que a corto o largo plazo supone un
cambio radical de la Constitución y de la concepción misma del Estado).
Todo esto depende en el mediano plazo de una «política electoral» inevi-
tablemente. Despreciarla es cuestionable. Porque, de haber un cambio
de inspiración en el gobierno nacional, la ocupación del ejército en Chiapas
debería terminar de inmediato; la autonomía indígena entraría en una
fase de estudio efectivo; se podría pensar en el rescate de PEMEX, del
gas y de la energía eléctrica; se vería la importancia de estudiar la reduc-
ción de la deuda externa e interna (como lo ha hecho Argentina), el ajuste
de cuenta del Fobaproa y el Ipab, etc. Las condiciones políticas para el
logro en el largo plazo de la Otra campaña se darían con muchas más
posibilidades de efectos tangibles.
Todo se trata, tácticamente, de un problema de ritmo y de uso del
tiempo (que en la estrategia política es esencial). Dicen los Proverbios
que «hay tiempo para llorar, y tiempos para reír». Por ello no hay que
equivocar los tiempos. Las dos campañas son complementarias y estra-
tégicamente deberían tener un mismo fin. Oponerlas daría lugar a mu-
chos equívocos teórico y práctico. Hay que ordenar los tiempos y
dosificarlos tácticamente.
En los próximos seis meses la Primera campaña debe jugarse a fon-
do, por toda la izquierda unida, el centro-izquierda ampliado y los ciuda-
danos de buena voluntad que están cansados de las traiciones que la
Patria sufre de la elite en el poder, para que nos gobiernen políticos que
cuando «manden, manden obedeciendo» a la gente.
XXXVII
1810: ¿El nuevo encubrimiento del Otro?
(Hacia el 2010: a dos siglos
del proceso de la Emancipación)1
XXXVIII
Los principios y la política1
contrario, sin silla alguna (fuera de la que ponía para montar a su caba-
llo), nunca perdió el rumbo, ya que tenía principios normativos inco-
rruptibles, inflexibles, que como una brújula le permitían no perderse en
el laberinto indecidible de la política e iluminaban su estrategia hegemónica
entre las comunidades campesinas que conducía. Era un campesino en-
tre tantos, pero supo oponerse a tres presidentes, a los que respetó hasta
que perdieron el rumbo (trazado por los principios de Emiliano), y fue-
ron nada menos que Madrero, Huerta y Carranza. Los presidentes eran
medidos en su praxis por la conciencia normativo-política del Caudillo
del Sur; poseía una recta vara, pulida por siete siglos de lucha: «¡La tierra
para los que la trabajan!» Cuando los presidentes se corrompían, Emiliano
los juzgaba inmediata y certeramente, sin contemplaciones.
En el Plan de Ayala, punto 15, podemos leer: «Mexicanos: considerad
que la astucia y mala fe de un hombre está derramando sangre de una
manera escandalosa por ser incapaz de gobernar; considerar que su
sistema de gobierno está agarrotando a la patria y hollando con la fuerza
bruta de las bayonetas nuestras instituciones; y así como nuestras ar-
mas las levantamos para elevarlo al poder, las volveremos contra él por
falta de sus compromisos con el pueblo mexicano y haber traicionado la
revolución iniciada por él; no somos personalistas, ¡somos partidarios
de los principios y no de los hombres!» (Ayala, 25 de noviembre de
1911). ¡La política tiene principios normativos!
Antes de comenzar su lucha Emiliano tenía bien claro los principios
que lo motivaban. Por ello tuvo el mayor cuidado en dejar en lugar
seguro las pruebas del fundamento de su lucha: «Antes de salir Zapata de
Anenecuilco —nos dice Jesús Sotelo Inclán—, ya dispuesto para lanzar-
se a la Revolución a jugarse el todo por el todo en una carta arriesgada,
escondió los documentos del pueblo, enterrándolos con su caja de hoja
de lata, al pie de la escalera que lleva al coro y a la alturas de la iglesia.
Allí quedaban enterradas la raíz y la razón que lo impulsaban, su infini-
ta verdad, la historia de su pueblo y la prehistoria de su vida». Lucharía
por la antigua tradición de su calpulli, por las tierras de sus comunidades
robadas por los ingenios y las haciendas; lucharía por su Madre, Tonanzin,
Guadalupe...
Para Zapata la política era simple, era un compromiso en el que arries-
gaba su vida hasta la muerte con la gente de su comunidad, por lo que a
ellos les interesaba: a) para permanecer y acrecentar sus vidas (sus tie-
rras), b) para participar igualitariamente en las decisiones (siempre vuel-
226 Enrique Dussel
pos políticos fuertes para espíritus tercos y justos como Emiliano. ¡Lo
importante son los principios y no las personas...! Pero sin los Emilianos,
los que «mandan obedeciendo» (la potestas), los principios se evaporan,
no reaparecen en el imaginario popular, no se mueve el poder que se
construye desde abajo, la potentia (diría el sefardita de origen español
Spinoza)... que todos la constituyen, pero que antes deben saber destruir
lo antiguo cuando se corrompe... como antes los Madero, Huerta o
Carranza —marcando las diferencias del caso—. «¡No se puede poner
vino nuevo en odres viejos!».
228 Enrique Dussel
XXXIX
¿Estado de rebelión?1
XL
Juicio Político: ¿simplemente legal o también justo?1
XLI
¿Fue un año perdido?
¿Quién perdió? ¿... y quién ganó1
XLII
¿Puede la mayoría ser antidemocrática?1
XLIII
De la acción social al campo político1
XLIV
Justicia: ¿juicio político o juicio según derecho?1
leyes dictadas por el mismo cuerpo como norma de sus acciones, cum-
pliría aquel adagio cínico del absolutismo: «El Rey dicta las leyes, pero
no debe cumplirlas», porque está sobre ellas. Por el contrario, todo esta-
do de derecho se funda en el hecho de que el primero que deber cumplir
las leyes es el cuerpo que las dicta. Si ese cuerpo no las cumpliera, ya
nadie estaría obligado a hacerlo. Sería la corrupción de la vida política en
cuanto tal.
Sócrates se definía a si mismo como «el tábano de Atenas». Como
filósofo no estaba obligado a entrar en las cuestiones cotidianas, pero
cuando la gravedad política lo ameritaba no podía guardar silencio. Es
terrible, y desearía uno «sacarle el cuerpo» al deber, pero en esto consis-
te la responsabilidad de ser filósofo, y hay que asumirla a riesgo de caer
en una contradicción (preformativa: decir amar la verdad y nunca jugar-
se por ella).
He escuchado con preocupación por el radio, leído en los diarios,
observado en la televisión, se ha fincado la posibilidad de un juicio a un
miembro relevante del Estado en el Poder Legislativo. He oído decir que
dicho juicio sería como un «juicio político», y no meramente un «juicio
jurídico», algo así como si se aceptara que hay un juicio político que se
ejerce desde criterios de interés de grupos, fracciones particulares en
«alianza», propios de la competencia política por la hegemonía, que
pudiera diferenciarse del juicio que ejercen los jueces que tiene por refe-
rente a la ley, el derecho, la objetividad normativa, universal. Pareciera
que la población se resigna a que un «juicio político» puede ser jurídica-
mente injusto, y, sin embargo, justo políticamente. O, peor, se resignan a
que el juicio político nada tenga que ver con la justicia, sino que respon-
de a puros interés particularistas o egoístas de grupos. Por ejemplo. Si
alguno pertenece al grupo de un gobernador que intenta candidatearse
para presidente, otro candidato más popular sería su «enemigo» político
(en el sentido de Carl Schmitt), y, por lo tanto, sería justificable que
elimine al candidato «enemigo» más popular para dejar el camino abierto
a mi «amigo». Por ello, se da entrada inmediata en una comisión del
Poder Legislativo al juicio, para juzgar la posible destitución de una auto-
ridad elegida por el pueblo, y que tiene en las encuestas una mayoría
aprobatoria, fundada solamente en esa pretendida motivación «política»,
sin hacerse cargo del cuerpo antecedente de leyes, del derecho, que
permitiría o evitaría que dicho juicio se radique o no en el Poder Legisla-
tivo. Y tal es así, que la comisión que debió aceptar radicar dicho juicio
en tal Poder, ha debido comenzar a buscar la fundamentación de dere-
248 Enrique Dussel
XLV
¿Colombianización del proceso político?1
XLVI
¿Venezolización de la política?1
XLVII
¡Rescatemos la patria!1
XLVIII
El Poder Ciudadano en la Constitución Bolivariana
Articulación de la democracia participativa con
la democracia representativa1
1. Cabe destacarse el capítulo VII sobre «De los Derechos de los pueblos indígenas»,
que merecería exposición especial (arts. 119-125). «El Estado reconocerá la existencia de
los pueblos y comunidades indígenas, su organización social, política y económica, sus cultu-
ras, usos y costumbres, idiomas y religiones, así como su hábitat y derecho originario sobre
las tierras que ancestral y tradicionalmente ocupan» (art. 119). Se les reconocen todos los
derechos por lo vienen luchando los indígenas de toda América Latina. Hasta se expresa:
«Se prohíbe el registro de patentes sobre estos recursos y conocimientos ancestrales» (art.124).
Meditaciones desde Coyunturas Políticas 263
que presenta una terna (por cada miembro que haya que elegir) a la
Asamblea General, que elige uno por las dos terceras partes de sus inte-
grantes. Si no pudiera elegirse en la Asamblea, su elección «se someterá la
terna a consulta popular» (art. 279). Lo más interesante es la última posibi-
lidad, es decir, que pudiera darse el caso de una «consulta popular», y esto
es un precedente importante de participación. De todas maneras, y de
nuevo, el Poder Ejecutivo y Legislativo no inician el procedimiento.
El capítulo V «Del Poder Electoral» (semejante al IFE mexicano,
pero sin la participación de los partidos políticos, que por ser juzgados no
deben ser «juez y parte»), constituido por un Consejo Electoral, deter-
mina que la elección de sus cinco miembros se elegirán: tres por pro-
puesta de organizaciones de la Sociedad Civil (sin compromiso explícito
con partidos), uno por las facultades de ciencias jurídicas y políticas de
las universidades nacionales, y uno por el Poder Ciudadano. El Consejo
Electoral además de las obvias facultades, puede «declarar la nulidad
total o parcial de las elecciones» (art. 293, 4), y «organizar las elecciones
de sindicatos, gremios profesionales y organizaciones con fines políticos
[...] Así mismo, podrán organizar procesos electorales de otras organiza-
ciones de la sociedad civil a solicitud de éstas» (Ibid., 6).
De lo dicho puede observarse una voluntad de mayor participación
ciudadana. El aumento de los Poderes, de tres a cinco, permite mayor
fiscalización mutua, en especial por la autonomía de los Poderes Ciudada-
no y Electoral. El que el ciudadano no participe sólo en la elección de los
miembros de la Asamblea Nacional y del Poder Ejecutivo, sino que pueda
institucionalmente ejercer una iniciativa y fiscalización continua, entrega a
la soberanía popular otras instancias de participación. Así, también, el pue-
blo podría elegir los miembros del Poder Ciudadano directamente si la
Asamblea no logra hacerlo, al no contar con el porcentaje exigido.
Cabe una última reflexión. El Poder Ciudadano podría tener la posibi-
lidad de organizar institucionalmente en la Sociedad Política (el Esta-
do en sentido restringido, en la opinión de Antonio Gramsci), un momen-
to político inexistente en todas las constituciones de los Estados actuales.
Se trata de aquel anhelo de Jefferson, que recuerda Hannah Arendt en su
obra Sobre la revolución, de que debajo del condado (nuestros munici-
pios o delegaciones) hubiera distritos, donde los ciudadanos, cara a cara,
pudieran discutir y acordar en un estado de democracia directa los pro-
blemas políticos de la comunidad. Si en una municipalidad, delegación o
condado hubiera 2 millones de ciudadanos (del tamaño de Iztapalapa,
por ejemplo), podría haber unos 50 «distritos» o «consejos barriales»
Meditaciones desde Coyunturas Políticas 265
XLIX
Reforma universitaria del 2000 [I]
Autonomía universitaria1
Por ello, para que todos los miembros (profesores, alumnos, emplea-
dos y egresados en justa proporción) acepten como «válidos» (legíti-
mos) el ejercicio del «Poder universitario» (que es un Poder comunicati-
vo-democrático), todos los afectados (antes nombrados) deben haber
podido participar cuasi-simétricamente1 en la discusión de lo acordado.
Esto es racional, justo, legítimo. Lo contrario es violencia, autoritarismo,
irracionalidad, injusticia. La actual organización del Poder en la UNAM
no es representativa de sus miembros; es autoritaria, no democrática; no
es por lo tanto legítima en referencia a la propia «Comunidad universita-
ria» que es el cuerpo cuasi-soberano al que el Estado le acordó la «auto-
nomía».
L
Reforma universitaria del 2000 [II]
«Autoritarismo» y «Vanguardismo»1
1. Aquí sí hay «simetría» porque todos son estudiantes y sólo estudiantes. La presen-
cia de un no-estudiante que votara es «asimetría» antidemocrática, contra la voluntad y el
derecho de los que no han introducido ningún no-estudiante. La «democracia estudiantil»
exige reglas firmes, fijas, para todos iguales.
Meditaciones desde Coyunturas Políticas 271