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1 Corintios 2

La Biblia nos dice que proclamemos el evangelio a todas las personas. Pero, si
bien todos queremos que otros conozcan a Cristo, muchas personas quedan
paralizadas ante la idea de entablar una conversación de asuntos espirituales. Si
esto le describe, cobre ánimo —no solo le sucede a usted.

Algunos de los voceros de Dios se sintieron horrorizados ante la idea de hablar


acerca del Señor. Moisés le rogó a Dios que lo eximiera de hacerlo. Le dijo: “No
tengo facilidad de palabra; nunca la tuve, ni siquiera ahora” (Ex 4.10 NTV). Y
siglos después, Jeremías reaccionó a una misión similar diciendo: “¡Soy muy
joven, y no sé hablar!” (Jer 1.6 NVI).

Luego, en el Nuevo Testamento, en la primera carta de Pablo a los Corintios, él


les dice: “Me presenté ante ustedes con tanta debilidad que temblaba de miedo”
(1 Co 2.3 NVI) para compartirles el evangelio. Sin embargo, el apóstol no se
quedó callado; sabía bien cómo persuadir con la lógica. Pero Pablo temía recurrir
a argumentos humanos, ya que su objetivo era hablar “no con palabras enseñadas
por la sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu” (1 Co 2.13).

Muchos creyentes temen compartir el evangelio, pero el Señor nos llama a ir por
todo el mundo y predicar el evangelio (cf. Mr 16.15). Por tanto, confíe en el
Espíritu Santo, que nos da la mente de Cristo para proclamar el amor del
Salvador.

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