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PijamaSurf 08
decir, un ejercicio de purificación, que suele tener que ver primero con la simple
intención de observar la mente y dirigir la luz de la atención hacia un objeto. No
dejamos la atención a la deriva, pues en el curso del tiempo hemos
cultivado seguramente patrones habituales que hacen que nuestra mente
sea "capturada" con facilidad por procesos de pensamiento u objetos externos
que conducen a estados de aflicción. Existe una forma de atención espontánea,
no conceptual, que quizá sea la más alta forma de atención, pero salvo casos
raros, esta forma de atención es el resultado de la purificación y el
entrenamiento de la atención. Aunque puede que sea una condición "natural",
antes debemos hacer mucho trabajo de limpieza para que reluzca la mente
natural.
Ahora, con respecto al segundo aspecto, si en nuestra mente no se enciende el
deseo de contemplar el objeto, un deseo que se parece al amor o a la fe,
difícilmente podremos mantener de manera consistente la atención. Debe haber
algo en nosotros que nos hace regresar al objeto una y otra vez. No es
meramente la "voluntad", no es algo que podamos forzar. Simone Weil habla de
una gracia, más que de una gravedad; es algo que no viene de nuestra mente
consciente, que refulge desde afuera o desde un adentro más hondo, pero que
sólo puede aparecer en su luminosidad si estamos abiertos, vacíos, disponibles al
encuentro. La atención que logra la perfecta concentración requiere de
relajación; obtiene su energía de recolección (de seguir regresando la mente al
objeto) de algo que se mueve por su propia cuenta, como un viento. La mente
encuentra un espacio en el cual no tiene que hacer esfuerzo y, sin embargo, hay
un enorme dinamismo en ese espacio. Valentin Tomberg escribió sobre esta
concentración sin esfuerzo, la cual consideró la base del conocimiento místico,
la esencia tanto del yoga como de la práctica contemplativa cristiana:
La concentración sin esfuerzo –es decir, ese lugar en el que no hay nada
que suprimir y en donde la contemplación se vuelve tan natural como la
respiración y el latido del corazón– es el estado de conciencia (i. e.,
pensamiento, imaginación, sensación y voluntad) de calma perfecta,
acompañada de la completa relajación de los nervios y los músculos del
cuerpo. Es el profundo silencio de los deseos, las preocupaciones, de la
imaginación, de la memoria y el pensamiento discursivo. Uno podría decir
que todo el ser se vuelve como la superficie quieta del agua, reflejando la
inmensa presencia del cielo estrellado y su armonía inefable
Pero para alcanzar esa serenidad, debe haber un movimiento enérgico de nuestra
propia conciencia, un ardor, aunque sea justamente dirigido hacia la calma y
hacia el silencio. Nuestra mente debe sentir el asombro de esa energía que se
mueve por sí misma, que parece hacer las cosas sola, sin que sea necesario
intervenir. Esta energía se presenta como un viento o como el "espíritu" mismo,
"que sopla por donde quiere". La manera de alcanzar esta calma, esta
concentración sin esfuerzo, que es la fuente de un inmenso poder, suele decirse,
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es observando la respiración y sintiendo el deleite del aire que entra y sale. Pues
el aliento es misteriosamente la vida y a la vez la conciencia. La manera en la
que la atención se ha entrenado tradicionalmente, la vía regia, es a través de la
observación del aliento. En un sentido literal, la espiritualidad es la disciplina
del espíritu, es decir del aire, de la respiración. La espiritualidad requiere de la
concentración de la mente, a través del ascetismo de la atención, y el modo
esencial para hacer esto es a través de la investigación del aliento, en toda su
sutileza.