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EPISTEMOLOGÍA GENERAL
Por ROGER VERNEAUX
BARCELONA
EDITORIAL HERDER
1985
ROGER VERNEAUX
Profeior del lo td td to Católico de Parí»
EPISTEMOLOGÍA GENERAL
O
BARCELONA
EDITORIAL HERDER
1985
CAPÍTULO CUARTO
EL IDEALISMO
1. Las escuelas.
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cia, cada una de las cuales sólo conoce las ideas que emanan de su
propio fondo, lo que resulta una manera curiosa de aliar el idealismo
y el realismo.
Con Kant se constituye y define el idealismo. Kant llama a
la posición de Descartes un idealismo problemático, a la de Ber-
keley un idealismo dogmático, y a la suya propia un idealismo tras
cendental o crítico. La define así: la doctrina según la que el espa
cio y el tiempo no son propiedades reales de las cosas, sino leyes
de nuestra sensibilidad. Esto basta, pues de ahí se sigue que todo
nuestro conocimiento está limitado a los fenómenos. No podemos
conocer las cosas tal como son en sí mismas, sino solamente tal
como nos aparecen en virtud de nuestra constitución subjetiva. So
mos, pues, nosotros quienes organizamos los diversos fenómenos
dados por la sensibilidad, que construimos un mundo «objetivo»
uniendo los fenómenos según las leyes del entendimiento que Kani
llama categorías.
Kant admite aún la existencia de «cosas en sí», como causa de
. nuestras impresiones sensibles; pero las declara incognoscibles. Sus
discípulos han sido más osados. Suprimen las cosas en sí y profe
san un idealismo absoluto. Puesto que las cosas en sí son incog
noscibles, no podemos saber nada de días, ni siquiera si existen.
Por lo tanto, no hablemos de días. Hablemos sólo de lo que cono
cemos: de los fenómenos que son nuestras representaciones, de las
formas y categorías que son nuestras leyes a priorí, de la actividad
espiritual que construye d mundo.
A partir de ahí d idealismo se dirige en dos direcciones. La
primera está representada por Hegel en Alemania, por Renouvier y
Hamelin a i Francia. La segunda, por Fichte, Lachelier y Brunsch-
vicg. Según la línea hegeliana, la labor de la filosofía será construir
un sistema de categorías. Renouvier explica muy bien la intención
de una metafísica de tal clase: «Un sistema de categorías — dice —
completo, tan bien arreglado que la ley de su construcción le sirva
de prueba y que el espíritu se encuentre invenciblemente retenido
en él, constituiría una filosofía acabada.» ¿Por qué un sistema de
categorías es una filosofía completa? Está muy claro. Las categorías.
i en d sentido kantiano, son las leyes del pensamiento. Por lo tanto.
j son también las leyes del ser, del ser pensado, se entiende, pero no
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de cosas espirituales por analogía con las cosas materiales. Pero son
peligrosas, pues se corre riesgo de velar el carácter propio de lo
espiritual, de reducir lo espiritual a lo material. Ahora bien, no es
seguro que el idealismo, a pesar de su oposición profunda al mate
rialismo, no caiga en este defecto. Efectivamente, decir que el
espíritu no puede salir de sí mismo para coincidir con las cosas, o
que una cosa no puede entrar en el espíritu, es considerar estos
dos términos según las relaciones de espacio, y, por lo tanto, hacer
de ellos cosas materiales. Si como se nos dice con razón, el espíritu
no es extenso, hay que ser lógico con uno mismo y no temar nunca
al pie de la letra las metáforas espaciales cuando se habla del co
nocimiento. Esta simple decisión purificaría ya mucho la atmósfera.
Pero hay más que una metáfora en el principio de inmanencia.
Hay una tautología: Jo que no tiene nada de común con el espíritu
no puede ser pensado. Esto es evidente, pero ello no implica que el
espíritu no pueda conocer sino su propio pensamiento.
En primer lugar, quizá las cosas no dejan de tener relación con
el espíritu, tal vez no son de una naturaleza radicalmente hetero
génea al pensamiento. Esto es cierto de las cosas materiales en el
cartesianismo: un cuerpo es una porción de extensión, y no tiene
nada en común con el espíritu cuya esencia es el pensamiento. Pero
esta metafísica dualista no se impone necesariamente. Se puede
muy bien admitir, y a mejor título, que las cosas tienen una forma
que las constituye en su naturaleza y las hace a la vez activas y
cognoscibles. En este caso, entre las cosas y el espíritu se dará
aquel parentesco que es condición del conocimiento. En resumen,
el idealismo supone una cosmología cartesiana, de modo que si se
rechaza esta cosmología, se derriban las puertas de la prisión.
El idealismo supone también una psicología cartesiana. El pen
samiento del idealismo está encerrado en sus ideas, pero el cono
cimiento del realismo está abierto al ser. Un más allá del pensa
miento es impensable, nos dicen. Es muy posible, responderemos,
pero nos da lo mismo, ya que lo que nos interesa no es el pen
samiento puro, vaciado de todo objeto por la duda metódica, sino
el conocimiento. Ahora bien, es evidente que el conocimiento llega
de rondón y directamente a una cosa distinta de él mismo. Llega,
a «lo otro como tal», como se decía en lenguaje escolástico; llega a
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menos una cosa en sí, en el sentido kantiano, para todos los que
no son el sujeto que lo experimenta.
En tercer lugar, es difícil no admitir que el hombre ha apare
cido tarde en el universo. El pensamiento humano mismo demues
tra, por la ciencia, que el mundo ha existido mucho tiempo antes
que él. ¿Cuál es pues el valor ortológico que debe darse al mundo
antes de la aparición del hombre? ¿Se dirá que no ha existido, que
sólo existe en el pensamiento del sabio que lo proyecta hacia atrás
como proyecta hacia el futuro un eclipse? Pero la ciencia afirma que
el mundo ha existido. Por lo tanto hay que afirmar que existía en
sí. He aquí un más allá del pensamiento que no es impensable.
Por último, es difícil negar que haya en el mundo hechos y se
res contingentes: los individuos de toda clase, humanos y materia
les, la irreversibilidad del tiempo y la duración propia de cada cosa,
los hechos históricos. Por ejemplo, la irreversibilidad del tiempo
es un puro hecho. La «máquina de explorar el tiempo», inventada
por Wells, es lógicamente posible, pero imposible realmente. Igual
mente, como decía Bergson, «hay que esperar a que el azúcar se
disuelva»; es imposible hacer variar la velocidad del tiempo, aun
que pueda concebirse muy bien. Ahora bien, la contingencia es
inadmisible al idealismo porque el desarrollo del pensamiento es ló-
gicp, por lo tanto necesario. La única solución que le queda es
negarla. No niega la apariencia de contingencia, pero niega su reali
dad. La convierte en el correlativo de nuestra ignorancia, siendo la
necesidad el correlativo de nuestra ciencia. Lo que equivale a decir
que la contingencia es una ilusión que debe reducirse y disiparse
con d progreso de la dencia. Muy bien, pero esto es apostar sobre
el futuro en virtud de una tesis metafísica a priori que nada justi
fica en el presénte. Actualmente, encontramos hechos que no están
construidos por nuestro pensamiento.
Estas observaciones, por sumarias que sean, bastan para mos
trar que el idealismo no puede permanecer fiel a sus principios. La
lógica del principio de inmanencia conduce directamente al solip-
sisnto que nadie se atreve a sostener.
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Conclusión.
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