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El factor nocivo básico de una persona neurótica es la falta de auténtico afecto y cariño
desde la infancia.
Casos en que el niño reprime su hostilidad contra los padres por miedo de que la más
mínima expresión malogrará las relaciones con éstos.
El principal motivo de que un niño no reciba suficiente cariño o amor reside en la propia
incapacidad de los padres para dar afecto, por impedírselo su propia neurosis.
Según las teorías pedagógicas y la sobreprotección o la abnegación de una madre ideal son
los agentes básicos creadores de la ausencia fundamental de cariño.
Los trabajos psicoanalíticos acerca de los factores que desencadenan la hostilidad infantil
subrayan, en primer término, la frustración de los deseos del niño, especialmente la de los
sexuales, así como los celos infantiles.
Evidentemente, los celos pueden constituir motivos violentos de odio, en los niños como en
los adultos. No caben dudas respecto del papel que los celos entre los hermanos y los celos
de uno de los padres son susceptibles de desempeñar en los niños neuróticos, o de la
influencia permanente que esta actitud pueda ejercer en la vida.
Las condiciones que generan estos celos son: las reacciones celosas, como las de la
rivalidad fraterna o del complejo de Edipo, ¿deben producirse forzosamente en todo niño o,
por el contrario, son inducidas por circunstancias determinadas?
Freud al notar la frecuencia de este fenómeno en los neuróticos de nuestro tiempo no sólo
estimuló el complejo de Edipo como núcleo mismo de la neurosis, sino que sobre esta
base trató asimismo de interpretar intrincados fenómenos de otras culturas.
Algunas reacciones de celos pueden darse con facilidad en nuestra cultura, sea en los
vínculos entre hermanos o entre padres e hijos, según acontece en todo grupo de seres que
vivan muy juntos. Los celos son reacciones humanas generales que, pueden ser
artificialmente engendradas por la atmósfera en la cual el niño evoluciona.
El grado en que los niños permanecen sujetos a sus padres es muy variable en los diferentes
casos, según lo que guíe a aquéllos en la educación de sus vástagos: ya tiendan a hacerlos
fuertes, valientes, independientes y capaces de enfrentarse con toda suerte de situaciones;
ya sea su tendencia dominante la de amparar al niño, de mantenerlo obediente e ignorante
de la vida, o, en suma, de infantilizarlo hasta los veinte años o aún más.
El sentimiento subyacente de esta situación, o, por decirlo así, su lema, es: Tengo que
reprimir mi hostilidad porque te necesito.
El miedo puede ser provocado directamente por amenazas, prohibiciones y castigos o por
accesos de ira y escenas violentas presenciadas por el niño; pero también puede responder a
intimidaciones indirectas, como la de amenazar al niño con los mayores peligros de la vida,
con microbios, tranvías, gente extraña, niños malos, subirlo a un árbol, etc. Cuanto más
tímido sea el niño, tanto menos se atreverá a mostrar o inclusive a sentir hostilidad,
situación cuyo lema es: Debo
reprimir mi hostilidad porque te tengo miedo.
El amor es una de las razones que llevan a reprimir la hostilidad. Faltando el verdadero cariño, los
padres suelen reemplazarlo con veborrágicas protestas de cuánto aman al niño, el niño puede
aferrarse a estos sucedáneos del auténtico amor, temeroso de manifestar su rebeldía por miedo a
perder la recompensa de su docilidad. En semejantes situaciones, el lema fundamental sería:
Tengo que reprimir mi hostilidad por miedo a perder tu amor.
Creemos que la angustia infantil es un factor necesario, pero no una causa suficiente para el
desarrollo de la neurosis. Parecería que las circunstancias favorables, así como los
oportunos cambios de ambiente o las influencias contrarrestantes de cualquier especie,
pudiesen evitar la decidida evolución hacia la neurosis.
La angustia básica constituye el fundamento de todas las relaciones con los otros.
Mientras cada manifestación aislada de la angustia puede ser producida por una causa actual y
real, la angustia básica persiste continuamente, aunque no haya estímulos particulares en la
situación actual.
En las neurosis de situación, relativamente simples, falta la angustia básica. Estas neurosis están
constituidas por reacciones neuróticas frente a condiciones actuales de conflicto y se dan en
individuos cuyos vínculos personales no se hallan perturbados.
Simples neurosis situacionales. Estas últimas se encuentran en personas sanas que por razones
comprensivas son incapaces de resolver conscientemente un estado de conflicto, o sea, que son
ineptas para enfrentarse con la existencia y la naturaleza del conflicto y, por eso, también lo son en
cuanto a adoptar una clara decisión. Una de las más notables diferencias entre ambos tipos de
neurosis es la suma facilidad con que se alcanzan buenos resultados terapéuticos en las neurosis
de situación.
En cambio, las neurosis situacionales quedan resueltas con cierta facilidad; en ellas, la discusión
comprensiva del estado actual suele ser una terapia causal, y no sólo sintomática. En otros casos,
el tratamiento causal consiste en eliminar el obstáculo exterior, modificando el ambiente.
Así, en tanto que en las neurosis situacionales recogemos la impresión de que la respuesta
neurótica es proporcional al conflicto, esta relación parece faltar en las neurosis del carácter.
La angustia básica Cabe describirla a grandes rasgos como un sentimiento de ser pequeño e
insignificante, de estar inerme, abandonado y en peligro, librado a un mundo dispuesto a abusar,
engañar, agredir, humillar, traicionar y envidiar.
La angustia de la criatura humana denota que prácticamente todos nos sentimos inermes delante
de fuerzas más poderosas que nosotros, como la muerte, las enfermedades, la vejez, las
catástrofes de la naturaleza, los sucesos políticos y los accidentes.
La angustia básica tiene ciertas y determinadas consecuencias en cuanto a la actitud del sujeto
respecto de sí mismo y de los demás. Esto significa, de hecho, un aislamiento emocional, tanto
más difícil de soportar, cuanto que va acompañado de una sensación de debilidad intrínseca.
Entraña, también, un debilitarse del fundamento mismo en que reposa la autoconfianza.
Estos recursos de aislamiento guardan cierta semejanza con los mecanismos de sumisión y
complacencia, pues ambos implican el de- sistimiento de los propios deseos. Pero mientras en los
últimos la renuncia se halla al servicio del «ser bueno» o de supeditarse a los deseos ajenos a fin
de sentirse seguro, en el primer grupo la idea de «ser bueno» no desempeña papel alguno y el
objeto de la renuncia es, simplemente, independizarse de los demás. En este caso, el lema director
es: Si me aíslo, nada podrá dañarme.
El choque entre los deseos individuales y los requerimientos sociales no produce necesariamente
una neurosis, sino que puede conducir a restricciones reales de las actividades de la vida, o sea a
la simple supresión o represión de deseos. En cambio, la neurosis únicamente aparece si este
conflicto provoca angustia y si los intentos de aliviarla despiertan, a su vez, tendencias defensivas.