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Prof.

Carla Larrobla FILOSOFÍA DE LA HISTORIA- Selección de Textos: HISTORIA- NARRACIÓN

HISTORIA- NARRACIÓN- SELECCIÓN DE Textos 

FRANK Ankersmit, (2005). Sublime Historical Experience. Standford: Standford University


“Lo único seguro es que los historiadores deben sacar ventaja de su propia subjetividad, deben confiar en su propia
subjetividad lo más posible y, al mismo tiempo, tratar de hacerla invisible a sus lectores. En términos más generales,
se trata de un doble movimiento: una confianza completa en la subjetividad y un borrar la subjetividad; la idea es que
los historiadores deben disolver su propia subjetividad en el texto, como un terrón de azúcar se disuelve en una taza
de té […] el mejor instrumento para leer el texto es la persona que somos -y, en nuestra lectura del texto, no
debemos eliminar a priori ningún aspecto de nuestra personalidad” (Ankersmit, 2005: 94-5).

“El sentido ya no viaja libremente a través del tiempo y el espacio: sus lazos con su lugar de origen son más fuertes
que nunca […] El sentido ahora es centrípeto en lugar de centrífugo […] Como resultado de ello, su vínculo con ‘la
teoría’ -es decir con los instrumentos teóricos que tradicionalmente usábamos para expandir el alcance del sentido
cultural, narrativo y textual- tiende a debilitarse. Ahora el sentido recibe su contenido del modo en que el mundo se
nos da en la experiencia (Ibidem: 1-2).

Walter Benjamin, (1968). Theses on the philosophy of history.


“La verdadera fotografía del pasado se escurre velozmente. El pasado sólo puede capturarse como una imagen que
destella en el instante en que es reconocido y nunca más […] Cada imagen del pasado que no es reconocida por el
presente como una de sus propias preocupaciones peligra desaparecer irremediablemente” (Benjamin, 1968: 255).

“Articular el pasado históricamente no significa reconocerlo como “lo que realmente fue” […] significa capturarlo en la
memoria tal como resplandece en un momento de peligro […] el peligro afecta tanto al contenido de la tradición como
a sus receptores. El mismo peligro pesa sobre ambos: el peligro de convertirse en un instrumento de las clases
gobernantes […] Sólo aquel historiador convencido de que ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo si éste
triunfa, tiene el don de encender la chispa de la esperanza en el pasado. Y este enemigo nunca ha cesado de vencer”
(Benjamin, 1968: 255).

“La Historia es el sujeto de una estructura cuya sede no es el tiempo vacío, homogéneo, sino el tiempo lleno por la
presencia del ahora. La Revolución Francesa se vio a sí misma como la reencarnación de Roma. Evocaba a la antigua
Roma a la manera en que la moda evoca los atuendos del pasado. No importa dónde escarbe la espesura del pasado,
la moda tiene un instinto por la forma; es el salto del tigre en el pasado. Pero ese salto acontece donde domina la
clase gobernante. Así es como Marx entendió la revolución, como ese salto dialéctico en el espacio abierto de la
historia” (Benjamin, 1968: 261).

“Un hecho que sea causa de otro no es por esa razón un hecho histórico; llega a ser histórico póstumamente, a
través de eventos que pueden estar separados de él por miles de años. El historiador que toma esto como su punto
de partida deja de relatar la secuencia de los eventos como si fueran las cuentas de un rosario. En lugar de ello,
campa la constelación que su propia era ha formado con una era anterior” (Benjamin, 1968: 263).

“El materialista histórico no puede prescindir de la noción de un presente que no es una transición, sino en el que el
tiempo se aquieta y llega a detenerse. Esta noción define el presente donde él mismo está escribiendo historia. El
historicismo da la imagen “eterna” del pasado; el materialismo histórico suministra una experiencia única con el
pasado. El materialista histórico le deja a otros ser seducidos por la ramera llamada “había una vez” en el burdel del
historicismo; él no pierde el control de sus poderes, como alguien capaz de hacer pedazos la continuidad de la
historia” (Benjamin, 1968: 262).


Re-elaborado en base a materiales del curso “Análisis narrativo” del Prof. Juan Carlos Gorlier, dictado en la Maestría en Ciencias Sociales y
Humanidades de la Universidad Nacional de Quilmes. Curso 2007.

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Juan Carlos Gorlier, 2007¿Confiar en el relato?


“[…] existen indicios de que la narración es una práctica más persistente de lo que parece […] me atrevería a afirmar
que la narración se presenta como una posesión difícil de arrebatar y prácticamente inalienable. Quizás esto
obedezca a que no se puede determinar quién es realmente el sujeto que la posee. Es cierto que las condiciones
adversas suelen silenciarla. Pero en ocasiones excepcionales esto se experimenta como un desafío a ejercer el poder
de la palabra y a entregarse plenamente a él […] A fines de los sesenta, irrumpen en América Latina grupos que
venían formándose por fuera de “las historias oficiales” y que, al menos en parte, surgen como respuesta al quiebre
producido en las formas de solidaridad tradicionales (Gorlier, 2004). En algunos grupos, particularmente aquellos
formados por mujeres y en otros similares que aparecieron en regiones distintas durante el mismo período, pueden
vislumbrarse algunas dinámicas que atestiguan el ejercicio y la entrega que acabo de mencionar. Para hacerlas
posibles, los sujetos dedican tiempo y energías considerables a relatar sus experiencias, personales y colectivas. Como
resultado de ello, la narración, la actividad de hablar y de escuchar, se erige como un acontecimiento cuyo núcleo
reside en la transformación profunda de la subjetividad (Gorlier, 2007: 10)”

“El esfuerzo de auto-fundamentación que distingue a las narrativas maestras está inextricablemente ligado al intento
de describir hechos, demostrar verdades y formular leyes, libres de las marcas provenientes de las narrativas
cotidianas y de la influencia de “los contextos de descubrimiento” donde suelen operar las narrativas técnicas. Es
decir que las leyes, las verdades y los hechos deben presentarse como si fuesen “objetivos”. Si el movimiento de la
narración técnica es “inductivo”, desplazándose de los sentidos manifiestos a los sentidos ocultos, el movimiento de la
narrativa maestra es “deductivo”, desplegándose en un lenguaje formalizado con lugares prefijados, nichos, para
todas las narrativas reales o posibles dentro de un campo disciplinario” (Gorlier, 2007: 3).

Ser historiógrafo, etnógrafo o psicoanalista requiere entrenamiento: un aprendizaje que no es meramente cognitivo,
que reclama la incorporación de los modos de vida de una comunidad científica y que pone en juego todo el espesor
de la subjetividad. Únicamente a través de un entrenamiento con estas características se dan las condiciones de
posibilidad para intentar conocer, no lo “universal” y “necesario”, sino lo singular y contingente, lo único que
realmente vale la pena intentar conocer: la experiencia humana (Gorlier, 2007: 4).

“Tentativamente, se puede concebir un texto como una totalidad autónoma y el contexto como aquello que la
circunda. Los textos, al igual que las narraciones, son un fenómeno omnipresente en nuestras sociedades. Por esa
razón, como ocurre también con la narración, tratar de definir qué es un texto puede resultar artificioso. Más aún
[…]la distinción entre texto y contexto tiene un fuerte componente arbitrario; con todo, es una distinción que
trasciende el ámbito de la lingüística y la crítica literaria, y es clave en disciplinas como la historiografía, la etnografía y
la psicoterapia […] En la crítica y en la teoría literaria, y asimismo en las ciencias humanas y sociales, se suele
subrayar la importancia de ubicar “los textos de sus contextos”, si se aspira a una comprensión plena de ellos. Pero
esta operación está cargada de complejidades. Por un lado, puede ocurrir que lo que se presenta como el contexto
más inmediato no logre suministrar un buen criterio de análisis […] Por otro lado, la postura contextualista, o
historicista, extrema parece conducir inevitablemente a la disolución de los textos, o de los eventos y de las acciones,
en sus contextos” (Gorlier, 2007: 21-2)

“Para ser auténticamente tal, la contra-historia debe vérselas con la historia oficial. No se trata de buscar otros
hechos, pues los únicos hechos con los que la contra-historia necesita realmente medirse son los hechos oficiales.
Tomando a préstamo una expresión de Heidegger, el anacronismo es “un salto en el mismo lugar”. La contra-historia,
para ser realmente tal, debe construirse a partir de aquello que en la historia oficial está tergiversado, estigmatizado y
excluido: la subjetividad sólo se reconstituye radicalmente invistiéndose en la refiguración de aquello en ella que es
reputado como abyecto.” (Gorlier, 2007: 49).

“Una de las tareas ineludibles de la contra-historia, algo que sólo ella puede acometer, es ponerle nombre a aquello
que está en la historia oficial pero que, por no tener parte en ella, está silenciado y es anónimo. La subjetividad se
inviste en la contra-historia movida por el deseo de conjurar un peligro presente. El peligro, si es realmente tal,
disloca el tiempo, abriendo una brecha en la evolución cronológica. Puede que la subjetividad intente nombrar eso
que la amenaza, midiéndose con ello y tratando así de conjurarlo, es decir haciendo de ello una experiencia suya.
Pero nadie puede experimentar algo por primera vez, sin imaginar simultáneamente, que otro sujeto experimentó eso
mismo antes. Ese acto de imaginación no “proyecta” en el pasado categorías del presente, porque no tiene nada que
proyectar, sino que sostiene la mitad de una figura, buscando otra mitad que al completarla permita percibir qué
figura realmente es. Si la encuentra, no hay manera de saber qué mitad proviene del presente y que mitad viene del
pasado. Instalándose en la brecha cronológica, el encuentro crea una contemporaneidad.” (Gorlier, 2007: 50).

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Korhonen (ed.) (2006). Tropes for the past. Hayden White and the history / literature debate. New
York.
El debate historia - literatura
“Como es obvio, uno de los términos claves en el debate historia versus literatura ha sido ‘ficción’. Sin embargo, la
palabra ‘ficción’ se ha usado en contextos tan diferentes y con sentidos tan distintos que es prácticamente imposible
dar una definición única de ella […] la palabra en latín refería originalmente no tanto a invenciones poéticas o
mentiras, sino al moldear y dar forma a materia pre-existente […] Podríamos entonces argumentar que todo
conocimiento supone cierta cantidad de fictio en el sentido original de la palabra […] En tal sentido, la palabra ‘ficción’
refiera a un sistema de técnicas poéticas usadas en toda literatura y, posiblemente, también en toda historia”
(Korhonen, 2006: 16).

“Como es obvio, uno de los términos claves en el debate historia versus literatura ha sido ‘ficción’. Sin embargo, la
palabra ‘ficción’ se ha usado en contextos tan diferentes y con sentidos tan distintos que es prácticamente imposible
dar una definición única de ella […] la palabra en latín refería originalmente no tanto a invenciones poéticas o
mentiras, sino al moldear y dar forma a materia pre-existente […] Podríamos entonces argumentar que todo
conocimiento supone cierta cantidad de fictio en el sentido original de la palabra […] En tal sentido, la palabra ‘ficción’
refiera a un sistema de técnicas poéticas usadas en toda literatura y, posiblemente, también en toda historia”
(Korhonen, 2006: 16).

Barthes, R. et al. (1977). Poétique du récit. Paris: Éditions du Seuil.


“Las narrativas del mundo son innumerables. Aparecen ante todo en una prodigiosa variedad de géneros […] como si
todo material fuera apto para recibir los relatos humanos: la narrativa puede sustentarse en el lenguaje articulado,
oral o escrito, en imágenes móviles o fijas, en gestos y en la mezcla ordenada de todas estas sustancias. La narrativa
está presente en el mito, la leyenda, la fábula, el cuento, la novela, la épica, la historia, la tragedia, el drama, la
comedia, la pantomima, la pintura […] el vitral, el cine, las tiras cómicas, las noticias, la conversación […] en su
diversidad de formas está presente en toda era, en todo lugar, en toda sociedad; comienza con la historia misma de la
humanidad y nunca hubo ni hay en la actualidad un pueblo sin narrativa” (Barthes, 1977: 79).

“[…] el narrador y los personajes son esencialmente ‘seres de papel’; el autor (material) de una narrativa no debe
confundirse de ninguna manera con el narrador de esa narrativa; los signos del narrador son inmanentes a la
narrativa y por ende accesibles a un análisis semiológico; pero para concluir que el autor mismo (presente, oculto o
disuelto) tiene ‘signos’ a su disposición que esparce a través de su trabajo, es necesario asumir que entre esta
‘persona’ y su lenguaje existe una relación descriptiva directa que hace del autor un sujeto pleno y de la narrativa la
expresión instrumental de esa plenitud” ((Barthes, 1977: 111).

(Tres concepciones sobre el dador de la narrativa) “La primera sostiene que la narrativa emana de una persona (en el
sentido psicológico del término). Esta persona tiene un nombre, el autor, en el que hay un intercambio incesante
entre “la personalidad” y “el arte” de un individuo perfectamente identificado que periódicamente toma su lapicera y
escribe una historia: la narrativa […] es aquí simplemente la expresión de un Yo externo a ella […] La segunda
concepción hace del narrador una suerte de conciencia total, aparentemente impersonal, que emite la historia desde
un punto de vista superior, el de Dios […] La tercera y más reciente concepción […] dicta que el narrador debe limitar
su narrativa a lo que los personajes pueden observar y saber, para que todo ocurra como si cada uno de esos
personajes fuera el emisor de la narrativa.” (Barthes, 1977: 110-111).
Conectar con la idea según la cual toda narrativa requiere un narrador

Landa, J y Onega, S. (1996). Narratology: an introduction. London: Longman


“Una narrativa es la representación semiótica de una serie de eventos conectados con sentido en una manera
temporal y causal. En este sentido amplio, las películas, las obras de teatro, las tiras cómicas, las novelas, los
artículos periodísticos, las crónicas y los tratados de historia geológica son narrativas. Por lo tanto, las narrativas
pueden construirse usando una amplia variedad de medios semióticos: lenguaje hablado o escrito, imágenes visuales,
gestos y actuaciones, o una combinación de éstos […] El término ‘narrativa’ es por ende potencialmente ambiguo.
Como hemos visto, tiene al menos dos sentidos: el sentido amplio, que acabamos de definir, y el sentido estrecho,
según el cual la narrativa es exclusivamente un fenómeno lingüístico, un acto de habla, definido por la presencia de
un narrador o relator y de un texto verbal” (Landa y Onega, 1996: 3-4).

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Herman, L. y Vervaeck, B. (2005). Handbook of narrative analysis. Lincoln: University of Nebraska


Press
“Tradicionalmente se considera que una narrativa es una secuencia de eventos. La formulación es altamente
problemática y algunos de los problemas que plantea no son fáciles de resolver. Ante todo, esta definición
simplemente transfiere la definición al “evento”, un concepto igualmente problemático […] Segundo, uno podría
preguntar qué clase de secuencia de eventos aparecen en una narrativa. ¿Puede uno hablar de narrativa cuando un
evento sucede a otro en el tiempo? ¿O la conexión entre eventos debe ser más fuerte? Por ejemplo, ¿debe acaso
haber una conexión de causa y efecto? (Herman y Vervaeck, 2005: 11).

Trama (plot) - Manual de análisis narrativo


“Según Forster (1927: 86), el relato (story) es la secuencia cronológica de los eventos. La trama refiere a la conexión
causal entre esos eventos. Sin embargo, no siempre es fácil establecer una distinción entre ambos. No rechazamos
la distinción entre ambos niveles, pero queremos aclarar que la distinción es una construcción teórica que hay que
diferenciar de las interpretaciones concretas de los lectores de carne y hueso. La secuencia de eventos es siempre el
trabajo del lector que hace las conexiones entre los distintos incidentes del relato. Esto suministra la dinámica a la
trama y da lugar a la idea de que algo está de hecho ocurriendo” (Herman y Vervaeck, 2005: 12).

Mimesis - Manual de análisis narrativo


“La mimesis evoca la realidad poniéndola en escena. Esto es evidente en el teatro, pero las narrativas también tienen
momentos en que tienden a la representación mimética, por ejemplo, las conversaciones directas, entre “ ”. En estos
casos la narrativa muestra casi literalmente qué fue dicho en la realidad evocada por el texto; con todo una completa
superposición entre la representación narrativa y la conversación ‘real’ está fuera de cuestión” (Herman y Vervaeck,
2005: 14).

Diégesis - Manual de análisis narrativo


“La diégesis sintetiza eventos y conversaciones. En esa síntesis siempre se hace evidente la voz del narrador,
colorando los eventos narrados, que como consecuencia de ello ya no son directamente accesibles […] Aunque la
mimesis y la diégesis parecen ser un par binario, en realidad constituyen los dos extremos de un continuo en el que
toda narrativa ocupa una posición específica” (Herman y Vervaeck, 2005: 14-5).

Herman, D. et al. (eds.) (2005). The Routledge encyclopedia of narrative theory. London: Routledge.
El giro narrativo en las humanidades
“Como las peripecias y vaivenes narrativos dentro de las humanidades y entre ellas y otras disciplinas han comenzado
a enseñarnos, la distinción ficticio / no ficticio tal vez sea más una cuestión de método y de perspectiva, que de
sustancia y definición. En lugar de ver la narrativa como una subespecie de la ficción o la ficción como una
subespecie de la narrativa, o de confundir una con la otra, los pensadores narrativos […] han argumentado que es
mejor ver estos términos como describiendo, no objetos, sino actos, procesos discursivos cuyas determinaciones están
constituidas por los modos en que una comunidad las usa, y no por las características intrínsecas de un texto”
(Herman et al., 2005: 381).

Bal, M. (1985). Narratology: introduction to the theory of narrative. Toronto: University of Toronto
Press (original de 1980).
Una narrativa es un recuento, en cualquier sistema semiótico, de una serie de eventos que con frecuencia están
entera o parcialmente ficcionalizados. Supone un narrador, que explícita o implícitamente es auto-referencial y que es
siempre una “primera persona” -un focalizador-, un sujeto implicado que ‘colorea’ al relato y a un número de actores
o agentes de los eventos. Concebida de esta manera, la narrativa no está confinada a la narrativa literaria, ni siquiera
a la verbal. Es un modo de comportamiento semiótico, más que un conjunto finito de objetos (Bal, 1985: 308).

“Cuando se presentan acontecimientos, siempre se lo hace desde cierta ‘concepción’. Se elige un punto de vista, una
forma específica de ver las cosas, un cierto ángulo, ya se trate de los hechos históricos ‘reales’ o de acontecimientos
prefabricados. Es posible intentar un cuadro ‘objetivo’ de los hechos. Pero ¿qué supone eso? Un intento de sólo lo
que se ve o lo que se percibe de alguna otra forma. Se reprime todo comentario y se evita cualquier interpretación
implícita. La percepción, sin embargo, constituye un proceso psicológico, con gran dependencia del cuerpo perceptor;
un niño ve las cosas de forma completamente distinta que un adulto, aunque sólo sea en lo que se refiere a las
medidas. El grado de familiaridad con lo que vemos influye también en la percepción” (Bal, 1998: 107).

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H. White (1973) Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX


“Así concebido, el trabajo histórico representa un intento de mediar entre lo que llamaré el campo histórico, el registro
histórico sin procesar, otros recuentos históricos, y una audiencia” (White, 1973: 5; subrayado en el original).

“[...] el contextualista procede aislando algún (de hecho, cualquier) elemento del campo histórico como tema de
estudio; el elemento puede ser tan amplio como la ‘Revolución Francesa’ o tan pequeño como un día en la vida de
una persona específica. Entonces procede a seleccionar los ‘hilos’ que unen el evento a explicar con distintas áreas del
contexto. Esos hilos son identificados y rastreados tanto hacia afuera en el espacio natural y social circunvalante
donde el evento ha ocurrido, como hacia atrás -para determinar los ‘orígenes’ del evento- y hacia adelante en el
tiempo –para determinar su ‘impacto o ‘influencia’ en eventos subsiguientes” (White, 1973: 18).

“[...] las historias desplegadas en el modo Irónico, del cual la Sátira es la forma ficcional, obtienen sus efectos
frustrando las expectativas normales sobre las clases de resolución suministradas por las historias desplegadas en
otros modos” (White, 1973: 8).

“La Ironía es en cierto sentido meta-tropológica, pues se despliega con la conciencia del posible mal uso del lenguaje
figurativo [...] representa un estadio de la conciencia en la que la naturaleza problemática del lenguaje mismo ha sido
reconocida [...] El tropo de la Ironía suministra un paradigma lingüístico que es radicalmente auto-crítico tanto con
respecto a una caracterización dada del mundo de la experiencia como al esfuerzo mismo de capturar adecuadamente
la verdad de las cosas con el uso del lenguaje” (White, 1973: 37).

H. White. (1978). Tropics of discourse: essays on cultural criticism. Baltimore: Johns Hopkins Press.
“Todo genuino discurso toma en consideración las diferencias de opinión al sugerir dudas sobre su propia autoridad,
que despliega sistemáticamente en la superficie. Tal el caso especialmente cuando se trata de señalar lo que aparece
como un área nueva de la experiencia humana para su análisis preliminar, definir sus contornos, identificar sus
elementos en el campo, y discernir los tipos de relaciones entre ellos. Aquí el discurso debe establecer la adecuación
del lenguaje, usado para analizar el campo, a los objetos que parecen ocuparlo. Y el discurso efectúa esa adecuación
a través de un movimiento prefigurativo que es más trópico que lógico (White, 1978: 1; subrayado en el original).

“La distinción tradicional entre ficción e historia, en la que la ficción es concebida como la representación de lo
imaginable y la historia como la representación de lo real, debe dar lugar al reconocimiento de que sólo podemos
conocer lo real contrastándolo o viendo su parecido con lo imaginable” (White, 1978: 98; subrayado en el original).

“Al acercar la historiografía a sus orígenes en la sensibilidad literaria, deberíamos ser capaces de identificar el
elemento ideológico, por ser ficticio, en nuestro propio discurso” (White, 1978: 99)

“[…] argumentaría que las historias ganan, en parte, su efecto explicativo cuando tienen éxito construyendo relatos a
partir de meras crónicas; y los relatos a su vez están construidos a partir de crónicas a través de una operación que
he llamado ‘entramado’. Entiendo por entramado simplemente al codificación de los hechos contenidos en la crónica
como si fueran componentes de estructuras de tramas específicas” (White, 1978: 83).

“Los eventos pasan a formar parte de un relato por la supresión o subordinación de ciertos eventos y el énfasis de
otros, por ejemplo a través de la caracterización, repetición de motivos, variaciones de tono y punto de vista […] en
definitiva todas las técnicas que esperamos encontrar en una novela o una obra de teatro. Por ejemplo, no hay
evento histórico que sea intrínsecamente trágico; solo puede concebirse como tal desde un punto de vista particular,
o dentro del contexto de un conjunto estructurado de eventos del cual es un elemento que ocupa un lugar
privilegiado” (White, 1978: 84).

“El estilo narrativo, tanto en la historia como en la novela, se construiría a través del movimiento de una
representación de algún estado de cosas original, a otro estado de cosas. El sentido primario de una narrativa
consistiría entonces en la des-estructuración de un conjunto de eventos (reales o imaginarios) originalmente
codificados en un modo tropológico y en la progresiva reestructuración de ese conjunto en otro modo tropológico”
(White, 1978: 96).

“La metáfora no da una imagen de la cosa que busca caracterizar, da direcciones para encontrar el conjunto de
imágenes que intenta que se asocien con esa cosa. No funciona como un signo, sino como un símbolo: es decir que
no nos da ni una descripción ni un icono de la cosa que representa, sino que nos dice qué imágenes buscar en

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nuestra experiencia culturalmente codificada para determinar cómo debemos sentirnos con respecto a la cosa
representada” (White, 1978: 91; subrayado en el original).

“Cuando buscamos dar sentido a tópicos problemáticos como la naturaleza humana, la cultura, la sociedad y la
historia, nunca decimos precisamente lo que quisiéramos decir o expresamos precisamente lo que decimos. Nuestro
discurso siempre tiende a desplazarse de nuestros datos a las estructuras de conciencia con las que tratamos de
captarlos; o, lo que significa lo mismo, los datos siempre resisten la coherencia de la imagen que tratamos de imprimir
en ellos” (White, 1978: 1).

“Un tropo puede verse como el equivalente lingüístico a un mecanismo psicológico de defensa […] es siempre no sólo
una desviación a partir de un sentido posible, apropiado, como una desviación hacia otro sentido, concepción o ideal
acerca de lo correcto apropiado y verdadero “en realidad”. Así considerada, la actividad de construir tropos es tanto
un movimiento desde una noción acerca del modo en que las cosas están relacionadas hacia otra noción y una
conexión entre cosas de manera que queden expresadas en un lenguaje que toma en cuenta la posibilidad de que
sean expresadas de otra manera. El discurso es el género en que el esfuerzo por ganarse este derecho a la
expresión, dando crédito a la posibilidad que las cosas sean expresadas de otro modo, es prominente (White, 1978:
2).

“Si el objetivo del historiador es familiarizarnos con lo que no es familiar, debe usar la figuración en lugar del lenguaje
técnico. Este último sólo puede familiarizar a aquéllos que han sido indoctrinados en sus usos y sólo en relación a los
conjuntos de eventos que los practicantes de una disciplina acuerdan describir con una terminología uniforme. La
historia no posee ese tipo de terminología técnica consensuada” (White, 1978: 94).

“[...] considerada como un sistema de signos, la narrativa histórica apunta en dos direcciones distintas: hacia los
eventos descriptos en la narrativa y hacia el tipo de historia o mito que el historiador a elegido como icono de la
estructura de los eventos. La narrativa no es el icono; lo que hace es describir eventos en el registro histórico de
manera que informen al lector qué tomar como icono de los eventos, para tornarlos ‘familiares’” (White, 1978: 88;
subrayado en el original).

“Los eventos se construyen en una historia a través de la supresión o subordinación de algunos y el énfasis de otros,
mediante caracterizaciones, repetición de motivos, variación de tono y de punto de vista, diversas estrategias
descriptivas, y cosas por el estilo –en suma, de todas las técnicas que uno normalmente esperar encontrar en el
entramado de una novela o una obra de teatro. Por ejemplo, no hay evento histórico que sea intrínsecamente
trágico; sólo puede concebirse como tal desde un punto de vista particular o dentro del contexto de una conjunto de
eventos estructurados en el que es un elemento que goza de un lugar privilegiado. Pues en historia lo que es trágico
desde una perspectiva es cómico desde otra, del mismo modo que en una sociedad lo que aparece como trágico
desde el punto de vista de una clase […] es sólo una farsa para otra clase. Considerados como elementos potenciales
de una historia, los eventos históricos son neutrales desde el punto de vista valorativo. Si terminan encontrando su
lugar en una historia que es trágica, cómica, romántica, o irónica […] depende de la decisión del historiador de
configurarlos de acuerdo a los imperativos de una trama o un mito en lugar de otro. El mismo conjunto de eventos
puede servir como componente de una historia que es trágica o cómica […].” (White, 1978: 84; subrayado en el
original).

“Salvo que uno tenga una idea de los atributos genéricos de las situaciones trágicas, cómicas, románticas o iróñicas,
no será capaz de reconocerlos como tales cuando los encuentra en un texto literario. Pero las situaciones históricas
no tienen sentidos intrínsecos en el sentido que los tienen los textos literarios. Las situaciones históricas no son
inherentemente trágicas, cómicas, o románticas. Pueden ser inherentemente irónicas, pero no es necesario que se la
trame de ese modo. Todo lo que el historiador necesita para transformar una situación trágica en una situación
cómica es desplazar su punto de vista o cambiar el alcance de sus percepciones.” (White, 1978: 85; subrayado en el
original).

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White. (1981). The value of narrativity in the representation of reality. En W. Mitchell (ed.), On
narrative. Chicago: 1-23

“Los historiadores no tienen que transmitir sus verdades sobre el mundo real en forma narrativa […] esto nos permite
distinguir entre un discurso histórico que narra y un discurso que narrativiza; entre un discurso que adopta
abiertamente una perspectiva que mira al mundo y lo reporta y un discurso que simula hacer que el mundo hable por
sí mismo y que lo haga en la forma de un relato […] en el discurso narrativizador […] los eventos se registran
cronológicamente como aparecen en el horizonte del relato. Aquí nadie habla. Los eventos parecen hablar por sí
mismos (White, 1981: 7; subrayado en el original)

“¿Qué es lo que supone este hallazgo del ‘verdadero relato’, este descubrimiento del ‘relato real’ dentro o detrás de
los acontecimientos que nos llegan en la forma caótica de los ‘archivos históricos’? ¿Qué aspiración se lleva al acto,
qué deseo queda gratificado por la fantasía de que los acontecimientos reales están representados con propiedad
cuando se los hace mostrar la coherencia formal de un relato?” (White, 1981: 8; subrayado en el original)

“La regularidad del calendario señala el ‘realismo’ del recuento, su intención es lidiar, no con acontecimientos
imaginarios, sino reales. El calendario los ubica no en el tiempo de la eternidad o del kairos, sino en el tiempo
cronológico, en un tiempo humanamente experimentado. Este tiempo no tiene puntos bajos o altos, es por así decirlo
infinito […] no tiene fisuras.” (White, 1981: 12).

“Si aceptamos, como debemos, que este discurso se desenvuelve bajo el signo de un deseo de lo real, para justificar
la inclusión de la forma de los anales entre los tipos de representación histórica, debemos concluir que es el producto
de una imagen de la realidad en la que el sistema social, lo único que podría suministrar los hitos para jerarquizar la
importancia de los acontecimientos, está apenas presente en la conciencia del escritor o mejor aún, está presente
como un factor en la composición del discurso sólo en virtud de su ausencia. Por doquier son las fuerzas del desorden,
natural y humano, las fuerzas de la violencia y la destrucción, las que ocupan la atención” (White, 1981: 14).

“Como no hay ‘conflicto’, no hay nada para narrativizar, no hay necesidad de hacer que los acontecimientos ‘hablen
por sí mismos’ o de representarlos como si pudieran ‘decir su propia historia’. Lo único necesario es registrarlos de la
misma manera en que se los capta pues, dado que no hay conflicto, no hay historia que relatar” (White, 1981: 22;
subrayado en el original)

“Esto nos aproxima a una posible caracterización de la demanda por el cierre en la historia, algo que falta en la forma
de la crónica que por ello nos lleva a considerarla deficiente desde el punto de vista narrativo. La demanda de cierre
en el relato histórico es una demanda, sugiero, de sentido moral, la demanda de que se evalúe la secuencia de
acontecimientos reales en función de su significado como elementos de un drama moral” (White, 1981: 24; subrayado
en el original)

“En contraste con los anales, la realidad representada en la narrativa histórica, ‘hablando por sí misma’, nos habla a
nosotros […] y despliega la coherencia formal que a nosotros nos falta. La narrativa histórica, en contraste con las
crónicas, nos revela un mundo que supuestamente está ‘consumado’ […] En ese mundo, la realidad se pone la
máscara de un sentido completo y acabado, algo que sólo podemos imaginar, pero nunca experimentar” (White,
1981: 24).

“[…] es difícil ver cómo podría alcanzarse el acabamiento narrativo […] sin la invocación implícita de un estándar
moral para distinguir entre los acontecimientos reales que vale la pena registrar y aquellos que carecen de valor. Los
eventos que quedan registrados en la narrativa aparecen como ‘reales’ precisamente en la medida en que pertenecen
a un orden de existencia moral y derivan su sentido de su ubicación en ese orden. Esos eventos encuentran un lugar
en la narrativa que atestigua su realidad porque conducen al establecimiento del orden social o porque, por el
contrario, no consiguen hacerlo […] ¿De qué otra manera una narrativa de acontecimientos reales podría concluir?
Cuando se trata de recontar el transcurso de acontecimientos reales, ¿qué otro tipo de ‘finalización’ puede atribuirse a
ese transcurso, sino una finalización ‘moralizadora’?” (White, 1981: 26; subrayado en el original).

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Prof. Carla Larrobla FILOSOFÍA DE LA HISTORIA- Selección de Textos: HISTORIA- NARRACIÓN

Hayden White (1999). Figural realism: studies in the mimesis effect. Baltimore: Johns Hopkins Press.
“[...] la historia no es sólo un objeto de estudio y nuestro estudio de ese objeto; es también, e incluso
fundamentalmente, cierto tipo de relación con el pasado mediada por un forma distintiva de discurso escrito. Dado
que el discurso histórico está actualizado en una forma culturalmente significativa, podemos entender el carácter
relevante de la teoría literaria para la teoría y la práctica de la historiografía (White, 1999: 1).

“Debemos partir del hecho histórico innegable que los discursos distintivamente históricos producen típicamente
interpretaciones de su tema de estudio. La traducción de esos discursos a la forma escrita produce un objeto
distintivo, el texto historiográfico, que a su vez puede servir de tema de reflexión filosófica o crítica. De ahí las
distinciones, convencionales en la teoría histórica moderna entre la realidad del pasado, que es el objeto de estudio
del historiador; la historiografía, que es el discurso escrito del historiador sobre ese objeto; y la filosofía de la historia,
que es el estudio de las posibles relaciones entre ese discurso y ese objeto […] toda historia es ante todo y
principalmente un artefacto verbal, el producto de una forma particular de uso del lenguaje” (White, 1999: 3-4).

“En la fase de investigación, los historiadores se aplican a descubrir la verdad sobre el pasado y a recuperar
información olvidada, suprimida u obscurecida y, por supuesto, en la medida que sea posible, a darle sentido. Pero
entre esta fase, que es difícil de diferenciar de fases similares en el periodista o el detective, y la realización de un
historia escrita, debe realizarse una cantidad de importantes operaciones transformadoras en las que el aspecto
figurativo del pensamiento del historiador, en lugar de disminuir, se intensifica” (White, 1999: 8)

Hayden White. (2006). The ironic poetics of late Modernity. Interview.


“(el giro discursivo) tiene un impacto muy importante sobre el estudio de las ciencias sociales y humanas porque
considerarlas, no como ciencias, ni siquiera como disciplinas, sino como discursos, nos permite entender porqué son
posibles distintas interpretaciones del mismo fenómeno. Esto nos permite ver que lo que estudiamos, en las ciencias
humanas y sociales, e incluso en gran parte las ciencias naturales, es el producto del modo en que describimos la
realidad en el discurso […] Tratamos esas disciplinas como discursos que crean sus propios objetos de estudio a
través de procesos que están fundados en el lenguaje, pero que son más retóricos que gramaticales en su articulación
y elaboración” (White, 2006b: 1-2).

“(el giro discursivo) tiene un impacto muy importante sobre el estudio de las ciencias sociales y humanas porque
considerarlas, no como ciencias, ni siquiera como disciplinas, sino como discursos, nos permite entender porqué son
posibles distintas interpretaciones del mismo fenómeno. Esto nos permite ver que lo que estudiamos, en las ciencias
humanas y sociales, e incluso en gran parte las ciencias naturales, es el producto del modo en que describimos la
realidad en el discurso […] Tratamos esas disciplinas como discursos que crean sus propios objetos de estudio a
través de procesos que están fundados en el lenguaje, pero que son más retóricos que gramaticales en su articulación
y elaboración” (White, 2006b: 1-2).

“HW: La ironía parece el más auto-crítico de todos los tropos, inherentemente auto-crítico, inherentemente dialéctico.
Y puede que así sea realmente. Pero lo cierto es que el organismo, el organismo humano se resiste a la ironía. Las
pasiones no son irónicas. La ironía es demasiado intelectualista. Ciertamente, es un componente necesario para
liberarnos de nuestras ilusiones, pero no puede servir al organismo humano y para eso es que hemos conquistado el
conocimiento […] ¿pero qué diría entonces sobre las consecuencias de una percepción irónica de la historia, no es esa
percepción un tipo de conocimiento? […] HW: Lo cierto es que vamos al pasado por motivos de deseo y necesidad
[…] una cosa es decir no voy a hacer historia y otro decir no voy a ir al pasado. No es posible desinteresarse del
pasado […] Otro problema hace a la relación entre la perspectiva irónica de la historia y la praxis, especialmente la
praxis política ¿cómo es posible actuar, en lugar de pensar simplemente, dentro de una perspectiva irónica de la
historia? […] HW: creo que se puede ser irónico intelectualmente y creer al mismo tiempo en el esfuerzo de crear
comunidades. Es sólo la concepción épica de la política la que la ironía viene a imposibilitar. Como si uno tuviera que
ser un Gandhi o un Stalin o un Lenin para hacer política. No creo que necesitemos esa forma de pasión. La política
ya no puede concebirse como en Atenas, cuando el estado o la comunidad estaba hecha de grandes líderes,
estrategas, generales, hombres de estado. En tal sentido la ironía es saludable, es el equivalente al esceptisismo y es
absolutamente necesaria par aver a través de la ideología. Pienso que la ironía es humanizadora, que debería hacer
más humana a la gente, pero por supuesto hay también una ironía maliciosa que es destructiva. ¿El sarcarsmo? HW:
si, pero la ironía no es eso, como la entiendo, es una forma de auto-conciencia. No se plantea contra la política como
el hacer de la comunidad. Es un buen antidote contra la mala clase de política. No creo que muchos fascistas o nazis
fueran irónicos. Sospecho que no muchos.” (White, 2006)

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Prof. Carla Larrobla FILOSOFÍA DE LA HISTORIA- Selección de Textos: HISTORIA- NARRACIÓN

Hayden White. Historical discourse and literary writing. En Kuisma Korkonen (ed.), Tropes for the past.
Hayden White and the history / literature debate. New York, NY: 25-33.

“Con frecuencia, se considera que el principal enemigo de la historia es la mentira, pero en realidad hay dos enemigos
más peligrosos para su misión de decir la verdad y nada más que la verdad acerca del pasado: la retórica y la ficción.
La primera porque de acuerdo a la doxa filosófica, busca seducir donde no puede convencer a través de la evidencia y
el argumento; y la segunda porque de acuerdo a la misma doxa, presenta cosas imaginarias como si fueran reales y
sustituye la verdad por la ilusión” (White, 2006: 25).

“Para la historiografía tradicional, había que leer el documento histórico buscando la información fáctica referida al
mundo del que hablaba o del que era una huella. El paradigma del documento histórico era el informe del testigo
presencial de un conjunto de eventos que, correlacionados con otros informes y otras clases de documentos relativos
a esos eventos, permitían una caracterización de ‘lo que ocurrió’ en un campo finito de sucesos pasados […] La
operación implicada en este proceso […] supone que el objeto de estudio permanece virtualmente perceptible a
través del registro documental (que atestigua tanto su existencia como su naturaleza o sustancia). El objetivo era
extraer un número de hechos de la lectura del registro que pudieran ser medidos o correlacionados con hechos
extraídos de otros registros. Esto requería leer a través de, o en torno al, contenido de habla figurativa, contradicción
lógica, o alegorización que pudiera contener un testimonio dado. Nada de esto sería admitido en un tribunal de
justicia y por consiguiente no era posible dejarlo por así decir, sin traducir, a los equivalentes literales” (White, 2006:
26).

Jerome Bruner. (1998). What is a narrative fact.? Annals of the American Academy of Political and
Social Science, 560: 17-27.
“Hay al parecer dos cosas que hace a los hechos maleables o como quiera llamarse a su carácter efímero. Primero,
los meros hechos no son viables hasta que han sido categorizados. Ni siquiera son hechos […] Lo segundo es su
relevancia: los hechos vitales no son prueban, incluso una vez categorizados, hasta que hayan mostrado su relevancia
para alguna teoría o relato ocupada en una cuestión más general. Ni la ley ni la vida tienen mucho espacio para
hechos irrelevantes; son inmateriales (Bruner, 1998: 18-9).

¿Acaso esto significa que el relato y la construcción teórica ponen en tela de juicio la ontología de los hechos? Tal
vez no, pero ciertamente debemos empezar a interrogarnos qué significaba la expresión “los hechos mismos”,
existiendo independientemente en un lugar engañosamente llamado “mundo real”. Pero incluso, a pesar de estas
dudas una persona razonable sabe que los hechos son, de alguna manera, como rocas duras: están ahí, aunque sean
también producto de nuestros esfuerzos de dar sentido al mundo (Bruner, 1998: 19).

“Para espesar el argumento, llamemos a todas estas concepciones sobre el mundo real ficciones. Una ficción es algo
construido, la raíz latina es fingo, fingere […] que significa dar forma, formar, manufacturar, modelar; también
organizar, ordenar; representar, imaginar, concebir; finalmente, aparentar, fabricar, urdir” (Bruner, 1998: 19).

“Alguien puede insistir diciendo que los hechos son los hechos y yo respondería, deje de confundir relevancia con
facticidad, aunque me pregunto si realmente es posible no hacerlo” (Bruner, 1998: 20).

“¿Qué hace aparecer algo como un hecho cuando uno se lo encuentra? Esta no es una cuestión trivial. La
verosimilitud ofrece a la narrativa lo que la verificación y la verificabilidad ofrece a la ciencia y la lógica. Algo verosímil
es la marca de la que ilusión de la realidad está operando” (Bruner, 1998: 23).

“Si algo de significado social nos ocurre, nuestro impulso inicial casi irresistible es creer que es el resultado de un acto
realizado por un agente o agentes humanos con algún propósito en mente. Esta convicción o presunción parece tener
el poder de guiar nuestra atención y dar forma a nuestra experiencia; y separa el mundo en las categorías que
corresponde a ella […] todo esto sugiere que los seres humanos comparten ciertas susceptibilidades que los llevan a
ver el mundo de la realidad de ciertas maneras –a veces locales, compartidas por una cultura, otras virtualmente
universales” (Bruner, 1998: 25).

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