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Imperio bizantino

Se denomina como Imperio bizantino o Bizancio a la parte


Βασιλεία Ῥωμαίων
oriental del Imperio romano que pervivió durante toda la Edad Media
y el comienzo del Renacimiento. Este imperio se ubicaba en el Basileía Rhōmaíōn
Mediterráneo oriental. Su capital se encontraba en Constantinopla Imperium Rōmānum
(en griego: Κωνσταντινούπολις, actual Estambul), cuyo nombre más Imperio romano de Oriente
antiguo era Bizancio, importante ciudad de la Tracia griega fundada
en el 650 a. C. También se conoce al Imperio bizantino como
Imperio romano de Oriente, especialmente para hacer referencia Provincias del Imperio romano
a sus primeros siglos de existencia, durante la Antigüedad tardía, administradas por el emperador de Oriente
época en que el Imperio romano de Occidente todavía existía. Dado
que el Imperio romano había establecido que la lengua en todo el
territorio debía ser el griego, los historiadores en general coinciden en
← →
señalar que el Imperio bizantino fue un imperio griego en alianza 395-

política con Roma.2 3 ← 1453

A lo largo de su dilatada historia, el Imperio bizantino sufrió ←
numerosos reveses y pérdidas de territorio, especialmente durante las
guerras romano-sasánidas, guerras bizantino-normandas, Guerras
búlgaro-bizantinas y las guerras árabo-bizantinas. Aunque su
influencia en África del Norte y Oriente Próximo había entrado en
declive como resultado de estos conflictos, continuó siendo una
importante potencia militar y económica en Europa, Oriente Próximo
y el Mediterráneo oriental durante la mayor parte de la Edad Media. Bandera Escudo
Tras una última recuperación de su pasado poder durante la época de
Lema nacional: Βασιλεὺς Βασιλέων Βασιλεύων
la dinastía Comneno, en el siglo XII, el Imperio comenzó una
Βασιλευόντων1
prolongada decadencia durante las guerras otomano-bizantinas que
Basileus Basileon, Basileuon Basileuonton
culminó con la toma de Constantinopla y la conquista del resto de los
(«Rey de Reyes, Gobernando sobre Gobernantes
territorios bajo dominio bizantino por los turcos, en el siglo XV.

Durante su milenio de existencia, el Imperio fue un bastión del


cristianismo, e impidió el avance del islam hacia Europa Occidental.
Fue uno de los principales centros comerciales del mundo,
estableciendo una moneda de oro estable que circuló por toda el área
mediterránea. Influyó de modo determinante en las leyes, los
sistemas políticos y las costumbres de gran parte de Europa y de
Desarrollo territorial del Imperio
Oriente Medio, y gracias a él se conservaron y transmitieron muchas
de las obras literarias y científicas del mundo clásico y de otras Capital Constantinopla
culturas. 41°0′N 29°0′E

En tanto que es la continuación de la parte oriental del Imperio Idioma principal Latín¹ (395-620)
romano, su transformación en una entidad cultural diferente de Griego² (620-1453)
Occidente puede verse como un proceso que se inició cuando el
emperador Constantino I el Grande trasladó la capital a la antigua Religión Cristianismo (395-105
Bizancio (que entonces rebautizó como Nueva Roma, y más tarde se Cristianismo ortodoxo
denominaría Constantinopla); continuó con la escisión definitiva del (1054-1453)
Imperio romano en dos partes tras la muerte de Teodosio I, en 395, y
Gobierno Autocracia
la posterior caída en 476 del Imperio romano de Occidente; y alcanzó
su culminación durante el siglo VII, bajo el emperador Heraclio I, con Emperador
cuyas reformas (sobre todo, la reorganización del ejército y la
• 395-408 Arcadio
adopción del griego como lengua oficial), el Imperio adquirió un
(Emperador de Oriente tr
carácter marcadamente diferente al del viejo Imperio romano.
división definitiva del Imp
Algunos académicos, como Theodor Mommsen, han afirmado que
hasta Heraclio puede hablarse con propiedad del Imperio romano de Romano)

Oriente y más adelante de Imperio bizantino, que duró hasta 1453, ya • 1449-1453 Constantino XI
que Heraclio sustituyó el antiguo título imperial de «augusto» por el Historia
• Constantino I declara 11 de mayo de 330
Constantinopla como
de basileus (palabra griega que significa 'rey' o 'emperador') y nueva capital del Imperio
reemplazó el latín por el griego como lengua administrativa en 620, romano
después de lo cual el Imperio tuvo un marcado carácter helénico. • División definitiva del
Imperio romano en 17 de enero de 395
En todo caso, el término Imperio bizantino fue creado por la
Oriente y Occidente
erudición ilustrada de los siglos XVII y XVIII y nunca fue utilizado
por los habitantes de este imperio, que prefirieron denominarlo • Gran Cisma entre
24 de julio de 1054
siempre Imperio romano (en griego: Βασιλεία Ῥωμαίων, Basileia Oriente y Occidente
Rhōmaiōn; en latín: Imperium Romanum) o Romania (Ῥωμανία) • Caída de
durante toda su existencia. Constantinopla en la 12 de abril de 1204
Cuarta Cruzada
• Reconquista de
25 de julio de 1261
Constantinopla
Índice
• Caída definitiva de
29 de mayo de 1453
El término «Imperio bizantino» Constantinopla
Identidad, continuidad y conciencia Superficie
Historia • Siglo IV 2 500 000 km²
Origen Población
Cambios religiosos • Siglo IV est. 34 000 000
División del imperio Densidad 13,6 hab./km²
Historia temprana • Siglo XI est. 18 000 000
La época de Justiniano • Siglo XIII est. 3 000 000
El repliegue de Bizancio
Moneda Nummus (s. III al VII)
Amenazas exteriores
La querella iconoclasta Sólido bizantino (s
Transformaciones al XI)
Renacimiento macedónico (867) Hyperpyron (s.
Política exterior 1453)
Religión: Separación de la iglesia cristiana oriental y occidental
(1054)
Declive del Imperio (1056-1261)
Notas
El final: el sitio turco (1453)
Mundo bizantino
Demografía
Economía
El emperador
Ejército
Religión
Cultura y arte
Lengua y literatura
Arquitectura bizantina
Escultura
Mosaicos
Pintura
Música
Legado
Véase también
Notas
Bibliografía
En español
En otros idiomas
Enlaces externos
El término «Imperio bizantino»
La expresión «Imperio bizantino» (de Bizancio, antiguo nombre de
Constantinopla) fue una creación del historiador alemán Hieronymus
Wolf, quien en 1557 —un siglo después de la caída de Constantinopla—
lo utilizó en su obra Corpus Historiae Byzantinae para designar este
período de la historia en contraste con las culturas griega y romana de
la Antigüedad clásica. El término no se hizo de uso frecuente hasta el
siglo XVIII, cuando fue popularizado por autores franceses, como
Montesquieu.
Imperio romano oriental en el 480.
El éxito del término puede guardar cierta relación con el rechazo
histórico de Occidente a reconocer al Imperio romano de oriente como
continuación legítima de Roma, al menos desde que, en el siglo IX, Carlomagno Juicio decimonónico sobre
y sus sucesores esgrimieron el documento apócrifo conocido como «Donación de Bizancio:
Constantino» para proclamarse, con la connivencia del papado, emperadores Sobre el Imperio bizantino, el
romanos. Desde esta época, en las tierras occidentales el título Imperator veredicto universal de la historia es
que constituye, sin excepción
Romanorum ('Emperador de los Romanos') quedó reservado a los soberanos del alguna, la forma cultural más baja y
Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el emperador de abyecta que haya asumido la
Constantinopla era llamado, de manera un tanto despectiva, Imperator civilización hasta ahora [...] No ha
Graecorum ('Emperador de los Griegos'), y sus dominios, Imperium Graecorum, habido otra civilización duradera tan
Graecia, Terra Graecorum o incluso Imperium Constantinopolitanus. Los despojada de toda forma o
elemento otorgador de grandeza
emperadores de Constantinopla nunca aceptaron estos nombres. De hecho, los [...] Sus vicios eran los de los
bizantinos eran la continuidad en oriente del Imperio romano y los emperadores hombres que habían dejado de ser
de Constantinopla se enorgullecían de un linaje ininterrumpido desde Augusto. valientes sin aprender a ser
virtuosos [...] Esclavos, y esclavos
«Imperio bizantino» es un término moderno que hubiera resultado sumamente gustosos, tanto en sus actos como
extraño a sus contemporáneos, que se consideraban a sí mismos romanos, y a su en sus pensamientos, hundidos en
Imperio el Imperio romano. El nombre en griego original era Romania la sensualidad y en los placeres
más frívolos, sólo salían de su
(Ρωμανία) o Basileía Romaíon (Βασιλεία Ρωμαίων; Imperio romano), traducción apatía cuando alguna sutileza
directa del nombre en latín, Imperium Romanorum. Era denominado «Imperio teológica o algún hecho de
griego» por sus contemporáneos de Europa occidental (debido al predominio en caballería en las carreras de
él del idioma, la cultura y la población griegas). En el mundo islámico fue cuadrigas les estimulaba a lanzarse
conocido como ‫( روم‬Rûm, 'tierra de los Romanos') y sus habitantes como rumis, en revueltas frenéticas [...] La
historia de dicho Imperio es una
calificativo que por extensión acabó aplicándose a los cristianos en general, y en relación monótona de intrigas de
especial a aquellos que se mantuvieron fieles a su fe en los territorios sacerdotes, eunucos y mujeres, de
conquistados por el islam. envenenamientos, conspiraciones,
ingratitudes y fratricidios continuos.
El adjetivo «bizantino» adquirió después un sentido despectivo, como sinónimo —History of European Morals, por W. E. H.
de «decadente», debido a la obra de historiadores como Edward Gibbon, Lecky (1869).

William Lecky o el propio Arnold J. Toynbee, quienes, comparando la


civilización bizantina con la Antigüedad clásica, vieron la historia del Imperio bizantino como un prolongado período
de decadencia. Influyó seguramente también en esta apreciación el punto de vista de los cruzados de los reinos de
Europa occidental que visitaron el Imperio desde finales del siglo XI.

La visión de los bizantinos como hombres sutiles y frívolos sobrevive en la expresión «discusión bizantina», en
referencia a cualquier disputa apasionada sobre una cuestión intrascendente, seguramente basada en las interminables
controversias teológicas sostenidas por los intelectuales bizantinos.4

Identidad, continuidad y conciencia


Bizancio puede ser definido como un Imperio multiétnico que emergió como un Estado cristiano y terminó sus más de
1000 años de historia en 1453 como un Estado griego ortodoxo, adquiriendo un carácter verdaderamente nacional. Los
bizantinos se identificaban a sí mismos como romanos, y continuaron usando el término cuando se convirtió en
sinónimo de helenos. Prefirieron llamarse a sí mismos, en griego, romioi (es decir, pueblo griego cristiano con
ciudadanía romana), al tiempo que desarrollaban una conciencia nacional como residentes de Romania.

El patriotismo se reflejaba en la literatura, particularmente en canciones y en poemas como el Digenis Acritas, en el


que las poblaciones fronterizas (de combatientes llamados akritai) se enorgullecían de defender su país contra los
invasores. Con el tiempo, el patriotismo se volvió local, porque no podía ya descansar en la protección de los ejércitos
imperiales. Aun cuando los antiguos griegos no fueran cristianos, los bizantinos se enorgullecían de estos ancestros.
Aun en los siglos que siguieron a las conquistas árabes y lombardas del siglo VII y la consecuente reducción del Imperio
a los Balcanes y Asia Menor, donde residía una muy poderosa y superior población griega, continuó este carácter
multiétnico. A pesar de todo, desde el siglo IX se agudizó el proceso de identificación con la antigua cultura griega.

A medida que avanzó la Edad Media pasaron de referirse a sí mismos como romioi ('romanos') a helenoi (que tenía
connotaciones paganas tanto como el de romios) o graekos ('griego'), término que fue usado frecuentemente por los
bizantinos, para su autoidentificación étnica, en especial en los últimos años del Imperio.

La disolución del Estado bizantino en el siglo XV no deshizo inmediatamente la sociedad bizantina. Durante la
ocupación otomana, los griegos continuaron identificándose como romioi y helenos, identificación que sobrevivió hasta
principios del siglo XX y que aún persiste en la moderna Grecia.

Historia

Origen

La partición demográfica y geográfica del Imperio romano de Oriente, tiene mucho que ver con la fisonomía que
había adquirido la herencia que dejaron las conquistas de Alejandro Magno (356-323 a. C.). Tras su muerte, el imperio
helenístico quedó fraccionado en Grecia, Anatolia, Media, y Egipto. Los herederos (diádocos), mantuvieron
enfrentamientos por más de 100 años. Las pujas constantes terminaron debilitando a todos los reinos en cuestión,
acudiendo a Roma como mediador entre sendas partes, fueron ocupadas paulatinamente y luego invadidas, entre los
siglos I y II a. C. Lo que a Alejandro Magno le llevó doce años, Roma lo hizo en 150 años: pasaron a ser todas provincias
romanas (a excepción de Persia y Media oriental). Los rasgos característicos de todas las regiones eran su origen
multiétnico, la pluralidad religiosa (predominaba el politeísmo de cada región), y la gran diversidad de idiomas. Se
destacaba principalmente la ciudad que el macedonio fundó, Alejandría, centro de proliferación del saber y la ciencia.
En sí, Roma optó en dejar «todo tal como estaba», pero importando recursos económicos, ingenieros, cientistas y
pensadores trabajando para su imperio.

Para asegurar el control del Imperio romano y hacer más eficiente su administración, el emperador Diocleciano, a
finales del siglo III, instituyó el régimen de gobierno conocido como tetrarquía, consistente en la división del Imperio
en dos partes, gobernadas por dos emperadores augustos, cada uno de los cuales llevaba asociado un «vice-emperador»
y futuro heredero césar. Tras la abdicación de Diocleciano el sistema perdió su vigencia y se abrió un período de guerras
civiles que no concluyó hasta el año 324, cuando Constantino I el Grande unificó ambas partes del Imperio.

Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio como nueva capital en 330. La llamó Nueva Roma, pero se la conoció
popularmente como Constantinopla o Constantinópolis ('La Ciudad de Constantino'). La nueva administración tuvo su
centro en la ciudad, que gozaba de una envidiable situación estratégica y estaba situada en el nudo de las más
importantes rutas comerciales del Mediterráneo oriental.

Cambios religiosos

Constantino fue también el primer emperador en adoptar el cristianismo, religión que fue decretada como oficial y
obligatoria (bajo pena de muerte caso contrario) por el emperador Teodosio I, en el año 380 d. C. tras promulgar el
Edicto de Tesalónica, lo que llevó a una fuerte resistencia y una larga serie de enfrentamientos de carácter religioso. Las
regiones subordinadas por tantos siglos bajo un régimen imperial que permitía la libertad religiosa y las prácticas
culturales propias de cada etnia, estaba ahora bajo una larga lista de nuevas prohibiciones.

División del imperio

A la muerte del emperador Teodosio I, en 395, el Imperio se dividió definitivamente: Flavio Honorio, su hijo menor,
heredó Occidente, con capital en Roma, mientras que a su hijo mayor, Arcadio, le correspondió Oriente, con capital en
Constantinopla. Para la mayoría de los autores, es a partir de este momento cuando comienza propiamente la historia
del Imperio bizantino. Mientras que la historia del Imperio romano de Occidente concluyó en 476, cuando fue depuesto
el joven Rómulo Augústulo por el germano (del grupo hérulo) Odoacro. En cambio la historia del Imperio bizantino se
prolongó aún durante casi un milenio.

Historia temprana
En tanto que el Imperio de Occidente se hundía de forma definitiva, los sucesores de Teodosio fueron capaces de
conjurar las sucesivas invasiones de pueblos bárbaros que amenazaron el Imperio de Oriente. Los visigodos fueron
desviados hacia Occidente por el emperador Arcadio (395-408). Su sucesor, Teodosio II (408-450) reforzó las murallas
de Constantinopla, haciendo de ella una ciudad inexpugnable (de hecho, no sería conquistada por tropas extranjeras
hasta 1204), y logró evitar la invasión de los hunos mediante el pago de tributos hasta que se disgregaron y acabaron de
representar un peligro tras la muerte de Atila, en 453. Por su parte, Zenón (474-491) evitó la invasión del rey ostrogodo
Teodorico el Grande, dirigiéndolo hacia Italia, contra el reino establecido por Odoacro.

La unidad religiosa fue amenazada por las herejías que proliferaron en la mitad oriental del Imperio, y que pusieron de
relieve la división en materia doctrinal entre las cuatro principales sedes orientales: Constantinopla, Antioquía,
Jerusalén y Alejandría. Ya en 325, el Concilio de Nicea había condenado el arrianismo que negaba la divinidad de
Cristo. En 431, el Concilio de Éfeso declaró herético el nestorianismo. La crisis más duradera, sin embargo, fue la
causada por la herejía monofisista que afirmaba que Cristo solo tenía una naturaleza, la divina. Aunque fue también
condenada por el Concilio de Calcedonia, en 451, había ganado numerosos adeptos, sobre todo en Egipto y Siria, y
todos los emperadores fracasaron en sus intentos de restablecer la unidad religiosa. En este período se inicia también la
estrecha asociación entre la Iglesia y el Imperio: León I (457-474) fue el primer emperador coronado por el patriarca de
Constantinopla.

A finales del siglo V, durante el reinado del emperador Anastasio I, el peligro que suponían las invasiones bárbaras
parecía definitivamente conjurado. Los pueblos germánicos, ya asentados en el desaparecido Imperio de Occidente,
estaban demasiado ocupados consolidando sus respectivas monarquías como para interesarse por Bizancio.

La época de Justiniano

Durante el reinado de Justiniano I (527-565), el Imperio llegó al


apogeo de su poder. El emperador se propuso restaurar las fronteras
del antiguo Imperio romano, para lo que, una vez restaurada la
seguridad de la frontera oriental tras la victoria del general Belisario
frente al expansionismo persa de Cosroes I en la batalla de Dara
(530), emprendió una serie de guerras de conquista en Occidente:

Entre 533 y 534, tras sendas victorias en Ad Decimum y


Tricamarum, un Ejército al mando de Belisario conquistó el reino
vándalo, ubicado en la antigua provincia romana de África y las islas
del Mediterráneo Occidental (Cerdeña, Córcega y las Baleares). El
territorio, una vez pacificado, fue gobernado por un funcionario
denominado magister militum. En 535 Mundus ocupó Dalmacia.
Ese mismo año Belisario avanzó hacia Italia, llegando en 536 hasta
Mapa del Imperio bizantino en 550 d. C. bajo el
Roma tras ocupar el sur de Italia. Tras una breve recuperación de reinado de Justiniano
los ostrogodos (541-551), un nuevo ejército bizantino, capitaneado
esta vez por Narsés, anexionó nuevamente Italia, creándose el
exarcado de Rávena. En 552 los bizantinos intervinieron en disputas internas de la Hispania visigoda y anexionaron al
Imperio extensos territorios del sur de la península ibérica, llamándola Provincia de Spania. La presencia bizantina en
Hispania se prolongó hasta el año 620.

La época de Justiniano no solo destaca por sus éxitos militares. Bajo su


reinado, Bizancio vivió una época de esplendor cultural, a pesar de la
clausura de la Academia de Atenas, destacando, entre otras muchas, las
figuras de los poetas Nono de Panópolis y Pablo Silenciario, el historiador
Procopio, y el filósofo Juan Filopón. Entre 528 y 533, una comisión
nombrada por el emperador codificó el Derecho romano en el Corpus
Iuris Civilis, permitiendo así la transmisión a la posteridad de uno de los
más importantes legados del mundo antiguo. Otra recopilación
legislativa: el Digesto, dirigido por Triboniano, fue publicado en 533. El
esplendor de la época de Justiniano encuentra su mejor ejemplo en una
de las obras arquitectónicas más célebres de la historia del Arte, la iglesia
de Santa Sofía, construida durante su reinado por los arquitectos
Justiniano en los mosaicos de la iglesia de San
Vital en Rávena.
Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto.

Dentro de la capital se quebrantó el poder de los partidos del circo, donde


las carreras de cuadrigas se habían convertido en una diversión popular
que levantaba pasiones. De hecho, eran usadas políticamente, expresando el color de cada equipo divergencias
religiosas (un precoz ejemplo de movilizaciones populares usando colores políticos). La Iglesia reconoció al señor de
Constantinopla como rey-sacerdote y restauró la relación con Roma. Surgió una nueva Iglesia de la Divina Sabiduría
(Hagia Sophia) como signo y símbolo de un esplendor magnífico y majestuoso.

Las campañas de Justiniano en Occidente y el coste de estos actos de esplendor imperial dejaron exhausta la hacienda
imperial y precipitaron al Imperio en una situación de crisis, que llegaría a su punto culminante a comienzos del siglo
VII. La necesidad de más financiación permitió que su odiado ministro de hacienda, Juan de Capadocia, impusiera
mayores y nuevos impuestos a los ciudadanos de Bizancio. La revuelta de Niká (532) estuvo a punto de provocar la
huida del emperador, que evitó la emperatriz Teodora con su famosa frase «la púrpura es un sudario glorioso». O bello
sudario, o buen sudario. Procopio, en su Historia secreta reproduce así las palabras de Teodora:

... quien ha recibido el poder soberano no debe vivir si se lo deja quitar. Tú César, si quieres huir, nada es más
fácil... en cuanto a mí, Dios no permita que abandone la púrpura y aparezca en público sin ser saludada como
Emperatriz. Aprecio mucho esta antigua sentencia: «La púrpura es un glorioso sudario».5

Así mismo, un desastre se cernió sobre el Imperio en el año 543 d. C. Se trataba de la Peste de Justiniano. Se cree que
provocada por el bacilo Yersinia pestis, también conocida como "la peste negra". Sin duda fue un elemento clave que
contribuyó a agudizar la grave crisis económica que ya sufría el Imperio. Se estima que un tercio de la población de
Constantinopla pereció por su causa.

El repliegue de Bizancio

Los siglos VII y VIII constituyen en la historia de Bizancio una especie de «Edad Oscura» acerca de la cual se tiene muy
escasa información. Es un período de crisis, con tremendas dificultades externas (el hostigamiento del islam que
conquistó las regiones más ricas, los continuos ataques de búlgaros y eslavos desde el norte y el reanudamiento de la
lucha contra los persas en el este) e internas (las luchas entre iconoclastas e iconódulos, símbolo de los enfrentamientos
internos entre poder temporal y religioso). A pesar de ello, el Imperio salió de este periodo transformado y reforzado.

Justino II trató de seguir los pasos de su tío y su misma mente sucumbió bajo el intolerable peso de administrar un
Imperio amenazado desde varios frentes. Su sucesor, Tiberio II abandonó la política militar de Justiniano y permitió
que Italia cayera bajo el poder de los lombardos y los bárbaros ocuparan el Tíber, y se replegó a África. Mauricio llegó a
hacer un tratado favorable con Persia (590), volvió una vez más a la defensa de las fronteras del norte, pero el Ejército
se negó a soportar las inclemencias de la campaña y Mauricio perdió con el trono la vida. Con Focas, las invasiones de
los persas, de los bárbaros y las luchas internas estuvieron a punto de destruir al Imperio. Sin embargo, la revolución
de algunas provincias logró salvarlo.

Amenazas exteriores

Desde África, donde era más fuerte el elemento latino, zarpó Heraclio para rescatar a los últimos restos del Imperio
romano. Este viaje era a sus ojos una empresa religiosa y durante todo su reinado ese interés fue capital. El siglo VII
comienza con la crisis provocada por la espectacular ofensiva del monarca persa Cosroes II que, con sus conquistas en
Egipto, Siria y Asia Menor, llegó a amenazar la existencia misma del Imperio. Esta situación fue aprovechada por otros
enemigos de Bizancio, como los ávaros y eslavos, que pusieron sitio a Constantinopla en 626. El emperador Heraclio
fue capaz, tras una guerra larga y agotadora, de conjurar este peligro, repeliendo el asalto de ávaros y eslavos, y
derrotando definitivamente a los persas en 628. En su guerra contra los persas, Heraclio fue capaz de replegarlos hasta
el corazón de su patria y debilitarlos al punto que no fueron capaces de sobrevivir el ataque árabe sucesivo. En su
misión de salvar el Imperio y consolidarlo tuvo un gran respaldo por parte de la Iglesia.

Sin embargo, apenas unos años después, entre 633 y 645, la rápida expansión musulmana arrebataba para siempre al
Imperio, exhausto por la guerra contra Persia, las provincias de Siria, Palestina y Egipto. Pero el Imperio de Heraclio
sobrevivió a los ataques árabes (aunque perdiendo casi toda su romanidad y tomando características completamente
helenísticas en el área balcánico-anatólica), mientras que los Persas fueron conquistados totalmente por los Árabes.

A mediados del siglo VII, las fronteras se estabilizaron. Los árabes continuaron presionando, llegando incluso a
amenazar la capital, pero la superioridad naval bizantina, reforzada por su magníficas fortificaciones navales y su
monopolio del «fuego griego» (un producto químico capaz de arder en el agua) salvó al Imperio bizantino de la
destrucción.

En la frontera occidental, el Imperio se ve obligado a aceptar desde la época de Constantino IV (668-685) la creación
dentro de sus fronteras, en la provincia de Moesia, del reino independiente de Bulgaria (véase Primer Imperio búlgaro).
Además, pueblos eslavos fueron instalándose en los Balcanes, llegando incluso hasta el Peloponeso. En Occidente, la
invasión de los lombardos hizo mucho más precario el dominio bizantino sobre Italia.
La querella iconoclasta

Entre los años 726 y 843 el Imperio bizantino fue desgarrado por las luchas internas entre los iconoclastas, partidarios
de la prohibición de las imágenes religiosas, y los iconódulos, contrarios a dicha prohibición. La primera época
iconoclasta se prolongó desde 726, año en que León III (717-741) suprimió el culto a las imágenes, hasta 783, cuando
fue restablecido por el II Concilio de Nicea. La segunda etapa iconoclasta tuvo lugar entre 813 y 843. En este año fue
restablecida definitivamente la ortodoxia.

No fue un simple debate teológico entre iconoclastas e iconódulos, sino un enfrentamiento interno desatado por el
patriarcado de Constantinopla, apoyado por el emperador León III, que pretendía acabar con la concentración de poder
e influencia política y religiosa de los poderosos monasterios y sus apoyos territoriales (puede imaginarse su
importancia viendo cómo ha sobrevivido hasta la actualidad el Monte Athos, fundado más de un siglo después, en
963).6 Según algunos autores, el conflicto iconoclasta refleja también la división entre el poder estatal —los
emperadores, la mayoría partidarios de la iconoclasia—, y el eclesiástico —el patriarcado de Constantinopla, en general
iconódulo—; también se ha señalado que mientras en Asia Menor los iconoclastas constituían la mayoría, en la parte
europea del Imperio eran más predominantes los iconódulos.

Transformaciones

La recuperación de la autoridad imperial y la mayor estabilidad de los siglos siguientes trajo consigo también un
proceso de helenización, es decir, de recuperación de la identidad griega frente a la oficial entidad romana de las
instituciones, cosa más posible entonces, dada la limitación y homogeneización geográfica producida por la pérdida de
las provincias, y que permitía una organización territorial militarizada y más fácilmente gestionable: los temas
(themata) con la adscripción a la tierra de los militares en ellos establecidos, lo que produjo formas similares al
feudalismo occidental. A principios del siglo IX, el Imperio había sufrido varias transformaciones importantes:

Uniformización cultural y religiosa: la pérdida frente al islam de las provincias de Siria, Palestina y Egipto trajo
como consecuencia una mayor uniformidad. Los territorios que el Imperio conservaba a mediados del siglo VII
eran de cultura fundamentalmente griega. El latín fue definitivamente abandonado en favor del griego. Ya en 629,
durante el reinado de Heraclio, está documentado el uso del término griego basileus en lugar del latín augustus.
En el aspecto religioso, la incorporación de estas provincias al islam dio por concluida la crisis monofisita, y en 843
el triunfo de los iconódulos supuso por fin la unidad religiosa.
Reorganización territorial: en el siglo VII —probablemente en época de Constante II (641-668)— el Imperio fue
dotado de una nueva organización territorial para hacer más eficaz su defensa. El territorio bizantino se organizó
en los themata, distritos militares que eran al mismo tiempo circunscripciones administrativas, y cuyo gobernador y
jefe militar, el estrategos, gozaba de una amplia autonomía.
Ruralización: la pérdida de las provincias del Sur, donde más desarrollo habían alcanzado la artesanía y el
comercio, implicó que la economía bizantina pasara a ser esencialmente agraria. La irrupción del islam en el
Mediterráneo a partir del siglo VIII dificultó las rutas comerciales. Decreció la población y la importancia de las
ciudades en el conjunto del Imperio, en tanto que empezaba a desarrollarse una nueva clase social, la aristocracia
latifundista, especialmente en Asia Menor.

La mayoría de estas transformaciones se dio como consecuencia de la pérdida de las provincias de Egipto, Siria y
Palestina, que pasaron a dominio musulmán.

Renacimiento macedónico (867)

El final de las luchas iconoclastas supone una importante recuperación del Imperio, visible desde el reinado de Miguel
III (842-867), último emperador de la dinastía Amoriana, y, sobre todo, durante los casi dos siglos (867-1056) en que
Bizancio fue regido por la Dinastía Macedónica. Este período es conocido por los historiadores como «renacimiento
macedónico».

Política exterior

Durante estos años, la crisis en que se ve sumido el Califato Abasí, principal enemigo del Imperio en Oriente, debilita
considerablemente la ofensiva islámica. Sin embargo, los nuevos Estados musulmanes que surgieron como resultado
de la disolución del califato (principalmente los aglabíes del Norte de África y los fatimíes de Egipto), lucharon
duramente contra los bizantinos por la supremacía en el Mediterráneo oriental. A lo largo del siglo IX, los musulmanes
arrebataron definitivamente Sicilia al Imperio. Creta ya había sido conquistada por los árabes en 827. El siglo X fue una
época de importantes ofensivas contra el islam, que permitieron recuperar territorios perdidos muchos siglos antes:
Nicéforo II Focas (963-969) reconquistó el norte de Siria, incluyendo Antioquía (969), así como Creta (961) y Chipre
(965).

El gran enemigo occidental del Imperio durante esta etapa fue el Estado búlgaro. Convertido al cristianismo a
mediados del siglo IX, Bulgaria alcanzó su apogeo en tiempos del zar Simeón I (893-927), educado en Constantinopla.
Desde 896 el Imperio estuvo obligado a pagar un tributo a Bulgaria, y, en 913, Simeón estuvo a punto de atacar la
capital. A la muerte de este monarca, en 927, su reino comprendía buena parte de Macedonia y Tracia, junto con Serbia
y Albania. El poder de Bulgaria fue, sin embargo, declinando durante el siglo X, y, a principios del siglo siguiente,
Basilio II (976-1025), llamado Bulgaróctonos ('Matador de búlgaros') invadió Bulgaria y la anexionó al Imperio,
dividiéndola en 4 temas.

Uno de los hechos más decisivos, y de efectos más duraderos, de esta época fue
la incorporación de los pueblos eslavos a la órbita cultural y religiosa de
Bizancio. En la segunda mitad del siglo IX, los monjes de Tesalónica Cirilo y
Metodio fueron enviados a evangelizar Moravia a petición de su monarca,
Ratislav I. Para llevar a cabo su tarea crearon, partiendo del dialecto eslavo
hablado en Tesalónica, una lengua literaria, el antiguo eslavo eclesiástico o
litúrgico, así como un nuevo alfabeto para ponerla por escrito, el alfabeto
glagolítico (luego sustituido por el alfabeto cirílico). Aunque la misión en
Moravia fracasó, a mediados del siglo X se produjo la conversión de la Rus de
Kiev, quedando así bajo la influencia bizantina un Estado más amplio y Mapa del Imperio durante el reinado de
extenso que el propio Imperio. Basilio II.

Las relaciones con Occidente fueron tensas desde la coronación de Carlomagno


(800) y las pretensiones de sus sucesores al título de emperadores romanos y al dominio sobre Italia. Durante toda esta
etapa, a pesar de la pérdida de Sicilia, el Imperio siguió teniendo una enorme influencia en el sur de Italia. Las
tensiones con Otón I, quien pretendía expulsar a los bizantinos de Italia, se resolvieron mediante el matrimonio de la
princesa bizantina Teófano, sobrina del emperador bizantino Juan I Tzimiscés, con Otón II.

Religión: Separación de la iglesia cristiana oriental y occidental (1054)

Tras la resolución del conflicto iconoclasta, se restauró la unidad religiosa del Imperio. No obstante, hubo de hacerse
frente a la herejía de los paulicianos, que en el siglo IX llegó a tener una gran difusión en Asia Menor, así como a su
rebrote en Bulgaria, la doctrina bogomilita.

Durante esta época fueron evangelizados los búlgaros. Esta expansión del cristianismo oriental provocó los recelos de
Roma, y a mediados del siglo IX estalló una grave crisis entre el patriarca de Constantinopla, Focio y el papa Nicolás I,
quienes se excomulgaron mutuamente, produciéndose la separación definitiva de las iglesias oriental y occidental.
Además de la rivalidad por la primacía entre las sedes de Roma y Constantinopla, existían algunos desacuerdos
doctrinales. El Cisma de Focio fue, sin embargo, breve, y hacia 877 las relaciones entre Oriente y Occidente volvieron a
la normalidad.

La ruptura definitiva con Roma se consumó en 1054, conocido como Cisma de Oriente y Occidente, con motivo de una
nueva disputa sobre el texto del Credo, en el que los teólogos latinos habían incluido la cláusula Filioque, significando
así, en contra de la tradición de las iglesias orientales, que el Espíritu Santo procedía no solo del Padre, sino también
del Hijo. Existía también desacuerdo en otros muchos temas menores, y subyacía, sobre todo, el enfrentamiento por la
primacía entre las dos antiguas capitales del Imperio.

Declive del Imperio (1056-1261)

Tras el período de esplendor que supuso el Renacimiento Macedónico, en la segunda mitad del siglo XI comenzó un
período de crisis, marcado por su debilidad ante la aparición de dos poderosos nuevos enemigos: los turcos selyúcidas y
los reinos cristianos de Europa occidental; y por la creciente feudalización del Imperio, acentuada al verse forzados los
emperadores Comneno a realizar cesiones territoriales (denominadas pronoia) a la aristocracia y a miembros de su
propia familia.7

En la frontera oriental, los turcos selyúcidas, que hasta el momento habían centrado su interés en derrotar al Egipto
fatimí, empezaron a hacer incursiones en Asia Menor, de donde procedía la mayor parte de los soldados bizantinos.
Con la inesperada derrota en la batalla de Manzikert (1071) del emperador Romano IV a manos de Alp Arslan, sultán de
los turcos selyúcidas, culminando así la hegemonía bizantina en Asia Menor. Los intentos posteriores de los
emperadores Commenos por reconquistar los territorios perdidos serán totalmente
infructuosos. Más aún, un siglo después, Manuel I Comneno sufriría otra humillante derrota
frente a los selyúcidas en Miriocéfalo en 1176.

En Occidente, los normandos expulsaron de Italia a los bizantinos en unos pocos años (entre
1060 y 1076), y conquistaron Dirraquio, en Iliria, desde donde pretendían abrirse camino
hasta Constantinopla. La muerte de Roberto Guiscardo en 1085 evitó que estos planes se
llevasen a efecto. Sin embargo, pocos años después, la Primera Cruzada se convertiría en un
problema para el emperador Alejo I Comneno. Se discute si fue el propio emperador el que
solicitó la ayuda de Occidente para combatir contra los turcos. Aunque teóricamente se
habían comprometido a poner bajo la autoridad de Bizancio los territorios sometidos, los
cruzados terminaron por establecer varios Estados independientes en Antioquía, Edesa,
Trípoli y Jerusalén.
Emperador Manuel I
Los alemanes del Sacro Imperio y los
Comneno (1143-1180).
normandos de Sicilia y el sur de Italia
siguieron atacando el Imperio durante el siglo
XII. Las ciudades-Estado y repúblicas
italianas como Venecia y Génova, a las cuales Alejo I había concedido
derechos comerciales en Constantinopla, se convirtieron en los
objetivos de sentimientos anti-occidentales debido al resentimiento
existente hacia los francos o latinos. A los venecianos en especial les
importunaron sobremanera dichas manifestaciones del pueblo
bizantino, teniendo en cuenta que su flota de barcos era la base de la
marina bizantina.

Federico I Barbarroja (emperador del Sacro Imperio) intentó


La situación en la primera mitad del siglo XIII
conquistar sin éxito el Imperio durante la Tercera Cruzada, pero fue la
cuarta la que tuvo el efecto más devastador sobre el Imperio bizantino
en siglos. La intención expresa de la Cruzada era conquistar Egipto y los bizantinos, creyendo que no había
posibilidades de vencer a Saladino (sultán de Egipto y Siria y principal enemigo de los cruzados instalados en Tierra
Santa), inicialmente decidieron mantenerse neutrales, aunque al final ofrecieron doscientos mil marcos de plata y
todos los medios para que los cruzados llegaran a Egipto. Sin embargo, la codicia por parte de los venecianos y de los
jefes cruzados de los tesoros de Constantinopla hizo que venecianos y cruzados no respetaran el acuerdo y tomaran por
asalto Constantinopla el 13 de abril de 1204. Tras tres días de pillaje y destrucción de importantes obras de arte, por
primera vez desde su fundación por Constantino I, más de ochocientos años antes, la ciudad había sido tomada por un
ejército extranjero, dando origen al efímero Imperio latino (1204-1261).

El poder bizantino pasó a estar permanentemente debilitado. En este


tiempo, Serbia, bajo Esteban Dushan, de la Dinastía Nemanjić, se
fortaleció aprovechando el desmoronamiento de Bizancio, iniciando un
proceso que culminaría cuando en 1346 se constituyera el Imperio
serbio.

Tres Estados griegos herederos del Imperio bizantino permanecieron


fuera de la órbita del recientemente creado Imperio latino: el Imperio
de Nicea, el Imperio de Trebisonda, y el Despotado de Epiro. El
primero, controlado por la dinastía Paleólogo, reconquistó
Constantinopla en 1261 y derrotó al Epiro, revitalizando el Imperio,
pero prestando demasiada atención a Europa cuando la creciente
penetración de los turcos en Asia Menor constituía el principal
problema. El Imperio hacia el año 1265, terminó siendo casi
una representación geográfica de la Grecia
Clásica del siglo V a. C.
El final: el sitio turco (1453)
Véase también: Caída de Constantinopla

La historia del Imperio bizantino tras la reconquista de la capital por Miguel VIII Paleólogo es la de una prolongada
decadencia. En el lado oriental el avance turco redujo casi a la nada los dominios asiáticos del Imperio, convertido en
algunas etapas en vasallo de los otomanos, mientras en los Balcanes debió competir con los Estados griegos y latinos
que habían surgido a raíz de la conquista de Constantinopla en 1204. En el Mediterráneo, la superioridad naval
veneciana dejaba muy pocas opciones a Constantinopla. Además, durante el siglo XIV el Imperio, reducido a ser uno
más de los numerosos Estados balcánicos, debió afrontar la terrible revuelta de los almogávares de la Corona de Aragón
y dos devastadoras guerras civiles.

Durante un tiempo el Imperio sobrevivió simplemente porque selyúcidas, mongoles y persas safávidas estaban
demasiado divididos para poder atacarlo, pero finalmente los turcos otomanos invadieron todo lo que quedaba de las
posesiones bizantinas, a excepción de unas cuantas ciudades portuarias. Los otomanos —núcleo originario del futuro
Imperio otomano— procedían de uno de los sultanatos escindidos del Estado selyúcida encabezado por un jefe llamado
Osmán I Gazi, que daría el nombre a la dinastía otomana u osmanlí.

El Imperio solicitó el socorro de Occidente, pero los diferentes Estados


pusieron como condición la reunificación de la Iglesia católica y la
ortodoxa. Los mandatarios bizantinos estudiaron la unión de las
Iglesias y ocasionalmente incluso llegaron a imponerla por decreto,
pero los ortodoxos no la aceptaron. Algunos combatientes occidentales
llegaron en auxilio de Bizancio, pero muchos prefirieron dejar al
Imperio sucumbir, y no hicieron nada cuando los otomanos
conquistaron los territorios restantes.

Constantinopla parecía en principio inexpugnable debido a sus


poderosas defensas, pero, con el advenimiento de los cañones, las
murallas —que habían sido impenetrables excepto para los integrantes El Imperio bizantino hacia 1400 ya no era un
de la Cuarta Cruzada durante más de mil años— ya no ofrecían la imperio: terminó reducido a Laconia, Salónica y
protección adecuada frente a los otomanos. La caída de Constantinopla Constantinopla, aisladas entre sí.
se produjo finalmente el 29 de mayo de 1453, después de un sitio de dos
meses llevado a cabo por Mehmet II. El último emperador bizantino,
Constantino XI Paleólogo, fue visto por última vez cuando entraba en combate con las tropas de jenízaros de los
sitiadores otomanos, que superaban de manera aplastante a los bizantinos. Mehmet II también conquistó Mistra en
1460 y Trebisonda en 1461. El último titular de la Corona del Imperio bizantino, Andrés Paleólogo, sobrino de
Constantino XI, vendió su título imperial a Fernando II de Aragón y V de Castilla e Isabel I de Castilla antes de su
muerte en 1502.8 Sin embargo, no se tiene constancia de que ningún monarca español haya usado los títulos
imperiales bizantinos.

Mundo bizantino

Demografía

Son muy pocos los datos que pueden permitirnos calcular la población del Imperio bizantino. J. C. Russell indica que a
finales del siglo IV la población total del Imperio romano de Oriente era de unos veinticinco millones, repartidos en un
área de aproximadamente 1 600 000 km². Hacia el siglo IX, sin embargo, tras la pérdida de las provincias de Siria,
Egipto y Palestina y la crisis de población del siglo VI, se cree que habitaban el Imperio alrededor de trece millones de
personas en un territorio de 745 000 km².

Hacia el siglo XIII, con las importantes mermas territoriales sufridas por el Imperio, no es probable que el basileus
rigiese los destinos de más de cuatro millones de personas. Desde entonces el territorio del Imperio —y, por ende, su
población— fue reduciéndose rápidamente hasta la caída de Constantinopla en 1453.

Las mayores concentraciones de población estuvieron siempre en la parte asiática del Imperio, especialmente en el
litoral egeo de Asia Menor.

En cuanto a las ciudades, el crecimiento de Constantinopla fue espectacular en los siglos IV y V. Mientras que la capital
de Occidente, Roma, había declinado considerablemente desde el siglo II (llegó a tener un millón y medio de
habitantes, que conservó hasta el siglo V), Constantinopla, con solo unos cien mil —en el momento de su fundación,
contaba escasamente con treinta mil habitantes—, llegó en época de Justiniano a los cuatrocientos mil.

Pero Constantinopla no era la única gran ciudad del Imperio. La población de Alejandría en esa misma época se ha
calculado en torno a los trescientos mil habitantes, algo mayor que la de Antioquía (un cuarto de millón). A estas les
seguían en tamaño otras ciudades menores como Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Trebisonda, Edesa, Nicea, Tesalónica,
Tebas y Atenas.
El siglo VI supuso un importante retroceso de la urbanización debido tanto a las guerras como a una desdichada
sucesión de epidemias y catástrofes naturales. En el siglo siguiente, tras la pérdida de Siria, Palestina, Egipto y Cartago,
solo quedaron dos grandes ciudades en el Imperio: la capital y Tesalónica. Parece que la población de Constantinopla
decreció considerablemente durante los siglos VI y VII (a causa, entre otras razones, de la peste) y solo comenzó a
recuperarse a mediados del siglo VIII. Se calcula que su población sería de trescientos mil habitantes durante el
renacimiento macedónico, y de no menos de medio millón bajo la dinastía Comnena.

En los últimos tiempos del Imperio las ciudades sufrieron un pronunciado declive. Se calcula que, en el momento de su
conquista por los turcos, la población de la capital estaba en torno a los cincuenta mil habitantes, y la de la segunda
ciudad del Imperio, Tesalónica, rondaba los treinta mil.

Economía

Como en el resto del mundo en la Edad Media, la principal actividad económica era la agricultura que estaba
organizada en latifundios, en manos de la nobleza y el clero. Cultivaban los cereales, frutos, las hortalizas y otros
alimentos. La principal industria era la textil, basada en talleres de seda estatales, que empleaban a grandes cantidades
de operarios. El Imperio dependía por completo del comercio con Oriente para el abastecimiento de seda, hasta que a
mediados del siglo VI unos monjes desconocidos —quizá nestorianos— lograron llevar capullos de gusanos de seda a
Justiniano. El Imperio comenzó a producir su propia seda —principalmente en Siria—, y su fabricación fue un secreto
celosamente guardado y desconocido en el resto de Europa hasta al menos el siglo XII.

Hay que destacar la gran importancia del comercio. Por su situación geográfica, el Imperio bizantino fue un
intermediario necesario entre Oriente y el Mediterráneo, al menos hasta el siglo VII, cuando el islam se apoderó de las
provincias meridionales del Imperio. Era especialmente importante la posición de la capital, que controlaba el paso de
Europa a Asia, y al dominar el estrecho del Bósforo, los intercambios entre el Mediterráneo (desde donde se accedía a
Europa occidental) y el mar Negro (que enlazaba con el Norte de Europa y Rusia).

Existían tres rutas principales que enlazaban el Mediterráneo con el Extremo Oriente:

1. El camino más corto atravesaba Persia, y luego Asia Central (Samarcanda, Bujará). Se conoce como Ruta de la
Seda.
2. Una segunda ruta, mucho más difícil, evitaba Persia, e iba del mar Negro, a través de los puertos de Crimea, al
Caspio, y de ahí a Asia Central. Esta ruta fue abierta en época de Justino II.
3. Por mar, desde la costa de Egipto, a través del mar Rojo y del océano Índico, aprovechando los monzones, hasta
Sri Lanka. Esta ruta marítima posibilitaba no solo el comercio con la India, sino también con el reino de Aksum, en
la actual Eritrea. Una pormenorizada relación de las vicisitudes de esta ruta se encuentra en la obra del viajero
Cosmas Indicopleustes. El comercio bizantino por esta ruta desapareció cuando en el siglo VII se perdieron las
provincias meridionales del Imperio.

El comercio bizantino entró en decadencia durante los siglos XI y XII, a causa de las ruinosas concesiones que se
hicieron a Venecia, y, en menor medida, a Génova y a Pisa.

Un importante elemento en la economía del Imperio fue su moneda, el sólido bizantino y el besante, de extendido
prestigio en el comercio mundial de la época.

El emperador

El jefe supremo del Imperio bizantino era el emperador (basileus), que dirigía el Ejército, la Administración y tenía el
poder religioso. Cada emperador tenía la potestad de elegir a su sucesor, al que asociaba a las tareas de gobierno
confiriéndole el título de césar. En algún momento de la historia de Bizancio (concretamente, durante el reinado de
Romano I Lecapeno) llegó a haber hasta 5 césares simultáneos.

El sucesor no era necesariamente hijo del emperador. En muchos casos, la sucesión fue de tío a sobrino (Justiniano,
por ejemplo, sucedió a su tío Justino I y fue sucedido por su sobrino Justino II). Otros personajes llegaron a la dignidad
imperial a través del matrimonio, como Nicéforo II o Romano IV.

Si bien el emperador elegía a su sucesor, fueron muchos los que llegaron al poder al ser proclamados emperadores por
el Ejército (como Heraclio I o Alejo I Comneno), o gracias a las intrigas cortesanas, a veces aderezadas con numerosos
crímenes. Para evitar que los emperadores depuestos y sus familiares reivindicaran el trono eran con frecuencia
cegados y, en ocasiones, castrados, y confinados en monasterios. Un caso peculiar es el de Justiniano II, llamado
Rhinotmetos ('Nariz cortada'), a quien el usurpador Leoncio cortó la nariz y envió al destierro, aunque recuperaría
posteriormente su trono. Estos crímenes atroces fueron sumamente frecuentes en la historia del Imperio bizantino,
especialmente en las épocas de inestabilidad política.

La figura del emperador estaba especialmente relacionada con la Iglesia, que


se convirtió en un factor estabilizador, y especialmente con el patriarca de
Constantinopla. La monarquía bizantina tenía un carácter cesaropapista —
uno de los títulos del emperador era Isapóstolos ('Igual a los Apóstoles'), y
ciertas prerrogativas de su cargo remiten al Rex sacerdos ('Rey sacerdote') de
la monarquía israelita—. El emperador y el patriarca tenían una relación de
mutua interdependencia: si bien el emperador designaba al Patriarca, era
este el que sancionaba su acceso al poder mediante la ceremonia de
coronación. Entre uno y otro hubo en la historia de Bizancio muchos
momentos de tensión, pues los intereses del Estado diferían a veces de los de
la Iglesia. En la última etapa del Imperio, por ejemplo, cuando los
emperadores, para obtener la ayuda de Occidente frente a los turcos,
intentaron restaurar la unidad religiosa de su Iglesia con la de Roma, se
encontraron con la tenaz resistencia de los patriarcas.

Una de las principales bazas del emperador era su control sobre una eficaz
El escudo del Imperio bizantino, cuando
administración, que se regía por el Corpus Iuris Civilis, recopilado en época
gobernaban los Paleólogos, hace de Justiniano. La organización territorial se basaba, desde el siglo VII, en los
referencia al papel político y religioso del themata ('temas'), provincias al mando de un strategos o general.
emperador; el águila bicéfala porta en una
pata un orbe o una cruz (la Iglesia); y en la
otra, una espada (Estado). Ejército

El Ejército bizantino fue durante siglos el más poderoso de Europa.


Continuación del Ejército romano, en los siglos III y IV fue sustancialmente reformado, desarrollando sobre todo la
caballería pesada (catafracta), de origen persa.

La armada bizantina tuvo un papel preponderante en la hegemonía del Imperio, gracias a sus ágiles embarcaciones,
llamadas dromones (dromos) y al uso de armas secretas como el «fuego griego». La superioridad naval de Bizancio le
proporcionó el dominio del Mediterráneo oriental hasta el siglo XI, cuando empezó a ser sustituida por el incipiente
poder de algunas ciudades-estado italianas, especialmente Venecia.

En un primer momento existían dos tipos de tropas: los limitanei (guarniciones de frontera) y los comitatenses. A
partir del siglo VII el Imperio fue organizado en themata, circunscripciones tanto administrativas como militares
dirigidas por un strategos, cuya existencia mejoró sustancialmente la capacidad defensiva de Bizancio frente a sus
numerosos enemigos exteriores.

En la defensa de Bizancio jugó un importante papel la hábil diplomacia de sus emperadores. Los pagos de tributos
mantuvieron mucho tiempo alejados a los enemigos del Imperio, y su servicio de espionaje logró salvar situaciones que
parecían desesperadas.

Una de las debilidades del Ejército bizantino, que fue acentuándose con el tiempo, fue la necesidad de recurrir a tropas
mercenarias, de fidelidad dudosa. Entre los cuerpos mercenarios más conocidos está la famosa guardia varega. La crisis
más terrible que los mercenarios causaron en el Imperio fue seguramente la revuelta de los almogávares, en el siglo
XIV.

El arte de la estrategia alcanzó un gran auge en época bizantina, e incluso varios emperadores, como es el caso de
Mauricio escribieron tratados sobre el arte militar. Estas doctrinas ensalzaban el sigilo, la sorpresa y el liderazgo de los
comandantes.

Religión

Uno de los rasgos más característicos de la civilización bizantina es la importancia de la religión y del estamento
eclesiástico en su ideología oficial, Iglesia y Estado, emperador y patriarca, se identificaron progresivamente, hasta el
punto de que el apego a la verdadera fe (la «ortodoxia») fue un importante factor de cohesión política y social en el
Imperio bizantino, lo que no impidió que surgieran numerosas corrientes heréticas.
El cristianismo primitivo tuvo un desarrollo mucho más rápido en Oriente que en Occidente. Es muy significativo el
hecho de que el Concilio de Calcedonia reconociera en 451 cinco grandes patriarcados, de los cuales solo uno (Roma)
era occidental; los otros cuatro (Constantinopla, Jerusalén, Alejandría y Antioquía) pertenecían al Imperio de Oriente.
De todos ellos, el principal fue el Patriarcado de Constantinopla, cuya sede estaba en la capital del Imperio. Las otras
tres sedes fueron separándose paulatinamente de Constantinopla, primero a causa de la herejía monofisita, duramente
perseguida por varios emperadores; luego, con motivo de la invasión del islam en el siglo VII, las sedes de Alejandría,
Antioquía y Jerusalén quedaron definitivamente bajo dominio musulmán.

Durante el siglo VII, hubo algunos intentos de la Iglesia ortodoxa por atraerse a los monofisitas, mediante posturas
religiosas intermedias, como el monotelismo, defendido por Heraclio I y su nieto Constante II. Sin embargo, en los
años 680 y 681, en el III Concilio de Constantinopla se retornó definitivamente a la ortodoxia.

La Iglesia ortodoxa sufrió otra crisis importante con el movimiento iconoclasta, primero entre los años 730 y 787, y
luego entre 815 y 843. Se enfrentaron dos grupos religiosos: los iconoclastas, partidarios de la prohibición del culto a
las imágenes o iconos, y los iconódulos, que defendían esta práctica. Los iconos fueron prohibidos por León III, que
ordenó la destrucción de todas las representaciones de Jesús, la Virgen María y de todos los santos, comenzando así
las más agrias disputas. Esto no se resolvió hasta que la emperatriz Irene convocó el II Concilio de Nicea en 787 que
reafirmó los iconos. Esta emperatriz consideró una alianza matrimonial con Carlomagno que hubiera unido ambas
mitades de la cristiandad, pero que fue desestimada.

El movimiento iconoclasta resurgió en el siglo IX, siendo derrotado definitivamente en 843. Todos estos conflictos
internos no ayudaron a resolver el cisma que se estaba produciendo entre Occidente y Oriente.

En el siglo IX destaca la figura del patriarca Focio, que por primera vez rechazó el primado de Roma, abriendo una
historia de desencuentros que culminaría en 1054, con el llamado Cisma de Oriente y Occidente. Focio se esforzó
también en equiparar el poder del patriarca al del emperador, postulando una especie de diarquía o gobierno
compartido.

El cisma contribuyó, sin embargo, a la transformación de la Iglesia ortodoxa en una Iglesia nacional. Esto se reforzó
más aún con la humillación sufrida en 1204 por la invasión de los cruzados y el traslado temporal de la sede patriarcal a
Nicea.

Durante el siglo XIV se desarrolló una importante corriente religiosa, conocida como hesicasmo (del griego hesychía,
que puede traducirse como 'quietud' o 'tranquilidad'). El hesicasmo defendía el recogimiento interior, el silencio y la
contemplación como medios de acercamiento a Dios, y se difundió sobre todo por las comunidades monásticas. Su
máximo representante fue Gregorio Palamás, monje de Athos que llegaría a ser arzobispo de Tesalónica.

Desde finales del siglo XIII hubo varios intentos de volver a la unidad religiosa con Roma: en 1274, en 1369 y en 1438,
para conseguir la ayuda occidental frente a los turcos. Sin embargo, ninguno de estos intentos llegó a prosperar.

Cultura y arte
Véase también: Arte bizantino

Lengua y literatura

En los orígenes del Imperio bizantino existió una situación de diglosia entre el latín y el griego. El primero era la lengua
de la administración estatal, en tanto que el griego era la lengua hablada y el principal vehículo de expresión literaria.
La Iglesia y la educación utilizaban también el griego. A esto debe añadirse que algunas regiones del Imperio
empleaban otras lenguas, como el arameo y su variante, el siríaco, en Siria y Palestina y el copto en Egipto.

Con el tiempo, el latín fue definitivamente desplazado por el griego, que, en la primera mitad del siglo VII, se convirtió
también en la lengua de la administración imperial. Es significativo que ya en época de Heraclio el título de Augustus,
en latín, haya sido sustituido por el de basiléus, en griego. El latín, sin embargo, continuó apareciendo en inscripciones
y en monedas hasta el siglo XI.

La invasión del islam y la pérdida de las provincias orientales propiciaron una mayor helenización del Imperio. El
griego hablado en el Imperio era el resultado de la evolución del griego helenístico, y suele denominarse griego
medieval o griego bizantino. Existían grandes diferencias entre el lenguaje literario, deliberadamente arcaico, y el
lenguaje hablado, la koiné popular, muy rara vez utilizada en la literatura.
La literatura, como en general la cultura bizantina en todos sus aspectos, se caracteriza por tres elementos: helenismo,
cristianismo e influjo oriental. Helenismo porque continúa la tradición de la Grecia clásica pese a los intentos
romanizadores de Justiniano, de lengua materna latina,9 y su sobrino Justino II, que solo alcanzaron al derecho.
Cristianismo porque esa fue desde Constantino la religión del Imperio, a pesar de la oposición intelectual hasta bien
entrado el siglo VI; influjo oriental por la estrecha relación con pueblos asiáticos y africanos.

La literatura bizantina cuenta con un poema épico en griego popular, el de Digenis Akritas, y con líricos de primer
orden como Teodoro Pródromo. Posee unos géneros característicos, como los bestiarios, volucrarios, lapidarios y las
novelas bizantinas (Estacio Macrembolita: Los amores de Isinia e Ismino; Teodoro Pródromo, Los amores de Rodante
y Dosicles; Nicetas Eugeniano, Las aventuras de Drusilla y Caricles y Constantino Manasés, Aventuras de Aristandro
y Calitea). Fue especialmente fecunda en escritores teológicos (como, por ejemplo, Eneas de Gaza), cristológicos y
hagiográficos. Repercutió en particular en la literatura occidental la historia de Barlaam y Josafat, divulgada por todo
Occidente, en la cual se encuentran alusiones a la vida de Buda.

La historia tuvo representantes eminentes, como Procopio de Cesarea, secretario que fue del célebre general Belisario
durante el reinado de Justiniano y a la vez panegirista del emperador en los seis libros de sus Historias y su detractor
en la llamada Historia secreta. En la lírica destaca el género del epigrama con figuras como Pablo Silenciario y Agatías,
este último antologista e historiador del periodo que siguió a Justiniano. Jorge de Pisidia compuso poesía épica y
epigramas. Existe un interesante libro de viajes de Cosmas Indicopleustes. Del siglo VII destaca un historiador,
Simocata, que no llegó a la importancia de Procopio; en este siglo se hizo famoso el poeta Romano el Mélodo, autor de
himnos religiosos. Entre el siglo VIII y el XI se compila la ya mencionada epopeya nacional Digenis Acritas, compuesta
en una lengua semiculta; también se elaboran epopeyas sobre las hazañas de Alejandro Magno y se componen
enciclopedias como la Suda, de no siempre acendrada veracidad. Se recopiló en esta época el más importante corpus de
epigramática griega que se conserva, la Antología Palatina. El cristianismo entra en el género tradicional pagano con la
obra del monje Teodoro Estudita y de la monja poetisa Casia. Algunos emperadores se dedicaron a las letras, como
León VI el Sabio, que fue poeta, así como su hijo, Constantino VII Porfirogéneta. San Juan Damasceno compuso
tratados teológicos y polémicos en oscuro estilo; el citado Teodoro escribe también sobre la cuestión iconoclasta, así
como obras ascéticas y de exégesis.

En el último periodo, desde finales del XI, existe una gran cantidad de literatura polémica religiosa, pero también
escriben Focio y Miguel Psellos sobre temas más variados y se propicia un renacimiento de las letras griegas,
renacimiento que pasó a Europa con la dispersión de los eruditos bizantinos por la península itálica tras la conquista de
Constantinopla por los otomanos. En Italia renacerá el estudio del griego y el Humanismo y de ahí pasará al resto del
mundo. Tzetzes escribe poemas didácticos y eruditos. El epigrama alcanza cumbres en Cristóbal de Mitilene o Juan
Mauropo. Se escriben novelas en Grecia y proliferan los bestiarios y lapidarios, y crónicas como la célebre Crónica de
Morea, que mandó traducir al aragonés el gran maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén Juan Fernández de
Heredia. El inquieto e inconformista poeta Teodoro Pródromo escribe cuatro poemas satíricos en la lengua popular y
escribe su Catomiomaquia, o Lucha de los Gatos contra los Ratones a modo de parodia épica. Hay excelentes
historiadores que dejan testimonio de las Cruzadas, como los hermanos Miguel y sobre todo Nicetas Acominato,
Paquimeras, Nicéforo Brienio o su mujer Ana Comneno, princesa imperial autora de La Alexiada, historia de su padre
Alejo I Comneno. Durante la época de los Paleólogos la literatura entra en decadencia, pero después surge con fuerza la
filología.

Arquitectura bizantina

La arquitectura bizantina es heredera de la arquitectura romana y la arquitectura paleocristiana. Es una arquitectura


esencialmente religiosa, aunque no faltaron los edificios civiles de importancia. Muestra una marcada predilección por
el ladrillo como material de construcción (aunque disimulado por lajas de piedra en el exterior y por suntuosos
mosaicos en el interior). Aunque utiliza la columna (destaca la sustitución del ábaco por el cimacio), su innovación más
característica es el uso sistemático de la cubierta abovedada. Los tipos de bóveda más utilizados son la de cañón y la de
arista, pero destaca sobre todo la cúpula, con su característica base sobre pechinas (aunque también se empleó
ocasionalmente la cúpula sobre trompas). En cuanto a la planta, la más frecuente en los templos es la de cruz griega,
con una cúpula en la intersección de las naves. Es frecuente que los templos, además del cuerpo de nave principal,
posean un atrio o narthex, de origen paleocristiano, y el presbiterio precedido de iconostasio, llamada así porque sobre
este cerramiento calado se colocaban los iconos pintados.

En la historia del arte y la arquitectura bizantinos suelen distinguirse tres períodos o «Edades de Oro». La Primera
Edad de Oro tiene su momento más representativo en la época de Justiniano, y sus edificios más destacados son la
iglesia de los Santos Sergio y Baco, la de Santa Irene y, sobre todo, la de Santa Sofía, todas ellas en Constantinopla.
La Segunda Edad de Oro coincide con el renacimiento macedónico (siglos IX, X y XI). Sigue siendo la iglesia de planta
central cubierta con cúpula el modelo fundamental. Son frecuentes las iglesias de planta de cruz griega inscrita en un
cuadrado, con los brazos de la cruz cubiertos con bóvedas de cañón, y cinco cúpulas, una en el centro y otras cuatro en
los ángulos. El prototipo era la Nueva Iglesia (Nea) construida por Basilio I, hoy desaparecida. Algunas iglesias
destacadas son la iglesia de los Santos Apóstoles en Constantinopla, Santa Catalina de Salónica, la catedral de Atenas y
la basílica de San Marcos de Venecia.

La Tercera Edad de Oro comienza tras la recuperación de Constantinopla en 1261. Es una época de difusión de las
formas bizantinas, tanto hacia el Norte (Rusia) como hacia Occidente. Las novedades de este período son más bien
decorativas que estructurales. Destacan iglesias como Santa María Pammakaristos en Constantinopla, las iglesias del
monte Athos o el conjunto de iglesias de Mistra, en el Peloponeso.

Escultura

El estilo bizantino quedó definido a partir del siglo VI. Anteriormente dominaba el estilo romano tardío, aún en la
misma Constantinopla, según lo evidencian diversas estatuas erigidas por toda la ciudad. No obstante, otros
monumentos de la época iniciaban ya el gusto bizantino, como Disco de Teodosio de Madrid que ostenta en
bajorrelieve las figuras del emperador y su corte (393).

El estilo bizantino en escultura debe considerarse como una derivación del romano, bajo la influencia asiática. Le
caracterizan, en general, cierto amaneramiento, uniformidad y rigidez o falta de naturalidad en las figuras junto con la
gravedad la cual suele consistir en esmaltes, en imitaciones de piedras y sartas de perlas, en trazos geométricos y en
follaje estilizado o desprovisto de naturalidad.

Cultivó el arte bizantino muy poco el bulto redondo, pero abundó en relieves sobre marfil, plata y bronce y no
abandonó del todo el uso de camafeos y entalles en piedras finas. En los relieves, como en las pinturas y mosaicos se
presentan las figuras mirando de frente.

Mosaicos

De la cultura romana Bizancio heredó la decoración mediante mosaicos que llegaron a su máximo esplendor con este
imperio. Los mosaicos eran figuras formadas por pequeños trozos de piedra o vidrio coloreado (llamadas también
teselas). Seguían estrictas normas para ilustrar pasajes de la vida de los emperadores y escenas religiosas. Estas últimas
cubrían las murallas y cielos rasos de las iglesias.

De esa habilidad alcanzada con respecto a los mosaicos resurge el interés de los vidrieros de Bizancio por la imitación
de las piedras preciosas, con lo que llegaron a alcanzar una habilidad tan grande que resultaba bastante difícil poder
distinguirlas de las auténticas.

Pintura

Son particularmente destacables los retablos de temática religiosa conocidos como iconos.

Música

La música bizantina, de carácter normalmente religioso, estaba fuertemente emparentada con el canto gregoriano.

Legado
El Imperio bizantino fue un Imperio multicultural, que nació como cristiano y heredero de la tradición romana,
comprendiendo la zona de Oriente y que desapareció en 1453 como un reino griego ortodoxo. El escritor británico
Robert Byron lo describió como el resultado de una triple fusión: un cuerpo romano, una mente griega y un alma
oriental.

Bizancio fue la única potencia estable en la Edad Media. Su influencia sirvió de factor estabilizador en Europa,
sirviendo de barrera contra la presión de las conquistas de los ejércitos musulmanes y actuando como enlace hacia el
pasado clásico y su antigua legitimidad.
La caída del Imperio fue traumática, tanto que durante mucho tiempo se consideró 1453 como la división entre la Edad
Media y la Edad Moderna. El conquistador otomano, Mehmet II, y sus sucesores se consideraron a sí mismos
herederos legítimos de los emperadores bizantinos hasta el derrumbamiento del Imperio otomano, a principios del
siglo XX. Sin embargo, el papel del emperador bizantino como cabeza de la ortodoxia oriental fue reclamado por los
grandes duques de Moscú empezando por Iván III. Su nieto Iván IV el Terrible se convertiría en el primer zar de Rusia
(el título de zar proviene del latín caesar, 'césar'). Sus sucesores apoyaron la idea que Moscú era la heredera legítima de
Roma y Constantinopla, la Tercera Roma — una idea mantenida por el Imperio ruso hasta su propio fin a principios del
siglo XX.

Desde el punto de vista comercial, Bizancio era el punto de partida de la Ruta de la Seda, el eje económico que unía
Europa con Oriente, importando materias de lujo como seda y especias. La interrupción de esta ruta con motivo de la
desaparición del Imperio bizantino provocó la búsqueda de nuevas rutas comerciales, llegando españoles y portugueses
a América y África en busca de rutas alternativas. Los portugueses, que acabaron la Reconquista antes y dispusieron de
los recursos necesarios con antelación crearon un Imperio atlántico que permitía alcanzar la India al circunnavegar
África. Los españoles, posteriormente, patrocinarían a Cristóbal Colón y a los conquistadores, que supondrían la
creación de un imperio que transformaría a España en la primera potencia mundial.

Bizancio desempeñó un papel inestimable para la conservación de los textos clásicos, tanto en el mundo islámico como
en la Europa occidental, donde sería clave para el Renacimiento. Su tradición historiográfica fue una fuente de
información sobre los logros del mundo clásico. Hasta tal punto fue así, que se cree que el resurgir cultural, económico
y científico del siglo XV no hubiera sido posible sin las bases establecidas en la Grecia bizantina.

La influencia de Bizancio en asuntos como la teología sería vital para pensadores europeos como Santo Tomás de
Aquino. Asimismo se ha de mencionar que el Imperio fue clave en la extensión del cristianismo, que definiría Europa
durante siglos. De los cuatro mayores focos de esta religión, tres (Jerusalén, Antioquía y Constantinopla) se hallaban en
su territorio y hasta que no aconteció el cisma de Oriente fue su mayor foco espiritual. También fue responsable de la
evangelización de los pueblos eslavos, gracias a misioneros tan célebres como Cirilo y Metodio, que evangelizaron a los
pueblos eslavos y desarrollaron un sistema de escritura que aún hoy en día se sigue utilizando en muchos países, el
alfabeto cirílico. Por último es notable su influencia en las Iglesias copta, etíope, y la de armenia.

Véase también
Bizancio
Cronología del Imperio bizantino
Imperio romano
Imperio romano de Occidente
Títulos y cargos del Imperio bizantino
Emperadores bizantinos
Guerras romano-sasánidas
Guerras otomano-bizantinas
Guerras árabo-bizantinas
Imperio de Nicea
Imperio de Trebisonda
Despotado de Epiro
Ducado de Atenas
Ducado de Neopatria
Caída de Constantinopla
Imperio otomano
Indumentaria bizantina
Gastronomía del Imperio bizantino

Notas
1. En época de los paleólogo.
2. «EL IMPERIO GRIEGO DE BIZANCIO - oocities» (http://www.oocities.org/collegepark/square/3602/IMPGRIEGO.H
TML).
3. «How the Byzantine Empire Began in Greece - Greek Boston» (http://greekboston.com/culture/ancient-history/byza
ntine-empire).
4. Curiosamente, una de las acusaciones que hacían los bizantinos a los occidentales eran sus interminables
discursos y su verborrea incontenible.
5. Pilar Benejam, Horizonte: historia y geografía, Volumen 1, p. 106. (http://books.google.es/books?id=xPB_jvo8nA0C
&pg=PA106&lpg=PA106&dq=p%C3%BArpura+sudario+Justiniano+Teodora&source=web&ots=3vdUksl2qB&sig=dJ
5EMTvi6ie-Klnv0AYRan51-Qo&hl=es&sa=X&oi=book_result&resnum=2&ct=result)
6. Valdeón Baruque, Julio y García de Cortázar, José Ángel. En: Fernández Álvarez, Manuel; Avilés Fernández,
Miguel y Espadas Burgos, Manuel (dirs.) (1986), Gran Historia Universal, Barcelona: Club Internacional del Libro.
ISBN 84-7461-654-9. Volumen 11, p. 139.
7. La Pronoia (http://imperiobizantino.wordpress.com/2007/06/30/la-pronoia/), en Imperio bizantino. Historia de
Bizancio enfocada principalmente en el período de los Comnenos.
8. NORWICH, John Julius. Byzantium — The Decline and Fall (en inglés). p. 446.
9. Chris Wickham, The Inheritance of Rome, Penguin Books Ltd. 2009 pág. 90, ISBN 978-0-670-02098-0

Bibliografía

En español
Historias generales

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des bizantinischen Staates, 1963). ISBN 84-7339-690-1.
TREADGOLD, Warren: Breve historia de Bizancio. Editorial Paidós, 2001 (título original inglés: A concise history of
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El mundo bizantino

BRAVO GARCÍA, A.; SIGNES CODOÑER, J.; RUBIO GÓMEZ, E.: El imperio bizantino: historia y civilización:
coordenadas bibliográficas. Ediciones Clásicas. Madrid, 2001. ISBN 84-7882-195-3.
BAYNES, Norman H.: El Imperio bizantino. Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1996 (séptima reimpresión).
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WALKER, Joseph M.: Historia de Bizancio. Madrid, Edimat, 2005. ISBN 84-9764-502-2.

Divulgación

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ZWEIG, Stefan: Momentos estelares de la humanidad ed. Acantilado, Barcelona (2002).ISBN 84-95359-92-8.

En otros idiomas
AHRWEILER, Hélène: L'idéologie politique de l'Empire byzantin, París 1975.
AHRWEILER, Hélène: Studies on the Internal Diaspora of the Byzantine Empire, Harvard University Press, 1998.
LEFORT, Jacques: Géométries du fisc byzantin, París 1991, ISBN 2-283-60454-0.
LEFORT, Jacques: Les villages dans l'Empire byzantin, IVe – Xve siècle, París 2005, ISBN 2-283-60461-3.
LILIE, Ralph-Johannes: Byzanz und die Kreuzzüge, Stuttgart 2004, ISBN 3-17-017033-3.
GIANNOPULOS, Panagiotes A.: La société profane dans l'empire byzantin des VIIe, VIIIe et IXe siècles, Univ., Publ.
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NORWICH, John J.: Byzantium (3 volúmenes), Viking, 1991.
TREADGOLD, Warren: A History of the Byzantine State and Society, Stanford, 1997.

Enlaces externos
Wikimedia Commons alberga una galería multimedia sobre el Imperio bizantino.
Atlas del Imperio Romano (https://web.archive.org/web/20170808012018/http://dare.ht.lu.se/)

En español

Historia del Imperio bizantino de A. A. Vasiliev, tomo I (324–1081) (http://www.holytrinitymission.org/books/spanish/


historia_bizancio_vasiliev_1.htm)
Historia del Imperio bizantino de A. A. Vasiliev, tomo II (1081–1453) (http://www.holytrinitymission.org/books/spanis
h/historia_bizancio_vasiliev_2.htm)
Lámina sobre arte bizantino (https://web.archive.org/web/20060410065654/http://aula.elmundo.es/aula/laminas/lam
ina1006426342.pdf).

En francés

Cantacuceno: Historia de los emperadores Andrónicos.


Texto bilingüe (http://remacle.org/bloodwolf/historiens/cantacuzene/table.htm) griego - francés, con índice
electrónico, en el sitio (http://remacle.org/) de Philippe Remacle (1944-2011).

En inglés

Byzantium: estudios sobre Bizancio (http://www.fordham.edu/halsall/byzantium/) en Internet


«¿Qué es un bizantino?» (http://www.romanity.org/htm/fox.01.en.what_if_anything_is_a_byzantine.01.htm) por el
Prof. Clifton R. Fox
«Doce líderes bizantinos» (http://www.anders.com/lectures/lars_brownworth/12_byzantine_rulers/), por Lars
Brownworth
Rome and Romania, 27 BC–1453 AD (http://www.friesian.com/romania.htm), extensa página con abundantes
mapas y árboles genealógicos.

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