ALICE H. EAGLY
WENDY WOOD
MARY C. JOHANNESEN-SCHMIDT
(2004)
¿Por qué las mujeres y los hombres se comportan de manera diferente en algunas
circunstancias y de manera similar en otras? La teoría del rol social proporciona una respuesta
integral a esta pregunta al abarcar varios tipos de causas. Entre ellas, los teóricos del rol social
prestan especial atención al impacto de la distribución de hombres y mujeres en determinados
roles sociales dentro de las sociedades (Eagly, 1987; Eagly, Wood, & Diekman, 2000). Las
causas más importantes, responsables de estas diferencias sexuales en los roles, son las
diferencias físicas inherentes al sexo, que hacen que ciertas actividades se realicen de manera
más eficiente por un sexo u otro en función de las circunstancias de cada sociedad y de la
cultura (Wood & Eagly, 2002). Los beneficios de cada sexo que realiza eficientemente ciertas
tareas surgen porque las mujeres y los hombres están ligados a las sociedades y participan en
una división del trabajo. Como se intenta dar cuenta en este capítulo, el sexo es, por lo tanto,
una característica importante para la organización de todas las sociedades conocidas, sin
embargo, muchos de los comportamientos específicos típicos de hombres y mujeres varían
mucho de una sociedad a otra.
La cuestión de por qué los hombres y las mujeres están posicionados de manera
diferente en la estructura social es profundamente importante para comprender las diferencias
según el sexo en el comportamiento. La mejor respuesta a esta pregunta surge del estudio de
los roles sociales de tipo sexual en una amplia gama de sociedades. Wood y Eagly (2002)
revisaron esta evidencia intercultural, producida principalmente por antropólogos, para
proporcionar un marco para una teoría de los orígenes de las diferencias sexuales en el
comportamiento. Su revisión distinguió entre las diferencias según el sexo que son
universalmente evidentes en todas las culturas y las que emergen de forma menos consistente.
Las diferencias según el sexo universales indican características de los seres humanos que
pueden derivarse de atributos innatos inherentes a la especie humana o de convenciones
culturales que surgen de manera similar en todas las sociedades (por ejemplo, mujeres que
transportan bebés en un canguro, en el pecho, o en papoose (especie de bolsa que se lleva en
la espalda, usual en ciertas comunidades indígenas). Las diferencias según el sexo que no son
consistentes entre culturas reflejan aspectos más variables del funcionamiento humano que
dependen de los entornos externos de las sociedades.
Un universal transcultural es que las sociedades tienen una división del trabajo entre
los sexos. El análisis clásico de Murdock y Provost (1973) de 185 sociedades no industriales
reveló que, dentro de las sociedades, la mayoría de las actividades productivas se llevaban a
cabo única o típicamente por hombres o mujeres, y no por ambos sexos de manera conjunta.
Incluso en las sociedades industrializadas, las mujeres son más propensas que los hombres a
asumir los roles domésticos de amas de casa y cuidadoras primarias de los niños, mientras que
los hombres tienen más probabilidades que las mujeres de asumir roles en la economía
remunerada y del proveedor familiar primario (Shelton & John, 1996). Aunque la mayoría de
las mujeres están empleadas en la fuerza laboral remunerada en muchas sociedades
industrializadas, los sexos tienden a concentrarse en diferentes ocupaciones, habiendo más
hombres que mujeres en la mayoría de los cargos que producen altos niveles de ingresos y
poder (por ejemplo, la Oficina de los Estados Unidos de Estadísticas del Trabajo, 2001).
Comportamiento según
diferencias sexuales y psicológicas
Figura 1. Teoría del Rol Social de las diferencias y semejanzas de acuerdo al sexo
A pesar de este patrón universal de una división del trabajo, Murdock y Provost (1973)
encontraron una considerable flexibilidad en las sociedades en lo que respecta a las tareas
específicas asignadas a hombres o mujeres; es decir, la mayoría de las tareas no fueron
realizadas únicamente por hombres o mujeres en todas las sociedades. En algunas sociedades,
los hombres realizaban tareas como sembrar y cuidar cultivos, ordeñar o preparar pieles; en
otras sociedades, las mujeres realizaban estas tareas. Sin embargo, una minoría de actividades
se asoció de manera consistente con un solo sexo en todas las sociedades. Por ejemplo, solo
los hombres fundían minerales y trabajaban metales, y las mujeres cocinaban y preparaban
alimentos de origen vegetal.
Otro patrón universal en las sociedades concierne al estatus y al poder. Aunque la
existencia de algunas sociedades igualitarias ilustra que las diferencias de sexo en estatus y
poder no ocurren en todas las sociedades, todas las jerarquías de género que existen favorecen
a los hombres (Whyte, 1978). Las jerarquías de género adoptan diferentes formas específicas
en las sociedades: en algunas, las mujeres poseen menos recursos que los hombres; en otras,
se da menos valor a la vida de las mujeres; en otras, se imponen mayores restricciones al
comportamiento conyugal y sexual de las mujeres.
Para explicar los patrones de comportamiento característicos del sexo en las sociedades
humanas, Wood y Eagly (2002) han argumentado que la división del trabajo y la jerarquía de
género con ventaja masculina se derivan de las diferencias físicas, particularmente la capacidad
de reproducción de las mujeres y el tamaño y fuerza de los hombres, en interacción con las
demandas de los sistemas socioeconómicos y las ecologías locales. Especialmente críticas para
la división del trabajo son las actividades reproductivas de las mujeres. Como éstas son las
responsables de la gestación, la lactancia y el cuidado de los bebés, desempeñan roles de
cuidado infantil en todas las sociedades. Además, estas actividades limitan la capacidad de las
mujeres para realizar otras actividades que requieren velocidad, períodos ininterrumpidos de
actividad y entrenamiento o viajes de larga distancia, lo que les implica estar fuera de casa. Por
lo tanto, las actividades reproductivas de las mujeres las llevan generalmente a evitar tareas
como cazar animales grandes, arar y conducir guerras, en favor de actividades más compatibles
con el cuidado infantil. Sin embargo, las actividades reproductivas tienen menos impacto en
los roles de las mujeres en sociedades con bajas tasas de natalidad, menos dependencia de la
lactancia para alimentar a los bebés y más atención no maternal a los niños pequeños. Estas
condiciones se han vuelto más comunes en las sociedades postindustriales que en las
sociedades que, por ejemplo, dependen de la agricultura para su subsistencia.
Otro factor determinante de los roles sociales de hombres y mujeres es el mayor
tamaño, fuerza y velocidad de los hombres en comparación con las mujeres. Debido a estas
diferencias físicas, el hombre promedio tiene más probabilidades que la mujer promedio de
poder realizar con eficiencia tareas que exigen breves ráfagas de fuerza o esfuerzos con la parte
superior del cuerpo. Las actividades de alimentación, horticultura y agricultura incluyen la caza
de animales grandes, el arado y la conducción de guerras. Sin embargo, algunos antropólogos
han cuestionado si el tamaño y la fuerza de los hombres son críticos para la división del trabajo
de las sociedades, dada la naturaleza intensiva de la fuerza de algunas de las tareas que
generalmente realizan las mujeres, que incluyen ir a buscar agua, transportar a los niños y lavar
la ropa (Mukhopadhyay & Higgins, 1988). Independientemente del impacto general del
tamaño y la fuerza de los hombres, este aspecto de las diferencias físicas tiene un efecto mucho
más débil en el desempeño de los roles en las sociedades postindustriales y otras en las que
pocos roles ocupacionales exigen estos atributos.
La pregunta de por qué algunas sociedades tienen una jerarquía de género y otras no
puede responderse considerando los atributos físicos de los sexos en conjunto con las
condiciones sociales y ecológicas (Wood & Eagly, 2002). Un principio subyacente es que los
hombres tienen más estatus y poder que las mujeres en sociedades en las que su mayor fuerza
y velocidad en la parte superior del cuerpo les permite realizar ciertas actividades físicamente
exigentes, como la guerra, que pueden liderar la toma de decisiones, la autoridad y el acceso a
recursos. Otro principio subyacente es que los hombres tienen más estatus y poder que las
mujeres en las sociedades donde las actividades reproductivas de las mujeres disminuyen su
capacidad para realizar las actividades que generan el estatus y el poder. Por lo general, esta
reducción del estatus de la mujer ocurre cuando sus responsabilidades reproductivas limitan su
participación en roles que requieren capacitación especializada intensiva, adquisición de
habilidades y desempeño de tareas fuera del hogar (por ejemplo, escriba o guerrero). Entonces
las mujeres solo tienen una participación limitada en las actividades que producen fuera del
hogar y en los recursos para ser comercializados en la economía en general. De acuerdo con
este argumento, las relaciones relativamente igualitarias entre los sexos se encuentran a
menudo en sociedades descentralizadas que carecen de tecnologías más complejas,
especialmente en economías muy simples en las que las personas subsisten mediante la
búsqueda de alimentos (Hayden, Deal, Cannon & Casey, 1986; Salzman, 1999; Sanday, 1981).
En general, tales sociedades carecen de los roles especializados que otorgan a algunos
subgrupos el poder sobre otros y, en particular, le otorgan al hombre el poder sobre las mujeres.
En contraste, en sociedades socioeconómicamente más complejas que tienen roles
especializados, el poder y el estatus de los hombres se ven reforzados por las relaciones que se
desarrollan entre los atributos físicos de las mujeres y los hombres, así como de la explotación
de los desarrollos tecnológicos y económicos (por ejemplo, el arado, pertenencia de la
propiedad privada).
En resumen, los roles sociales de tipo sexual que involucran la jerarquía de género y
una división del trabajo emergen de un conjunto de factores socioeconómicos y ecológicos que
interactúan con las diferencias físicas inherentes a la actividad reproductiva de la mujer y con
el tamaño y fuerza de los hombres (Wood & Eagly, 2002). Estas interacciones biosociales
proporcionan el conjunto de causas para establecer un "panorama general" que explica las
diferencias según el sexo en los roles en las sociedades humanas. Si bien las diferencias físicas
entre los sexos tienen consecuencias más limitadas para el desempeño de los roles en las
sociedades postindustriales, incluso estas sociedades conservan cierto grado de división del
trabajo entre hombres y mujeres, así como varios aspectos del patriarcado. Como explicamos
en el resto del capítulo, estos roles sociales de tipo sexual a su vez producen diferencias
sexuales en el comportamiento social, incluidas las preferencias de las personas por sus parejas.
Los roles de género surgen de los roles sociales típicos de los sexos porque los
individuos, como actores sociales, deducen que las acciones de las personas tienden a
corresponder con sus disposiciones internas (Eagly & Steffen, 1984). Este proceso cognitivo
constituye un principio básico de la psicología social llamado inferencia correspondiente o
sesgo de correspondencia (Gilbert, 1998). Para demostrar este principio, la investigación ha
dado cuenta que las personas no dan mucha importancia a las restricciones de los roles sociales
al inferir las disposiciones de los que juegan un determinado rol (por ejemplo, Ross, Amabile
& Steinmetz, 1977). Por lo tanto, los comportamientos comunitarios y de crianza requeridos
por los roles domésticos y de cuidado infantil de las mujeres y por muchos roles ocupacionales
dominados por mujeres, favorecen las inferencias de que las mujeres poseen rasgos comunales.
De manera similar, las actividades asertivas y orientadas a las tareas requeridas por muchas
ocupaciones dominadas por hombres producen expectativas de que los hombres son agenticos.
Dado que el mayor poder y estatus es para los roles de los hombres que para los roles
de las mujeres en las sociedades patriarcales, los roles de género también abarcan las
expectativas sobre los rasgos de dominio y sumisión (por ejemplo, Conway, Pizzamiglio y
Mount, 1996; Eagly, 1983; Wood & Karten, 1986). Las personas ocupando roles más
poderosos se comportan con un estilo más dominante que las personas en roles menos
poderosos. Por lo tanto, se cree que los hombres son más dominantes, controladores y asertivos,
y se cree que las mujeres son más subordinadas y cooperadoras, conformes con la influencia
social y menos abiertamente agresivas.
El principio del sesgo de correspondencia sugiere que los estereotipos de género pueden
desarrollarse en ausencia de cualquier diferencia real de predisposición entre los sexos. Para
probar experimentalmente esta idea, Hoffman y Hurst (1990) informaron a un conjunto de
personas que los miembros de dos grupos de profesionales, trabajadores de la ciudad y
criadoras de niños, eran similares en sus rasgos comunitarios y agenticos. No obstante, los
participantes atribuyeron con rasgos congruentes a ambos grupos ocupacionales,
específicamente, rasgos agenticos a los trabajadores de la ciudad y rasgos comunitarios a las
criadoras de niños. Estos hallazgos muestran que las instrucciones para considerar a los grupos
equivalentes en sus rasgos no fueron suficientes para superar la inferencia correspondiente de
los roles a las disposiciones subyacentes.
En resumen, las creencias acerca de los atributos reales e ideales de los sexos surgen
porque las personas asumen la correspondencia entre los atributos personales de cada sexo y
los comportamientos típicos de su rol en una sociedad. Aunque estas creencias surgen en gran
parte de las observaciones de los individuos sobre los comportamientos, su comunicación
contribuye a su carácter consensual. Estas creencias estereotipadas tienen sus raíces en (1) la
división del trabajo, en el desempeño de los roles familiares y ocupacionales de los sexos, y
(2) la jerarquía de género por la cual los hombres son más propensos que las mujeres a ocupar
los roles de mayor poder y estatus. A través de una variedad de mecanismos proximales que se
analizan en la siguiente sección, las expectativas resultantes del rol de género influyen en el
comportamiento en muchos dominios, incluidas las preferencias de pareja.
Un análisis intercultural
Para complementar la evidencia de que las preferencias de pareja varían entre culturas
de acuerdo a los roles de hombres y mujeres, Johannesen-Schmidt (2003) llevó a cabo un
experimento de juego de roles para explorar la relación entre los roles matrimoniales
específicos y las preferencias de pareja. En esta investigación, los estudiantes participantes de
una universidad de los EE. UU. imaginaron que tenían el papel principal como proveedores de
sus hogares o de ama de casa e informaron sobre sus preferencias de pareja. Las personas
asignadas a la función de sostén de la familia colocaron mayor énfasis en encontrar una pareja
más joven con buenas habilidades domésticas que aquellos participantes asignados a la función
doméstica; los individuos asignados al rol doméstico pusieron mayor énfasis en encontrar un
compañero mayor con buenas habilidades de proveedor que los individuos asignados al rol de
sostén de la familia. Estos hallazgos sugieren que las personas buscan parejas con atributos que
complementan su papel marital.
Tabla1. Correlaciones de la diferencia de edad media preferida entre el propio y el cónyuge con los índices de
igualdad de género de las Naciones Unidas según Buss et al. (1990) en 37 culturas.
Criterio de clasificación Criterios observados
Criterios de selección de Empoderamiento Indice de Empoderamiento Indice de
pareja de género desarrollo de de género desarrollo de
(n = 33) género (n = 35) género
(n = 34) (n = 36)
Buena capacidad de
ingresos (perspectiva
financiera)
Diferencias por sexo –.43* –.33† –.29† –.23
Mujeres –.29 –.18 –.49** –.42**
Hombres .24 .27 –.40* –.36*
Buenas amas de casa
(y cocineras)
Diferencias por sexo –.62*** –.54** –.61*** –.54**
Mujeres .04 –.01 .11 –.07
Hombres –.46** –.42* –.60*** –.61***
***. p < .001; **. p < .01; *. p < .05; †. p < .10.
Tabla. 2. Correlaciones de la diferencia de edad media preferida entre el propio y el cónyuge con los índices de
igualdad de género de las Naciones Unidas según Buss et al. (1990) en 37 culturas.
Empoderamiento Indice de desarrollo
de género de género
(n = 35) (n = 36)
Diferencias según sexo –.73*** –.70***
Mujeres –.64*** –.57***
Hombres .70*** .70***
***. p < .001.
Pruebas de diferencias individuales dentro de la sociedad
Otra forma de evaluar las predicciones sobre el rol social es examinar dentro de una
sociedad las preferencias de pareja de personas que difieren en cuanto a su aprobación personal
sobre la división tradicional del trabajo entre hombres y mujeres. Al ilustrar este enfoque,
Johannesen-Schmidt y Eagly (2002) exploraron si las diferencias individuales en la ideología
de género están asociadas con las preferencias de selección de pareja. Debido a que el cambio
hacia las disposiciones de género no tradicionales ha tomado principalmente la forma de
mujeres que ingresan a la fuerza de trabajo remunerada, en lugar de hombres que realizan una
mayor proporción del trabajo doméstico (Bianchi, Milkie, Sayer y Robinson, 2000), lo crucial
son las actitudes hacia el cambio en los roles de las mujeres. Las personas que aprueban los
roles tradicionales para las mujeres o desaprueban los roles no tradicionales para las mujeres
deben ser especialmente propensas a tomar decisiones de pareja tradicionalmente diferenciadas
según el sexo.
El Inventario de Sexismo Ambivalente (ASI por sus siglas en inglés) de Glick y Fiske
(1996) proporciona medidas apropiadas de las diferencias individuales para probar estas
predicciones, debido a que evalúa el respaldo al rol femenino tradicional. El ASI incluye
escalas de (1) sexismo benevolente, definido como aprobación del papel de las mujeres en los
roles tradicionales; y (2) sexismo hostil, definido como la desaprobación del papel de las
mujeres en roles no tradicionales. A pesar del sexismo generalmente mayor de los hombres
(Glick y Fiske, 1996), estas medidas deben relacionarse con las preferencias de pareja de ambos
sexos. En la medida en que los hombres o las mujeres favorecen el papel tradicional femenino
manifestando un sexismo benevolente u hostil, deberían mostrar preferencias más fuertes hacia
una pareja que apoye esta división del trabajo.
Para probar estas predicciones en una muestra de estudiantes universitarios,
Johannesen-Schmidt y Eagly (2002) correlacionaron el respaldo de los participantes a los roles
femeninos tradicionales en el ASI y las características que preferían en un cónyuge. En general,
las personas con expectativas tradicionales sobre las mujeres también tenían preferencias de
tipo sexual que aumentaban la división clásica del trabajo entre esposos y esposas. Por ejemplo,
para las preferencias de edad, los hombres que apoyan el rol tradicional femenino prefirieron
una pareja más joven, mientras que para las mujeres que apoyaban el rol femenino tradicional,
mayor era la edad de preferencia en el cónyuge (aunque era significativo solo para la medida
del sexismo benevolente). En resumen, los tres estudios que presentamos proporcionan una
fuerte evidencia convergente de que las preferencias de parejas, como muchos otros atributos
y comportamientos sociales, están asociados con los roles sociales de hombres y mujeres.
La teoría del rol social no es la única teoría de las diferencias según el sexo en la
selección de pareja. En particular, los psicólogos evolutivos han sostenido que estas diferencias
reflejan los problemas adaptativos únicos que experimentaron los hombres y las mujeres a
medida que evolucionaron (por ejemplo, Buss, 1989; Kenrick, Trost & Sundie, 2002). Así, los
sexos desarrollaron diferentes estrategias para asegurar su supervivencia y para maximizar el
éxito reproductivo. Buss et al. (1990) interpretaron los resultados del estudio de 37 culturas
como evidencia de que las diferencias de sexo en las características de pareja preferidas son
universales y, por lo tanto, reflejan tendencias evolutivas que son generales para la especie
humana. Sin embargo, la variación sistemática intercultural en la magnitud de las diferencias
de sexo plantea preguntas sobre esta interpretación (Eagly y Wood, 1999; Kasser y Sharma,
1999).
Aunque los psicólogos evolutivos, en principio, reconocen la posibilidad de una
variación cultural, han afirmado que las preferencias de pareja no están relacionadas con los
recursos económicos de los individuos y otros factores vinculados con el rol dentro de una
sociedad determinada (por ejemplo, Kenrick y Keefe, 1992; Townsend, 1989). Por ejemplo,
en un estudio bien conocido, Wiederman y Allgeier (1992) encontraron que las mujeres en
nuestra sociedad que tenían un ingreso alto aún valoraban los recursos financieros de sus
parejas. Este hallazgo proporciona una prueba deficiente de las variables del rol porque el logro
de una ocupación bien remunerada no neutraliza el impacto de las expectativas más amplias
del rol de género. De acuerdo con estas normas más amplias, la mayoría de las mujeres se
consideran a sí mismas como asalariadas secundarias (Ferree, 1991) y anhelan ser parcialmente
dependientes de los ingresos de su esposo durante una parte de su vida (por ejemplo, mientras
crían una familia; Herzog, Bachman y Johnston, 1983). Además, es probable que las mujeres
que tienen un ingreso más alto seleccionen parejas de su propio grupo socioeconómico de nivel
superior (por ejemplo, Kalmijn, 1994; Mare, 1991). En general, las pruebas de las predicciones
de la teoría de los roles sociales deben evaluar las influencias de las necesidades de roles
específicos (por ejemplo, roles conyugales reales o deseados) y expectativas de roles más
difusas (por ejemplo, roles de género y expectativas basadas en la clase social y la educación).
Cambios en los roles de género y las diferencias de sexo a lo largo del tiempo
La idea de que los roles de género están arraigados en la división del trabajo y la
jerarquía de género implica que cuando estas características de la estructura social cambian,
las expectativas sobre hombres y mujeres cambian en consecuencia. De hecho, el empleo de
mujeres ha aumentado rápidamente en los Estados Unidos y en muchas otras naciones en las
últimas décadas. Este cambio en la estructura ocupacional puede reflejar disminuciones en la
tasa de natalidad y una mayor compatibilidad del empleo y los roles familiares, junto con la
creciente escasez de ocupaciones que favorecen la fuerza masculina. El aumento de su acceso
a la educación las ha cualificado para puestos de trabajo con más estatus e ingresos que los
empleos que solían tener en el pasado. Si bien la tendencia de los hombres a aumentar su
responsabilidad en el cuidado de los niños y otras tareas domésticas es bastante modesta
(Bianchi et al., 2000), estos cambios en la división del trabajo han dado lugar a una menor
aceptación de los roles de género tradicionales y una redefinición de los patrones de
comportamiento más apropiados para mujeres y hombres.
Debido a que los roles de las mujeres han cambiado para parecerse más a los de los
hombres, debe ocurrir cierta convergencia en el comportamiento de hombres y mujeres, y
tomar la forma de cambios en cuanto atributos de las mujeres en las esferas y dominios
masculinos. De acuerdo con esta idea, los análisis de las diferencias según el sexo en las últimas
décadas muestran cierta convergencia de los atributos de mujeres y hombres en dominios
tradicionalmente masculinos, como la toma de riesgos y la asertividad (véase la revisión de
Eagly & Diekman, en prensa). Es probable que estos cambios reflejen la participación creciente
de las mujeres en la fuerza laboral y la disminución de la concentración en el cuidado infantil
y otras actividades domésticas.
Estos cambios en los roles de las mujeres también han afectado las preferencias de
pareja de ambos sexos (Buss, Shackelford, Kirkpatrick, y Larsen, 2001). Específicamente, en
los Estados Unidos, desde 1939 hasta 1996, la preferencia de los hombres por una buena ama
de casa y cocinera disminuyó, y su preferencia por parejas con buenas perspectivas financieras
y un nivel similar de educación aumentó. A su vez, la preferencia de las mujeres por una pareja
con ambición, diligencia y laboriosidad disminuyó. Estos cambios de tipo sexual reflejan
revisiones sociales de los roles conyugales a medida que las esposas comparten más
responsabilidades con sus esposos.
La evidencia científica no solo sugiere cierta convergencia de los sexos, sino que
también las personas creen que los hombres y las mujeres son cada vez más similares. Por lo
tanto, los analistas sociales tienden a creer que las mujeres y los hombres han convergido en
sus características de personalidad, cognitivas y físicas durante los últimos 50 años y
continuarán convergiendo durante los próximos 50 años (Diekman y Eagly, 2000). Esta
convergencia percibida se produce porque las mujeres poseen cada vez más cualidades
típicamente asociadas con los hombres. Los actores sociales funcionan como teóricos del rol
implícito al asumir que, dado que los roles de las mujeres y los hombres se han vuelto más
similares, sus atributos se han vuelto más similares. Esta desaparición de muchas diferencias
según el sexo con el aumento de la igualdad de género es una predicción de la teoría del rol
social que se probará de manera más adecuada en la medida en que las sociedades produzcan
condiciones de igualdad entre mujeres y hombres.
CONCLUSIONES
Este capítulo ha resumido los supuestos básicos de la teoría del rol social de las
diferencias y similitudes sexuales. Las pruebas del modelo con preferencias para parejas a largo
plazo revelaron que, como se anticipó, las diferencias según el sexo dependen de las diferencias
de roles. Específicamente, las mujeres tienden a preferir a una pareja mayor con recursos y los
hombres tienden a preferir una pareja más joven con habilidades domésticas, en la medida en
que tienen o respaldan los roles tradicionales. Además, hemos argumentado que estas (y otras)
relaciones entre los roles sociales y el comportamiento están mediadas por causas proximales,
incluida la confirmación de las expectativas de género de los demás, la autorregulación y las
influencias hormonales. A nivel social, la concentración de mujeres y hombres en diferentes
roles es una característica consistente de las sociedades humanas porque los sexos cooperan en
una división del trabajo. Además, en muchas sociedades, los roles de hombres y mujeres
manifiestan relaciones patriarcales por las cuales los hombres tienen más poder y autoridad
que las mujeres. El patriarcado y la división del trabajo, a su vez, surgen porque las actividades
reproductivas de las mujeres y el tamaño y la fuerza de los hombres facilitan el desempeño de
ciertas actividades. En contextos socioeconómicamente más complejos, las actividades
compatibles con los deberes de cuidado infantil de las mujeres tienden a no otorgar niveles
especialmente altos de estatus o poder. Sin embargo, en las sociedades postindustriales, con
sus bajas tasas de natalidad, las mujeres han aumentado considerablemente su acceso a roles
que producen niveles más altos de poder y autoridad.
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