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CRISTOLOGÍA SISTEMÁTICA

CS. 7

PANORAMA DE LA CRISTOLOGÍA CONTEMPORÁNEA.

Fuente: ELOY BUENO: LOS ROSTROS DE CRISTO. BAC, MADRID 1997.


Resumen de Sergio César Espinosa G., mg

3. LA IMPORTANCIA DE LOS CONTEXTOS

Otro aspecto que ha cobrado mucha importancia para la Cristología actual es el de los contextos.
Se suele pensar primero en los contextos geográficos (o étnicos), pero también hay que ver el
contexto de género o el del pluralismo religioso.

3.1. JESÚS DESDE LA DIVERSIDAD DE CONTEXTOS (c. V)


Una de las características de la reflexión teológica actual es la importancia del contexto, sea
geográfico, religioso o sexual. Eloy Bueno presenta cinco ejemplos, tres por continentes (Jon
Sobrino, Alois Pieris y teología africana), uno feminista (Julie M. Hopkins) y uno interreligioso
(Raimond Pannikkar). Doy sólo una idea de cada uno en esta apretada síntesis.

Sobrino, nos dice que en AL el contexto es el misterio de iniquidad que esclaviza y oprime a un
pueblo crucificado que sueña con la esperanza de la liberación. Las cruces en que siguen clavados
Cristo y los pobres no sólo dan que pensar, sino que obligan a pensar de otro modo para conseguir
que los ídolos de la muerte no exijan víctimas tan débiles e inocentes.
La cristología ha de poner a Cristo en relación con las necesidades primarias de los pobres para
abrir caminos de liberación, de esperanza y resurrección. Por eso su lugar originario no son los
textos sino las realidades históricas concretas y determinadas. Y su fin no puede ser una fe teórica,
sino el seguimiento concreto en la praxis y en el compromiso. Por eso coloca en el centro al Jesús
de la historia, para descubrir su modo de comportamiento. Lo que hay que buscar en este
conocimiento histórico son los criterios de seguimiento. Esa práctica con espíritu tiene un
contenido: la liberación. El punto de partida ha de ser el RD, y Dios no puede ser considerado al
margen de su Reino. Es un Dios-para, un Dios-en, nunca un Dios-en-sí. Por seguir la vía del
destinatario el RD es una buena noticia, ya que es parcial. Sería una universalidad abstracta decir
que el Reino tiene como destinatario a todos los hombres. Que los pobres estén en la mesa es el
gran gozo de Dios. De ahí el primado que hay que otorgar a la liberación de los pobres. Jesús se
sitúa en la tradición profética, más que en la mesiánica. Su objetivo no es la lucha contra el
ateísmo sino contra los ídolos que no son magnitudes religiosas, sino profanas, realidades
históricas que producen víctimas. El ídolo prototípico es la riqueza.
Jesús no tranquilizó conciencias. La polémica y la incomprensión fueron el clima de su vida. En la
cruz Jesús siente su fracaso: el antirreino parece triunfar. Ese Dios crucificado afirma que no hay
amor sin solidaridad y sufrimiento. La vida entera de JC liberador no habla tanto de teología
cuanto de teopraxis. En el seguimiento se aprende que Dios se nos acercó en Jesús cuya realidad
última está “del lado” de Dios, es su Hijo.

Según Pieris, pobreza y religiosidad caracterizan a los asiáticos y definen también la figura de
Jesús.

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La religión está marcada por un impulso revolucionario, por el ansia de crear una humanidad
nueva, el deseo irresistible de humanizar lo meramente hominizado.
La pobreza en Asia no debe ser comprendida como una categoría puramente económica. Habla de
la codicia y avaricia de algunos que les impide ser libres. Hay pobreza forzada, esclavizante, y
voluntaria, liberadora. Jesús conjugó perfectamente este modo asiático de entender la
religiosidad y la pobreza.
Su autoridad no reclamaba nada desde fuera y no usaba el poder. Comunicaba libertad porque
procedía de la libertad, de la libertad de la pobreza voluntaria. Entre los modestos pero
arrepentidos pecadores y entre los “pobres religiosos” de su país Jesús descubrió su auténtico ser
y su propia conciencia. Pero avanzó hasta el abismo insondable en el que religión y pobreza
encuentran su origen común: Dios, enemigo declarado de Mammón. Su misión era una misión de
los pobres y para los pobres, y también realizada por los pobres. En su lucha contra Mammón tuvo
que ir superando la crisis de constatar que su misión no iba a tener un triunfo inmediato.
Así se perfila el rostro asiático de Cristo: el que brota de la corriente en la que la religiosidad de los
pobres de Asia y la pobreza se encuentran para formar la comunidad ideal en la que se comparte
plenamente.

Mencionamos sólo dos categorías de la cristología africana: El jefe y el antepasado.


El jefe es imprescindible para la articulación y la convivencia social. Jesús exhibe las cualidades que
un africano espera del jefe: Defiende y protege, es un hombre valeroso, un hombre para los otros;
es fuerte, pero no recurre a la violencia, ve, va y guía más allá; es sabio, sincero y transparente; es
generoso, disponible, genera reconciliación y busca la prosperidad de su pueblo.
La otra categoría es la de primer antepasado. ¿Quién es un verdadero antepasado? Sólo quien ha
muerto puede obtener un estatuto sobrehumano que confiere poderes sagrados. Pero
previamente debe haber conducido una vida virtuosa, cumplido las leyes, creado comunión y
reconciliación entre los suyos, servido a la transmisión de la vida que han recibido…
También si se le ve como el primogénito, el hermano mayor. Es el primero y el fundamento de la
familia entera, garantiza el respeto a todos, es intermediario en la herencia común, se hace
responsable de las faltas de sus hermanos y de los efectos negativos de sus errores.
Esta analogía ofrece más y mejores posibilidades para comprender la identidad y misión de Jesús.

El feminismo es uno de los contextos más significativos para la actual reflexión teológica. La
teología feminista en este sentido se entiende como una forma de teología de la liberación. Para
Julie M. Hopkins la cristología constituye el punto neurálgico de la problemática: Jesús es un
varón. Un salvador masculino no puede ayudar a las mujeres. Si Dios es varón, el varón es Dios, así
se sacraliza el patriarcalismo, el sometimiento de las mujeres. Por ello para los teólogas feministas
más radicales la cristología es irredimible.
El Jesús histórico, no el Cristo de la fe ni el de la devoción, debe ser reapropiado por las mujeres. El
valor del Jesús histórico no radica en la defensa de las mujeres frente al judaísmo patriarcal, pues
tal vez no fuera tan avanzado a ese nivel. El acento debe estar en la dimensión apocalíptica y
escatológica del mensaje que anuncia la llegada inminente del RD y que muestra con signos el
inicio de una nueva época.
La redención de Cristo debe ser entendida con términos relacionales: Jesús muestra cómo el amor
por el prójimo y la lucha por la liberación de los oprimidos expresa un amor que transforma las
relaciones humanas. En el martirio del profeta Jesús sus discípulos descubrieron que Dios sufría en
y por la humanidad, que su amor es tan profundo que se ha mostrado vulnerable. Jesús había
subrayado la presencia compasiva de Dios entre los enfermos y miserables, dejaba ver que Dios
sufre. No necesita intermediarios para comprender el placer y el dolor, pues siente directamente

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lo que todos los seres vivientes sienten. Ese es el sentido de la redención y reconciliación de la cruz
de Cristo.
Eso genera perspectivas liberadoras, aperturas nuevas de vida cuando se ve desde la resurrección.
Los discípulos testificaron que Jesús vive, y eso suscita energías espirituales para sumergirse en la
realidad y transformarla a pesar de todas las dificultades.
María Magdalena, reabre la esperanza a pesar de todas las frustraciones. La fe en la resurrección
es un modo particular de mirar el mundo, de celebrar la vida, de transformar la persona en sus
relaciones con la realidad, de proclamar el poder de redención de las profecías mesiánicas, de
mantener la tensión creadora y renovadora de la existencia humana frente a la muerte y a favor
de la vida.
La divinización de Cristo es una doctrina idólatra y sexista, expresión del orgullo masculino. La
misma encarnación designa una experiencia de Dios encarnado en la realidad, no habla de la
singularidad de la persona de Jesús. Se encarna lo crístico, no Cristo.
Las mujeres realizan su divinización en el cultivo de su autoconciencia, en el trabajo y en la vida
cotidiana, en el coraje por seguir el sendero difícil y estrecho de sus reivindicaciones, en el coraje
que se alimenta de la comunión con Cristo-Sabiduría.

La pluralidad de religiones y la necesidad del encuentro y diálogo entre ellas constituyen otro de
los contextos principales para la teología actual, como lo atestigua Pannikkar, español de origen
bicultural, quien ofrece una cristología global u holística: una cristofanía que no vive de comentar
textos inspirados o de repetir dogmas definidos, sino que consiste en la descripción de una
realidad que manifiesta y expresa a Dios y que puede ser llamada Cristo por los cristianos (pero
puede recibir otros nombres en otras religiones).
Hay que universalizar el principio de la encarnación: Dios se manifiesta y encarna en todo y puede
por ello recibir muchos nombres, cada uno de ellos no sólo habla de Dios, sino que es un aspecto
de Dios. Esto supone una concepción abierta de Dios y de la realidad, llamada cosmoteandrismo.
Esa visión de la realidad necesita un centro, un punto de unidad, un símbolo del dinamismo no
dualista entre Dios y mundo (y hombre): eso es Cristo, el símbolo de la visión cosmoteándrica, el
icono de toda la realidad porque indica qué significa manifestar a Dios, es alfa y omega porque
envuelve y abraza todo.
Este Cristo, precisamente por ser universal, no puede identificarse sin más con Jesús de Nazaret.
Lo crístico no se reduce a lo cristiano. Cristo supera infinitamente a Jesús de Nazaret. Se puede
afirmar “Jesús es Cristo”, pero no sería válida la afirmación inversa: “Cristo es Jesús”. Jesús apunta
más allá de sí mismo, hacia Cristo.
Con esta cristofanía no se ignora el papel histórico y único de Jesús.
Cristo no es un muro de separación, sino un símbolo de unidad, amistad y amor. Jesús tampoco
separa de los otros (porque es encarnación de Cristo), sino que empuja y orienta hacia los otros, a
la solidaridad, a la compasión, a la identificación con los sufrientes. Un signo de contradicción, no
porque separe de los otros, sino porque contradice la hipocresía y el egoísmo y así nos hace
vulnerables.

4. LA REPERCUSIÓN PERSONAL Y SOCIAL

Además de los acercamientos antes vistos, también se ha estudiado la repercusión que Jesucristo
tiene para el teólogo que investiga, sea mirándose como individuo o como parte de la comunidad
humana.

4.1. DESDE LA SUBJETIVIDAD HUMANA (c. III)

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La teología actual considera los contenidos de la revelación cristiana en y desde su referencia al
hombre. Se quiere mostrar que el misterio cristiano tiene una profunda significación para el ser
humano. Cristo aparece como la plena realización de lo que el hombre es o está llamado a ser, o
como el medio a través del cual el hombre se comprende mejor a sí mismo o adquiere el sentido
auténtico de su existencia.
No nos alejamos de la historia, pero el interés está más en la historicidad humana que en los
hechos. En esa aspiración y tensión, expuesta al fracaso y a la frustración, es donde Jesús aporta
una orientación y un significado y donde ha de ser proclamado “salvador”.
Eloy Bueno incluye bajo esta perspectiva a Rudolf Bultmann, Karl Rahner y Hans Küng.

Según Bultmann, todo hace suponer que Jesús apareció como un profeta escatológico en mayor
medida de lo que los evangelios nos presentan. Otra cuestión es el valor o el significado que se le
dé. El proceso de transmisión ha alterado mucho los hechos y por eso nada podemos saber con
certeza de la vida y de la personalidad de Jesús. Pero lo decisivo es el encuentro con Jesús. A
través de su palabra Él nos interpela en nuestra situación histórica. Lo demás es irrelevante. Dicho
encuentro no es controlable por el hombre.
El mensaje de Jesús está sostenido por una certeza: El RD llega en este instante. Esta es la última
hora, la de la decisión. Su palabra es también última y decisiva. Cuando el hombre pretende
afirmarse por sí aparece como pecador ante Dios y éste se le muestra lejano; cuando se somete en
obediencia radical a la voluntad divina, éste se le revela cercano, como gracia y perdón.
Jesús no fue el primer cristiano sino un profeta escatológico. Lo decisivo no es lo que hizo, sino lo
que Dios hizo y sigue haciendo en Él. Y eso se realiza en el kerigma: Jesús ha sido resucitado por
Dios y ha sido constituido como Cristo.
Jesús sigue teniendo un valor y un significado para mí ahora (resurrección). En él Dios entrega al
hombre la salvación definitiva. El Jesús histórico prometió la salvación, el Cristo resucitado y
anunciado en el kerigma la hace presente aquí y ahora para mí. Por eso la continuidad entre
ambos resulta irrelevante.
La fe tiene como fin la comprensión de la propia existencia. La palabra que interpela hace captar
el perdón que Dios ofrece y las posibilidades de vida abiertas en la muerte y resurrección de Jesús.
Jesús es el Hijo de Dios porque me ayuda (pero no es válida la expresión: me ayuda porque es Hijo
de Dios).

Rahner es considerado como quien ha desarrollado el giro antropológico de la teología de modo


más radical y consciente. Su objetivo es mostrar que lo que el cristianismo anuncia responde a lo
que el hombre está esperando porque concuerda con su estructura constitutiva. En eso basa su
“método trascendental”.
El hombre se está proyectando siempre más allá, hacia el misterio inabarcable. Se atreve a esperar
que ese misterio sea la consumación de sus aspiraciones más genuinas; y eso sólo es posible si la
auto-comunicación de Dios se produce de modo efectivo y real en la historia bajo la figura de un
individuo concreto. Ese es el que puede ser denominado portador o mediador absoluto de la
salvación. Porque en él el encuentro de Dios se afirmaría como un acontecimiento definitivo,
insuperable e irreversible (es decir, escatológico); ese portador de salvación es Jesús de Nazaret.
Desde su ministerio público se consideró como el mediador salvífico absoluto. No se tuvo por un
profeta, sino por el profeta escatológico; se mantiene unido al Padre en fidelidad y confianza
incondicionadas a través de las vicisitudes de su vida que le llevan a la muerte. Jesús es la
expresión de la entrega invencible de Dios a favor de los hombres. Esa entrega se muestra
victoriosa en la resurrección. En Jesús la voluntad salvífica de Dios alcanza su máxima capacidad de
expresión.

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La cima escatológica de la auto-comunicación histórica de Dios se llama Jesucristo. En este sentido
el dogma cristiano afirma con osadía que Jesús “es Dios”, “el Hijo eterno del Padre” y que su
realidad humana no puede ser expresada más que desde Dios. Y en sentido inverso se dice que los
rasgos y características de Dios no se pueden expresar más que a partir de este hombre concreto,
Jesús de Nazaret.
Este Jesús viene también de modo anónimo, pero real, al hombre en búsqueda a través de tres
interpelaciones: a través del amor al prójimo, en la disponibilidad para la muerte y en la esperanza
en un futuro unificador.

Küng pretende ser fiel al Jesús de la historia y al hombre contemporáneo. Quiere restaurar el perfil
originario de Jesús. La fe se refiere a una persona concreta, humana, histórica. Para el creyente no
es irrelevante que Jesús sea un personaje de leyenda o una figura histórica.
El objetivo de Jesús era la realización del RD en el mundo y la humanización del hombre. La causa
de Dios no es el culto sino el bien del hombre. Jesús es el abogado de la causa de Dios y del
hombre. La relación de Jesús con Dios se puede expresar en estos términos: representante,
sustituto, lugarteniente, plenipotenciario. Pero no como quien recibe un encargo exterior y
jurídico, sino profundo y existencial: como embajador personal, amigo íntimo de Dios, que
confronta al hombre con la realidad última que lo empuja a la decisión respecto al sentido de la
propia existencia.
La cruz invita a confiar en que hay sentido hasta en un sufrimiento que aparece absurdo y a
mantenerse en esa confianza hasta el final. Jesús resucitado ha sido plenamente legitimado por
Dios.
Se puede hablar de la preexistencia de Jesús y se le puede confesar como Hijo de Dios desde la
eternidad, pero son conceptos especulativos.
Reconocida la humanidad de Dios, ahora es posible reconocerlo como Dios verdadero: porque en
Jesús se acercó a los creyentes el mismo Dios, el Dios amigo del hombre.

4.2. LA NECESIDAD DE LA FE

Para algunos autores, hay un punto no negociable: si se quiere hacer de veras Cristología, la fe es
indispensable. En el panorama anterior nos queda claro que algunos de los acercamientos pueden
ser muy ricos, pero no implican necesariamente una respuesta dese la fe. Se puede llegar a
conocer y comprender mejor a Jesús, peor a veces no se llega a aceptarlo como Mesías, como
Salvador e Hijo de Dios. De ahí el énfasis que se pone en la necesidad de la fe para el quehacer del
teólogo.

DESDE LA CONFESIÓN DE FE (c. VIII)


En el último capítulo de su libro, E. Bueno nos presenta una tendencia más de la Cristología
contemporánea: la de aquellos autores que asumen como punto de partida la confesión de fe y su
expresión en fórmulas dogmáticas. No descuidan la historia, pero ven a Jesús como alguien que
sigue vivo en el hoy del creyente y de la Iglesia y continúa ejerciendo su influjo salvífico.

Muchos de los autores estudiados en capítulos anteriores podrían también entrar en éste, pero
Bueno nos propone aquí a Louis Bouyer, Hans Urs von Balthasar, Olegario González de Cardedal
y Walter Kasper. Hay muchas diferencias entre estos autores, pero en todos se da una
importancia más que común al misterio divino que se nos ha manifestado en Jesús de Nazaret.

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Bouyer hace una cristología doxológica y eucarística: la alabanza y la acción de gracias acompañan
su lectura e investigación de los textos bíblicos. La historia que nos presenta la Biblia encuentra su
sentido y coherencia más amplia y profunda en la eternidad de Dios, quien penetra el tiempo para
desplegar ahí su proyecto de salvación. Jesús anuncia el Reino y su inminente venida, lo hace con
una singular autoridad y muestra una misericordia excepcional con los pecadores. En su actuar
Jesús, palabra de Dios, nos deja entrever algo de su autoconciencia. En cuanto Verbo eterno,
asumió nuestra humanidad, de tal modo que nos engloba a todos. En Él comprendemos la historia
de salvación en su relación con la vida intradivina y en la unidad de lo divino y lo humano en Jesús
encontramos lo real de nuestra reconciliación con el Padre.

Von Balthasar tiene una obra teológica inmensa y en toda ella muestra un carácter cristocéntrico.
Para él Cristo es ante todo el Hijo enviado al mundo hasta el abandono de la cruz. La identidad de
Jesús sólo se descubre desde la vida trinitaria; aparece en el mundo como expresión de la gloria de
Dios; su presencia entre nosotros obedece a una misión que ha de desempeñar en la contingencia
de nuestra historia y esta misión lo conduce a la cruz, donde experimenta el abandono del Padre y
la solidaridad con los pecadores hasta el extremo del sufrimiento.

La figura de Jesucristo en el resplandor de su belleza (concepto clave en Balthasar) es la


irradiación de la gloria de Dios. Jesús no manifiesta una forma de la revelación de Dios, sino que él
mismo es la revelación, es una teofanía que llega hasta la encarnación, es decir, es revelación en
cuanto hombre. La gloria y la belleza se convierten en drama (la teodramática) porque el Dios que
se revela y el Hijo enviado se convierten en protagonistas del drama humano. La humanidad
contrapone sus proyectos al proyecto de la misión del Hijo y por eso se inicia un drama teológico.
Es en la cruz donde Dios se revela más plenamente, ya no desde arriba y afuera, sino en la
humillación misma de su Hijo que experimenta no sólo el rechazo del mundo sino también el
abandono del Padre. Sin embargo hay lugar para la esperanza, porque desde la cruz Cristo atrae a
todos hacia sí y el Padre no ve ya nada en Él que pueda caer bajo la condena del juicio. El don del
Padre se manifiesta en su totalidad en el don de su Hijo y en la comunicación del Espíritu. La
resurrección confirma ese paso del juicio a la salvación universal.

González de Cardedal nos presenta a Jesús como lugar de encuentro entre el hombre y Dios. A
Cristo no hay que buscarlo “desde arriba” ni “desde abajo”, sino “desde dentro”, desde el
encuentro decisivo con Él, como manifestación indefinible de Dios. Para precisar la identidad de
Jesús debe tenerse en cuenta su preexistencia, su encarnación y su divinidad. Su singularidad
consiste en su carácter divino, no en su bondad o en su doctrina. Él es testigo, fundamento y
objeto de la fe.

Para Kasper la confesión: “Jesús es el Cristo” es el resumen de la fe cristiana. Jesús une su persona
y su “causa”, de modo que en su venida está llegando el Reino de Dios. Su existencia más íntima es
a favor de los otros y se convierte en salvador del mundo porque en y por Él el amor de Dios se
encuentra irrevocablemente volcado hacia toda la humanidad. Él es el auténtico mediador porque
nos ofrece participar de su vida divina a través de su Espíritu.

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