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Cuando Dios realizó la creación, la basó en seres divinales, unos con energía activa a la que
describimos como masculina y otros con energía pasiva a la que describimos como
femenina que se complementan perfectamente.
Uno de esos seres divinales de característica pasiva decidió venir a la tierra a cumplir una
misión terrena: servir a la humanidad, ligada a una divina: encarnar el Árbol de la Vida o
Árbol Sefirótico e incrementar su divinidad, al recorrerlo en su camino hacia el Ser “en el
cielo”, como ya lo hubiera hecho su energía complemento o hermano gemelo Enoch, y
encarnó en un hombre llamado Elías en la ciudad de Tishbá, en la región de Galaad, al
oriente del río Jordán, en el siglo IX A.C.
Los judíos del tiempo histórico de Jesús de Nazareth esperaban que Él fuera Elías
reencarnado, pero el mismo Jesús indicó que Juan el Bautista era Elías, así que Sandalfón
envió su bodhisattva, esta vez en el cuerpo físico de Juan quien perdió la cabeza por
petición de la hija de la esposa del rey Herodes, una consecuencia lógica de “la deuda” por
el degollamiento de 450 sacerdotes de Baal ordenado por Elías, el bodhisattva de
Sandalfón nueve siglos antes.
Así, en el transitar por la escalera que lleva a Dios, encontramos en el nivel más bajo del
Árbol Sefirótico o Árbol de la Vida, en el plano físico, en Malchuth, al arcángel Sandalfón
con su energía pasiva -que recibe-, representa el reino de las formas (lo acabado), y es la
base del árbol que recibe y soporta todo lo que existe arriba de él, y en el nivel más alto
del Árbol Sefirótico, en el plano del Ser, en Kether, a su hermano gemelo al arcángel
Metatrón con su energía activa -que da-, representa la esencia más primordial de la
divinidad, la corona suprema, la realización, nuestro principio y fin,… nuestro objetivo, en
perfecto complemento desde el inicio del camino hacia la divinidad con Sandalfón hasta el
final del mismo con Metatrón.
Leonardo Pulido M.