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Esther García Uriburu, Jueza. Titular del Juzgado de


Instrucción No. 12

Presionó sus sienes y cerró los ojos. El ascensor llegaba al


cuarto piso y el ruido de las puertas abriéndose la obligaba a
abrirlos. Salió a paso acompasado como cada mañana, saludando a
los funcionarios con un gesto a un costado y al otro. Un "buen día"
rutinario para comenzar la semana, borrando el fin de semana
familiar también rutinario. Mara ya estaba en el cole. ¿Óscar, su
marido?, “quí lo sa” – se cruzaba por su mente.

El saludo de Adela, musical y alegre como cada mañana, le


ponía un rictus de sonrisa en el rostro; era su más confiable
funcionaria, a quien había aprendido a querer como amiga en los
tres años que llevaba en el Juzgado.

– ¿Alguna novedad? – el pedido de informes mientras


caminaban por el largo pasillo adonde daban todas las oficinas.

– Hoy, en Barajas, un cargamento de cocaína de máxima


pureza, veinte kilos, recayó en este juzgado. Intervino la policía
nacional, está a cargo el comisario inspector Pérez.

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– Vale. – llegaban a la puerta de su despacho – ¿Sabes si está
trabajando en el caso la inspectora Ramos?

– Ni idea, por ahora no se ha comunicado con el juzgado. ¿Un


cafecito señoría?

– Gracias. – sonreía – Preferiría una manzanilla, hoy mi


estómago no está muy bien.

– Manzanilla entonces. Sandemetrio se ha retrasado, me pidió


que te avisara que está siguiendo el caso con su tablet. – le
entregaba la carpeta.

– Ah. Alguna vez me vais a tener que explicar eso de


coordinar y trabajar mientras camináis por la calle. ¿Su perra sigue
con problemas? – la mano en el pomo de la puerta.

– Sí, pero no es por enfermedad esta vez. – meneaba la


cabeza y suspiraba – Manolito se le escapó cuando lo sacó a su
paseo matutino y lo persiguió dos calles hasta alcanzarlo. El perro
estaba parado frente al escaparate de la panadería, con la lengua
afuera, babeando por los bollitos. Como Sandemetrio está a dieta
ya no los compra y parece que el perro los extraña.

Reprimió la sonrisa, su secretario y su perra – con nombre de


macho – eran siempre fuente de anécdotas jocosas y le ponían una
nota de color amable a la mañana.

Entraba a su despacho, apoyaba su bolso y la carpeta en el


escritorio, se quitaba el abrigo, lo colgaba en el perchero, se
sentaba en su cómoda poltrona y apoyaba la cabeza sobre el
respaldo, cerrando los ojos. Volvía a tocarse las sienes con los

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dedos índice de cada mano. Iba a tener que chutarse un ibuprofeno,
si seguía así la tensión en esa zona se iba a convertir en un molesto
dolor de cabeza. Sacó las llaves de su bolso, abrió una gaveta,
cogió un blíster de pastillas y lo dejó sobre el escritorio. El ringtone
de su iPhone la sorprendió. Lo sacó de su bolso y miró el visor.
Nadia, su gran amiga.

– Estoy en Barajas, ¿te informó Adela?

– Sí, drogas, lo usual últimamente.

– Hay más. El comisario de abordo revisaba el avión después


que bajaron los pasajeros, lo que hacen siempre. En uno de los
baños, un hombre, unos 40 años, muerto, sin signos de violencia
física, la puerta estaba cerrada por dentro.

– ¿Se sabe el nombre del hombre? Era un pasajero, ¿no? – el


caso comenzaba a tomar ribetes más interesantes de lo usual.

– Están controlando la lista de pasajeros que embarcó, cuando


lo descubrieron muchos pasajeros ya habían pasado Aduanas,
imposible tener un check-out completo.

– ¿Crees que tiene algo que ver con las drogas?

– En principio no, las drogas estaban en el equipaje del


personal del avión, no en el equipaje de los pasajeros. Las
descubrieron por casualidad, generalmente no se revisa ese
equipaje. Un perro de la brigada la esnifó, estaban atentos porque
tenían el dato de un cargamento que venía de Buenos Aires,
esperaban un avión de Iberia.

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– ¿Tu intuición? – la opinión de Nuria Ramos era más que
confiable.

– Demasiada casualidad. El comisario inspector Valdez opina lo


mismo.

– Leo que el vuelo es de Volare, local. – había abierto el


expediente que le diera Adela.

– Sí, Palma de Mallorca Madrid.

– Dile al comisario Valdez que envío a Sandemetrio para


levantar el cuerpo. ¡Ah! Y que avise al comandante y su personal
que no pueden dejar Madrid hasta nueva orden.

– Te corrijo. "La" comandante. – se escuchaban murmullos


detrás de su voz.

– ¿La?

– Según Valdez, ¡y qué LA! Comandante Macarena Fernández


Wilson. Te pego un toque después que la interroguemos.

Se quedó con ganas de saber más. Ese nuevo caso tenía todos
los ingredientes para interesarla, era algo distinto a los
tradicionales robos, hurtos y asesinatos en su jurisdicción. Iba a
coger unas carpetas para retomar la lectura de un expediente que
había dejado inconcluso la semana anterior, cuando dos golpes en
la puerta le avisaban que llegaba su infusión de manzanilla. Entraba
Adela sonriente y detrás de ella, acalorado, sudoroso, Sandemetrio,
con el “lo siento” en los labios por su demora.

– Tienes que ir a Barajas para el procedimiento. – le anunciaba.

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– Con lo que me gusta levantar cadáveres, ¡ahhh! – suspiraba
– ¿Lo descuartizaron? ¿Me llevo sales aromáticas para cuando me
desmaye al ver los charcos de sangre?

– No, no. – sonreía recordando el último desmayo de


Sandemetrio cuando tuvo que hacer un procedimiento en un tiroteo
entre la Guardia Civil y unos asaltantes – Dice Nadia que no hay
signos de violencia física.

– Ahhh, la inspectora Nadia, ¡qué placer levantar un muerto


con ella al lado! – le saltaban chiribitas de los ojos mientras
meneaba la cabeza, no era la primera vez que expresaba su
admiración por la inspectora.

– Sandemetrio, concéntrate en el cadáver y no en los... bueno,


en Nadia. – cogía un ibuprofeno y lo tragaba con la ayuda de la
infusión.

– ¿Dolor de cabeza? – notaba lo que hacía – Lo mejor para eso,


los dedos de Sandemetrio. – se ponía de pie con las manos en alto y
caminaba hacia donde estaba sentada Esther, sin darle oportunidad
a decir palabra. Adela, conocedora de las artes del secretario,
escapaba rauda y veloz del despacho de la jueza.

No llegaba a balbucear algo cuando ya tenía los dedos índice


de cada mano de su Secretario a cada lado de su cabeza.
Suspiraba, recordaba la última vez que le había hecho eso y se
temía lo que seguía.

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– Tranquila, señoría. Estas manos son mágicas, empecemos
por relajarnos y respirar hondo y acompasado. Tomo
aaaaaaaaaaaire y ...

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