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PAC 3

Algunas mujeres
greco-romanas

Carles Ventura i Santasuana


Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

ÍNDICE

Grecia (hacia el final de Atenas)


El caso de Neera Pág. 2
Roma (en tiempos del fin de la República) Pág. 8
La época Pág. 8
La mujer Pág. 10
El caso de Fulvia Pág. 12
El caso de Turia Pág. 15
Mujer, empresa y negocio Pág. 20
Bibliografía Pág. 26
Anexos Pág. 28
Núm. I: El vestido griego Pág. 29
Núm. II: Safo Pág. 32
Núm. III: Sófocles Pág. 32
Núm. IV: Esquines Pág. 32
Núm. V: Semónides/Homero Pág. 32
Núm. VI: Apolodoro Pág. 33
Núm. VII: El vestido romano Pág. 35
Núm. VIII: Plutarco/Dión Casio Pág. 37
Núm. IX: Laudatio Turiae Pág. 37
Núm. X: Valerio Máximo Pág. 40
Núm. XI: Gayo/Cicerón/Valerio M. Pág. 40
Núm. XII: Otros oficios Pág. 42

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

GRECIA1
(hacia el final de Atenas)

El caso Neera.

En la ley ática, una mujeri nunca alcanzaba la mayoría legal,


estando siempre bajo la tutela y el control de un pariente mascu-
lino, que era normalmente el cabeza de familia y que actuaba como
su custodio. La articulación jerárquica de la familia y su posición
subordinada determinaban su exclusión en el ámbito de lo público.
El tutor de una mujer era, en primer lugar, su padre2. Si éste moría,
su tío paterno actuaba como tal hasta que contraía matrimonio,
momento en que la tutela recaía en el marido. Si enviudaba o se
divorciaba, volvía a su kyrios original o, si su hijo mayor era ya
adulto, podía permanecer en el oíkos conyugal bajo su tutela. Cual-
quier cambio en el estatus de una mujer por matrimonio, divorcio
o viudez, tenía como consecuencia un cambio de tutor, pero tam-
bién la incorporación a una nueva unidad doméstica, o el regreso a
su oíkos natal. Las mujeres permanecían, por tanto, bajo tutela toda
su vida, y su pertenencia a la poli era indirecta, a través de la relación con su padre, esposo u otro pariente
masculino.

La idea de una mujer soltera independiente y administradora de sus propios bienes era, por tanto,
inconcebible. En gran parte de las ciudades griegas no podían poseer o heredar propiedades 3, hacer con-
tratos o tener iniciativas propias para casarse o divorciarse4; las mujeres de cualquier edad no eran con-
sideradas legalmente competentes, personas responsables de sus propias acciones y capaces de determi-
nar sus intereses5.

El matrimonio6 constituía, por consiguiente, el fundamento mismo de la situación de la mujer,


acto en la que ésta era también objeto pasivo del mismo; las mujeres funcionaban como prendas7 en una
transacción entre el suegro y el yerno, una transacción conocida c0m0 la engyé o engyésis. Se trataba de

1
Imagen portada: Koré de Eutidyco (ca. 490 a.C.). Museo de la Acrópolis de Atenas.
2
Según LERNER (1990), el patriarcado es la manifestación y la institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y
los niños de la familia, y la ampliación de ese dominio sobre las mujeres y la sociedad en general (pp. 340-341). La definición de
SAU (1981) amplía la anterior: El patriarcado es una forma de poder histórica por parte de los hombres sobre las mujeres cuyo
agente ocasional fue de orden biológico, si bien elevado a la categoría política y económica. Dicha toma de poder pasa forzosa-
mente por el sometimiento de las mujeres a la maternidad, la represión de la sexualidad femenina, y la apropiación de la fuerza
de trabajo total del grupo dominado, del cual su primer, pero no único producto, son las criaturas (pp. 237-239).
3
A fin de proteger a la mujer y única descendiente, se observa en Atenas que el hijo que naciera de ella heredaría directamente
del abuelo materno como si se tratare de su heredero directo, saltando el grado intermedio, incluso a pesar de que los padres
de este niño continuasen vivos.
4
La apelación del derecho de tutela sobre hijas ya casadas era posible sobre todo en caso de divorcio, donde se permitía que
el padre continuara teniendo la tutela de su hija.
5
Picazo (2008), p. 55.
6
Imagen: pyxis del llamado Pintor de la Boda (470 a. C.), Museo del Louvre.
7
En la vida un hombre es más valioso que mil mujeres (Eurípides, Ifigenia en Áulide, vv. 1394-1395).

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un acuerdo entre el padre de la novia o su tutor legal y su pretendiente, por el cual la autoridad sobre
aquélla se transfería de uno a otroii. La entrega de la mujer era señal del vínculo entre los dos hombres,
pero ésta no era parte de la transacción en sí misma, aunque su situación social comenzaba a partir de
su vida matrimonial8. La fórmula ática era: Te doy en prenda a mi hija para engendrar hijos legítimosiii, y,
con ella, una dote9. Formalmente, la dote nunca fue propiedad del marido, pero era éste quien la tenía y
administraba para sus hijos, debiendo ser devuelta en caso de que el matrimonio se rompiera 10; la cuantía
de la misma solía determinar, en muchos casos, la duración del enlace.

El fin de la familia era, desde el punto de vista político,


transmitir propiedad y papeles sociales de forma que el orden
político perviviera tras la muerte de los individuos. En térmi-
nos de naturaleza, el papel cívico de las mujeres era producir
ciudadanos, es decir, herederos varones, para las unidades fa-
miliares que componían las ciudades: Es necesario que en la
mujer el parir para la ciudad empiece desde los veinte hasta los
cuarenta años11. Puesto que está delimitada para el hombre y
para la mujer el inicio de su edad adulta y desde cuándo debe
comenzarse la vida en común, que se delimite también durante
cuánto tiempo conviene desempeñar el servicio público de la
procreación12.

El ciudadano libre tenía, por tanto, un origen legítimo


derivado de la propia libertad de la madre; ésta era, pues, la dadora de la estirpe. De ahí la importancia
que se concedía a tal hecho en algunos pueblos del Asia menor: Si una mujer ciudadana convive con un
esclavo, los hijos son considerados legítimos, nobles, pero si un hombre ciudadano, aunque sea el primero
de ellos, tiene como esposa a una mujer extranjera o a una concubina, los hijos están privados de los dere-
chos de ciudadanía13.

De esto derivaba la especial atención que se dedicaba a la procedencia social de la futura esposa14;
se evitaban los matrimonios con extranjeras o esclavas debido a las graves consecuencias legales que
conllevaban para el hombre y su descendencia, por estar estas uniones prohibidas legalmente 15. Por

8
Los hombres deberían engendrar hijos de alguna otra manera y no tendría que existir la raza femenina: así no habría mal alguno
para los hombres (Eurípides, Medea, vv. 573-575).
9
Menandro 435K, Díscolo, 842 ss.
10
Redfield (1993), p. 181-182.
11
Platón. República. V. 460e.
12
Aristóteles. Política. VII. 1335 b.
13
Herodoto, I, 773, 5.
14
Imagen: Mujeres en el gineceo, del Pintor de Ariadna (430 a. C.), Museo Arqueológico de Atenas.
15
No es de extrañar que las costumbres de otros pueblos en lo tocante a la determinación de la legitimidad de su descendencia,
la transmisión de su ciudadanía o el adulterio causaran asombro entre los griegos, tal como se demuestra en los siguientes
ejemplos: el caso del pueblo libio sorprendía los autores griegos debido a que a la hora de aportar las pruebas de la supuesta
paternidad se guiaban tan sólo por cierta similitud en los rasgos físicos: Copulan con las mujeres en común y sin convivir en
matrimonio con ellas, practican el coito como las bestias [...J. Pero, cuando a una mujer le nace un hijo fuerte, todos van a un
lugar concreto al tercer mes y lo consideran hijo de aquél a quien se parece (Herodoto, IV, 180, 5-6). Otro ejemplo nos llega de
Persia, país en donde bastaba la ciudadanía de la mujer para transmitir tal condición a su descendencia, sin tener en cuenta
en ningún momento la del hombre: Darío […] no hizo ningún mal a Metíoco, sino muchísimo bien. Le entregó un oíkos, un
patrimonio y una esposa persa de la que le nacieron hijos que se consideraron persas (Herodoto, I, 175, 3).

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tanto, el reconocimiento legal de los hijos tenía como requisito imprescindible la ciudadanía de los pa-
dres, además de que el matrimonio se llevase a cabo por los ritos socialmente establecidos para que la
descendencia legítima pudiese obtener la ciudadanía y el acceso a la herencia de los progenitores. Esta
imperiosa necesidad de obtener una descendencia legítima fue una de las razones por las que la mujer
griega libre se vio limitada en su capacidad legal y libertad de movimientos en su vida cotidiana, al igual
que ocurría en muchas otras civilizaciones. Por este motivo, el
adulterioiv femenino fue un hecho tan grave que incluso el ase-
sinato por el esposo que lo descubriese llegaba a quedar impune,
tal y como se desprende del discurso Contra Eratóstenes de Li-
sias: Tomamos antorchas en la tienda más cercana y entramos,
pues la puerta se encontraba abierta. Cuando empujamos la
puerta de la habitación, los primeros que entramos pudimos verle
aun acostado junto a mi mujer y… le pregunté por qué me ultra-
jaba entrando en mi propia casa. Él reconoció que era un agravio,
y me pedía entre súplicas que no lo matase… Yo le contesté: “No
soy yo quien te mata, sino la ley de Atenas, que tú has puesto por
debajo de tus placeres y has preferido cometer tamaño crimen
contra mi mujer y mis hijos antes que obedecer las leyes y ser hon-
rado”. De esta forma, señores, aquél ha sufrido lo que ordenan las
leyes16.

Y estas mismas leyes decretaban que una mujer libre era


aquella que había sido transferida a su marido por un hombre libre, ya fuese su padre o tutor17. Frente al
varón, la mujer presentaba una condición de absoluta exclusión social, considerada inferior por natura-
lezav y limitada a las funciones propias de una esposa. La vida de la mujer se definía por el rol social de
su tutor varón (padre, esposo, hermano) viviendo, en las mejores condiciones, recluida en su propio do-
micilio, dedicada a parir hijos y mantener el orden del hogar18: De todas las criaturas que tienen mente y
alma no hay especie más mísera que la de las mujeres. Primero han de acopiar el dinero con que compren
un marido que en amo se torna de sus cuerpos, lo cual es ya la cosa más dolorosa que hay. Y en ello es
capital el hecho de que sea buena o mala la compra porque honroso el divorcio no es para las mujeres ni el
rehuir al cónyuge. Llega una, pues, a nuevas leyes y usos y debe trocarse en adivina, pues nada de soltera
aprendió saber cómo con su esposo portarse. Si, tras tantos esfuerzos, se adapta al hombre y no protesta
contra el yugo, vida envidiable es ésta; pero si tal no ocurre, morir vale más. El varón, si se aburre de estar
con la familia, en la calle al hastío de su humor pone fin; nosotras nadie más a quien mirar tenemos. Y dicen
que vivimos en casa una existencia segura mientras ellos con la lanza combaten, mas sin razón: tres veces
formar con el escudo preferiría yo antes que parir una sola19.

16
Lisias, En defensa de la muerte de Eratóstenes, 1, 24-27.
17
Redfield (1993), p. 201.
18
Domínguez y González (2011), pp. 169-205.
19
Eurípides, Medea, en Tragedias áticas y tebanas. Ed. Planeta, Barcelona 1991 (traducción de Manuel Fernández-Galiano), pp.
230-250.

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Los distintos papeles que pudo desempeñar una mujer griega fueron, como ya se ha apuntado, el
de esposa (gyné), pero también el de concubina20 (pallaké), el de prostituta (porné) o el de cortesana21
(hetaira); tenemos a las hetairas para el placer, a las concubinas para que se hagan cargo de nuestras ne-
cesidades corporales diarias y a las esposas para que nos traigan hijos legítimos y para que sean fieles guar-
dianes de nuestros hogares22. Todas estas funciones eran legítimas y estaban aceptadas socialmente23, lo
cual explicaba por qué en Grecia nunca hubo objeción a la existencia de la monogamia. De esos cuatro
papeles el que proporcionaba mayor independencia y libertad era, curiosamente, el último. La cortesana
o hetaira, siempre extranjera, era un término medio entre la prostituta y la mujer de compañía, con li-
bertad para salir a la calle, participar en banquetes masculinos e incluso tener propiedades24.

El alegato de Demóstenes25, Contra Neeravi, nos permite hacernos una idea de la imagen de la
cortesana ateniense. El discurso en sí fue compuesto, sin duda, por un amigo de Demóstenes, Apolodoro,
e iba dirigido contra Estéfano con el que éste se había enfrentado tiempo atrás. El argumento del plei-
teante era que Estéfano afirmaba que estaba legalmente casado con Neera, lo cual implicaría que la dicha
Neera sería hija de ciudadano. Ahora bien, nada de eso era cierto, y fue contra ésta contra quien se dirigió
la acusación. Neera no era una vulgar prostituta, como lo prueban los testimonios alegados por el orador,
sino una cortesana de altos vuelos cuyos amantes, atenienses de paso en Corinto o extranjeros, eran todos
hombres ricos. Ella participaba al lado de éstos en los banquetes, era recibida
en las mejores casas, incluso en las de Atenas cuando asistían a las fiestas de
Eleusis o a las grandes Panateneas, en compañía del amante del momento.
Aunque en un principio vendió sus encantos desde el estatus de esclava, con-
siguió finalmente, con la intervención de Frinión, su libertad vía manumisión,
convirtiéndose en la principal amante de éste: Llegado, pues, acá con ella, (Fri-
nión) la usó libertina y audazmente, con ella iba a los banquetes, a cualquier
parte en donde se bebiera, ella siempre marchaba con él en los cortejos y él con
ella estaba públicamente. Y precisamente por ser libre, lo fue también para
abandonar a su amante y llevarse con ella a dos sirvientas en busca de un nuevo
protector, encarnado éste en la figura de Estéfano. Neera era liberta y de origen

20
La concubina era una meretriz retirada por un cliente para mantener con ella una relación en exclusiva. Su papel era de
gran utilidad para la sociedad griega puesto que, si una mujer era estéril, el hombre no tenía por qué repudiarla para conseguir
descendencia, sino que podía reconocer los hijos varones nacidos de la concubina e incluso incluirlos en su testamento.
21
Imagen página anterior: Cortesana y su cliente, peliké ática de figuras rojas, Polignoto (Πολύγνωτος), c. 430 a.C. Museo
Arqueológico de Atenas. La cerámica proporciona un buen testimonio sobre la vida cotidiana de las prostitutas. Su represen-
tación, muy frecuente, acoge cuatro variantes básicas, como hetairas en un simposio, practicando relaciones sexuales, en
escenas de tocador y escenas de malos tratos.
22
Demóstenes, Juicio a Una Prostituta, Contra Neera. Errata Naturae, Madrid, 2011, p. 1160.
23
Parece que tener una esposa griega y una concubina extranjera era frecuente entre la clase noble, si atendemos la historia
de Jasón y Medea; o a la de Neoptólemo, que llega con Andrómaca a casa, donde le espera su joven esposa Hermíone; o la de
Heracles, que pretende que Deyanira se avenga a su relación con Yole; o incluso la de Agamenón, que se presenta con Casandra
al palacio donde habita junto a su esposa Clitemnestra (Esquilo, Agamenón; Sófocles, Las Traquinias; Eurípides, Andrómaca).
24
Fuentes Santibáñez, Paula: “Algunas consideraciones en torno a la condición de la mujer en la Grecia Antigua”, en Intus-
Legere Historia / issn 0718-5456 / Año 2012, Vol. 6, Nº 1; pp. 7-18.
25
Demóstenes (Atenas, c. 384- Calauria, 322 a.C.), fue uno de los mejores prototipos del hombre del siglo IV en Grecia, mo-
mento en que se produce un enfrentamiento suicida entre los estados griegos. La fundamentación ideológica de tal contienda
fue el debate entre los partidarios del esquema de la vieja polis y los que se inclinaban mejor por un nuevo estado de cosas, la
conformación de una nación panhelénica. Demóstenes se erigió en el adalid de los viejos planteamientos, dedicando buena
parte de su vida a la lucha contra la expansión del reino de Macedonia, en un intento por restaurar el viejo dominio ateniense
e impulsar a sus compatriotas a oponerse a Filipo II de Macedonia. Imagen: Busto en mármol de Demóstenes, encontrado en
Italia y realizado en época romana inspirado en una estatua de bronce de Polieucto. Museo del Louvre, París.

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extranjero y, por lo tanto, en Atenas tenía el estatus de meteca, un estatuto que implicaba, tanto para los
hombres como para las mujeres, la protección de un patrón, de un prostates, cuya tarea fundamental era
la de representar al meteco ante los tribunales y hacerse fiador en todas las transacciones que llevara a
cabo. Dado que Estéfano pensaba convertirla en su mujer y reconocer como suyos a los tres hijos de corta
edad que había tenido con sus amantes circunstanciales (probablemente uno del propio Estéfano) este
hecho implicaría o bien que la ley no se aplicaba con tanto rigor como podría pensarse, o bien que Neera26
había sido reconocida o adoptada por un ateniense, y como tal no vulneraba ley alguna 27 (no creo que
Estéfano se expusiera conscientemente a la atimia al entregar a su hija en matrimonio a un ciudadano
ateniense, sabedor, además, que sus bienes serían confiscados y una tercera parte de los mismos pasarían
a manos de la parte acusadora).

Probablemente si Estéfano no hubiera sido un hombre público, partidario de una política de


abandono del imperialismo y adversario de un Demóstenes en aquel momento todopoderoso en Atenas,
y no hubiera hecho pública ostentación de su relación, en tal caso, como en tantos otros, hubiera pasado
desapercibido.

Pero fueran o no ajustadas a derecho las acusaciones del


litigante, queda claro, pese a la ambigüedad del texto, que lo que
se pretendía era una defensa a ultranza de las viejas normas de
conducta en defensa del matrimonio y de la ciudadanía, para
impedir la introducción de ciudadanos ilegítimos en el seno de la
comunidad. Neera representaba a la mujer libre, aquella que
manejaba su propio dinero, aquella que había viajado, aquella
que había podido informarse de todo en el transcurso de los
banquetes a los que había asistido; si era absuelta, las
cortesanas28 serán elevadas a la dignidad de mujeres libres cuando
hayan obtenido el privilegio de tener hijos legítimos a su voluntad.
Por tanto, no se puede permitir que aquéllas que han sido educadas
por sus padres en la virtud y con una solicitud tan grande, aquéllas que han sido casadas conforme a las
leyes, tengan públicamente como igual y ciudadana a la mujer que ha practicado tantas obscenidades,
varias veces al día y con varios hombres, y según el capricho de cada uno.

26
Respecto a los orígenes de nuestra protagonista, Molas apunta a que son varias las posibilidades que se plantean: que Neera
fuera hija biológica de una esclava y, por lo tanto, vendida como un objeto de transacción por su dueño o dueña, o bien que
hubiera nacido de una mujer libre –astē o meteca– a la que la pobreza, el deshonor o alguna otra razón empujaran a abandonar
a la niña; podría haberse dado incluso el caso de que se tratara de una hija nacida en el seno de un matrimonio legítimo pero
no reconocida por su padre. El sistema patriarcal ateniense otorgaba al varón la facultad de reconocer o rechazar a las hijas e
hijos nacidos de su esposa, un ritual que tenía lugar durante la fiesta de la Amfidromias, celebrada cinco o siete días después
del nacimiento. Los rechazados eran conducidos al agrós, un espacio alejado del mundo civilizado, y sus cuerpos pasaban a
ser propiedad de aquel o aquella que los recogiera. No hay duda de que éste era el origen de muchas de las niñas esclavas que
en Atenas ejercían la prostitución. Fueran ésas u otras sus raíces, Neera fue una niña sin parientes varones que la protegieran,
tal como correspondía a las hijas de los ciudadanos; por esta razón, fue forzada a mantener relaciones sexuales con todo tipo
de hombres y creció en la tristeza y el sufrimiento. La liberta Nicáreta, convertida en meteca y propietaria del burdel y de las
seis niñas compañeras de Neera, probablemente había sido también una esclava prostituta que, al acceder al estatus de me-
teca, obtuvo el derecho a gestionar un negocio por cuenta propia junto con su marido; un negocio especializado, quizás, en
la explotación sexual de niñas (Molas, 2006, p. 106).
27
Mossé (2001), pp. 74-82.
28
Imagen: Vaso del llamado Pintor de Colmar (480 a.C.), Museo del Louvre.

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Ese rol en la determinación de la ciudadanía era vital si se considera que los ciudadanos eran una
minoría privilegiada, que gozaban de todos los derechos y oportunidades de Atenas. Eso explicaría tam-
bién el deseo de mujeres como Neera por asegurarles la ciudadanía a sus hijos. El esfuerzo y el valor que
Neera puso de manifiesto durante su vida para integrarse en un sistema social que la excluía pueden
parecernos una paradoja si la analizamos bajo la óptica tradicional, que considera la vida de las hetaírai
más libre y autónoma que la de las astaí atenienses. Nunca sabremos qué percepción tenían estas mujeres
de sus propias vidas. Sin embargo, la empatía femenina permite leer en el texto de Demóstenes el sufri-
miento, la soledad y la tristeza que marcaron la vida de Neera y que ella compensó con inteligencia, valor
y capacidad para gestionar los beneficios de su trabajo29.

30

*** *** *** *** *** *** *** *** *** ***

29
Molas (2006), p. 124.
30
Imágenes: Vaso ateniense de figuras rojas que muestra a la novia vistiéndose para la boda (1). Una niña le está atando las
sandalias, mientras que una doncella le sostiene una caja, que tal vez contenga el velo nupcial (2). La recién casada, acompa-
ñada de las mujeres de ambas familias (3).

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ROMA
(en tiempos del fin de la República)

La época

Durante la época tardorrepublicana, la violencia en Roma puede calificarse como multiforme y


semipermanente. Se sucedían los enfrentamientos en las asambleas populares con diversos objetivos,
tales como influenciar en el resultado de unas elecciones, forzar la realización de un juicio político o
lograr la aprobación o la retirada de un proyecto de ley. Incluso durante los años 60 y 50 sabemos de la
existencia de bandas armadas que, al servicio de políticos de muy distinto signo, actuaban con impunidad
en la ciudad.

Pero la expresión máxima de la violencia tardorrepublicana fueron las guerras civiles que se suce-
dieron a lo largo del siglo I a.C. Como tal debe ser considerada la llamada guerra de los aliados (bellum
sociale), librada en los años 91-89 entre el estado romano y la mayor parte de sus aliados itálicos, en la
que, finalmente, éstos lograron la ciudadanía romana.

En los años 80, como continuación de este estado de permanente enfrentamiento, se desarrolló la
contienda entre los partidarios de Cayo Mario y los de Sila. Como resultado final, este último se convirtió
en dictador y desencadenó una sangrienta represión de sus adversarios a través de la destrucción de
ciudades que se habían destacado por su apoyo hacia Mario, así como mediante proscripciones. Los nom-
bres de cientos de seguidores de Mario fueron expuestos públicamente en listas, implícitamente conde-
nados a muerte en tanto que enemigos del estado, de modo que cualquier ciudadano podía asesinarles
legalmente, mientras sus bienes eran confiscados y subastados públicamente, lo que permitió el enrique-
cimiento rápido de determinados individuos, entre ellos Craso, llamado a desempeñar más tarde un des-
tacado papel político.

Sila se presentó a sí mismo como restaurador de la gloriosa res publica de los antepasados, y para
ello fortaleció y amplió el senado, eliminó a los caballeros de los tribunales y limitó extraordinariamente
las prerrogativas de los tribunos de la plebe, por considerar esta magistratura un foco permanente de
sedición. Con la pretensión de restablecer la legalidad y el orden tradicional, había puesto en marcha
definitivamente el mecanismo que habría de conducir a la disolución del régimen republicano.

En los años 70 y 60, Pompeyo, y luego en los 50, César, tras la permanencia durante períodos
prolongados al frente de sus ejércitos, adquirieron enorme prestigio y poder. En la disputa por el poder
entre ambos, sólo era cuestión de tiempo que estallara la guerra civil que habría de decidir cuál de los
dos candidatos se convertiría en líder indiscutible del imperio romano. Definitivamente, el ejército se
había convertido en el factor decisivo en la política romana, en perjuicio del senado y de las asambleas
populares, confirmando que el centro de decisión se había desplazado desde el Foro a los campamentos
y campos de batalla.

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Si el propósito último de César era instaurar un régimen monárquico, es una cuestión de la que
no hay datos que lo puedan corroborar. Lo que es evidente es que una parte de la aristocracia así lo
entendió y promovió su asesinato, en los Idus de Marzo del año 44 a.C.; la desaparición del dictador no
hizo sino retrasar un proceso imparable.

Tras la desaparición de César, la cuestión fundamental fue saber quién tomaría su relevo al frente
del estado romano. De entre los posibles candidatos, dos destacaron por diferentes razones y acabaron
disputándose entre ellos el poder. Marco Antonio, el lugarteniente más próximo al dictador, fiel cesa-
riano, político experimentado y popular, logró controlar la situación en Roma en los días siguientes al
magnicidio y se vio a sí mismo como el continuador lógico de la política de César. Sin embargo, el testa-
mento del dictador abrió un nuevo camino a la inestabilidad y al enfrentamiento, tras conocerse su con-
tenido: en él, Marco Antonio quedaba en un segundo plano en relación a un joven inexperto de apenas
19 años, que hasta entonces no había desempeñado ningún cargo político de relevancia, que no era se-
nador y que tampoco contaba en su haber con hazañas militares de ningún tipo, pero que, en definitiva,
era declarado como su sucesor.

El futuro Augusto31 se las ingenió para identificarse a sí mismo con la res publica y convertir a sus
adversarios políticos en enemigos del pueblo y del estado. Sin duda, una de las claves de su triunfo final
fue saber presentar a Marco Antonio como un personaje desleal hacia
Roma por su relación con Cleopatra32. De esta manera, Antonio fue con-
vertido en un traidor contra el que había que luchar para salvar Roma y
todo Occidente, justificando el inicio de una guerra contra él.

Sin duda, el Principado contó con detractores, pero los cambios


fueron mayoritariamente asumidos como necesarios. Tras un período
convulso, Augusto ofreció la paz y la estabilidad a los ciudadanos roma-
nos y fue capaz de construir en torno a él un nuevo consenso político
mediante la ampliación de la clase dirigente33. Así comienzan sus Res
gestae, auténtico testamento político que hizo dar a conocer por todo
el imperio a través de inscripciones: A los 19 años de edad alcé, por deci-
sión personal y a mis expensas, un ejército que me permitió devolver la
libertad a la República.

*** *** *** *** *** *** *** *** *** ***

31
Imagen: Augusto de Prima Porta, estatua de César Augusto. Museo Chiaramonti de la Ciudad del Vaticano.
32
En el año 31 a.C., Octaviano logró hacerse con una copia del testamento de Antonio, que inmediatamente leyó ante el senado
y en una asamblea popular. Según especificaba el texto, probablemente auténtico, Antonio consideraba a los hijos de Cleopa-
tra como sus legítimos herederos, al tiempo que pedía ser enterrado en la ciudad greco-egipcia de Alejandría. A partir de esos
datos, se hicieron correr por Roma diversos rumores según los cuales Antonio pretendía trasladar la capital del imperio a
Alejandría, repartir la parte oriental entre los descendientes de Cleopatra e incluso conquistar para ellos el Mediterráneo
occidental.
33
Pina Polo, Francisco: “De República a Principado: claves políticas de la res publica romana”, en antiqua.gipuzkoakul-
tura.net/word/pina4.rtf

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La mujer34
No todas las mujeres romanasvii fueron, sin duda, virtuosas. De hecho, si un romano respondiera
a esta pregunta: ¿qué es una mujer?, la respuesta podría ser, por una parte, una buena esposa o una buena
madre, o, por otro lado, tendríamos a una pérfida amante o a una viciosa prostituta. No obstante, hubo
virtudes y roles ejemplares que fueron entendidos como clara-
mente femeninos, a la vez que también existieron vicios y este-
reotipos negativos que se asociaron particularmente a las muje-
res35.

Mientras que unos autores las ensalzan con honores y dig-


nidades de una mujer piadosa y modesta en su forma de vivir36,
otros las califican de maquinadoras y despiadadas, llegándolas a
relacionar con muertes y asesinatos. En cualquier caso, la imagen
de la mujer romana se ha configurado en función de lo que la
mujer de la aristocracia representaba. Es más, en el periodo im-
perial las virtudes convencionales siguieron unas pautas fijas de
comportamiento femenino. En realidad, esta idea implicaba que
no debían tomar parte en asuntos políticos, reduciendo su inter-
vención a un plano secundario. Aun así, no se dice nada de que
una matrona tradicional no tuviese relaciones clientelares entre
parientes masculinos, reforzando la amistad y los lazos familiares
y matrimoniales, sin rechazar el género del que provenían37.

La posición jurídica de la mujer, al igual que ocurría en


Grecia, era muy inferior a la del hombre38. No sólo carecía de capacidad para participar en las tareas
políticas, sino que sufrió graves limitaciones dentro de la esfera privada. Así pues, no podía ejercer la
patria potestas, ni podía tampoco ser tutora de impúberes y adoptar hijos. Igualmente, le estaba vedado
intervenir como testigo en un testamento, figurar en juicio en nombre de otros (postulare pro aliis), en-
tablar una acusación pública y contraer obligaciones en favor de terceros (intercederé pro aliis). La lex
Voconia, del 169 a.C., limitó, a su vez, su capacidad de suceder por testamento y limitado fue, así mismo,
su derecho de sucesión legítima39 o ab intestato40.

34
Imagen: Pintura con novia. Villa de los Misterios, Pompeya.
35
Milnor, Kristina: «Women», en barchiesi, Alessandro y Scheidel, Walter (eds.): The Oxford Handbook of Roman Studies,
Oxford University, Oxford, 2010, p. 821.
36
Ovidio, Fasti, 6. 637-640; Suetonio, Augusto, 63.1.
37
Molina (2016), p.10.
38
Se consideraba a la mujer débil tanto física como mentalmente (infirmitas sexus y levitas animi). Estos eran los dos motivos
claves por lo que pensaban que la mujer debía estar bajo la custodia de los hombres (Pomeroy, 1987: 172).
39
Iglesias (2004), p. 93.
40
La sucesión ab intestato se daba cuando un ciudadano con capacidad para disponer un patrimonio, moría sin haber insti-
tuido heredero, y entonces era la ley quien lo designa (de ahí también la llamada sucesión legítima). La posibilidad que tenía
el testador de agotar el caudal hereditario en legados, planteaba un grave inconveniente mencionado por Gayo en sus Insti-
tuciones 2, 224: el heredero que nada o casi nada adquiría fuera del nomen heredis (pues la casi totalidad de la herencia habría
sido distribuida en legados), perdía interés y se inclinaba por renunciar a la herencia, con la consecuencia que, no existiendo
heredero, caía todo el testamento y se abría la sucesión ab intestato. La primera limitación fue introducida por la lex Fu-
ria (Gayo, 2, 225) de fecha incierta (principios del s. II a.C.), la cual dispuso que exceptuados los parientes consanguíneos más
próximos (hasta el sexto grado), ninguno pudiese adquirir a título de legado más de 1000 ases. Esta ley no logró su fin, pues
como afirma Gayo, el testador podía distribuir su patrimonio en legados de 1000 ases cada uno, no dejando nada al heredero.
Posteriormente la lex Voconia (169 a.C.) intentó perfeccionar el sistema, prohibiendo recibir por legado más de cuanto adqui-

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

Para la mayoría de las mujeres de esta época, respetar la consigna del silencio significaba adecuarse
a las decisiones de los hombres, obedeciendo espontáneamente, subordinándose, en definitiva, de buen
grado, sin que apenas tuvieran que decírselo, considerando obvio y obligado colaborar a la consecución
de los planes y de los proyectos familiares y políticos que entretejían padres y maridos, utilizándolas
como piezas de cambio en un juego del que ciertamente incluso ellas mismas se beneficiaban, a veces41.
No obstante, respecto a la cultura griega, en donde la mujer quedaba recluida a una parte de la casa, la
romana era una privilegiada. Disfrutaba de ciudadanía, aunque no tenía derechos políticos; tenía libertad
de pensamiento y de acción42; disponía de libertad económica y se podía involucrarse en negocios y em-
presas43. Otro signo indiscutible de la progresiva emancipación de la mujer romana se dio en el hecho de
que ésta decidió ingresar en el mundo de la cultura, abandonando el cuidado de la casa como su tarea
única.

Tal libertad de movimiento, en los convulsos tiempos de finales de la República, se tradujo en que
la presencia e influencia de la mujer se haría más notoria. Así, Servilia, por parte republicana, hizo todo
lo posible para favorecer a su hijo Marco Bruto. Del mismo modo, actuaron las madres de Marco Antonio
y Sexto Pompeyo y también Octavia, puesto que ellas intervinieron en las negociaciones de varios pactos
políticos. Por último, el caso de Fulvia fue muy especial, ya que ella misma ejerció el poder en nombre
de su marido (al estar éste ausente de Roma).

Los dos siguientes casos muestran, de forma clara, esta visión sesgada que muchos romanos tenían
del sexo ¿débil? 44

*** *** *** *** *** *** *** *** *** ***

riese el heredero. Pero tampoco fue eficaz, pues como recuerda Gayo (2, 226), era perfectamente posible que el testador dis-
tribuyese el patrimonio en legados de poco valor, dejando así al heredero un mínimo tal que no tuviese interés en aceptar.
Finalmente, la lex Falcidia (40 a.C.) arbitró una limitación tan eficaz de los legados que las anteriores disposiciones cayeron
en desuso. Esta ley, aún en vigor en Derecho justinianeo, prohibió que el testador pudiese legar más de las tres cuartas partes
de la herencia, reservando la cuarta parte restante (quarta Falcidia) al heredero, animándolo así a aceptar (Gayo 2, 227)
(Fuente: Derecho Privado Romano - Antonio Ortega Carrillo de Albornoz).
41
Cantarella (1997), pp.161-188.
42
Séneca nos ofrece un testimonio sobre la liberación de las mujeres refiriéndose en concreto al adulterio. Apunta que éstas
ya no tienen vergüenza de cometerlo. Es más, se casan para dar celos al amante y consideran anticuada a la que no sabe que
el matrimonio es vivir con un adúltero. De beneficiis III 16, 2-3.
43
Campos Vargas.
44
Tácito identifica al género femenino como imbecillus sexus para referirse a las restricciones que sufría en su capacidad de
actuar en cuestiones políticas y militares, considerando a las mujeres el sexo débil (Annales, 3.33).

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El caso Fulvia.viii

Fulvia Flacca Bambalia estuvo casada, en primeras nupcias, con Publio Clodio Pulquer; su segundo
matrimonio fue con Gayo Escribonio Curión y por tercera vez se casó, en el año 47 o 46 a.C., con Marco
Antonio (estos tres hombres pertenecían a familias consulares). Lo que ella ofrecía en sus matrimonios
era que los Fulvios y los Sempronios Tuditanos, las familias de las que provenía Fulvia, se encontraban
entre las más distinguidas familias de la nobleza plebeya republicana. Lo que aportaba Fulvia a sus ma-
ridos era la riqueza de su familia.

En cuanto a la relación de Fulvia45 y Marco Antonio, puede que ésta comenzara cuando ella estu-
viera todavía casada con Clodio, es decir, hacia el año 58 a.C. Por su parte, Marco Antonio estaba también
casado, con Antonia, y perece que Fulvia lo presionaría, tras la muerte de Clodio en el año 49 a.C., para
que se divorciase. Marco Antonio, egoísta y fácilmente manejable, así lo hizo en el 47 a. C., so pretexto
de que Antonia había cometido adulterio con Publio Cornelio Dolabella, el marido de la hija de Cicerón.
Fulvia y Marco Antonio se casaron en el año 47 o 46 a. C. De esta unión nacieron dos hijos: Marco Antonio
Antilo, que moriría por orden de Octaviano, después de que éste tomase Alejandría en el año 30 a.C., y
Julio Antonio46.

A partir del asesinato de Julio César, Marco


Antonio no pasó mucho tiempo en Roma, lugar
donde, sin embargo, necesitaba de personas de
confianza para la defensa de sus intereses. Esta la-
bor la ejerció Fulvia quien, quedándose en la ciu-
dad del Tíber, favoreció las relaciones sociales y
políticas necesarias para mantener la influencia de
su esposo, a la vez que vigilaba que el patrimonio
familiar se administrase correctamente con el fin de que no terminase en manos extrañas, interesadas y
ávidas. De este modo, el ejercicio de las funciones que Marco Antonio47 asignó a Fulvia la llevarían a ser
la primera mujer en ejercer el papel de esposa gobernante en la historia de Roma48, la cual, en ningún
caso, estaba dispuesta a que su marido no triunfase políticamente.

Por el desempeño de estas funciones y por el abuso de ellas, la imagen de Fulvia en las fuentes
clásicas sale muy mal parada. Plutarco sostiene que era una mujer de carácter violento e inquieto49, ma-
nipuladora, hasta el punto de convertir a Marco Antonio en su títere, capaz éste de obedecer mejor a una

45
Imagen: Moneda acuñada en Eumea (Frigia), con el busto de Fulvia en el anverso. Fue la primera mujer no mitológica en
aparecer retratada en las monedas romanas
46
Rosado Martín, María Concepción: “Las mujeres de la nobilitas romana (44-30 a.C.)”, p. 16, en
http://gredos.usal.es/jspui/bitstream/10366/79925/1/TFM_EstudiosInterdisciplinaresGenero_RosadoMartin_M.pdf
47
Genial militar, valiente y aguerrido, y muy querido por el pueblo romano durante casi toda su vida, fue un pésimo adminis-
trador cuando tuvo la ocasión de ejercer el poder, ya fuera bajo la tutela de César o en los momentos inmediatos a la muerte
de éste. Demasiado natural, demasiado despreocupado para ser comprendido por la rígida e hipócrita sociedad romana, el
perfil psicológico del personaje nos muestra a un hombre dominado por fuertes pasiones, pero con una inmensa necesidad
de afecto y de reconocimiento. Y ese fue su punto débil (http://augusto-imperator.blogspot.com.es/2014/04/marco-antonio-
1-parte.html).
48
Catarella (1991), p. 47.
49
Plutarco, Vit. Ant., XXX.

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

mujer avara que al Senado y al pueblo romano50, y poco dotada para para las labores de su sexo o para el
cuidado de la casa51, aunque el interior de ésta era el mercado donde se negociaba todo lo perteneciente a
la república…, y se sacaba a subasta las provincias y los reinos, repatriaba los desterrados…, donde hacía
gala de su ferocidad, de su vida licenciosa52 y de su codicia53. Estas mismas fuentes señalan que el carácter
violento de Fulvia era compartido, sino superado, por el propio Marco Antonio, hasta el punto de que
éste mandó ir a su casa a todos los centuriones cuya adhesión a la república conocía, y los hizo degollar a
sus pies y a los de su esposa54.

La propaganda augústea se encargó de ofrecer una imagen peyo-


rativa de Fulvia durante las proscripciones. Muchas fuentes dan muestra
de la ambición de Fulvia durante las mismas; ella se habría enriquecido
con los bienes de los proscritos, así como de causar su muerte, conde-
nando a hombres que su marido ni siquiera conocía55. El comporta-
miento descrito por estas mismas fuentes explica que la propaganda au-
gústea calificara a Fulvia y a Marco Antonio como auténticas bestias que
disfrutaban con las ejecuciones de los proscritos, mientras que ensalzan
la labor de Octaviano en defensa de los mismos.

Por la imagen que nos ha sido transmitida de esa mujer, es evi-


dente que la “masculinidad” de Fulvia consistió en invadir las esferas re-
servadas a los varones. Sus manipulaciones políticas fueron beneficiosas
para sus tres maridos, aunque sus ambiciones le crearon enemistades. El antagonismo que despertó de-
muestra el poder político real que llegaban a tener las mujeres como ella, ya fuera a través del dinero o
de la influencia56. No obstante, uno de los puntos favorables de Fulvia57, y del que poco se nos refiere, era
su lealtad ciega hacia Marco Antonio, una cualidad no muy común entre los hombres o las mujeres de

50
Cicerón, Phil., Sexta, 4.
51
Plutarco, Vit. Ant., X, 3.
52
La necesidad de vivir en la opulencia y la ambición por el dinero fueron las razones principales de la corrupción de las
costumbres femeninas, tal como se lamenta Juvenal: Ahora padecemos los males de una paz duradera; un lujo más funesto que
las armas se ha asentado entre nosotros y se venga del mundo sojuzgado. No falta ningún tipo de crimen ni de acción de liberti-
naje desde que desapareció la pobreza romana. El obsceno dinero fue el primero en introducir las costumbres extranjeras, las
riquezas corruptas por su vergonzoso lujo destruyeron la obra de siglos. ¿Cómo puede regularse la pasión sexual de una borra-
cha? No reconoce diferencias entre la ingle y la cabeza, ella que a medianoche muerde enormes ostras mientras espuman los
perfumes bañados por el vino de Falerno y, cuando los bebe en un vaso en forma de concha, el techo gira en derredor y surge la
mesa con doble número de luces… Por las noches colocan aquí las literas, aquí orinan e inundan la estatua de la diosa, …; desde
allí vuelven a sus casas; tú, cuando vas a visitar a tus mejores amigos al nacer el día, vas pisando la orina de tu esposa (Satirae,
VI).
53
Cicerón, Phil., Segunda 11; Segunda, 48; Segunda, 113; Quinta, 11.
54
Cicerón, Phil., Sexta, 4, Dión Casio, XLV, 35, 3, Cicerón, Phil., Quinta, 22, Dión Casio, XLV, 13.
55
Un recuento de las atrocidades cometidas en este período podemos encontrarlo muy detallado en los textos de Apiano: Las
Guerras Civiles de los Romanos, Libro IV. En este libro se hace un recuento de los crímenes perpetrados y se refiere que en
muchos casos la contienda fue aprovechada por los oportunistas para saldar sus cuentas personales: Algunos fueron asesinados
por error, o por malicia personal, contrario a las intenciones de los triunviros. Era evidente cuando un cadáver no era un pros-
cripto ya que su cabeza estaba todavía unida a su cuerpo, ya que las cabezas de los proscriptos debían ser mostradas en el foro,
donde era necesario llevarlas si se querían cobrar las recompensas.
56
Pomperoy (1987), p. 208.
57
Imagen: Busto de Fulvia. Museo del Louvre.

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los círculos en los que ella se movía58. Esa lealtad de Fulvia hacia Marco An-
tonio59 quedó demostrada por el hecho de que ella siguió volcada en la ca-
rrera política de su marido a pesar de que éste ya había iniciado su romance
con Cleopatra60.

La idea de hasta qué punto Fulvia fue un personaje complejo nos la


proporciona Orosio, el cual la calificó como una persona altiva de la que no
se sabe si, en el cambio de régimen republicano por el régimen imperial,
Fulvia debe ser considerada como la última del régimen que desaparecía o la
primera del que comenzaba61.

*** *** *** *** *** *** *** *** *** ***

58
Bauman (1992), p. 85.
59
Imagen: Busto de Marco Antonio, en el Museo Vaticano, Roma.
60
Pomperoy, op. cit., p. 209.
61
Orosio, VI, 18.

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El caso Turia.ix

La conocida Laudatio Turiae, el más extenso elogio fúnebre


de una mujer hasta ahora conservado, estaba dividida en dos enor-
mes placas de mármol, reconstruidas a base de fragmentos dispersos
(algunos de ellos aun perdidos), y con suficiente espacio para al me-
nos un retrato escultórico y una inscripción de más de 180 líneas; el
texto, autoría de un doliente esposo que para algunos historiadores62
se trataría de Quintus Lucretius Vespillo63, cónsul en el 19 a.C., fue
compuesto en una fecha imprecisa de finales de la República o
inicios del Imperio, ya en tiempos de Augusto64.

Siguiendo los principios de la retórica laudatoria, el narrador


nos hace una exposición sistemática y cronológica de los aspectos
más destacables del personaje. Las cincuenta y dos líneas de la co-
lumna de la izquierda inician la exposición de los hechos y destacan
el valeroso comportamiento de la protagonista con ocasión del asesinato de sus progenitores, destacando
el haber logrado la condena de los culpables; también nos habla de su partida a la casa materna del esposo
ausente y de la defensa del testamento paterno frente a quienes solicitaban su nulidad ante los tribunales;
se refiere también a la duración de su matrimonio (cuarenta y un años) y a las virtudes de su esposa, a la
que presenta como la perfecta matrona romana, afectuosa con su familia y generosa con sus más allega-
dos65 y amigos.

En el inicio de la columna de la derecha se destaca la ayuda material brindada al marido en su


huida66,la defensa del hogar familiar ante los ataques de los hombres de Milón durante los desórdenes
de la guerra civil y, sobre todo, la inestimable ayuda prestada ante las proscripciones del año 43 a.C.:
Turia ocultó a su esposo67 asumiendo con ello grandes riesgosx y sufriendo las humillaciones ejercidas
por Lépido, que desatendió su súplica de reintegración68. A continuación, se habla de la desgracia que la

62
Della Torre, Mommsen, Kolbe, Terrini, etc., aunque la autoría es una cuestión que hoy por hoy no está resuelta.
63
En la guerra civil entre Cayo Julio César y Cneo Pompeyo Magno, estuvo de lado de Pompeyo, quien le confió el mando de
una flota en 49 a.C. En 43 a.C. fue proscrito por el triunvirato.
64
Imagen: Laudatio Turiae, fragmento “f”.
65
Fulvia estaba dispuesta a compartir el patrimonio que legalmente le pertenecía con su hermana que, al haberse unido en
matrimonio cum manu mediante coemptio con Cluvio, había perdido los derechos hereditarios sobre el patrimonio paterno,
dado que había dejado de estar sometida a la potestas del padre para pasar a estar sometida a la manus del esposo.
66
Turia no dudó en ayudar a su cónyuge poniendo a su disposición para la huida inmediata alhajas, oro y perlas (y posterior-
mente esclavos, dinero y provisiones cuando ya estaba asentado como prófugo); este conjunto de bienes personales sabemos
que, en calidad de parapherna que no de dote, durante el matrimonio siempre permanecían en propiedad de la esposa y bajo
la administración del marido, que debía restituirlos una vez disuelto el matrimonio (Mentxaka, 2016: 109).
67
Cabe pensar que fuera un seguidor de Pompeyo, como también podría haberlo sido el padre de Turia, que partió hacia
Macedonia con los pompeyanos; tras su derrota en el verano del 48 a.C., en Farsala, tuvo que huir. En el 43 a.C., probablemente
se vio afectado por las proscripciones ordenadas por los miembros del segundo triunvirato: Antonio, Octaviano y Lépido; si
la hipótesis de que el nombre del esposo aparecería en la lista de los proscritos es correcta, además de correr peligro su vida,
su patrimonio quedaría confiscado y la capacidad patrimonial de la esposa sería la única garante del futuro, lo que explicaría
el que no se diga en el texto que el matrimonio de Turia había sido cum manu.
68
Turia buscó la ayuda de su familia y en el transcurso del año 42 a.C. su cuñado Cluvio, que estuvo bajo el mando de Curio
Apio Vario con los cesareanos en África en el momento del asesinato de los padres de Turia, consiguió del triunviro Octaviano
el indulto; aun así, a su regreso tuvo que ser ocultado por ella, ya que no obtuvo de Lépido el cumplimiento de la voluntad de

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esterilidad provoca en la vida de la pareja, de la oferta de divorcio69 efectuada por ella para poner fin a la
situación de no poder engendrar hijos legítimos70, ofreciéndole incluso considerar a los descendientes de
su esposo con otra mujer como suyos propios. Por último, el apenado esposo nos refiere la situación de
desconsuelo, dolor y miedo que le ha provocado el fallecimiento de su compañera, más joven que él,
finalizando la Laudatio con una petición a los dioses, exhortándoles a proteger a su amada esposa falle-
cida71.

El relato nos sitúa ante una mujer decidida, prudente y valiente, que permanece fiel a su familia y
defiende a sus miembros sin temor a las consecuencias que puedan surgir de dichos actos; ante la ausen-
cia de un paterfamilias y de un esposo, ausente al inicio de su matrimonio, es ella la que asume la direc-
ción de la domus y de la familia en el ámbito público y privado, tomando iniciativas jurídicas, defendiendo
y administrando el patrimonio o, incluso, asumiendo un protagonismo y visibilidad publica más propias
de los hombres, según los valores predominantes en la sociedad romana del momento72; cabe pensar que,
probablemente, en una situación política normalizada su papel hubiera sido secundario y no tan visible,
asumiendo el control de la situación el esposo y por lo tanto, no se habría encargado de la persecución
legal de los asesinos de sus padres, ni habría asumido la administración del patrimonio, ni, por supuesto,
habría intercedido directamente con los políticos por la rehabilitación de su marido.

Estas cualidades explicitadas en el texto quedan complementadas con la relación expresa de vir-
tudes típicas del ámbito privado que encontramos a lo largo del epígrafe y que el marido enuncia expre-
samente cuando habla del lanificium, de su religio sine superstitione, de la pudicitia73, del obsequium, de
la comitas et facilitas, del ornatus non conspiciendus, del cultus modicus, de la pietas y caritas familiae,

Octaviano; sólo con la vuelta de éste de Iliria en el año 41 a.C., pudo recuperar su situación legal, lo que le llevó a ocupar bajo
su mandato el consulado, si la hipótesis sobre su identidad es la correcta.
69
Turia estaba dispuesta, aunque no se hubiera producido la muerte de su marido, a actuar como matrona univira (la mujer
que sólo ha tenido un esposo, sea porque ha muerto antes que éste, sea porque, una vez viuda, se ha negado a tomar otro
marido por fidelidad a la memoria del primero y renunciar a un segundo matrimonio), lo que demuestra que tenía muy
asumido el papel de matrona pudica (Librán, 2007: 7). Séneca refiere que algunas mujeres no contaban los años por los cón-
sules, sino por el número de sus maridos, y según Juvenal había mujeres que se divorciaban antes de que se secasen las ramas
verdes que adornaban la casa de los esposos en la fiesta nupcial, llegando hasta cambiar ocho veces de marido en cinco años;
Tertuliano aseguraba que las mujeres sólo se casaban para poder divorciarse: es innegable que en todo esto hay mucho de
exageración, inspirada por la amargura o por la ironía. Pero, indudablemente, la realidad que daba pie para tales exageraciones
no debía de ser muy halagüeña. Sin duda que los matrimonios de larga duración escaseaban mucho más de lo que habría sido
de esperar, dada la temprana edad en que la gente se casaba (Friedlaender, 1947: 292). No son de extrañar, pues, las palabras
que Marcial, en uno de sus epigramas, nos traslada: Es ya, Filero, la séptima mujer que entierras en tu finca. Ninguna finca ha
dado a nadie mayor cosecha.
70
Tal vez cuando se hizo esta propuesta se había producido la promulgación de la lex Iulia de maritandis ordinibus del 18 a.C.
y los matrimonios estériles se aventuraban a sufrir sanciones: la legislación estableció penalizaciones para los no esposados
(caelibes) o los esposados sin haber tenido hijos (orbi), que se arriesgaban a sufrir desventajas, sobre todo en el ámbito here-
ditario; los que no tenían hijos solo podían adquirir la mitad de lo que les correspondiera.
71
Mentxaka, 2016: 104-105.
72
Hemelrijk, destaca que, aunque el esposo presenta a Turia como excepcional, en realidad no lo fue tanto, ya que está acre-
ditado el papel relevante de las mujeres durante los momentos de crisis (en este caso las proscripciones) comportándose como
varones que acuden en ocasiones disfrazadas al foro, viajan ocultas o toman parte en asambleas nocturnas, practicando en
definitiva “roles” masculinos (Hemelrijk, E. A., “Masculinity and feminity in the Laudatio Turiae”, The Classical Quarterly 54,
2004, p. 189-190).
73
Según M. Librán, «Las cualidades más apreciadas y admiradas en la matrona romana eran pudicitia y fides». «Fides es el
respeto a la palabra dada», y bajo el nombre de pudicitia quedan englobadas «la honestidad, fidelidad, castidad, economía,
modestia, compostura, recato, entrega al marido y a los hijos, formación intelectual sin ostentación ni ánimo de llamar la
atención, abnegación, frugalidad, obediencia, tranquilidad y ecuanimidad de ánimo, sentido del deber, piedad religiosa,
agrado y gracia» (2007: 4-5).

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

de la quies, de la liberalitas, cualidades que reproducen el ideal de la matrona romana: casta, obediente,
sociable, religiosa pero sin excesos, devota de la familia, que viste con recato, que se adorna con senci-
llez74, que busca la tranquilidad de los suyos, etc.; sin embargo, el marido autor del elogio no reivindica
estos valores en abstracto, en calidad de atributos que por definición debe tener toda matrona romana
que se precie, sino porque los considera propios y específicos de su esposa, como la dilatada vida en
común y los hechos expuestos se han encargado de demostrar75.

Si bien es verdad que, en lo referente a las virtudes que acompañan a Turia y a sus actos, las pala-
bras mandadas a esculpir en piedra por el marido de Turia son claramente explicitas, no lo son tanto en
la cuestión referente al tipo de matrimonio que los unía. El interrogante que se plantea ya desde el inicio
del texto se refiere a la situación jurídica de Turia respecto a su vinculación matrimonial. La cuestión
pasa por determinar si el matrimonio de los protagonistas era libre o acompañado de la conventio in
manu. Pueden hallarse en el texto leves indicios sobre su sometimiento a la manus, como la mención a
la tutela76 de Turia que parece indicar que era mujer alieni iuris. Sin embargo, parecen mayores los indi-
cadores de que estuviera casada en régimen de matrimonio libre77, ya que en el texto se menciona que
ambos esposos compartían las obligaciones, encargándose él de gestionar la fortuna de la esposa y ésta
de supervisar la del esposo, y que su padre ejerciera la potestas sobre ella. Asimismo, es posible que el
padre, en el testamento impugnado, nombrara tutor al marido de Turia, a la que, por cierto, se la men-
ciona como titular de su patrimonio, lo que sería poco normal, que no imposible, de estar casada cum
manu. A todo esto, cabe añadir que, en los casos de proscripción, los bienes del afectado eran confiscados,
por lo que Turia podría haber librado de tal expropiación los suyos propios, hecho que parece quedar
confirmado en el texto al reconocer el esposo, de forma expresa, que durante su ausencia el patrimonio
se vio incrementado en dinero, esclavos y rentas.

Otro elemento que apoya la tesis del matrimonio inicial sine manu está en el hecho de que el
matrimonio se formalizó en el mismo momento en que Turia se incorporó a la casa del marido ausente,
que se encontraba luchando en el bando pompeyano, puesto que la deductio in domum mariti marcaba

74
La austeridad, que caracterizaba el modo de vida de la matrona, se había de reflejar también en el aspecto externo de la
mujer ideal: su arreglo personal, los adornos de su indumentaria formaban parte de la imagen que proyectaba socialmente la
matrona y habían de ajustarse, por ello, a las mismas leyes que definían la feminidad. Una antigua ley Oppia, fechada alrededor
del año 216 a.C., limitó los ornamentos y el vestuario que podían mostrar en público las mujeres honradas. La matrona debía
ser discreta en su indumentaria, cubrir su rostro con un velo, no mostrar la mercancía de su cuerpo ni llamar la atención con
joyas excesivas. Varios siglos después, Séneca repetía los criterios de moderación a seguir por la matrona en su ornamento
personal: El mal dominante del siglo, la desvergüenza, no te cuenta entre sus innumerables víctimas: ni las piedras preciosas, ni
las perlas te han seducido; la riqueza no ha brillado para ti como el mayor bien de la humanidad; a ti, educada dignamente en
una casa antigua y austera, no te ha desviado la imitación de los peores, peligrosa incluso para las gentes de bien (Ad Helviam
de consolatione, XVI, 3) (Irigoyen Troconis, Martha Patricia: “La mujer romana a través de la fuentes literaria y jurídicas” en
https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/4/1855/18.pdf).
75
Mentxaka, 2016: 117-118.
76
El que existiera inicialmente la tutela no significa que se hubiera mantenido durante toda la vida conyugal, ya que podría
haberse extinguido si la relación inicial sine manu se hubiera modificado y con posterioridad ella hubiera estado unida a su
esposo mediante un matrimonio cum manu (Mentxaka, 2006: 640).
77
La mujer casada sine manu y dependiente de su paterfamilias, podía por la ductio ser arrebatada del domicilio conyugal,
incluso contra su voluntad, y reconducida a la casa paterna, mientras que la ductio ejercitada por el marido que ostentaba la
manus sobre la esposa la reconducía a casa y la sustraía de la influencia de quienes suscitaban discordia en la familia (López
Huguet, 2006: 5 ss.).

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

el inicio de la vida en común; en caso contrario, si el enlace se hubiera cele-


brado cum manu78, a través de la coemptio79 o de la confarreatio80, se hubiera
exigido la presencia del pater del marido (en este caso probablemente di-
funto) o del propio marido que la adquiría.

Con independencia de algunos aspectos poco precisos que se apre-


cian en la Laudatio Turiae, mencionar que los ejemplos de conducta feme-
nina de que nos hablan en general las fuentes, se circunscriben casi en su
totalidad a las clases altas81 de la sociedad y, aun siendo como son parciales
y fragmentarias, no trazan tampoco una imagen conjunta de las romanas de
alta alcurnia. En la literatura apenas encontramos alguna que otra referencia
que nos permita entrever cómo vivía la mujer de las clases medias y bajas.
Lo único que se ha conservado son las inscripciones funerarias de las muje-
res de estas clases sociales, en las que los maridos ensalzan sus virtudes; hay
una, sin embargo, en la que el marido confiesa con contundente sinceridad:
El día en que murió, di gracias a los dioses y a los hombres.

En un extenso discurso de elogio a la memoria de una difunta (llamada Murdia y muerta tal vez
en la segunda mitad del siglo I d.C.), que no pertenecía, ni mucho menos, a una familia prominente,
como es el caso de Turia, se dice claramente que las inscripciones sepulcrales de las mujeres tenían que
parecerse por fuerza las unas a las otras, cualquiera que fuese su condición social: Puesto que el elogio de
toda mujer buena suele ser muy sencillo y parecerse al de cualquier otra, va que las virtudes conferidas por
la naturaleza y mantenidas por el cuidado de la persona que las posee no requieren ninguna variedad y
basta con que todas se muestren dignas de la misma buena fama; y puesto que para una mujer resulta difícil

78
Matrimonio en el cual la mujer abandonaba su familia de origen para entrar a formar parte de la del marido. Ello significaba
que la mujer perdía todo tipo de ligamen —incluso en el ámbito hereditario—con su familia originaria y si era sui iuris apor-
taba al marido todo su patrimonio. Al morir el paterfamilias, su esposa se convertía en sui iuris y en heredera civil, mientras
que la uxor del hijo —que era quien se convertía en sui iuris a la muerte de su padre—pasaba a estar sometida a la manus de
su esposo (Mentxaka, 2016, p. 105-106).
79
Era un modo de configuración del matrimonio romano cum manu; se trataba de fingir una venta de la mujer al esposo por
medio de los rituales de la mancipatio. Debían estar presentes, el pater que transmitía la propiedad de su hija o nieta, o en el
caso de ser sui iuris (no tener pater) debía estar su tutor. Al igual que en la mancipatio, se necesitaba contar con cinco testigos,
ciudadanos púberes y con otro que sostuviera la balanza (libripens) donde se pesaba un trozo de cobre, que era entregado
simbólicamente al padre de la novia como supuesto pago por ella. Era un acto privado; no intervenían ni sacerdotes ni magis-
trados. Pronto cayó en desuso, y ya casi no existía a principios del imperio (http://derecho.laguia2000.com/derecho-ro-
mano/coemptio).
80
Sólo se permitía a los patricios que hicieran uso de esta forma matrimonial. Una vez celebrada, originaba el matrimonio
cum manu. La confarreatio se iniciaba desde que la mujer salía de su casa, luego de efectuarse la traditio donde la mujer es
entregaba a su futuro esposo, para luego ser acompañada por un cortejo (deductio in domu) dirigiéndose a su nuevo hogar (el
del esposo). Al llegar, el novio alzaba a la novia por encima del dintel, para que no se enojaran los dioses del umbral, que
recibían a una integrante familiar que aún no los había adoptado, para luego celebrar la confarreatio propiamente dicha, ante
el agua lustral y el fuego sagrado, donde se ofrendaba al Dios Júpiter un pan de harina de trigo llamado panis farreus, de donde
deriva el nombre de confarreatio; se decían palabras solemnes necesitándose 10 testigos y la presencia del Flamen Dialis. Para
disolver un matrimonio celebrado por confarreatio había que realizar formalidades contrarias, la difarreatio, también con la
presencia de las mismas personas que en la ceremonia original, el pan de harina, y los rezos, que esta vez consistían en ofensas
hacia los dioses del marido para liberarse de ellos.
http://derecho.laguia2000.com/derecho-romano/confarreatio#ixzz4VHgFFRhD
81
Imagen: Estatua de Livia, que viste los ropajes característicos de la verdadera matrona romana, estola y palla. MAN Museo
Arqueológico Nacional, Madrid.

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

adquirir nueva gloria, porque su vida no suele verse complicada en muchas vicisitudes, tienen necesaria-
mente que aspirar a lo que es común a todas, para que la omisión por parte de una de los preceptos justos
no mancille a todas las demás. Por eso es tanto más de encomiar la vida de mi amadísima madre; igual o
parecida a la de cualquier otra mujer honrada y no cede a ninguna en cuanto a modestia, rectitud, castidad,
obediencia, labor doméstica (lanificio), laboriosidad y fidelidad conyugal. Y algo semejante a esto dice tam-
bién el marido de Turia en el Panegírico, más arriba citado, de su esposa muerta: ¡Para qué mencionar
sus virtudes domésticas, su castidad, su sumisión, su espíritu alegre, su don de transigencia, su laborio-
sidad en todos los trabajos de la lana, su religiosidad sin superstición, el cuidado exquisito con que rehuía
todo lo que fuese llamativo o exagerado en el adorno o en el vestido, para qué mencionar todo esto?
¿Para qué hablar de su amor por los suyos, de su apego a los parientes, si honró siempre a la madre del
esposo tanto como a sus propios padres y veló por ella ni más ni menos que por las gentes de su familia
y tenías tantas y tantas cosas de común con todas las mujeres celosas del honor femenino?

Este modo de concebir la vida de la mujer debió de ser también el predominante en todos los
círculos de la clase media, independientemente de las diferencias que entre ellas mediasen o de la época
y lugar de procedencia, pues en muchos casos es de todo punto imposible llegar a saberlo como lo es el
averiguar el estado social y las condiciones de vida de la persona de que se trate. Por lo demás, aunque
las inscripciones a que nos referimos no contengan, evidentemente, datos muy fidedignos acerca de las
mujeres a quienes se prodigan con la mayor generosidad los encomios de la más excepcional, la más
casta, la más incomparable de las esposas, indican, por lo menos, cuáles eran las virtudes que más apre-
ciaban los romanos en la mujer82.

Una mentalidad tan pragmática como la romana, se doblegó sin dificultad ante la evidencia de
mujeres, como Fulvia o Turia, muy superiores tanto por sus cualidades como por su inteligencia. No hay
que olvidar que esta mentalidad es la que llevaba al varón a elegir pareja guiándose fundamentalmente
por las cualidades que veía en la mujer o por su patrimonio (la parte física quedaba relegada a un segundo
plano), con el objetivo de ser lo más útil posible al matrimonio. En el Satiricón, la mujer de Trimalción
ejercía su poder e influencia en su marido hasta el punto de convertirse, según comenta uno de los co-
mensales83, en el brazo derecho de Trimalción, a lo que añade, en una palabra, si en pleno mediodía ella le
dijera que es de noche, él quedaría convencido de ello. Por su parte, Trimalción probablemente repasaba
las palabras pronunciadas por el censor Metelo Numídico al referirse a las mujeres como un mal necesa-
rio por ser imprescindibles para su propia supervivencia: Si pudiéramos vivir sin esposas, Quirites, nos
libraríamos todos de este estorbo; pero ya que la naturaleza ha dispuesto que no se pueda vivir con ellas
felizmente, pero tampoco sin ellas de ningún modo, habrá que mirar por la general salvación antes que por
un placer efímero84.

A pesar de las mordaces palabras de Metelo, seguramente muy aplaudidas por muchos romanos
de todos los tiempos, no podemos [ni debemos] guardar silencio sobre aquellas mujeres a quienes ni la
modestia de su sexo ni las insignias de su pudor pudieron impedirles hablar en el foro y en los tribunales85,
y defender con valentía su justa causa.

82
Friedlaender (1947), p. 320-321.
83
Satiricón. 37, 5.
84
En Gell, 1.6.2.
85
Valerio Máximo, Hechos y dichos memorables, VIII, 3, 1.

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

Mujer, empresa y negocioxi

Como ya se ha apuntado anteriormente en este trabajo, el derecho romano situó a la mujer en una
posición de inferioridad manifiesta frente al hombre, negándole esa preeminente situación jurídica que
en Roma tenía el jefe de una familia y que la mujer nunca podría alcanzar. Por el contrario, siempre se
hallaba sujeta a una potestad familiar: la patria potestas si era filia familias; in manu, si había contraído
matrimonio cum manu; finalmente, si era sui iuris, caía bajo una tutela perpetua. En suma, la mujer
estaba sometida al cabeza de familia, al marido o al tutor, cualquiera que fuese su edad.

Esta situación de inferioridad estuvo expresamente reconocida por los juristas, entre los cuales
Papiniano afirmaba que en muchos artículos de nuestro derecho es peor la condición de las mujeres, que
la de los varones86. Y Ulpiano, en un determinado caso en que trataba de establecer una preferencia entre
los dos sexos, decidió en favor del varón, argumentando que existía mayor dignidad en él87. Pero frente
a este lenguaje de los juristas tan poco favorecedor para la mujer, los escritores no juristas nos dan una
versión de los hechos de la vida diaria que no coincide precisamente con los rígidos preceptos jurídicos.
Plutarco88 pone en boca de Catón, cónsul y censor, la siguiente frase contra el predominio femenino:
Todos los hombres mandan en las mujeres; y nosotros en todos los hombres, pero las mujeres mandan en
nosotros (los cónsules y magistrados).

Aun tomando en consideración las palabras de Catón, la realidad era que la mujer púber, y por
tanto mayor de edad, si no estaba sometida a la potestad de un paterfamilias y era, por tanto, sui iuris, o
sea capaz jurídicamente, no llegaba, sin embargo, a una efectiva independencia jurídica, como la que
disfrutaba el hombre que había salido de la potestad familiar y era mayor de edad. Por el contrario, la
mujer quedaba sometida perpetuamente, cualquiera que fuese su edad, a la potestad de un tutor, cuya
auctoritas necesitaba para casi todos los actos jurídicos, como el contraer matrimonio cum manu, el
otorgar testamento, etc.

Sin embargo esta tutela, mantenida durante siglos, fue decayendo paulatinamente como algo des-
provisto de fundamento, hecho que se hizo evidente al final de la República a través de la tutela optiva;
era frecuente que el marido, para evitar que la esposa en caso de quedar viuda cayese bajo la tutela de
ciertos parientes no deseados, le concediese en su testamento la facultad de elegir ella misma a su tutor
(tutor optivus), e incluso la previsión y generosidad del marido podían llegar al extremo de concederle a
su viuda una optio plena, por la cual podría cambiar de tutor a su voluntad, cuantas veces quisiera. Se
comprende fácilmente que este tutor elegido por la mujer no habría de ponerle muchos inconvenientes
en el desempeño de su misión, puramente formularia, y, en todo caso, su relevo dependería tan sólo de
la propia tutelada89.

86
Papiniano, Digesto, 1, 5, 9.
87
Ulpiano, Digesto, 1,9, 1.
88
Plutarco, Apotegmas, III.
89
No era exagerado el juicio de Cicerón sobre la tutela de la mujer, cuando decía irónicamente que las leyes han establecido
un gran número de principios muy sabios; la mayor parte han sido corrompidos y alterados por los jurisconsultos. Nuestros
antepasados han decidido que las mujeres, a causa de la debilidad de su razón, estarían bajo la potestad de su tutor; los juriscon-
sultos han inventado tutores que están bajo la potestad de las mujeres (Cicerón, Pro Murena, 12).

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

Con el Imperio, la tutela de las mujeres sufrió un nuevo revés en aras de la política demográfica
de Augusto quien, con la lex Julia et Papia Poppaea90 reconoció, entre otros beneficios propios del ius
liberorum, el verse libres de dicha supervisión91.

Una vez superada la tutela, la mujer no era incapaz por sí misma, sino únicamente de representar
a otros. Por lo tanto, nada le impedía concluir contratos para sí, o iniciar procesos en defensa de sus
intereses ante los órganos jurisdiccionales. De este modo, la mujer podía realizar actos de disposición
tales como contratar, litigar, tomar dinero en préstamo, recibir pagos, incluso ayudar a su marido en la
realización de estos actos y negocios.

Otro aspecto jurídico que sufrió una notable evolución hacía referencia a la incapacidad patrimo-
nial del filius y la filia. En un principio, la situación de los sometidos era única y todos eran incapaces de
ejercer una actividad negocial propia. En su condición de alieni iuris, para todos valía el principio de que
no tenían patrimonio propio y que todo lo que adquirían pasaba a integrar el patrimonio del paterfami-
lias.

Fue probablemente a finales de la República cuando empezaron a introducirse excepciones a la


originaria incapacidad patrimonial de los sometidos. Respecto a los hijos e hijas, la aparición de los pe-
culios, masas de bienes en las que se les reconocían facultades variables, abrió el camino al reconoci-
miento cada vez más amplio de la titularidad de derechos patrimoniales. A la hija se la consideró, res-
pecto a la dote, participante y socia del padre en el derecho contra el yerno y el marido92.

La dote era aquel conjunto de bienes o cosas singulares que la mujer, u otra persona por ella,
entregaba al marido, con la finalidad de atender al sostenimiento de las cargas matrimoniales (ad susti-
nenda onera matrimonii). Surgió en el ámbito del matrimonio acompañado por la manus, y al objeto de
compensar, en alguna medida, la pérdida de los derechos hereditarios que sufría la mujer como conse-
cuencia de la ruptura de todo vínculo con su familia paterna. Posteriormente pasó al matrimonio libre,
con el carácter de aportación destinada a sufragar los gastos del hogar doméstico.

Tanto si el matrimonio iba acompañado de la manus, como si tal no ocurría, los bienes se consi-
deran propiedad del marido. Dado, sin embargo, que la adquisición definitiva por parte de éste no pareció
siempre justificada, y mucho menos cuando el divorcio se puso a la orden del día, entró en la práctica la
costumbre de que el marido prometiese al constituyente la restitución de la dote, para el caso de que se
disolviera la unión.

Ya en la etapa final de la República tomó cuerpo la idea de que el marido solamente adquiría la
propiedad de la dote cuando pesasen sobre él las cargas del matrimonio. Por obra de la interpretación
jurisprudencial, según parece probable, se introdujo entonces una actio rei uxoriae, por la que la mujer,
si acaecía el divorcio, podía exigir judicialmente la restitución. Sobre las bases de esta disciplina jurídica

90
Las Leyes de Augusto en el 18 y 17 a. C. y en el 9 d. C. dispusieron una serie de ordenanzas que revolucionarían el derecho
de familia y que liberarían en gran parte a las mujeres de la sumisión a esta tutela y que proporcionarían a la mujer una cierta
libertad. Una mujer libre que hubiera tenido tres hijos (casada o no) y una liberta que hubiera tenido cuatro, quedaban libres
de tutela. Poco después, con Claudio (s. I d. C.), la tutela quedó automáticamente abolida para las mujeres libres.
91
Espín (1969), pp. 7-9.
92
Gamboa (2008), pp. 29-30.

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se cimentó el régimen clásico de la dote93, en el que la propiedad del marido sobre los bienes dotales
quedó reducida a términos de simple ficción; en la realidad, su condición respecto de ellos no era otra
que la de un usufructuario94.

Durante este periodo, el de la llamada emancipación femenina, las cosas cambiaron notablemente
para la mujer romana: las viejas pautas de conducta de la materfamilias perdieron vigencia y ya casi no
se cumplían. La austeridad, que debía regir la vida pública y privada de la matrona, desapareció; una
desmesurada ambición de riqueza vino ahora a ocupar el mundo femenino. Y fue esta necesidad de lujo
y ostentación social la que la llevó a explorar el mundo profesional; desde los oficios de peluquera o
tejedora, hasta el desempeño de profesiones liberales como la obstetricia, la explotación de minas, naves
y hasta hoteles de su propiedad95. Aparecieron, pues, las mulieres negotiatrices.

El término negotiatrix no es fácil de definir, como tampoco lo es de acotar. Podía referirse, sim-
plemente, a las actividades comerciales en general o ampliarse a toda clase de acciones relacionadas con
la especulación del dinero o, incluso, aludir simplemente a las mujeres que mercadeaban, diferencián-
dolas de las que se dedicaban a otro tipo de ocupación en la que la transaccionalidad comercial no estaba
presente. Era, por tanto, un concepto muy amplio que abarcaba toda la esfera de la actividad produc-
tivo/mercantil y proporcional en su dimensión a la clase social a la cual perteneciera la actuante.

No obstante, podríamos catalogar a estas mujeres negotitatrices en función del volumen de capital
gestionado. En primer lugar, tendríamos a las que se ocupaban de grandes empresas relacionadas con
actividades financiero especulativas, con el transporte marítimo, con el ámbito de la construcción o con
la explotación de grandes latifundios o de bienes inmuebles, por resaltar algunas de estas actividades, y
que generalmente eran intermediadas por mujeres de la alta clase social romana, probablemente conse-
cuencia de la cuantía de capital inicial o de los recursos propios que debían ser invertidos para la promo-
ción de las mismas.

Probablemente, estas mujeres no se encontraban en la necesidad de llevar directamente sus pro-


pios negocios y solían servirse de una persona o personas, generalmente libertos de su confianza o pro-
curadores96, que se encargaban de llevar a cabo las directrices recibidas en la tramitación de sus activi-
dades, ejerciendo a su vez de asesores financieros en el empleo del posible capital generado97.

Ejemplos de estas actividades no nos faltan; así, hay préstamos realizados por mujeres, como el
caso de Vettia, que consiguió 20 denarios a un interés de 12 ases, o el que realizó Faustilia98, de 15 denarios

93
La dote legada quedaba fuera de la ley Falcidia del año 40 a.C. (ordenaba que el testador no podía legar más de tres cuartas
partes de la herencia, en términos de asegurar al heredero el cuarto restante), porque se consideraba que la mujer recibía una
cosa que ya era suya.
94
Iglesias (2004), p. 351.
95
Irigoyen, pp. 258-259.
96
El origen del procurator parece encontrarse en esclavos manumitidos que, a pesar de su libertad, se encargaban de la admi-
nistración de los bienes de sus antiguos dueños. Era en la vida cotidiana romana, especialmente en actividades comerciales o
de banca, donde los esclavos resultaban de especial importancia, actuando como representantes o agentes de sus propietarios,
con gran flexibilidad e independencia.
97
Cicerón, Pro Caecina, v. 14.
98
El concepto de microcrédito como préstamo de pequeñas cantidades de dinero que posibilita que personas sin recursos
puedan desarrollar proyectos laborales por su cuenta fue ya puesto en marcha por algunas mujeres en la Roma Antigua. Estas
mujeres lo impulsaron gracias a contratos de préstamo de pequeñas cantidades de dinero realizados por y entre mujeres y
garantizados con contratos de prenda en los que se entregaban en garantía objetos personales de poco valor. Gracias a las
inscripciones encontradas en la Casa de Granio Romano, en Pompeya, conocemos el realizados por la prestamista Faustilia

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al interés de 9 ases, ambos anuales. De mayor cuantía encontramos un préstamo concedido en la locali-
dad egipcia de Tebtinis, en el año 140 d.C.: Dydime prestó la cantidad de 372 dracmas de plata a otras dos
mujeres llamadas Taorsenousis y Terphosais, cantidad que debía restituirse en cinco años, teniendo como
garantía el usufructo de varias tierras (ambas partes estuvieron asistidas por su respectivo tutor).

Otra muestra de la intervención de mujeres en el ámbito de los créditos y préstamos pecuniarios


es la recogida en el pasaje de Valerio Maximo99, donde se relata un pleito presidido por Cayo Aquilio Galo
entre Otacilia Laterense y Cayo Viselio Varrón a causa de una transcriptio nominum100 en cuya virtud se
asentaba a favor de Otacilia la cantidad de 300.000 sestercios de los que era deudor Cayo Viselio: entre
ambos, además de ese vínculo contractual, existía una relación amorosa que sembraba la duda sobre el
mismo, pues el reconocimiento como deudor de Cayo Viselio proyectaba encubrir una especie de legado
testamentario, dado que Cayo se encontraba en estado de extrema gravedad y Octacilia pretendía poder
reclamar este crédito a sus herederos, en caso de que aquél muriera. Cayo sanó sorprendentemente, pero,
aun así, Octacilia trató de cobrar el crédito que realmente nunca existió. Finalmente, Cayo logró hacer
prosperar su exceptio doli101. En lo que a nosotros nos interesa, el dato relevante que nos ofrece el texto
es el que nos presenta a Octacilia como acreedora en un contrato de transcripción de créditos102 y, por
lo tanto, una persona plenamente capaz a nivel jurídico, hecho impensable en épocas anteriores.

En el ámbito de la construcción, citar a Domicia Lucila que, en torno


al 108 d.C., era propietaria de unas canteras de arcilla que supo explotar con
una fábrica de tejas y materiales de construcción y cuyos sellos103 aportan
una interesante información de su empresa, en especial en lo que se refiere
a la elaboración de tejas104. Debió tener una producción grande, con escla-
vos, obreros y otros subordinados, de los cuales sabemos que dos eran sus
encargados: uno al frente del trabajo las canteras (servus vicarius), denomi-
nado Agotobulo, y otro como encargado de la fábrica (officinator), un tal
Trofino. No debió ser Domicia la única dedicada a este tipo de empresa

quien concede préstamos a otras mujeres, a un interés del al 6,25% anual, quedándose como garantía de devolución en con-
cepto de aval (a través de pignus-prenda) objetos personales como unos pendientes, un abrigo… Estos préstamos conseguían
realizarse de forma legal y evitar la necesidad de ser autorizados por el tutor (a tenor de las reglas de la necesaria intervención
del tutor en la realización de negocios jurídicos realizados por mujeres) al ser el dinero un bien fungible y por tanto no some-
tido a formalidad para que su transmisión proporcionara efectos jurídicos. Además, al ser lo depositado el dinero de la pres-
tamista, el préstamo podría haber adoptado la forma de un depósito irregular, contrato bilateral imperfecto que, en principio,
solo generaría obligaciones para el depositario. La utilidad del depósito irregular descansaría en que solo genera obligaciones,
en principio, para una parte, la depositaria, de forma que la prestamista podría también eludir la necesaria intervención del
tutor. (http://www.agenciasinc.es/Noticias/Las-mujeres-de-la-Roma-antigua-impulsaron-un-sistema-similar-al-de-los-mi-
crocreditos).
99
Valerio Maximo, Fact. ment. 8, 2, 232.
100
Se trataba de un negocio escrito, practicado fundamentalmente en una etapa que va del siglo I a.C. al siglo I d.C., que
consistía en la inscripción creadora de obligaciones, que se realizaba en los libros de contabilidad de un paterfamilias o con
más frecuencia de un banquero. Existía un libro de contabilidad de entradas y salidas (codex accepti et expensi) donde se
anotaban en el acceptum las cantidades entradas o recibidas y en el expensum las cantidades entregadas o salidas. Los libros
en que se anotaban las partidas contables tenían eficacia constitutiva o creadora de obligaciones y por ello eran controlados
por los censores. La acción que derivaba del contrato literal era la actio certi.
101
La exceptio doli era concedida a la víctima del dolo (actuación maliciosa, con intención de perjuicio) para repeler la acción
por la que el culpable o sus causahabientes reclamasen el cumplimiento del negocio.
102
Lázaro, p. 166.
103
Imagen: Fragmento de una tegula, en la que puede leerse: I.D.FVS... (Lagunas de Villafáfila).
104
CIL XV, 263 y 264.

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

puesto que los nombres de mujeres aparecen frecuentemente en sellos de ladrillos, habida cuenta que
muchas de ellas eran propietarias de las fincas en las que se ubicaban pozas de arcilla que explotaban
directamente o que eran arrendadas para tal fin, apareciendo en alguno de estos sellos la expresión ne-
gotiator vinculada a un nombre femenino.

Otra importante actividad era la relacionada con la producción agrícola: la tierra era la mayor
fuente de riqueza de la aristocracia y de hecho conocemos los nombres, a través de testimonios epigráfi-
cos, de propietarias de latifundios (fundi). La posesión de grandes extensiones de tierra les permitía par-
ticipar en sectores de la economía tan lucrativos como el cerealístico, el aceitero o el vitivinícola. Algunas
de ellas podían ser también propietarias de los talleres cerámicos (figlinae) en los que se fabricaban las
ánforas para el transporte del producto final. Abundan los ejemplos: sabemos de Valeria Maxima que era
una matrona romana que puso al frente de sus fincas no un capataz (villicus) sino dos villicae, dos mujeres
que se llamaban Eucrotia y Cania Urbana. También están los casos de C. Plancia Romana en Fiñana (Al-
mería), Aurelia Iuventiana en Arauzo de Torre (Burgos) o Valeria Faventia en Tarraco. Especialmente
significativa fue la situación de Valeria Faventia, conocida a través del testimonio de una sentencia a su
favor, del año 193 d.C., en el pleito que ésta mantenía contra una comunidad campesina (compagni rivi
Larensis) por haber invadido el límite de sus tierras. La sentencia demuestra que la capacidad de la mujer,
en este caso hispanorromana, para poseer tierras y sus derechos como propietaria no se vieron en modo
alguno mermados por su condición femenina105.

Las fuentes proporcionan también nombres de mujeres negotiatrices106 con una actividad comer-
cial relacionada fundamentalmente con el cereal. Abundia Megiste fue una negotiatrix frumentaria et
leguminaria ab scala mediana107. Compartía el trabajo con su marido, el ciudadano romano M. Abundio
Luminaris, quien además de ser su patrono tenía otros libertos. Cuando enviudó continuó dirigiendo ella
sola el negocio de compra-venta de cereal108.

La epigrafía informa de otras mujeres que eran propietarias de bienes inmuebles con los que in-
vertían y negociaban realizando compras, ventas y alquileres, como la pompeyana Julia Felix109 que al-
quilaba y vendía locales comerciales.

Este grupo de mujeres pertenecientes a la élite social constituía uno de los sectores principales del
mundo profesional femenino. Ahora bien, no podemos desdeñar las actividades realizadas por mujeres

105
Gallego, pp. 113-114.
106
En las fuentes se observa que también se incluye a las mujeres dentro del término negotiatiores, quienes, además, aparecen
extremadamente especializadas en su actividad durante el periodo imperial; Eichenauer afirma que junto al término negotia-
trix se encuentra normalmente citada la mercancía con la que comercia la mujer, en caso contrario, esto es, de no mencionarse
dicha mercancía, la expresión negotiatrix se entiende referida a una mujer que se dedica al comercio de cereales (EICHE-
NAUER, M., Untersuchungen zur Arbeitswelt der Frau in der römischen Antike (Frankfurt am Main, Bern, NewYork, Paris 1988)
p. 23.
107
Quizá mediana indique aquí que se encontraba en medio del edificio dedicado al pan (el forum pistorum) y el edificio
dedicado a las legumbres (la porticus fabaria) o que se situaba en medio de la escarpadura del Aventino (Aguilera Martín,
Antonio (2002): El monte Testaccio y la llanura subaventina. Topografía extra portam Trigeminam. Centro Superior de Inves-
tigaciones Científicas, Roma, p. 82.
108
CIL VI, 9683.
109
CIL IV, 1136.

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

de condición menos pudiente que, aunque tenían un impacto eco-


nómico mucho menor, tenía una representación mucho más am-
plia y diversificada, trabajando en ciertos oficios o regentando ne-
gocios mucho más modestos en pequeños locales, talleres que mu-
chas veces consistían en simples puestos en las calles de cualquier
ciudad romana, mujeres a las que las podríamos denominar como
venditricesxii.

La franja de mujeres que iba entre las negotiatrices110 y las


venditrices contemplaría una serie de actividades donde se situaría
a la mayoría de las mujeres trabajadoras, siendo su trabajo más hu-
milde, su situación económica más precaria y su vida más anónima.
Eran aquellas mujeres que ejercían un amplio abanico de profesio-
nes, tales y tan variadas como los que ofrecían las peluqueras (ornatrices), las nodrizas, las depiladoras a
la cera (resinarias), las tejedoras…; otras atendían o administraban establecimientos dedicados a servicios
de hospedería, comidas y bebidas… y, cómo no, los prostíbulos (deversorius, hospitium, stabulum,
caupo)111.

A la vista de lo expuesto, no cabe duda de que la libertad de la mujer romana se fue ampliando
progresivamente en el periodo imperial, libertad que incidió de forma directa en el terreno económico.
Trabajó en una sociedad que nunca las llegó a segregar, participando de forma transversal, aunque mi-
noritaria, en el proceso de producción, transformación y distribución de bienes de consumo y servicios.
De la más pudiente a la más humilde interactuó con éxito en un mundo de hombres; sobre las mujeres
más pobres, sobre su vida, su destino y su trabajo, aun siendo libres, de ellas y su existencia sólo puede
suponerse112.

*** *** *** *** *** *** *** *** *** ***

110
Imagen: El panadero Terencio Neo y su esposa. La mujer lleva en la mano derecha un estilo y en la mano izquierda una
tableta de cera. Esto se ha interpretado como evidencia de que ella se encargaba de la administración del negocio. Destaca de
la composición el trato de igualdad que reciben ambas figuras. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, Italia.
111
Fernández U., pp. 385-398.
112
Pomeroy: 1987, p. 225.

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

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*** *** *** *** *** *** *** *** *** ***

pág. 27
Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

ANEXOS

Núm. I: El vestido griego Pág. 29


Núm. II: Safo Pág. 32
Núm. III: Sófocles Pág. 32
Núm. IV: Esquines Pág. 32
Núm. V: Semónides/Homero Pág. 32
Núm. VI: Apolodoro Pág. 33
Núm. VII: El vestido romano Pág. 35
Núm. VIII: Plutarco/Dión Casio Pág. 37
Núm. IX: Laudatio Turiae Pág. 37
Núm. X: Valerio Máximo Pág. 40
Núm. XI: Gayo/Cicerón/Valerio M. Pág. 40
Núm. XII: Otros oficios Pág. 42

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

i
El vestido griego.

Racinet, p. 23

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

Página anterior: Una de las prendas exteriores es la palla. Va fija a los hombros, dejando libres los brazos; no está
unida por los lados, pero se sujeta a la cintura mediante un cinturón y se ata a las caderas. Las mujeres en 1. 4, 6 y
14 llevan variantes de la palla llamados pallulae, que llegan hasta la cintura. Si una cosa es cierta, aunque la palla
la llevasen los músicos, actores o dioses, es que es una prenda eminentemente femenina. 2. 7 y 11 La túnica talaris.
Las mangas podían ser cortas o largas, pero normalmente eran anchas con el fin de que cayesen por el cuerpo de
una forma elegante. La túnica estaba hecha de lino y sujeta con un cinturón. Tanto los hombres como las mujeres
llevaban el talaris en Grecia. 6 Un tipo de manto o capa que pertenece probablemente a la misma familia de los
pharos. 7 y 11 El pequeño chloene. Es una prenda exterior en forma de capa o túnica. Se hace de un trozo cuadrado
de tejido de abrigo; en cada lado se ponía una pieza especial de metal con el fin de que hiciese pliegues elegantes.
8 Un himation, que es una versión más pequeña de la clámide; las clámides largas llegaban al suelo y fueron más
tarde los paludamentum romanos. Esta prenda de vestir parecía consistir en una pieza rectangular de material con
dos colgaduras adicionales que terminaban en punta. Iba sujeta al brazo y el hombro mediante pequeñas junturas
que unían ambos extremos, y los pliegues se mantenían por un dobladillo. Este tipo de pliegues son característicos
del himation. La túnica que se llevaba debajo se hacía de crepé especial o material gofrado. 9 La túnica dórica
podere. Esta prenda de vestir se halla bordada de estrellas, siendo en este caso transparente. La mujer que la lleva
tiene un collar de perlas y brazaletes y tobilleras sujetas con espirales como serpientes. El pañolón ligero que lleva,
también bordado de estrellas, se llama pharos. Esta era una prenda de vestir elegante y de colores muy brillantes
que generalmente se sujetaba mediante un alfiler o broche. 12 Una túnica larga recogida con un cinturón, y cuya
ausencia de mangas hace pensar que es de origen dórico. Por encima de la cintura está abierta a los lados. 15
Muestra una túnica antigua o chiton de un estilo similar pero más simple, sin aberturas a los lados. Otras ilustra-
ciones: 16, 17 y 18 hombres y mujeres descansando en una fiesta; 19 una vasija con tapadera y etiqueta; 20 monedero;
21 y 22 fuentes de cristal para la fruta;23 una cesta para el pan.

Página siguiente: 1.1 y 6 griegos llevando clámides, las prendas normales de la gente joven de Atenas. Se hacía de
material en forma de rectángulo, pero cae en picos triangulares. Las clámides se podían llevar de muchas formas.
En el dibujo número 1 está sujeta al hombro derecho con un broche con lo que el brazo izquierdo está tapado y el
derecho permanece libre. En el 6 se halla fijado al pecho, casi a la garganta, y vuelve a caer por los hombros. Ambos
hombres llevan detrás de sus cuellos sombreros de Tesalia, con lo cual indican que son viajeros. Uno de ellos lleva
calzado de fieltro que le llega hasta la mitad de su pierna, mientras que el hombre del número 6 es un mensajero,
con un caduceus y más que calzado lleva unas pequeñas polainas o protectores de pierna. 1.2 Una mujer envuelta
en un palio ligero. 1.3 Un hombre que lleva un podere debajo de un palio. 1.4 Una mujer con dos cinturones exte-
riores, el strophion y la zona. 1.5 El catastictos o zodiote. Esta era una toga o manto de muchos colores, salpicada
como la piel de la pantera. 1.7 Palio o pallium, la famosa túnica exterior que Homero asignaba a dioses y héroes y
eran conocidos con el nombre de pharos. En sus poemas el pharos se describe algunas veces como blanco brillante
y otras con vivos colores. Se hacía de una pieza rectangular de lana, sujeto a la garganta o el hombro por un broche.
En este ejemplo, no obstante, el pharos no está fijado por un broche, sino por encima del hombro izquierdo para
caer por la espalda, bastante similar a la toga romana. 2 El baño de una mujer griega era una importante labor
dentro de su rutina diaria. Las mujeres cubrían todo su cuerpo diariamente de perfumes, bálsamos, pomadas y
aceites. 2. 1 y 2 Mujeres lavándose. El agua fresca se mezclaba con aguas perfumadas. Primeramente, las mujeres
se lavaban las pinturas y maquillaje del pelo del día anterior. Este podía ser de varios colores: ébano, azul-cielo,
miel, oro o incluso rojo. Cualquiera que fuera el color del pelo, las pestañas siempre se pintaban de color negro.
En este dibujo el pelo está preparado para rizarse con unas piezas de hierro caliente. La mujer del dibujo 2.2 sos-
tiene un espejo o un tipo de arcilla mezclada y usada como jabón. 2. 3, 4 y 5 Mujeres en varios momentos al vestirse.
Hubo una época en que las prendas de ropa transparente se llevaban de forma complementaria: por ejemplo, el
velo que la criada ofrece en 10 a la señora. Sin embargo, bajo el gobierno de Pericles en Atenas, las normas morales
se relajaron y las ropas transparentes se utilizaban como túnicas. 3 El primer paso en el vestir fue rodear con una
cinta de material el cuerpo por debajo de los senos (a la derecha del todo). Después vino la túnica de material
transparente. Eran de varios tipos: largas, sin cinturón o mangas, al estilo jónico (izquierda centro); o cortas con
cinturón (derecha centro). Por encima de la túnica se llevaba una segunda más corta y sin mangas. Igualmente se
pueden ver varios tipos, tal como se muestra a la izquierda 3 y 4. La tercera túnica a la derecha de la lámina 3,
adornada con animales y flores, se llama zodiote. La palla era un tipo de sobre-túnica unida a los hombros con
broches y recogida en ellos para dejarla caer en pliegues dobles sobre los senos. Todo ello se puede ver en la lámina
número 4.

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

ii

Durante la fiesta del matrimonio, la madre revivía con su hija su propia experiencia y compartía con ella los
sentimientos de tristeza y de dolor:

Estrella de la tarde, que a casa


llevas cuanto dispersó la Aurora clara:
llevas a casa a la oveja,
llevas a casa a la cabra, y de la madre a la hija separas.
(Safo, 104 a L-P)

iii

También Dánae soportó renunciar a la luz del cielo a cambio de broncínea prisión
y, oculta en la sepulcral morada, se vio uncida al yugo. Y, sin embargo, era
también noble por su nacimiento –¡oh hija, hija! – y conservaba el fruto de Zeus
nacido de la lluvia.
(Sófocles, Antígona, vv. 944-950)

iv

Así, a la mujer sorprendida en adulterio no le permite que se acicale, ni que asista a las ceremonias sa-
gradas de carácter público, a fin de que mezclándose con las mujeres irreprochables no las corrompa. Y si asis-
tiese o se acicalase, al que se la encuentre le manda que le desgarren los vestidos, le quite el acicalamiento y la
golpee, absteniéndose de la muerte y de dejarla lisiada, con lo que el legislador priva a la mujer de los derechos
civiles y dispone para ella una vida invivible (Esquines, Contra Timarco, 183).

El texto que mejor ilustra la tradición misógina, enraizada en el pensamiento griego desde época ar-
caica, es el conocido yambo número 5 de Semónides (VII a.C.), en el que el autor caracteriza a las mujeres
atribuyéndoles las imágenes despectivas asociadas a las hembras de distintas especies animales (Semónides,
yambo nº 5, vv. 12-20, 43-49).
[...] Otra sale a la perra, vivaracha
como ésta, fiel estampa de su madre,
que quiere oírlo todo y enterarse,
y atisbando se mete en todas partes,
y aun no viendo a nadie, a ése le ladra.
No la para el marido, que amenace
o que, a pedradas, furioso, el diente
le quebrante o que le hable con cariño;
hasta sentada con extraños, sigue
empeñada en ladrar inútilmente.
[...] Otra es un asno apaleado y gris
que apenas por la fuerza y con insultos
consiente en algo al fin, y a quien le duele
hasta lo que le gusta; [...]

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

Las consideraciones peyorativas acerca de las mujeres se expresan normalmente de forma más sutil,
comparando, por ejemplo, al hombre con la mujer. En las sociedades guerreras homéricas, basadas en la
fuerza, la competitividad y el valor físico, exponentes claves de la masculinidad, feminizar a un varón es el
peor insulto que éste puede recibir:

«Y ahora te despreciarán: veo que te has convertido en mujer.


¡Vete, miserable muñeca! Porque yo no cederé,
y tú no pondrás el pie en nuestros muros, ni a las mujeres
te llevarás en las naves: antes te obsequiaré con la muerte»
(Homero, Ilíada, VIII, vv. 163-166).

«¡Blandos, ruines baldones, aqueas que ya no aqueos!»


(Homero, Ilíada, II, v. 235).

vi

Apolodoro, Contra Neera.

Vosaltres coneixeu bé la llei, jutges. Ella prohibeix tota unió (legal, és a dir matrimoni) entre una estran-
gera i un atenenc, o entre una atenenca i un estranger, com també tota procreació d’infants (legalment ciuta-
dans). (…) Neera, aquí present, és estrangera, i jo us en donaré proves (…).
Les set filles que vosaltres sabeu eren encara petits infants quan foren comprades per Nicareta, lliberta de Cari-
sios d’Elea, i dona d’Hipies, cuiner del mateix Carisios. Hàbil a endevinar en els infants la bellesa, ella va saber
alimentar-les i vestir-les adequadament, fent d’això la seva manera de guanyar-se el pa. Les va anomenar les
seves filles, i les feu passar per lliures, de manera que així podia exigir-ne més d’aquells que en volien disfrutar.
Després d’haver explotat la joventut de cadascuna, finalment les va vendre totes set conjuntament: Anteia, Stra-
tola, Aristoclea, Metanira, Phila, Isthmiade, i finalment Neera.
(…) Més endavant (Neera) va exercir públicament el seu ofici (la prostitució) a Corinte, on obtingué una gran
reputació i bellesa. Entre els seus amants hi havia el poeta Xenoclides i el comediant Hiparc. Després tingué dos
nous amants, Timanorides de Corinte i Eucrates de Leucada. Veient fins a quin punt estaven lligats per les exi-
gències de Nicareta, que pretenia rebre tots els dies el qui li calia per les despeses de casa seva, li donaren a
Nicareta la quantitat de 30 mines, pel preu de Neera, i d’aquesta manera compraren aquesta dona, qui, per la
llei de Corinte, esdevingué una esclava comuna a tots dos. Però quan els hi arribà el moment de casar-se, ells
declararen que no la volien veure fer el seu ofici a Corinte, ni quedar-se a la casa d’un criador de noies. Preferiren
rebre millor menys diners dels que havien pagat per ella, però veure-la marxar amb algun que en tragués benefici.
Ells li avançaren aleshores
mil dracmes, cinc-cents cadascun, sobre el preu de la seva llibertat. Per les 20 mines que faltaven, van estipular
que ella els hi pagaria quan els hauria obtingut (…). Neera feu aleshores venir a Corinte molts dels seus antics
amants, entre altres a Phrynió de Paeania (…). Ella li va donar (a Phrynió) els diners que havia recollit dels altres
amants, sota la forma de subscripció reunida per la seva llibertat, i ella hi va ajuntar el que ella mateixa va
guanyar. Finalment, Neera li demana d’ajuntar el que faltava per arribar a les 20 mines, i pagar-ho tot a Eucrates
i Timanoridas, de manera que esdevingués lliure. Phrynion ho feu de gust (…) a condició que ella no fes més el
seu ofici a Corinte.
Tornat aquí (Atenes) amb aquesta dona, Phrynió se’n serví sense retenció i sense pudor, i no hi havia festa on
no la portés i no la fes beure (…) ell es mostrava amb ella, sense amagar-se, a tota hora, a tot lloc (…) i anà així
a moltes cases i festes. (…) Durant la nit molts dels convidats s’alçaven per acostar-se a Neera, fins i tot servents.
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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

Cansada d’estar indignament maltractada per Phrynió, i no veient-se estimada com ella volia, va agafar tot el
que tenia Phrynió a casa seva, tots els vestits, totes les joies d’or que ell li va regalar, així com dos serventes, i
fugí a Megara. (..). Ella passà dos anys a Megara, però l’ofici que ella feia no li reportava prou com per mantenir
la seva casa, perquè gastava molt. Els megarencs no son pas generosos i no donen res sense comptar-ho. (…).
Aleshores Stephanos, que es trobava a Megara, va anar a casa de Neera, com quan hom va a casa d’una corte-
sana, i es posà a viure amb ella. Volia tornar a Atenes però tenia por de Phrynió, un home de caràcter violent, i
per això prengué com a patró a Stephanos. Aquest, per la seva banda, la va animar amb paraules, i li inspirà
confiança. Si Phrynió la tocava, se’n penediria. Ningú al món la maltractaria, ell la faria la seva dona, i prendria
els nens que aleshores tenia i els presentaria a la fratria com si fossin d’ell, i els faria ciutadans. Aleshores van
deixar Megara, i vingueren aquí, portant aquesta dona i els seus tres infants, Proxèn, Aristó i una noia anome-
nada Phano.(…) D’aquesta manera ell es procurava una bella mestressa, i a més era ella qui devia guanyar el
necessari per alimentar la casa. (…)
Protegida per Stephanos, i allotjada a casa seva, ella continuà a fer el mateix ofici que abans, però ara exigia un
preu més alt d’aquells que volien obtenir els seus favors. No havia esdevingut ella una dona d’aparença honesta
i provista d’un marit? Stephanos s’entenia amb ella per fer bons cops: si sorprenia algú amb Neera que era un
ric estranger sense experiència, el retenia captiu com a prova flagrant d’un delicte d’adulteri i l’extorquia amb
una gran quantitat de diners. (…)
La filla de Neera, Phano, fou casada per Stephanos, qui la donà, com si fos la seva filla, a un atenenc, Phrastor
d’Aegilia, amb una dot de 30 mines. Phrastor era un artesà, que guanyava just el necessari per viure. Una vegada
instal·lada a casa el seu marit, ella no es va adaptar als costums del seu marit, i va voler imitar les formes de sa
mare i la disbauxa que regnava a casa seva. Phrastor no trobà en ella ni el
comportament esperat ni cap disposició a seguir les seves ordres. A la vegada, va saber que ella no era filla de
Stephanos, sinó de Neera, i que l’havien enganyat. (…) aleshores va retornar aquesta criatura, després d’un any
de convivència, embarassada, i no va tornar la dot. Stephanos inicià una acció legal contra ell (…) però aleshores
Phrastor portà contra Stephanos una acusació davant els Thesmotetes,
dient que Stephanos, atenenc, li havia donat en matrimoni a una filla d’una estrangera com si fos la seva pròpia
filla, i invocà la llei de la ciutadania: si algú dona en matrimoni a un atenenc una dona estrangera com si fos la
seva filla, serà castigat amb l’atimia (pèrdua de la ciutadania) i els seus bens seran confiscats i un terç passarà
a la part que ha fet l’acusació. (…) Aleshores Stephanos feu un arranjament amb Phrastor, renuncià a la dot i va
suprimir la demanda. (…)
Però després de tot això, (i si vosaltres jutges no condemneu a Neera) hi haurà per totes les prostitutes la plena
i complerta llicència de viure amb qui elles voldran, i d’atribuir els seus fills al primer que arribi. Les lleis seran
impotents a casa nostra, i dependrà del caprici de les cortesanes d’obtenir tot el que elles vulguin. Preneu doncs
jutges la causa de les dones atenenques, preneu custòdia de les filles dels pobres que no es poden casar. Avui, si
una noia no té fortuna, la llei l’ajuda fornint-li una dot suficient, per poc que la natura li hagi donat una mica de
bellesa. Però si Neera no és condemnada (...) la prostitució arribarà a les filles de mares atenenques, almenys a
aquells que no hauran pogut establir-se a causa de la seva pobresa. A la vegada, les cortesanes no tindran res a
envejar a les dones lliures, des del moment que elles podran impunement legitimar els seus fills com elles voldran,
i participar als oficis
religioses, a les cerimònies sagrades, als honors establerts en aquesta ciutat. (…). Es tracta d’impedir que les
dones respectables no es confonguin amb les prostitutes, i que criades pels seus pares amb una perfecta intel·li-
gència i una cura vigilant, i casades conformement a les llei, no es trobin reduïdes a compartir amb la criatura
que, cada dia, es lliura diverses vegades i de diverses maneres, fins i tot les més obscenes, al plaer de cadascú.
(…)

pág. 34
Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

Perquè, que és viure en matrimoni amb una dona? Es tenir d’ella fills, presentar els fills a la fratria i al demos,
donar les filles en casament en qualitat de pares. Nosaltres prenem a les cortesanes per als nostres plaers, una
concubina per rebre d’ella les atencions diàries que exigeix la nostra salut, i prenem per esposa per tenir in-
fants legítims i una fidel guardiana de tot el que conté la nostra casa. (…)
Per demostrar-ho tot, Apolodor feu citar a Stephanos, demanat que les serventes li fossin lliurades per ser in-
terrogades sota tortura sobre els fets revelats per l’acusació duta a terme per Apolodor contra Stephanos, arrel
de Neera. Stephanos no consentí a lliurar les serventes.

vii

El vestido romano.

La toga era la principal prenda de vestir exterior que llevaban los ciudadanos romanos. Era un traje
civil; en el ejército se sustituyó por el manto o capa, tanto el sagum como el paludamentum más largo. Al
ciudadano romano que llevaba toga se le llamaba togatus y en los días del Imperio era un símbolo de rango;
las clases trabajadoras sólo podían llevar togas en los días de fiesta. A un extranjero jamás se le permitía
llevarla, ni tampoco a los esclavos, pero sí al que tenía los derechos de ciudadano. Un romano que perdía sus
derechos de libertad en la ciudad también perdía sus derechos para llevar la toga.

Las togas se hacían de varios colores distintos. El emperador lleva una en púrpura, mientras que la de
un ciudadano de bien vivir se hacía de lana blanca de alta calidad. Los artesanos y los pobres llevaban togas
dc lana de color oscuro. La toga candida se teñía de forma especial en blanco y la llevaban aquellos que pre-
sentaban elecciones, de aquí el término de candidato. La toga primitiva no era la misma que las prenda de
vestir que se pueden ver en los dibujos de la página siguiente, amplias, plisadas, sino más simples. Desgracia-
damente, no sabemos cómo llegó a desarrollarse hasta la gran toga del Imperio Romano.

1.3 Un emperador. 1.5 Un senador con la toga recogida sobre sus hombros. 1.6 Alejandro el Grande. 1.10
Un senador. 1.11 Nerón, de quien Suetonio dijo que jamás llevó la misma prenda dos veces. Aquí lleva un traje
muy femenino. Su túnica o collobium, tiene medias mangas y apenas llega a las rodillas. Como contraste este
traje de paisano lleva una capa de jefe militar. 1.13 Un orador llevando su toga alrededor de su cabeza. A pesar
del número de obras de arte representando mujeres romanas, no se conoce gran cantidad de sus trajes. Esto
se debe a que en muchas de las estatuas romanas femeninas están representadas como diosas griegas. La
prenda de vestir femenina principal era la palla. Algunas veces rodeaba la cabeza (1.8) y era bastante corta
para que se pudiese ver la instita, la prenda femenina de la túnica llamada estola. Ésta se llevaba sobre una
especie de blusa y quedaba recogida con dos cinturones, uno por debajo de un seno, el otro alrededor de las
caderas, para formar una especie de pliegue colgante. (1.4). 1.7 Mujer sentada con una palla que cubre sus
brazos. 1.9 La musa Calíope con palla y arreglada de manera similar a la toga. 2 La mayoría de estos ejemplos
de tocados son de obras de arte romanas. No obstante, unos pocos son de origen griego. De izquierda a dere-
cha y comenzando por la parte superior, son: 1 una peluca; 2 piedra esculpida de Faustina, esposa de Antonino;
3 Plotina, esposa de Trajano; 4 Julia, hija de Tito; 5 una mujer después de Cailo; 6 Zonobia, reina de Palmira;
7 Livia esposa de Augusto; 8 y 9 las mismas cabezas griegas desde diferentes ángulos; 10 piedra esculpida de
una mujer griega con un velo; 11 Faustina, esposa de Marco Aurelio.

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Racinet, p. 33

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viii

Plutarco, Vit. Ant. 10, 3.

(Antonio) haciendo alguna mudanza en su conducta, pensó en casarse, y contrajo matrimonio con Ful-
via, la que antes había estado casada con el alborotador Clodio: mujer no nacida para las labores de su sexo o
para el cuidado de la casa, ni que se contentaba tampoco con dominar a un marido particular, sino que quería
mandar al que tuviese mando, y conducir al que fuese caudillo; de manera que Cleopatra debía pagar a Fulvia el
aprendizaje de la sujeción de Antonio, por haberle tomado ya manejable, instruido desde el principio a someterse
a las mujeres; y eso que a también a ésta intentó Antonio hacerla con chanzas y muchachadas más jovial y
festiva.

Dión Casio, 47, 8.

Però aleshores Marc Antoni feu morir cruelment i sense pietat no només els proscrits, sinó també aquells
que els havien intentat ajudar. Examinava els seus caps tallats, fins i tot quan es trobava entaulat, i dedicava
molt temps a disfrutar d’aquest funest i deplorable espectacle. Fulvia també, tant per satisfer el seu odi particular
com per obtenir diners, feu morir molts ciutadans, dels quals molts no eren ni tan solos coneguts del seu marit.
Es així com en veure’n el cap d’un d’ells Antoni va dir, « jo ni tant sols el coneixia ». Quan els hi fou portat
finalment el cap de Ciceró (arrestat durant la seva fugida, fou executat), Antoni, després d’haver-li dedicat im-
properis sanguinaris, ordena d’exposar-lo als Rostra, més a la vista que els altres, de manera que al mateix lloc
on el poble l’havia escoltat parlar contra ell, ara el podria veure, amb la mà dreta tallada. Fulvia va prendre el
cap amb les mans, abans que se l’emportessin, i després d’haver-lo insultat amb paraules amargants i haver-hi
escopit, la col·loca sobre els seus genolls. Després, obrint-li la boca, n’estirà la llengua, i la travessà amb tot
d’agulles que ella utilitzava per al seu pentinat, tot acabant amb rialles criminals. De tota manera, tots els dos
van estalviar a alguns proscrits la mort al rebre’n més diners dels que esperaven, però, per no deixar buits els
seus llocs a les taules de proscripció, els substituïren per altres víctimes.

ix

Laudatio Turiae (CIL VI 1527)

Columna I, Fragmentos A, B, C

.......................................... por la honestidad de tus costumbres ..........


............................................ tú permaneciste leal ............
El día anterior a tu boda fuiste privada repentinamente de ambos progenitores, asesinados por una impía
muchedumbre. Sobre todo, gracias a ti, ya que yo había ido a Macedonia y el marido de tu hermana, C. Cluvio,
a la provincia de África, no quedó impune la muerte de tus padres.
Con tanta industria desempeñaste tu tarea de amor filial, insistiendo y reclamando, que si hubiésemos estado
presentes no hubiésemos podido hacer más. Y este [mérito] lo compartes con tu hermana, una mujer virtuosí-
sima.
Mientras te ocupabas de estas cosas, para custodiar tu castidad, obtenido el castigo de los agresores, de
inmediato te marchaste de la casa paterna a la casa de mi madre, donde esperaste mi llegada.

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Algunas mujeres greco-romanas Carles Ventura i Santasuana

Después fuisteis insidiadas para que el testamento, del cual éramos herederos, se declarase nulo por una coem-
ptio hecha con su esposa: de modo que tú con todos los bienes paternos hubieses caído bajo la tutela de los que
promovían la causa [y] a tu hermana nada de esos bienes le hubiese tocado, porque estaría sometida a Cluvio.
¡Con qué valor lo sufriste! ¡Con qué presencia de ánimo resististe! Aunque no estuve, lo sé con certeza.
Protegiste nuestra causa común con la verdad: que el testamento no era inválido, de modo que ambos
tuviésemos la heredad en vez que tú sola poseyeras todos los bienes. En verdad fue tu firme decisión: que defen-
derías el escrito de tu padre de modo que, si no lo obtuvieses, lo partirías con tu hermana. Afirmaste que no irías
bajo el régimen de tutela legal, pues podía probarse que por ley no había ninguna obligación sobre ti ni tu familia
pertenecía a alguna estirpe que te obligara a hacerlo.
Pues, aunque el testamento de tu padre hubiese sido nulo, sin embargo, los que lo demandaban no tenían
ese derecho, porque no eran de tu misma estirpe. Cedieron ante tu firmeza y no prosiguieron la causa. Al hacer
esto, tú sola concluiste la defensa que asumiste del deber hacia tu padre, del afecto hacia tu
hermana y de la fidelidad hacia nosotros.
Raros son los matrimonios tan largos, acabados por la muerte, no rotos por el divorcio: pues nos ocurrió
a nosotros, que lo llevamos hasta 41 años sin agravios. ¡Ojalá esta vieja unión hubiese mutado por mi parte! Ya
que era más justo que yo, el más anciano, sucumbiese al hado.
Tus virtudes domésticas de recato, indulgencia, hospitalidad, afabilidad, destreza con la lana, religiosidad sin
superstición, no preocupada por el lujo, de vestir sencillo ¿para qué recordarlas? ¿Para qué hablaré de tu afecto,
de tu entrega a la familia, habiendo tú atendido a mi madre igual que a tus padres y procurado a ella la misma
quietud que a los tuyos? Has tenido otras innumerables semejanzas con todas las matronas adornadas de me-
recida fama, yo reivindico tus [méritos] propios, pues pocas de ellas enfrentaron cosas parecidas, hasta el punto
de sufrir y superar tales cosas, las cuales la propicia fortuna dispuso que sean raras [para las mujeres].
Conservamos con común diligencia todo el patrimonio recibido de tus padres pues no te preocupaba
poseer lo que me entregaste por completo. De tal modo compartimos los deberes que yo velaba por tu fortuna
para que tu cuidaras de la mía. Muchas cosas sobre este tema omitiré, para que yo no comparta lo que
es solo [mérito] tuyo: esto me basta para mostrar tu discreción.
Te distinguiste por tu liberalidad con muchos parientes y sobre todo por el
afecto familiar. .......
...... aunque alguien nombrase otras, solamente una semejante a ti .......
......... tuviste tu hermana: en verdad a vuestras dignas parientes de tal modo ....
........ las criasteis en vuestras casas con nosotros. Para que ellas pudiesen conseguir condiciones dignas
de vuestra familia, les preparasteis dotes: en verdad las que habíais establecido, yo y C. Cluvio, de común
acuerdo, las asumimos y, aprobando tu liberalidad, para que no afectarais vuestro patrimonio, ofrecimos nues-
tro patrimonio familiar y dimos nuestros bienes como dote: lo cual rememoro no para alabarnos a nosotros
mismos sino para que conste que aquella idea vuestra, concebida con piadosa liberalidad, nos fue un honor
realizarla con nuestros bienes.
Muchos otros méritos tuyos debo de omitir .........

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Columna II, Fragmento F

................................ DE MI ESPOSA (encabezado)


Proporcionaste variados y abundantes auxilios para mi fuga. Con pertrechos me equipaste, cuando me
diste todo el oro y perlas que adornaba tu cuerpo, y a menudo con sirvientes, monedas y víveres hiciste opulenta
mi ausencia, engañando a los guardias de nuestros adversarios.
Despreciando el peligro de muerte, porque tu valor te exhortaba a hacerlo, tu admirable piedad me protegía con
la clemencia de aquellos contra los que la ponías, pero no obstante tu voz fue proferida con firmeza de ánimo.
A una tropa compuesta por hombres reunidos por Milón (cuya casa yo adquirí por compra cuando él
estuvo exiliado), con ocasión de la guerra civil, a punto de irrumpir y saquearla, tú los rechazaste y defendiste
nuestra casa.

Columna II, Fragmentos D, E y G

Con razón el César te dijo que yo ............................ subsistí ................. y había


vuelto a la patria por él: en verdad si velando por mi salvación no hubieses aprestado lo que me protegía en vano
él hubiera prometido su ayuda, de modo que me debo no menos a tu piedad que a la del César. Nuestros secretos,
planes ocultos y diálogos arcanos, ahora ¿para qué lo revelaré? Cómo, alertado por veloces mensajeros de peli-
gros reales e inminentes, me salvé por tus avisos. Cómo no consentiste que yo tentara el destino imprudente-
mente y me preparaste un refugio seguro, cuando pensé de forma más modesta. Y como socios de tus proyectos
para salvarme vas a elegir a tu hermana y a su marido C. Cluvio, corriendo todos los mismos peligros. Serían
infinitas si intentase abordarlas: es suficiente para ti y para mí que yo me escondí exitosamente.
Pero confesaré que lo más amargo que me ha ocurrido en la vida fue por tu parte: ya se me había devuelto
la ciudadanía por gracia y decisión de César Augusto, que estaba ausente, habiendo M. Lépido, su colega pre-
sente, sido interpelado por ti sobre mi restitución y habiéndote postrado en tierra a sus pies, no simplemente
fuiste levantada sino echada y de indigno modo arrastrada. Aunque con el cuerpo lleno de contusiones, con
firmísimo ánimo le avisaste del edicto del César con las felicitaciones por mi restitución. Y aunque palabras
afrentosas y heridas crueles recibiste, abiertamente lo expusiste, para que se identificara al responsable de mi
ruina, al cual pronto le perjudicó aquel asunto.
¿Qué es más eficaz que este talento tuyo: dar al César ocasión de [mostrar] clemencia y, a la vez que
cuidabas mi vida, hacer ver la injustificada crueldad de Lépido, con tu inquebrantable aguante?
Pero ¿para qué [decir] más? Acortemos esta oración que debe y puede ser breve, no sea que, narrando
tus grandes hechos, los expongamos no bastante dignamente, por lo cual como máximo ejemplo de tus méritos
expondré ante los ojos de todos tus títulos de "mi salvación".
Pacificado el orbe de la Tierra [y] restaurada la república, después quietos y felices días nos tocaron.
Deseamos tener los hijos que la suerte repetidamente nos rehusó. Si la fortuna hubiese permitido que ocurriese,
auxiliando como de costumbre: a nosotros dos ¿qué nos hubiese faltado? Procediendo de otro modo acababa
con nuestra esperanza. Lo que pensaste por ello y lo que intentaste realizar, quizás en cualquier otra mujer sería
notable y memorable, pero en ti de ningún modo son admirables, comparadas con tus otras virtudes, [y] yo lo
omito.
Dudando de tu fecundidad y doliéndote de mi falta de hijos, para que, estando casado contigo, no renun-
ciara a la esperanza de tener hijos y yo no fuese infeliz a causa de ello, de divorcio hablaste y que entregarías a
la fecundidad de otra una casa sin cargas. No era otra tu intención, sino que, según nuestra conocida concordia,
tú misma una digna y apta pareja me buscarías y prepararías. Y declaraste que tendrías a los futuros hijos como
comunes y como tuyos, y que, de nuestro patrimonio, que entonces era común, no se haría división, sino que
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estaría bajo mi arbitrio y, si yo lo quería, estaría bajo tu administración: tú no tendrías nada distinto ni separado,
y desde entonces me darías la lealtad y el afecto de una hermana y una suegra.
Confieso que por fuerza yo me enardecí hasta el punto que perdí la cabeza; tanto me horrorizó tus inten-
tos que con dificultad volví en mí: agitar una separación entre nosotros antes que nos fuese impuesta por el
hado, que tú pudieses concebir en tu mente algo por lo cual, viviendo yo, dejaras de ser mi mujer, habiendo tú
permanecido fidelísima a mí que estaba casi exiliado de la vida.
¿Por qué iba yo a tener tanto deseo o necesidad de tener hijos hasta el punto que por ello faltaría a la
fidelidad, cambiaría lo cierto por lo dudoso? Pero ¿para qué [decir] más? Cediendo te quedaste junto a mí, pues
yo no podía ceder ante ti sin deshonor mío y nuestra común infelicidad.
Pero para ti ¿qué es más digno de recordar que velando por mí tomaste la decisión que, ya que no podía tener
hijos de ti, sin embargo, los tuviera por ti y, desconfiando de parir tú, procuraste mi descendencia por un matri-
monio con otra [mujer]?
Ojalá, con el permiso de los años, hubiese podido continuar la unión de los dos, hasta que enterrado yo el más
anciano, que era más justo, tú me hubieses celebrado los funerales. Pues yo te hubiese dejado, sobreviviendo tú,
como substituta de la hija que no tuve. Te adelantaste al hado, me dejaste a mí el pesar por la añoranza de ti y
sin hijos mísero me dejaste: también [en esto] plegaré mis deseos a tus decisiones. Todos los consejos que pen-
saste cedan a tus alabanzas para que me sirvan de alivio y no añore demasiado lo consagrado a la inmortalidad
para [eterno] recuerdo. Los frutos de tu vida no decaen para mí.
Considerando tu buen nombre soy fortalecido en el ánimo y adoctrinado por tus hechos resistiré a la
fortuna, que no me ha arrebatado todo, sino que permite que con alabanzas acrezca tu memoria. Pero el estado
de tranquilidad que yo tenía contigo lo he perdido. Pensando cuán previsora y protectora fuiste de mis peligros,
me abato por la calamidad y no puedo mantenerme en lo prometido.
El dolor natural arranca las fuerzas a mi firmeza, me hundo en el dolor y me oprimen este luto y disgusto
y no resisto a ninguna de las dos. Evocando mis desgracias y pensando en el futuro me derrumbo, privado de
tantos y tales auxilios. Contemplando tu gloria no veo que soporte esto con tanta firmeza que me libre de la
nostalgia y la aflicción.
La conclusión de esta oración será que tú lo mereciste todo, pero no todo me fue bien para dártelo. Tengo
como ley tus [últimas] voluntades. Lo que sea capaz de hacer de más, lo cumpliré.
Espero que tus dioses Manes te permitan descansar y así te conserven.

Valerio Máximo, Hechos memorables y refranes 6.7.1-3. L

A Quinto Lucrecio, que había sido proscrito por los triunviros, su mujer Turia, con la ayuda de una es-
clava, le salvo de la muerte inminente escondiéndole entre la techumbre de su cuarto, sin pensar en el grave
peligro que corría. Y lo hizo con tal lealtad que, mientras los demás proscritos apenas podían sobrevivir en re-
giones extrañas y hostiles, en medio de terribles sufrimientos tanto físicos como morales, Quinto Lucrecio, sin
embargo, salvó su vida en su propio cuarto y en el regazo de su mujer.

xi

Gayo, Instituciones.

Se da la acción de peculio en nombre de los esclavos y de las hijas de familia; sobre todo si es costurera o
tejedora o ejerce algún otro oficio vulgar, se da la acción por ella. Dice Juliano que también ha de darse en

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nombre de ellas la acción de depósito y de comodato: “pero así mismo se ha de dar acción tributoria si, sabién-
dolo el padre o dueño, negociaron con mercancía del peculio; menos dudas hay todavía en el caso que obtuvieran
alguna ganancia del contrato hecho con la autorización del padre o del dueño.

Cicerón, Pro Caecina.

Cesenia está casada con el banquero M. Fulcinio, que tiene una casa de Banca en Roma. Él vende a Ce-
senia una finca que tiene en Tarquinia para garantizarle la devolución de su dote. Fulcinio, que tiene problemas
de solvencia económica, liquida su Banca y compra los terrenos colindantes con la finca vendida. Más tarde,
Fulcinio muere dejando a su testamento la herencia a su hijo, llamado también Fulcinio, y un legado de usufructo
universal, es decir de todos sus bienes, a su mujer Cesenia. El hijo Fulcinio muere también y sus bienes deben ser
repartidos entre su madre Cesenia, P. Cesenio, hermano de Cesenia, y la mujer del difunto. Para liquidar la
sucesión se procede a la subasta de los bienes hereditarios y Cesenia quiere concurrir entre los postores, ya que
se proponía emplear el dinero que le correspondía en la herencia de su hijo en la adquisición de una de las fincas,
sobre las que ya tenía el usufructo. Cesenia encarga a un tal Ebucio que participe en la subasta y puje por la
finca.

Valerio Máximo, Hechos y dichos memorables, 8,2,232.

Cayo Viselio Varrón, atacado por una peligrosa enfermedad, consintió en reconocerse deudor en las par-
tidas de sus libros de cuentas como si hubiera recibido una suma de 300.000 denarios de una mujer, Otacilia
Laterense, con la que había tenido relaciones amorosas. Viéndose en peligro de muerte su intención era que, si
él moría, ella pudiera como acreedora reclamar dicha suma a sus herederos. Se trataba, pues, de una especie de
legado testamentario por el que quería encubrir su inmoral liberalidad bajo el nombre de crédito. Pero contra lo
que hubiera deseado Otacilia, Viselio curó de su enfermedad. Irritada esta mujer por no haber podido apropiarse
enseguida de la suma que esperaba con la muerte del enfermo, abandonó el papel de amiga complaciente y se
convirtió de repente en una amenazante usurera (ya que pretendía cobrar un crédito que nunca existió). Exigió
de Vitelio el pago de aquella suma de la que había tratado de apoderarse valiéndose de un comportamiento
desvergonzado y de una estipulación sin valor alguno.

Inscripción de Valencia (s. II d.C.). CIL II 3771.

VIRIAE ACTE
AMPLIATUS
QUI FABRICAE
ARAR(UM) ET
SIGNORUM
PRAEFUIT
ET CALLIRHOE
ET LIB(ERTI)

A Viria Acta, d’Ampliatus, l’encarregat de l’elaboració del bronze i de l’escultura d’imatges, i Cal.liroe, els seus
lliberts.
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xii

Algunos de estos oficios, o las propias mercancías con las que mercadeaban, eran un tanto insólitos como el
que ejerció Aurelia Vernilla que era plumbaria (CIL III, 2117); su inscripción funeraria cuenta que regentaba
un taller de plomo de forma independiente.

Taller de calderería.
Un operario pesa el metal, otros dos lo trabajan sobre una bigornia. Otro remata un plato. Al fondo mesa con los recipientes
metálicos finalizados expuestos y lo que se ha supuesto fueran las puertas de un horno. Mármol siglo I d.C. Museo Archeo-
logico Nazionale di Napoli Inv. nº 6575 (antigua Col. Farnese) (photo © Patricia Carles).

Cornelia Venusta, también liberta, era clavaria, trabajaba junto a su marido (clavarius) y con toda
probabilidad únicamente se dedicaba a su venta y no a su fabricación (CIL V, 7023).

Laturnia Januaria era calcaria en Pompeya, de la que únicamente conocemos su dedicación y la edad
de su fallecimiento (ILS 7663).

Otra labor que parece impropia del sexo femenino es la que ejercían las bratteariae, Septicia Rufa y
Fulvia Melema, dedicadas a la producción de hojas de metal con sus respectivos maridos Septicio Apolonio y
Fulcinio Hermero.

Aún más sorprendente es que una mujer se dedicase al negocio armamentístico, pero en las Notitia
Dignitatum y en particular, entre los Insignia viri illustris magistri officiorum, hay referencia a dos sagittariae
(fabricantes de flechas) una en la provincia Itálica y otra en la Galia, y una ballistaria (fabricante de ballestas)
también gala.

Quizá en el ámbito del negocio bélico puedan llegar a incluirse a las denominadas coronariae, dedica-
das a ensamblar coronas y guirnaldas, que con probabilidad lucirían los militares, héroes de campañas, a la
hora de celebrar sus triunfos, así como, en diferente contexto, los vencedores de juegos y competiciones de-
portivas.

Destaca la dedicación de la mujer a la fabricación y venta de perfumes, una profesión relativamente


bien atestiguada, que vendían e incluso fabricaban, pues los epitafios no clarifican si estas mujeres ungüen-
tarias eran ellas mismas quienes fabricaban dichas sustancias o sólo se dedicaban a su venta y distribución.
Aunque los filósofos se opusieron a los perfumes que consideraron un lujo engañoso, debía ser un negocio
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rentable y sin duda tuvo un excelente mercado. En Roma están atestiguadas diecinueve perfumistas. Licinia
Primigenia era ungüentaria y su hijo Licinio Amomo le dedicó un epitafio alabándola como respetabile matri
b(ene) m(eritis) (CIL X, 1965).

Un negocio próspero era la venta de incienso (thuris), en el que destacó en Roma la familia de los
Trebonii cuyas inscripciones incluyen a mujeres (cinco hombres y dos mujeres thuraii).

La joyería, a su vez, contaba con verdaderas especialistas como Domicia, que comerciaba sólo con
perlas (margaritaria). No puede afirmarse que exclusivamente se dedicara a la compraventa, sino que posi-
blemente también las cultivara.

Otras fueron panaderas (furnaria) (CIL VIII, 24678), vendedoras de carnes (porcinaria) (CIL; V, 8706),
de trigo y cebada (frumentariae), legumbres (legumenariae). Si salimos de Roma, encontramos otras vende-
doras como la vendedora de semillas en Preneste, la de habas en Beirut.

Mujer en una tabernae. Museo Ostiente (Ostia, Lazio).

Como también se advierte en las fuentes, el trabajo textil de las mujeres no quedó reducido al ámbito
exclusivamente doméstico y algunas mujeres lograron montar su propio negocio. Un ejemplo lo encontramos
en Martia Prima, de origen galo, que logró comprar su libertad, ganarse la vida e incluso establecer su propio
negocio de manufactura textil (vestiaria). Otro caso es el de Iulia Soteridia, que se dedicaba a la venta de la
lana elaborada, confeccionando incluso vestidos, con la lana como materia prima, en un taller propiedad de
su marido, Julio Primo, donde cuatro esclavas o libertas ayudaban a esta vendedora (CIL VI, 9498). En Hispa-
nia Valeria Sevenina (CIL, II, 5825), dama de considerable riqueza y prestigio social, era patrona de un colle-
gium y propietaria de talleres textiles.

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Bustos de mujer. Museo de Locri Epizepèhyri. Calabria (Italia)

Sant Antoni de Calonge

31 de Gener de 2017

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