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Investigación social que hace historia

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ESTUDIOS SOCIALES es una revista de investigación social publicada cuatrimestralmente por el Centro de Reflexión y
Acción Social Padre Juan Montalvo, S. J., y por el Instituto de Estudios Superiores de Humanidades, Ciencias Sociales y
Filosofía Pedro Francisco Bonó. Ambas entidades forman parte de la obra apostólica de la Compañía de Jesús en República
Dominicana. La revista publica artículos sobre temas sociopolíticos, culturales y económicos de República Dominicana
y de la región del Caribe. Publica además temas de actualidad en humanidades y filosofía. Está abierta a colaboraciones
nacionales e internacionales que cumplan con sus objetivos y estándares editoriales.

Año 51, Vol. XLII


Número 158
Enero- abril 2019
ISSN 1017-0596; e-ISSN 2636-2120
Publicación registrada en el Ministerio de Interior y Policía de República Dominicana con el número 5234,
el 4 de abril de 1968.

Fundador: José Luis Alemán, sj


Dirección: Pablo Mella, sj

Equipo editorial
Fabio Abreu
Lissette Acosta Corniel
Sandra Alvarado
Roque Féliz
Raymundo González
Orlando Inoa
Elissa Líster
Antonio Masferrer
Riamny Méndez
Irmary Santos-Reyes
Indhira Suero

Redacción / Administración
Calle Josefa Brea, No. 65, Mejoramiento Social,
Santo Domingo, República Dominicana
Teléfonos: (809) 682-4448 – (809) 689-2230
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Versión electrónica de la revista: : http://esociales.bono.edu.do

Distribución
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Centro Bellarmino

Suscripción anual*
América Latina y el Caribe: US$ 30.00
Estados Unidos: US$ 40.00
Otros países: € 40.00
República Dominicana: RD$ 600.00
*Incluye envío por correo ordinario

Los conceptos, juicios y opiniones expresados en los artículos son de responsabilidad de los autores.
Los artículos son registrados por ABC POL SCI (Advance Bibliography of Contents: Political Science and Government);
Revista Latinoamericana de Bibliografía; Bibliografía Teológica Comentada del Área de Iberoamericana; Hispanic
American Periodical Index.

Impresión: Imprenta Amigo del Hogar


Investigación social que hace historia
ISSN 1017-0596; e-ISSN 2636-2120
Año 51, Vol. XLII, Enero-mayo 2019

Editorial 3-8

Ética y nacionalismo

Contenido
Ana Féliz Lafontaine 9-24

Más allá de los discursos esencialistas sobre identidad y lo do-


minicano
Beyond the essentialist discourses on identity and the Dominican
Au-delà des discours essentialistes sur l’identité et le dominicain

Mario Di Giacomo 25-60

Los Estados nacionales vs. la sociedad cosmopolita. Una lectura


crítica del ius cosmopoliticum en el republicanismo de Habermas
The national states vs. the cosmopolitan society. A critical reading of the ius
cosmopoliticum in the republicanism of Habermas

Les états nationaux vs. la société cosmopolite. Une lecture critique du ius
cosmopoliticum dans le républicanisme de Habermas

Rosaura Sánchez
Beatrice Pita 61-86

Diagnoses of Dominican Dysfunction: Narrative Emplotments of


the Trujillato
Diagnóstico de la disfunción dominicana: empleo narrativo del Trujillato

Diagnostic de la Dysfonction Dominicaine: Emplotment Narratif du


Trujillato

Ensayos cortos y escritura creativa


Francisco Checo 87-98

El financiamiento para garantizar el derecho a la educación en


República Dominicana. El 4% del PIB es insuficiente; la calidad del
gasto sigue baja

Comentarios y reseñas de libros


Hintzen, A. (2017). De la Masacre a la Sentencia 168-13.
Apuntes para la historia de la segregación de los haitianos y
sus descendientes en República Dominicana, Santo Domingo,
República Dominicana, Fundación Juan Bosch, 154pp. ISBN: 978-
9945-9098-1-4 99-107

Pablo Mella sj

Documentos
Franklin Franco 109-141

El racismo, las migraciones y los problemas de la identidad na-


cional en República Dominicana

Centro Montalvo 143-144

Centro Montalvo lamenta que el ambiente político no permita dis-


cutir razonablemente el tema migratorio
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Estudios Sociales
Año 51, Vol. XLII-Número 158
Enero- abril 2019

EDITORIAL

Ética y nacionalismo

Agotándose la segunda década del siglo XXI, existe un auténtico revival


de nacionalismo. Las vicisitudes que, en suelo dominicano, rodearon la
firma del Pacto Mundial para la Migración Segura, Regular y Ordenada
el 10 de diciembre de 2018 no dejan de representar un síntoma de una
angustia societal que debe de ser discernida a la luz de la reflexión ética.
En primer lugar hace falta un esclarecimiento de los términos fundamen-
tales implicados en la discusión, a saber, Estado y nación. Las conceptua-
lizaciones y teorizaciones sobre el Estado como institución varían amplia-
mente entre disciplinas y a través del tiempo. A mitad del siglo XIX, Marx
argumentaba que el Estado moderno estaba al servicio de la clase dominan-
te para controlar y oprimir al proletariado. Un siglo después, Foucault soste-
nía que el Estado era una fuente de coerción que extiende su poder a través
de la gubernamentalidad. Posteriormente, hasta nuestros días, científicos
sociales de múltiples disciplinas han debatido la definición y los límites del
Estado y cómo estudiarlo. La literatura antropológica contemporánea se ha
ocupado de la relación entre el Estado y la nación y cómo se conforman
de manera conflictiva diversas definiciones de ciudadanía y de pertenencia
grupal (Eric Hobsbawm, Benedict Anderson, Jan Blommaert).
Además de estas discusiones, también ha habido un interés en elucidar
cómo el Estado define y otorga ciudadanía a sus constituyentes, cómo
se conceptualiza dinámicamente la nación y finalmente cómo se expe-
rimenta la ciudadanía y se negocia la pertenencia a un Estado-nación.
Todo esto se investiga en un contexto de patrones de acelerada migra-
ción y de globalización económica neoliberal, en un terreno movedizo
por las presiones de los mercados. En ese escenario se plantean incesan-
temente nuevas preguntas de carácter sociopolítico. Esto es especial-
mente relevante en la región del Caribe, en donde coexisten diferentes
estatus de Estado, como los territorios de ultramar y el Estado libre-aso-
ciado de Puerto Rico, conviviendo con estructuras ostensibles que han
sido producto de las economías coloniales de plantación y enclave.
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Gran parte de la literatura tradicional coincide en una perspectiva his-


toricista o modernizadora del origen del Estado nación. Este aparece
como resultado y como instrumento para la modernidad (Anderson,
Grillo, Hobsbawm, Bauman y Briggs). Los autores coinciden en que
las naciones actuales surgieron de proyectos políticos estatales de co-
hesión territorial en el período posterior a la Revolución Francesa. Du-
rante este período, el Estado cambia de un modelo feudal a un modelo
de producción capitalista. Se plantea la cuestión de cómo el aparato
estatal puede mantener el control y la cohesión territorial, especial-
mente sobre provincias remotas que no tenían relación con las admi-
nistraciones centrales de gobierno o las ciudades capitales. Utilizando
una amplia gama de ejemplos, enfocándose en Estados europeos, Bau-
man y Briggs y Anderson concuerdan en que la estandarización del
idioma, la producción de medios de comunicación masiva (gracias a la
invención de los medios impresos), así como la escolarización extendi-
da, estandarizada y obligatoria para enseñar idiomas oficiales, «buenas
costumbres» y una historia oficial, fueron elementos cruciales en la
articulación del Estado-nación.
En su libro Naciones y nacionalismo desde 1780, el historiador británico
Eric Hobsbawm rastrea el origen del nacionalismo desde la Revolución
Francesa hasta alrededor de 1950. Argumenta que el nacionalismo no
se puede leer retrospectivamente al analizar las posiciones de las élites
en los documentos históricos oficiales, sino como una ideología que fue
creada para añadir cohesión a grandes territorios que se incorporaron
como parte de un Estado después de la abolición de la monarquía. En
la misma línea que Ralph Grillo, ubica el surgimiento del nacionalismo
como resultado de los esfuerzos del Estado de «oficializar» diversas mi-
tologías e historias de diferentes provincias y de hacerlas parte de una
narrativa nacional que crea un pasado imaginario legendario, de triun-
fos y conquistas, que más tarde conforman la ideología nacional. Más
importante aún, ambos autores plantean que los Estados y el nacionalis-
mo hacen naciones, y no al revés.
De manera similar, en su ampliamente citado Imagined Communities,
publicado en 1981, el pensador internacional Benedict Anderson ubi-
ca el origen de la nación con la invención de los medios impresos y su
producción en masa. Anderson define la nación como «una comunidad
política imaginada, e imaginada como inherentemente limitada y sobe-
rana». En su texto analiza cómo la idea de nación es particularmente im-
portante en la definición de las fronteras y la pertenencia a un territorio.
Uno de los principales puntos de discusión entre la tesis de Hobsbawm
y la teorización de Anderson sobre el Estado-nación tiene que ver con

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Editorial 5

el grado en que una persona se siente parte constituyente de la nación.


Según Hobsbawm, una nación se define por el sentimiento nacionalista
de sus miembros; pero esta es una forma tautológica de abordar el tema.
Como respuesta, Anderson plantea que la nación se fragua, entre otras
cosas, por la pérdida de privilegios excluyentes de las élites anteriores a
la Revolución industrial, gracias a un conjunto de políticas públicas que
homogenizan las poblaciones.
En un abordaje menos institucional, en su libro Cultural Intimacy, el an-
tropológo inglés Michael Herzfeld plantea una interesante lectura sobre
las formas en que se experimenta el Estado y la ciudadanía a través de la
vida cotidiana. La noción de «intimidad cultural» implica las formas en
que ciertos discursos identitarios se crean, se asumen y circulan de dos
maneras diferentes: proyectados al exterior de las culturas y dentro de
las culturas. Herzfeld examina las formas en que el Estado «existe» a tra-
vés de la legitimación de sus constituyentes, en prácticas cotidianas que
ocurren simultáneamente de manera abierta y encubierta. Utilizando
ejemplos de diferentes regiones de Italia y Grecia, analiza las formas en
que el humor, las bromas y las interacciones cotidianas desempeñan un
papel en la construcción del Estado como fuente de poder y pertenen-
cia a una comunidad. En este sentido, el lenguaje y la pertenencia son
cruciales para la existencia del Estado. Existen «vergüenzas» nacionales
que los nativos solo hablan entre ellos.
En la misma línea, Richard Bauman y Charles Briggs rastrean la evolu-
ción de cómo se construyeron los discursos nacionales desde el siglo
XIX, y de cómo las ciencias sociales, específicamente la antropología,
han desempeñado un papel relevante en la construcción y consolidación
de narrativas de Estado nación. Los autores analizan cómo el cambio a
la producción en masa de medios impresos y el uso de la televisión han
sido cruciales para la reproducción de los discursos nacionales. A pesar
de que muchos pueblos-Estado no estuvieron claramente definidos y
conformados hasta la segunda mitad del siglo XX, estos autores reco-
nocen que las narrativas de consolidación han sido construidas durante
siglos.
Cambiando de escala, Modernity at Large, del antropólogo indio Ar-
jun Appadurai, aborda las crecientes inquietudes acerca de la rápida
«modernización» y globalización padecidas hacia finales de la década de
1990, y las implicaciones que estos procesos tendrían para el manteni-
miento de una identidad cultural y nacional en poblaciones transnacio-
nales. La idea principal que se refuerza en su discusión sobre los medios
de comunicación es que existe una disyunción que crea una paradoja en

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la cual las personas reconocen las similitudes a través de las fronteras


nacionales, pero refuerzan las diferencias a través de su identificación
con grupos nacionales o étnicos, que, en todo caso, se acentúan por po-
lítica transnacional.
En diálogo con estas teorías, la literatura más contemporánea critica la
manera tradicional en que se examina la relación entre el consumo de
los medios de comunicación y las identidades nacionales. En su reciente
libro, Europe Unimagined, publicado en 2017, el también antropólogo
Damien Stankiewicz critica y reevalúa la conceptualización actual de
las «comunidades imaginadas» de Anderson en el contexto de los me-
dios de comunicación masivos y las redes sociales, a principios del siglo
XXI. Partiendo de un estudio de caso, la televisora ARTE, señala la ten-
sión que viven los europeos entre su ser nacional y su ser transnacional.
También en el libro Latinos, Inc. de Arlene Dávila, se analiza cómo se
representan los estereotipos raciales y étnicos de los latinoamericanos
en los medios nacionales estadunidenses. Dávila discute dos aspectos
principales de la formación de una categoría étnica genérica de «hispa-
nos» y «latinos» en los Estados Unidos. A través de la categoría creada
para el censo en la década de 1970 y de su uso posterior por los medios
y el mercado para etiquetar un conjunto diverso de grupos étnicos y
razas Dávila se adentra en las campañas mediáticas que agrupan a los
«latinos» de diferentes nacionalidades y cómo se dirigen a ellos a través
de estereotipos específicos que se supone que «venden» a la audiencia.
Por último, plantea que las formas tradicionales de los medios, como los
comerciales de televisión, refuerzan las categorías oficiales del Estado.
Recapitulemos. La construcción del Estado y la nación desde la perspec-
tiva de los medios de comunicación también arroja luz sobre la construc-
ción de ideologías en torno a la ciudadanía y la pertenencia nacional.
Estamos siendo llamados a problematizar a fondo la relación entre el
Estado y la ciudadanía En el Caribe, la definición y el estudio del Estado
plantean una serie de desafíos de talla regional. La proximidad geográ-
fica de los países dentro de la Cuenca del Caribe no es en modo alguno
representativa de la inmensa variedad de situaciones políticas, económi-
cas y culturales que cohabitan la región.
En la República Dominicana, el Estado ha manejado el tema de la ciuda-
danía desde una perspectiva profundamente nacionalista y notoriamen-
te poscolonial. El proceso ha tomado cuerpo en la misma discusión de
reforma de la Constitución y en el modo cotidiano de tratar a los ciuda-
danos de a pie con un perfil racial asociado al color de la piel.
La compleja historia de migración entre la República Dominicana y Haití

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ha sido central en las recientes discusiones sobre los esfuerzos estatales


para delimitar y administrar la ciudadanía en la República Dominicana.
En un controvertido esfuerzo para resolver problemas de documenta-
ción y conciliar diferentes estatus legales, el Estado creó en 2014 un plan
de regularización para inmigrantes indocumentados (PNRE), así como
un plan para naturalización a través de la Ley 169-14. Para algunos estos
esfuerzos son encomiables, pero en los hechos no han resuelto satisfac-
toriamente el problema para una parte significativa de la población. La
problemática sigue siendo terreno de negociación entre el Estado y las
ONG y unos pocos movimientos sociales que agrupan a las personas
afectadas. La confusión actual exige un esfuerzo de reflexión que conec-
te este caso particular con el contexto global más amplio de migración,
ciudadanía y Estado neoliberal.
En este número monográfico nos ocupamos de diversas facetas en torno
a la nacionalidad. La historiadora Ana Féliz Lafontaine nos invita a ir
más allá de una idea esencialista de cultura sobre la noción dominicana,
apostando por una nueva identidad cultural que respeta la diversidad. El
artículo de Féliz es novedoso en la literatura dominicana sobre el tema,
tanto por la tesis que defiende, como por la manera crítica y sistemática
que maneja la bibliografía secundaria.
El filósofo venezolano Mario Di Giacomo nos presenta una visión críti-
ca de la noción habermasiana de patriotismo constitucional con vistas
a elucidar qué significa una sociedad civil de carácter cosmopolita. La
sección de artículos científicos publica por primera vez un artículo en
lengua inglesa, siguiendo las nuevas normativas que nos abren idiomá-
ticamente al resto del Caribe. Se trata de un estudio sobre las narrativas
de la identidad nacional en novelas que tienen como tema la dictadu-
ra de Trujillo. Sus autoras, Rosaura Sánchez y Beatrice Pita, identifican
los antagonismos y contradicciones sociales de la época, al tiempo que
señalan la manera en que las estrategias narrativas de los autores estu-
diados (Manuel Vázquez Montalbán, Mario Vargas Llosa, Julia Álvarez,
Angie Cruz y Junot Díaz) transmiten representaciones de la dictadura.
En la sección de ensayos y escritura creativa puede leerse con provecho
un estudio del gasto en educación realizado por Francisco Checo. A pe-
sar de que la lucha ciudadana por la adjudicación del 4% en educación
fuera acogida por el gobierno dominicano, la mejora de la calidad está
aún por verse. El panorama se complica porque según el autor, para se-
guir creciendo en calidad, el 4% no es todavía suficiente. También en
esta sección reproducimos unas palabras de agradecimiento y home-
naje escritas por Quisqueya Lora a raíz del fallecimiento del historiador

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dominicano Emilio Cordero Michel.


En la sección de documentos se publica lo que podría considerarse un
auténtico testamento de las ciencias sociales dominicanas: la conferen-
cia del historiador Franklin Franco, titulada «El racismo, las migraciones
y los problemas de la identidad nacional en la República Dominicana».
Se trata del texto inédito de una ponencia que debió haber pronuncia-
do en la Universidad de Harvard el 28 de enero de 2011, en el marco de
la conferencia «El negro en América Latina». Franco no pudo viajar a
Estados Unidos por problemas de visado, dado su pasado político, por
lo que la ponencia tuvo que ser leída por una de sus hijas. En esos días,
Franco preparaba su última obra con la misma temática, publicada en
diciembre de 2012 y que tituló La población dominicana: razas, clases,
mestizaje y migraciones. Medio año después, Franco falleció en la ciu-
dad de Santo Domingo. Agradecemos a Ángela Soto viuda Franco y, en
nombre de sus hijos, a Carolina Franco, por darnos la autorización de
publicar este documento.
En la misma sección de documentos se ha añadido, como signo de lo
delicado del tema que nos ocupa, la nota de prensa del Centro Montalvo
con motivo de la decisión del gobierno dominicano de no firmar el Pac-
to Mundial para una Migración Regular y Ordenada. Esta negativa se
puede entender como una reacción política a la sensibilidad ultranacio-
nalista de creadores de opinión pública y a los intereses electorales de
casi todos los partidos políticos dominicanos que quieren posicionarse
apelando a atávicos sentimientos nacionales.
Ante la deriva nacionalista actual, esperamos que este número de Estu-
dios Sociales anime a otros investigadores interesados en la temática
dominicana y caribeña a aportar reflexiones sobre los nacionalismos
fundadas sobre adecuadas bases éticas.

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Estudios Sociales
Año 51, Vol. XLII-Número 158
Enero- abril 2019

Más allá de los discursos esencialistas sobre identidad y lo


dominicano*
Beyond the essentialist discourses on identity and the Dominican
Au-delà des discours essentialistes sur l’identité et le dominicain
Ana Féliz Lafontaine**

Resumen

A propósito de los resultados de la encuesta nacional “Imaginar el futuro:


cultura política, ciudadanía y democracia en República Dominicana”,
levantada a finales del 2016 por el Instituto de Investigación Social de
Santiago de los Caballeros, la autora de este texto plantea el problema de
las limitaciones que presentan las concepciones o discursos de carácter
esencialista sobre la nacionalidad e identidad de los dominicanos. Pues
al pretender buscar una “esencia” u origen verdadero e inmutable de
lo que es la dominicanidad, esos discursos no solo niegan o rechazan
parte de la realidad dominicana que los desborda, sino que olvidan que la
autoidentificación por la que las personas se perciben de un determinado
modo constituye más bien un proceso continuo y cambiante, en constante
movimiento, en el que inciden o impactan los fenómenos sociales,
políticos y económicos locales y globales. Por eso la autora se hace eco
de la afirmación de que la identidad cultural debe ser pensada como algo
nunca acabado y en constante negociación, en función ya, en una muy
alta medida, de los bienes simbólicos desterritorializados que circulan a
través de las redes de conexión global.

Palabras claves: Identidad cultural dominicana, nacionalidad e identidad


de los dominicanos, Discursos esencialistas de la dominicanidad

*  Una primera versión de este artículo apareció también como fascículo por ISD/
Fundación F. Ebert. Santo Domingo. 2018.
**  Historiadora y activista social dominicana. Docente de historia dominicana y lati-
noamericana en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y en el Instituto
Superior Bonó. Correo electrónico: anylafontaine4@gmail.com
10 Ana Féliz Lafontaine

Abstract

With regard to the results of the national survey “Imagining the future:
political culture, citizenship and democracy in the Dominican Republic”,
which was drawn up at the end of 2016 by the Social Research Institute
of Santiago de los Caballeros, the author of this text poses the problem of
the limitations presented by conceptions or discourses of an essentialist
nature on the nationality and identity of Dominicans. For in seeking
to seek a “essence” or true and immutable origin of what is Dominican,
those discourses not only deny or reject part of the Dominican reality
that overflows, but forget that self-identification by which people perceive
themselves a certain mode constitutes rather a continuous and changing
process, in constant movement, in which local and global social, political
and economic phenomena affect or impact. That is why the author echoes
the assertion that cultural identity should be thought of as something never
finished and in constant negotiation, in terms of, to a very high degree,
the deterritorialized symbolic goods that circulate through the networks of
global connection.

Keyword: Dominican cultural identity, nationality and identity of


Dominicans, Essentialist discourses of Dominicanness

Résumé

En ce qui concerne les résultats de l’enquête nationale «Imaginer l’avenir :


culture politique, citoyenneté et démocratie en République Dominicaine»,
établie à la fin de l’année 2016 par l’Institut de recherche sociale de
Santiago de los Caballeros, l’auteur de ce texte pose le problème des
limitations présentées par des conceptions ou des discours de nature
essentialiste sur la nationalité et l’identité des Dominicains. Car, en voulant
rechercher une «essence» ou une origine vraie et immuable de ce qui est
dominicain, ces discours non seulement nient ou rejettent une partie de
la réalité dominicaine mais oublient que l’auto-identification ou la façon
dont les gens se perçoivent eux-mêmes évoluent avec le temps et change
constamment conformément aux phénomènes socio-économiques et
politiques locaux et mondiaux. C’est pourquoi, l’auteur insiste sur le fait
que l’identité culturelle devrait être perçue comme quelque chose qui ne
se termine jamais y qui fait qui, dans une certaine mesure, doivent tenir
compte des biens symboliques extraterritoriaux circulant à travers les
médias sociaux du monde entier.

Mots-clés: Identité culturelle dominicaine, nationalité et identité des


dominicains, discours essentialistes de la dominicainité

La identidad dominicana fue un tema recurrente durante la década de


los ochenta del siglo 20. Los debates sobre el tema se multiplicaron con

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Más allá de los discursos esencialistas sobre identidad y lo dominicano 11

el impacto de las migraciones y la apertura a un nuevo modelo produc-


tivo que sustituiría la industria azucarera y la exportación de productos
tradicionales como café, cacao y tabaco por las manufacturas de zona
franca, el turismo y las remesas.
Durante la segunda década del siglo 21 el debate resurge en condicio-
nes distintas y en medio de otras problemáticas, aunque enmarcado por
una narrativa emparentada con la de los escritores de la generación de
postguerra que se preguntaban por la “esencia” de lo dominicano en
el contexto de la mundialización cultural y la globalización económica.
Este artículo se conecta con el retorno del debate e intenta mostrar que,
con algunas variantes, los discursos sobre “lo dominicano” se mantie-
nen atados a una concepción fundada en el esencialismo del origen
nacional y la continuidad lineal de la historia.
En primer lugar, se aborda el esencialismo en los dos grandes relatos
contemporáneos de la dominicanidad que pueden identificarse: el pri-
mero, como nacionalismo de raigambre colonial y republicano, y el se-
gundo, como nacionalismo popular, vinculado a las nociones de clase
y negritud. Ambos discursos comparten la búsqueda de una esencia y
sus resortes en la nación dominicana (nación moderna), cuestión que
obstaculiza un marco intercultural y una comprensión actualizada de la
configuración de las identidades.
Se comparten los resultados de la encuesta realizada por el ISD (2016),
donde encontramos aspectos de ambos discursos encarnados en ac-
tores sociales y políticos surgidos en este siglo, pero donde también
encontramos señales de rupturas y cambios de imaginarios en el in-
terior de las anteriores definiciones. Finalmente, se plantea que tanto
la presencia de los movimientos sociales gays, trans y queer como el
surgimiento de nuevos patrones urbanos de identificación y hábitos de
consumo han resignificado las identidades individuales y colectivas,
las cuales ya no se configuran exclusivamente por la pertenencia a una
clase social, un referente o práctica religiosa o por las tradiciones de la
cultura popular.

Discursos modernos sobre la identidad dominicana

La caída de la dictadura (Trujillo 1930-1961) hizo suponer la alteración de


la narrativa sobre la identidad dominicana que se sedimentó durante el
dilatado régimen. “…uno de los rasgos del texto cultural dominicano es
el marcado desprecio de las élites por la gran población empobrecida y

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12 Ana Féliz Lafontaine

negra, por la población haitiana y sus descendientes en el país. Resultan-


te de esa visión racista de raigambre colonial…” (Mieses, 2014).
La antropología, la sociología, la literatura y la historia posteriores a la
decapitación de la tiranía comenzaron a desfigurar los marcos mono-
culturales fijados en el imaginario social durante un largo periodo de
adoctrinamiento popular a tono con la visión de dominio histórico de las
élites. En estos discursos tomaron cuerpo aspectos de la cultura popular
que se abrieron y se presentaron como contradiscursos. Así, “Raza, na-
ción e identidad” fueron los términos en los cuáles se replanteó el asun-
to. Los trabajos de Hugo T. Dipp (1979), June Rosenberg (1979), Franklin
Franco (1979), Martha E. Davis (1983), Fennema y Loewenthal (1987) son
evidencias al respecto. En particular F. Franco (en Los negros, los mulatos
y la nación dominicana) y Hugo. T. Dipp (en Raza en la historia de Santo
Domingo) representan un primer desmonte del discurso de la dictadura
desde la historiografía.1
En conexión con lo anterior, en los noventa y desde la academia se conti-
nuó la misma línea. Zaiter (1998) asoció los marcos de la identidad domi-
nicana con el pensamiento social y con dificultades prácticas vinculadas
a la socialización: “…dificultades para reconocer los elementos negroi-
des han dado pie al prejuicio racial… la identidad social se construye
a través de la participación y la socialización… una sociedad como la
nuestra de marcados contrastes y diferencias sociales, la construcción
de una mentalidad dominante se ha impuesto en tomo a lo dominicano
y la dominicanidad…” (pp. 554-555).
Andrés L. Mateo (1993), en Mito y cultura en la era de Trujillo, enfatiza la le-
gitimidad lograda por el discurso cultural de la dictadura haciendo uso de
los mitos y los símbolos culturales flotantes en el gran relato de lo domini-
cano construido por la intelectualidad. La frontera fue utilizada como línea
épica de afirmación (nacional) impulsada por la intelectualidad nacionalis-
ta que accionaba desde movimientos culturales como Paladión y Acción
Cultural, afirmación que con la dictadura se convirtió en política de Estado
expresada en actos tan horrorosos como la masacre de 1937 (Mateo, 1993).

1  Pedro L. San Miguel entiende que, en todo el Caribe, el dilema de la identidad ha


sido tema neurálgico por razones del relato histórico: “En el Caribe el problema de
la identidad se explica en el sistema de plantación en las sociedades de la región y
la mirada de Narciso como dilema de la identidad para los sectores letrados a partir
del siglo XVIII. En el Caribe, la historia, la economía, la demografía, la política y la
cultura se han aunado para impedir el surgimiento de consensos sobre la identidad(...)
Un fenómeno que se complejizó cuando las sociedades caribeñas se criollizaron(…) y se
hizo mayoritariamente negra y mulata, lo que descomponía y desmentía las propuestas
identitarias de las élites en su intento por marcar las diferencias con los otros”.

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Más allá de los discursos esencialistas sobre identidad y lo dominicano 13

Por otro lado, en Zaglul (1992), encontramos una escritura reveladora de


lo que nombra como “identidad nacional defensiva”, relacionada con el
pensamiento social (nacionalista) actualizado alrededor del “problema
haitiano”, que se plasma en la discursiva de J. Balaguer en La isla al
revés de 1983. Su punto es que se trata de un discurso “político-nacio-
nalista por oposición casi absoluta a Haití” (p.35). Aquí la inversión de
roles, señala Zaglul, es importante: los haitianos son racistas y los do-
minicanos no: “Balaguer repetía que el racismo no ha existido jamás en
República Dominicana…”. No menos importante es el mecanismo de
“presentificación del pasado mitificado, organizado en trama del pasado
realizándose en el presente, donde aparecen fantasmas de la guerra por
librar (enemistad presente) y se conjugan a la vez varias dimensiones:
1) la política —Rep. Dominicana (la nación dominicana) es pueblo, la pa-
tria, el territorio al borde de la absorción o desaparición; 2) la dimensión
biológico-racial (amenaza a la raza, religión, cultura); y 3) la dimensión
económica (enemistad por razones comerciales o de subdesarrollo)”.
Los trabajos mencionados arriba y los de Mateo, Záiter y Zaglul, entre
otros, no han sido suficientes para desmontar el discurso que se fijó du-
rante la dictadura.2 De acuerdo con Néstor Rodríguez, esos enfoques
quedaron en círculos académicos estrechos. Discursiva y política nacio-
nalista constituyen dos elementos muy presentes en la sociedad domi-
nicana de principios del siglo 21: “…pervive en el imaginario social, Haití
como amenaza de la identidad dominicana… es decir, la demonización
de todo lo relacionado con Haití… Todavía el imaginario popular domi-
nicano piensa que el vudú es una práctica demoníaca” (2014, entrevista,
p.1).
Juan Valdez (2016) reitera el peso actual de esa discursiva dentro y fuera
del país: “…la construcción del proyecto estado-nación apeló a la elabo-
ración del haitiano como el enemigo natural de los dominicanos. Las
regiones fronterizas, donde existía una población negra, practicante del
vudú y relativamente bilingüe, eran y siguen siendo objeto de conflicto
y tensión…” (p.1).
El esencialismo de la identidad como cultura popular
La antropología y la sociología aportan otros lugares de referencia de
la “dominicanidad” conectados a símbolos de la cultura popular y la ne-
gritud. Andújar (1999 y 2006) y Tejeda (1998 y 2013) ven en las prácticas
religiosas y las costumbres populares provenientes de la africanidad ele-
mentos de identidad nacional inscritos como resistencia históricamente

2  Trujillo (1930-1961) y J. Balaguer (1966-1978).

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14 Ana Féliz Lafontaine

negada. Andújar (2012), en “Laberintos de la dominicanidad”, da conti-


nuidad a esta perspectiva. A su vez, Tejeda (2013) realiza un inventario
de las prácticas de vudú dominicano. Como en el caso de estos autores,
también Céspedes (2004) cree haber encontrado una esencia de la do-
minicanidad en la cultura popular: “…se muestra en usos, costumbres,
prácticas populares, folklore (música, bailes, usos y costumbres)”. Afir-
ma que los símbolos culturales–artísticos nos distinguen de otras nacio-
nes. La lengua, la religión no… (p.201). Céspedes elabora una crítica del
concepto de “identidad nacional” y afirma que no existe: “…es un concep-
to político de Estado, y por lo mismo una ideología…”. Sin embargo, en
Cultura popular y discurso sobre la dominicanidad se pregunta: ¿Existe
la dominicanidad? Su respuesta: “en el plano empírico la identidad (na-
cional) no existe. Y como discurso construido por sujetos sí existe (…). A
diferencia del idioma o la religión, los rasgos étnicos, compartidos con
otras naciones, no refieren a una identidad nacional, sino a rasgos de los
sujetos, de la dominicanidad por ejemplo” (p.202).
Esta perspectiva ha encontrado objeciones. Por un lado González
(2010) coincide en la crítica al concepto mismo de identidad3 y sugiere
distancia de la noción metafísica de la cultura. A su vez, plantea obje-
ciones relacionadas con el reduccionismo y el esencialismo implícitos
en la representación de la “identidad dominicana” de marca popular.
González (2010) y Mella (2015) refieren el reduccionismo “para lo cual
se hacen determinados listados de características más o menos «con-
cretas» del tipo «esto es así o no es así»”. La alerta es explícita respecto
a una dominicanidad presentada como mera especificidad cultural. Za-
glul (1992), Cela (1983) y Mella (2014) objetan, en la misma línea, la re-
ducción de las identidades a manifestaciones artístico-culturales. “La
cultura no es nunca un paquete terminado listo para entrega” (Cela,
1983). Así se ha reforzado y refuerza la idea de una esencia-verdadera
raíz (esencialismo)4, obviando fenómenos sociales, políticos, económi-
cos que impactan y que dan pie a cambios en las configuraciones, figu-
raciones y nuevas identidades sociales. Otras perspectivas entienden
la configuración de identidad(es) como identificación, construcción,

3  Citando a Matos Moquete (2008) en su texto La cultura de la lengua, González


enfatiza el uso de forma crítica del concepto: “identidad’ viene de la metafísica. Él nos
sitúa en lo a-histórico, él es la búsqueda de un contenido único y centralizador… La
identidad se inscribe así en el tiempo de los mitos, tiempo eterno y circular, un siempre
presente”.
4  Se refiere a una concepción esencialista del ser. Una doctrina que considera una
sustancia, un fundamento, un origen o esencia que prevalece ante la existencia, algo
que ha sido desmontado o reconstruido en los trabajos de F. Nietzsche y M. Foucault.
(Navarrete-Cazales, 2015).

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Más allá de los discursos esencialistas sobre identidad y lo dominicano 15

proceso nunca acabado (Navarrete-Cazales, 2015). Desde esta visión, la


constitución de identidades sociales se da mediante procesos de iden-
tificación en contextos de relaciones de poder y de luchas por el reco-
nocimiento. En perspectiva antiesencialista, las identidades sociales y
culturales se constituyen a través de múltiples significantes flotantes…
dentro y no fuera del espacio ideológico del cual formamos parte (Ca-
zales citando a Zizek, p.9).
Habiendo llegado a este punto, se hace necesario retomar el plantea-
miento inicial de este texto, según el cual el esencialismo5 presente en
los dos grandes relatos en que se funda la identidad cultural dominicana
se convierte en límite de esos discursos para explicar las nuevas identi-
dades (identificaciones) de los sujetos sociales. Mella (2015) reconstruye
un marco crítico en perspectiva democrática desde lo narrativo, lo in-
tercultural y los derechos ciudadanos, el cual incluye la “otredad” como
posibilidad de identidades que en constante negociación redefinen sím-
bolos y sentidos. Lo intercultural lo entiende como “categoría normati-
va y no registro culturalista”. Un escenario de apertura cónsono con una
sociedad que se precie de ser democrática. La interculturalidad se apoya
en el sistema de derechos. Un Estado garantista se focaliza en personas,
no en nacionalidad.6 (Mella, 2015a, p. 17)
Textos escritos como “Quisqueya on the Hudson: The Transnational
Identity of Dominicans in Washington Heights”, de Duany (2008), refle-
jan la desterritorialización, la simbiosis y el tránsito de las narrativas so-
bre la identidad dominicana más allá de los conceptos esencialistas de
frontera y nación. Las migraciones en el Caribe y la diáspora, por ejem-
plo, desbordan la “identidad” desde el territorio exclusivamente. Desde
finales del siglo pasado el sociólogo Franc Báez Evertz se preguntaba
si se podía seguir sosteniendo el relato del “proyecto nacional popular”
después de que dos millones de dominicanos se encontraban viviendo
fuera del país. También los trabajos de Blas Jimenes, Saillant y Hernán-
dez (2014) indican otros escenarios en Desde la otra orilla, hacia una
identidad sin desalojos, texto en el que se hacen notables otros códigos
identitarios de lo “dominicano”.

5  El esencialismo es característico en la cuestión de la identidad dominicana, inde-


pendiente de cuestiones ideológicas. Para Mella en “Céspedes (1983); Almánzar; Andú-
jar (2014), tenemos ejemplos, han cuestionado las bases aportadas por la dictadura de
Trujillo sin desentenderse del esencialismo como búsqueda del “verdadero fundamen-
to y origen” de la identidad colectiva dominicana.
6  La sentencia del TC 163-2013 se aplicó retroactivamente a 1929 y dejó sin documen-
tación a miles de dominicanos(as) por su ascendencia haitiana.

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16 Ana Féliz Lafontaine

Identidad y derechos de ciudadanía:


una lectura desde la Encuesta ISD

La encuesta ISD (2016)7 aborda aspectos sobre identidad, migración hai-


tiana, discriminación y derechos ciudadanos. Al desmenuzar las opinio-
nes de las personas entrevistadas, se hacen notables las oraciones yux-
tapuestas que dejan entrever continuidades y rupturas en los discursos
actuales sobre la identidad dominicana. En torno a lo que se ha nombra-
do “problemática haitiana”, una proporción alta (73%) de las personas
consultadas considera que la población haitiana que viene a trabajar al
país no le quita puestos de trabajo a los dominicanos, y que, en cambio,
ocupa empleos que los dominicanos no quieren. Sobre los niveles de
discriminación, la opinión mayoritaria reconoce que hay discriminación.
Una proporción considerable cree que hay mucha (38%), frente a un 37%
que considera que hay poca y un 25% que entiende que los trabajadores
haitianos no son discriminados.
A partir de cómo se reparten las opiniones, se puede avanzar que los do-
minicanos reconocen que existe discriminación respecto a la población
haitiana que viene a trabajar al país y respecto a la población negra en
general. Se preguntó por qué la población negra es más pobre que el resto
de la población. Más de la mitad (57%) está de acuerdo en que “han sido
tratados de manera injusta, historia de racismo”, mientras que un 33% en-
tiende que la causa de la discriminación está en su cultura. Como parte
de esta misma relación, una proporción importante (34%) piensa que no
existe igualdad de oportunidades para personas negras en el país, mien-
tras que es menor la cantidad de personas que piensa lo contrario (24%).
Con relación a la ciudadanía, las opiniones mayoritarias (71%) la con-
ciben como tener nacionalidad y estar dotados de derechos. No obs-
tante, las opiniones se yuxtaponen cuando se habla de los derechos
de la ciudadanía de la población migrante: más de la mitad (54%) en-
tiende que los “migrantes ilegales” no pueden exigir y reclamar dere-
chos como ciudadanos, emitir opinión, etc., cantidad muy alta frente
al 18% y al 27% situados en posiciones relativamente contrarias, ya
que piensan que sí o que solo cuando se trata de cuestiones de traba-
jo estas personas pueden reclamar sus derechos. Sin embargo el 39%
está muy de acuerdo con que el gobierno entregue permisos de tra-
bajo a indocumentados, frente a un 23% que está muy en desacuerdo.
De acuerdo con la encuesta, casi la mitad (46.6%) de personas entrevis-

7  Encuesta “Imaginar el futuro: cultura política, ciudadanía y democracia en


República Dominicana”, levantada a finales del 2016 y publicada a finales del 2017 por
el Instituto de Investigación Social de Santiago de los Caballeros.

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Más allá de los discursos esencialistas sobre identidad y lo dominicano 17

tadas considera que los hijos e hijas de inmigrantes haitianos nacidos


aquí son ciudadanos dominicanos, frente a una 22.5% que cree que no.
Asimismo, quienes consideran que los nacidos en Rep. Dominicana
tienen iguales derechos alcanzan un 45%, cantidad que desciende a
un 39% cuando se trata de quienes están de acuerdo con que el go-
bierno ofrezca servicios sociales como asistencia de salud, educación
y vivienda a los extranjeros que vienen a vivir o trabajar en el país: en
este aspecto un 25% se muestra muy en desacuerdo, si bien una fran-
ja bastante amplia (36%) no se definió ni muy de acuerdo ni muy en
desacuerdo. Resalta también el dato de que, pese a considerar que la
condición de migrantes haitianos limita sus derechos, un astronómico
81% de los dominicanos estima que se debe garantizar la educación a
los hijos e hijas. Territorialmente, la aceptación es mayor en las regio-
nes Cibao Norte, Cibao Noroeste, Ozama y Valdesia. En síntesis, las
opiniones se dividen entre una mayoría que está de acuerdo en que no
pueden ejercer derechos en el país y una minoría que considera que
sus derechos deben limitarse al ámbito laboral. La situación es distinta
cuando se trata de sus hijos, con un alto porcentaje que se muestra a
favor de que el Estado les garantice al menos educación.
Sobre derechos de migrantes según región administrativa del país.

TABLA VII.5 – PROPORCIÓN DE LA POBLACIÓN QUE ESTÁ


DE ACUERDO O EN DESACUERDO CON DERECHOS RELACIONADOS CON:

SERVICIOS
PERMISOS DE DERECHO
REGIONES PÚBLICOS A
TRABAJO NACIONALIDAD
INMIGRANTES
REGION OZAMA 43.35% 40.59% 57.43%
CIBAO NORTE 54.67% 45.33% 55.61%
CIBAO SUR 34.60% 47.68% 29.16%
CIBAO NORDESTE 13.71% 44.21% 49.17%
CIBAO NOROESTE 58.75% 50.75% 63.50%
VALDESIA 44.49% 38.05% 43.38%
ENRIQUILLO 22.75% 36.25% 13.25%
EL VALLE 14.50% 15.50% 3.50%
YUMA 26.56% 24.69% 24.06%
HIGUAMO 22.91% 28.79% 45.82%
Fuente: Encuesta ISD, 2016

De las identidades a la autoidentificación

Durante el siglo 20 los datos publicados sobre aspectos de la identidad


“nacional o regional” se levantaban a partir de la identificación fenotípi-
ca de color de piel, “raza”, nacionalidad, etc. Y llama la atención que se

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 9-24


18 Ana Féliz Lafontaine

continúe colocando de forma exclusiva en torno a la identidad. El tér-


mino “indio”8, sedimentado desde la dictadura, siguió pautando el ima-
ginario de gran parte de los dominicanos(as) al ser asociado a la cons-
trucción de la identidad dominicana en función del color/procedencia
étnica. La encuesta (ISD, 2016) encontró que 39% de los dominicanos se
autoidentifica como indio9, en segundo lugar como mestizo (23%), como
negro apenas un 14% y como mulato un 9%. Lo anterior se confirma cuan-
do se pide elegir un color que identifique a los dominicanos(as), pues
el 46% opta por el indio. La respuesta varía un poco según el grado de
escolaridad: el mayor porcentaje (60%) de quienes se autoidentifican así
tienen niveles de educación secundaria y universitaria, frente al 40% sin
escolaridad o con un nivel de primaria. La idea puede ser considera un
sedimento de la discursiva tradicional (colonial-dictatorial), o mejor di-
cho, la nostalgia de la “identidad pérdida”, del paraíso perdido (el indio)
filtrado en la literatura y en la historia escolar y reactualizada en el nacio-
nalismo antihaitiano: “Entre más lejos de lo negro y de lo haitiano, más
pura” (Torres, 2014)10.

Gráfico VII.1 Si tuviera que elegir un color de piel que más represente a los
dominicanos, ¿cuál sería?
50.00%
46.38%
45.00%

40.00%

35.00%

30.00%

25.00%

20.00% 17.22%
15.63%
15.00%
9.54%
10.00% 7.42%

5.00% 2.19%
1.12% 0.50%
0.00%
Blanco Negro Indio Amarillo Mestizo Todos por Ninguno NS/NR
igual

Fuente: Encuesta ISD, 2016

8  El término “indio” fue incluido durante la dictadura trujillista en el Censo de 1935.


En 1983 no se incluyó. La encuesta política internacional LAPOP del 2006 también la
incluyó, junto a los términos mulato, mestizo, negro y blanco. Esta encuesta registró un
67% de mulato e indio. Ver Féliz (2012, p.20) Oficina Nacional de Estadística.
9  Aunque “indio” no es un color, ni en el Caribe existen pueblos aborígenes, la pala-
bra sigue presente, pese a desaparecer de la cédula de identidad en los años noventa
(siglo 20) durante el gobierno de Leonel Fernández.
10  Reportaje de exposición en el Centro León del artista Martínez Domínguez, resi-
dente en Nueva York, hijo de padre y madre dominicana.

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 9-24


Más allá de los discursos esencialistas sobre identidad y lo dominicano 19

La identidad asociada al color de la piel se hace extensiva al tema del


“origen” del pueblo dominicano. Siguiendo la encuesta, para más de la
mitad (54%) de los habitantes del país, la procedencia del pueblo domini-
cano es el resultado de una mezcla, en segundo lugar (22%) de la heren-
cia española, en tercer lugar (13.4%) de la herencia indígena y, en menor
presencia, de la herencia africana (8%). En este sentido, al hablar de los
“componentes” de la “mezcla”, la referencia es de españoles, indígenas
y africanos, lo cual es asociado a la palabra mestizaje. Estas opiniones
también varían según niveles de escolaridad: por ejemplo, el mayor por-
centaje de quienes piensan en la procedencia española corresponde a
personas con niveles de primaria y secundaria.

Gráfico VII.2 ¿Considera que los dominicanos somos mayoritariamente el


resultado de la herencia africana, española o índigena?
60.00%
53.90%

50.00%

40.00%

30.00%
22.44%
20.00%
13.46%

10.00% 8.21%

2.00%
0.00%
Africana Española Indígena Una NS/NR
mezcla/mestizaje

Fuente: Encuesta ISD, 2016

De lo expuesto hasta aquí se puede concluir que, en general, los núcleos


lexicales utilizados para valorar la presencia haitiana en el país —enlaza-
do esto con los vocablos de la autoidentificación— revelan que, como se
dijo más arriba, el pensamiento que ha intentado desmontar el discurso
de la identidad dominicana sedimentada durante las dictaduras de Tru-
jillo y los doce años (de raigambre colonial) ha resultado insuficiente y
se ha reducido a la reflexión de pequeños círculos o a la academia. Lo
que también atañe al ámbito educativo-escolar. Porque, en otras pala-
bras, la escuela dominicana sigue funcionando como reproductora de

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 9-24


20 Ana Féliz Lafontaine

los mitos de nuestra historiografía más tradicional.11 La educación críti-


ca es casi inexistente (a pesar de las transformaciones curriculares) y el
tratamiento, manejo básico o crítico de fuentes históricas es casi nulo.12

Perspectivas y nuevos referentes

En Latinoamérica las tendencias actuales indican que han cambiado los


referentes de configuración de identidades sociales y culturales en el
contexto de la globalización, la ampliación del consumo, la expansión
urbana y la era de la información, situación que ha sido referida en di-
versos trabajos. Castro Gómez (2011) señala que aquellos lugares o refe-
rentes que prevalecieron (desde el siglo XIX) quedaron atrás: “...la iden-
tidad ya no viene definida por la pertenencia exclusiva a una comunidad
sustancial, sino por la pertenencia a una comunidad de consumidores…
(Citando a Canclini)”. Apoyándose en Brunner, Barbero y Canclini, afir-
ma que:

Latinoamérica pasó a finales del siglo XX a una especie de ciudad-


laberinto donde se fusionaron todas las experiencias simbólicas posibles
desde las formas más arcaicas de convivencia sociopolítica hasta
la familiaridad con el video-texto, el fax…. cuestión que desbordó la
tradicional visión de cultura alta y popular… En los umbrales del siglo
XXI la identidad cultural en América Latina ha de ser pensada como un
proceso constante de negociación… los referentes identitarios ya no se
encuentran solo en los rituales religiosos, en la cultura oral y en el folclor,
sino principalmente en los bienes simbólicos que circulan a través de
los medios electrónicos… desterritorializada y ya no controlable desde
ningún centro… (p. 60-61)

El caso dominicano no escapa a lo que acontece en la región, pues en el


país se dan una inmensidad de microrrelatos urbanos auspiciados por
la música electrónica, el consumo masivo, la expansión de internet y de
las redes de comunicación, los movimientos de género y las identidades
LGBT, etc., todos los cuales producen constantemente otras identifica-
ciones, narrativas, representaciones y expresiones desde donde se cons-
tituyen nuevas identidades socioculturales que en su emergencia hacen
estallar cualquier esencialismo. En esta perspectiva, resulta infecundo
11  La historiografias fijó la desaparición de la población aborigen en la isla entre
1530-1550 a causa de la colonización. Franco (2010); Cassá (1982), Pons (1985).
12  Pablo Mella en un panel reciente se ha referido a la incoherencia sobre el enfoque
crítico mencionando en las publicaciones del currículo escolar dominicano actualiza-
do, no concretado u operacionalizado en los centros educativos y la pedagogía aplica-
da.

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 9-24


Más allá de los discursos esencialistas sobre identidad y lo dominicano 21

continuar buscando una “esencia” identitaria remitida a orígenes ances-


trales o diferida en lo que se perdió en la Guerra de Abril de 1965.
Algunas pistas de los “giros” discursivos sobre el tema se advierten en
la lectura de la Encuesta (ISD, 2016), cuyos datos apuntan al reconoci-
miento de otras identidades e identificaciones, como que el 64% de la
población dominicana considera que se debe permitir a homosexuales y
personas transgénero organizarse para defender sus derechos, mientras
que el 93% rechaza los insultos y la violencia contra esta población. Esto
habla de un mayor nivel de reconocimiento de identidades colectivas en
la actualidad. A esto se suma que un 45% se muestra a favor de que las
personas LGBT expresen abiertamente su preferencia sexual, contra un
23% que se muestra en desacuerdo. Sin embargo, un 50.5% está en des-
acuerdo con que ocupen cargos públicos, frente a un 25% que se mostró
muy de acuerdo. Pero más que esto, resulta relevante que una franja im-
portante de los dominicanos se define ni de acuerdo ni en desacuerdo, lo
que abre un gran campo de nuevas investigaciones y de intervenciones
políticas tendentes a hacer realidad los derechos fundamentales nega-
dos a este sector social.

Gráfico. Derechos de la población LGBT


¿Considere que se les debe permitir a los homosexuales y a los
transgénero para defender sus derechos?

NR

NS

No

Si

0% 10% 20% 30% 40% 50% 60% 70%

Fuente. Encuesta ISD, 2016

Se encontró además una opinión divida sobre la promoción de políticas


del Estado que garanticen los derechos de homosexuales y transexua-

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 9-24


22 Ana Féliz Lafontaine

les: un (35%) se muestra muy de acuerdo frente a 31% en desacuerdo. En


este punto, igual que en el anterior, una amplia franja se define ni muy
de acuerdo ni en desacuerdo, aludiendo esto a una brecha todavía por
definir.
La conclusión final de este texto ya había sido adelantada: un marco de
comprensión de la identidad cultural dominicana que se corresponda
con la democracia ciudadana implica abandonar los relatos esencialis-
tas desbordados por la realidad. El campo queda abierto al debate y a la
escritura de otras narraciones necesarias que den cuenta de las alteri-
dades de los sujetos sociales y cómo estos han transformado sus identi-
dades, su cultura y su autoidentificación. Cuestión pendiente sería ana-
lizar el impacto de la industria cultural contemporánea (música, cine,
literatura, espectáculos) en los cuerpos de la juventud dominicana. Una
investigación como esta podría avanzar otros códigos y referentes de
“identidades” reconstituidas a tono con la “estatización del mundo de la
vida” (Lipovestky, 2015) y su peso cada vez mayor en los movimientos
sociopolíticos en lucha por el reconocimiento, lo cual se traduce en pro-
cesos de reconfiguración permanente de identidades sociales que van
más allá de todo esencialismo.

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25

Estudios Sociales
Año 51, Vol. XLII-Número 158
Enero- abril 2019

Los Estados nacionales vs. la sociedad cosmopolita. Una


lectura crítica del ius cosmopoliticum en el republicanismo
de Habermas
The national states vs. the cosmopolitan society. A critical reading of
the ius cosmopoliticum in the republicanism of Habermas
Les états nationaux vs. la société cosmopolite. Une lecture critique du
ius cosmopoliticum dans le républicanisme de Habermas
Mario Di Giacomo*

Resumen
En este artículo analizamos qué significa, según Jürgen Habermas,
una sociedad civil de carácter cosmopolita. Para ello recurriremos a su
criticada noción de “patriotismo constitucional” ponderando las fuentes
de las cuales el autor alemán bebe, pero que también supera, es decir,
el Kant de “Ideas para una historia universal en clave cosmopolita” y de
Sobre la paz perpetua. El republicanismo deliberativo de Habermas tiene
que vérselas con la restricción de la soberanía de los Estados nacionales
y con la pacificación que se urge entre ellos, cuyo propósito es superar
los vínculos ferinos (status naturae) y llevar hasta la interestatalidad el
rango de status civilis que se ha logrado intraestatalmente. El fin último
es el ius cosmopoliticum, o lo que es lo mismo, la ampliación de la esfera
de los derechos a una escala mundial, de manera que el orden jurídico
y la solidaridad internacional amparen a los individuos más allá de su
adscripción a un Estado-nación particular.

Palabras clave: Patriotismo constitucional, cosmopolitismo, derecho


cosmopolita (ius cosmopoliticum), ius ad bellum, federación de naciones
(Völkerbund), eticidad (Sittlichkeit), principios morales universalistas
(Moralität), gobernanza.

*  Doctor y magíster en filosofía por la Universidad Autónoma de Barcelona. Magís-


ter en ciencia política por la Universidad Simón Bolívar y licenciado en filosofía por
la Universidad Central de Venezuela. Ha publicado un par de libros sobre la obra de
Jürgen Habermas y varios artículos arbitrados sobre este mismo autor en revistas
especializadas en filosofía. Correo electrónico: panisangelicus@gmail.com
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Abstract
In this article we analyze what a “cosmopolitan civil society” means
according to Jürgen Habermas. For this we will examine his criticized notion
of “constitutional patriotism”, pondering the theoretical sources of which
the German author drinks, but also exceeds, that is, the Kant of “Idea of a
Universal History from a Cosmopolitan Point of View” and Perpetual Peace.
The deliberative republicanism of Habermas has to do with the restriction
of the sovereignty of the national States and with the pacification that is
urgent among them, in order to overcome the wild ties (status naturae) and
to give to the bond between States the rank of status civilis that has been
achieved within the States. The ultimate goal is the constitution of the ius
cosmopoliticum, or what is the same, the expansion of the sphere of rights
on a global scale, so that the legal order and international solidarity protect
individuals beyond their ascription to a particular national State.

Keywords: Constitutional patriotism, cosmopolitanism, cosmopolitan law


(ius cosmopoliticum), ius ad bellum, Federation of nations (Völkerbund),
ethicity (Sittlichkeit), universalist moral principles (Moralität), governance.

Résumé
Dans cet article, nous tenterons d’analyser la conception de Jürgen
Habermas Nous attirerons votre attention sur sa notion critique de
“patriotisme constitutionnel” en essayant de ramener à la surface les
sources auxquelles l’auteur puise ses idées mais qu’il dépasse à son tour,
il s’agit plus précisément de ces ouvrages de Kant : “Idée d’une histoire
universelle d’un point de vue cosmopolite” et “Vers la paix perpétuelle”.
Le républicanisme délibératif de Haberms doit être compris en fonction de
limitation de la souveraineté des États-nations et la pacification urgente
d’entre eux, dont le but est de surmonter les liens (état sauvage naturae)
en passant par les liens interétatiques jusqu’à atteindre le rang de status
civilis qui est le propre de l’état. Le but ultime est le ius cosmopoliticum
qui représente, l’élargissement de la sphère des droits à l’échelle mondiale,
de sorte que l’ordre juridique et la solidarité internationale protègent les
individus au-delà de leur allégeance à un Etat-Nation en particulier.

Mots-clés: patriotisme constitutionnel, cosmopolitanisme, droit


cosmopolite (ius cosmopoliticum), ius ad bellum, fédération des nations
(Völkerbund), éthique (Sittlichkeit), principes moraux universalistes
(Moralität), gouvernance.

1. Patriotismo constitucional

El pensamiento de Habermas parte de un conjunto de presupuestos que


tienen su sede en un proceso de secularización occidental que el autor
no deja de celebrar como un avance cognitivo de la especie humana. La

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ética y la política deliberativa se desarrollan en una narrativa según la


cual se han disuelto tanto los monopolios interpretativos de las cosmo-
visiones laicas (comunismo, fascismos, liberalismo exacerbado) como
los textos únicos de las visiones sagradas de la vida. Avance cognitivo
porque en sí mismo significa, de una parte, la atenuación de la posibi-
lidad de las guerras de religión amparadas en un Estado confesional;
de la otra, porque la narrativa secularizada es capaz de integrar en sí lo
que a otras narrativas les resultaba imposible precisamente por la sa-
cralidad excluyente de sus textos. Con ello se gesta una cultura política
común desconectada de las identidades generadas prepolíticamente y
de los excesos propios de todo nacionalismo autocentrado. En una so-
ciedad ampliada al mundo en su totalidad, “las imágenes del enemigo
y los estereotipos que tratan de blindar lo propio contra lo extraño y
ajeno funcionan de forma cada vez menos fiable.”1. El patriotismo no se
refiere ya sin más a la identificación plena con una tradición nacional en
la que la vida individual se ha encontrado sumergida, sino que, ahora,
se ve reelaborado en un nivel superior que queda recubierto de los pro-
cedimientos y principios universalistas de una Constitución democrá-
tica. A esto lo denomina Habermas “patriotismo de la Constitución”2 o
“patriotismo constitucional”3. A la comprensión (Verstehen) atenida a la
tiranía del contexto (Gadamer), y a la radicalidad de una razón situada,
Habermas parece querer oponer una razón ilustrada que habrá de sufrir
un permanente estado de sitio. Esta razón (sitiada por una selectividad
permanente en relación con lo que justifica continuar) habrá de faenar
con una apropiación consciente de aquellos aspectos de la tradición con
los que quiera mantener continuidad. Habermas pretende oponer a un
contexto y a una comprensión que todo excusan una razón a la que no
dispensa de ninguna labor de juicio, como si el filtro de la conciencia
de pecado y la irreversible cadena de caídas culposas de un contexto
autoabsolutizado fuesen virtudes más que suficiente para que la razón
desaloje de su horizonte todo lo no cernido por ella misma. ¿Pide Haber-
mas demasiado a los poderes de la razón: un esclarecimiento continuo
y una crítica interminable? Ça dépend. Pero sigamos. Una continuidad
histórica ininterrumpida, no dejada a secas a la tradición, es decir, no
filtrada por la crítica racional, requiere de un cerciorarse consciente que
nos permita decidir qué queremos continuar y qué no queremos conti-
nuar como parte de nuestro acervo colectivo.
La autoelección radical se desliza desde el kierkegaardiano plano de
la existencia individual hasta el de la existencia histórica compartida.
1  J. Habermas, Identidades nacionales y postnacionales, Madrid, Tecnos, 1989, p. 97.
2  Ibid., p. 94. Vid. pp. 114-121.
3  Ibid., p. 101.

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De las tradiciones de un colectivo nadie puede apropiarse a voluntad,


como nadie puede separar a porciones de ese mismo colectivo de esas
prácticas simbólicas en las que las identidades se sedimentan. La asun-
ción consciente sobre qué queremos continuar y qué no sólo es posible
en la autonomía de una discusión sostenida públicamente: la discu-
sión pública de cómo queremos comprendernos de cara al porvenir,
pero también arreglando cuentas con el pasado. La ambivalencia de
toda tradición nos obliga a no salir fiadores de la totalidad que ella re-
presenta, de modo que en “el proceso público de la tradición se decide
acerca de cuáles de nuestras tradiciones queremos proseguir y cuáles
no.”4 En el peliagudo proceso de decidir qué se quiere continuar, Ha-
bermas no encuentra esa ausencia de escrúpulos reflexivos que brotan
en el interior de quienes argumentan desde el orgullo de las fronteras
nacionales. Habla como si esa reflexión se pudiera dar con toda tran-
quilidad, como si la razón pudiera calmar todas las patrañas, exagera-
ciones y apoteosis heroicas que la absolutización de la propia historia
comporta. Como si el patriotismo nacional y el chauvinismo como su
extremo siempre posible encontrasen naturalmente sus límites “en los
postulados de universalización de la democracia y de los derechos del
hombre.”5 Para decirlo en breve, como si el patriotismo de la Constitu-
ción fuese el límite, hoy por hoy normal, del patriotismo nacionalista.
Sin embargo, también Habermas habla desde su propio contexto y des-
de él eleva las claves de su propia comprensión histórica: puesto que
el nacionalismo se radicalizó entre los alemanes en la forma de una
exterminación sistemática racial, ese mismo nacionalismo ha padeci-
do de una drástica devaluación como fundamento de una identidad
colectiva6.
Los acontecimientos más que postseculares que atraviesan la época
nuestra y del siglo que se atrevió a venir, el XXI, no solamente echan
marcha atrás el optimismo de una ciencia dispuesta a acabar con los se-
cretos ocultos de la naturaleza, sino que los Estados difícilmente aceptan
hoy, entre los predicados de su autocomprensión, un ateísmo de base,
pues llegan a lo sumo a una autocaracterización agnóstica. Sin embargo,
hay alarmas sociales encendidas a causa de algunos movimientos fun-
damentalistas deseosos de resacralizar la relación Estado-Iglesia y que
vinculan de esta suerte la violencia defensiva de un ethos a la lectura
única de un libro sagrado. De allí que el mundo retoma la guerra como
fórmula de autoafirmación salvaje, religiosa y no-religiosa, al menos en
ciertas regiones del planeta en las que se bendicen las prácticas bélicas
4  Ibid., p. 104.
5  Ibid., p. 114.
6  Ibid., p. 116.

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desde los enunciados de la fe/religión y la cultura, así como el retorno a


espacios otrora arrebatados a determinadas culturas.
Es más fácil escudriñar los fondos nacionales patrióticos con la apáti-
ca luz de la razón cuando esos mismos fondos han perdido el aura que
los hacía inatacables. No obstante, bien sabe Habermas que no puede
pretender hacer arraigar la identidad solamente en la abstracción cons-
titucional que propone. La autorrelativización del proprium no significa
su ulterior liquidación, sino la posibilidad de absorber las orientaciones
universalistas desde el seno de la propia identidad, una absorción mo-
dificadora del proprium: el patriotismo constitucional no equivale a una
abdicación de la propia peculiaridad histórica, antes bien involucra una
renuncia a su propia absolutización para enriquecer los propios fondos
con los ajenos, y, asimismo, con los nuevos fondos con que les provee
una interpretación universalista del Estado democrático y de derecho.
Para decirlo con Habermas, “el mismo contenido universalista habrá de
ser en cada caso asumido desde el propio contexto histórico y quedar
anclado en las propias formas culturales de vida”7; “el patriotismo cons-
titucional significa evidentemente que los principios constitucionales
son interpretados a la luz de historias nacionales e insertados en ellas.”8
La deuda de los individuos con el absoluto llamado “Estado” difícilmen-
te se paga hoy con el lema nacional (y con la praxis inevitable que de él
resulta) “dulce et decorum est pro patria mori”, pues también esto se ha
puesto en cuestión, así como se ha rechazado, gracias a los objetores de
conciencia, la obediencia absoluta a ese llamado a las armas en el cual
lo individual se habría de sacrificar en el altar del colectivo. La identi-
dad cosmopolita que está surgiendo y la abolición gradual del estado de
naturaleza entre Estados antes obsesos en una autoafirmación salvaje,
conforme al autor alemán, van reinterpretando y absolviendo el categó-
rico mandato de los viejos deberes, suspendiéndose, de consecuencia, el
gradiente entre una integración convencional y una postconvencional
asentada en los derechos humanos.
Con vocación mundial, este republicanismo cree más en una apertura
de las eticidades concretas desde su propio interior que en una clausura
blindada a toda reinterpretación de lo consagrado por la tradición. En
el índice de su “inclusividad” se encuentran, pues, los motivos llamados
a conjurar “el doble escollo del nuevo despliegue nacionalista y de la

7  Ibid., p. 118.
8  J. Habermas, “¿Por qué la Unión Europea necesita un marco constitucional? En:
Boletín Mexicano de Derecho Comparado, No. 105. Disponible en: DOI: http://dx.doi.
org/10.22201/iij.24484873e.2002.105.3737

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disolución del cuerpo político en el mercado mundial”9 o lo que es lo


mismo, a desbordar el refugio en las tradiciones y a rebasar una integra-
ción lograda a través de los requerimientos funcionales de una compe-
tencia global. Desvanecidos los sustratos cuasinaturales que soportaban
la integración, sólo una nación de ciudadanos puede llevar sobre sí a
cuestas el oneroso fardo de una integración alcanzada ante todo me-
diante un universalismo moral y jurídico. Por lo tanto, piensa Habermas
que hay que desconectar un mínimo común político de las subculturas
y de las identidades que allí se codifican prepolíticamente. En la coe-
xistencia multicultural hay un hecho que no se presta a negociaciones:
las distintas confesiones y prácticas cosmovisionales no contradirán los
principios constitucionales en vigencia, los cuales deslindan, dentro de
las diferencias, esa universalidad política que impide la hegemonía de
una cultura dominante determinada.
Cada cultura nacional interpreta en los términos de su propia luz los
principios constitucionales de la soberanía popular y de los derechos
humanos, rebasando con ello la vía aseguradora del nacionalismo in-
tegrador. Así, “en los fundamentos de tales interpretaciones puede fi-
gurar un ‘patriotismo constitucional’ en lugar del nacionalismo origi-
nario”10, el primado de la ciudadanía ampliada hasta los márgenes del
mundo sobre la nación y su específica identidad; esto es, Habermas
quiere hacer valer el primado de una “nación de ciudadanos” asenta-
da en principios jurídicos universales vinculados con una fundamen-
tación de tipo moral (kantiano). Aunque una determinada comunidad
se encuentre impregnada éticamente, es decir, por su identidad, valo-
res y cultura, el nivel de conciencia moral alcanzado en la actualidad
puede servir de dique frente a la pretensión del uso ilegítimo del po-
der mediante procedimientos universalistas en la producción discur-
siva del derecho, así como en el estado de derecho. La ciudadanía no
se sostiene ahora, en lo fundamental, sobre un consenso sustantivo
suscitado en valores específicos, “sino a través de un consenso sobre
el procedimiento legislativo legítimo y sobre el ejercicio del poder”11.
Ninguna cláusula del poder comunicativo desencadenado en la esfe-
ra pública desafecta porciones de los territorios comunes a todos que
unos ciudadanos están siempre facultados para escrutar. El parentes-
co con Kant se retraduce en el foro intersubjetivo que representa la
razón comunicativa: en vez de una razón monológica comprendida
como tribunal que inspecciona todos los derechos y pretensiones, un

9  J. C. Velasco, “Introducción”. En: J. Habermas, La inclusión del otro, Barcelona,


Paidós, 1999, p. 22.
10  J. Habermas, La inclusión…, p. 95.
11  Ibid., p. 214.

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discurso racional público erigido como el foro irrebasable de toda


jurisdicción12.
Los procedimientos que incorpora el estado de derecho proporcionan
las pistas de una domesticación no violenta del poder ilegítimo, co-
locando también al servicio de esa domesticación comunicativa una
especie de programación del poder administrativo, incapacitado en
lo sucesivo de alzarse burocráticamente sobre sentidas necesidades
sociales13. Aunque este universalismo del que Habermas hace gala se
inserta ya siempre dentro de un cierto contexto cultural, por sus prin-
cipios y derechos fundamentales comunes establecidos insiste en lla-
marlo patriotismo constitucional14. Desde los ejemplos multiculturales
fácticamente existentes (Suiza y Estados Unidos), Habermas argumen-
ta la plausibilidad de tales principios constitucionales universalistas
que fundan una convivencia en común sin necesitar “en modo alguno
apoyarse en una procedencia u origen étnico, lingüístico y cultural,
común a todos los ciudadanos. Una cultura política liberal sólo consti-
tuye el denominador común de (o el medio cívico-político compartido
en que se sostiene) un patriotismo de la Constitución, que simultánea-
mente agudiza el sentido para la pluralidad e integridad de las diversas
formas de vida que conviven en una sociedad multicultural”15. Desde
el punto de mira habermasiano, sólo la instauración de esa política
común, mínima, permite la convivencia pacificada de la pluralidad cos-
movisional, pues, al no identificarse ella (la cultura política) con nin-
guna cosmovisión en particular, se despoja del anclaje reduccionista y
de la violencia aparejada que llevaría a la arbitraria dominación de un
ethos sobre los restantes. En esa reducción Habermas mira una opre-
sión en ciernes, que sólo se solventa en un saludable desacoplamiento,
el desacoplamiento de una cultura política mínima, común para todos,

12  Cfr. Habermas (2006, pp.35-36). Barcelona: Paidos.


13  Las redes de comunicación resultarían eficaces, a juicio de Habermas, en aras de
restablecer unos vínculos racionales entre la opinión del público y los programas de
la administración estatal y de la economía, sin pretender tocar, empero, por las indis-
pensables razones sistémicas de todos conocidas, la lógica interna de esas esferas.
Esta soberanía comunicativa domesticadora consistiría en “un modelo de política
deliberativa” basada ante todo en procedimientos democráticos y en la infraestructu-
ra de una esfera público-política afianzada institucionalmente. Cfr. Cfr. J. Habermas,
Facticidad y validez, 4ª ed., Madrid, Trotta, 2005, p. 634.
14  Cfr. J. Habermas, La inclusión…, p. 215.
15  J. Habermas, Facticidad y…, p. 628. Cursivas en el original. Sin embargo, Haber-
mas admite un marcado rezago de las capacidades legitimadoras de los ciudadanos
con relación a procesos de integración sistémica llevados a cabo desde instancias su-
pranacionales: mientras la ciudadanía mantiene en —lo fundamental— un anclaje na-
cional, las burocracias y las corporaciones ya operan supranacionalmente, desligadas
de la legitimación democrática y desmarcadas de una opinión pública cosmopolita.

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y común porque está basada en los principios universalistas ya men-


cionados.
Hay una peculiar afinidad electiva entre el patriotismo constitucional y
la cosmociudadanía que los tiempos actuales exigen. Mientras la soli-
daridad de los ciudadanos estatales se basa en los rasgos de una parti-
cular identidad colectiva, la solidaridad cosmopolita se fundamenta en
la radical orientación universalista de los derechos humanos. Al hacer
una cesura entre el bien y la justicia, Habermas (2005) ha procurado
una distinctio entre un “nosotros” limitado y un “nosotros” deslimitador,
cobijado en el universalismo moral acuñado al interior de una idea de
justicia que trasciende todo claustro convencional. Lo que le faltaría a
esa identidad postconvencional fundada en los derechos humanos es
el movimiento de una identificación afectiva, la cual, según los euroes-
cépticos (Böckenförde, Lübbe)16, es imposible en la abstracta noción de
identidad que está a su base. Mientras más Habermas abarca con esa
abstracción, esa misma abstracción menos aprieta, es decir, menos mue-
ve hacia el terreno de una convicción afectiva, que sería el verdadero
vínculo entre los miembros de una comunidad patriótica establecida
en una sede nacional. Sin embargo, Habermas ve en los sentimientos
de indignación colectiva ocasionados por la violación masiva y siste-
mática de los derechos humanos la coartada posibilitante de la nueva
formación de identidad, de suerte que el patriotismo más abstracto de
la Constitución puede aunar dentro de sí, aunque a un nivel de integra-
ción distinto, tanto la cognición práctica como una convicción no exenta
de vínculos afectivos ni de motivos emocionales interiorizados (con eso
respondería a la objeción de que su ética comunicativa carece de afectos,
es incorpórea, des-somatiza a los sujetos).
A la objeción de los neoaristotélicos contra un tal patriotismo constitu-
cional, a la objeción de que “a la cultura política de la sociedad mundial
le falta una dimensión ética y política común que sería necesaria para
la formación de una comunidad y una identidad global”17, Habermas re-
plica que esa abstracción de la que se quejan los neoaristotélicos nunca
corre flotante en los ideales aires platónicos, como olvidando su respec-
tivo plexo de nacimiento, sino precisamente y al contrario insertándose

16  Cfr. J. Habermas, La inclusión…, pp. 110 y 133; También en J. Habermas, “¿Por qué
la Unión…”. Desde el punto de mira de Böckenförde, el patriotismo constitucional,
por muy ajeno a los sentimientos de las pertenencias nacionales, no es sino un pálido
producto de un seminario de universidad, una ficción intelectual a la que no puede
encargársele la tarea de sustituir a la sana conciencia nacional. Es un concepto que
flota en el aire, ajeno al genuino “nosotros” y a su capacidad de vincular emocional-
mente.
17  J. Habermas, La constelación posnacional, Barcelona, Paidós, 2000, p. 141.

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en él, pero haciendo de él, y haciendo posible desde su universalismo


moral, la expansión del “nosotros”, hasta ahora recluido en los límites de
la eticidad (recordemos que para Habermas el mismo Estado nacional
corresponde a un nivel de abstracción superior en la formación de las
identidades personales y colectivas, como respuesta a una disolución de
las viejas sociedades estamentales). La indócil Modernidad y el espectro
de sus libertades negativas podrían encontrar un vínculo unificador en
las libertades positivas que interpretan y reinterpretan los textos cons-
titucionales, a fin de que el mejor “nosotros”, el “nosotros” no excluyen-
te, brote de los temas que conciernen a todos en común. A la discordia
implícita de la Edad Moderna, debido a su búsqueda de un sucedáneo
del poder unificador de la religión para garantizar la cohesión social des-
hilachada en las libertades negativas, Habermas querría encontrarle la
fórmula compensadora en las libertades positivas que permiten la for-
mación de ese “nosotros” absolutamente incluyente, pero elaborado hoy
desde un pensamiento postmetafísico, exento de garantías extracotidia-
nas y de nexos prepolíticos.
A veces nos asalta la sensación de que la pretensión habermasiana en
torno a esta re-vinculación exonerada de aspectos confesionales es más
ambiciosa que la vinculación religiosa, pues ésta encuentra su bloqueo
en las fronteras de las demás confesiones, mientras que el universalismo
de Habermas aspira a ser seriamente radical en la deslimitación de toda
frontera conocida. Estos nuevos dioses domiciliados en la inmanencia
recusan tanto a los conocidos dioses premodernos como a los dioses
crípticos de una Modernidad arrepentida (el acontecimiento irrepresen-
table, la sociedad no-alienada, el hombre y su escucha, el utopismo pro-
gresista, quiliasmos y conciliaciones).
El aflojamiento de los vínculos de antaño merced a la secularización
puede ser compensado hogaño mediante una generación de vínculos
de nueva generación que no deja tras de sí como agujeros irredentos a
la misma política de la memoria, la política que asume autocríticamente
los despojos que a su paso ha dejado un patriotismo ético-racial deveni-
do en mera catástrofe. Por lo tanto, el patriotismo constitucional no se
absuelve de su pasado y de sus legados éticos, pues si lo hiciera, y es éste
el nervus demonstrandi del itinerario teorético, no tendría fundamento ni
memoria alguna desde los cuales propiciar la expansión inclusiva hacia
una comunidad mundial. Porque el mismo procedimentalismo haberma-
siano, así como la obsesiva referencia a lo puramente formal en la teoría
de la acción comunicativa, no pueden ser entendidos sin la necesaria
vinculación con el pasado que les precede y en el cual justifican su eclo-
sión reparadora (tenemos para nosotros que la teoría de la acción comu-

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nicativa es la muy abstracta reformulación, a veces irreconocible, de una


memoria reparadora; así como la razón formal propuesta tiene algo de
sustancial: sustantiva en la impugnación de las razones sustantivas, de
las axiologías particulares, de la fe de nuestros mayores). El patriotismo
constitucional, pues, no es el alarife de un castillo aéreo, la edificación de
una república etérea, ya que en él mismo se juntan, evitando recíprocas
absorciones, dos vertientes que resultan ser complementarias. Conque
esta clase de patriotismo, por ende, “implica que los ciudadanos (hacen)
suyos los principios de la constitución no sólo en su contenido abstrac-
to, sino de manera concreta en el contexto histórico de sus respectivas
historias nacionales. Si el contenido moral de los derechos fundamen-
tales debe convertirse en profundas convicciones, no basta con el mero
proceso cognitivo.”18
2. Ius cosmopoliticum
Aun suponiendo que un pueblo pueda darse a sí mismo unas leyes jus-
tas en una Constitución perfecta, Kant ha avistado que, para los efectos
de una paz diuturna, ello no es todavía suficiente, como tampoco es su-
ficiente un tratado de paz que termina con “esta” guerra, mas no con la
posibilidad de guerra en general19. Desde el punto de vista de Kant, se
trata de prevenir definitivamente la precariedad de la paz entre los Esta-
dos, obligándoles a salir de la situación ferina en que se encuentran los
unos respecto a los otros, o sea, ampliar la disolución estatal interiorana
del status naturae a la relación entre Estados, de modo que se produzca
una convivencia universal pacificada en la forma del status civilis. La pa-
cificación entre las naciones estatalizadas, según el principio regulativo
de la razón, no provendrá ni del derecho a la guerra ni del derecho en la
guerra, derechos convenientes a una situación de guerra continuamente
renovada entre los Estados que se vinculan a través de la violencia de la
naturaleza. Acabar con la guerra significa en Kant gestar un pacto entre
los pueblos, la creación de

(...) una federación de tipo especial a la que se puede llamar la federación


de la paz (foedus pacificum), que se distinguiría del pacto de paz (pactum
pacis) en que éste buscaría acabar con una guerra, mientras que aquélla
buscaría terminar con todas las guerras para siempre. Esta federación no
se propone recabar ningún poder del Estado, sino mantener y garantizar
solamente la libertad de un Estado para sí mismo y, simultáneamente,
la de otros Estados federados, sin que éstos deban por esta razón (como
los hombres en estado de naturaleza) someterse a leyes públicas y a su

18  J. Habermas, Entre naturalismo y…, p. 112.


19  Cfr. I. Kant, Sobre la paz perpetua, 6ª ed., Madrid, Tecnos, 1998, p. 23.

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coacción. Es posible representarse la posibilidad de llevar a cabo esta idea


(realidad objetiva) de la federación (Föderalität), que debe extenderse
paulatinamente a todos los Estados, conduciendo así a la paz perpetua.20

La convivencia pacificada exigiría, en los términos kantianos, ir más allá


de las lindes de los Estados nacionales, pues una Constitución deter-
minada, por más armoniosa que sea en sí misma para reglamentar la
convivencia de un pueblo, serviría de muy poco si otros pueblos no la
respetasen. De poco vale, entonces, que la suma perfección jurídica sea
comprimida a un territorio definido, si el estado de naturaleza que den-
tro de él capitula se repite al nivel de las relaciones entre los Estados. La
“insociable sociabilidad”21 de un pueblo de demonios, donde cada uno
querría eximirse de lo que exige a otros, se reitera en un nominalismo de
Estados autoabsolutizados, según la dinámica de una voluntad dispues-
ta a imponerse sobre los otros. Si bien el primer riesgo ha sido conjura-
do por la Constitución civil, hecha como a medida republicana, esto es,
como si fuese ocasionada por la voluntad de todo un pueblo, el segundo
riesgo ha de ser aplacado en la extensión pacificada de una convivencia
según el modelo que representa la Constitución civil, pacificando enton-
ces más allá de las fronteras de pueblos específicos. Lo sabe bien Kant
(1981): no puede haber una verdadera convivencia, pensada en los térmi-
nos de una paz perpetua, si la posibilidad de la guerra entre los Estados
es una amenaza siempre al acecho22.
Telos de una asociación de paz es la eliminación, para siempre, de la gue-
rra. El clásico ius ad bellum del derecho internacional clásico no sería
un derecho23, y mucho menos una circunstancia adscrita a la moralidad
pensada kantianamente, pues sólo refleja los lazos disueltos de Estados
que se enfrentan entre sí en un anómalo estado de naturaleza median-
te una afirmación embrutecida. Mediante una victoria obtenida por los
medios de la violencia se obtiene un reconocimiento fáctico acerca del

20  Ibid., p. 24.


21  No hay mal que por bien no venga, por lo tanto, este antagonismo antropológico
culmina por derivar en un desarrollo de las disposiciones sociales del hombre, pau-
latinamente ilustradas. Pese a la patología de origen, la sociedad habrá de formar un
todo moral. Cfr. I. Kant, “Ideas para una historia universal en clave cosmopolita”. En:
I. Kant, Filosofía de la historia, México, FCE, 1981, pp. 46-48.
22  Cfr. ibid., pp. 52-53.
23  El ius ad bellum no constituiría en sentido enfático derecho, pues corresponde
más bien a un estado de violencia basado en una autoafirmación primitiva, expre-
sando así la voluntad, en el ámbito de las relaciones internacionales, de unos sujetos
todavía in statu naturae. Con la transversalización del sistema de los derechos hu-
manos a escala internacional, se restringe tanto la soberanía de los Estados-nación
como el tipo de afirmación fundado en fronteras nacionales absolutizadas. Cfr. J.
Habermas, La inclusión…, pp. 148-153.

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lado de quién se encuentra entonces el derecho: “Únicamente la victoria


y la derrota deciden de qué lado se encuentra el derecho”24. Hipotecada
por estos flujos de violencia bélica, la razón desaparece del horizonte de
una mediación convivencial. El derecho internacional tiene que superar
los confines angostos de un ius ad bellum y de un ius in bello: desde
la perspectiva bifocal de un doble estado de naturaleza, Kant se propo-
ne aplacar las soberanías salvajes mediante sendos tránsitos. El primer
tránsito consiste en salir de ese estado mediante una armonización de
las voluntades individuales; el otro, semejante al primero, aunque referi-
do a colectivos, consiste en que los Estados mismos anulen su belicismo
eximiéndose de tal estado mediante un derecho internacional respalda-
do por el poder25. La libertad tiene que ser pensada y ampliada dentro
del marco de reconocimiento de una alianza de pueblos que establecen
un derecho común a todos. Así, entonces, “el derecho que surge del con-
cepto de libertad sólo se consuma en la elaboración de una Constitución
cosmopolita, única que puede garantizar la paz perpetua.”26
La efectiva realización de los derechos dentro de los Estados tiene como
condición simultánea una progresiva realización del derecho que en cier-
to sentido acaba con las barreras entre esos Estados. Mientras existan
barreras rígidamente establecidas que impidan la elucidación de lo que
es común a los hombres en general, la convivencia siempre permanece
sujeta a sobresaltos. Por consiguiente, un derecho restringido, incluso
con una Constitución perfecta, es un derecho que difícilmente puede
realizarse debido a una constante probabilidad de afirmación salvaje, y,
como respuesta, de defensa en contra de esta. La regulación externa de
la libertad supera, por ende, las capacidades individuales, tanto de las
personas como de los Estados implicados en una coexistencia indicia-
da por la violencia. Para Kant, el esfuerzo unificador de los Estados y
de las personas, que tiene por mira la paz perpetua de los pueblos, se
resume en una “Federación de diferentes Estados”27 que ha de coagu-

24  J. Habermas, La inclusión…, p. 149.


25  Cfr. ibid., p. 150.
26  F. J. Herrero, Religión e historia en Kant, Madrid, Gredos, 1975, p. 165.
27  Ibid., p. 168. En principio, habla Kant de un Estado de ciudadanía mundial o cos-
mopolita; posteriormente hablará de una federación de Estados, mutando su posi-
ción inicial, debido a la represión intolerable que generaría un Estado que mantu-
viese supeditado a un conjunto de Estados, minándose con ello la erradicación de
los conflictos y la manutención de la paz perpetua. Cfr. E. Kant, Filosofía de…, p. 61. El
deber fundamental de la convivencia político-moral radica en la evitación de las gue-
rras por medios republicanos: de una república en gran formato estatal (Völkerstaat),
que abarca a Estados nacionales o países específicos, se pasa luego a una confedera-
ción de Estados (Völkerbund), donde, entonces sí —¡oh, quiliasmo de la filosofía y del
tiempo mesiánico!— se podrán desarrollar todas las virtualidades humanas, porque el
mundo habrá dejado atrás la guerra y sus desastrosas consecuencias.

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Los Estados nacionales vs. la sociedad cosmopolita 37

lar en una Constitución cosmopolita, adecuada al tamaño de la misma


alianza de pueblos que en ella se ha de regular. Conforme a Habermas,
la constitucionalización actual del derecho internacional daría la razón
a Kant en lo tocante a sus reservas en torno al ius ad bellum del derecho
internacional clásico. Dicha constitucionalización “ha progresado en el
camino que señaló Kant y que conduce hacia el derecho cosmopolita, y
ha adquirido una forma institucional en constituciones, organizaciones
y procedimientos internacionales”28.

2.1 Restricción de la soberanía estatal


La piedra miliar kantiana de una república mundial, de una república
que eventualmente abarque a todos los Estados, funda y sostiene una
inclusión tan completa dentro de un nuevo orden de convivencia que el
“afuera” habitual de los Estados afirmados en sus límites territoriales no
puede ya señalarse: no existirían conflictos externos allí donde todo se
ha vuelto mera interioridad (sólo existirían, por tanto, prácticas de polí-
tica interior). Sin duda, el presente se encuentra convicto de estos movi-
mientos que atraviesan a los ya envejecidos Estados nacionales, quienes
se han visto, tanto de iure como de facto, obligados a la restricción de su
afirmación soberana. Imponiéndose un modelo más abstracto de socie-
dad global, integrándose los Estados en asociaciones supranacionales
para responder más eficazmente a los requerimientos de una competen-
cia desbordada, el resultado ha sido una “soberanía transformada”29 de
los Estados nacionales. Se trata, entonces, de la ampliación progresiva
del “nosotros” hasta una total existencia abierta que reclamaría para sí
la creación del “estatus de ciudadanos del mundo”30, inmersos en una
democracia cosmopolita que configuraría un Parlamento mundial, en el
cual no solamente estarían representados los Estados tomados uno a
uno, sino las voluntades de los diversos miembros que integran los Es-
tados nacionales. Habermas ha sido enterado de que para la creación de
tales mediaciones pacificadoras del escenario político mundial, deveni-
do en mera política interior, ha de estructurarse a la par la formación de

28  J. Habermas, El Occidente escindido, Madrid, Trotta, 2006, p. 113. Como curiosi-
dad intelectual, oigamos a Borges: “Yo intento ser cosmopolita. Es evidente que poco
tengo que ver con los esquimales o con el Congo; pero, en realidad, hago lo posible
por ser digno de la universalidad del mundo. Creo que todo el mundo es, natural y
espontáneamente, cosmopolita. Son los gobiernos, los Estados, los que insisten en
las diferencias”. Jorge Luis Borges, “Literatura y latinidad (entrevista con Jean Pierre
Bernès)”. En: G. Duby (Comp.), Civilización latina, Barcelona, Laia, 1989, p. 60.
29  Cfr. J. Habermas, Entre naturalismo y…, pp. 323.
30  J. Habermas, La constelación…, p. 139.

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38 Mario Di Giacomo

una esfera pública a nivel mundial, cuya función consiste en aportar los
fondos legitimadores de las decisiones tomadas a escala cosmopolítica.
La cosmópolis requiere que se gire sobre los fondos de las voluntades
racionales, a fin de procurar estabilidad a sus propias decisiones admi-
nistrativas. Lo que está ya a la vista, aunque no se mencione, es que efec-
tivamente, y llevada a acto por los imperativos sistémicos, existe una
aglutinación supranacional en la cual se instruyen decisiones que afec-
tan a los actores tomados localmente, dentro de los Estados nacionales.
De allí se sigue, en opinión de Habermas, que para evadir las consecuen-
cias de una orientación tecnocrática de la vida colectiva, decidida ahora
por una burocracia engrandecida, se requiere de una legitimación de de-
cisiones que sobrepasan los límites de los Estados territoriales, teniendo
por base una universalidad moral que la solidaridad mínima arraigada
en los derechos humanos expresaría31.
Habermas no desconoce a estas alturas que el discurso kantiano acerca
de un Estado de Estados es inviable por el despotismo sin alma que esa
figura podría traer consigo; además, porque una tal figura podría poner
en entredicho las distintas identidades y solidaridades colectivas que se
expresan en los términos sustantivos de las convivencias aún atadas a
las tradiciones. Para evadir una nueva violencia, Kant diferenciará cui-
dadosamente “entre “asociación de naciones” (Völkerbund) y “Estado de
naciones” (Volkerstaat)”32. La idea es desvincularse de un poder superior
que impondría una tiranía terrible, fundando entonces una asociación
que “deja intacta la soberanía de sus miembros”33, despidiendo la posibi-
lidad de quedar absorbidas sus competencias nacionales por una repú-
blica mundial que asuma para sí las competencias estatales de la mane-
ra en que las establecían los órdenes nacionales tutelados estatalmente.
El problema kantiano de la represión de una competencia supraestatal
se resuelve, empero, trayendo a colación otro problema: la obligatorie-
dad o coerción que va inscrita en las vinculaciones, ahora llevada a cabo
entre los Estados miembros de la asociación de naciones. Por respetar
las soberanías parciales, la obligación que acarrean las normas jurídi-
cas se pierden de vista o se diluyen en una esperanzada obligatoriedad
moral, más perdida de vista que la obligación jurídica antes referida. La
Völkerbund kantiana “no está pensada como una organización que con
órganos comunes adquiere cualidad estatal y, en cuanto tal, una auto-
ridad coercitiva. Debe confiar por eso tan sólo en una autovinculación
moral de los gobiernos”34. Respetar en demasía la soberanía de los Es-

31  Cfr. Ibid., p. 141.


32  J. Habermas, La inclusión…, p. 150.
33  Ibid., p. 151.
34  Ibid., p. 152.

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Los Estados nacionales vs. la sociedad cosmopolita 39

tados deviene en una ilusoria convivencia dejada en manos de la más


pura moralidad; no respetarla en lo absoluto supone incurrir en un te-
rrible despotismo. El punto medio consistiría en mantener una sobera-
nía estatal restringida y en la conformación de un poder de sanción de
carácter no estatal de las normas jurídicas infringidas. Para no perder
de vista la diversidad, tal desmesura estatal de una república de repú-
blicas ya no parece conveniente como fórmula de resolución de conflic-
tos a nivel postconvencional, pues su resultado podría ser, justamente,
inversamente proporcional a las intenciones que lo animan. Dentro de
este complejo panorama, que exige superar mediante un nuevo grado de
abstracción la integración que ha significado hasta ahora la conciencia
nacional, los mismos sensores de la periferia estatal, los movimientos
sociales en general, se convierten en los órganos privilegiados en la con-
solidación de una solidaridad cosmopolita, regente de una nueva forma
de integración social.
Devanarse los sesos en torno a una convivencia ordenada postconven-
cionalmente (en relación con las particularidades de los Estados-na-
ción), en torno a la formación de una esfera pública en la que se ventilen
—en cuanto arena supranacional argumentativa— los problemas de una
sociedad global que mantenga los movimientos sociales como periferia
privilegiada (y todo lo anterior bajo el mínimo común jurídico-moral del
respeto a los derechos humanos35), significa, en Habermas, una transfor-

35  Perfílase una necesidad en curso de transformar el derecho internacional en dere-


cho cosmopolita, fundándose esta transformación en el código actual de los derechos
humanos. Contra el liberalismo posesivo, afirma la necesaria interpretación intersub-
jetiva y jurídica de tales derechos, descartando el allende que les prestaría una meta-
física que validaría su carácter innato; contra un determinado tipo de republicanis-
mo, se confuta el primado de la comunidad jurídica sobre los derechos individuales,
evitando así la opresión mayoritaria sobre la voluntad de las personas tomadas sin-
gularmente. Puesto que individualización y socialización se coimplican, Habermas
diagnostica que ninguno de los lados de esas dos formas jurídicas prevalecerá sobre
el otro. Está bastante claro: a Habermas le molesta sobremanera la prepolítica liberal
inserta en el sistema de los derechos, como la violencia en ciernes de un primado
jurídico del colectivo sobre las personas que lo integran. La articulación republicana
zarpa unificando las aguas de un par de decursos: tanto la fórmula liberal de los dere-
chos humanos, pero entendidos como actividad autointerpretativa de los actores que
autónomamente los establecen, como una actividad republicana que continuamente
retraza límites de su autocomprensión histórica, mas sin vulnerar lo ya consegui-
do en términos de libertad individual. Con esta estrategia conceptual los derechos
humanos ya no serían obra de la naturaleza, sino de unos sujetos activamente mo-
vilizados, socialmente movilizados, pues los individuos, pese a su autocomprensión
liberal qua individuos, no pueden zafarse de un contexto social-cultural-ético que ya
siempre les antecede; es decir, la propia autocomprensión liberal es el producto de
atributos que los individuos se han proporcionado a partir de la discusión de su con-
texto de origen y de la comprensión de fondo que les antecede sin remedio, elevando

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40 Mario Di Giacomo

mación que ya en ciernes está ocurriendo en la conciencia de los actores


(que se van concibiendo como global players, como actores globales,
por ejemplo, en organizaciones no gubernamentales que velan por el
respeto a los derechos humanos y por la conservación del ambiente). Sin
embargo, la impresión que tenemos acerca de estos fenómenos es que
ellos se encuentran muy a la zaga de toda aquella integración mercantil
que ha sido posible por las exigencias de mercados compartidos, de la
competitividad en pugna, de la formación de bloques de competencia
global. Es esta la pregunta que cae de suyo: ¿es viable una arena pública
mundial si ni siquiera en los Estados nacionales las arenas adecuadas a
su escala colman el deseo de racionalizar la voluntad de lo que política-
mente se ha de ejecutar?
La idea de fondo en estas inquietudes habermasianas se ocasiona en la
necesidad de una domesticación política del sistema, expandida su ló-
gica allende las fronteras nacionales: a medida que esta se expande, de-
berían ampliarse las orientaciones valorativas de una ciudadanía que ha
cobrado conciencia de la dimensión global de los problemas concerni-
dos. Asimismo, puesto que este escalafón mundial obliga a la retracción
de la soberanía de los Estados nacionales en lo relativo a rendimientos
benefactores y a la autonomía de sus políticas públicas, en esa misma
medida los problemas sociales ya no pueden ser resueltos en la escala in-
mediatamente inferior a la escala global; o lo que es lo mismo, los ciuda-
danos ya no pueden confiar en la duración de los beneficios de los cuales

esa discusión al ámbito de las esferas públicas informal y formal, con la pretensión de
fijarlos (a esos atributos) institucionalmente por medio de ese gran traductor social
llamado “derecho”. Con la protección de tales derechos, pueden los sujetos defender
sus libertades tanto fuera de sus sitios de origen, como dentro de ellos, incluso ha-
ciéndolos valer en contra de gobiernos que están a la zaga en materia de respeto a
las libertades públicas. Habermas va a caballo sobre ambos fueros jurídicos, pero a
ambos deslastrándolos de todo soporte metafísico, otorgándole a la invariable esfera
de la naturaleza un orden de convención en atención a una requerida acción de los
sujetos que hacen, y se hacen, en la historia. Pero para lo relativo a una defensa de
las personas hacia dentro y hacia fuera, por supuesto, son urgidas instancias inter-
nacionales desestatalizadas que hagan idóneo tal sistema de derechos y una auto-
comprensión de la sociedad global en derredor de ellos que los interiorice como ele-
mentos fundamentales de una convivencia ampliada, esto es, que permita el paso del
Estado nacional a la sociedad cosmopolita. Cfr. J. Habermas, Verdad y justificación,
Madrid, Trotta, 2007, pp. 318-320. Sin embargo, ciertas críticas tienen como mira la
absolutización de tales derechos, pues estos trazan las directrices de intervenciones
unilaterales por lo general impulsadas por los países más poderosos representados
en la ONU: mediante una especie de descalificación moral hecha aposta en contra de
un determinado país, la intervención pacificadora o bélica encontraría su respaldo en
la ortodoxia de estos derechos. No obstante, la otra parte alega que la negación de la
intervención, bajo el amparo de la soberanía nacional, no es más que el pretexto de
los gobiernos autocráticos con el fin de perpetuarse en el poder.

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Los Estados nacionales vs. la sociedad cosmopolita 41

hasta ahora ha salido fiador el Estado social. Decisiones que trascienden


a los Estados, modifican la autocomprensión de los Estados y afectan las
vidas de sus connacionales. Tal como se desplaza el nicho de las decisio-
nes tecnopolíticas, así debe también desplazarse el poder comunicativo
y sus arenas deliberativas allende la delgada fase que hoy representa el
Estado-nación. De acuerdo con Habermas, los “primeros destinatarios
de un proyecto así no son los gobiernos, sino los movimientos sociales
y las organizaciones no gubernamentales, es decir, los miembros activos
de una sociedad civil que trasciende las fronteras nacionales”36. Como
excursus frente a tanto optimismo, al menos teorético, hemos de argüir
lo siguiente: las organizaciones no gubernamentales, nacidas al amparo
de una aspiración a la domesticación de las arbitrariedades del poder,
nacional y global, no se encuentran eximidas de compromisos políticos
bien focalizados en momentos de coyuntura. Justamente, en los mo-
mentos de coyuntura han desenmascarado sus verdaderas intenciones,
y, más que enfrentadas por principio al poder, se encuentran en ocasio-
nes emparentadas con él, ora por una cooptación llevada a cabo desde
ese poder, ora porque esas organizaciones se fundaron con el encubierto
interés estratégico de apoyar, en un esperado punto de inflexión políti-
ca, sólo a una parte de la población que dicen defender.

2.2 Solidaridad cosmopolita y global players


Volvamos a Habermas. La idea es que los mercados, ya articulados en
una densa red global de intercambios, tienen que ser domesticados po-
líticamente mediante la participación activa de unos ciudadanos cuya
nueva conciencia aflora alrededor de una solidaridad cosmopolita y en
torno a los mínimos jurídicos que los derechos fundamentales represen-
tan. No existe ingenuidad en torno a lo propuesto; el autor advierte que
a nivel internacional “falta ese denso marco comunicativo”37 que tendría
como tarea la reglamentación política de la tupida red mercantil global,
así como se carece de la “dimensión ética y política común que sería ne-
cesaria para la formación de una comunidad y una identidad global”38.
Los actores capaces de una concertada acción global deben ser pensa-
dos de acuerdo con las interferencias estratificadas de comunicación
que parten de procesos deliberativos de base dentro de las sociedades
integradas estatalmente, pero que trascienden el croquis de las fronteras
nacionales, permitiéndose su articulación en las participaciones institu-

36  J. Habermas, La constelación…, p. 79.


37  Ibid., p. 142.
38  Ibid., p. 141.

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42 Mario Di Giacomo

cionales, a nivel supranacional, llevadas a efecto por organizaciones no


gubernamentales. El poder comunicativo no quedaría así abandonado
a la suerte limítrofe de los Estados, repuntando su perfil en una dimen-
sión superior, precisamente como actor global. Los ciudadanos de los
Estados podrían así influir desde su línea de partida sobre los complejos
procesos de mercado de una Modernidad que se acelera a sí misma en
unos absurdos patrones de consumo, patrones que encuentran su listón
de tope en los límites de una naturaleza que no puede estar disponible a
los fines de un crecimiento infinito. Los límites del crecimiento son algo
que la naturaleza nos recuerda a diario.
La otra esperanza la siembra Habermas en aquellos partidos políticos
que no se han burocratizado del todo ni corporativizado con el Estado y
que mantienen contactos con esa sociedad civil a la que por principio se
deben. Mientras menos comprometidos se encuentren los partidos polí-
ticos con el establishment, más sensibles se mostrarán a unas demandas
que no se hallan enclavadas solamente en los centros administrativos de
decisión, creadores de políticas públicas a veces divorciadas del mundo
real. Son escasas las ocasiones en que Habermas despliega su vivac so-
bre la significación de los partidos, pero en esta ocasión le da por asegu-
rar que mientras estos se muestren menos inclinados a abandonar sus
fuentes y destino de legitimidad, más estarán capacitados para colmar
las demandas argumentativas de una sociedad civil en movimiento. La
articulación de perspectivas solucionadoras de conflictos “es también
tarea de los partidos políticos que no se hayan retirado del todo de la so-
ciedad civil para atrincherarse en el sistema político”39. Mientras más se
contraen a la lógica del status sistémicamente consagrado, tanto menos
son capaces de diagnosticar los problemas intangibles y los públicos
invisibilizados por el mismo poder. ¿Puede surgir, por consiguiente, en
las sociedades civiles y en los espacios públicos de una gobernabilidad
extendida (global governance) la conciencia de una solidaridad cosmo-
polita?40
El trilema al que se enfrenta el bienestar logrado (en Europa) tiene que
mantener estos frentes al socaire de su desestabilización progresiva: 1.
salvaguardar los niveles de integración logrados por el Estado social;
2. sostener las instituciones que garantizan la igualdad y la libertad de
los ciudadanos; 3. mantener los niveles de competitividad de acuerdo
con los estándares de un mercado que arropa con su dinámica global41.

39  Ibid., p. 145.


40  Cfr. J. Habermas, Nuestro breve siglo, [Artículo en línea], 2003. Disponible en:
http://www.nexos.com.mx/internos/saladelectura/habermas_a.htm
41  El desafío consiste no en inventar algo, indica Habermas, “sino en conservar las

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Los Estados nacionales vs. la sociedad cosmopolita 43

No extraviar esos logros frente a un liberalismo ciego a sus propias fa-


lencias, que abandona a la sociedad a su darwiniana suerte, pasa por la
creación de una “Europa social”42 que esté en capacidad de diseñar las
garantías institucionales de los logros estatales que ahora han de ser
trasferidos a competencias supraestatales. La domesticación del poder,
en la dirección abajo-arriba, periferia-centro, desde las “resistencias dis-
persas”43 hasta su conversión en resistencias concentradas comunicati-
vamente, se sigue dejando en las manos de movimientos sociales am-
pliados en sus dimensiones: como actores globales, deben ser capaces
de intervenir, partiendo desde su locus de nacimiento, en los espacios
políticos ampliados.
La ampliación de la comunidad del riesgo (lo ocurrido hace relativa-
mente poco, 10 años, en Wall Street es un buen ejemplo de la fragilidad
global que a todos atañe) parece un buen acicate para hacer realidad la
institucionalización de procedimientos económicos internacionales por
medio de prácticas y reglamentaciones que permitan la solución de pro-
blemas globales. Pues entonces “lo que falta es la urgente formación de
una solidaridad civil universal (Weltbürgerliche Solidarität) que tendría
ciertamente una calidad menor a la solidaridad civil estatal dentro de
los Estados nacionales”44. En el asunto de Wall Street, la opinión pública
surgida hizo unas interesantes preguntas sobre la responsabilidad de los
actores implicados en la quiebra financiera y ponderó si el público debía
cancelar, con sus impuestos, la confianza que esos actores traicionaron.
Sin embargo, no creo que con esas opiniones se dé por satisfecha la ha-
bermasiana pretensión de la consolidación de una esfera pública mun-
dial, realizada en su sustancia argumentativa. Por una dinámica llevada
a ojos ciegos, la solución, cuando ya el crack se mostró inevitable, fue la
intervención burocrática encargada de proveer sumas masivas de dinero
al tambaleante mundo de las finanzas. Tal vez porque, para que los avan-
ces civilizatorios sean posibles, hay que esperar primero la incrustación
de fenómenos traumáticos que den al traste con las expectativas estabi-
lizadas por una rutina inofensiva. Cuando todo esto se viene abajo, los
actores se movilizan, movilizan sus procesos de aprendizaje, y con base
en ellos asumen para sí la política de intervenciones participativas y de

grandes realizaciones democráticas de los Estados-nación europeos, más allá de sus


propios límites. Al lado de las garantías formales del Estado de derecho, dichas real-
izaciones incluyen un cierto nivel de bienestar social y un cierto grado de autonomía
privada efectiva, que se ha convertido en un aspecto de la legitimación democrática”.
J. Habermas, “¿Por qué la Unión Europea…”.
42  J. Habermas, La constelación, p. 146.
43  Cfr. J. Habermas, El Occidente…, p. 181.
44  J. Habermas, Nuestro breve siglo.

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44 Mario Di Giacomo

contenciones de una lógica global llevada a cabo según el ritmo de un


severo ofuscamiento.
Mientras los mecanismos sistémicos arguyen y actúan conforme a su
lógica de intervenciones monetarias, la opinión pública madura más
lentamente en cuanto actor dispuesto a cuestionar la escena global de
unas interacciones llevadas a cabo según la encandilada lógica del inter-
cambio y de la ganancia fácil presidida por la brevedad. A la economía
virtual hay que supeditarla a las economías reales. Es este uno de los
primeros aprendizajes que ha arrojado la furia de las bolsas y la ¿banca-
rrota? de un sistema financiero, ahora socorrido por el nunca bien pon-
derado paternalismo estatal (los liberales radicales, quienes deploran
arduamente las intervenciones del Estado, el cual debería ser achicado a
la dimensión inocua de un Minimal State, respiran hoy medio aliviados
cuando este corre en su auxilio para sacarles las patas del barro de un su-
plicio autoengendrado). El otro es el mayor control y vigilancia, de parte
de organismos nacionales y supranacionales, de esas dinámicas aban-
donadas a una suerte desventurada (dinámicas que dejan abandonadas
a las gentes a sus desventuradas suertes). La autocontención inteligente
de ciertas lógicas ya no es una respuesta adecuada a los problemas. La
respuesta más adecuada está en la contención desde fuera de esas lógi-
cas, indicándoles una circunstancia télica o, para decirlo de otra manera,
casi religiosamente, una dimensión sapiencial. La autorregulación del
mercado no ha sabido amortiguar los efectos de su lógica; por ello, y por
ahora, la legitimidad global de un liberalismo implacable parece encon-
trar sus límites dentro de sí mismo, en los términos de una lógica armo-
nizadora que no se ha mostrado, una vez más, sino como mera ideología.
Habermas acopla su propio discurso a las líneas kantianas de una paci-
ficación general de las relaciones internas de los pueblos y de las rela-
ciones externas de los Estados. La guerra, en Kant, deja de ser un meca-
nismo de regulación de conflictos, en virtud de un derecho internacional
que consagra la equiparación de los Estados soberanos, puesto que, aho-
ra, conforme a Kant, se ha de prescindir de aquella autoafirmación por la
cual se puede utilizar el recurso de la guerra frente a otros actores estata-
les. Ello, si no se modifica, desata una “igualdad soberana”45 al momento
de echar mano de esos recursos de fuerza en casos de conflicto. En la
lectura que realiza Habermas, la soberanía hacia dentro debe reflejarse
como soberanía hacia fuera: sólo en la medida en que un Estado pueda
defender hacia el exterior sus fronteras, es capaz de asegurar efectiva-
mente el sistema de los derechos que ha instalado en su interior. Por otro
lado, tal afirmación de soberanía hacia fuera queda convicta del poder
45  J. Habermas, El Occidente…, p. 118.

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Los Estados nacionales vs. la sociedad cosmopolita 45

efectivamente disponible de los Estados, de manera que la indefensión


de unos y la incontrolada expansión de otros expresa, en otros términos,
el estado de naturaleza al cual está sometido el estatuto de la conviven-
cia internacional. Asimismo, frente a tales asimetrías, sólo en la creación
de bloques de poder internacional pueden las relaciones ser mediana-
mente pacificadas: una estabilización en el medio del temor.
La racionalización de la dominación no puede contraerse al interior de
las fronteras nacionales, ni a la Constitución en ese interior establecida,
pues existe un sentido universalista en los principios constitucionales
que supera las estrecheces locales de una comunidad determinada. El
enfrascamiento ético, a juicio de Habermas, se halla ya superado en prin-
cipios constitucionales de sentido y alcance universalista, lo cual impli-
ca, entonces, que los derechos de los individuos no se reducen efecti-
vamente a una escala local o nacional, sino que trascienden todo límite
determinado, hacia un horizonte cosmopolita. Según Kant, en eso de la
evitación de la guerra, el derecho internacional sufre una metamorfosis,
porque de un derecho estatal a la autoafirmación en caso de conflicto
con otros Estados, se pasa a una complementación del derecho, de la
cual los beneficiarios serían los individuos, cuyos principios universalis-
tas ya estaban consagrados en la Constitución civil estatal. Al respecto,
escribe Habermas: “Éstos (los individuos) ya no disfrutan entonces del
estatuto de sujetos de derecho tan sólo en tanto que ciudadanos de un
Estado nacional, sino también en tanto que miembros de una sociedad
mundial constituida políticamente”46.

2.3 Kant supera a Kant (y se conserva en Habermas)


La dificultad de esta expansión del sistema de los derechos estriba en
que a nivel internacional no se ve qué instancia en la arquitectura consti-
tucional cosmopolita pueda arrogarse los poderes de sanción de las nor-
mas conculcadas. El derecho internacional clásico, que para Kant con-
serva en sí los nichos de una violencia siempre dispuesta a activarse, ha
de ser sustituido por una forma de convivencia que haga de los Estados
miembros de una misma comunidad. Un pacto inclusivo, jurídicamente
garantizado, eliminaría así toda externalidad belicosa. Lograda por el
mecanismo del equilibrio fáctico de poderes, la paz surgida sólo presen-
taría un carácter efímero, provisorio, únicamente dependiente de los re-
cursos de fuerza disponibles. Kant releva a la autoridad de simplemente
imponer las leyes sin el recurso a una voluntad legisladora formada de

46  J. Habermas, Entre naturalismo y…, p. 317.

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46 Mario Di Giacomo

manera inclusiva en el seno de la publicidad. Una vez más: donde coin-


ciden origen y destino de la ley, la violencia ha sido republicanamente
domesticada. Puesto que coinciden en una identidad, el origen no hará
violencia jurídica al destino, no se hará violencia a sí mismo. Como se
descarta de plano la posibilidad de un macro-Estado que asuma para sí
las facultades sancionatorias antes reservadas a las competencias de los
Estados nacionales, la formación de una voluntad supranacional pue-
de constituir el sistema de los derechos, pero desprovistos de un po-
der estatal que los aseguraría. Así, más fiel a la tradición republicana
(Rousseau), que a la liberal47, Kant se atuvo en principio a una tradición
constitucional que hace surgir, a la una, Estado y constitución, dejando
de lado la idea liberal de que la constitución más bien limita el poder
antes que lo constituye. Con el abandono de una república de repúbli-
cas, y con unos derechos humanos que atraviesan Estados, fronteras y
legislaciones parciales, Kant modifica su visión del Estado de colosales
dimensiones, sustituyéndola por la idea de una asociación de naciones.
Es este el proyecto que Habermas tiene in pectore para la constitución
de una federación republicana atravesada por el sistema de los derechos
humanos48. Aun hoy, los problemas están a la vista:
1. Los Estados-nación se rehúsan a perder las competencias atribuidas a
su escala, a la soberanía con la que afirman interiormente su autoridad
y a la soberanía con la cual la afirman hacia fuera. En el caso europeo,
una de las más resaltantes pérdidas soberanas ha sido la prácticamente
liquidada soberanía estatal en materia de política monetaria, la cual ha
sido trasladada a un banco central europeo, coordinador de políticas de
este tipo para todos los miembros comunitarios.
2. Persisten temores de que la universalidad cosmopolita tiende a des-
figurar las identidades que una integración estatal ha ayudado tanto a
forjar como a mantener en el tiempo.
3. La autocomprensión de las grandes potencias, que tienen a su dispo-
sición un efectivo poder militar, no se asemeja a los Estados cuyo poder
fáctico no es equivalente, de manera que resulta algo ilusoria una mo-
dificación de esa autocomprensión para que se vean a sí mismos como
uno más entre un conjunto de pares49.

47  Cfr. ibid., p. 319.


48  Cfr. J. Habermas, El Occidente…, p. 123.
49  Descreemos de esta interpretación que mira posible un cambio de tal magnitud
dentro de la comprensión que cada potencia guarda acerca de sí misma. Como uno
más inter pares pretende Habermas que se autoconciban las superpotencias mun-
diales; pero, por el contrario, las flechas apuntan a un blanco distinto: a que algunos
países emergentes se conciban a sí mismos como nuevas potencias económicas o mi-

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Los Estados nacionales vs. la sociedad cosmopolita 47

Contrarrestar estas tendencias, dice Habermas a propósito de Kant, pasa


por examinar las tendencias que se desplazan a contrario:
1. Ya se han llevado a cabo restricciones parciales de las soberanías ex-
presadas estatalmente, antes más a los servicios de una complejidad
sistémica de revalorización del capital, que como prestaciones surgidas
por obra de una comunidad pensada a escala cosmopolita. En todo caso,
independientemente de quienquiera que lleve las riendas de esta auto-
rrestricción soberana, el hecho es que una comunidad mayor ya existe
in actu. Ha de añadirse, además, que el estado de naturaleza entre in-
dividuos no se puede equiparar sin más al estado de naturaleza entre
Estados: dentro de este último, los individuos ya han recorrido un largo
proceso de formación política y de creación y disfrute de las libertades
públicas, y por consiguiente, según el autor50, ya hay un conjunto de de-
rechos garantizados de los cuales los ciudadanos se hallan en posesión
y que se mostrarían dispuestos a ampliar, aunque eso mismo implicare
la restricción de la habitual soberanía estatal en función de la dimensión
supranacional. La pacificación del estado de naturaleza en ambas situa-
ciones no arranca del mismo origen cero, que sería común a ambos. Por
el contrario, la segunda pacificación se ve favorecida por la primera y
por los valores suscitados en una convivencia amparada bajo un Estado
juridizado, conforme a los principios universalistas de allí desprendidos.
2. Si Kant hubiese conocido el modelo federativo de los EE.UU., “habría
visto claramente que los pueblos de Estados independientes que restrin-
gen su soberanía a favor de un gobierno federal no pierden necesaria-
mente su particularidad y su identidad cultural”51.
3. En contra de la afirmación sustancial de un ethos que se afirma en su
poder militar fáctico, con el cual se echa por la borda el esfuerzo kantiano
que trata de suprimir el estado de naturaleza entre los Estados, Habermas
aboga por un recuperado espíritu misional de Europa, que aunque opaca-
do por la hegemonía estadounidense, abarcó desde el final de la Segunda
Guerra Mundial hasta los primeros años del siglo XXI: impulsó un orden
cosmopolita52 muy distinto en esencia y procedimientos a la pax ameri-

litares y busquen ser tratados como iguales por las potencias de viejo linaje. La mo-
dificación de dicha autocomprensión no sigue una vía descendente (todos los países
inmiscuidos en un diálogo mundial entre iguales), sino, antes, una vía ascendente, la
vía según la cual algunos países, cual recién estrenadas potencias, ya no se ven a sí
mismos como pares de los países que no son potencias, sino que ahora reclaman los
privilegios antes restringidos sólo a un grupo de países hegemónicos.
50  Cfr. J. Habermas, El Occidente…, p. 127.
51  Ibid., p. 126; Cfr. J. Habermas, Entre naturalismo y…, p. 318.
52  Cfr. J. Habermas, El Occidente…, p. 49.

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48 Mario Di Giacomo

cana53 puesta autistamente en escena por el gobierno de G. Bush. Europa


sería así un contrapeso político civilizado ante la amenaza que represen-
ta el unilateralismo hegemónico-militar de la potencia dominante. A más
de esto, está la sospecha de que ni siquiera las superpotencias son capa-
ces de garantir por sí solas su propio bienestar y su seguridad, por lo que
requieren de la cooperación de otras naciones54. Habermas comete aquí
un pecadillo civilizatorio bastante difundido en los centros hegemónicos
mundiales, el pecado de una etnocéntrica autocomprensión misional en
función de que no se pierdan los avances obtenidos en pro de una convi-
vencia mundial pacificada. La Europa de las persuasiones se impondría
así a la América de las imposiciones (claro, poniendo en sordina que la
lentitud operativa de Europa, al no inmiscuirse en conflictos ajenos, per-
mitió al lado de sus fronteras, al final del siglo XX, la indigna existencia
de campos de concentración). Máxime si esta América ha perdido el nor-
te de su autocomprensión cosmopolita (los EE.UU. no son, en sí mismos,
sino un evento multicultural ya constituido, los albores de una pequeña
cosmópolis) volviendo a una comprensión clásica del derecho internacio-
nal como defensa paranoide de las propias fronteras, comprensión con la
que desea justificar incluso “guerras preventivas”. Puesto en la disyuntiva
entre el abismo de la violencia hegemónica o el desfiladero del terror fun-
damentalista, Habermas opta por la paulatina consagración de un orden
cosmopolita, exento de núcleo estatal, pero provisto de una constitución
mundial cimentada en los derechos humanos.

3. Un orden jurídico mundial desestatalizado

Mientras tanto, en esta sociedad mundial pacificada compuesta de so-


beranías restringidas la institucionalización de un derecho sin Estado se
torna asunto peliagudo. Asimismo, el nivel de compromiso republicano
en la formación racional de la voluntad que habría de regir supraestatal-
mente en organizaciones postconvencionales, esto es, la fuente de legi-
timidad de las decisiones acordadas, se difumina en el horizonte de una
juridización cosmopolita más llevada a cabo, que por los ciudadanos,
por sus gobiernos. Es menester mirar al interior de dos posibilidades
aún en ciernes:
1. La forma coactiva que ha de cobrar el derecho que rige en una comuni-
dad cosmopolita, donde pareciera que las competencias de los Estados
nacionales no pueden ser despedidas sin más.

53  Ibid., p. 177.


54  Cfr. J. Habermas, Entre naturalismo y…, p. 323.

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Los Estados nacionales vs. la sociedad cosmopolita 49

2. Cómo establecer vasos comunicantes entre los miembros estatales


que aspiran a una constitucionalización de su voluntad racional a ni-
vel supranacional (juridización de la dominación política, de la cual los
sujetos no se sientan extrañados, para, a fin de cuentas, acabar con los
temores irracionales de un poder decisionista55). Es decir, cómo acercar
la fuente de legitimidad que son los ciudadanos a los distantes eventos
que transcurren por encima de sus cabezas.

En la mejor tradición kantiana, solamente una convivencia desustancia-


lizada permite la convivencia. La convivencia global. La convivencia en
sentido cosmopolita. Por eso también hemos visto que el derecho inter-
nacional tiene que hacerse ius gentium, ius cosmopoliticum, ese mínimo
(mínimo, sin embargo, también dinámico) de derecho que resultaría de
centrifugar los derechos producidos en las diversas localidades, terri-
torios, geografías y, de acuerdo con las peculiaridades de cada pueblo,
de cada ethos, de cada etnos. Por así decir, es el sustrato común a los
derechos ya producidos, y que, por eso mismo, cruza a todo lo largo la
producción jurídica establecida. El derecho internacional ha sido objeto
de modificaciones que le permiten hoy lo que antes estaba vedado. En
las situaciones de conflictos intraestatales no se permitía, en virtud de
una soberanía absolutizada, una injerencia externa. Eso queda hoy ex-
presamente indicado en las facultades de la ONU con el fin de preservar
la vida y la seguridad de los ciudadanos sujetos a la eventual arbitrarie-
dad de aquellos Estados del cual son miembros (Timor Oriental, para
recordar un caso relativamente reciente). La sagrada soberanía no es, en-
tonces, un argumento inagotable bajo el cual se amparan los desmanes
del Estado. Por lo tanto, la organización supranacional se perfila desde
ya no sólo como una comunidad de Estados, sino como una comunidad
de ciudadanos en un orden global jurídico pacificado. Son éstos, los ciu-
dadanos, “los auténticos depositarios del estatus de ciudadanos cosmo-
politas”56, ciudadanos del mundo o “cosmociudadanía”57, ya asomada en
los intercambios que permite la red comunicacional mundial.
Pero la resolución de los conflictos eventuales debe hacerse acompañar
de un potencial de sanción que no sabría dónde ubicarse en una “arena
supranacional”58, porque esta se encuentra desvinculada del carácter es-
tatal que poseen las arenas nacionales. Sin embargo, la restricción de la
soberanía de los Estados se rige también por la asunción de compromi-
55  Cfr. J. Habermas, El Occidente…, p. 129.
56  Ibid., p. 132.
57  J. Habermas, Facticidad y…, p. 643.
58  J. Habermas, Entre naturalismo y…, p. 325.

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50 Mario Di Giacomo

sos supranacionales, es decir, de acuerdos que los implican en la protec-


ción de los derechos fundamentales más allá de sus propias fronteras:
la restricción de la soberanía implica, de suyo, la resolución cooperativa
de problemas, sea con otros Estados, sea con la voluntad soberana que
surge desde los Estados, tomando cuerpo en la arena supranacional. El
aseguramiento de la paz y el cumplimiento efectivo del régimen de los
derechos humanos va por una correntía ahora desestatalizada, no adop-
ta “la forma estatal de una república mundial”59, empero ha de poder ser
sancionada la violación de aquello que su figura jurídica implica. La pa-
radoja consiste en resolver el problema que acarrea el ius coactivum en
una convivencia desestatalizada por medio de los mismos Estados na-
cionales. Habermas lleva al extremo la restricción de soberanía, al punto
de indicar que la ONU ya no se encargue solamente de administrar reso-
luciones, sino que se encuentre facultada para imponerlas, algo que sólo
podrá ocurrir cuando se “haya puesto fin a la soberanía de los Estados
nacionales particulares60”. Y de aquí brotan varios problemas: ¿Puede
existir republicanismo, la práctica de la autolegislación, dentro de órde-
nes jurídicos desestatalizados61? ¿No se produce un déficit democrático
en lo tocante a las voluntades que habrían de afluir desde abajo, desde
las fuentes, para la constitución cooperativa de la ley? ¿Cómo hilar el
poder comunicativo, reconectándolo con los centros de decisión, sin el
cual el déficit de legitimidad se incrementaría sin parar, o las oquedades
que deja tras de sí vendrían a ser colmadas por una indómita telaraña
burocrática que opera a nivel de la arenas supranacionales y que despoja
a los actores de la autonomía que el uso público de la razón incorpora?
Sin asumir ella misma un carácter estatal, la sociedad cosmopolita en-
carga, sin embargo, a sus Estados miembros hacer cumplir, mediante re-
cursos coactivos si es necesario, las leyes aprobadas supranacionalmen-
te. La cabeza jurídica de la arena supranacional tiene a su disposición
los paladiones estatales: lo decidido arriba tiene su espada debajo, son
los Estados individuales “quienes traducen este derecho”62 ocasionado
por una modificación en su propia autocomprensión al insertarse en una
comunidad internacional que ya no les permite bastarse a sí mismos (la
previa admisión de su inserción efectiva y la subsiguiente restricción so-

59  J. Habermas, El Occidente…, p. 133.


60  J. Habermas, Facticidad y…, p. 655.
61  “Las disparidades producidas por una integración de largo alcance desde el punto
de vista económico y una integración corta desde el punto de vista político pueden
ser rebasadas por una política autorreferente, creadora de organismos políticos de
un grado superior, capaces de ponerse a la altura de las presiones ejercidas por los
mercados desregulados”. J. Habermas, “¿Por qué la Unión Europea…”.
62  J. Habermas, Entre naturalismo y…, p. 324.

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Los Estados nacionales vs. la sociedad cosmopolita 51

berana constituyen el reconocimiento de una autarquía impracticable).


Pero este modelo vertical tiene que conectar con aflujos de legitimidad
que corren a campo traviesa, en caso contrario el modelo democrático
habermasiano se viene a pique, debido a una actuación más bien buro-
cráticamente ejercida que republicanamente llevada a cabo.
Si esto es así, entonces las arenas supranacionales se encuentran mo-
rosas en relación con sus propias fuentes de legitimidad. El poder debe
seguir emergiendo desde el pueblo, y la materialización del derecho,
asunto afín a las definiciones autoasumidas por el Estado social, debe
seguir cargándose a sus créditos. Cuando el discurso escala hasta el ni-
vel jurídico internacional, Habermas tiene que conseguir tanto un cons-
titucionalismo sin Estado constitucional, como una justicia social y un
estado de derecho sin Estado social de derecho. Para que el demos siga
soportando en sí la soberanía autoadjudicada, para que en él mismo con-
tinúe la producción discursiva del derecho mediante procesos delibe-
rativos asegurados institucionalmente, tiene entonces que establecerse
una retroalimentación entre ese demos todavía estatalmente enclavado
y las arenas supranacionales que expanden el sistema de los derechos a
escala cosmopolita, a fin de evitar el secano en las fuentes discursivas de
legitimidad. Existiría, por lo tanto, un entrelazamiento entre la soberanía
popular, cuya expresión más fidedigna ha sido hasta ahora circunscrita
por el Estado social y de derecho, y los derechos humanos que rebasan
los límites de este nivel convencional de la convivencia. El objetivo que
tiene entre ceja y ceja Habermas es la protección contra la erosión del
republicanismo logrado a escala nacional, y que ese modus republicano
se haga sentir en la esfera en la cual se corona totalmente una conviven-
cia pacificada basada en el sistema de los derechos humanos. Trátase, en
resumen, compendio y cifra, prestando oído a Jiménez Redondo, de que
los sistemas jurídicos estatales se encuentren ahora “transidos de dere-
cho supraestatal que los remite más allá de esos Estados”63, pero que, en
sentido enfático, no coliden con los principios universalistas estableci-
dos en las Constituciones nacionales, a los que la nueva producción de
derecho complementa.
La producción de legitimidad desde abajo tiene que ser trenzada con
una voluntad racional que discurre también internacionalmente. Por
más que este nuevo tipo de constitucionalismo carezca de Estado, no
por ello está eximido de la fuerza productiva de la comunicación que
penetra la matriz de lo que es ciertamente legítimo. Por eso “el marco
normativo de las constituciones desestatalizadas debe permanecer co-
nectado, al menos indirectamente, a los flujos de legitimación de los Es-
63  M. Jiménez Redondo, “Introducción”. En: J. Habermas, Facticidad y…, p. 54.

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52 Mario Di Giacomo

tados constitucionales, si debe ser algo más que la fachada del derecho
hegemónico”64. La fuerza productiva de la comunicación y su blando po-
der constituyente no pueden desenchufarse de una arena supranacional
llevada a realidad de manera republicana, pues incluso allí el sistema
de los derechos cobra un carácter más bien dinámico que estático. Si
el orden jurídico desestatalizado (aunque conformado por organismos
supranacionales) presenta déficits de legitimación, los saldos en rojo de
ese déficit pueden ser compensados por medio del reconocimiento de
las auténticas fuentes de legitimidad democrática y mediante la reco-
nexión con ellas de la producción jurídica en las arenas supranacionales.
En ello se fundamenta Habermas para alegar que la “sustancia norma-
tiva de las constituciones supranacionales se nutre de las constitucio-
nes de tipo republicano”65 y que, otro tanto, “la constitucionalización del
derecho internacional mantiene un estatus derivado, dependiente de
los rendimientos de legitimación que, por así decirlo, le anticipan los
Estados constitucionales democráticos”66. No obstante, para que la idea
transite a lo real, se requiere ante todo de un proceso que coagula en lo
macro los flujos argumentativos que brotan en lo micro, de modo que las
opiniones mundiales lleven en sí el sello de una legitimidad proveniente
de abajo: “la formación de la opinión y la voluntad dentro de la organi-
zación mundial debería reacoplarse con los flujos de comunicación de
los parlamentos nacionales, abrirse a la participación de la Organiza-
ciones No Gubernamentales con derecho de intervención y exponerse
a la observación de una esfera pública mundial movilizada”67. Es decir,
la política transnacional no puede descuidar la legitimidad discursiva
formal e informal proveniente de la irrenunciable dimensión nacional.
El nuevo nivel de integración mundial no permite considerar como ca-
put mortuum el nivel de integración cristalizado en las formas estatales
nacionales.
A la debilidad de una esfera pública que a escala nacional va mediando
los sucesos periféricos con los centros de decisión política, no queda
sino añadir la esperanza de una esfera pública mundial que se constitu-
ya en el espacio de legitimidad argumentativa de los acontecimientos
que tienen lugar en un ámbito que desborda las fronteras nacionales,
siendo empero resultado de estas. Como estas fronteras van perdiendo
algunas de sus competencias, y estas son transferidas a órganos de cala-
do supranacional, una serie de procesos que afectan las formas de vida

64  J. Habermas, El Occidente…, p. 137.


65  Ibid.
66  Ibid.
67  J. Habermas, La inclusión…, pp. 325-326.

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 25-60


Los Estados nacionales vs. la sociedad cosmopolita 53

nacionales son sustraídos a la efectiva supervisión del control ciudada-


no. Los problemas transnacionales no pueden ser resueltos mediante
competencias y enfoques de legitimidad detenidos ante las fronteras
nacionales. Es menester, pues, dar un salto que mute la concepción de
una representatividad simple de delegados de los Estados nacionales
en los organismos internacionales, delegados que sólo habrían de dar
cuenta ante sus propios Estados68. Es este rebasamiento de una legiti-
midad configurada nacionalmente lo que quiere ser superado mediante
una esfera pública mundial “cada vez más fuerte”69 que permitiría un
nexo débil, una coacción suave, con las decisiones vinculantes de los
organismos internacionales. Con ello se “abre al menos la vía de legiti-
mación de un acoplamiento laxo de discusión y decisión”70.

3.1 Coda y conclusión: Las vísperas de una sociedad civil


internacional
Kant esperaba de la esfera pública una función controladora mediante la
crítica de máximas no defendibles conforme a un criterio universalista
inspeccionado publice, acotada dicha esfera pública por los límites de
un espacio abarcable. No podía imaginarse que aquella transformación
estructural de la esfera pública burguesa se convertiría en ese denso es-
pacio de comunicaciones, plagado de mensajes de indefinidos orígenes,
ocupado “por imágenes y realidades virtuales”71 y ceñido tanto a una “in-
doctrinación sin palabras”72 como a un “engaño con palabras”73, dando
así al traste con el optimismo de una ilustración responsable enderezada
a prácticas de emancipación.
Pese a ello, Habermas confía en una opinión pública mundial movilizada
intermitentemente, es decir, activada por medio de acontecimientos que
estremecen la atención de los ciudadanos del mundo y movilizada en
organizaciones establecidas con base en el nuevo cuño supranacional.
Esos nuevos actores colectivos, movimientos sociales, ONG, represen-
tan esa opinión mundial movilizada en arenas supranacionales, la cual
constituiría esas alegres vísperas de “una sociedad civil trabada interna-

68  “¿Ante quién –se pregunta Habermas- son responsables los funcionarios dele-
gados, si éstos negocian regulaciones multilaterales vinculantes que sus votantes
nacionales no aceptan?”: Entre naturalismo y…, p. 352.
69  J. Habermas, El Occidente…, p. 139.
70  Ibid. La frase citada pertenece a Brunkhorst: Globalizando la democracia.
71  J. Habermas, La inclusión…, p. 158.
72  Ibid.
73  Ibid.

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54 Mario Di Giacomo

cionalmente”74. Sin embargo, al mismo tiempo, ha de reconocer la inexis-


tencia de una esfera pública global y la todavía poco probable existencia
de una esfera pública constituida en el ámbito europeo. Admite el ador-
mecimiento de una esfera pública mundial dominada por los medios de
comunicación de masas, acostumbrada tanto a la manipulación como a
la ilustración, la cual, empero, “despierta puntualmente una y otra vez”75,
produciendo formas de solidaridad que sobrepasan los establecidos co-
tos de las solidaridades habituales. Por consiguiente, no sólo los Estados
miembros de las asociaciones supranacionales tienen que variar su pro-
pia autocomprensión —en la forma de actores de comunidades políticas
más amplias que les llevan a una restricción de su propia soberanía—,
sino que los mismos miembros del Estado-nación tienen que entenderse
a sí mismos como socios de una comunidad más amplia76, rebasando
con ello la comprensión de la solidaridad hasta ahora ejercida en con-
textos locales e irradiando de una manera laxa el poder comunicativo
por medio de su participación pública en las arenas de los grandes esp
cios77. Una federación de Estados bajo instituciones comunes78 asumirá
la regulación jurídica de este gran espacio, con facultades de sanción, y
los Estados nacionales mismos estarían autorizados a hacer uso de sus
propios cuarteles, esto es, de la fuerza fácticamente a disposición para
dar cumplimiento a lo acordado en el nivel de la nueva instancia sobe-
rana. Habermas sabe que en este escenario entran a contender la sobe-
ranía clásica de los Estados nacionales (que allí juegan a un autoritario
derecho de no intervención) y una política internacional basada en los
derechos humanos que fisura esa línea defensiva de la soberanía.
Pero poco a poco ha sido vaciado este derecho de no intervención, pre-
cisamente bajo los incisos jurídicos de una protección humana global
garantizada en tales derechos. Sin embargo, todavía, y conforme a una

74  Ibid., p. 159.


75  J. Habermas, El Occidente…, p. 140.
76  Cfr. ibid., p. 172.
77  Refiriéndose a Europa, Habermas nos hace ver que en esta nueva fase de legit-
imación del poder la comunicación pública ha de ser recentrada, es decir, hay que
obrar a un nivel superior, superando como centros los espacios comunicativos na-
cionales, que pasan a concebirse como periferias, de las cuales surgen los flujos co-
municativos ascendentes, forjándose así un nuevo centro: el recién estrenado meollo
político-administrativo, al cual apuntan los viejos centros comunicativos, atizados
por los temas globales de una sociedad en riesgo, de la cual esa comunicación es
producto, y por movimientos sociales que tienen en esa misma sociedad su origen:
“no habrá remedio al déficit de legitimación sin un espacio público a la escala de
Europa, por el cual los ciudadanos de todos los Estados miembros sean incluidos en
el proceso englobante de una comunicación política recentrada”. J. Habermas, “¿Por
qué la Unión Europea…”.
78  Cfr. J. Habermas, La inclusión…, p. 162.

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Los Estados nacionales vs. la sociedad cosmopolita 55

lectura basada en la impotencia del deber, esos mismos derechos no se


hallan adscritos a una fuerte institucionalización en el marco de un or-
den cosmopolita que sepulta la trinchera soberana de los Estados terri-
toriales. Si existiese un orden cosmopolita, y aunque los derechos huma-
nos pudiesen fundamentarse exclusivamente desde un punto de vista
moral, sus violaciones tendrían que ser concebidas desde la óptica de
una cierta positivización del derecho cosmopolita, atado este a la capaci-
dad de coacción o de sanción del orden vulnerado. Se protege de la des-
diferenciación entre moral y derecho, que no significa la desvinculación
entre ambos, porque hay elementos que el derecho no toma en cuenta y
que la moral sí lo hace (intenciones y motivaciones) en lo que respecta
a los actos enjuiciables; pero las violaciones a los derechos humanos de
un orden cosmopolita “no son juzgadas y combatidas directamente des-
de el punto de vista moral, sino como acciones criminales en el marco
de un ordenamiento jurídico”79. No se trata pues de una desmoraliza-
ción de la política y del derecho, pues política y derecho quedan suje-
tos discursivamente —en procesos de fundamentación y justificación de
normas— a las consideraciones de tipo moral, sino, antes bien, de una
articulación en los términos del derecho de un sistema positivizado de
normas y procedimientos. Con ello se evita el peligro de una discrimi-
nación solamente moral de los inculpados en crímenes de lesa huma-
nidad. Hay síntomas esperanzadores en la implementación del Tratado
de Roma y del Tribunal Penal Internacional. Pero también hay en el aire
síntomas regresivos hacia una “recaída en el nacionalismo”80 y hacia un
cierre defensivo (populista) en los espacios familiares, que encuentra
argumentos justificativos en la debilidad de una sociedad interconecta-
da globalmente, que la hace una presa fácil de los aspectos sistémicos
particularmente volátiles (por ejemplo, la economía).
En la continuación del proyecto kantiano, Habermas querría incluso una
restricción de la soberanía estatal al punto de hacer del Estado un sim-
ple servidor de los intereses ciudadanos81. Basándose en los derechos
humanos, los individuos son los que amplían cada vez más su soberanía,
mientras que los Estados se han visto en la paulatina obligación de adel-
gazar la propia. La tortura que significó el principium individuationis
para la adusta metafísica recobra sus amilanados derechos en el actual
escenario profano: no son sólo las ya ancianas cláusulas metafísicas las
que se desploman en esta vindicación del individuo, son también, paso
a paso, aquellos preceptos que lo hacían prisionero de una absorbente
constelación nacional, la cual podía incluso demandar de él el sacrificio
79  Ibid., p. 178. En cursiva en el original.
80  Ibid., p. 167.
81  Cfr. J. Habermas, Entre naturalismo y…, p. 338.

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56 Mario Di Giacomo

de su propia vida. El sistema de los derechos configura así una protec-


tora expansión a escala global de los individuos. Según la lógica de este
discurso crítico-utópico, los poderes anónimos y arbitrarios se encuen-
tran en franco retroceso pese a las opacidades inherentes a una sociedad
(mundial) complejizada. Con ello el mundo se va convirtiendo en ámbito
propio.
Enumeraré, a vuelapluma, algunas de las tendencias que circulan a con-
trario en relación con el optimismo habermasiano:
1. Como él mismo lo ha reconocido una y otra vez, un espacio mediático
más que ilustrador y crítico, más bien manipulativo y proclive a la es-
pectacularización de la noticia. Asimismo, la existencia de múltiples
públicos, unos públicos segmentados orientados a sus peculiares in-
tereses de información y comunicación, desentendidos de una for-
mación racional de la voluntad, incluso dentro de su propio espacio
mundano-vital.
2. Retornos colectivos a la pureza del etnos y del ethos en vista de una
solidaridad de tipo liberal envejecida, incapaz de materializar sus pro-
pias promesas. La resurrección de las solidaridades éticamente cerca-
nas parece echar por la borda el discurso universalista de una moral
que debería alcanzar las mismas cotas globales de la lógica sistémica.
3. Desconfianza ante ciertos actores globales, quienes no dan cumpli-
miento, por incapacidad u omisión, a sus propias cláusulas constitu-
tivas y a las funciones que de ellas se derivan: en el caso de la OEA
(hablo de Insulza, no de Almagro), esta parece más proclive a con-
cursar en omisiones antidemocráticas que dan respaldo indirecto a
gobiernos autoritarios, que en intervenciones ajustadoras, afines al
estado de derecho y a la democracia. La OEA fácticamente operativa
parece así una violación de la OEA definida conforme a principios.
Esta OEA padece a aquella, jugando el juego de aquellos actores que
la desean fuera de juego. Asimismo, la asimilación secreta (a través
de los medios deslingüistizados poder y dinero) de los líderes de las
organizaciones globales, gubernamentales o no, obra en contra de la
misión ética de unas instituciones cuyo ámbito es el mundo entero y
los sujetos desplazados, refugiados o en deplorables situaciones hu-
manitarias.
4. Existencia de redes de poderes mafiosos y corporativos adosados a
las estructuras estatales, que tienen, como novedosos arcana imperii,
capacidad de acción supranacional, la cual queda demasiado oculta a
las facultades de supervisión de un público democrático raciocinan-

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Los Estados nacionales vs. la sociedad cosmopolita 57

te. Baste pensar en que la riqueza disponible de algunas corporacio-


nes transnacionales puede ser equivalente a la suma del PIB anual de
varios países pequeños/medianos.
5. Contradicciones inexplicables dentro de organismos supranaciona-
les, en cuyas comisiones encargadas de administrar temas y proble-
mas se insertan países que sistemáticamente violan los derechos hu-
manos, los cuales, por definición, habrían de estar excluidos de esas
comisiones, máxime en un papel rector.
6. El público raciocinante de la opinión pública burguesa se ha mutado
en un público asediado por flujos informativos. Los sobreexcesos de
información, muchas veces voluntaria y deliberadamente inducidos,
pueden más paralizar al sujeto que activar sus facultades críticas. El
privatismo de las personas también conspira en contra de este sujeto
que debería aportar —inscribiéndose en las arenas públicas locales—
sus granos argumentativos para favorecer el texto de una comunidad
mundial pacificada. Muchas veces, sin conciencia formada acerca
de lo nacional-local, ¿puede solicitarse al público común y corrien-
te una mentalidad ampliada82 hasta abarcar lo internacional? ¿No es
esto, in se, una copiosa desproporción? Las mismas sociedades mul-

82  Desde el belvedere habermasiano, la comunidad moral que trasciende el ethos


intersubjetivamente compartido se encuentra in nuce en cada comunidad concreta
realmente existente; la comunidad moral está en cada conglomerado ético como su
“mejor nosotros”, es decir, como un universalismo que ya está implícitamente inscri-
to en la noción de ciudadanía, la cual involucra una solidaridad más abstracta que
la local, permitiendo que alguien responda por otro alguien que no ha sido formado
bajo la luz de las tradiciones comunes. Es lo que Mead llama una comunidad cada
vez más amplia, una ever wider community. Cfr. J. Habermas, La inclusión…, p. 59. Por
este lado interpretativo puede ser apoyada la noción habermasiana de “patriotismo
constitucional”, noción baladí para algunos, risible para otros. Pero Habermas no se
cura demasiado de esas calificaciones, pues las considera demasiado ceñidas todavía
al rígido Volk homogéneo que muchos alemanes no han superado aún. Como aseve-
ra Velasco en la Introducción al texto recién citado (p. 22), esta clase de patriotismo
consiste en una comprensión cosmopolita y abierta de la comunidad jurídica como
una nación de ciudadanos. La natio no solamente circunscribe, pues, un origen y un
destino comunes prescritos para una comunidad determinada. La nación de ciuda-
danos iría cobrando así, progresivamente, primacía frente a la nación étnicamente
entendida (Cfr. La inclusión…, p. 97). Y es que la ciudadanía (citizenship) la concibe
Habermas, a diferencia de Michelman y de los comunitaristas en general, no en tér-
minos éticos, sino en términos jurídicos (Cfr. op. cit., p. 353). De este modo, la distin-
ción propiciada por Habermas entre nación de ciudadanos y nación ética se ubica en
el grado de inclusión que cada una de ellas postula: la primera, en las razones de la
justicia, es el colectivo que traspasa fronteras rígidamente establecidas y que llama a
todos, sin excluir a nadie, para formar parte de su comunidad extendida; la segunda,
en las razones de una anamnesis volcada hacia los fundamentos, no puede menos
que excluir al quedarse con los pocos que gozan del foyer del hogar.

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 25-60


58 Mario Di Giacomo

ticulturales, donde habría de residir —pese a la diversidad en que


se desenvuelven— una conciencia colectiva en torno a las políticas
que permiten la vida en común, parecen más una yuxtaposición de
subconjuntos que eticidades dispuestas a abrir recíprocamente sus
fronteras en prácticas interculturales. Una fragmentación social pal-
pita allí dentro, la cual puede colmar su escisión cuando ya no sea
administrable por medios sistémicos la frágil integración, o cuando
un dominante mundo simbólico cambie su propia identidad, se des-
lice hacia otro o sea suplantado por otro (identidades no dominantes
pasarían a serlo), identidad que tal vez no se vea reflejada en la mí-
nima cultura política común, ese “allende” propuesto por Habermas
que es impermeable respecto de nociones sustantivas acerca de una
vida buena. Por último, a lo global y a lo universalmente válido (no
necesariamente coincidentes entre sí) se les responde desde otras
aceras con la erección de fronteras, muros, vallas y una razón sus-
tantiva incapacitada de incluir justamente al otro. Resacralización de
límites y cosmovisiones, incluso al interior de países secularizados,
aparentemente secularizados, instan a la amalgama entre religión y
política, seducen a los fieles por medio de enunciados emotivos que
claman por la justicia, convirtiendo la esfera pública en un espacio
simbólico donde prima cualquier cosa, excepto la deliberación sen-
sata de los argumentos que allí se exponen. La política de mínimos,
única figura apta para auspiciar la inclusión de las diferencias, fomen-
tar la interculturalidad y aupar los diálogos inter-religiosos comienza
a languidecer allí donde las emociones propias de un determinado
ethos/etnos terminan por imponerse. Narcisismo y política se aman
profundamente y, yendo de la mano, como suele ocurrir con cualquier
narcisismo, concluyen ignorando al otro, a las diferencias, a quienes
se mantienen afiliados a prácticas disidentes. Los máximos políticos
son eo ipso la anulación misma de la política, del espacio común que
los hombres se crean para permanecer unidos en la diferencia.
7. Una tendencia (a la cual Habermas no se resigna) a la anulación de la
política debido a la urgencia de las decisiones funcionales que inva-
den el mundo de los mercados desregulados y que la política entendi-
da conforme al talle de una autodeterminación intersubjetiva tendría
la misión de amansar. El autor no se encoge de hombros ante esas
tendencias “que Luhmann ha analizado de manera maravillosa y que
usted (se refiere a Touraine, quien sorpresivamente se hace lenguas
de las posiciones funcionalistas-sistémicas de Niklas Luhmann) pare-
ce aceptar ahora, es decir, que los principios funcionales reemplazan
a los principios normativos, o, dicho de otro modo, que la integración

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Los Estados nacionales vs. la sociedad cosmopolita 59

sistémica toma progresivamente el lugar de la integración social”83.


La anulación de la política conduciría así al temible mundo adminis-
trado y a su correlato, el homo fabricatus de las narradas antiutopías,
privado, en una depauperación civilizatoria inexplicable, de su acce-
so bifocal al mundo84. Recordemos que uno de sus ámbitos o focos
(Verstehen) produce télos, sentido, significación ética compartida, y
que es por ello que se diferencia de la explicación causal del mundo
propia de las ciencias naturales (Erklären), cuyo “cómo” obvia el “por
qué” y el “para qué” de las dinámicas que echa a correr de manera ins-
trumental, dejando así de lado las consecuencias prácticas (morales,
culturales e históricas) que liberan las technai des-limitadas, es decir,
exiguamente reconducidas por intervenciones morales o prácticas,
jurídicas o políticas.

Referencias bibliográficas

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------------, Verdad y justificación, Madrid, Trotta, 2007

83  J. Habermas, “¿Por qué la Unión Europea…”. El paréntesis es nuestro.


84  Recordemos en este alto del camino que el doble acceso al mundo corre por la cuen-
ta de una dualidad de lenguajes y perspectivas: la objetivante y formalizante de las cien-
cias y la comprensión hermenéutica, que implica a los participantes en las prácticas
cognitivas llevadas a cabo en el mundo de la vida. En tal acceso bifocal al mundo, como
observadores y como partícipes, “podría quedar expresado el resultado de un proceso
evolucionista del aprendizaje”. J. Habermas, Entre naturalismo y…, p. 178.

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60 Mario Di Giacomo

HERRERO, Francisco Javier, Religión e historia en Kant, Madrid, Gre-


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-------------, Sobre la paz perpetua, 6ª. ed., Madrid, Tecnos, 1998

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61

Estudios Sociales
Año 51, Vol. XLII-Número 158
Enero- abril 2019

Diagnoses of Dominican Dysfunction: Narrative


Emplotments of the Trujillato
Diagnóstico de la disfunción dominicana: empleo narrativo del
Trujillato
Diagnostic de la Dysfonction Dominicaine: Emplotment Narratif du
Trujillato
Rosaura Sánchez*
Beatrice Pita**

Abstract
This article analyzes, in various texts, the particular aspects of the
dictatorship under Rafael Leónidas Trujillo Molina in the Dominican
Republic. It also identifies the social antagonisms and contradictions
and establishes what narrative strategies are used to convey particu-
lar readings (and renderings) of the dictatorship in the novels of Ma-
nuel Vázquez Montalbán (Galíndez, 2002), Mario Vargas Llosa (La
fiesta del chivo, 2000), Julia Álvarez (In the Time of the Butterflies,
1994), Angie Cruz (Let It Rain Coffee, 2005), and the more recent one
by Junot Díaz (The Brief Wondrous Life of Oscar Wao, 2007).  The
study concludes that the Trujillato and its repercussions continue to
be taken up in the fiction of Dominicans and Dominican-Americans
alike and discusses the importance and impact this national trauma
has had on the nation.

Keywords: Trujillo, Dominican Republic, Dominican writers, dictators-


hip, historical fiction.

*  Ph.D. University of Texas, Austin (Spanish Linguistics) teaches in the Department


of Literature at the University of California, San Diego. Email: rasanchez@ucsd.edu
**  Ph.D. University of California, San Diego (Literature) teaches in the Department
of Literature at the University of California, San Diego. Email: bpita@ucsd.edu
62 Rosaura Sánchez & Beatrice Pita

Resumen

Este artículo analiza, en varios textos, los aspectos particulares de


la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo Molina en la República Do-
minicana. También identifica los antagonismos y contradicciones
sociales y establece qué estrategias narrativas se utilizan para trans-
mitir lecturas (y representaciones) de la dictadura en las novelas de
Manuel Vázquez Montalbán (Galíndez, 2002), Mario Vargas Llosa
(La fiesta del chivo, 2000)., Julia Álvarez (En la época de las maripo-
sas, 1994), Angie Cruz (Let It Rain Coffee, 2005), y la más reciente de
Junot Díaz (La maravillosa vida breve de Oscar Wao, 2007). El estu-
dio concluye que el Trujillato y sus repercusiones continúan siendo
abordados en la ficción de dominicanos y dominicanos-americanos
por igual y analizan la importancia y el impacto que este trauma na-
cional ha tenido en la nación.

Palabras clave: Trujillo, República Dominicana, dictadura, ficción his-


tórica.

Résumé

Cet article analyse, dans divers textes, les aspects particuliers de la dic-
tature de Rafael Leónidas Trujillo Molina en République Dominicaine. Il
identifie également les antagonismes sociaux et les contradictions en
indiquant les stratégies narratives utilisées pour véhiculer des lectures
(et des interprétations) particulières de la dictature dans les romans de
Manuel Vázquez Montalbán (Galíndez, 2002), Mario Vargas Llosa (La
fiesta del chivo, 2000), Álvarez (À l’époque des papillons, 1994), Angie
Cruz (Let It Rain Coffee, 2005), et le roman le plus récent de Junot Díaz
(La courte vie merveilleuse d’Oscar Wao, 2007). L’étude conclut que le
Trujillato ou encore les œuvres justifiant la dictature de sont encore
abordées dans les œuvres littéraires des Dominicains et des Dominica-
no-américains afin de mieux montrer comment le trujillisme a traumati-
sé la nation toute entière.

Mots-clés  : Trujillo, République Dominicaine, écrivains dominicains,


dictature, fiction historique.

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Diagnoses of Dominican Dysfunction 63

The multiple difficulties in conveying historical memory, especially a


critical memory able to transmit the experiences of social processes
within specific historical moments from a critical perspective, is evi-
dent in a number of novels that have dealt with the period of the Rafael
Leonidas Trujillo Molina’s dictatorship (1930 – 1961) in the Dominican
Republic and its aftermath. A more recent narrative emplotment by
Junot Díaz, The Brief Wondrous Life of Oscar Wao (2007), has attracted
a good deal of attention in the U.S. and won a Pulitzer Prize. Although
much can be said about form and style in fictionalized accounts of the
period, what interests us is analyzing what particular aspects of this
period of dictatorship are highlighted in what are otherwise very diffe-
rentiated texts, and what antagonisms and contradictions are captured
and what narrative strategies are used to convey particular readings
(and renderings) of the period in novels like those of Manuel Vázquez
Montalbán (Galíndez, 2002), Mario Vargas Llosa (La fiesta del chivo,
2000), Julia Álvarez (In the Time of the Butterflies,1994), Angie Cruz
(Let It Rain Coffee, 2005), and the more recent one by Junot Díaz , The
Brief Wondrous Life of Oscar Wao (2007). It should be noted at the
onset that these five texts are—significantly—works by either non-Do-
minican writers or in the case of Àlvarez, Cruz and Díaz, diasporic Do-
minicans, although the Trujillato figures centrally in fictional works by
Dominican writers as well, such as Marcio Veloz Maggiolo and André
Francisco Requena, not discussed here. That the Trujillato and its re-
percussions continue to be taken up in the fiction of Dominicans and
Dominican-Americans alike, speaks to the importance and impact this
trauma nacional had on the nation.

Fiction and History

History may be unrepresentable, but we have access to it through the


textualization of events and processes, through emplotments, through
narrative, and the configuration of characters. This textualization or en-
coding of history leads to a multiplicity of texts that we in turn decode in
reading, and recode or reconstruct in literary representations. It is this
recoding, often cast as dysfunctionality that interests us here.
Textualized history or what Jameson (2009) terms, the “narrative cons-
ciousness of history” is inherently ideological. It is an interpretation, and
it can always be viewed in terms of multiple intersecting temporalities
or horizons. In our analysis of the five works dealing with the Trujillato
we contrast a notion of history as contradiction with that of more recent
notions of history as pastiche or simulacrum. Perhaps the best way to

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 61-86


64 Rosaura Sánchez & Beatrice Pita

view these temporalities is to see them as layered or superimposed spa-


ces, but also to see them as a kind of relational system (Jameson, 1998).
Three historical accounts have been considered for this essay; each in its
own fashion rendering a narrative of history: the Latin American history
of Tulio Halperin Donghi, the Dominican history of Frank Moya Pons,
and the history on Trujillo written by Lauren Derby. Their narratives
parallel those that we find in the novels and can best be described in
terms of the following rectangle of oppositions and contradictions that
considers levels or spaces within the social formation:

Main opposition: The Political/Cultura vs. the Economic (Macro-level)


Narrative Imperialism/ Latin America
Contradictions: Micro-level vs. Historiographic Narrative of
(national and personal) Cultural/political Dictatorship
and feminist strategies

Taken as a whole, the rectangle allows us to see the totality of history


or history as system, and in regard to the history referenced in the five
Trujillato novels in question, examine what aspects are addressed.
This totality necessarily includes imperialism that, as noted by Har-
vey (2009), is constituted by the intersection of two forms of compe-
tition, namely economic and geopolitical. U.S. imperialism in the DR
is evident in U.S. invasions, control of its customs and tariffs, and U.S.
control of some industries. In the early part of the 20th century, the
U.S. was especially interested in continuing its policy of maintaining
political-economic control of Latin America through its training of the
National Guard and emplacement of dictators controlled by the U.S., as
in the case of Fulgencio Batista in Cuba, Anastasio Somoza in Nicara-
gua, Carlos Castillo Armas in Guatemala, and Rafael Leónidas Trujillo
in the Dominican Republic.
This Dominican history serves as a subtext within all five novels, althou-
gh in some cases only one or two aspects of this period are foregrounded
in the fictionalized accounts of the dictator Trujillo and his bloody re-
pressive regime. All of the novels discussed in this work refer to Trujillo,
although not necessarily as the central character. What is most impor-
tant is the representation of the historical period, its cultural continui-
ties, and everyday life. For the characters, it is a moment of dysfunction,
as there are tensions and acts of violence—including torture, rape, im-
prisonment and murder—that threaten both the national order and daily
life. Our objective here is to examine which of these issues,—imperia-
lism, the economic and political spheres, racism, sexuality, and sexual

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Diagnoses of Dominican Dysfunction 65

abuse, or repression, domination and consent—are in dialectical tension


in the five narratives.
As a historiographic counterpoint to the fictional renderings of DR his-
tory of the Trujillato we would bring into the discussion three historical
assessments of the Trujillo period. Halperin Donghi provides a histori-
cal account that views what takes place in the DR in the broader context
of Latin America and U.S. Imperialism of the period. Key to any histori-
cizing narrative of the Trujillato would be an accounting of Trujillo’s mi-
litary rise to the dictatorship through the agency of the U.S. government.
As noted by Halperin Donghi (1977), after the U.S. military occupation
between 1916 and 1924, Rafael Leonidas Trujillo Molina headed the Do-
minican National Guard, established and trained by U.S. Marines. He
came to power in 1930. Central as well to any historical account would
be his family’s voracious appropriation of key Dominican industries and
land, readily made available to U.S. sugar industries, Trujillo’s massacre
of thousands (perhaps as many as 35,000) of Haitians in the DR, his total
control of the population through incorporation into his industries and
through military and special police forces that generated fear, imprison-
ment, torture, and acquiescence, and lastly but of major importance, the
U.S. government’s overt and covert support of the dictatorship for thirty
years.
The best known work on Dominican history is that of Moya Pons. In The
Dominican Republic: A National History (1995), Moya Pons focuses pri-
marily on the economy. His chapters on Trujillo begin with the decade
of the 1920s, the Depression period after W.W. I, which saw the invasion
of the DR by U.S. Marines in 1916. He discusses the U.S. control of the
Dominican Republic military imposition to insure the establishment of a
government favorable to U.S. policies, the favoring of foreign-dominated
sugar industry, the importing of U.S. consumer goods, the economic cri-
sis of the 1920s, the heavy foreign debt, the training of a National Guard
from which Trujillo emerged as a political player, the withdrawal of U.S.
troops in 1924, and the intrigues and terrorism that led to Trujillo’s take
over in 1930. His chapter on “The Era of Trujillo (1930-1961)” details how
Trujillo disarmed the population and took over most of the major indus-
tries (sugar, salt, rice, fruit, and prostitution) and dispossessed peasants,
taking over enormous tracts of land. His import-substitution policies
led to state investment in manufacturing, industries that he and his fa-
mily subsequently took over, creating family run monopolies. By the
time of his assassination in 1961, Trujillo controlled “nearly 80 percent
of the country’s industrial production and his firms employed 45 percent
of the country’s active labor force” (Moya Pons, 1995). As noted by Moya

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66 Rosaura Sánchez & Beatrice Pita

Pons, “It was commonly said that during the Trujillo regime the situa-
tion reached such extremes that the Dominicans could not obtain food,
shoes, clothing or shelter without creating a profit in one way or another
for Trujillo or his family” (Moya Pons, 1995). Moya Pons (1995) also ex-
plains that the torture and killing of political prisoners and opponents
was “a daily practice” and discusses the massacre of Haitian workers
as well as the failure of the U.S. government to intervene or condemn
Trujillo for the genocide. By the time of Trujillo’s 1961 assassination
the economy was in disarray, but the U.S. would return to ensure that
its policies would continue and its interests predominate on the island.
The degree to which each of the novels discussed in this work—each in
its own fashion—deals with the key historical issues noted by Moya Pons
and Halperin Donghi is indeed striking and points to the mutually de-
termined and dependent nature of historiography and historical fictions,
a genre to which in greater or lesser degree, the novels of Vargas Llosa,
Díaz, Cruz, Álvarez, and Vázquez Montalbán all belong.
For her part, in The Dictator’s Seduction, Derby (2009), by contrast,
provides a micro-level account of Trujillo’s cultural and political tech-
nologies to maintain power. Derby (2009) finds a masculinist cultural
logic of power at the level of the state that allowed for domination and
focuses on the impact that the dictatorship had on individuals and on
the DR culture in general. While scholars may focus on state appara-
tuses of control, she chooses to study those neglected everyday for-
ms of coercion that produced a “practical consent” of the oppressed
population. It is in this way that the U.S. invasion is seen as having
precipitated a crisis of masculinity for Dominican manhood, cutting
into the core of Dominican male agency, an issue taken up at length by
Díaz (2007) in his novel, but alsoobliquely perhaps—by Álvarez (1994)
in her foregrounding of female protagonists in a field ostensibly left
empty—or evacuated of male agency. Her micro-structural analysis
allows Derby (2009) to concede that there was indeed dispossession,
and torture, but what interests Derby is the result: a feminized nation,
the establishment of a culture of fear generated through insecurity and
suspicion, symbolic violence through denunciations that resulted in
dismissal and social death, and symbolic beneficiaries that participa-
ted in public functions. Trujillo’s style of masculinity, his hombría, the
image of the hypermasculine tíguere loved by women that would beco-
me an image in novels of the period, his assumed sorcerer powers, his
gifts to the public, all contribute to what Derby (2009) calls Trujillo’s
economy of domination by stating that, “The crux of Trujillo’s hege-
mony thus lay in the political economy of symbolic exchange that pro-
vided the infrastructure of domination” (Derby, 2009). In the end, and

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Diagnoses of Dominican Dysfunction 67

however contradictory, according to Derby (2009), Dominicans were


obliged to consent to their own domination and oppression, and yet,
this focus on the individual level all but neglects the macro structu-
res that precisely enabled the use of these strategies to dominate the
population. From that vantage point, it would make it seem as if the
oppressed were in large measure responsible, complicit, and ultimate-
ly to blame for their own oppression. Nor is there in Derby’s framing
of DR history space for a contestatory stance, a politics of daily life that
might be a site or primary space allowing for struggle/resistance as is,
in fact referenced, for example, in Angie Cruz’s novel (2005).
Historians, then, can provide culturalist accounts, like that of Derby,
and focus on the impact and consequences of state ideological techno-
logies and strategies on subjects, individual and collective, rather than
on the impact of the political economy of capitalism. This culturalist
approach centers on experiential perceptions of history, recalled by
those interviewed by Derby. In contrast to this lens on petite histoires
is the focus on the economic-political realm, at either a national or in-
ternational level, as provided by Halperin Donghi (1977) or Moya Pons
(2005).
In this essay we are interested in how the literary genre of historicized
fiction deals with these textualized histories of Trujillo’s dictatorship
through a variety of strategies of representation. The richest narrative,
we will argue, will be the one that codes the greatest number of these
levels, that is, whose approach seeks to map out the “totality” of history,
and in so doing, deals with antagonisms, clashes, struggles and disso-
nance, by viewing these levels as intersecting, highlighting in the pro-
cess the historical and interactional contradictions within this specific
period. To capture the contradictions, the texts necessarily not only de-
code and recode the various temporalities and levels but also provide a
cognitive mapping of how individual subjects deal with both macros-
tructural and microstructural relations, the local and the global. One
thing becomes evident: the Dominicans’ political unconscious or cogni-
tive mapping of events cannot be seen solely as a product of the mani-
pulations of a dictator, or of the political ideology set in motion by him.
Subjects are always mapping their social world in relation to the local
and the global and, as collectivities, are always capable of colluding with
or questioning and resisting what oppresses them. In what follows, in
addition to assessing how these novels deal with Dominican subjects of
history, we are also interested in examining Dominican narratives that
have been occluded in history and that these novels enable us to make
out and decode.

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68 Rosaura Sánchez & Beatrice Pita

Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo.

Among the several novels in question remapping the Trujillato, one can
distinguish those that, in the process of refiguring it, view it as a parado-
xically “necessary anomaly” in Latin America, that in this specific case
enabled capitalist development of the DR. Such is the refiguring of the
Trujillo found in Vargas Llosa’s La fiesta del chivo (2000). Unlike the
über-dictator in Gabriel García Márquez’s El otoño del patriarca, Truji-
llo, in the Vargas Llosa novel, does not suffer solitude or desperation for
the atrocities he has ordered or committed. La fiesta del chivo’s fragmen-
ted narrative structure is divided into three intercalated and ongoing
temporalities: the time of the dictator, the time of the rebels, and the
time of the victims and accomplices of the dictatorship. The tempora-
lity of one victim, figured though her experience of rape, is offered in
conjunction with an account of her father’s close association with and
support of the dictator. The opening narrative presents Urania Cabral,
who returns to the DR after thirty-five years abroad in the U.S. Now for-
ty-nine, she fled her country with the help of her colegio nuns, after being
raped at the age of 14 by the dictator, who received her as a gift from her
father, Agustín Cabral, in an attempt to win back his Jefe’s favoritism.
Part of Trujillo’s inner circle and head of the Dominican senate, Cabral
had unexpectedly been summarily dismissed after thirty-one years of
loyal service to Trujillo. Traumatized by her experience vis-à-vis the pre-
datory Jefe, Urania swears never to return. Unwilling to forgive her fa-
ther, now—tellingly—in a comatose, vegetative state, she does, however,
return to the DR for a few days and during her stay reveals her story to
her aunt and cousins, who have been mystified by her lack of communi-
cation all these years. Urania’s narrative, like the other two, is marked by
multiple flashbacks, in her case to her early childhood and experience at
a U.S. high school and later at Harvard. In Urania’s mind, her father’s lo-
yalty to Trujillo and his betrayal in offering her up to the dictator known
for his desire for pubescent girls, speaks to the acquiescence of the entire
republic. Even now after all these years, what Urania has a hard time
coming to terms with is the realization that many Dominicans yearn for
the Trujillo days despite awareness of the atrocities he committed. Her
father’s semi-comatose state speaks volumes to Urania’s perception of
Dominican consent to and collusion with domination.
The second and more developed narrative in La fiesta del chivo is that
of the dictator himself. In 1961, on the day (May 30th) that he is to be
assassinated, Trujillo thinks back repeatedly throughout the day on his
political and economic “achievements;” he recalls his total dedication
to his fatherland (la patria), acknowledging the “sacrifices” his rule

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 61-86


Diagnoses of Dominican Dysfunction 69

has entailed, including the massacre in 1937 of thousands of Haitians


and the elimination of all those that threatened his regime, a “clean-
sing” facilitated by the director of his Intelligence Service, Coronel Jo-
hnny Abbes García, charged with torturing and murdering Trujillo’s
enemies. Trujillo, as he goes about his daily ablutions, exercises, and
grooming, also thinks of the day’s scheduled meetings, lunches, and
outings. Trujillo regrets nothing; the way he sees it, he has brought
order and prosperity to the DR, till recently, at least, when the Office
of the American States (OAS) and the U.S. have placed sanctions on
the republic for his attempts against the life of Venezuelan President,
Romulo Ernesto Betancourt. Now his threats against two bishops, one
from the U.S. and one from Spain, have further complicated relations
with a Catholic Church that for thirty years supported the dictators-
hip, untill the previous year when it released a Pastoral Letter, against
the dictatorship, calling now for individual freedom and rights. Ab-
bes recommends killing the bishops, but Trujillo’s President Balaguer
warns that this action might precipitate the threat of a new Marine
invasion. The time of the dictator focuses primarily on the male power
structure, the regime’s capitalist trade, the dictator’s privatization and
appropriation of most Dominican industries, his personal obsession
with cleanliness, proper dress code, order, and obedience, and his no-
torious weakness for regularly bedding young virginal women. Now
70 years old, the Benefactor, as he is called, has incontinence problems
and struggles with occasional impotence, weaknesses that apparently
exasperate him. The narrative recalls that Trujillo was trained by the
U.S. Marines, but does not delve into the depth of U.S. involvement in
his barbarous regime. It is his personal interaction with his political
sycophants, the games he plays with them to keep them off-balance,
and his constant justification of his appropriation of the lion’s share
of the land and enterprises in the DR (has he not created thousands of
jobs for everyday Dominicans?) that make up his last day as dictator.
The lecherous old goat of the novel’s title will be killed that evening
on his way to meet/bed yet another young girl in one of his country
homes.
The Trujillo narrative alternates as well with one other narrative: that
of the handful of men that plot against Trujillo. What stands out
in the Vargas Llosa novel, then, are the multiple, yet ultimately not
antagonistic perspectives, none of them individually—or even collec-
tively— allowing for any broader analysis of how things came to be.
This last intercalated narrative is that of the principal participants in
the 1961 assassination. The novel stresses that all are trujillistas in
that all work for Trujillo enterprises or even manage them. They are

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part of a small group of plotters and are not linked to a larger collecti-
ve movement like that of the June 14th Movement crushed by Trujillo
the year before. These plotters have an at best half-baked plan with
no specific plans for social re-construction post-Trujillo, although
they do anticipate an uprising headed by the Armed Forces. The CIA
is said to encourage the plot, but it offers little assistance, with the ex-
ception of two rifles, at least in the novel. While trusting that there are
many in support of the assassination, especially at the higher levels
of government, the plotters have no solid evidence of this support.
Only one plotter has apparently had any contact with other groups
involved in resistance against Trujillo, but these are not, however, in-
volved in this plot. The plotters’ reasons for wanting Trujillo dead are
of a more personal and ethical nature than political; they seek to right
individual wrongs. One, for example, has had a family member killed
for his participation in the Galíndez cover-up (Trujillo made it a habit
to erase his henchmen, precluding any later testimony against him).
Another is a devout Catholic, worried about Trujillo’s threats against
the church; he sees the dictator as the beast that, following Thomas
Aquinus and the current papal nuncio, must be eliminated. The plo-
tters naively expect the head of the Armed Forces to take charge and
bring change to the republic after Trujillo’s death. But the general in
question, Román (like most Dominicans, as Urania declares [18]), is a
coward and fails to act. After the successful, even if ad hoc, assassi-
nation, most of those involved are captured, imprisoned, tortured and
killed by Trujillo’s son Ramfis and Abbes, including the head of the
Armed Forces. Only two plotters manage to hide out several months
till Balaguer declares amnesty for the opposition. By then, Trujillo’s
immediate family has left the country, their pockets well lined with
millions by Balaguer. The novel does not anticipate nor touch upon
the subsequent U.S. Marine invasion of 1965 to crush the military and
popular insurrection after President Bosch is elected and removed
by a military coup, nor does it suggest in any way that Balaguer will
become the new U.S. puppet in the DR. In the novel, Balaguer is con-
figured as an astute maneuverer, even if a monkish man, who pulls all
the right strings and ends up on top.
What stands out in La fiesta del chivo is, in the final analysis, the indi-
vidual Trujillo, his ego, his manias, his power, and the society of syco-
phants that surround him. Far from being depressed about his past, he
is shown to be proud of what he has accomplished and justifies his re-
gime, including the atrocities committed. In focusing on the dictator’s
body and mind from an everyday-routine perspective, the novel has the
effect of humanizing this monstrous head of state, who created a brutal

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and formidable state apparatus that guaranteed his power. Even the
rape of Urania is presented as an unfortunate event, a failed act, given
his impotence on that night. What is however made clear is the total
submission and collusion of his close associates who hold the highest
positions and support Trujillo’s domination.
Manuel Vázquez Montalbán, The Affaire Galíndez
Focused on the persona of Trujillo, Vargas Llosa’s (2000) novel is
nowhere interested in voicing a critique of imperialism or of capital
and in this regard stands in stark contrast to the novel Galíndez by
Vázquez Montalbán (2002), in which the role of the CIA in Galíndez’s
disappearance and murder at the hands of the Trujillo machine is revea-
led. The truth is made clear when Muriel Colbert, a graduate student at
Yale, decides to investigate the 1956 disappearance of Galíndez, then
a Columbia doctoral student writing his dissertation on Trujillo’s co-
rrupt and murderous regime. Gálindez, a refugee from Franco’s Spain,
went into exile in the DR and spent several years there before going to
New York: he is said to have worked for the Basque nationalist cause,
the FBI, and possibly the CIA. In view of the collusion of particular
congressmen and other important figures like the son of F.D. Roose-
velt, as well as the FBI and CIA, in Galíndez’s disappearance, it beco-
mes crucial to the CIA that Colbert not continue with her research and
not unearth what occurred some thirty years earlier and should remain
buried. The CIA agent that makes a visit to her dissertation director
makes none-too-veiled threats against the professor unless he puts a
stop to Muriel’s research. Vázquez Montalbán’s novel takes note of the
U.S. government’s participation in Galíndez’s disappearance, torture
and assassination, an aspect of the murder of Trujillo’s enemies to-
tally skirted in Vargas Llosa’s novel. The student researcher, Colbert,
much like Galíndez, will be kidnapped and turn up drowned in the DR
putting an end to her unwanted digging into the past, especially into
the collusion of the CIA and prominent U.S. politicians in Galindez’s
murder. Her Spanish lover, Ricardo, however, is unwilling, like Muriel,
to accept the cover-up of a murder, in this particular case the assassi-
nation of Colbert, and plans a trip to the island to unearth clues of com-
munications that led to her trip to Miami, her kidnapping, and murder.
Vázquez Montalbán’s novel deals with the hidden violence of the U.S.
State Department and its agencies, violence—past and present—that
the CIA tries to hide at any cost. The novel’s particular historicity is
linked to an investigation of the dictator’s state of exception that beca-
me the rule and Trujillo’s necropolitics, that, in collusion with the U.S.
State Department, determined who lived or died.

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Julia Álvarez, In the Time of the Butterflies

From a wholly different and more gendered angle, the Trujillo dictators-
hip and the Mirabal sisters’ involvement in the resistance is central to In
the Time of the Butterflies (1994), a novel that deals more with intrafami-
lial and interpersonal relations than it does with the dictatorship itself or
the resistance to it, except at the level of the Jefe’s well-known predatory
lust for young women and his power to incarcerate, torture, and kill at
will.
Alvarez’s (1994) novel would seemingly be in direct conversation with
Derby’s take on Dominican history that asserts that “systematic tor-
ture, espionage, and random arrests made dissent an impossibility on
Dominican soil” (Derby, 2009). In the Time of the Butterflies centers on
the daughters of a well-to-do landowner and store-keeper who partici-
pate in dissent and organize the June 14th Movement, encouraged by
liberation theology minded priests. Although Alvarez’s novel provides
a narrative that focuses primarily on the transmission of female streng-
th, highlighting gender vulnerability, and familial ties, it does include
several pages on three of the Mirabal sisters’ participation in politi-
cal and armed resistance to the Trujillato. The three women—Patria,
Minerva, and María Teresa—will go down in history as heroines who
opposed the Trujillo dictatorship and were assassinated for it in 1960,
a few months before the assassination of Trujillo himself. The Mirabal
family’s troubles with Trujillo, especially after Minerva’s unwillingness
to become one of Trujillo’s sexual conquests and the dictator’s impri-
sonment of her father, lead to a family vendetta against the dictator
and vice versa. The national dispossession, political oppression and
incarceration of all opponents to the regime take a back seat to the
personal and familial desire for vengeance. The argument could be
made that the Mirabal family stands for the nation, especially in light
of Derby’s notion of a feminized Dominican nation as a result of the
Trujillato, although the Mirabals’ particular whiteness, privilege, and
class situation—landowners and store owners—are not representative
of most Dominicans. There is too in the novel a troubling racial resent-
ment against Trujillo for being mulatto and part Haitian. If the Mirabal
sisters are the nation, then it is a strong, not weak, feminized nation,
that takes risks, dares to speak out, and participates in collective poli-
tical action, despite gender subordination within a wholly patriarchal
and masculinist culture. The trauma visited on the Mirabal sisters’ bo-
dies is presented as parallel to the violence enacted on the Dominican
national body.

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The novel gives voice to women protagonists, yet focuses especially on


the impact of Dominican history on familial ties and on the individual
strength of the Mirabal sisters, rather than on their collective action, de-
tailing their independent streak, their studies at a Catholic school, their
loss of faith, Minerva’s decision to study law at the university, and her
willingness to stand up to Trujillo’s lust, and slap him in the face when he
takes liberties with her. In time, Minerva completes her studies although
she is not allowed to practice law, marries Manolo, has a child, and with
her husband joins the national underground movement. Minerva’s nom
de guerre is Mariposa. Soon the younger sister María Teresa (Mate) is
also involved and marries a fellow conspirator, Palomino. Patria, who
will see guerrilla members mowed down during a church retreat, will
become involved with a Theology of Liberation group at church and la-
ter when her son joins the movement, she and her husband also help the
June 14th Movement hide weapons on their land. All will be incarcera-
ted, both the sisters and their husbands, and upon the Mirabal sisters’
release, they visit their still incarcerated husbands. It is during one of
those trips that they are stopped on the road and assassinated, and as
such, the Mirabal women are cast as valiant victims and martyrs against
the Trujillato, allowing the novel to function as a modern day feminist
hagiography.
As Álvarez, Dominican born but U.S. raised, notes in the postscript to
her novel, “a novel is not, after all, a historical document, but a way to tra-
vel through the human heart” (Álvarez, 1994). Her idealizing narrative of
the Mirabals tries to capture the strength of the women during a period
of political repression, in good measure sidestepping deeper political or
economic analysis in the name of celebrating courageous women who
engage outside traditional female spheres, and upon whose bodies falls
the wrath of the dictator.

Younger Writers Address the Trujillato.

Of these three, the best novel on the brutality of the Trujillo regime and
the U.S. government’s role in maintaining the regime is undoubtedly
that of Vázquez Montalbán on the Galíndez kidnapping and murder.
More recently, however, a younger generation of U.S. novelists of Domi-
nican heritage, Angie Cruz (2005) and Junot Díaz (2007), have written
on events that take place during the Trujillato. Though it is Díaz who
won the Pulitzer Prize (2011), when it comes to constructing a deeper
critical memory of that period and the ensuing diaspora of Dominicans,
Cruz’s novel is by far the more perceptive, as she brings out the partici-

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pation of those that resisted as well as of those, the many, that accommo-
dated to the Trujillo dictatorship. Why, then, has Díaz’s novel attracted
more critical and media attention than Cruz’s? Is it a matter of style or
obsession with masculinity and sexuality that garners one work more at-
tention than the other, making it more trendy? Or is it the latter novel’s
focus on fragmented subjectivities that makes it more appealing in a
postmodern moment?
Fukú Dominicanus?

There is clearly much to be said about the irreverent and iconoclast style
evident in Díaz’s novel, The Brief Wondrous Life of Oscar Wao, (2007).
We can begin by noting its approximation to García Márquez’s burles-
que style, with its combination of the fantastic, exaggeration, humor, and
realist writing. A number of Latin American writers have attempted to
adopt the GGM approach to narrative, as has Díaz in his novel. Clearly
a “bad imitation” is part of Diaz’s self-referential pastiche of style that is
also accompanied by a more worrisome pastiche of history, evidenced
in the novel’s abundant and often hilarious footnotes on Dominican his-
tory.
Díaz’s pastiche of style builds on intertextuality, parody, humor, juxta-
position of incongruous events, exaggeration, marvelous elements, and
a decidedly anti-heroic character, Oscar, a genuine nerd obsessed not
only with adolescent sci-fi but especially with his failure in the sexual
prowess department. His dysfunctionality serves to counter and undo
the image not only of a super-sexualized dictator but of hyper-sexuali-
zed Dominican men, like the narrator, Yunior, who needs to bed several
young women a week to fulfill his own and others’ macho expectations.
But what does Oscar’s truncated sexuality and handicapped agency say
about Dominicans who put up with Trujillo for 31 years? As Lola, Os-
car’s sister, insightfully notes, “Ten million Trujillos is all we are” (Díaz,
2007). Is Oscar’s dysfunction and demise at novel’s end an allegory for
Dominican history? Not really, because in Díaz’s hands, Oscar’s failu-
re is not a rejection of Dominican accommodation to state power, nor
a commentary on the trauma of diaspora; the nerd who suffers from
truncated sexuality does not consciously counter Dominican masculine
practices either; on the contrary, he simply wants to be like all the other
Dominican men, but comes up short, miserably, until perhaps the pathos
of his one final attempt.
As we will see, the nerd Oscar de León Cabral is the last Cabral victim,
not of colonialism, diaspora or dictatorship, but of the fukú. Victimhood
in the Cabral family here is cyclical, although, as the novel argues, the

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fukú can strike anywhere and anyone. The fukú americanus, the cur-
se that the Admiral (Columbus) or alternatively, African slaves brought
over, it seems, continues to dominate affairs in the DR, and is at the root
of the country’s dysfunction, visited onto succeeding generations.  If the
fukú is colonialism or slavery or U.S. imperialism or everything that is
evil on the island, it has followed Dominicans in their diaspora with its
eternal “fuck you.” The curse is not analyzed, however, just assumed to
exist, naturalized, as it were, even in the diaspora that is said to have
brought Oscar’s mother, Belicia, nothing but “the cold, the backbreaking
drudgery of the factorías, the loneliness of Diaspora” (Díaz, 2007). But,
the novel certainly does not address or deal in any significant way with
her backbreaking work, nor with the racism endured by black Domini-
cans in New Jersey and New York. The fukú curse on Oscar in New York
or New Jersey is clearly not motivated by historical circumstances or by
Dominican political issues, but far more by sexual drives and desires.
In fact, throughout the novel the curse falls on various members of the
Cabral family who dare to obstruct someone’s sexual drive, especially
the sexual drive of Trujillo, or his sister, or a policeman, even many years
after Trujillo’s assassination.
In the first case, the fukú strikes Dr. Abelard Cabral, a wealthy doctor
with a beautiful daughter (Jacquelyn), who dares to protect her from
Trujillo’s lascivious grasp. Unlike the Cabral senator in Vargas Llosa’s
novel that offers his daughter’s body as a way to propitiate Trujillo, here,
the doctor seeks to protect his daughter and keep her from the goat.
After offering this explanation in some detail, Díaz’s novel goes on to
question and dismiss this version of events, suggesting that Abelard’s
sentencing to prison and torture, is in fact not yet another instance of
the oft repeated Trujillo tale of the Benefactor’s taking of daughters for
his sexual pleasure:
The Rap about The Girl Trujillo Wanted is a pretty common one on
the Island. As common as krill. (Not that krill is too common on the
Island but you get the drift.) So common that Mario Vargas Llosa
didn’t have to do much except open his mouth to sift it out of the air.
There’s one of these bellaco tales in almost everybody’s hometown.
It is one of those easy stories because in essence it explains it all.
Trujillo took your houses, your properties, put your pops and your
moms in jail? Well, it was because he wanted to fuck the beautiful
daughter of the house! And your family wouldn’t let him! (244)  

The narrator not only invokes and ridicules Vargas Llosa’s appropria-
tion of the ubiquitous story but also trivializes the “rap” of the predations
of Trujillo as over-played and too “easy.” The narrator then suggests that

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Abelard was really sentenced to prison (and his daughters killed) be-
cause he dared to joke about Trujillo’s murderous ways (putting bodies
in his Packard).  Then again, the narrator second guesses himself and
gives another option: perhaps it was because of Cabral’s writings about
Trujillo. Cabral’s hidden book on Trujillo is not an exposé, like that of
Galíndez, who was tortured and murdered for writing about corruption
and death under Trujillo, but a sci-fi treatise, the kind Oscar might write,
that suggests that Trujillo is not human, not of this world, but rather a
supernatural being, a monster, a creature from another realm with dark
powers.  The alternate reading minimizes and diminishes the historical
assassination of the absent referent, Galíndez. Humor here is definite-
ly used to flatten things out so that nothing is nor can be really histo-
rically or politically meaningful; it’s all hilarious for the narrator, one
continuous joke on fukú-ed Dominicans and those who fancy that they
understand what the Trujillato was about, or perhaps Díaz seeks to su-
ggest that, in the end, the only explanation for anything and everything
is the fukú.
The fukú curse, strikes Belicia next, the only survivor of the once well-
to-do Cabral family who suffers at the hands of those who take her in
as a child, hoping to make money off her relatives; once no one comes
in search of the child, they pass her on to a family in need of a maid
that exploits her, keeps her from school, and burns her back horrendous-
ly.  Belicia is saved by La Inca, her paternal aunt (cousin to Abelard) who
becomes her surrogate mother. She grows up to be a beautiful young
woman, expelled from school for her sexual activity. The pattern is set:
sexuality continues to be the driving force and explanation for all that
is to follow. A year or two later she meets and falls for one of Trujillo’s
goons, Dionisio, aptly called the Gangster, a man who handles the es-
tablishment of brothels in Cuba for Trujillo and who is also married to
Trujillo’s sister.  His affiliation with the dictator is of no concern to Beli,
who is ready to follow her man to Miami. In stark contrast to Urania in
the Vargas Llosa novel, who is traumatized by her rape and can never
be with a man again, Belicia enjoys the Gangster’s attention. Complica-
tions arise when the Gangster’s wife learns that Belicia is pregnant and
her goons, Trujillo’s secret police, pick up Beli for an abortion. When
Beli resists, she is taken to a cane field, beaten, and left for dead.
Enter the marvelous elements obligatory for all who would be imitators
of Gabriel García Marquez. Beli is saved by the appearance of the Mon-
goose, a marvelous creature that symbolizes life and survival and that
urges her to get up and walk out of the cane field. Beli’s near-death expe-
rience is the product of a jealous wife and though the wife in question is

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a Trujillo, the reasons for the assault on Beli are not political, but rather
strictly sexual. The fact that she has power to command state goons is
merely circumstantial. Even after the beating Beli hopes that the Gangs-
ter will come back for her, but La Inca knows better and ships her off to
New York. On the plane to the U.S., Beli next sets sights on the man she
will marry. The father of her two children, Lola and Oscar, will leave her
after two years.
The fukú befalls Oscar next, who already at the tender age of seven
(when his future as a male still looked promising in light of his little girl-
friends), is signaled to be a failure and an a-typical specimen of Domi-
nican manhood, defined in the novel as hyper-sexual and able to seduce
women at will. Sexuality is in fact the dominant motif of this novel, as is
made clear by the narrator, Yunior, a “normal” Dominican male, who re-
lishes and requires sex several times a week.  Oscar, on the other hand, is
presented as a desexed fat nerd, who though thoroughly obsessed with
getting laid, is unable to get women of any age interested in him as a
man.  Those women that engage him at all see him as another girlfriend.
This feminization and Oscar’s truncated masculinity are the main topics
of this novel as is his adolescent obsession with sci-fi books, videos and
games. Constant intertextuality, with continual references to superhe-
roes and supervillains, dominates the first part of the novel and then
practically drops out from the text, but not because Oscar leaves behind
childish things. Clearly his obsession with superheroes only serves to
underscore him as anti-heroic.    In college, Oscar, rejected by one of his
serial crushes, attempts suicide by jumping from a bridge onto the trac-
ks of an oncoming train, but the Mongoose once again makes an appea-
rance to snatch him from certain death as Oscar falls not onto the tracks
but into a garden divider. The mongoose vs. fukú binary is thrown out
“in fun,” as just one more theory to play with and poke fun at in the novel.
Saved, but all broken up, Oscar finally begins to lose weight and travels
with his mother and sister to the DR where he falls in love with—who
else could it be?—a prostitute, now the lover of—drumroll—el Capitán,
an officer in the Dominican military police.  It is all great fun ostensi-
bly. He and the prostitute/nightclub dancer, Ibón, become friends and
spend time together; for this reason Oscar, driving Ibon’s car one night
after heavy drinking with her at the nightclub, is stopped by el Capitán
and taken to the cane fields where he is severely beaten by el Capitan’s
goons and left for dead.  A fitting remake of the case of his mother Beli,
the Mongoose intervenes anew, and this time leads the friendly taxi dri-
ver, who saw what happened in his rearview mirror, to the crushed Os-
car.  How bad was the beating? We are to believe it was a real nightma-

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re: “It was like one of those nightmare eight-a.m. MLA panels: endless”
(Díaz, 2007). The snide remark signals to the reader that the beating is
merely discursive, one more instance, just one more boring account of
the endless tales of torture in the DR, just another case of fukú. Of cour-
se, as in all Cabral family beatings, “the faceless man” also appears. He’s
the other Dominican, the everyman Dominican, the ghost of all Domi-
nicans colluding with the regime and its violence, and apparently not to
be taken too seriously; after all, familiarity obviously breeds contempt.
Thanks to the Mongoose-delivered taxi driver, Oscar survives and is put
in the care of La Inca, once again charged with the role of mending a
broken Cabral. Once recovered, Oscar is taken back to New Jersey by his
mother, where he recuperates until one Saturday, unbeknownst to anyo-
ne, he returns on his own to the island, where he again courts Ibón, this
time supposedly spending time with her at a motel, vindicating himself
and Dominican manhood.  Shortly thereafter, he is killed by el Capitán’s
goons.  Another Cabral thus succumbs—inexorably—to the curse of fukú.
The constant in the novel is that jealous lovers, with ties to state power in
the form of goons, have an easy time doing away with or beating up their
rivals. The senseless, yet necessarily expected death of Oscar (note the
title: The Brief Wondrous Life) is ultimately uninteresting. Some readers
can be expected to be underwhelmed by the character’s sexual trials and
tribulations.  Oscar is, if anything, obsessive compulsive and stubborn,
despite (or because of ) his intelligence. His adolescent fixation with su-
perheroes and supervillains is funny, but not much more. His writing is
often remarked upon, but never discussed, although at the end we are
told his sci-fi manuscripts have been archived by Yunior, who, after ha-
ving been mostly bored by the “fat nerd,” now keeps them stuffed in
three refrigerators in his basement for Oscar’s niece, who one day may
(but not likely) come by and wish to read her Uncle’s esoteric writings.
Unlike Melquíades’ works in Cien años de soledad (1993), Oscar’s stories
do not elicit much curiosity (even from Yunior).
The novel’s narrator, Yunior, years later, thinks back with regret on his
own dissolute behavior, only because his promiscuity led to the end of
his relationship with Oscar’s sister, Lola. Like her aunt Jacquelyn and
her mother Beli, Lola is presented as a strong, beautiful and intelligent
woman, whose difficult relationship with her mother is only laterally ad-
dressed in a —for the most part—wholly male-centered novel. In the end,
we know all too little about the life of Dominicans in the diaspora, except
that, when it comes to the second generation, some go to Rutgers and
are excellent students, and even less still about the life of Dominicans on
the island, except that they are often beaten and killed by sexually driven

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Diagnoses of Dominican Dysfunction 79

men and women. So much for Dominican history despite the novel’s
interplay of footnotes, that playfully “ground” the work in “history.”
In the end Díaz’s parody of novels that focus on “the-Domini-
can-girl-that-Trujillo-wanted- and-got” by retelling the story from the
perspective of “the-girl-that-wanted-and-got-Trujillo’s –gangster-only-
to-find-herself-beaten-up-by-the-gangster’s-wife’s-goons,” makes fun of
the sexual tale, but adds precious little to a deeper understanding of Do-
minican society or the dictatorship, despite the fact that the jealous and
murdering wife is a Trujillo. But perhaps being funny, coming off as
clever, is the primary purpose of the episode, or the novel.

Angie Cruz, Let It Rain Coffee (Memory and History)

Cruz’s (2005) novel also engages with the period of the Trujillato, as well
as the ensuing diaspora. Unlike the diaspora configured in Díaz’s no-
vel that focuses almost exclusively on the younger generations’ sexual
activities or lack thereof, and on Oscar’s fantasy world as a sci-fi junkie,
Cruz’s novel deals with the day-to-day and, for many, life-long hardship
of Dominican migration to the U.S., a hardship that Díaz readily redu-
ces to one sentence. In Cruz’s narrative, issues of acculturation, consu-
merism, racism, class status, immigration, the myth of the “American
Dream” and the role of popular culture also figure prominently. Memory
of the homeland, of collective political and economic struggles, along
with accommodation to the Trujillo and Balaguer regimes, intersect the
diaspora narratives to create dissonances that spell out revealing contra-
dictions shaping the novel’s characters.
By far, of the four novels, Let It Rain Coffee has the broadest historical
scope. Like the other novels, Cruz’s novel also has a fragmented structu-
re, with shifts between chapters focusing on the past and on the present,
on the Dominican homeland and New York City, on those who accommo-
dated to Trujillo and those who resisted, offering in the process a broad
perspective on the Dominican population. The novel begins with events
in late twentieth century New York City, where Don Chan Colón arrives
in 1991, after the death of his wife, to live with his son Santo, his wife Es-
peranza and their two children, named, significantly, Bobby and Dallas.
Dysfunction plays a role here too. As Don Chan ages and begins to con-
fuse the present and the past, he takes us back to another time in the DR,
to 1916 and up to the 1990s. His cognitive confusion due to his incipient
Alzheimer’s thus serves to make the necessary narrative connections be-
tween past and present, between the first and third world, and between

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80 Rosaura Sánchez & Beatrice Pita

rural and urban spaces. Memory—even if distorted—thus plays a crucial


role in the novel, as it recalls the two major U.S. Marine invasions of the
island, the brutal dictatorship of Trujillo and its impact on Dominican
rural communities, the uprisings and their failures. Throughout it all,
the memory of the past and the spirit of resistance of Don Chan and the
villagers of Los Llanos are underscored. The importance of these his-
torical temporalities, as well as of the more immediate ones in NYC, is
made clear by Don Chan’s habit of cutting out newspaper headlines and
clippings and pasting them in journals arranged by year, as a strategy to
help him keep track of the news and the passing of time, and in so doing,
fight against memory loss and being adrift in an increasingly incompre-
hensible absolute present. The time-space constructions are central to
Cruz’s novel, as we move from an earlier rural agrarian time-space confi-
guration to one marked by labor time and the circulation of capital in the
factories of the Free Trade Zones of the Dominican present.
Through several narrative shifts, Cruz’s novel reconstructs the life and
struggles of Don Chan Colón, an enigmatic character of Chinese origin
adopted as a child by fisherman, José Colón, when the boy washes up on
the beach in Juan Dolio in 1916. Don Chan is undoubtedly the lynchpin
of Cruz’s novel. His origins are unknown but the novel recalls that the
late 19th century and early 20th brought thousands of Chinese coolies to
the Caribbean, especially to Cuba. The year of Chan’s appearance, 1916,
is also, markedly, the year that the U.S. Marines invade the DR; the subse-
quent guerrilla uprising against the U.S. will soon be defeated. Six years
later, José Colón decides to move the family to Los Llanos, a rural area
involved in the insurrection against the U.S. Marine invasion that, as a
consequence, suffered the loss of many men. It is here in Los Llanos,
an area with a history of resistance, where Don Chan grows up, marries
and has a son. By remaining true to its history of resistance, Los Llanos
provides another perspective on Trujillo’s domination; here we find that
not all Dominicans worked for Trujillo, nor supported his regime after
coming to power in 1930. But many did, and Don Chan decries the ac-
commodation of those who accepted the dictatorship, especially those
who worked for Trujillo, as did half of the city of Santo Domingo.
The novel records other acts of resistance. In 1959, Cubans try to encoura-
ge an uprising against Trujillo, but those landing on Dominican shores are
betrayed by local residents. Don Chan calls them traitors, men who would
sell out their own mothers for the reward offered by Trujillo for each de-
capitated head, he says. By this time, men in the village of Los Llanos are
used to meeting with Don Chan after working in the fields to drink beer
and hear his stories. Only one young woman dares to join them, Miraluz.
She will become Don Chan’s right hand “man,” as she is more committed

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Diagnoses of Dominican Dysfunction 81

and daring than even his own son, Santo. Aware of the villagers’ poverty
and their life of fear under Trujillo’s surveillance system, Don Chan sees
the need to organize the villagers of Los Llanos. If they live in fear, he
says, they will never be free. To encourage them, Don Chan decides to
show the villagers that they need not be afraid, proposing that he will visit
Trujillo’s palace without being caught, as he will make himself invisible.
He returns after a trip to the capital bringing what turns out to be a letter
opener, as evidence of his palace visit, and in Los Llanos all are impressed.
This will be the beginning of a collective to be known as Los Invisibles, the
Invisibles Ones. No fool as to the eyes of Trujillo everywhere, Don Chan
disguises the meetings as parties, with music and drink. With his own
unique style of humor he brings the villagers to see that it is their labor
that produces the wealth for the rich. It is important, he reminds them, to
be alert, take note of things, to be prepared, resisting through small sub-
versive acts against local Trujillistas. Overall, he teaches the importance
of doing things collectively and of supporting each other. The news of the
Invisible Ones begins to spread and soon other villagers begin to organi-
ze under the purported mantle of “invisibility.”
After Trujillo’s assassination, elections are called and, like in the villa-
ge of Los Llanos, a majority of Dominicans support the candidacy of
Juan Bosch, despite the fact that he is a white intellectual and, as Mira-
luz points out, unlike them, has never done a hard day’s work in his life.
But Don Chan, who sees Bosch as a candidate calling for change, agra-
rian reform, improved education, and health facilities, and opposing the
rich and “the gringos who wanted D.R. as their new stomping ground”
(Cruz, 2005), convinces them to support Bosch. Elected in 1963, Bosch
would, however, be overthrown a few months later by a military coup. A
popular pro-Bosch insurrection, organized by troops supporting Bosch
allied with the broader population, took place in 1965. In Cruz’s novel
the villagers of Los Llanos resolve to support the revolt and travel to
Santo Domingo to join the rebels. It would be that same year, 1965, that
U.S. President Lyndon B. Johnson, fearing a repeat of the Cuban revolu-
tion, would crush the uprising by—again— sending in the Marines. New
elections return Trujillo’s surrogate, Balaguer to office and matters dete-
riorate again for Los Llanos and the DR.
In Los Llanos he grows up in, Don Chan learns that the villagers had
lost title to the land, taken over by Trujillo, and currently worked the
land as squatters. The novel further recounts that in 1963 when Bosch is
elected, a hurricane hits the island, unearthing both trash and treasures
from the past. Fortuitously, Don Chan finds a sealed aluminum soup pot
with enough money to buy the land for the community and legalize the
titles of all the families in Los Llanos. Using the money for this collec-

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82 Rosaura Sánchez & Beatrice Pita

tive effort, Don Chan and the villagers establish a commons, with all
participating in the planting and harvesting of the communal gardens.
As Don Chan tells them, if they work the land, they should own the land.
The project is a success and many hear about it, making Don Chan a
celebrity of sorts in the region.
Shortly after the military coup against Bosch, however, Los Llanos’ villa-
gers wake up one night to find their garden ablaze and do their best to
save the trees and some of the crops from the flames. History notes that
the military triumvirate under Reid Cabral that toppled Bosch made it a
point to send out forces to sabotage the livelihood of Bosch supporters.
Los Llanos’ villagers become aware of the coming dispossession when
weeks later three men drive to Los Llanos—a priest, a military general,
and a businessman—, to look over the land in Los Llanos for foreign in-
vestors. Seeing the writing on the wall, the villagers join the revolt in
1965.
When the villagers of Los Llanos travel to Santo Domingo to join the
insurrection, they set up their headquarters in an old clinic, across from
the home of Esperanza de los Santos. From her window, Esperanza spots
Santo Colón, Don Chan’s son, and falls in love. Her father, a Trujillista
and later a campaign worker for Balaguer, is a right-winger who does
not approve of Santo Colón, a rebel fighting to bring Bosch back. After
the Marines put down the insurrection, Don Chan is targeted by the Ba-
laguerista/ex-Trujillistas. In order to save his father’s life, Santo has to
capitulate and accommodate to the right-wingers. Years later, Don Chan
denies that any of that bargaining-with-the-devil happened, but Espe-
ranza reminds him of a certain confrontation in a certain bar and of the
deep machete mark left on his hand, testament to those events.
After Santo and Esperanza marry, he brings her back to Los Llanos to a
life of poverty and hard work. Compelled by necessity, the villagers of
Los Llanos, for the most part, begin to sell their land to foreign investors,
while Don Chan and Miraluz’s grandmother hold off as long as possible.
A city girl growing up on a steady diet of the TV soap, Dallas, Esperan-
za’s life dream is to go to the U.S., and more specifically to Dallas, where
she hopes to become rich like the Ewings of Southfork Ranch. To pursue
that desired outcome, she forces Santo to emigrate to the U.S.
Back in Santo Domingo, Don Chan continues to work the land, but Mi-
raluz also leaves the village of Los Llanos. When we next see her she is
working in San Pedro de Macorís, with no husband and two children.
Her trips to Los Llanos become more infrequent, as the village is distant
from the city, she travels to Los Llanos to discover that Don Chan’s wife,
Caridad, has died. In the city, Miraluz loses her job at the hospital for

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Diagnoses of Dominican Dysfunction 83

supporting a strike and finds work at an assembly plant in the Free Tra-
de Zone (la Zona Franca). When she begins organizing factory workers,
anti-unionists visit her home and threaten her sons. Full of anger, but
fearful for her family, Miraluz considers returning to Los Llanos until she
gets an idea to form a collective, a commons—like the communal garden
created by Don Chan in Los Llanos—and, with several fellow workers,
establishes a collectively owned shop that produces women’s undergar-
ments. If they work at the factory, they should own the factory, she notes,
recalling Don Chan’s words about the land (Cruz, 2005). The novel’s
representation of the establishment of what Miraluz calls “socially res-
ponsible capitalism” (Cruz, 2005) is in all likelihood based on the Alta
Gracia collective in the DR, a worker-owned, living-wage, union-made
apparel factory. The novel details how Miraluz, following Don Chan’s
teachings and practices, organizes the women of the garment shop,
drawing on the same kind of collective spirit that he fomented in Los
Llanos, to form their cooperative. Inverting the “Victoria’s Secret” brand,
the women name their shop “El Secreto de la Victoria.” The novel thus
situates the DR within contemporary global capital and finds that even
here, in low-wage sweatshops owned by U.S. industries, there remains a
spirit of resistance, now centered on women, unwilling to submit.
The Colón family arrives to the U.S. around 1981 under Esperanza’s delu-
sion of prosperity and the “American Dream” induced by the Dallas TV
series. Diaspora does not, however, bring Esperanza Colón the dream
life that she expected. In NYC, she works as a health aide, caring for the
elderly, and her husband Santo Colón drives a taxi doing the night shift;
he will be killed one night in a robbery. Consumerism will be Esperan-
za’s downfall, for once she is offered credit cards, she obsessively shops
for herself and her family, and in short order gets deep into debt. After
the death of Santo, she finds herself with interest rates that promise to
keep her indebted for some twenty years. Her looming debt is not, howe-
ver, the worst of it. Her children, Bobby and Dallas, face the difficulties of
life under the double onus of racism and poverty. A Dominican mulatto
teenager in the Harlem barrio, Bobby will be sent to juvenile delinquent
detention at Spofford for three years for firing a borrowed gun against
a mugger attacking his sister. The novel also details the sexual issues
faced by the adolescent Dallas and broaches issues of domestic abuse
and rape in connection to Dallas’s friend, Hush.
In what is one of the few novelistic representations of the ravages of Al-
zheimer’s, Let It Rain Coffee’s narration of Don Chan’s struggle against
forgetting and losing himself is particularly striking. Echoing Gabriel
García Marquez’s Cien años de soledad’s plague of forgetfulness, Cruz’s
novel presents an aging Don Chan who struggles daily to maintain a

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 61-86


84 Rosaura Sánchez & Beatrice Pita

routine and tries desperately to remember dates, tasks and people. The
death of Santo and the incarceration of Bobby devastate him and he be-
gins to age and decline even more quickly. After eight years, he begins
to fear that he will never return to Los Llanos. One night, Don Chan
greets Esperanza in tears telling her he wants to go home. By then, with
her family unraveling, Esperanza has come to see the misrepresenta-
tions of life in the U.S. offered in the soap Dallas and agrees to revisit
the homeland.
Upon their return to the DR, the family looks out on the poverty, the ho-
melessness, and the lack of sanitation, as well as on the all-too-familiar
signs: the McDonald’s arches and Baskin-Robbins neon signs, the KFCs,
Haagen-Dazs, Burger King, Pizza Hut, Benetton, all signs of neo-libe-
ralism’s penetration. Only the sea looks beautiful to them, but as Don
Chan soon discovers, even the beaches have now been privatized. Along
the road, they run into buses with “los deportados,” the repatriated immi-
grants from the U.S., the jettisoned flotsam of Dominican diaspora. The
return to the homeland is, not surprisingly, a further disillusionment for
Esperanza, who reacts negatively against her own, calling Dominicans
all “criminals.”
Esperanza has come to bring Don Chan home, to scatter Santo’s ashes
in Los Llanos, and to give away the hand-me-down gifts that she has
saved for her relatives for years. The return to the island will enable Don
Chan to reconnect with Miraluz. Esperanza, for her part, can think about
paying off her debt with the sale of Don Chan’s land and returning to
New York with Dallas and Bobby, who, however, considers staying on
for a few days with Miraluz, to help her set up a website for “El Secreto
de la Victoria.” At the end, with Don Chan fading fast, Miraluz is again
the clearheaded one, understanding that she must allow Don Chan to
walk into the cane field by himself. His death is a return to the earth and
to the past, the Dominican past, with all its violence and massacres and
struggles.
Cruz’s novel’s emplotment of Dominican history from the perspective
of three generations of the Colón family makes visible complexity and
contradiction at the level of the individual, family, and nation-state. Its
fragmented structure with shifts between characters and time dimen-
sions allows for highlighting the nature of the relations between the DR
and the U.S. and for reconstructing two phases of imperialism: a period
of U.S. territorial expansion with U.S. military forces in control of Domi-
nican territory (in 1916 and in 1965) and a period of economic imperia-
lism, with U.S. interests controlling Dominican sugar cane and, later, the
Free Trade Zones. The novel’s configuration of multiple struggles within
various temporalities, whether over land or over the right, or lack thereof,

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 61-86


Diagnoses of Dominican Dysfunction 85

to unionize and strike in the Free Trade Zone sweatshops provides an


opportunity to examine the layering of various historical subtexts and
the experiential temporality of particular characters, who, in turn, either
resist or accommodate to the forces at play. History, memory and forge-
tfulness—as in Gabriel García Marquez—are intertwined in the novel’s
narratives in such a fashion as to highlight complexity, but not with the
aim of flattening it or rendering it irrelevant or comical.

TheTrujillato Revisited.

While all five novels are explicitly or implicitly conscious of the Domi-
nican diaspora, these authors believe it is Cruz’s novel that provides
a deeper reading of the relationship of one geographical area to the
other by the intersection of different time spaces. Let It Rain Coffee
takes us to working class spaces in NYC where Dominicans reside,
and where the difficulties of being poor and black in the U.S., amidst
the lure of consumerism, credit and the resulting debt indentureship,
are evident. Here, it becomes clear that Dominican immigrants, pa-
radoxically if understandably, both reject the homeland and yearn to
return. While not dealing directly with the torture and imprisonment
under the Trujillato, like Vázquez Montalbán, Álvarez, or Díaz, Cruz’s
novel does convey the life of fear lived by the population under a dic-
tatorship. It offers no “quintessential” and ubiquitous Dominican Tru-
jillo rape story, for gender violence like rape, as the novel notes, are as
much a reality in the U.S. as in the DR. And finally, Cruz’s novel stands
out in that it is not male-centered, despite the fact that Don Chan is
clearly a central figure. Strong women like Esperanza and Miraluz, Da-
llas, and Hush are highlighted in the narrative and, although highly
contradictory figures, they are the primary agents of change, whether
within their families or in the public sphere. In dealing poignantly—
and seriously— with the effects of diaspora and dictatorship on its cha-
racters, and without relying on clever witticisms or the marvelous, as
in the case of Díaz’s novel, Let It Rain Coffee deftly and engagingly
constructs a broad critical memory of 20th century Dominican society
both in the U.S. and in the DR.
Dominican history and the brutal legacy of the Trujillato, which like a bi-
blical curse seems to visit succeeding generations, are present in all five
novels; their differential diagnoses need to be seen as engaging (with
varying degrees of commitment and success) in the hard work of histo-
ricizing and coming to terms with the Trujillato and the dysfunctional
aftermath of this trauma nacional.

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 61-86


86 Rosaura Sánchez & Beatrice Pita

References

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Derby, L. (2009). The Dictator’s Seduction. Politics and the Popular Ima-
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García Márquez, G. (1973). Cien años de soledad. Buenos Aires: Editorial
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García Márquez, G. (1975). El otoño del patriarca. Buenos Aires: Editorial
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Vargas Llosa, M. (2000). La fiesta del Chivo. Madrid: Alfaguara.
Vázquez Montalbán, M. (2002). Galíndez. Barcelona: Mondadori.
Multimedia resources:
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pparel.com). Accessed on July 31, 2012.
The Longest Trip documentary. (http://www.cubacine.cu). Accessed on
July 31, 2012.

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 61-86


87

Estudios Sociales
Año 51, Vol. XLII-Número 158
Enero- abril 2019

ENSAYOS CORTOS Y ESCRITURA CREATIVA

El financiamiento para garantizar el derecho a la educación


en República Dominicana. El 4% del PIB es insuficiente; la
calidad del gasto sigue baja
Francisco Checo

El gran rezago en que se ha mantenido la educación dominicana se ha de-


bido fundamentalmente a la debilidad institucional del sistema educativo
y del aparato estatal en su conjunto, lo que explica la amplia brecha entre
lo planificado o acordado y lo realizado. Sin la asignación de un mayor pre-
supuesto a educación junto a una mejora sustancial de la calidad del gasto,
no será posible lograr cambios importantes en la calidad de la educación
dominicana, incluyendo mayor equidad de acceso escolar, sobre todo en
el nivel inicial y secundario, eliminación del analfabetismo, aumento del
porcentaje de estudiantes que logran finalizar oportunamente su trayec-
toria educativa y elevar el aprendizaje en los distintos niveles educativos.
Aumentar significativamente el nivel actual de financiamiento público a
la educación y avanzar hacia mejores resultados educativos, requerirá tan-
to de voluntad política para materializar el Pacto Fiscal contemplado en
la END como del fortalecimiento de las acciones de la ciudadanía para
demandar el cumplimiento de lo pactado, mayor transparencia en el uso
de los fondos y rendición de cuentas.

Brecha entre lo que se propone y lo que se hace

Las dimensiones del aporte de la educación al desarrollo son múltiples.


Hay consenso local, regional y mundial de que el acceso al derecho a

*  Artículo elaborado a iniciativa del Foro Socioeducativo, en el marco de la Campaña


Financien lo Justo que desarrolla en coordinación con la Campaña Latinoamericana
por el Derecho a la Educación (CLADE).
88 Francisco Checo

una educación de calidad tiene repercusiones positivas en diferentes


campos; en lo social, la producción, la cultura, la política y la ética. La
educación, además de su valor propio, es un expedito canal para el lo-
gro de otros derechos. A pesar del generalizado reconocimiento de la
enorme importancia de la educación, son muchas las dificultades que en
República Dominicana, como en otros países de la región, han limitado
el logro de cambios sustanciales en la calidad, equidad y eficiencia del
sistema educativo.
El principal obstáculo es la gran debilidad institucional en el conjun-
to de entidades que componen el aparato estatal, que han mostrado un
alto nivel de incapacidad para dar cumplimiento a las políticas públicas
acordadas, incluyendo las normativas constitucionales y legales esta-
blecidas por las distintas fuerzas políticas que han detentado el poder.
En este contexto, asegurar el derecho universal a la educación ha sido
un compromiso del Estado solo en el papel, sin materialización en los
hechos. Por ejemplo, la Constitución dominicana establece que a lo lar-
go de la vida “toda persona tiene derecho a una educación integral, de
calidad, permanente, en igualdad de condiciones y oportunidades”. En
similares términos se expresa la Ley General de Educación del año 1997
y la Ley 1-12 que en 2012 estableció la Estrategia Nacional de Desarrollo
2030 (END 2030). El Estado dominicano ha asumido la responsabilidad
de garantizar una educación pública gratuita y obligatoria para el nivel
inicial, básico y medio. Por otro lado, desde inicios de la década del 90 se
formulan planes decenales contentivos de los objetivos, metas, estrate-
gias, medidas políticas y acciones prioritarias del MINERD. Todos estos
compromisos, que conforman el marco institucional y sociopolítico del
sistema educativo dominicano, han tenido muy bajo nivel de cumpli-
miento, lo que explica el gran rezago en que se ha mantenido la educa-
ción dominicana en comparación con la gran mayoría de los países de
la región y del mundo.
Durante más de 40 años la República Dominicana ha exhibido altas ta-
sas de crecimiento económico, muy por encima del promedio de Amé-
rica Latina y el Caribe; sin embargo, como se presentará más adelante,
el esfuerzo macroeconómico en términos del porcentaje del PIB dedi-
cado a la educación pública ha sido extremadamente bajo, al igual que
el gasto promedio por estudiante. Esto, junto a profundas debilidades
institucionales del aparato estatal en su conjunto, explica la muy mala
calidad de la educación dominicana, al punto que en todas las evaluacio-
nes realizadas el país ocupa los últimos lugares. En efecto, las diferentes
fuentes estadísticas y estudios revelan la precaria calidad de la educa-
ción dominicana, incluyendo altos niveles de exclusión, sobre todo en el

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 87-98


El financiamiento para garantizar el derecho a la educación en República Dominicana 89

nivel inicial y secundario, alta tasa de analfabetismo, bajo porcentaje de


estudiantes que logran finalizar oportunamente su trayectoria educati-
va (tasa neta de culminación) y, sobre todo, los bajos niveles de logros
de aprendizajes alcanzados por el estudiantado en los distintos niveles
educativos.

Reclamo del 4% del PIB

La baja inversión en educación y los pobres resultados obtenidos han


motivado acciones de reclamo de diferentes grupos sociales. Entre los
antecedentes más relevantes del reclamo por el derecho a la educación
en el país se encuentra el surgimiento del Plan Educativo, iniciativa de
un grupo de organizaciones no gubernamentales que dio como resul-
tado la aprobación del primer Plan Decenal de Educación (1992-2002)
y de la Ley Orgánica de Educación 66-97. El incumplimiento de dicha
ley y la pobre implementación del primer Plan Decenal, al igual que los
subsiguientes1 motivaron nuevos reclamos de aumento del presupuesto
público para educación según lo estipulado en la ley, particularmente
por parte del Foro Socioeducativo y la Asociación Dominicana de Profe-
sores (ADP). Esta última llevó a cabo en 2008 la campaña “Un millón de
firmas por el 4%” para la educación preuniversitaria.
Fue en el año 2010 cuando se logró una fuerte y masiva articulación de
organizaciones sociales en la demanda de la aplicación del 4% y el forta-
lecimiento de la calidad de la educación2. Se trató de un movimiento so-
cial que, bajo el nombre de Coalición Educación Digna (CED), mantuvo
durante más de un año una intensa demanda, a través de documentos
de posición, marchas, vigilias, conciertos y otros tipos de movilización
de la ciudadanía, sin respuestas positivas del gobierno de turno. Pero en
septiembre de 2011, el movimiento logró que todos los candidatos y las
candidatas a la Presidencia de la República en las elecciones de mayo de
2012 suscribieran con representantes de más de 300 organizaciones so-
ciales un “Compromiso Político y Social por la Educación”, mediante el
cual los actores políticos quedaron comprometidos a incorporar en sus

1  Por ejemplo, el Plan Decenal de Educación 2008-2018, terminará con muy pocos logros
que exhibir. El gobierno no asignó los recursos financieros necesarios para su normal imple-
mentación. En este Plan se estableció que en el año 2009 el presupuesto del MINERD sería 2.67%
del PIB del gasto público, con incrementos anuales que elevarían dichos porcentaje a 4.09% en
2012, 5.16% en 2015 y 6.82% en el presente año (2018). http://www.ministeriodeeducacion.gob.do/
docs/plan-estrategico/plan-decenal.pdf. Consulta 07/04/2018.
2  Foro Socioeducativo. Una campaña que devino en movimiento social y que impactó en la
política educativa. Disponible en:
http://vigilantes.do/wp-content/uploads/2018/05/CED_Final_digital.pdf

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 87-98


90 Francisco Checo

respectivos programas de gobierno en materia educativa los siguientes


puntos, acompañados de “propuestas concretas de cómo se piensan eje-
cutar los lineamientos de política y los compromisos contraídos”.3
1. Cumplir con el 4% del PIB establecido en la Ley 66-97 y el incremento
progresivo en los 4 años de su mandato.
2. Diseñar y ejecutar políticas de discriminación positiva a favor de sec-
tores y regiones menos favorecidas.
3. Diseñar y poner en ejecución políticas y medidas de gestión admi-
nistrativa para lograr un uso óptimo de los recursos (desarrollo de
capacidad de gestión, transformar el sistema de gestión financiera y
de gestión de personal, incluyendo la eliminación del clientelismo y
designar solo los funcionarios que la ley establece).
4. Descentralización del Ministerio de Educación (MINERD).
5. Fortalecimiento del Consejo Nacional de Educación.
6. Creación del Fondo Nacional de Fomento de la Educación.
7. Movilizar a las comunidades para que participen, en todos los niveles
del sistema, en la supervisión del buen uso de los recursos.
8. Partir de los planes decenales ya elaborados para el diseño de un Plan
de Acción.
9. Formación y dignificación del personal docente y directivo del siste-
ma educativo.

3  Compromiso Político y Social por la Educación. 2do Boletín. Mayo 2012.

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 87-98


El financiamiento para garantizar el derecho a la educación en República Dominicana 91

Como resultado del referido compromiso, a partir del año 2013 el Minis-
terio de Educación recibe anualmente un presupuesto equivalente al 4%
del PIB, pero no se ha cumplido con el incremento progresivo indicado
en el compromiso y consignado en la END 2030. Desafortunadamente,
continúa la preocupación por la esperada mejoría de la calidad educati-
va, cuyo logro depende tanto del nivel de gasto por estudiante en edad
escolar, como de la calidad de la asignación y manejo de los recursos. En
el año 2014, fue firmado un nuevo acuerdo, denominado Pacto Nacional
para la Reforma Educativa (2014-2030)4, cuyo Comité de Veeduría Social
tiene la responsabilidad de dar seguimiento a la agenda educativa acor-
dada. Los segmentos de la sociedad civil dominicana que luchan por
una escuela pública de calidad y la ciudadanía en general tienen el reto
de fortalecer su labor de incidencia y presión política para proteger el
derecho a la educación.
En el país ha quedado claro que no basta formular leyes, planes y suscri-
bir acuerdos.

Esfuerzo financiero y disponibilidad de recursos luego del


movimiento por el 4%

El esfuerzo financiero público en educación es la cantidad total de recur-


sos destinada por el Estado al sistema educativo, medido como propor-
ción del gasto público total y de la producción de bienes y servicios del
país (PIB). El primer indicador mide la prioridad política que tiene dicho
derecho, al comparar el monto de recursos utilizados para proteger el
mismo con el monto total destinado al cumplimiento de todas las obli-
gaciones del Estado; y este último estima la prioridad macroeconómica
que tiene el derecho a la educación respecto a otros compromisos socia-
les. Para el primer indicador, el valor de referencia utilizado por la Cam-
paña Latinoamericana por el Derecho a la Educación (CLADE) en su
sistema de monitoreo5 es 20% del gasto público total y para el segundo el
6% del PIB, metas establecidas en el Marco de Acción para la Educación
2030 y acordadas entre los Estados de la región en la Reunión Regional
de Ministros de Educación de América Latina y el Caribe que tuvo lugar
en Lima, Perú, en 2014.

4  En la ley END 2030, artículo 34, se consignó la necesidad de que las fuerzas políticas,
económicas y sociales arriben a un pacto que impulse las reformas necesarias para elevar la
calidad, cobertura y eficacia del sistema educativo en todos sus niveles.
5  Campaña Latinoamericana por el Derecho a la Educación (CLADE). http://monitoreo.
campanaderechoeducacion.org/

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92 Francisco Checo

La República Dominicana, cuyos niveles de gasto público en educación


han estado durante décadas alrededor del 2% del PIB, muy por debajo
del promedio regional, aumentó significativamente dicho gasto a par-
tir del año 2013, como resultado de la citada movilización ciudadana en
demanda de una asignación mínima de 4% del PIB a la educación preu-
niversitaria como establece la Ley de Educación 66-97. En el año 2017 el
gasto total en educación (preuniversitaria y superior)6 fue equivalente al
4.1% del PIB, igual al 68.8% del valor de referencia (6%).

Gráfico 1. Gasto anual en educación en millones


de US$ corrientes y como % del PIB. 2012-2017

Millones de US$ % del PIB

$3,500 4.50%

4.00%
$3,000

3.50%
$2,500
3.00%

$2,000 2.50%

$3,136
2.00%
$2,914

$1,500
$2,715
$2,582
$2,478

1.50%
$1,000
$1,652

1.00%

$500
0.50%

$0 0.00%
2012 2013 2014 2015 2016 2017

Fuente: Elaborado con datos de ejecución presupuestaria reportados por la DIGEPRES .(http://www.dige-
pres.gob.do/transparencia/?page_id=6503 ) y .valores del PIB nominal publicados por el Banco Central (ht-
tps://www.bancentral.gov.do/estadisticas_economicas/real/ . Consulta 19/03/2018

En el gráfico 2 se observa que de 26 países de la región con información


disponible para el período 2014-2017, República Dominicana se encuen-
tra entre los 8 países con menor gasto en educación (preuniversitaria +
superior) como porcentaje del PIB. El país destina alrededor de 4.1% del
PIB a educación, lo que representa cerca de la quinta parte del gasto pú-
blico (20.3% en 2016), proporción relativamente alta el contexto regional
(Gráfico 3), debido a la baja presión tributaria con que opera la economía
nacional respecto al promedio regional.

6  El gasto en educación preuniversitaria (desde el nivel inicial a secundaria) en 2012 fue de


US$1,279 millones (2.1% del PIB) y US$2,991 millones (3.9% del PIB) en 2017).

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 87-98


El financiamiento para garantizar el derecho a la educación en República Dominicana 93

Gráfico 2. América Latina y el Caribe (26 países):


gasto en educación del gobierno central, en porcentajes del PIB.
2014-2017 (dato más reciente)

Granada (2016) 10.3


Costa Rica (2017) 7.1
Bolivia/Estado Plurinacional de (2014) 7.3
Belice (2017) 7.1
Islas Vírgenes Británicas (2015) 6.3
Brasil (2015) 6.2
Honduras (2017) 6.0
San Vicente y las Granadinas (2017) 5.8
Santa Lucía (2016) 5.7
Argentina (2016) 5.6
Chile (2016) 5.4
Jamaica (2017) 5.3
México (2015) 5.2
Ecuador (2015) 5.0
Barbados (2017) 4.7
Paraguay (2016) 4.5
Colombia (2017) 4.4
Nicaragua (2017) 4.3
República Dominicana (2017) 4.1
Perú (2017) 3.9
El Salvador (2016) 3.9
Dominica (2015) 3.4
Islas Turcas y Caicos (2015) 3.3
Guatemala (2017) 2.8
Saint Kitts y Nevis (2015) 2.8
Haití (2016) 2.4
0 2 4 6 8 10 12

Fuente: Elaborado con datos de CEPAL. http://interwp.cepal.org/sisgen/ConsultaIntegrada.asp?idIndica-


dor=460&idioma=e (Consulta 21/10/2018), excepto dato de República Dominicana (cálculo nuestro con datos
de la DIGEPRES y del Banco central).

Gráfio 3. Gasto público en educación en 14 países


de la región como % del gasto público total.
2012-2016 (dato más reciente)

Guatemala (2016) 23.4

Costa Rica (2016) 23.4

República Dominicana (2016) 20.3

Honduras (2013) 19.9

Paraguay (2012) 19.5

Chile (2015) 19.6

México (2014) 19.1

Perú (2016) 17.8

Bolivia (2014) 15.8

El Salvador (2016) 16.1

Colombia (2016) 16.0

Brasil (2014) 15.7

Argentina (2015) 14.1

Ecuador (2015) 12.8

0 5 10 15 20 25

Fuente: CLADE. https://monitoreo.redclade.org/metodologiaExcepto dato de República Dominicana (cácu-


lo nuestro para el año 2016 con datos de la Dirección General de Presupuesto

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 87-98


94 Francisco Checo

Mientras la UNESCO y la Organización para la Cooperación y el De-


sarrollo Económico (OCDE) toman en cuenta el monto gastado para el
estudiantado matriculado en el sistema escolar, la CLADE considera,
además de la población matriculada en los niveles de enseñanza pre-
escolar, primaria y secundaria, a las personas del grupo de edad corres-
pondiente que por diferentes motivos no asisten a la escuela. Es decir,
bajo este último criterio, la disponibilidad de recursos se refiere a los re-
cursos públicos disponibles para cada persona en edad escolar. El valor
de referencia utilizado ha sido US$7.221,60 anuales por persona en edad
escolar, equivalente al promedio de la mitad de los países de la OCDE
de menor PIB por habitante.

El gráfico 4 contiene el cálculo de la disponibilidad de recursos por


persona en edad escolar en República Dominicana para los niveles
pre-primario, primaria y secundaria, en US$ PPP (Poder de Paridad de
Compra, por sus siglas en inglés), lo que permite comparar dicha dis-
ponibilidad con diferentes países. El gasto anual promedio por per-
sona en edad escolar del país aumentó de US$844 en 2012 (previo a
la asignación del 4% del PIB a la educación preuniversitaria pública)
a US$2,175 en 2017. Este valor es casi el triple del registrado en el año
2012; no obstante, solo representa el 30% del valor que CLADE consi-
dera adecuado (US$7.222). Los países de la región están lejos de esta
meta, como muestra el gráfico 5.

Gráfico 4. Disponibilidad anual de recursos


por persona en edad escolar (5-19 años). 2012-2017.
En US$ PPP constantes de 2011

2,500
2,125
1,964
2,000 1,814
1,680
1,541
1,500

1,000 844

500

-
2012 2013 2014 2015 2016 2017

Fuente: Elaborado con datos de la DIGEPRES. Los valores en RD$ fueron convertidos a US$ PPP utilizando
el factor de conversión del PIB de República Dominicana a valores PPP aplicado por el Banco Mundial.

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 87-98


El financiamiento para garantizar el derecho a la educación en República Dominicana 95

Gráfico 5. Disponibilidad anual de recursos


por persona en edad escolar en US$ PPP constantes de 2011.
2012-2016 (dato más reciente)

Costa Rica (2015) 4,191

Argentina (2015) 3,604

Chile (2015) 3,533

Colombia (2016) 1,988

República Dominicana (2016) 1,964

Perú (2016) 1,505

Bolivia (2014) 1,131

Ecuador (2015) 1,066

Paraguay (2012) 889

El Salvador (2016) 787

Honduras (2013) 619

Guatemala (2016 545

0 500 1,000 1,500 2,000 2,500 3,000 3,500 4,000 4,500

Fuente: CLADE. https://monitoreo.redclade.org/metodologia/; excepto dato de República Dominicana (Cál-


culo nuestro, correspondiente al año 2016).

Equidad de acceso escolar

El gasto y las políticas educativas en general, deben prestar particular


atención a la equidad educativa. En el país existen marcadas desigual-
dades de acceso a la educación, particularmente en el nivel secundario.
La matriculación neta en educación básica es de alrededor de 95% en los
distintos estratos socioeconómicos y en la población femenina y mascu-
lina. En cambio, en educación secundaria, la tasa de matriculación neta
promedio fue 62.3% en 2016; proporción que fue de solo 54.1% en el 20%
de la población de menores ingresos y 78.8% en el 20% de la población de
más altos ingresos. En correspondencia con esta desigualdad, mientras
en la población en pobreza extrema la tasa de matriculación del referido
nivel educativo fue 51.1%, en la población no pobre fue 66.4%; y en la zona
rural 57.3%, 10 puntos porcentuales menos que en la zona urbana (63.7%).
En cuanto a la equidad de género, la matriculación neta de la población
femenina fue calculada en 67.2%, superando en 9.6 puntos porcentuales
la tasa de matriculación masculina (57.6%)7.

7  MEPYD. http://economia.gob.do/wp-content/uploads/drive/UAAES/SISDOM/2016/
Datos%20estadisticos/SISDOM%202016.%20Volumen%20II%20Serie%20de%20Datos.pdf

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 87-98


96 Francisco Checo

Desafíos

El principal desafío que enfrenta el país para mejorar el deficiente siste-


ma educativo es de carácter institucional y político. Es necesario revertir
los altos niveles de desconfianza que se han generado por el incumpli-
miento de los acuerdos alcanzados y los pobres resultados de las políti-
cas y gestión del sistema educativo dominicano.
En el presente año concluye el Plan Decenal de Educación 2008-2018 del
MINERD, de la misma manera que los anteriores, con muy bajo cumpli-
miento de los objetivos y metas establecidas. Una de las causas principa-
les del pobre resultado de este Plan y los anteriores fue la no asignación
de los fondos anuales que se estimaron necesarios para su implementa-
ción. La agenda educativa nacional, compuesta por el componente de
educación de la Estrategia Nacional de Desarrollo 2030, el Objetivo de
Desarrollo Sostenible 4 (ODS4) de la Agenda de Desarrollo Sostenible y
otros compromisos internacionales en el campo educativo, requiere de
un volumen de recursos superior al 4% del PIB.
El presupuesto asignado al MINERD para el año en curso (2018) es de
RD$152,765 millones (US$3,045 millones), equivalente a 3.9% del PIB pro-
yectado por el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo8. Para
el año 2020 el MINERD ha previsto un presupuesto de RD$197,268 mi-
llones (US$3,636 millones)9, monto que representa 4.3% del PIB. Llama
la atención que el gasto previsto para educación preuniversitaria para el
periodo 2018-2020 sea equivalente a solo 4.2% del PIB, mientras el Plan
Decenal vigente, con objetivos y metas de menos alcance que la agenda
educativa actual previó un incremento progresivo y sostenido del finan-
ciamiento público a la educación que alcanzaría 5.16% del PIB en el año
201510, similar al 5% consignado en la Estrategia Nacional de Desarrollo
para el logro de las metas y resultados esperados a dicho año en el ámbi-
to educativo, en la cual se proyectó elevar el gasto en educación a 6% del
PIB en 2020 y a 7% en 2030.
El derecho a la educación de calidad que deben garantizar las inter-
venciones y políticas previstas en los instrumentos legales y de pla-
nificación señalados está en riesgo si el gobierno no toma la decisión

8  http://www.digepres.gob.do/wp-content/uploads/2017/07/Panorama-Macroeconomi-
co-2016-2020.pdf Consulta 08/04/2018
9  MINERD. Plan Estratégico 2017-2020. Conversión en dólares y cálculo del % del PIB con
base a la proyecciones de la tasa de cambio y del PIB publicadas por la DIGEPRES http://www.
digepres.gob.do/wp-content/uploads/2017/07/Panorama-Macroeconomico-2016-2020.pdf Con-
sulta 08/04/2018.
10  http://www.ministeriodeeducacion.gob.do/docs/plan-estrategico/plan-decenal.pdf. Pág.
124. Consulta 08/04/2018.

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 87-98


El financiamiento para garantizar el derecho a la educación en República Dominicana 97

política de darle cumplimiento a los mismos, en especial el mandato de


proveer los fondos requeridos para la protección del citado derecho a
toda la población en edad escolar. Se debe reconocer que un gasto de 4%
del PIB no es suficiente y que los niveles de financiamiento educativo
previstos no se lograrán si el gobierno no mejora sustancialmente la
calidad del gasto público en general, recupera confianza y procede a
poner en práctica una reforma fiscal justa, tanto del lado tributario como
del gasto. Como ha señalado el Foro Socioeducativo11, la viabilidad del
cumplimiento de estas metas de financiamiento requerirá la materiali-
zación del Pacto Fiscal establecido en la END, destinado a aumentar las
recaudaciones impositivas y mejorar la calidad del gasto público. Si se
mantiene la presión fiscal de los últimos años, de alrededor de 14%, el
nivel de gasto en educación establecido en la END absorbería una pro-
porción insostenible de los ingresos tributarios, equivalente a 43% en el
año 2020, 46 % en 2025 y 50% en 2030.
Conviene tomar en cuenta que lo relevante es que el aumento del es-
fuerzo económico del país a favor de la educación, sea medido como %
del PIB o en % del gasto público total, se traduzca en mayor gasto por
persona en edad escolar y que los recursos sean manejados con criterios
de eficiencia y eficacia, siempre orientados al logro de los objetivos y
resultados esperados del sistema educativo. Para esto se requiere que la
ciudadanía se mantenga vigilante, reclamando un uso transparente de
los recursos, rendición de cuentas y aplicación de las sanciones corres-
pondientes ante cualquier violación de las normas establecidas. El des-
vío de fondos, los gastos superfluos o innecesarios deben ser eliminados
para garantizar el número suficiente de docentes con formación adecua-
da, los medios didácticos necesarios y el acompañamiento pedagógico
para asegurar el aprendizaje de los y las estudiantes.

Referencias bibliográficas

Banco Central de la República Dominicana (2018). Cuentas nacionales,


año de referencia 2007. https://www.bancentral.gov.do/a/d/2533-sector-
real
Campaña Latinoamericana por el Derecho a la Educación-CLADE
(2018). Sistema de Monitoreo del Financiamiento del Derecho Humano a
la Educación. http://monitoreo.campanaderechoeducacion.org/

11  Foro Socioeducativo. Boletín 17. Abril 2017. http://www.forosocioeducativo.org.do/index.


php/publicaciones/boletines Consulta 08/04/2018.

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 87-98


98 Francisco Checo

______________ (2018). Metodología. Cálculo de los indicadores princi-


pales. https://monitoreo.redclade.org/metodologia
CEPA (2018). CEPALSTAT. Base de datos de estadísticas e indicadore
s sociales, económicos y medio ambientales. http://interwp.cepal.org/
sisgen/ConsultaIntegrada.asp?idIndicador=460&idioma=e
Dirección General de Presupuesto-DIGEPRES (2018). Ejecución presu-
puestaria 1990-2017 y 2004-2018. http://www.digepres.gob.do/transpa-
rencia/?page_id=6503
________________ (2018). Panorama macroeconómico 2016-2020.
http://www.digepres.gob.do/wp-content/uploads/2017/07/Panora-
ma-Macroeconomico-2016-2020.pdf
Foro Socioeducativo (2017). El ODS 4 en República Dominicana: Arti-
culación con la agenda educativa nacional. La ejecución presupuestaria
del MINERD en el primer año de la Agenda 2030. Boletín 17. Abril 2017.
http://www.forosocioeducativo.org.do/index.php/publicaciones/boleti-
nes
________________. (2015). Una campaña que devino en movimiento
social y que impactó en la política educativa. Santo Domingo. Noviem-
bre 2015. https://drive.google.com/file/d/0B9m3qbKOBSt_NGwxel-
dHeWNGSjQ/view
Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo-MEPYD (2018). Sis-
tema de Indicadores Sociales de la República Dominicana (SISDOM
2016).  http://economia.gob.do/wp-content/uploads/drive/UAAES/SIS-
DOM/2016/Datos%20estadisticos/SISDOM%202016.%20Volumen%20
II%20Serie%20de%20Datos.pdf
Ministerio de Educación-MINERD. Plan Decenal de Educación 2008-
2018. Segunda edición revisada. http://www.ministeriodeeducacion.gob.
do/docs/plan-estrategico/plan-decenal.pdf
__________________. Plan Estratégico 2017-2020. http://www.
ministeriodeeducacion.gob.do/transparencia/media/plan-estra-
tegico-de-la-institucion/planificacion-estrategica/plan-estrategi-
co-2017-2020-ministerio-de-edcucacion-de-la-republica-dominicanapdf.
pdf

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 87-98


99

Estudios Sociales
Año 51, Vol. XLII-Número 158
Enero- abril 2019

COMENTARIOS Y RESEÑAS DE LIBROS

Hintzen, A. (2017). De la Masacre a la Sentencia 168-13.


Apuntes para la historia de la segregación de los haitianos
y sus descendientes en República Dominicana, Santo
Domingo, República Dominicana, Fundación Juan Bosch,
154pp. ISBN: 978-9945-9098-1-4.*

El título del libro que tengo el honor de presentar denota claramente su


propósito teórico-práctico: De la masacre a la sentencia 168-13. Apuntes
para la historia de la segregación de los haitianos y sus descendientes en
República Dominicana. Se trata de discernir la continuidad histórica que
puede existir entre la masacre de 1937, que pretendió eliminar con un
genocidio a toda la población haitiana residente en territorio dominica-
no, y la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, que desnacionalizó
de manera retroactiva por medio de artimañas legales a miles de domi-
nicanos, especialmente (aunque no exclusivamente) a dominicanos de
ascendencia haitiana, afectando esencialmente sus vidas.
Al asumir la historia como disciplina científica, perspectiva que funda-
menta el desarrollo de esta obra, la autora ha procurado sobre todo mos-
trar las continuidades entre el pasado y el presente de los acontecimien-
tos colectivos, dejando de lado las rupturas y discontinuidades. En este
sentido, esperemos futuros estudios que vengan a completar esta obra,
en los que se muestren también las fracturas y discontinuidades entre
las prácticas y discursos que legitimaron el atroz genocidio de 1937 y
las prácticas y discursos que hicieron posible el genocidio legal de 2013.
Las fracturas y discontinuidades de la historia son también preciosas

*  Texto revisado de las palabras pronunciadas por Pablo Mella sj con motivo de la
puesta en circulación de esta obra, en la Sala Juan Bosch de la Biblioteca Nacional, el
día 18 de octubre de 2017.
100

en nuestro esfuerzo por comprender acontecimientos conflictivos del


pasado, pues pueden ayudar a alcanzar figuras éticas de lo político más
justas y solidarias en el presente. En efecto, por poner un ejemplo, no es
lo mismo entender que un genocidio es cometido debido a una prácti-
ca dictatorial y patológica del poder, que llegar a entender que un ge-
nocidio legal, que suspende con orgullo nacionalista vidas de miles de
personas, se haga en nombre de la razón y el derecho. En este caso, la
patología social se ha profundizado y normalizado, constituyendo una
especie de inconsciente colectivo. ¿Cómo gente supuestamente buena,
no violenta en otros ámbitos de su vida, puede llegar a cometer un geno-
cidio legal en nombre de altos ideales? Ciertamente, nuestra razón tiene
más dificultad para entender este segundo caso que el primero.
De todas maneras, la tarea de ver continuidades históricas también re-
sulta preciosa, porque nos ayuda a comprender una parte considerable
de los fenómenos sociales en los que estamos envueltos. Aun cuando
tengamos que hacer algunos ajustes de lugar, ciertos temas se repiten
y se resisten a desaparecer. La obra de Amelia Hintzen nos ayuda de
manera original en esta tarea, si se la compara con toda la bibliografía
publicada hasta nuestros días sobre la temática que aborda. De incal-
culable valor resulta su trabajo de archivo. A partir de comunicaciones
oficiales, el trabajo de Hintzen desnuda el doble discurso que las élites
políticas y militares dominicanas han manejado sobre las relaciones do-
mínico-haitianas para garantizar el modelo de acumulación capitalista.
Sus conclusiones son firmes al respecto:

A partir de 1937 los líderes de la República Dominicana se enfrentaron con


una contradicción: el antihaitianismo volvió a ser parte importante del
nacionalismo oficial del gobierno, pero el gobierno también necesitaba
los ingresos de la industria azucarera, que dependía de la mano de obra
haitiana. La política migratoria oficial apoyaba la entrada de miles de
haitianos, pero existía una política migratoria no oficial. (p. 149)

Demos una visión de conjunto de la obra, para discernir la tarea prácti-


co-teórica que nos deja.

Presentación de conjunto

El libro está dividido en cuatro ensayos. Estos ensayos fueron extraídos


de la tesis doctoral presentada por la autora en la Universidad de Miami.
Cada ensayo aborda facetas particulares de la problemática relación en-
tre Haití y República Dominicana; pero todos ellos están comunicados

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 99-107


Comentarios y reseñas de libros 101

por el desentrañamiento de una misma lógica histórica de fondo que


aparece en el primer ensayo. Veamos.
El primer ensayo lleva como título: «Un velo de legalidad. La controver-
tida historia de la ideología antihaitiana bajo la dictadura de Trujillo».
De manera multidimensional, en este primer ensayo la autora aborda la
construcción de la ideología antihaitiana en las primeras décadas de la
dictadura trujillista, una ideología que, como constatarán los lectores,
sigue primando en buena parte de la población dominicana hasta nues-
tros días; pero, de manera especial, se podrá apreciar que esta ideología
sobrevive intacta en los sectores ultranacionalistas dominicanos.
La clave interpretativa para escribir la historia del antihaitianismo tru-
jillista viene dada por un enfoque que respira el mismo aire de fami-
lia de la geografía crítica latinoamericana, como la practicada por el
geógrafo haitiano Georges Anglade y el geógrafo dominicano Rafael
Emilio Yunén, quienes aprendieron a colaborar científicamente para
comprender de modo complejo y honesto el espacio binacional de la
isla de Santo Domingo o Hispaniola. Esta clave geográfico-crítica será
fundamental para la comprensión de la problemática de la segregación
demográfica que predomina en el suelo dominicano hasta nuestros
días y que es abordada bajo diversos aspectos en el resto de la obra de
Hintzen. Esta clave consiste en analizar y evidenciar las formas espa-
ciales y las redes de explotación que crea el Estado nación moderno
para someter a la población en función de la acumulación de riqueza
y de su concentración en los grandes centros urbanos donde se ejerce
el poder.
En este primer ensayo descubrimos que la ideología antihaitiana tiene
que ver con la necesidad de controlar el espacio nacional desde el poder
ejercido autoritariamente desde la capital, Santo Domingo. Se trata de la
constitución de un Estado centralizador que constituye al resto del país
en grandes fincas cuasi-ilegales, o mejor, extrajudiciales, para la acumu-
lación del capital. Como parte de su lógica operativa, este poder espacial
tiene que destruir los tejidos sociales locales o regionales; y para ello
deberá de eliminar a sus sujetos protagonistas, incluidas las figuras de
autoridad local. Este punto, que retomaremos más adelante de manera
propositiva en nuestras consideraciones conclusivas, constituye, a nues-
tro entender, el aporte teórico más decisivo de la obra que presentamos.
El texto toma distancia del discurso estándar, que cree que el problema
fundamental del espacio insular es la frontera, y la solución, la construc-
ción de un muro. Las reflexiones de Hintzen muestran que la lógica terri-
torial del poder centralizado afectó todo el territorio nacional.

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 99-107


102

El segundo ensayo se titula «Azúcar transnacional. Migración laboral y


relaciones domínico-haitianas». Aquí la clave la ofrece el adjetivo trans-
nacional, que nos invita a desplazar nuestra mirada analítica hacia otro
modo de comprender la construcción social del espacio. El enfoque
transnacional, muy común en la academia norteamericana, es poco co-
nocido en el país. Este enfoque invita a abandonar las miradas exclusiva-
mente nacionalistas, que no se corresponden con la realidad social de la
historia humana. El enfoque transnacional tiene tres características fun-
damentales. Primero, adopta un enfoque de larga duración: los eventos
históricos de los colectivos poblacionales no se explican puntualmente,
sino por tendencias de prácticas que subsisten en el tiempo, por muchas
décadas. Segundo, el enfoque transnacional entiende que los fenómenos
migratorios constituyen una forma de vida humana, no un accidente his-
tórico de colectivos nacionales: no hay historia humana sin migraciones;
considerar lo contrario, es ideología ultranacionalista. En tercer lugar, el
enfoque transnacional rompe con las lecturas unilineales del fenómeno
migratorio, que, como ya se ha observado, es constante en la humanidad.
No hay que ser gran especialista en ciencias sociales para saber que la
historia de la humanidad se ha construido a través de las migraciones en
múltiples direcciones.
Los análisis sociales predominantes sobre la migración se imaginan
que los grupos humanos se mueven consistentemente de un punto de
expulsión a un punto de atracción, constituyendo auténticas invasiones
étnicas y destruyendo de manera definitiva tanto al colectivo de recep-
ción como al colectivo de procedencia (esta visión corresponde a la teo-
ría migratoria más primitiva, conocida como «expulsión-atracción» o
push and pull, formulada por E. G. Ravenstein a finales del siglo XIX).
En el modo convencional de ver la migración solo cabe una historia de
lamentaciones. Por el contrario, el enfoque transnacional considera el
fenómeno migratorio de manera no esencialista; por eso puede abrirse a
la esperanza. Nada es definitivo ni está cerrado para siempre en la histo-
ria humana; somos seres de camino, seres que viajan, homo viator. Con
las migraciones se forman sencillamente nuevas formas de vida huma-
na que constituyen nuevas experiencias de la aventura humana, de las
personas de carne y hueso, sobre todo de los sectores empobrecidos de
la sociedad.
La tesis central de este segundo ensayo es formulada por la autora con
estas palabras: «Mientras que la producción de azúcar está altamente
asociada con la nación dominicana, el éxito de la industria fue, de he-
cho, el resultado de una colaboración transnacional estrecha entre los
gobiernos de Haití y República Dominicana» (p. 59). Dicho con otras

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 99-107


Comentarios y reseñas de libros 103

palabras: lo que la propaganda estatal normalmente nos vende como un


acto esencialmente nacional de la economía, en realidad es fruto de una
colaboración transnacional de las élites políticas que han controlado el
Estado en ambos lados de la frontera de la Isla Hispaniola o Quisque-
ya. Amelia Hintzen hace remontar esta colaboración transnacional a la
invasión militar norteamericana; pero la lógica fue heredada y profun-
dizada por los gobiernos dictatoriales que controlaron el territorio de la
Isla después de la salida de los marines norteamericanos. La migración
haitiana para el corte de la caña sirvió simultáneamente para consolidar
en el poder a los regímenes de Trujillo y de Duvalier. El enfoque transna-
cional de Hintzen nos enseña, también para hoy, que las élites de ambas
partes saben colaborar perfectamente en función de sus intereses res-
pectivos, sobre todo para acumular riqueza y capitales. El resultado es
que «El antihaitianismo y el espectro de una “invasión pacífica” haitiana
siguen siendo una parte importante de la retórica política dominicana.»
(p. 69).
El tercer ensayo aborda el tema indicado por su título «Antihaitianismo,
azúcar y ciudadanía». Como puede verse, este título recapitula el camino
recorrido. El discurso antihaitiano, concomitante con un ejercicio autori-
tario del poder, se vio asociado en el siglo XX a la producción industrial
y latifundista del azúcar. Este desarrollo del Estado nación dictatorial
pudo haber sucedido de otro modo; pero en el caso que nos ocupa, el
dominicano, azúcar y nación acabaron fundiéndose en un solo tema. Así,
para el imaginario dominicano el cortador de caña es el haitiano; y ese
trabajo de corte de la caña, cuasi esclavo, es para no-nacionales.
De acuerdo con este discurso, los nacionales merecen siempre algo me-
jor, mientras que a los no-nacionales pobres solo les toca, por derecho,
las sobras (otra historia la escriben las élites cuando invitan a personas
como Donald Trump para que sean socios en proyectos millonarios de
bienes raíces con vistas al mercado global del turismo). Siguiendo esta
deriva, la construcción del discurso ciudadano dominicano se ha visto
cargado de rechazo, odio y racismo. En realidad, gracias al estudio docu-
mental de las autoridades dominicanas realizado por Hintzen, descubri-
mos un doble discurso: si el extranjero es pobre, se le ve como invasor; si
el extranjero es rico, se le ve como amigo.
En el caso de las antiguas colonias del Caribe, con su pasado esclavista,
la pobreza además está racializada. El peculiar discurso ciudadano que
emerge de este pasado asociado a la caña de azúcar no deja de ser para-
dójico, ya que, desde sus orígenes, la ciudadanía es una categoría legal,
no una categoría étnica o cultural (ver por ejemplo la autodefensa de

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 99-107


104

san Pablo en Hechos de los Apóstoles, capítulo 22, vv. 22-29, cuando lo
querían asesinar los ultranacionalistas judíos por ser practicante de una
religión de dudosa catadura). Todos lo sabemos bien por experiencias
cotidianas: una ciudadanía se puede adquirir; también se puede perder.
Es una figura legal para garantizar la igualdad social, no para excluir a
determinados segmentos de la población por raza o creencia. Sin em-
bargo, la ciudadanía étnica que se fortificó al calor de la dictadura se
reproduce excluyendo con instrumentos netamente legales.
Las élites políticas dominicanas, neotrujillistas en este aspecto, se encar-
garon de perpetuar la confusión entre nación y ciudadanía; pero dados
los cambios históricos, debieron valerse de otros medios. Había que con-
tener, a como diera lugar, la imprescindible población obrera haitiana
en auténticos apartheids; segregarlas espacialmente del resto del orde-
namiento social nacional: para eso sirven los bateyes, que son espacios
de segregación. Para crear este apartheid social-espacial, se echó mano
de la fuerza militar; pero también, se comenzó a producir un sistema de
irregularidad legal que le hacía imposible a esa población integrarse en
la vida cotidiana. Hintzen lo expresa gráficamente así: «Los residentes
de los bateyes siempre habían resistido los intentos de aislarlos, y con-
tinuaron resistiendo después del asesinato de Trujillo. Sin embargo, los
expartidarios de Trujillo vieron el movimiento más allá de los confines
de los cañaverales como una amenaza cada vez mayor, no solo para la
productividad de la industria azucarera, sino para la estabilidad y el futu-
ro de la nación dominicana» (p. 100). Con la nacionalización de los inge-
nios, una vez caída la dictadura, la desnacionalización entera de pobla-
ciones ya establecidas aparecía como una auténtica cruzada nacional,
como un asunto de seguridad de Estado… o mejor aún, como un asunto
de seguridad de la «identidad nacional». En buena medida, se discierne
aquí la lógica social profunda de la sentencia 168-13. La Fundación Juan
Bosch evidencia esta lógica al titular este conjunto de ensayos como lo
ha hecho. Aunque la autora no desarrolla explícitamente esta conexión
en estas páginas, se nos invita a tenerla en mientes cuando recorramos
sus páginas, que son de carácter histórico.
Dentro de los límites metodológicos de su estudio historiográfico, la in-
vestigadora norteamericana sostiene la siguiente tesis congruente con
el título de la obra: «Como ciudadanos, los hijos de inmigrantes haitia-
nos no podían ser puestos en cuarentena en los cañaverales tan fácil-
mente como sus padres. En la década de 1970, el gobierno comenzó a
buscar maneras de revocar retroactivamente estos derechos y alterar las
leyes de ciudadanía por nacimiento de larga data en el país» (p. 101).
Nosotros debemos añadir: las élites políticas dominicanas solo logra-

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ron esto con la sentencia 168-13. Y debemos añadir también: nada ha


cambiado con el paño tibio que fue la ley 169-13, también violadora de
derechos ciudadanos.
El cuarto y último ensayo se ocupa del tratamiento estatal de la migra-
ción dominicana. Su título ofrece la pista legal central para una herme-
néutica histórica de la política migratoria dominicana. Este es el título:
«Extranjeros en tránsito. La evolución histórica de las políticas migrato-
rias en la República Dominicana». Como puede verse, el juego hipócrita
de esta política está en el tratamiento que se le ha dado a la noción de
tránsito. Con estos fines, se cambió la constitución de 2010; y, bajo este
argumento, se fundamentó la absurda sentencia 168-13.
Desde el párrafo inicial de este último ensayo, vemos reproducirse la
clave teórica que ya se explaya en el primero de los ensayos. Leemos: «El
siglo XIX fue un periodo volátil y de transformación para la isla Españo-
la. Revoluciones, invasiones y guerras perturbaron la vida de los ciuda-
danos que vivían a ambos lados de una frontera nebulosa. Mientras que
los Estados centrales, emergentes y cambiantes, intentaban gobernar,
los residentes rurales tenían más en común entre ellos que con sus go-
biernos». (p. 129). Como puede verse, vuelve a aparecer el enfoque trans-
nacional y la consideración espacial. La identidad nacional imaginada
se narra en las ciudades y se vive, de manera más creativa e inclusiva, en
las zonas rurales.
De acuerdo con este enfoque, el estudio histórico de Amelia Hintzen
está afirmando, de manera consistente, que una cosa ha sido y es la vida
en el campo de ambos lados de la frontera, y otra, la lógica centralizado-
ra y explotadora que se administra desde las respectivas capitales bajo
una concepción neocolonial del Estado nación. Por eso, consideramos
que es central presentar esta clave teórica tan potente y alternativa de
las relaciones domínico-haitianas vistas del lado dominicano, que nos
llevan desde la masacre del 1937 hasta la sentencia 168-13.

Tareas teórico-prácticas pendientes:


la «lógica de la vida enraizada»

Rafael Emilio Yunén, en su trabajo dialógico con la geografía crítica de


Georges Anglade, acuñó una frase muy iluminadora para comprender
la manera en que se construye sociopolíticamente el espacio de la isla,
«que por fuerza colonial se conoce como ‘Hispaniola’». Esta expresión
es: «lógica de la vida enraizada». De acuerdo con esta original categoría,

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la población trabajadora de Quisqueya acepta «una dualidad isleña» con


fines comerciales y en beneficio de la vida de su gente pobre. Esta dua-
lidad isleña acompaña de manera más realista y justa las transformacio-
nes de las formas de producción del territorio de la isla (R. E. Yunén, La
isla como es. Hipótesis para su comprobación, Santo Domingo, UCMM,
1985, pp. 31-54). De esta sana relación enraizada en la vida y en el respeto
a toda forma de vida humana emergen lo que este autor y Anglade han
llamado «nudos de resistencia» contra el Estado centralizador que traba-
ja en beneficio del gran capital internacional.
Por el contrario, nos dice Yunén, «los que no se pueden ver “isleñamente
duales” insisten en que estamos “al revés”. Creen o temen que un territo-
rio físico tiene que ser una unidad política, cuando ese territorio se define
en forma de isla. Esta especie de determinismo geopolítico tan especial no
es del todo consciente. Poca gente ha pensado que quizás lo que subyace
en la mente de los que no aceptan la dualidad insular es una deformación
de la “percepción geográfica” en su forma de pensar» (p. 32).
Creo que el trabajo de Amelia Hintzen nos está invitando a abrir los
ojos para visualizar estos nudos de resistencia, abandonando la manía
ideológica de ver la isla al revés. Para este fin debemos, en primer lugar,
cambiar nuestra mirada isleña, es decir, nuestra manera de comprender
la historia de las relaciones domínico-haitianas y la construcción social
de los espacios de convivencia. Y para ello, como hemos visto, resulta vi-
tal el enfoque transnacional. Gracias a este cambio de mirada, podremos
ver miles de formas de colaboración entre los pobres de ambos lados
de la frontera, y no el enfrentamiento esencialista que dibujan unilate-
ralmente los discursos ultranacionalistas. Este cambio de enfoque en
el análisis ayudará de paso a cuestionar la política migratoria que ha
primado hasta nuestros días con relación a la población haitiana. Una
inteligente política migratoria, apegada a los derechos humanos, será
más eficaz para reglar el desorden que ha producido la expansión neo-
colonial de la industria azucarera durante el siglo XX y bajo el ejercicio
dictatorial del poder. Si se trabaja con más racionalidad, la presión mi-
gratoria cederá sustancialmente. Se trata de pasar de la lógica supuesta
de un juego de suma cero, a una actitud colaborativa en que ambos lados
de la isla salgan beneficiados. La tarea en este caso queda abierta para
los trabajos de incidencia de organizaciones civiles de carácter social y
académico; pero sobre todo para un plan nacional de desarrollo coman-
dado desde el Estado.
Una vez cambiada la mirada, las organizaciones sociales están llamadas,
entre otras cosas, a colaborar con los nudos de resistencia creados desde

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la vida enraizada, aportando elementos de discernimiento. Habría que


inventariar esos nudos de resistencia. Solo por señalar algunos, entre
ellos se encuentran el trabajo solidario de base, el cuidado de la vida de
los más pobres, la protección contra el ejercicio violento del poder por
los órganos de seguridad del Estado y el reforzamiento institucional de
los liderazgos locales. Este último punto resulta vital para poder operar
cualquier ordenamiento legal «a escala humana», retomando libremente
la bella expresión acuñada por Manfred Max Neef.
Naturalmente, la inventiva nos exigirá además crear nuevos nudos de
resistencia, algunos de ellos de colaboración estatal. Un primer espacio
vital de colaboración en todos los niveles es el ecológico. En la medi-
da en que se cambien los modelos latifundistas de propiedad herederos
de los monopolios agroindustriales, los pequeños propietarios, organi-
zados cooperativamente de ambos lados, serán los primeros en cuidar
nuestros ríos y montañas para que todos tengan vida y no se vuelvan a
cometer nuevas masacres bajo el taimado argumento de la defensa del
territorio nacional.
Pab lo Mella sj
Director Estudios Sociales

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Estudios Sociales
Año 51, Vol. XLII-Número 158
Enero- abril 2019

DOCUMENTOS

El racismo, las migraciones y los problemas de la identidad


nacional en República Dominicana*
Franklin Franco

Nota del Equipo editorial

¿Por qué una población que en su gran mayoría es mulata y negra y en


menor medida mestiza y de ascendencia hispana prefiere dar la espalda a
su realidad e identificarse como “india”? A esta pregunta intenta responder
este trabajo inédito del fallecido historiador dominicano Franklin Franco.
Para ello se auxilia de la historia, a fin de tratar de trazar la evolución del
racismo y de los problemas de identidad de la población dominicana
desde sus orígenes primarios en la época de la colonia y la conquista con el
sometimiento y la explotación de los aborígenes y de los esclavos africanos.
Sus conclusiones apuntan a que el actual racismo que se vive en el país
es consecuencia de la narrativa oficialista del nacionalismo antihaitiano,
que no solo ha pretendido alimentarse del establecimiento de una radical
oposición étnica y cultural entre haitianos y dominicanos, sino que no ha
tenido vergüenza de sustentar parte de sus principales industrias (primero
el azúcar, ahora sobre todo la construcción, pero también parte de las
labores agrícolas y el turismo) en el trabajo de una mano de obra a la que
se prefiere mantener en la ilegalidad, para no tener que reconocerle ningún
derecho, ni laboral, ni social, ni ciudadano.

I. Introducción

La República Dominicana tiene características muy singulares: Está en-


clavada en el corazón del mar Caribe, en la primera isla del mundo (bau-

*  Exposición presentada en Harvard University, Boston, Mass., Estados Unidos, el 28


de enero de 2011, en el marco de la conferencia «El negro en América Latina».
110

tizada por Colón como La Española) que registró en el siglo XIX el pri-
vilegio de ser dividida en dos estados nacionales: La República de Haití,
situada en la parte más montañosa, en el oeste, y la Dominicana, en la
zona este, la más fértil, más amplia y mejor favorecida por la naturaleza.
En su suelo se inició la esclavitud del negro en el continente america-
no, y su derivación, la discriminación racial. Está integrada actualmente
por una población mayoritariamente mulata y negra, con otra pequeña
proporción mestiza y una reducida minoría blanca que no alcanza el 10
por ciento. Los dos primeros grupos, sin embargo, no se definen como
negros, sino como indios, errática denominación que mentalmente asu-
me allí con orgullo el hombre de color para identificarse como aborigen.
En consecuencia, los negros y mulatos dominicanos que conforman
la gran mayoría de la población están entre los escasos habitantes del
mundo que se identifican como originarios de una etnia diferente a la
que en verdad pertenecen.
Algunos académicos dominicanos, emigrantes o nacidos en Estados
Unidos, hijos de emigrantes negros y mulatos, se han expresado sobre
este extraño comportamiento afirmando que nuestros compatriotas des-
cubren su verdadero color cuando se establecen en Estados Unidos o Eu-
ropa. Ese inverosímil y raro fenómeno, que delata una casi total ausencia
de identidad (y sus consecuencias), es lo que me propongo examinar en
esta oportunidad.

II

Como muy bien recogen varios cronistas de Indias, en esta isla, la pri-
mera en ser conquistada y colonizada por los españoles en nombre de
la evangelización de sus aborígenes, considerados sacrílegos y paganos,
se llevó a efecto el más brutal de los genocidios ocurrido en el Nuevo
Mundo, tragedia apocalíptica que describe muy bien Las Casas (entre
otros), jornada trágica en la que se exterminó completamente a sus pri-
mitivos habitantes, que alcanzaban aproximadamente el número de cien
mil, según los especialistas en tales cuestiones.
La desaparición de la población aborigen de La Española fue fatal para
los planes y órdenes —recibidas de la monarquía— de dar inicio al tra-
bajo en las minas y a la explotación agrícola y ganadera en gran escala.
Por esa razón, después de que se agotaron las minas de oro y que se
descubrió que la caña de azúcar (producto altamente cotizado en los
mercados europeos) florecía espléndidamente en este territorio insular,

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Documentos 111

fue necesaria la importación de indios lucayos (de las Bahamas), los cua-
les acusaron idéntico comportamiento al adoptado por los nativos. Fue a
partir de ahí cuando se verificó la concertación de los primeros grandes
embarques de negros esclavos que llegaron a este territorio.
El cultivo de la caña y su industrialización, que comenzó en grande en
1512, pronto alcanzó en La Española notable desarrollo. Según el cronis-
ta Oviedo, en 1520 ya existían allí 24 ingenios y 4 trapiches movidos por
fuerza animal, humana e hidráulica. Y por esos años ya se exportaban
hacia España 100 mil arrobas anuales.
En uno de estos ingenios situados en la cercanía de la ciudad de Santo
Domingo se inició, en 1522, la primera gran rebelión antiesclavista en
América. Una buena parte de los participantes fueron apresados y las
crónicas refieren que los caminos quedaron “sembrados a trechos con
muchas horcas”.
Consecuencia de ese auge azucarero señalado, bien pronto la población
negra de la isla superó en alta proporción a la población europea. Pero, al
parecer, estos negros no eran de “buena calidad”, pues tempranamente
se iniciaron las fugas y las rebeldías. Para tratar de evitarlas, las autori-
dades autorizaron la importación de esclavas negras para casarlas con
los varones y pretendieron detener la entrada de hombres, premisa, esta
última, que no se cumplió, pues en 1530 la población masculina negra de
la isla superaba la cifra de los 20 mil, cuando la desequilibrada población
blanca apenas alcanzaba los tres mil.
La permanente actitud de rebeldía de los esclavos negros y sus fugas
—fenómeno que alcanzó niveles alarmantes (los negros fugitivos llega-
ron a fundar en las montañas varios poblados o manieles, donde esta-
blecieron organizaciones de convivencia comunitarias)— y el inicio de
la explotación de las ricas minas de oro y plata en México y Perú —que
sustrajo una parte importante de la ya mermada población europea de la
isla— afectaron el desenvolvimiento económico de La Española, conver-
tida también en poco tiempo en puerto de escala para el abastecimiento
de casabe, agua y otros alimentos para las flotas españolas que se diri-
gían al territorio continental.
Con miras a mejorar la seguridad en la isla, fueron creadas disposi-
ciones y leyes especiales para disciplinar y controlar las conductas de
los negros, medidas que envolvían severas sanciones que incluían la
pena de muerte. Además se organizaron cuadrillas especiales integra-
das por milicianos españoles con muy buenos salarios para perseguir
a los negros fugitivos y a los que vivían en los montes en los diferentes

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manieles (que alcanzaron varios miles), pero sin grandes resultados.


Ese fracaso, unido a la huida de la población blanca de la isla hacia los
nuevos territorios continentales más ricos y al constante asedio (que
se añadió por esos años) de las costas de la isla por parte de corsarios
y piratas, así como el contrabando de todo género que iniciaron estos
aventureros, amenazaron con liquidar el incipiente desarrollo econó-
mico de la isla Española.
A mediados del siglo XVI, la conducta rebelde de los esclavos negros
y cimarrones se había convertido en una amenaza para la tranquilidad
de los colonos, pues eran comunes los asaltos que organizaban en los
diferentes caminos de la isla. Tal realidad condujo a que el problema
fuera examinado por la Real Audiencia de Santo Domingo, organismo
judicial que en un informe dirigido a la monarquía española señaló: “por
la costumbre de alzarse los negros, no osaban los vecinos mandar a sus
esclavos sino muy blandamente” (Benzoni. Storia del Mundo Nuevo. Li-
bro 2, pág. 122). Lo que evidenciaba un relajamiento de las relaciones
amos-esclavos.
En resumen, durante las últimas décadas del siglo XVI, el cimarronaje y
el contrabando eran en verdad problemas endémicos, y no es exagerado
decir que una buena parte de la población española de la isla participaba
y vivía de este último negocio. Pero, por estos años, al contrabando se
le añadió la penetración de las ideas protestantes que introducían los
mismos contrabandistas ingleses, franceses, holandeses, etc., con la dis-
tribución de biblias y otros materiales de su religión.
La respuesta de la monarquía para solucionar el problema del contra-
bando y frenar la incursión del protestantismo actuó como el remedio
del brujo que mata al paciente. Se ordenó entonces la despoblación de
la zona norte, donde era más intenso el contrabando, y el traslado de sus
pobladores y su numeroso ganado a la banda sur, cercana a la ciudad
capital, pues, según creyeron las autoridades, era más fácil su control.
Los resultados de esa descabellada acción, que fue acompañada de in-
cendios de pueblos, aldeas, trapiches y haciendas ganaderas, hundieron
a la isla en una situación de miseria que duró más de un siglo. Y lo que
fue peor: la amplia zona despoblada se convirtió, poco después, en el
refugio de aventureros que se aprovecharon, con la asistencia de pobla-
dores de la zona que se resistieron a su abandono, del ganado allí aban-
donado.
Durante el siglo XVII, la pobreza generalizada que padeció La Española
contribuyó a un relajamiento de las distancias sociales creadas por la so-

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Documentos 113

ciedad colonial entre los blancos, los negros y los mulatos libres. Pero ni
los negros, ni los mulatos, ni los criollos mestizos escalaron a posiciones
de importancia en el ordenamiento social establecido, pues tenían pro-
hibido por ley ingresar a la administración colonial y a la milicia. Según
se legisló mediante cédula real: “ningún mulato, ni mestizo pudiese tener
oficio real ni público”.

III

Las bregas por el dominio del comercio en el Nuevo Mundo y, natural-


mente, por el desplazamiento del dominio español —que, como cono-
cemos, se iniciaron con la excursiones de corsarios y piratas ingleses,
franceses y holandeses, etc., que eran patrocinados por sus respectivas
monarquías y por los señores del comercio de sus países— dejaron en la
isla La Española o de Santo Domingo (como se le conoció después) hue-
llas imborrables, comenzando con la división de su territorio.
Así, por ejemplo, en la misma época en que los corsarios ingleses asalta-
ron y ocuparon a Jamaica, nuestra isla fue la primera que conoció de las
experiencias de los filibusteros y bucaneros procedentes de diferentes
naciones del Viejo Continente (una especie compuesta por el lumpen de
la piratería europea). Estos grupos primero se establecieron en el norte,
en la pequeña isla adyacente a La Española, denominada La Tortuga, y
luego se trasladaron a la parte norte de la isla grande (hoy República de
Haití), donde crearon con éxito notable una organización social de base
delincuencial, descrita magistralmente en una obra clásica en su género,
de la autoría de Alexander Olivier Oexquemelin.
Con tales “caballeros”, los representantes de la recién creada Compa-
ñía Francesa de las Indias Occidentales y de la monarquía gala esta-
blecieron negociaciones para gobernar en nombre de esa empresa la
zona oeste de la isla de Santo Domingo, que hoy ocupa la República
de Haití.
Durante varias décadas, a partir de la mitad del siglo XVII, los ocupan-
tes franceses de la zona oeste y los colonos españoles del este mantu-
vieron una “guerra sin fin” por el dominio de aquellos territorios. Esa
situación se prolongó hasta que, en 1697, un tratado denominado Paz
de Ryswick (firmado por un lado por España, y por el otro, por Holan-
da, Inglaterra y Francia), pacto que no hacía referencia alguna a los
conflictos territoriales que se desarrollaban en Santo Domingo, fue in-
terpretado por los gobiernos coloniales como un acuerdo que consoli-

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daba los derechos de los franceses a gobernar el lado occidental de la


isla Española.
En tal virtud, hay que subrayar que la división político-geográfica de
la isla La Española no fue obra de los habitantes, sino la consecuen-
cia “natural” de las bregas terribles que iniciaron en el mar Caribe las
monarquías esclavistas europeas y los capitanes de la industria y el
comercio de las entonces insurgentes grandes potencias comerciales
del mundo (Inglaterra, Francia y Holanda) contra la también esclavista
España, a fin de despojarla del dominio de los mares, del comercio, de
los ricos territorios antillanos, caribeños, y de las riquezas del nuevo
continente.
A partir de aquí, la ley del desarrollo desigual del capitalismo hizo lo
suyo en la dirección de sellar en esa isla dividida el establecimiento de
dos modelos económicos esclavistas de explotación colonial absoluta-
mente diferentes.
En la parte oeste, hoy República de Haití, y sobre la base de la explota-
ción del trabajo de cerca de medio millón de esclavos negros integrados
en la industria azucarera y en las plantaciones de café y añil, Francia
logró crear —con un éxito que envidiaron las demás naciones del viejo
continente— la más rica colonia establecida en suelo americano.
Como se conoce, en aquel momento, a mediados del siglo XVIII, Inglate-
rra y Francia marchaban a la vanguardia en el desarrollo del capitalismo
comercial e industrial del mundo, y la colonia del Santo Domingo fran-
cés fue la fuente fundamental en el proceso de acumulación originaria
de los grandes capitalistas de esa última nación.
En contraste con el extraordinario desarrollo de la zona francesa, y a cau-
sa del atraso económico de su metrópolis y de su escasa participación en
el tráfico de esclavos, la colonia española vivía en condiciones de sub-
sistencia, con una reducida población dedicada a la ganadería, un poco
al cultivo del tabaco, del jengibre, etc. Esta situación se mantuvo hasta
que, a partir de 1740, se convirtió en abastecedora del Santo Domingo
Francés, proveyéndola de carne, tabaco y de ganado vacuno y caballar
para el consumo en los grandes ingenios azucareros y en las haciendas
cafetaleras y para el consumo de muchas importantes poblaciones cer-
canas a su frontera. Asimismo, la colonia española empezó a importar, a
través de su vecina francesa, aquellos artículos necesarios para el man-
tenimiento de la vida: tejidos, muebles, implementos rústicos agrícolas,
utensilios para la cocina y el sacrificio del ganado, vinos, pescado seco y
salado (bacalao y arenque), perfumes, etc.

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Documentos 115

Ese intercambio comercial entre ambas colonias, que —subrayamos— se


efectuaba mayormente por la vía del contrabando, permitió cierto flo-
recimiento en la zona este y el mantenimiento durante décadas de re-
laciones estrechas de amistad entre los habitantes y las autoridades de
las dos lados, muy a pesar de las varias guerras que se desataron entre
España y Francia en el Viejo Continente.
Sin embargo, ese clima de armonía y paz entre los colonos propietarios
esclavistas y las autoridades de ambas colonias inició su resquebraja-
miento el mismo día que estalló en París, en julio de 1789, en nombre
de la “igualdad, la fraternidad y los derechos del hombre”, la gran Revo-
lución francesa. Como se conoce, este acontecimiento repercutió casi
de inmediato en las colonias y particularmente en Haití, pues dos años
más tarde (en 1791) los negros esclavos iniciaron la primera gran insu-
rrección antiesclavista de nuestro continente, y además, casi al mismo
tiempo, los mulatos abrazaron los mismos principios enarbolados por el
pueblo francés.
A su vez, los cambios revolucionarios que en el ordenamiento social y
político se iniciaron inmediatamente en Francia y particularmente la
caída allí de la monarquía de los Borbones, parientes cercamos del mo-
narca español, fueron recibidos con espanto por parte de las autoridades
coloniales esclavistas de la parte este de la isla.
El espanto pronto llegó a los niveles del paroxismo en el ánimo de esas
autoridades, que estaban temerosas del contagio revolucionario entre
los esclavos de su colonia. Y es que las noticias que se recibían indica-
ban que la insurrección antiesclavista haitiana, ahora encabezada por
Toussaint Louverture, día tras día ganaba terreno en el oeste y avanzaba
impetuosa hacia la conquista de la libertad y la igualdad de todos los
hombres, derechos consagrados por la “Declaración de los Derechos del
Hombre y el Ciudadano” aprobada por la Asamblea Nacional de Francia
el 26 de agosto de 1789.
Derechos y conquistas que una parte de la burguesía francesa y los gran-
des esclavistas propietarios de los ingenios en Haití y en las otras colo-
nias admitían que podían ser puestos en vigencia en Francia, pero no así
en sus dominios coloniales.
Ese temor, que pronto subió hasta escalar los peldaños del terror dentro
de los grupos esclavistas y la burocracia colonial de la zona española,
les llevó a establecer alianzas con los “grandes blancos” propietarios de
ingenios y esclavos y con el bando realista civil y militar que aspiraba a
la restauración de la monarquía francesa para evitar que en la zona del

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oeste se impusiera la abolición de la esclavitud. La abolición sólo fue


lograda después de que las fuerzas de Louverture dominaron completa-
mente el territorio haitiano, derrotando así también a las tropas inglesas
integradas por más de 10 mil soldados que habían invadido a Haití in-
tentando pescar en río revuelto.
La Revolución francesa dejó huellas imperecederas en la historia do-
minicana por los cambios que a partir de ahí se sucedieron. Uno de los
más importantes fue la cesión a la República de Francia de la colonia
española, mediante el tratado firmado entre aquella y España el 22 de
julio de 1795, en la ciudad suiza de Basilea, acuerdo que puso fin a la
guerra que en el Viejo Continente se había desatado entre esas dos
naciones.
Documentalmente no se conoce si los esclavos insurrectos de Haití en-
traron en comunicación con algunos grupos de negros esclavos de la
zona española, pero resulta sorprendente (y sospechoso) que, en octubre
de 1796, cientos de estos últimos, pertenecientes a un ingenio situado en
Boca de Nigua, a escasas millas de la ciudad de Santo Domingo, inicia-
ran una importante insurrección en la que incendiaron el ingenio donde
laboraban y sus cañaverales, mataron al capataz y a otros negreros y —
junto a otros esclavos pertenecientes a haciendas próximas— se alzaron
por los montes cercanos llevándose las armas y los pertrechos existen-
tes en las haciendas destruidas.
Esa acción insurreccional fracasó. Una cuantiosa fuerza militar colonial
española logró apresar a sus principales dirigentes, que fueron conde-
nados a la horca: sus cuerpos fueron descuartizados y exhibidos como
escarmiento en la ciudad de Santo Domingo.
Un documento de la época, dirigido a la monarquía y escrito por el go-
bernador de la colonia, don Joaquín García, da informaciones sobre lo
sucedido y describe el ambiente que se vivía en la capital de la colonia
en aquellos momentos.
Dice así el gobernador: “El día de la justicia fue espantoso y a no tomar
unas providencias capaces de contener tanto negro así libre como es-
clavo, y tanto extranjero adherido a la libertad y a la igualdad, cerrando
las puertas, estableciendo patrullas, poniendo sobre las armas toda la
guardia, y cien granaderos para la execución, la tropa toda pronta en los
cuarteles con los oficiales y en una palabra alerta todas las guarniciones
con los oficiales, podíamos haber experimentado una conmoción, y de
aquellas de que ha sido teatro la isla en su vecindad”…(Mejía Ricart, His-
toria de Santo Domingo. Vol. III, pág. 595).

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Documentos 117

IV

La toma de posesión de la antigua colonia española, cedida a Francia


mediante el tratado de Basilea, no pudo efectuarse en lo inmediato. Pri-
mero, porque los conflictos en el interior de la colonia francesa impedían
el desplazamiento de tropas republicanas hacia aquella zona. Y segundo,
porque las autoridades coloniales españolas encabezadas por el gober-
nador y los curas, aterrorizadas ante la posibilidad de la abolición de la
esclavitud en su territorio, hicieron uso de todo tipo de triquiñuelas para
dilatarla y así poder sacar sus esclavos. Pero en enero de 1801 Louvertu-
re, convertido en ese momento en jefe del ejército y gobernador general
de la colonia francesa y venciendo la resistencia allí de los delegados del
gobierno de Francia, que también se oponían, tomó la decisión de llevar-
la a efecto personalmente, por lo que ocupó con fuerzas militares la zona
española y abolió de inmediato la esclavitud, decisión que favoreció a
cerca de 20 mil personas que trabajaban en Santo Domingo como escla-
vos en haciendas ganaderas, en pequeños ingenios y como trabajadores
domésticos, etc.
Poco después de la toma de posesión de la antigua colonia española por
parte del general Louverture, en febrero de ese mismo año 1801, el jefe
haitiano convocó a una asamblea constituyente que fue denominada
como “Asamblea Central”, organismo en que participaron seis diputados
haitianos y cuatro dominicanos y que se encargó de redactar la prime-
ra carta magna latinoamericana. Esa constitución proclamó la abolición
de la esclavitud, estableció la autonomía administrativa de esa colonia
francesa y, a tono con la orientación constitucional francesa, proclamó
en su artículo 13 el carácter “sagrado e inviolable” de la propiedad. Y
aunque no rompió los amarres con la metrópoli y respetó los intereses
económicos de los colonos, e incluso de los propietarios absentistas re-
sidentes en Francia, redujo la soberanía de Francia en la isla a un puro
simbolismo.
Así, por ejemplo, consagró que el poder ejecutivo sería ejercido por un
gobernador elegido por la Asamblea Central y el Ejército, y que, en el
caso de Louverture, este ocuparía ese cargo con carácter vitalicio y ten-
dría derecho a designar sucesor.
La puesta en vigencia de esa carta magna originó un claro sentimiento
de rechazo entre los anteriores propietarios de esclavos y los antiguos
miembros del aparato burocrático civil y militar español. Pero en el seno
de las masas populares, es decir, entre los ahora negros libertos y los
mulatos (que integraban la mayoría de la población) y en el pequeño
comercio, fue recibida con beneplácito.

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Más aún, los documentos históricos señalan que cuando Toussaint Lou-
verture entró a Santo Domingo, para hacer efectivo el traspaso de esta
colonia a Francia, fue recibido por la población dominicana con alegría
y aclamaciones.
Esa reacción era natural. En primer lugar, fue abolida la esclavitud y por
primera vez se dio comienzo a un verdadero proceso de integración racial,
pues, en nombre de los principios de la Revolución, se inició la igualdad
social y política y la discriminación racial fue herida de gravedad (pero no
muerta) al permitir que negros y mulatos dominicanos pudieran ser eleva-
dos a cargos municipales y del gobierno central. Por estos días, sin embar-
go, abandonaron la colonia decenas de familias esclavistas que entendían
como una ofensa a su “dignidad” la igualdad social y política establecida
y, peor aún, la presencia de un gobernador negro.
Todas esas transformaciones fueron truncadas, sin embargo, con la lle-
gada al poder en Francia de Napoleón Bonaparte, quién ordenó restable-
cer la esclavitud en la colonia (salvo en Haití) y envió a Santo Domingo
una poderosa flota de más de 20 mil soldados con el propósito de some-
ter a Louverture y, de paso, derogar su constitución.
Tal decisión reabrió de nuevo las compuertas de la guerra del pueblo
haitiano contra la Francia esclavista, ahora no sólo por el establecimien-
to de la igualdad en su territorio, sino también por la independencia de
la patria.
Como se conoce, el ejército napoleónico logró apresar a Louverture me-
diante el engaño y lo remitió a Francia, donde murió encarcelado. Pero
el pueblo haitiano, ahora bajo el mando del general Dessalines, terminó
aplastando de modo humillante a los soldados de Napoleón y procla-
mando la independencia nacional el 1ero. de enero de 1804.
Sin embargo, la guerra por la independencia de Haití fue librada sólo en
el territorio del oeste. La antigua parte española, hoy República Domini-
cana, no fue liberada; fue abandonada, quedando bajo el dominio de los
soldados franceses que habían huido de la derrota recibida en occidente.
En esta parte oriental de la isla fue establecido un gobierno bajo el man-
do del general Ferrand, quien restableció aquí la esclavitud y logró un
eficiente reordenamiento administrativo con el apoyo y el auxilio de la
antigua burocracia civil y militar colonial española.
Pero ese gobierno de Ferrand pronto se convirtió en una punta de lanza
amenazante contra la novel República de Haití. Abrigando la esperan-
za permanente del retorno de la dominación francesa de Haití, Ferrand
adoptó contra este naciente país una conducta provocadora.

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Así, por ejemplo, en enero de 1805, mediante decreto que desconocía la


existencia de la nueva república, Ferrand autorizó a las tropas situadas
en la frontera y a sus habitantes a robar y apresar los niños haitianos de
ambos sexos menores de 14 años, a fin de someter a una parte de ellos a
la esclavitud y otra parte para “ser exportados”.
Dessalines respondió a la provocación de Ferrand prontamente: envió
hacia el este una poderosa fuerza militar que, dirigida por sus más ex-
perimentados generales, penetró en la antigua colonia española por el
norte y el sur con el propósito de alcanzar la ciudad de Santo Domingo.
De hecho, las fuerzas de Dessalines sitiaron la ciudad durante 22 días,
pero no pudieron tomarla por la intensidad de la resistencia y, además,
por la noticia de que la flota francesa del Caribe se aproximaba para au-
xiliar a las fuerzas francesas sitiadas, como en efecto ocurrió. Ello forzó a
Dessalines a ordenar el levantamiento del sitio y la retirada.
En esa retirada, los ejércitos que regresaban a Haití capitaneados por
Dessalines cometieron abusos y crímenes en varios pueblos del interior
en la región del Cibao, pero generalmente contra personas vinculadas al
apoyo activo del régimen esclavista de Ferrand o que habían conspirado
contra la revolución haitiana, como el caso del cura Vásquez.1
Por su parte, poco después se desataron en Haití conflictos entre las ma-
sas negras desposeídas y los mulatos, herederos en una buena parte de
las fortunas confiscadas a los colonos franceses. Esos conflictos —que
hicieron presencia en el ejército y que se agravaron con el asesinato de
Dessalines el 17 de octubre de 1806— permitieron al régimen colonial
francés de Ferrand el logró de varios años de paz.
Paz que, sin embargo, fue quebrantada por una insurrección contra la
dominación gala. Así, con el auxilio de tropas y pertrechos militares de
la colonia española de Puerto Rico y de la flota naval inglesa, las fuerzas
que reunió el hatero dominicano Sánchez Ramírez, poderoso ganadero
del Cibao, derrocaron al régimen de Ferrand. Se terminó de este modo
con la dominación francesa y se restableció la soberanía de España, pre-
cisamente en los momentos en que gran parte de los demás pueblos de
América Latina comenzaban la lucha por su independencia.
Aquí se inicia un interesante periodo de la historia dominicana. Y es que
la guerra por la independencia que estalló en 1810 en México y Suramé-

1  La conducta del ejército de Dessalines en esa ocasión ha sido hábilmente


manipulada y magnificada por la historiografía dominicana ultranacionalista, que la
ha presentado, en los libros que son usados en la enseñanza de la historia nacional,
como una acción dirigida por el jefe haitiano contra el pueblo dominicano.

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rica desequilibró el comercio entre las colonias iberoamericanas y su


metrópoli, originando una crisis profunda en las finanzas y la economía
española. Esta crisis repercutió de inmediato en la colonia de la isla La
Española, que vivía una situación de penurias por la pasada insurrec-
ción contra Francia y por la suspensión del comercio con Haití.
En consecuencia, el Santo Domingo español comenzó a vivir de nuevo
una situación de miseria generalizada, pues la asistencia financiera que
España le ofrecía para el mantenimiento de la burocracia civil y militar
(conocida como “el Situado”) dejó de llegar al ser esa nación invadida por
el ejército de Napoleón y pasar a ser gobernada por su hermano José.
A esa miseria generalizada se agregó la agitación política, pues el ejem-
plo del Haití independiente y sin esclavitud y los vientos redentores pro-
cedentes de las luchas independentistas latinoamericanas comenzaron
a sentirse también en Santo Domingo, donde crearon un inesperado cli-
ma de inquietud que mantenía en vilo a las autoridades coloniales.
En 1810, por ejemplo, un mulato venezolano, nombrado Ricardo Cas-
taño, junto a varios criollos, negros y mulatos dominicanos, estableció
contacto con el presidente Petión de Haití y organizó una conspiración
con propósitos independentistas. Aunque ese grupo contó a su vez con
el apoyo de algunos soldados piamonteses (región del norte de Italia)
del ejército de Ferrand que se quedaron en el país, el proyecto fracasó
por una delación, y los conspiradores fueron apresados y sometidos a la
justicia. Los mulatos y los negros fueron condenados a la horca, pero los
militares italianos, también condenados a morir, no fueron ahorcados:
en virtud de su condición de blancos fueron fusilados, que en la menta-
lidad de la época constituía “una muerte más honorable”.
Como se conoce, en España la resistencia a la ocupación napoleónica
logró reunir en Cádiz, en 1812, a delegados de diferentes regiones y a
varios diputados latinoamericanos, que juntos promulgaron la constitu-
ción política conocida como “Constitución de Cádiz”. Con el propósito
de detener el proceso independentista latinoamericano, esta constitu-
ción ofrecía la autonomía de las administraciones coloniales y concedía
algunos derechos políticos, pero no la plena igualdad a sus súbditos, ni
abolía la esclavitud en el nuevo continente.
En la colonia de Santo Domingo (e igual ocurrió en el continente) la
“Constitución de Cádiz” no sirvió para apagar los ánimos de rebeldía,
sino que los caldeó. Durante ese periodo se registró en nuestro territorio
una importante conspiración antiesclavista, es decir, a favor de la igual-
dad de todos los hombres. Sus dirigentes, al ser descubiertos, recibieron

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Documentos 121

de la justicia colonial una sentencia que habla por sí sola de la magnitud


del proyecto insurreccional y del terror que sentían los españoles ante el
avance de las ideas abolicionistas.
Tres de sus miembros fueron condenados a la horca: sus cabezas debían
ser cortadas para ser exhibidas. Y otros tres “fueron al patíbulo amor-
tajados dentro de unos sacos y arrastrados a la cola de un asno y sus
miembros descuartizados y luego fritos en alquitrán”.
La situación de inquietud y agitación de las masas que sacudía a Santo
Domingo tuvo su clímax cuando varios pueblos de la zona fronteriza y del
Cibao entraron en contacto, por medio de representantes, con el gobierno
de Haití. La idea era integrar el territorio colonial español a esa República,
propósito en el que también trabajaba la dirección política y militar de
aquel país, presidido por el general Boyer, aunque con otros objetivos.
Ese fue el momento en que un selecto grupo del aparato burocrático
civil y militar de la colonia, compuesto todo de esclavistas y encabezado
por el teniente de gobernación, Lic. Núñez de Cáceres, inició una cons-
piración que envolvía un golpe militar con el fin de adelantarse al pro-
yecto integracionista con Haití y constituir lo que se llamó el Estado In-
dependiente de Haití español. El golpe tuvo lugar sin el derramamiento
de una sola gota de sangre, cuando el gobernador español de la colonia,
don Pascual Real, fue apresado y detenido el 30 de noviembre de 1821 y
la independencia proclamada el día siguiente. El proyecto contemplaba
también unir la nueva república a la Gran Colombia presidida por Bolí-
var, aunque el libertador no fue informado de ese propósito.
Esa declaración de independencia, que no abolió la esclavitud ni con-
templó cambios en el plano de los derechos ciudadanos, fracasó al ser
rechazada por la generalidad de los pueblos, que se fueron pronuncian-
do a favor de la integración a la República de Haití. En consecuencia,
huérfano de apoyo popular, el licenciado Núñez de Cáceres reunió a sus
amigos y compañeros de aventura, civiles y militares, a quienes comu-
nicó su disposición de “colocarse de amparo de las leyes de la República
de Haití”. Poco después, Núñez de Cáceres presidió en Santo Domingo
el acto solemne de recibimiento del presidente Boyer, y en tal virtud, el
cambio de soberanía del territorio de la antigua colonia española.2

2  Poco después, el principal dirigente del primer ensayo independista dominicano,


Núñez de Cáceres, abandonó el país (como lo hicieron decenas de familias esclavistas
blancas que repudiaban la abolición de la esclavitud y el establecimiento de la igual-
dad entre los hombres) y se radicó en Venezuela. En ese país, se unió a los enemigos
de Bolívar, encabezados por el general Páez, grupo que enterró el proyecto bolivariano
dirigido a la unidad de América Latina

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La integración de la antigua colonia española a la República de Haití


tuvo el apoyo de la inmensa mayoría de la población dominicana (salvo
la pequeña aristocracia colonial blanca esclavista y la cúpula de la Igle-
sia Católica) y originó un verdadero vuelco político, social y económico.
Inmediatamente fue abolida la esclavitud y la sociedad conoció un vi-
goroso proceso de integración racial. Negros y mulatos saltaron de las
categorías más bajas —esclavos y libertos discriminados— a los pelda-
ños más encumbrados de la pirámide social, pues de pronto el poder
político, civil y militar, incluyendo el municipal, fue distribuido tomando
en cuenta a esa importante proporción de la población.
La reacción de la aristocracia esclavista blanca, una pequeña minoría
que no sumaba ni siquiera el 5% de la población, fue inmediata: sus fa-
milias comenzaron un proceso migratorio hacia Cuba y Puerto Rico, co-
lonias esclavistas españolas, y también a Venezuela, donde realizaron
inútiles esfuerzos conspirativos para derribar al régimen de Boyer.
Una vez consolidó su gobierno en la zona este, el presidente de Haití,
Jean Pierre Boyer, tomó una serie de medidas que transformaron la eco-
nomía de esa zona. Entre otras disposiciones, permitió la apertura del
comercio, confiscó las tierras de la Iglesia Católica (que era la principal
latifundista) y distribuyó entre los antiguos esclavos las tierras confisca-
das a la Iglesia y las pertenecientes a las familias esclavistas blancas que
se marcharon del país, proceso que benefició a más de 10 mil familias.
Esa enorme distribución de tierras —el primer proyecto de reforma
agraria implementado en nuestro continente— originó la aparición en
nuestro suelo del campesinado como pequeño propietario, cuerpo social
inexistente con anterioridad.
Los datos que se conocen reflejan que a partir de este momento la anti-
gua colonia española inició un acelerado proceso de avance económico
como no lo había registrado en décadas: creció la producción agrícola,
la ganadería, el corte de la madera, se multiplicaron las haciendas, y el
comercio, ahora libre de las trabas del monopolio español, alcanzó un
desarrollo notable.
Paradoja de la historia: ese avance económico fortaleció a los grupos so-
ciales (los burgueses del comercio, los cortadores de madera, ganaderos,
y los pequeños propietarios del campo) que fueron, años después, los
propulsores de la independencia nacional.

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Documentos 123

En 1826, presionado por la burguesía comercial haitiana, que anhelaba


la apertura del comercio con Francia, su mercado tradicional pero blo-
queado desde 1804, el presidente Boyer aceptó firmar un tratado con esa
nación. El convenio incluía el reconocimiento de la independencia de
Haití pero obligaba a este país a pagar como indemnización 150 millo-
nes de francos en anualidades por las pérdidas sufridas por los colonos
franceses a causa de la Revolución independentista haitiana.
Los efectos de ese acuerdo se sintieron casi de inmediato, pues el ré-
gimen se vio forzado a aprobar nuevos impuestos que resultaron im-
populares en ambos lados de la isla, acción que comenzó a mermar su
popularidad.
A lo anterior se agregó, casi al mismo tiempo, la promulgación de un Có-
digo Rural que fue aprobado para aumentar la productividad y de paso
las recaudaciones fiscales, de modo que se pudiera cumplir con el pago
de la deuda con Francia. Ese código reglamentó arbitrariamente el traba-
jo en la agricultura mediante contratos entre hacendados y labriegos y
con medidas de controles abusivos, que hacían recordar al campesinado
su anterior condición de esclavo.
Esas dos disposiciones obligaron a Boyer a adoptar normas despóticas
militaristas que liquidaron el original acento liberal y progresista de su
régimen.
En la parte este de la isla tales impuestos encontraron un rechazo mayor
que en el oeste. Los dominicanos opinaban, por ejemplo, que las propie-
dades confiscadas a los colonos franceses durante la revolución haitiana
estaban siendo disfrutadas por los haitianos, y que, por tanto, los nuevos
impuestos decretados para cubrir la deuda con Francia tenían que ser
pagados solamente por estos últimos, pero no así por los habitantes de
la antigua zona española.
Este fue el ambiente y el momento en que, al mismo tiempo que se for-
talecía la oposición al régimen de Boyer en la zona oeste, comenzaron
a crecer los sentimientos de independencia entre los desencantados ha-
bitantes de la antigua colonia española, sobre todo en los sectores del
comercio, los ganaderos y hacendados y los cortadores y exportadores
de madera, todos afectados por el cobro de los altos impuestos decreta-
dos.
En el marco de tal situación, procedente de una familia dedicada a los
negocios ferreteros y de artículos de marinería, surgió el propulsor de
la independencia dominicana, Juan Pablo Duarte. De padre español,
miembro de la reducida minoría blanca, fue él quien fundó la sociedad

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secreta que denominó “La Trinitaria”, la cual fue integrada en principio


por nueve miembros, todos originarios de esa misma minoría.
Debemos resaltar que el proyecto independentista dominicano solo co-
menzó a crecer cuando sus fundadores comprendieron, comenzando
con Duarte, que la independencia nacional sólo sería posible si integra-
ban en esos fines a representantes de la mayoría negra y mulata, idea
que en primer lugar abrazó el patricio dominicano, quien se convirtió en
su abanderado.
En 1843, la oposición al gobierno haitiano —que ya había crecido has-
ta el enrolamiento en su seno de congresistas y de importantes jefes
militares de la república— derribó al Presidente Boyer. En esta acción
participaron también dominicanos que, bajo la orientación de Duarte, se
sumaron días antes a tales propósitos.
Ese acontecimiento, a pesar de que inmediatamente fue constituido un
nuevo gobierno que presidió el general Charles Herard, resquebrajó la
fuerza militar del Estado y los controles gubernamentales y militares
de la república, sobre todo en la zona del este. Esa realidad, unida a la
confrontación que entre negros y mulatos siguió tomando fuerza en el
oeste, alcanzando también el seno del ejército, fortaleció a los dominica-
nos en su proyecto separatista, también apoyado por los representantes
diplomáticos franceses (y los colonos franceses residentes en la metró-
polis), quienes aspiraban al restablecimiento en Haití de la dominación
de su país.
En el marco de ese ambiente de inestabilidad que comenzó a vivir Haití
a partir de la caída de Boyer, los representantes dominicanos ante el
Congreso Constituyente que fue convocado inmediatamente para ela-
borar una nueva constitución3 (casi todos pertenecientes a familias de la
vieja oligarquía colonial española, pero también exfuncionarios del an-
terior gobierno haitiano de Boyer, ganaderos y empresarios cortadores
de bosques madereros que a última hora se sumaron a la idea de separar
la zona este de la República de Haití) firmaron un acuerdo con el cónsul
francés en Puerto Príncipe. Mediante ese acuerdo, a cambio de situar a la
república aún no creada bajo la protección de Francia y de recibir ayuda
en armas para el logro de ese propósito, el nuevo Estado en gestación
se comprometía a ceder a esa nación la estratégica bahía de Samaná y a
aceptar que fuera designado allí un gobernador que duraría diez años y
a no retirarlo “si el Senado decide su permanencia”.

3  Un artículo del nuevo proyecto constitucional, que prohibía a los blancos el ser
propietarios de tierras en Haití, fue protestado por los representantes dominicanos,
pero fue finalmente aprobado.

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Documentos 125

Lo anterior delata que en el seno del movimiento dominicano también


existía la división, como en efecto ocurría. Pues había una parte, la que
se sumó a última hora al propósito independentista, que sólo aspiraba
a la separación de Haití y al logro de la protección de su zona por una
potencia extranjera para establecer allí una nueva colonia. En cambio, la
parte encabezada por Juan Pablo Duarte deseaba alcanzar la indepen-
dencia plena y el establecimiento de una república.
Enterado de la conspiración independentista dominicana, el nuevo Pre-
sidente Provisional de Haití, Charles Herard, realizó todo tipo de esfuer-
zos para evitarla. Incluso recurrió a la represión contra los sospechosos
de ser separatistas cuando su ejército “visitó” el territorio dominicano
con la excusa de ir a hacer una inspección. Pero todo fue inútil.
Los dominicanos proclamaron su independencia bajo la dirección del
grupo trinitario el 27 de febrero de 1844, acto que no encontró resisten-
cia armada de parte de las fuerzas militares de Haití que administraban
esa zona. Así, los dominicanos inmediatamente constituyeron una Junta
Gubernativa que fue integrada por proteccionistas e independentistas
y que logró a los pocos días, con la mediación del cónsul de Francia, la
evacuación de las tropas haitianas del territorio nacional.
Pero la proclamada independencia no fue aceptada por los grupos mili-
tares que gobernaban Haití en aquellos momentos y que respondieron
ordenando en marzo de ese mismo año la invasión del territorio domini-
cano por el sur y el norte. A pesar de estas medidas, ellos no lograron el
objetivo que se proponían: tronchar la independencia dominicana.
A partir de lo que se ha narrado hasta aquí, se puede afirmar que el racis-
mo surgió por primera vez en nuestro territorio para justificar la explo-
tación de los aborígenes, y poco tiempo después, y por la misma causa,
fue enarbolado contra los negros. Y si bien ese estereotipo aberrante
comenzó a ser superado en Santo Domingo durante el breve gobierno
de Louverture, en 1801, y casi fue liquidado de manera total durante el
período de la integración del territorio dominicano a la República de
Haití, entre 1822-1844, el mismo reapareció después de la independencia,
pero entonces camuflado en un supuesto “nacionalismo” antihaitiano.
Ese nacionalismo antihaitiano comenzó de inmediato a elaborar con-
cepciones que explicaban la independencia nacional sobre la base de las
diferencias raciales y culturales entre haitianos y dominicanos. Según
sus argumentos, los haitianos procedían de África, practicaban ritos,
costumbres y religiones primitivas; mientras los dominicanos tenían
profundas raíces hispánicas y profesaban la religión católica. El primer

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himno nacional dominicano, a tono con ello, expresaba: “A las armas


españoles…”.
Contribuyeron a afianzar ese extraño racismo, las reiteradas incursio-
nes impertinentes de la cúpula militar de Haití, a pesar de que cada vez
que su ejército —mal vestido, descalzo y peor alimentado— invadía el
territorio dominicano, sus soldados, en su inmensa mayoría campesinos
pobres, desertaban por montones.
Resulta oportuno subrayar que las fuerzas sociales liberales que fueron
el motor y guía de la independencia dominicana no pudieron asumir
la dirección política de la nación. Con la asistencia y las intrigas de la
representación consular de Francia, y mediante un golpe militar, el gru-
po conservador proteccionista y anexionista integrado por los grandes
ganaderos y latifundistas, los cortadores de madera, los grandes comer-
ciantes y una buena parte de extranjeros (ingleses, franceses y judíos
europeos) se apoderó del poder y llevó a la Presidencia, en su repre-
sentación, a un general semianalfabeto llamado Pedro Santana, quien
estableció una dictadura.
Durante los primeros años del gobierno dictatorial de Santana fueron
organizadas varias conspiraciones, pero todas fracasaron. En la prime-
ra (febrero de 1845) fue apresada y fusilada una mujer, María Trinidad
Sánchez, tía de uno de los principales propulsores de la independencia.
En la segunda y la tercera fueron apresados y fusilados dos héroes de
las luchas independentistas: los generales Puello y Duvergé, ambos de
color, el primero negro y el segundo mulato. En los procesos judicia-
les militares abiertos en los tres casos, los enjuiciados fueron acusados
de ser traidores a la patria y la documentación manifiesta que también
existían indicios o sospechas de que estaban vinculados a movimientos
negrófilos, es decir, prohaitianos.

VI

Dentro del equipo gobernante que encabezaba el dictador Santana, la


cuestión del prejuicio racial contra los negros —les reitero, envuelto
ahora en un «nacionalismo» antihaitiano— fue una cuestión capital. Así
por ejemplo, poco después de la independencia, el presidente Santana
envió a los Estados Unidos a su ministro José Ma. Caminero, con el pro-
pósito de solicitar el reconocimiento del gobierno dominicano, y en el
documento que este presentó al Secretario de Estado John C. Calhoun
(documento que daba explicaciones de su misión), se decía que «los do-

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Documentos 127

minicanos blancos» se declararon independientes y que “protegidos por


la Divina Providencia habían derrotado a las fuerzas militares negras
haitianas”.
Esa misma pieza explicaba que entre los objetivos inmediatos del pre-
sidente Santana y su gobierno se encontraba «provocar de inmediato
la inmigración de agricultores extranjeros que aumentara la población
blanca» para aumentar la seguridad.
Bien llegado a este punto, es oportuno subrayar que, debido a la escasa
población de la República Dominicana, con apenas unos 130 mil habi-
tantes, la cuestión demográfica pasó a ser una preocupación a la que
se le dedicó gran atención. Desde el surgimiento de la república, como
dijo el Ministro Caminero en 1845, comenzaron los esfuerzos dirigidos
a estimular la inmigración. Pero, naturalmente, inmigración de blancos
europeos, por lo que al mismo tiempo comenzaron las trabas de todo
género para evitar la entrada de personas de color.
En la preocupación por la escasez de la población no andábamos solos.
En toda América Latina y en Estados Unidos esta cuestión se constituyó
en un tema de gran interés en el que surgieron tesis o planteamientos
que relacionaban la posibilidad del progreso en nuestro continente con
el aumento de la población de sus naciones. En nuestro país, el primer
periódico republicano, El Dominicano, creado en 1845, publicó ese mis-
mo año un largo artículo dividido en tres entregas y dedicado a ese mis-
mo tópico.
Conjuntamente con esa vocación casi febril al blanqueamiento de la
nación por medio de la inmigración europea, marchaba pareja la creen-
cia de que, frente a la amenaza de Haití, la permanencia de la repú-
blica no era posible y que era necesaria, en consecuencia, buscar la
protección de una nación poderosa que impulsara además el progreso
económico.
Por ese camino el dictador Santana nos condujo a la anexión a España
en 1861, año en que fue arriada la bandera nacional e izada la española y
en que la República Dominicana fue convertida en una provincia de Es-
paña, nación que mantenía vigente la esclavitud en sus últimas colonias
americanas: Cuba y Puerto Rico.
Esa anexión fue breve. El temor de los dominicanos por el retorno de la
esclavitud, la discriminación racial impuesta por los nuevos colonizado-
res, la pérdida de los derechos políticos y el desplazamiento de los nacio-
nales de los empleos y de los altos cargos militares desataron, dos años
después, un movimiento popular armado procedente de lo más profun-

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128

do de las masas populares, negras y mulatas, movimiento que derrotó al


ejército español obligándole a abandonar el territorio dominicano.
Esa guerra, si bien no originó ninguna transformación económico-so-
cial en el ordenamiento de la nación, elevó a altas posiciones militares
y políticas a muchos negros y mulatos que habían participado como fi-
guras claves en la conducción del proceso, entre otros, a los generales
Gregorio Luperón y Ulises Heureaux. Con ello se derribaron de paso las
concepciones ideológicas sobre las raíces hispánicas de la nación y la
cultura dominicanas.
Fue entonces cuando el grupo intelectual al servicio de la oligarquía
nacional, aterrorizado por el ascenso de los negros y los mulatos en el
plano de la administración del Estado, en el área militar y en la política,
adoptó como suyo las tesis indigenistas que habían surgido en Suramé-
rica y México como respuesta a los remanentes de los grupos colonia-
listas que, después de la independencia, allí permanecieron muy bien
posicionados económica y políticamente, y que intentaron revivir los
viejos prejuicios racistas de los encomenderos españoles.
Es decir, el indigenismo surgido en Suramérica y México exhibió ele-
mentos progresistas, pues reivindicaba el papel de los aborígenes como
matriz originaria de aquellas naciones, donde constituían en esos mo-
mentos la mayoría. Pero, en cambio, el indigenismo dominicano —crea-
do para resaltar la supuesta importante contribución de la cultura y la
población aborigen en la conformación de nuestra nación, cuando en
verdad aquí la población india había desaparecido completamente a cau-
sa del exterminio llevado a cabo por los conquistadores y colonizadores
españoles— fue un instrumento ideológico dirigido a evitar la aparición
de una interpretación verdadera, no racista, nacionalista y progresista
sobre nuestra sociedad negra y mulata.

VII

Por esos años se registró un notable esfuerzo en casi toda América


por atraer emigrantes europeos a sus territorios, pero el mayor resul-
tado fue obtenido por Estados Unidos. Entre 1850 y 1900 cerca de 25
millones de europeos (alemanes, ingleses, portugueses, austriacos,
italianos, irlandeses, holandeses, etc.) abandonaron sus respectivos
territorios para emigrar a la patria de Washington y en menor medi-
da a América Latina. Esa fue la primera gran oleada migratoria de la
época moderna.

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Documentos 129

De esa gran oleada de emigración europea, a pesar de los esfuerzos rea-


lizados por diferentes gobiernos, Santo Domingo no registró la llegada
ni siquiera de mil familias inmigrantes en medio siglo. Varias razones
explican esta casi total ausencia de inmigrantes europeos en nuestro
territorio.
Primero, la recién surgida y pequeña República Dominicana era prác-
ticamente desconocida en Europa. Y segundo, la nación haitiana era
mucho más conocida allí que la dominicana, y la burguesía francesa,
que había perdido sus propiedades durante la Revolución haitiana (1791-
1804), se había encargado de difundir en la opinión pública de su país
y el Viejo Continente una imagen de los nacionales de Haití cercana al
salvajismo.
La primera medida importante promulgada en nuestro país con fines
de fomentar la inmigración fue la ley nro. 123 del 7 de julio de 1847, bajo
el régimen de Santana. Esta pieza legislativa autoriza al poder ejecutivo
“para que pueda tomar todas las disposiciones que juzgue convenien-
te para fomentar la inmigración de extranjeros, haciendo proveer aloja-
miento y manutención a los necesitados y los artículos indispensables
hasta su establecimiento en los campos, a aquellos que se dediquen a la
agricultura”.
En su artículo 2 esa misma ley establece que, además, a cada cabeza de
familia de los inmigrantes, el Estado dominicano le otorgará, “para él
y sus descendientes”, y con la condición de habitarla y cultivarla, una
extensión de tierra cultivable igual a 50 acres, cantidad que podía ser
aumentada más tarde.
Durante estos años se tomaron otras disposiciones, entre ellas, la que
favorecía a centenares de inmigrantes españoles canarios que habían
sido perseguidos y expulsados de Venezuela.
A partir de esa última ley, se inicia lo que podemos denominar un verda-
dero festín de entrega gratuita de tierra dominicana, mediante concesio-
nes, y ahora en grandes extensiones, a inmigrantes extranjeros blancos.
Fue en medio de este festín de entrega gratuita de la tierra a extranje-
ros mediante concesiones especiales, y en nombre del progreso de la
economía, que se abrió la posibilidad del resurgimiento de la industria
azucarera nacional iniciado en la década de los años 70 del siglo XIX.
Este proceso trajo como corolario la introducción de manera abierta de
disposiciones migratorias de puro corte racista, con el objeto de evitar
la importación de trabajadores de color que se dedicaran al corte de la
caña, pues los campesinos dominicanos se resistían a trabajar en esa

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actividad a causa de los bajos salarios. Pero porque, además, la reducida


población dominicana, que en 1870 apenas alcanzaba los 250,000 habi-
tantes, no podía suplir el número de braceros requeridos.
Entre los primeros beneficiarios con grandes concesiones para el fomen-
to de la economía se encontraban varios grupos industriales azucareros
cubanos y, en menor medida, puertorriqueños, que emigraron con sus
capitales y se establecieron en nuestro territorio a causa de las luchas
independentistas registradas en sus países, todavía colonias españolas.
Esa desenfrenada entrega gratuita de tierra fue realizada, les reitero, en
nombre del progreso de la nación. Pedro Francisco Bonó, el más agudo
de los analistas dominicanos del siglo XIX, desnudó ese error con las
siguientes palabras epigráficas:
“Progreso sería, puesto que se trata del progreso de los dominicanos, si los
viejos labriegos de la tierra de Santo Domingo que a costa de su sangre
rescataron la tierra a cuyo precio estaban adjuntadas, tierras que bañaron
y siguen bañando con su sudor, fueran en parte los amos de fincas y cen-
trales: si ya ilustrados y ricos como hacendados, en compañía de los que
nos han hecho el inapreciable favor de venir a nosotros, trayéndonos su di-
nero, sus conocimientos, sus personas, su trabajo, mandaran directamente
sus productos a New York. Pero en lugar de eso, antes aunque pobres y
rudos eran propietarios, y hoy más pobres y más embrutecidos han ve-
nido a parar en proletarios. ¿Qué progreso acusa eso? Mejor entraña una
injusticia y un desastre mañana”. (Emilio Rodríguez Demorizi. Papeles de
Pedro Francisco Bonó. Academia Dominicana de la Historia. Pág. 327).
La crisis mundial de los años ochenta —que desplomó los precios del
azúcar de caña por el auge de la industria remolachera europea—, la de-
bacle monetaria que devaluó casi todas las monedas y la liberación de
Cuba por su ejército guerrillero mambí condujeron a estos industriales,
sobre todo a los cubanos, a liquidar sus negocios, muchos en quiebra.
Así, estos negocios fueron vendidos a empresarios de Estados Unidos y
a un empresario italiano que ya se había establecido en medio del “fes-
tín” de las concesiones gratuitas de tierra.

VIII

Debido al despoblamiento de nuestro territorio y a la escasa integración


de la población rural a las duras labores del corte y recogida de la caña,

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Documentos 131

desde un principio los industriales azucareros extranjeros necesitaron


de la importación de mano de obra. Esta fue, en principio, puertorrique-
ña y blanca, pero, debido a las prohibiciones que las autoridades colonia-
les españolas de Puerto Rico establecieron contra la salida de sus brace-
ros, tuvo que ser reemplazada por emigrantes de color de las pequeñas
Antillas inglesas del Caribe, donde existía experiencia en esas labores.
A principios del siglo XX, esta inmigración creció significativamente,
alcanzando una cifra cercana a las 7,000 personas, de las que casi to-
dos eran angloparlantes y una minoría era francoparlante. Asimismo,
de las Antillas holandesas llegaron algunos centenares. Esa migración
tenía buena educación, con costumbres en su organización familiar muy
arraigadas en las tradiciones inglesas. Casi todos eran miembros de las
diferentes iglesias protestantes, pero la gran mayoría, que se radicó en
la región este, en San Pedro de Macorís, pertenecía a la Iglesia Episcopal
Metodista Africana. Con ese grupo migratorio entró en contacto una or-
ganización de norteamericanos, la “Universal Negro Improvement Aso-
ciation and African Comunities League”, que creó una filial que tuvo
centenares de miembros.
Pero esa inmigración fue interrumpida por la ocupación norteamericana
de Haití en 1915 y de la República Dominicana al año siguiente. Así, los
intereses norteamericanos en el país aumentaron, pues el gobierno mi-
litar interventor concedió el otorgamiento de nuevas concesiones para
el uso de la tierra a favor de empresarios de su país, así como también
porque se apropió o auspició la apropiación fraudulenta de inmensas
propiedades de tierras cañeras.
Los “cocolos” (como llamaron los dominicanos a los braceros proce-
dentes de las pequeñas Antillas), que realizaron una contribución im-
portante a la cultura nacional en su vertiente afro, tanto en la música
como en el baile y en el arte culinario, y que forman hoy parte de la
tradición nacional, comenzaron a ser sustituidos por braceros haitia-
nos. Y es que estos trabajadores resultaban más baratos, ya que acepta-
ban más bajos salarios y no había que pagar transporte marítimo para
traerlos.
No hay datos estadísticos confiables sobre la cantidad de inmigrantes
haitianos llegados para laborar en la industria azucarera y en las cons-
trucciones de carreteras durante la ocupación norteamericana de Santo
Domingo de 1916 a 1924. Los documentos señalan cerca de 8,000, pero
como fue en esta etapa cuando se inició en Haití el apresamiento de
campesinos para su traslado forzado a los campos de caña de nuestro

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país, y como la producción azucarera creció, la cifra verdadera segura-


mente fue superior.
Mas no es nuestro interés tampoco el ofrecer aquí una historia cuantifi-
cada de la inmigración haitiana a Santo Domingo, misión imposible por
la ausencia de datos confiables.
Sin embargo, subrayamos que ya en 1935, según apunta el Dr. Ramón
Veras en su texto “Inmigración haitiana y esclavitud”, el Ministro de
Relaciones Exteriores, exagerando la nota, hablaba de la presencia de
400,000 haitianos residiendo en nuestro suelo. El censo de ese año arro-
jó apenas una población total para nuestro país cercana al millón y me-
dio de habitantes.
Es bueno que subrayemos ahora que a partir de las primeras décadas
del siglo XX, y hasta hace poco, la industria azucarera fue la columna
principal de la economía nacional y que debido al rechazo del trabajador
dominicano a las labores en esa industria, a causa de los bajos salarios y
las deplorables condiciones de existencia reinantes en los ingenios, fue
la fuerza de trabajo del obrero haitiano la que sostuvo esa industria.
Durante los primeros años de la dictadura de Trujillo, para detener el
desempleo que originó la crisis mundial de los años treinta, se efectua-
ron intentos de dominicanizar el trabajo en la industria azucarera, es-
pecialmente a través de la ley nro. 597 del 31 de octubre de 1933. Pero
este esfuerzo resultó inútil, pues los ingenios azucareros, propiedad de
norteamericanos en su mayor parte, se resistieron al cumplimiento de la
disposición que establecía que el 70% de la mano de obra de esa indus-
tria tenía que ser dominicana.
Tan complaciente resultó ser el dictador dominicano con los norteame-
ricanos dueños de los ingenios, que cuando en 1937 ordenó a su ejército
el salvaje genocidio que terminó con la vida de más de 15 mil haitianos
(en esa bárbara jornada fueron asesinados también centenares de domi-
nicanos de color), la actividad laboral transcurrió absolutamente normal
en las propiedades azucareras extranjeras.
Durante la dictadura de Trujillo el racismo fue asumido como política
oficial del Estado y, a tono con esto, se acentuaron los estímulos de traer
emigrantes europeos. Un informe elaborado en 1945 expresaba sobre
ese particular lo siguiente:

“La inmigración europea, o, más exactamente dicho, la inmigración de


hombres y mujeres de origen caucásico, de cultura semejante a la del
núcleo alrededor del cual se ha formado el pueblo dominicano, y que, a

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Documentos 133

pesar de todas sus adulteraciones etnológicas, le ha legado su ideología, y


sus tradiciones, es una necesidad inaplazable de nuestra vida nacional. La
progresión del crecimiento vegetativo de los africanos traídos a nuestro
suelo por los españoles y de los ingresados después, mucho más rápida,
que la de los europeos; las sucesivas oleadas de los haitianos que vinieron
en invasión bélica o en infiltración pacífica, y la insistente inmigración
de negros de las pequeñas Antillas han ido creando condiciones que, sin
mejorar en nada nuestra tradicional cultura, de no ser corregidas a tiempo
por una corriente de inmigración blanca, acabarían por apartar a la población
dominicana de sus originales vinculaciones hispánicas. Y ese proceso de
adulteración no puede ser indiferente a un pueblo cuya independencia
está condicionada al mantenimiento de las barreras que lo defienden
de la invasión material y espiritual de los pueblos de origen puramente
africano que lo rodean” (“Capacidad de la República Dominicana para
absorber refugiados”. Dictamen de la Comisión nombrada por el Poder
Ejecutivo para el estudio del Informe de la Brookings Institution sobre “La
Colonización de Refugiados en la República Dominicana”, pág. 33, Editora
Montalvo. Ciudad Trujillo, Rep. Dom. 1945).

El dictador dominicano, que estableció la dictadura más corrupta que


ha conocido América Latina, dictadura que convirtió a la república en
un verdadero feudo en que monopolizó a su favor, en su “propiedad”,
cerca del 70% de las principales grandes empresas industriales y comer-
ciales de la nación, decidió incursionar en la actividad azucarera a partir
de 1950. Primero comprando varias industrias norteamericanas, y luego
fundando dos nuevos grandes ingenios azucareros.
A partir de ahí, convertido en amo y señor de esa actividad, Trujillo pasó
a controlar también el tráfico de trabajadores haitianos en nuestro país
mediante acuerdo con los gobernantes de Haití, quienes recibían una
cuota que llegó a dos dólares por cada bracero importado. Además, mili-
tarizó la administración y hasta el transporte en los ingenios con varios
miles de miembros del ejército, de modo que allí se comenzó a trabajar
en un ambiente de permanente “estado de sitio”.
A partir de 1957, durante la dictadura de Duvalier, los servicios secretos
haitianos y dominicanos actuaban mancomunadamente en los ingenios
azucareros para un mejor control de cualquier manifestación de incon-
formidad de los trabajadores haitianos respecto a los bajísimos salarios
y al ambiente deplorable e insalubre de los bateyes, donde esos brace-
ros vivían apiñados. Esta situación sólo comenzó a mejorar un poco, no
mucho, en 1961, con la muerte del dictador dominicano. Sin embargo,
durante el gobierno del Dr. Joaquín Balaguer (1966-78), esa “mancomu-
nidad” entre los servicios secretos dominicanos y los de la dictadura de
Duvalier se mantuvo.

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134

IX

La mayor parte de la industria azucarera “propiedad” del tirano fue confis-


cada, pasando a ser patrimonio de la nación después de la muerte de Truji-
llo en 1961. Pero las malas administraciones y la corrupción durante varias
décadas la condenaron a su desaparición, y los ingenios que sobrevivie-
ron fueron vendidos al llamado sector privado al final del siglo pasado.
En verdad, a la industria azucarera nacional la enterró el neoliberalismo,
política que, dicho sea de paso, ha transformado todo nuestro aparato
productivo, convirtiéndonos en una sociedad dedicada a los servicios,
que tiene como pilares fundamentales el turismo, las zonas francas y las
remesas en divisas de los emigrantes nacionales residentes en Estados
Unidos, Puerto Rico y Europa.
Esa brusca transformación de la economía nacional se produjo cuando
nuestra industria azucarera ocupaba en sus labores a miles de braceros
haitianos. Al ser desplazada, esta fuerza de trabajo buscó rápidamente
amparo, con el beneplácito de hacendados y empresarios, en otras ac-
tividades productivas, tales como en la recogida del café, la siembra y
mantenimiento del cultivo del arroz, en la industria de la construcción y,
últimamente, en los servicios del turismo.
Esa transformación acelerada de nuestra economía, a su vez, ocurrió en
los precisos momentos en que Haití, ya considerada la nación más pobre
de nuestro continente, comenzaba a sacudirse de la dictadura de la fami-
lia Duvalier y a saborear del “manjar” de la democracia representativa,
con la llegada al poder mediante elecciones del presidente Arístides, su
líder popular de mayor arraigo. Sin embargo, poco tiempo después una
nueva tanda de golpes militares introdujeron en la patria de Toussaint
una situación de inestabilidad política y el intervencionismo de las gran-
des potencias, tortuoso proceso que culminó con la ocupación militar,
esta vez en nombre de la ONU, bajo la excusa de la necesidad de restau-
rar allí el “orden, la paz y la democracia”.
Como se debe recordar, durante ese tumultuoso período, miles de hai-
tianos se lanzaron al mar en frágiles embarcaciones hacia las costas de
Estados Unidos y, al mismo tiempo, otra cantidad mayor, en masiva pe-
regrinación impulsada por el hambre, el desempleo y el caos político,
buscó refugio en nuestro país, donde poco a poco también se fue inser-
tando en el aparato productivo nacional agrícola e industrial.
La irrupción en nuestro territorio de esa nueva oleada de campesinos
desposeídos y obreros desempleados (fenómeno que no se ha detenido)

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Documentos 135

ha desatado en la República Dominicana todos los demonios del racis-


mo. Así, envuelto bajo el viejo ropaje del nacionalismo, el racismo ha
revivido y fortalecido todos los prejuicios antihaitianos que ha cultivado
en nuestra sociedad la reducida oligarquía que controla el poder político
y económico en nuestro país desde 1844.
De este modo, prejuicios y estereotipos han sido enchufados con meti-
culosidad de orfebrería en la mente de nuestro pueblo mediante el uso
riguroso del sistema educativo nacional, los medios informativos y con
la creación y el mantenimiento de grupos de intelectuales especializa-
dos en la tergiversación de nuestra historia y en la promoción del ra-
cismo antihaitiano, actividad esta última que se ha convertido en una
lucrativa profesión: mediante ella, sus más destacados representantes
han escalado al apreciado campo de la diplomacia y al muy bien pagado
mundo de la dirección política y burocrática de la nación.

Pasemos ahora al examen de un tópico de mucha actualidad en la Repú-


blica Dominicana: el llamado “proceso de desnacionalización que está
originando la inmigración haitiana”, concepción defendida por el nutri-
do grupo de intelectuales anteriormente citado.
De entrada les expreso que sólo en los últimos diez años se han publica-
do en Santo Domingo cerca de cincuenta libros que abordan esa temáti-
ca. Uno de sus autores, con un solo texto, obtuvo dos premios nacionales
de literatura, el último otorgado por el Estado dominicano en el 2002.
Los artículos en los diarios y revistas no los he registrado, pero deben
pasar de varios cientos, si es que no llegan a miles.
Como ya hemos visto, el tema sobre el peligro de la inmigración de
los negros haitianos es añejo. Lleva más de un siglo en el tintero de la
producción intelectual nacional. Lo único novedoso es que ahora, para
fortalecer su posición y asumir supuestas poses “antiimperialistas”, los
nacionalistas han comenzado a argumentar que detrás de este peligro,
y en su fomento, están Estados Unidos, Francia y Canadá, que tienen un
“plan para fusionar” a Haití y la República Dominicana.
De paso les comento que no hay registros estadísticos que indiquen, ni
siquiera en los últimos censos, a cuánto asciende la población haitiana
(legal e ilegal) radicada en nuestro país, ni mucho menos el número de
sus descendientes nacidos en nuestro territorio.

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Sin embargo, los voceros autorizados de los sectores antihaitianos nos


hablan de la existencia de más de un millón, y no pocos expresan que
ya residen en República Dominicana cerca de dos millones, en su mayor
parte ilegales.
Como en el pasado, en nuestro país existe también hoy un sector pode-
roso de empresarios agrícolas e industriales interesados en mantener en
condiciones de ilegalidad a los haitianos que, por razones derivadas de
las condiciones de miseria en que viven en su patria, se han visto obli-
gados a abandonarla tras la búsqueda de mejores condiciones de vida.
Este último es el motivo determinante de todos los procesos migratorios,
incluyendo el de los miles de dominicanos que año tras año abandonan
nuestro territorio lanzándose a la mar en frágiles yolas con destino a
Puerto Rico, primera escala hacia su destino final, Estados Unidos.
Ese grupo poderoso de empresarios industriales de la construcción y de
la agricultura, no solo está estimulado esa inmigración ilegal, sino que
incluso la ha organizado mediante la utilización de agentes o “buscones”
dominicanos y haitianos que actúan en ambos lados de la frontera. Estos
“buscones” se ocupan de atraer, con señuelos envueltos en ensueños, a
campesinos e indigentes de aquella nación empobrecida, a los que con-
vencen para que se trasladen a nuestro territorio. Con ello presionan de
manera permanente el mercado laboral dominicano, factor determinan-
te que ha derribado el salario de nuestros trabajadores agrícolas e indus-
triales y de los obreros de la construcción y que, de paso, ha debilitado
la organización sindical nacional.
El trabajador haitiano, ante el temor de ser apresado y luego deporta-
do con la complicidad de cualquier agente del “orden público”, labora
por bajísimos salarios, sin protección laboral, sin seguridad social, y se
muestra renuente, no sólo a exigir mejoras salariales, sino también a la
organización sindical. Este ha sido el factor determinante que ha mul-
tiplicado hasta el infinito la cuota de la plusvalía —ganancias— de ha-
cendados, industriales e inversionistas e ingenieros de la industria de la
construcción.
Bien llegado a este punto, es importante subrayar que el tráfico ilegal
de trabajadores haitianos ha disfrutado de la complicidad de muchos
de nuestros gobiernos, de oficiales corruptos de las fuerzas armadas y
de funcionarios fronterizos de la dirección de inmigración, quienes han
logrado crear, con el paso de los años, todo un eficiente aparato para el
tráfico de fuerza de trabajo mediante la inmigración ilegal, negocio su-
mamente lucrativo.

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Documentos 137

Deseo acentuarles que uno de los procedimientos para el mantenimien-


to permanente de esa fuerza laboral ilegal (que, les subrayo, actúa como
ejército de reserva laboral y que ha destruido el nivel salarial de nuestros
trabajadores) es el empleo de argucias leguleyas que han envuelto in-
cluso nuevas interpretaciones del derecho constitucional dominicano y
que así han permitido empujar al limbo jurídico a miles de hijos de estos
inmigrantes nacidos en el territorio nacional, a quienes por medio de
esas argucias se les niega la nacionalidad.
Paso a explicarles: Casi todas las constituciones dominicanas estable-
cían en torno a la nacionalidad que: “Son dominicanos todas las perso-
nas que nacieren en el territorio de la República Dominicana, con excep-
ción de los hijos de los extranjeros residentes en el país en representación
diplomática o los que estén en tránsito en él”.
Pues bien, el 15 de agosto del año 2004, bajo las presiones de los naciona-
listas, fue promulgada una nueva ley de migración que modificó la nro.
1683 de 1948. Sobre la base de la “interpretación” del artículo de nuestra
constitución anteriormente citado, la nueva ley violentaba la constitu-
ción vigente para satisfacer, en apariencia, a esos grupos “patrióticos”
dominicanos. Aunque en el fondo, como veremos, lo hacía para proteger
la explotación inmisericorde de la fuerza de trabajo de los ilegales de
parte de los hacendados y empresarios agrícolas y de la construcción,
que necesitan el mantenimiento y el crecimiento permanente de esa po-
blación de indocumentados haitianos, sin ninguna protección laboral,
para elevar su cuota de ganancia.
Según esa ley de migración que, reiteramos, vulneraba el derecho consti-
tucional dominicano, las mujeres “extranjeras no residentes que durante
su estancia en el país den a luz a un niño(a), deben conducirse al consu-
lado de su nacionalidad a los fines de registrar allí a su hijo(a)”. De esa
manera se le negaba al recién nacido la nacionalidad que le correspondía.
La promulgación de esa ley, que fue propiciada por un reducido grupo
de legisladores dominicanos de franca militancia racista antihaitiana,
provocó airadas protestas de los sectores organizados más sanos de la
sociedad civil, quienes elevaron incluso ante la Suprema Corte de Justi-
cia una petición solicitando que fuese declarada inconstitucional y nula.
Tal como le fue requerido, la Suprema Corte de Justicia, con fecha 14 de
diciembre de 2005, evacuó su sentencia —¡verdadero adefesio jurídico!—,
donde no solo confirmó la validez de la ley de migración nro. 285-4, sino
que además le atribuyó al Congreso el pleno derecho de violar la Consti-
tución de la república, cuando afirmó en uno de sus considerados:

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“Que el hecho de ser la Constitución la norma suprema de un Estado


no lo hace insusceptible de interpretación, como aducen los impetrantes,
admitiéndose modernamente, por el contrario, no solo la interpretación
de la doctrina y la jurisprudencia, sino la que se hace por vía de la llamada
interpretación legislativa, que es aquella en que el Congreso sanciona
una nueva ley para fijar el verdadero sentido y alcance de otra, que es lo
que en parte ha hecho la Ley General de Migración, núm. 285-04”.

Los juristas constitucionalistas de todas partes del mundo se morirán de


risa cuando lean semejantes argumentos. Pero hay otros que también
mueven a la misma reacción.
Son muchos los “considerandos” de la sentencia de la Suprema Corte de
Justicia que por sus aspectos ilógicos ameritarían ser comentados, me
voy a referir solamente al último citado.
En la nueva ley de migración protestada por la sociedad civil, la Suprema
Corte de Justicia consideró a los trabajadores haitianos indocumentados
residentes en el país como personas que se encuentran en tránsito, para
así justificar que los hijos de las madres haitianas nacidos en nuestro terri-
torio se vean impedidos de obtener nuestra nacionalidad. En consecuen-
cia, para darle alguna validez a su apreciación, y en una voltereta leguleya
increíble, la Suprema Corte de Justicia pasó a estimar en ese mismo consi-
derando que comento que esas madres trabajadoras haitianas, calificadas
en situación de tránsito, (lo cito) “… han sido de algún modo autorizadas a
entrar y permanecer por un determinado tiempo en el país”, y agrega: “que
si en estas circunstancias, evidentemente legitimada (como en tránsito)
una extranjera alumbra en el territorio nacional, su hijo(a), por mandando
de la misma Constitución, no nace dominicano”.
Las contradicciones que contiene este considerando son muchas, pero
solo vamos a subrayar una que parece una perla:
¿Quiénes “autorizaron de algún modo”, como dice la sentencia de nues-
tra Suprema Corte de Justicia, a los trabajadores indocumentados hai-
tianos a “entrar y permanecer por un determinado tiempo en el país”,
otorgándoles la calidad de personas en “tránsito”? ¿Tienen los “busco-
nes” y “contratistas” de trabajadores haitianos facultad legal para ello?
¿Tienen también esa facultad legal los hacendados y los ingenieros
constructores?
Las discusiones sobre una interpretación jurídica podrían parecer a mu-
chos como una simple cuestión de apreciación del ordenamiento del
pensamiento lógico; pero en este caso no es así, hay aquí algo más grave.
Se trata de una verdadera tragedia.

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Documentos 139

En nuestro país hay decenas de miles de niños y adolescentes condena-


dos a vivir en el limbo jurídico en cuanto a su identidad y a su nacio-
nalidad. Pues habiendo nacido y siendo criados en nuestro país, siendo
por tanto dominicanos, nuestro Estado les está negando el derecho a
esta nacionalidad, realidad que envuelve una flagrante violación a la De-
claración Universal de los Derechos Humanos y a más de una decena de
acuerdos internacionales firmados por nuestra nación.
Todo ello en beneficio de un reducido grupo de empresarios del campo
y la ciudad que necesitan el mantenimiento de un ejército de reserva
de fuerza de trabajo, que está compuesto en este caso por los obreros
indocumentados haitianos y sus descendientes nacidos en territorio do-
minicano, para que laboren en sus fincas y fábricas sin ningún derecho,
con salarios miserables, sin ninguna posibilidad de reclamo, en las peo-
res condiciones de trabajo, absolutamente huérfanos de toda protección
social laboral y legal.
Y todo lo anterior para mantener también por el suelo los niveles sala-
riales de los obreros dominicanos. ¡Increíble manera del “capitalismo
salvaje dominicano” de aumentar la plusvalía al infinito!

En enero 26 del año 2010, es decir, hace apenas un año, fue promulgada
en la República Dominicana una nueva Constitución, la número treinta
y ocho, entre las tantas que hemos padecido en los cientos sesenta y
siete años de vida independiente.
Esa reforma fue alcanzada por la vía del Congreso de la República, con-
vertido en Asamblea Revisora, y no mediante una Asamblea Constitu-
yente, como fue reclamado por amplísimos sectores organizados de la
nación que no fueron escuchados.
Uno de los puntos más controvertidos en la opinión pública, en los días
en que se efectuaba esa reforma, fue precisamente el referente a la cues-
tión de la nacionalidad. Pero sobre ese particular en la Asamblea Revi-
sora se impuso finalmente el criterio de aquellos grupos de presión de
claro corte racista que han pretendido, y ahora han logrado, mantener en
nuestro país a decenas de miles de hijos de haitianos nacidos en nuestro
territorio sin el disfrute del derecho a la nacionalidad.
En consecuencia, para complacer a esos grupos racistas antihaitianos,
en la nueva Constitución dominicana, en lo referente al disfrute del dere-

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cho a la nacionalidad dominicana por parte de los nacidos en nuestro te-


rritorio, hijos de extranjeros, fue introducida una excepción (a tono con
la resolución salomónica de la Suprema Corte de Justicia ya citada). Así,
mediante esta nueva disposición, se niega el derecho a la nacionalidad
a los hijos e hijas de extranjeros (copiamos textualmente) “que se hallen
en tránsito o residan ilegalmente en territorio dominicano”. (Capítulo V.
Sección I. Párrafo 3).
Como se desprende lógicamente, esa excepción fue insertada allí con la
clara intención de mantener a decenas de miles de obreros del campo y
la ciudad —hijos de trabajadores haitianos que han residido en nuestro
país por décadas, que nunca han estado en tránsito— en pleno limbo ju-
rídico, sin ninguna identidad ni nacionalidad, para de este modo evitar
que sean protegidos por nuestras leyes laborales.
Dicho de manera más clara, la nueva carta magna dominicana consa-
gra ahora de manera definitiva el mantenimiento hasta la eternidad del
“ejército de reserva” constituido por obreros hijos de madres haitianas
que actualmente están laborando en campos y ciudades, sin identidad
ni nacionalidad. Esta realidad, al tiempo que deprime de manera perma-
nente el régimen de salario del trabajador dominicano, eleva la explo-
tación de la fuerza de trabajo en nuestro país a niveles inimaginables.
Solemne fórmula “constitucional” de multiplicar la plusvalía.
Hay, sin embargo, en esas pretensiones un elemento grave que de segu-
ro originará a corto plazo serios inconvenientes a nuestro ordenamiento
jurídico, y que incluso puede alcanzar los linderos de violaciones al de-
recho internacional que nos hemos comprometido a cumplir por medio
de los acuerdos establecidos que giran en torno a los derechos humanos
y laborales.
Todo lo anterior se observa claro si tomamos en cuenta que la no re-
troactividad de las leyes es un principio jurídico consagrado universal-
mente. De lo que se deriva, en buen derecho, que a los miles de hijos
de ilegales nacidos en nuestro territorio bajo la cobertura de la anterior
Constitución, a quienes se les niega —según reiteradamente ha informa-
do la prensa nacional— incluso el acceso a la educación elemental, no
se les puede aplicar el ordenamiento trazado por la nueva carta magna
recién promulgada, ni mucho menos la resolución interpretativa de la
anterior Constitución de la Suprema Corte de Justicia, dictada en el 15
de agosto del año 2004.
Por tanto, los señores legisladores que elaboraron esta nueva revisión
constitucional siguiendo los lineamientos de los sectores más atrasados

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Documentos 141

del empresariado industrial y agrícola dominicano y de la extrema dere-


cha racista antihaitiana están introduciendo, sin darse cuenta, a nuestro
país en un conflicto jurídico que tendrá a corto plazo serias repercusio-
nes en el plano de los derechos universales reconocidos hoy por todos
los organismos internacionales.

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Documentos 143

Estudios Sociales
Año 51, Vol. XLII-Número 158
Enero- abril 2019

Centro Montalvo lamenta que el ambiente político no permita


discutir razonablemente el tema migratorio*1

Santo Domingo, 7 de diciembre de 2018. El Centro de Reflexión y Acción


Social Padre Juan Montalvo SJ (Centro Montalvo) lamentó que el am-
biente político dominicano no haya permitido discutir de manera razo-
nable las implicaciones del Pacto Mundial para una Migración Segura,
Regular y Ordenada promovido por la Organización de las Naciones
Unidas.
Según el Centro, el documento consensuado durante dos años de trabajo
contiene muchos elementos positivos, especialmente para un país como
el nuestro, cuya población emigrante es tan importante y más numerosa
que la población inmigrante. Las posiciones fijadas por varios medios
de comunicación y actores políticos y sociales, y que afloraron en el es-
pacio público con discursos rígidos y emociones impulsivas, parecían
responder a agendas electorales que procuran posicionarse alentando
sentimientos y miedos irracionales.
El Centro Montalvo lamentó además que una sombra de oportunismo
político lleve a desaprovechar un buen instrumento para trazar las pro-
pias políticas migratorias, con apego a los derechos humanos, y no res-
pondiendo a meras encuestas de opinión. Entiende que una práctica de
Estado relativa al derecho internacional se mide por su solidez doctrinal
y ética, no por sus consecuencias coyunturales ante una opinión pública

*  Nota de prensa publicada por el Centro Montalvo el 7 de diciembre de 2018 ante la


decisión del Gobierno dominicano de no acogerse al Pacto Mundial para una Migra-
ción Segura, Regular y Ordenada.
144

pobremente informada y afectada por una batería de fake news. En este


sentido, subraya lo manifestado en la declaración oficial sobre la deci-
sión de no firmar el pacto de que «el Gobierno dominicano está compro-
metido con una política de respeto a los derechos humanos en relación a
las personas que emigran hacia nuestro país» y de que «toma en su justa
dimensión la motivación de esta iniciativa».
Aun después de tomada la decisión gubernamental de no firmar el Pac-
to Mundial para la Migración, dadas las circunstancias, el Centro Mon-
talvo invita a retomar las propuestas de ese acuerdo mundial con más
sosiego. Toma como marco de referencia lo expresado en julio pasado
por Monseñor Bernardito Auza, Observador Permanente de la Santa
Sede ante las Naciones Unidas: «Este Pacto Global hará más difícil para
cualquiera –estados, sociedad civil o cualquiera de nosotros– no estar
al tanto de los desafíos que las personas migrantes enfrentan y que no
cumplamos nuestras responsabilidades comunes hacia ellos, en parti-
cular hacia aquellos más necesitados de nuestra solidaridad. (…) Frente
a los desafíos migratorios de hoy, la única respuesta sensata es la de la
solidaridad y la misericordia».
Para el centro social de los jesuitas, lo sucedido en estos días plantea la
necesidad de un profundo trabajo sociocultural y educativo que lleve a
todos los actores sociales y políticos, líderes de los partidos, las Iglesias,
la prensa y la sociedad civil, a actuar de manera razonable y justa en
un tema conflictivo y trascendente como la migración, donde se ponen
en juego muchas cosas delicadas. Están en juego la vida de miles de
personas vulnerables, la convivencia intercultural respetuosa con inmi-
grantes que participan en la vida social y productiva del país, la seguri-
dad social y ciudadana y el ejercicio de la misericordia ante otros seres
humanos que atraviesan momentos de extrema necesidad.
De seguir atormentada por los fantasmas de discursos ultranacionalis-
tas exagerados, la sociedad dominicana corre el riesgo de ahogar las raí-
ces cristianas de las que se enorgullece, hasta perder incluso su misma
humanidad. Por esta razón, el compromiso de garantizar una migración
segura, regular y ordenada, respetando los derechos humanos, atañe no
solo al gobierno dominicano, sino a los diversos actores sociales y polí-
ticos que interactúan en el territorio nacional.

Año 51, Vol. XLII, enero-abril 2019, pp. 143-144


145

PRESENTACIÓN Y NORMAS
Estudios Sociales es una revista de investigación social, publicada
cuatrimestralmente por el Centro de Reflexión y Acción Social Padre Juan
Montalvo, SJ, y por el Instituto de Estudios Superiores de Humanidades,
Ciencias Sociales y Filosofía Pedro Francisco Bonó. Ambas entidades forman
parte de la obra apostólica de la Compañía de Jesús en República Dominicana.
La revista publica artículos sobre temas sociopolíticos de República Dominicana
y de la región del Caribe. Publica además temas de actualidad en humanidades
y filosofía. Está abierta a colaboraciones nacionales e internacionales que
cumplan con sus objetivos y estándares editoriales.

NORMAS Y PROCESOS DE PUBLICACIÓN


Estudios Sociales invita al envío de manuscritos para evaluación de cara a su
publicación. Los textos han de remitirse de acuerdo con las normas de estilo de
la revista que se detallan a continuación.
Los manuscritos pueden postularse para las siguientes secciones de la revista:
1. Artículos científicos: Textos basados en investigación de campo o
revisión documental y bibliográfica. La revista no impone una única forma
de estructurar los artículos, pero recomienda iniciar con uno o más párrafos
introductorios que expliquen claramente el contenido temático y el modo
en que se desarrollará la idea o tesis central. Después del cuerpo central, se
redactarán unas conclusiones o recomendaciones. Para finalizar, se colocarán
las referencias bibliográficas utilizadas en el desarrollo del artículo. El artículo
no debe de pasar de veinte (20) páginas a espacio y medio (incluyendo los
gráficos), es decir, aproximadamente 10 mil palabras (sin los gráficos)
2. Ensayos cortos y escritura creativa: No están sujetos a ninguna estructura
específica. Su extensión máxima recomendable es de diez (10) páginas a
espacio y medio, es decir, unas 4 mil 500 palabras. Pueden corresponderse con
textos de opinión, reflexiones, etnografías, relatos etnohistóricos, vivencias y
textos experimentales.
3. Comentarios y reseñas de libros: Deben de tener un máximo de cinco (5)
páginas a espacio y medio, es decir, unas 2 mil 200 palabras. Los libros deben
de estar relacionados con las áreas de interés de la revista.
4. Documentos: Se publicarán actas, declaraciones, correspondencias y otros
textos escritos de valor documental o de relevancia social relacionados con las
áreas de interés de la revista.
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(I) Sometimiento de manuscritos


a) Es obligatorio enviar los manuscritos en soporte electrónico, preferiblemente
a través de email a: esociales@bono.edu.do. Se prefiere el formato doc.
b) Los manuscritos recibidos serán evaluados por el Equipo editorial y se
comunicará el resultado al autor, señalándole la probable fecha de publicación
en caso de haber sido aprobado.
c) Los autores dan permiso para que sus trabajos sean publicados en la versión
electrónica de la revista.
(II) Características de los manuscritos
a) Los manuscritos de los artículos científicos, ensayos y comentarios deben de
ser originales o inéditos.
b) Todos los trabajos enviados deben estar en uno de los siguientes idiomas:
español, inglés o francés.
c) Si un manuscrito sobrepasa el límite de páginas establecido, pero puede
dividirse en dos partes de forma natural, también se tomará en consideración
para ser publicado en dos números diferentes de la revista.
d) Los manuscritos de artículos científicos deben ser enviados con un resumen
no mayor de 150 palabras en español, inglés y francés; y con cinco palabras
clave en español, inglés y francés.
e) Todos los manuscritos deben constar de un título. Se aceptan también
subtítulos de carácter aclaratorio.
f ) Los estándares de los escritos científicos se regirán por las normas APA
(American Psychological Association).
(III) Información sobre el autor(es)
a) Nombre completo
b) Institución donde se desempeña laboralmente, con la dirección y teléfono
de la misma (si aplica)
c) Correo electrónico
d) Un breve currículum de un máximo de 20 líneas
(IV) Dirección de la revista
Revista Estudios Sociales
Edificio Bonó
Calle Josefa Brea, N. 65
Barrio Mejoramiento Social
Santo Domingo, República Dominicana.
Tel. (809) 682-4448, ext. 233
Email: esociales@bono.edu.do

Versión electrónica de la revista Estudios Sociales:


http://esociales.bono.edu.do
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Edita:
Centro de Reflexión y Acción Social Padre Juan Montalvo, SJ e Instituto de
Estudios Superiores de Humanidades, Ciencias Sociales y Filosofía Pedro
Francisco Bonó

Dirección: Pablo Mella, sj

Equipo editorial:
Fabio Abreu
Lissette Acosta Corniel
Sandra Alvarado
Roque Féliz
Raymundo González
Orlando Inoa
Elissa Líster
Antonio Masferrer
Riamny Méndez
Irmary Santos-Reyes
Indhira Suero

Revisión del lenguaje y traducción:


Kary Alba Rocha
Berthony Saint-Georges, sj
Indhira Suero
Ante la muerte de un hombre
fundamental
Quisqueya Lora H.

25/11/2018

La mañana me encuentra dolida por la


muerte de un hombre fundamental. Fun-
damental en mi vida pero también para
una generación de dominicanos. Emilio
Cordero Michel fue un hombre histórico,
y lo fue en el doble sentido de la palabra, porque participó en ella como sujeto, pero también
como analista y escritor de la historia misma. En ambas facetas fue valiente y contestatario.
Perteneciente a lo que los historiadores han llamado la Flor de las familias –emparentado con
presidentes, intelectuales y figuras prestantes de la sociedad- tempranamente rompió con la
Dictadura de Trujillo a la que lo unían lazos familiares e intereses económicos. En muchas
cosas siguió los pasos de su hermano José Cordero Michel, mártir de la expedición de Cons-
tanza, Maimón y Estero Hondo, o mejor dicho, tomó la antorcha dejada por su hermano, como
intelectual de fuste y luchador político. Emilio fue sobreviviente de la guerrilla del 14 de junio
de 1963 que buscaba el retorno a la constitucionalidad perdida por el funesto golpe de Estado
a Juan Bosch, fue además un sólido intelectual marxista, fundador, junto a otros, de la nueva
historia crítica dominicana que debía ser escrita tras la caída de la dictadura. Contribuyó a
desmontar mitos y leyendas que el trujillismo había entremezclado con el relato histórico con
pretensión de veracidad. Fue de los pioneros en temas como el abordaje de la historia desde
el enfoque de la lucha de clase, su interés por las clases subalternas, pero además su combate
del racismo y el antihaitianismo, andamiaje ideológico fundamental de la dictadura.
Somos muchos los que tenemos cosas que agradecer a Emilio Cordero, apadrinó a una ge-
neración de jóvenes historiadores guiándonos, prestándonos libros, leyendo nuestros tra-
bajos, dedicándonos horas de conversación. Sus cátedras como profesor en la UASD fueron
recopiladas por sus estudiantes y durante décadas pasaron de mano en mano fotocopiadas
como un gran tesoro, como un santo grial, porque en ellas encontramos otra historia, otro
enfoque, llevándonos a cuestionar lo que creíamos que ya sabíamos, realmente como un
oráculo histórico, las pruebas del gran maestro que fue Emilio.
A sus 89 años su capacidad de trabajo seguía siendo proverbial. Hasta el último día de su
vida estuvo ocupado en sus afanes historiográficos. Durante muchos años Emilio fue el
editor y corrector de la Revista CLIO. Decidido a enmendar la escritura de la historia, sus
correcciones son memorables, todos pasamos por sus manos, uno entregaba un trabajo
creyendo que estaba pasando la gran “vaina” y volvía marcado en rojo de arriba abajo. Pue-
do decir que Emilio Cordero me enseñó, y creo que a muchos otros, a escribir con cierta
corrección un artículo académico. Su lapicero rojo era implacable.
Emilio era valiente, íntegro y sincero, nunca tuvo temor a decir lo que pensaba, jamás se
mostró preocupado por la lisonja ni caer en gracia, se abría todos los frentes que entendía
necesarios. Vivió modestamente de su trabajo y en ello fue constante. No se sentía inti-
midado por nada ni nadie y era capaz de responder con dureza hasta al mismo presidente
de la república. Ahora recordaremos anecdóticamente sus rabietas, pleitos y respuestas
cortantes pero sobre todo recordaremos su humanidad, su solidaridad y su cariño. Siempre
preocupado por todos los que lo rodeaban. Como decía antes, hemos perdido un hombre
fundamental, se destacó en todos los ámbitos en los que participó y no me refiero al desta-
carse como éxito mercurial o de propaganda, tan comunes hoy en día, sino a la solides de
sus convicciones, a la entereza de sus posiciones y el afán de justicia que lo movía. Esta es
la única forma de destacarse a la que deberíamos aspirar.

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